Mi Pareja Perfecta IV

By Brity22

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Ángela Grant, es una joven recién egresada que empieza a trabajar en el hospital Edwards, tal como su abuela... More

Supervisión
La salida al Spa. I
La salida al Spa. II
La vida de Martina Edwards I
La vida de Martina Edwards parte II
Buscando a la chica perfecta.
Incógnita
Catalina Grant
La chica del Tinder I
La chica del Tinder II
Fiesta en New York I
Fiesta en New York Parte II
En la boca de la loba I
En la boca de la loba II
En la boca de la loba III
Mala, del verbo ''mala''.
''No pegan, ni juntan''
Salida a casa de Tía Fer.
Lecciones de motocicleta
''Por la boca muere el Edwards''.
Única en su clase.
Aniversario de Matrimonio I
Aniversario de Matrimonio II
Sesión de Fotos.
Fin de semana de Jefazas.
''Si Quieren Guerra...''
Buscando al culpable
Juntas de amigos
Hogar, dulce hogar.
Inauguración
Una historia romántica y no de acción
Citas a ciegas y aniversario
''Dos grandes que se unen''
La cena familiar.
Buenas jugadas.
Salida en familia I
Salida en familia II
''La terquedad hecha pareja''
La despedida.
Las Intensas.
Especial: ''El dilema de las Gabis''

Ángela Grant

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By Brity22

Capítulo I

Ángela Grant

Camino rápido hacia el hospital en donde será mi primer empleo, ¡Debo dar una buena impresión con la hora! Todos pensaban que era imposible que alguien como yo quedé ahí después de solo haber egresado formalmente el año pasado y yo es que no tuve las mejores notas; pero, me esforcé en encontrar un lugar en el hospital Edwards.

Recuerdo el año pasado en la fecha de postulaciones. Admito que sólo lo hice por intentar, apenas le conté a mi abuelo. Grande fue mi sorpresa al ser aceptada.

Entro a la habitación gigante de recepción que tiene el hospital, frente a un gran hall blanco, adornado de bellas luces, cuadros e indicaciones de diferentes pisos, pasillos y especialidades. Este lugar no escatima en espacio para la comodidad de sus pacientes y personal. Veo el gran, antiguo y lustrado mesón de roble de la recepción, su limpieza refleja la luz de los focos. Parece... ¡la jodida entrada al cielo! Hay grandes televisores colgados en las paredes con mensajes de pacientes felices con el servicio y de autoayuda, otros con noticias y programas de TV. En cada ala, hay gente que te asesora por doquier para que no pierdas el tiempo. Avanzando por la gran mampara, se deja ver una gran fuente de agua y sobre esta hay vista directa al segundo piso, con el Restaurant Edwards. Siento como si mis pupilas se agrandasen, trago saliva al ver las ofertas de habitaciones para familiares de pacientes hospitalizados, junto con paquetes de promoción por distintos procedimientos. Aparecen imágenes de antes y después de cirugía plástica, junto a suites que prometen estar a la altura. Este lugar es enorme... miro algo intimidada. Todos me dijeron que sacara mi culo de lugares como este, pero vamos ¡¡Es el mejor evaluado!! ¡Y acá los hospitales tienen malas notas! Y yo quiero que mi padre se calle la puta boca ¡Y vamos! Viendo este lugar de lujo puedo ver ese gran poderío del que se habla poseen esos ''Edwards''. La última vez que puse un pie acá, encabezaba esta familia el poderosísimo y respetado Sr. George Edwards, Hijo del gran Roger Edwards el cual logró poner centros de salud en todos los continentes; y por qué no decirlo, abuelo de la famosa Christine Edwards, ''el dolor de cabeza de George Edwards''. Dice mi padre. Claro, eso se refiere al famoso y complicado carácter de la anterior nombrada.

Aunque su fama no corresponde sólo a su carácter a veces hostil, ni a las montañas de dinero que gana, no. Se refiere a que es la segunda vez que hay cabeza femenina de un gigante como el clan Edwards, y no sólo eso; la primera lesbiana que adopta a su heredera. Si bien, los adoptados en familias como la mía existen, normalmente no se convierten en la cabeza de ellos y mucho menos tienen como ejemplo padres homosexuales. Lo que en este caso fue muy polémico. Recuerdo por primera vez haber visto la foto de Christine Edwards cuando pequeña, estaba cubriendo a una pequeñita que dejaba ver un conejito de peluche mientras entraba a la limusina. Nunca vi una mirada más fría, no envidié al fotógrafo que se atrevió a interrumpir el primer día de clases de su hija. Estaba con mis hermanos, con un diario que encontró Enrique en la caseta de seguridad.

Me escudo pensando en mi vocación, ganas de aprender y nulas ganas para confrontaciones.

Aunque esté haciendo algo completamente ilegal...

¡No pienses en eso!

¡Si se supiese que alguien como yo hizo méritos para estar trabajando acá! ¡Oh dios!

Eso si hablásemos de alguien común... siento que mi sangre circula más rápido debido a la emoción. Sigo caminando hasta tomar el ascensor, el que sorpresivamente tiene toda la influencia de mi abuelo en las finas terminaciones. Subo hasta el piso 8 ''Odontología general y especialidades'' y ante mí se abre una pequeña habitación. Además de la cámara del pasillo puedo notar la oficina de recepción. Me acerco a una mujer de edad, vestida de traje sentada frente a una gran pantalla.

−Buenas tardes− Digo mirando la entrada del área, observo sillones en hilera frente a una pantalla enorme indicando letras y números− Necesito hablar con la Dra. Díaz, me incorporo este año.

−Buenas tardes ¡Bienvenida! – sonrío sorprendida, la señora es animada. − ¡Su identificación y especialidad!

−Odontología general− digo emocionada entregando el documento.

Ella lo toma tranquilamente. Su semblante cambia- ¡Cielo Santo! – Exclama mirándome antes de escribir el nombre. Me mira y mira el plástico incrédula – Así que es usted, me da una mirada confidente, la directora de área la está esperando.

− ¿Ah sí? – Digo incómoda. Me van a pillar y me van a matar. Christine me colgará de las te...

−Tranquila− Baja la voz −La está esperando. −Para mi sorpresa no anota nada y me devuelve mi documento de identidad. −Adelante Señorita Grant. −Susurra mi apellido como su fuese una grosería. −Del fondo de la habitación, hasta la izquierda, última puerta del pasillo.

−Gracias. −Camino confundida hacia la oficina.

Debe ser por el ofrecimiento que hice por ingresar. Sonrío traviesa mientras camino hacia el pasillo con las oficinas de los diferentes jefes de área hacia la que será la de mi jefecita. ¡Está bien! ¡No me aceptaron por ser lista! ¡Ni esforzada! ¡Ni bonita! Me río nerviosa silenciosamente. Escribí una carta exhibiendo mis cualidades y mis inmensas ganas de aprender en el mejor hospital de este país, con el más completo equipo y las más modernas tecnologías. Me encargué de que se le pagara a los necesarios para hacer de mi solicitud y un documento que no llame la atención. Sobre todo, en la parte del nombre, puesto que, en el ámbito familiar, sólo mi abuela, Marie Grant se dedicó a lo que yo. Después de todo, ella era mi abuela favorita y también trabajó aquí. Fue directora de área también, pero claro, ella tenía más facilidades y no tuvo que pagar, puesto que tener el apellido Edwards de soltera, es tener un cupo asegurado en este lugar.

Y desde luego, un Edwards trabaja en un hospital.

Pero a veces pasa que salen bichos raros como yo, que llevan la contraria y desde luego que no esperaba gran recibimiento. Por un momento me siento más confiada, recuerdo al idiota de mi amigo decir antes de que viniese ''el dinero da poder y todo lo puede. Pero un nombre, un nombre poderoso con solo nombrarse debería abrirte miles de puertas y posibilidades. Y el tuyo Ángela Grant, te da posibilidades infinitas''. Escucho en mi mente la risotada segura e idiota con la que finalizó su frase. Sonrío ¡Pero tiene razón! tengo el maldito nombre, y desde luego tengo el dinero necesario para comprar mi lugar. Supongo que si la gran y neurótica Christine Edwards lee mi ficha estoy frita. Pero lo que ella no sabe, es que mi abuelo conoce a su directora Olivia Diaz. Compañera y vieja amiga de la Universidad de mi difunta abuela, ambas crecieron como profesionales y se especializaron en la hermosa área de la Rehabilitación Oral, la cuál es a lo que vengo. Suspiro enamorada sintiendo maripositas en el estómago. ''Postgrados de excelencia con sello Edwards'' otorgados por la mismísima cabeza de la familia, sello que me permite estudiar un doctorado con más facilidades, acceder a becas, cursos, clases y un espacio en esta gran y poderosa corporación dedicada a la salud de las personas.

Estaré aquí el tiempo que la suerte lo decida, ¡pero desde luego no podía perder esta oportunidad!

Inhalo fuerte y exhalo suavemente. Toco la puerta y la abre una encorvada viejecita, delgada, de cabello blanco y largo delantal.

−Dra. Diaz, es un verdadero honor saludarla. −Hago una reverencia sutil.

−Oh vamos, Ángela, aquí no hay nadie. Pasa querida. −Me deja pasar a su oficina. En vez de apuntar a las cómodas butacas de su mesón de trabajo. Me hace seguirla hasta unos sillones de cuero negro en lo que parece ser un cuarto de estar personal. Antes de que hable toca un botón y pasa un hombre de traje a la oficina.

−Directora Diaz. – Dice simplemente con una inclinación de cabeza delicada.

−Para mí el café de siempre. ¿Gustas beber algo? Joven Grant. ¿Un café? −Un mayordomo sorprendido y una anciana sonriente me observan con atención.

−Srta. Grant− dice él despegándose− permítame ofrecerle nuestro café más fino importado de Panamá.

−Ahora es Dra. Grant. −Dice la Directora con una sonrisita.

−Oh, desde luego Dra. Grant− hace una inclinación con una mueca de extrañeza. Un Grant generalmente no es llamado Doctor en un hospital.

−Aceptaré ese café− sonrío. Al menos me ayudará a despertar, puesto que son las ocho de la mañana. −Gracias.

−Oh, ni lo mencione. Estoy para servirle− Hace una gran reverencia y se retira. Al cerrar la puerta dispongo de la atención de mi futura jefa directa.

−Gracias por recibirme directora. − Digo de inmediato. −Estar aquí bajo su tutela significa mucho para mí −termino respetuosamente. Aunque quizá no sea muy creíble tomando en cuenta nuestras relaciones con los Edwards.

−Oh no es nada querida, fue una sorpresa para mi enterarme de que siguieras el camino de Marie, que en paz descanse. Ella querría que estuvieses acá. −Dice con un tono determinado− ¿Qué dijo tu padre?

−Pues... no le dije − Me interrumpe con una risotada. Ahora si recuerdo a la mujer que iba recurrentemente de visita a la mansión.

−Ya sabía yo. – Comenta. – Un escándalo.

− ¿No le sorprende?

−No querida, los escándalos reinan por aquí. −Dice simplemente. −De los cincuenta y seis años que llevo acá no me he aburrido jamás y se pondrá más interesante− Su mirada se vuelve cómplice y evaluadora. – Dime jovencita, ¿en qué diablos estás pensando? −Levanta ambas cejas. Ella, como miembro de una prestigiosa familia de médicos muy amiga de los Edwards, conoce bien nuestro círculo.

−Es lo que más amo hacer, todos saben que el mejor centro de salud para crecer como profesional es este. −Digo motivada− Tiene el más alto prestigio.

−Eso es verdad. − Dice mirando como se abre la puerta de la entrada. El mayordomo se acerca con una bandeja de plata, nos sirve café en dos tacitas de porcelana. Deja hacia nuestra derecha un jarrito de leche fría y otro con leche caliente, pequeños pocillos con diversas especias y un platillo con bocadillos dulces. Sirve el café y se retira rápidamente después de hacer una sutil reverencia.

−Es cierto que tienes lo necesario para estar acá, he incluso para pasar desapercibida un tiempo; pero...− baja la voz− ¿Qué pasa con Christine Edwards? Ángela− dice sirviéndose, revuelve brevemente el líquido caliente de su taza. −No tiene buenas relaciones con tu familia, eso no es secreto para nadie ya.

−No lo es− Digo insegura. −Pero ya pensaré en algo, sólo permítame mostrar mi valía.

−Eso no es necesario. −Se exalta incrédula. − Eres una Grant. −Sentencia y prosigue. −Tu abuelo ya se comunicó conmigo y me contó sobre tus planes, pero debes saber, que ellos se encargan de la burocracia simplemente, el papeleo. Pero, si Christine da una orden, tal vez esos papeles sólo te defiendan legalmente y seamos sinceros, ella tiene la última palabra en cuanto a este hospital... y todos los de esa familia, ¡por Dios santo! −Exclama. – Debes saber que un Edward aprueba siempre los currículos de los profesionales, o al menos, los dejan a alguien de suma confianza. Ellos se encargan personalmente de saber quién diablos trabaja acá. Podría decirse que es uno de sus sellos involucrarse en eso.

Es verdad, papá solo influyó en la elección de requisitos de nuestros empleados, pero bien poco le importa quienes son mientras hagan lo que deben hacer.

−Estoy frita− gruño olvidando mis supuestos modales. Debí saber que con comprar a quienes hacen la admisión de nuevos trabajadores no sería suficiente. −Dudo que Christine Edwards tenga un precio.

−Oh, ella no. Pero no olvides de donde provienes jovencita.

−Es precisamente por lo que tengo todos estos problemas. −Mascullo.

−Es lo que te hizo un lugar en esta empresa− Dice poniéndose trabajosamente de pie, toma una carpeta de su mesón y me lo entrega. −Son de parte del Sr. George Edwards, él tuvo la gentileza de leer tu solicitud de empleo y aceptarte. Tu abuelo hizo los llamados, joven Grant, pero me dijo que te recuerde que debes ser prudente y no tentar al diablo.

− ¿Con el diablo se refiere a Christine Edwards?

−Exacto. Te recomiendo hacer los años mínimos que piden, antes de gritar que eres lo que eres. −Bromea sentándose y profiriendo un ruido de satisfacción. De todas formas, tu contrato está firmado- apunta a la hoja- por el gran Sr. Edwards padre, que aún se pasea de vez en cuando por aquí en traumatología, así que a patadas no pueden sacarte.

¿Con patadas se refiere a Christine Edwards?

Leo el contrato rápidamente y firmo. Dios sabe que me conviene. ¡Viejo mío te debo esta! Imploro mentalmente con gratitud a mi abuelo.

Ella lo toma.

−Por cierto, él dice que grupo Edwards y asociados no se harán responsables por cualquier daño psicológico que pudiesen causarte.

¿Con daño psicológico se refiere a Christine Edwards?

−Aunque tenemos un muy buen cuerpo de psicología. −Dice revisando las hojas mientras firmo. −Recuerda solo ser prudente. Acá no hay rebeldías.

−Lo haré.

−Te recomiendo usar un proveedor distinto de delantales clínicos al común de este hospital. Lo mismo con el traje.

−Lo haré.

−Imagino que te encargaste de todo lo demás. −Se perfectamente que se refiere a mi soborno en recursos humanos, psicología laboral, a los analistas que registraban los nombres en la base de datos y a los que tenían respaldos físicos de los documentos.

−Lo hice.

−Muy bien− se pone de pie y abre un cajón de su escritorio. Guarda cuidadosamente la carpeta. −Ángela.

−Dígame Sra. Olivia. −No es como si fuese una desconocida, antes iba seguido a ver a mi abuela favorita.

−Estás en el mismo piso que Martina Edwards, ten cuidado con ella.

− ¿Es peligrosa? −Pregunto recordando lo poco que sé de ella. Mi padre nos contó que es adoptada y que se parece mucho a su madre Christine. Debe imitarla simplemente, si es adoptada no creo que se parezca realmente.

Vuelve la mirada de complicidad a mi nueva jefa.

−Es una Edward. −Sentencia. −Y la mano derecha de Christine.

−Entendido. −Aclaro.

−Se encargará de que cumplas con tu trabajo y si haces lo que debes. Estará en el mismo piso que tú.

−No la decepcionaré. −Prometo. Usualmente no me interesan los juramentos y estupideces de honor, pero esta es una oportunidad única en la vida y no la pienso tirar a la basura.

Salgo de la oficina bastante conforme, Olivia es amiga de la familia así que debería tener la mitad del trabajo asegurado. Lo otro depende de mí y juro que haré lo posible para que mi sueño se cumpla.

Salgo del hospital mirando para todos lados con el rabillo del ojo, no sería genial que mi primer día de trabajo se opaque con esas Edwards, así como hablan de ellas solo las quiero tener lejos. Subo a mi motocicleta y me dirijo a la mansión de mi familia. Tengo que agradecer a mi abuelo y al Sr. Edwards.

Conduzco por la zona oeste de la ciudad, las casas comienzan a verse más escasas y lujosas, al final del recorrido encuentro el portón gigante de nuestra Mansión. La mansión Grant, se caracteriza por estar escondida a los pies del cerro F. Grant. Uno de nuestros antepasados que se ocupó de que estemos lo más apartado posible del resto. Siempre nos hemos caracterizado por ser conservadores, de creencias absolutamente cristianas (hasta la hora de negociar y hasta mi nacimiento). De seguir férreamente las tradiciones familiares y por nuestro gran orgullo al llevarlas a cabo.

No es que no tengamos otras residencias ni mucho menos, tenemos unas tan grandes como esta. Pero esta es nuestra fortaleza y como dice nuestro padre, la mansión más bella de todas. En donde siempre la cabeza será un varón primogénito apellidado Grant.

Es por eso por lo que, mi hermano mayor, Enrique Grant Jr. III, será el nuevo jefe de hogar y grupo Grant cuando mi padre así lo desee.

Lo que mi padre nunca deseó, fue que yo heredé una importante suma de dinero y el negocio materno, cuando mi madre murió. Como decisión personal, me dejó en su testamento, frente a mi confuso hermano, parte del dominio de una gran fortuna. Desde luego, en ese momento no lo entendí, pero fue ella la primera persona con la que ''salí del closet'' a los quince años.

Antes no lo entendía, pero ahora pienso que sólo quería protegerme. Después de todo, somos una familia muy tradicional, y alguien como yo, es posible que sólo haya optado por obedecer a su hermano.

−A ese imbécil−bromeo murmurando bajo el casco cuando llego al garaje de motocicletas. Dejo a mi lujoso bebé, me quito el equipo y paso por todos los autos antes de llegar a unas escalinatas que me conducen a la entrada del ala este de la mansión.

Había sugerido el uso de ascensores, pero la indignación de papá y el abuelo me dejó en claro que nuestro antiguo y renombrado hogar conservará los detalles fieles con los que fue delicadamente confeccionado y construido.

Paso por las cocinas.

−Buenas tardes. −Saludo a nuestra jefa de cocina.

−Señorita Grant. −Saluda mirándome de arriba a abajo. −Su guardaespaldas espera en su cuarto. −Dice con reprobación. No puede concebir que una mujer joven esté en la misma habitación que un hombre a solas, pero a ese hombre lo conoce. Así que solo deja muestra de su desaprobación con sus expresiones faciales. De todas formas, sabe quién es y a papá no le interesa.

Mejor para él que pasara algo de hecho.

...

−Omar. −Digo quedamente después de llegar a la habitación apartada del pasillo del tercer piso. Cierro mi puerta viéndolo fumar su cigarrillo acostado en mi cama.

−Señorita Grant, buenas tardes. −Dice formal. Lo que se contradice con el cigarro encendido, sus calcetas con agujeros y la remera de tipo musculosa.

− ¡Vago de mierda! − bromeo. − ¡QUEDÉ! − No me aguanto. − ¡QUEDÉ! ¡¿puedes creerlo?! −Salto feliz a la cama a su lado.

− ¡No! – Se sorprende.

− ¡Puto! ¡no me tenías fe! −Le doy un puñetazo. ¡Y tanto ánimo que me dio! Su brazo tiene la dureza de un neumático de auto así que no me mido.

−Claro que sí. −Dice adolorido. − ¿Y cómo diablos le hiciste?

...

−Oh mírame, ¡Christine Edwards me besó el trasero! −Bromeo escuchando su risa estridente. −En realidad fue gracias al abuelo.

−Y al soborno− me da otro puñetazo en el brazo sin miramientos.

−Oye, soy una chica. −Me espanto.

− ¡Pero eres mi carnal!

−Saca los licores carnal−Le digo− ¡hoy celebramos! −Son las diez de la mañana, ¡pero que importa! ¡es una ocasión especial! −Me levanto rápido y voy a la puerta de mi cuarto.

− ¡Genial!

−Voy a ver a mi abuelo− le digo cuando destapa una y me la entrega. Me la llevo porque sé que cuando llegue a esa área de la casa ya no quedará.

−Te espero. −Dice volviendo a recostarse en mi cama.

Jodido Omar. No era más que un mocoso ladronzuelo y ahora dice ser mi guardaespaldas. Aunque más bien es mi cofre de los secretos, más malos que buenos. Pero nos tenemos mutuamente desde muy jóvenes.

Camino por el pasillo, hasta el dormitorio de mi hermana que es el último del pasillo, bajo por las escaleras hasta el vestíbulo y de ahí, por el comedor, tomo la puerta que me envía a una escalera de caracol, un sitio muy raro que apenas se nota en la estructura externa. Lleva a un ala inferior de la casa con salida al jardín, el abuelo adora las plantas y ama leer y fumar su pipa acompañado de diversas plantas, flores exóticas, arbustos y, árboles frutales. Boto la botella de cerveza antes de bajar y camino por las escaleras hasta el cuarto privado de mi abuelo, lo curioso de su cuarto privado, es que lo hizo para él sin dañar la fachada de la mansión. Aun así, dicen que mi bisabuelo casi lo desconoce por construir una escalera de caracol cerca de un comedor.

Muevo la reja con el candado abierto y entro a su oficina, veo su viejo y brillante escritorio de castaño antiguo acompañado de una butaca de cuero. Voy hacia el pasadizo que forma la repisa repleta de libros y llego al gran cuarto que oculta. Cerveza de barril, mesa de billar, vinos, maquetas de grandes edificios muy similares a los que visitan en cada proyecto, y mi favorito y lo más impresionante, la maqueta de mi abuela. Mi abuelo la amaba y la construyó para ella. Solo por ellos aceptaría que existe ese amor cursi que se ve en las películas.

−Has llegado pastelito. −Observa mi tenida formal.

− ¡No me digas pastelito! −Me espanto. −Soy la nueva Dra. Grant de Odontología General, Hospital Edwards, Casa Central. −Digo con tono rimbombante.

− ¡Felicidades! – sonríe luego de que bese su calva, es el más anciano de nuestra casa, pero sus ojos grises no se apagan. Es vivaz, obstinado y burlón. −Sabía que lo lograrías.

−Ja-ja −digo con voz monocorde. −Ya dilo anciano.

−No le digas así a tu abuelo.

−Va por el pastelito.

Me observa.

− ¿En cuál fuiste a tu entrevista? − Pregunta. Se que se refiere a mi medio de transporte.

−En mi bebé.

−No hay dos Icon Sheene idénticas en el mundo −Dice.

-No, fue hecha para mí. -Aseguro orgullosa. No es la motocicleta más cara de todas, pero es mi favorita y fue hecha en honor al gran Barry Sheene, un gran piloto de motocicletas inglés. Asiente sonriente y su semblante se vuelve más sereno.

−Llamé a George, le comenté que tengo una nieta muy inteligente que egresó el año pasado de Odontología −me guiña el ojo, me ruborizo. −...Y simplemente pregunté si tenía un lugar para que una Grant trabaje y aprenda en su hospital. Desde luego aceptó. – Levanta su orgulloso mentón. −Sólo dijo que te cuides de su hija− Libera una carcajada. −Esa mujer siempre fue indomable. −Bromea.

−Abuelo, ¿Qué sabes de Christine Edwards? −Digo curiosa. Todos sabemos que es lesbiana y que tiene esposa e hija, a las que mantiene todo lo humanamente posible fuera de las cámaras de la prensa sensacionalista. Christine es increíblemente celosa con su privacidad. Incluso en nuestras reuniones de ''Jóvenes Líderes'', su hija no iba mucho. Creo que una vez la vi, pero yo estaba más preocupada de escabullirme a las cocinas.

−Christine es hija de George y Darlene Edwards. Fui el primero en escuchar la llamada de su padre cuando esa pequeña Edwards vino al mundo. −Mira hacia el vacío rememorando. – Fue una niña y una joven muy capaz, muy parecida a él, heredó su cabello y sus ojos y ese maldito sentido del humor. −Libera una carcajada a regañadientes. −Desde luego creció con los más altos lujos que una niña podría desear, lo que repercutió en su personalidad. Fue algo difícil cuando tenía más o menos tu edad, tengo entendido. −Toma su pipa de madera. – Era orgullosa, terca e impaciente. De todas formas, era de esperarse. – Saca tabaco y se concentra en echarlo a su pipa. −Aun así, su genio es bastante acotado, no le gusta perder el tiempo según sé. Se clara y concisa con ella y te recomiendo mirarla a los ojos. − Fuma, cierra los ojos y exhala. − Eres su subordinada ahora, pero primero eres una Grant, no lo olvides nunca. −Me apunta con la pipa como si estuviese evaluando la pureza genética del ganado. − Tú y tus hermanos son el fiel reflejo de nosotros.

−Seré prudente, clara, concisa y toda esa mierda. −Digo.

−Ángela.

−Perdón.

Fuma, el aire se mezcla con el olor a tabaco quemado.

−Se que desposó a una mujer... −Dice dejando en la mesa su encendedor de gas para pipas. – Y adoptó a una niña. −Exhala humo. – Al principio fue difícil para George y Darlene, pero me parece que con la llegada de la pequeña Martina todo mejoró. Me consta que con Christine no aprendieron que no se debe mimar en demasía. −Ríe. −Pobre de esa niña.

−Hay que admitir que tiene ovarios. −Digo en favor de la harpía.

−Lo admito. −Dice levantando las cejas− lo logró y fue difícil para su familia, yo hubiese tenido más delicadeza.

−Pero tú no eres un viejo lesbiano. −Lo miro algo contrariada. Yo no fui delicada, se lo grité a papá y desfruté cada cambio de expresión de su crispado rostro. Aunque alejé más a mi hermano y mi hermana me hizo mil preguntas pervertidas, valió la pena.

−Ángela. −Me reprende.

−Oh vamos, Enrique no está. −Bromeo. Esta vez se carcajea.

−Tú padre no aprueba tu forma de hablar, dice que son esas malditas juntas.

− ¿Acaso está maldiciendo? Excelentísimo Enrique Grant padre. −Me espanto.

−Si− Bromea fumando. −Ya bésame la calva y lárgate.

Me río.

−Espero mucho de ti hija− Dice. −Veo en ti mucho de tu abuela, que en paz descanse. -Se inclina solemne en su silla. Veo sus sinceros y grises ojos dolidos por su pérdida.

−No te decepcionaré abuelo− Lo abrazo. Es al único que abrazo en esta casa y tal vez a mi hermanita, aunque ella se ve poco por aquí. −Tengo una última pregunta. – Recuerdo pensativa.

− ¿Sí?

− ¿Qué sabes de Martina Edwards? me parece que nos supervisa. Trato de recordar.

−La he visto unas veces. −Dice él.

− ¿Y qué tal? −Pregunto preocupada.

−Sólo sé correcta y mantente lejos de ella− dice burlón.

Me río, debe ser una bruja de seguro.

−Entonces me retiro. −Me despido rogando que mi amigo respete mis aposentos.

−Dale mis saludos a Omar. −Esta vez soy yo la que se carcajea antes de abandonar la habitación.

Camino de vuelta, algunos prefieren un método más rápido para llegar a cada ala de sus hogares. Pero como dije, nosotros respetamos la fina infraestructura de nuestra mansión, y caminar, además de ser considerado saludable, no es tanto sacrificio si consideramos tener esta agradable vista. Nuestras paredes están repletas de historia y arte, muchas llevan generaciones de antepasados de antigüedad, otras fueron regalos de renombradas personas. De una forma u otra, terminaron acá, siendo perfectamente conservadas por nuestro servicio doméstico. Cada pasillo de la casa fue hecho con suma dedicación, todas cuentan historias, y son el reflejo de la grandeza de mi familia. Papá dice que nuestro hogar dice todo de nosotros, quizás es por eso que anda tan pulcro y estirado todo el día. Solo se suelta un poco cuando vamos de vacaciones, y ni así, ese aire de creído no se le va.

No es que yo deteste a mi padre, pero somos algo... distintos. Lo respeto y admiro (a veces). Ha sido una gran cabeza familiar y por desgracia como mi abuelo, fue castigado con la viudez. Se hizo cargo de nosotros y aunque no fuese un hombro para llorar, ni alguien dulce; se encargó de que tuviésemos lo necesario, entregándonos la mejor educación, mimándonos con lo más grandes lujos y regalándonos cada secreto para que él ya habiéndose ido, pueda asegurarse de que nuestro nombre sea tan respetado como lo ha sido por innumerables siglos desde antes que emigrásemos de Escocia.

Cuando llegamos, el clan Edwards ya era famoso aquí, tenían ya una familia numerosa y un centro médico sobre el cual se construían más y más alas nuevas. Eran ya accionistas, inversionistas y contaban con amistades en la clase política. Eso hasta hace unos pocos años, cuando Christine Edwards retiró todos los fondos con los que históricamente los Edwards alimentaban campañas de candidatos conservadores que muchas veces legislaban para ellos y sus negocios.

Desde luego que cuando el clan Grant llegó, ya teníamos negocios en Europa, principalmente en ciudades grandes y turísticas. Pero este lugar era oro puro. Instalaron el ''Gran hotel Grant'', que sólo cuenta con las mejores, más cómodas y lujosas habitaciones. Este hotel se destaca en que, como buenos Grant, sólo se permite la entrada si puedes pagar esos precios, que, según muchos, te da estatus.

''Estatus'' pienso con asco. No necesito un maldito estatus.

Aunque a estas alturas no importa mucho lo que yo piense. Hemos llegado a todo el planeta y como dice mi padre cuando llego ebria '' ¡por más lesbiana que seas, eres una Grant, debes comportarte!''

Llego a la puerta de mi dormitorio, escucho música. Al abrir la puerta veo a mi guardia de seguridad privado; Omar, sentado en mi cama, mirando su celular, con una cerveza en la mano. Libera un gran eructo y sube sus asquerosos calcetines.

−Los memes fueron productivos esta mañana. – Comenta como si siempre hubiese estado aquí.

−Cómprate calcetas, estoy segura de que ganas lo suficiente− gruño.

−Si mamá.

Me quito el abrigo. Lo único que me esmeré en escoger esta mañana junto a los zapatos.

− ¿Fuiste vestida así? – Baja la cabeza teatralmente, desde la camisa gris oscura, los pantalones de gimnasia y mis zapatos caros.

Se produce un breve silencio. Le arrojo el abrigo y se empieza a reír.

− ¡Oh vamos! −Espeto indignada −Tenía frío. −Me excuso.

−Apuesto a que no te lo pidieron porque esa señora sabía que encontraría un desastre para la moda debajo. −Replica con cruel sinceridad. −Mira que pantalón deportivo.

−Es cómodo−Digo sencillamente.

− ¿Y esa blusa? ¿Lesbiana moderna?

−Creí que se olvidarían del pantalón si me descubrían− me ruborizo.

−Eso no funciona así.

Saco otra cerveza para mí y me siento en el sofá más cercano.

−Pues, da igual, todo salió bien. −Suspiro relajándome.

−No entiendo porque le darían tanta importancia. −Comenta Omar. − Solo es un trabajo

−Eso pregúntaselo a mi padre− gruño. −Y a esa señora Edwards.

− ¿Es verdad que tuvieron algo? −Mueve las cejas.

−Si eso fue así no creo que haya sido muy bueno −Pienso en el inigualable contrato que pudo haber sido una boda entre ellos dos. – No pegan, ni juntan. −Digo pensando en ambos. − Papá es más serio, ordenado y mandón, se sabe que Christine Edwards es muy orgullosa y no acepta una orden.

−Y gay− dice él con cara de asco.

−Exacto. Y papá no es gay. −Digo dando un gran sorbo para olvidar algo entre esos dos.

− ¿Ah no? − pregunta él.

− ¿Qué? −Digo.

− ¿Qué? – responde rápidamente.

Reímos. Si alguien puede ser tan disparejo para mi padre, Enrique Grant Jr. Además de la vieja Edwards, ese es Omar. Papá lo detesta desde el primer momento, odia su coleta y el lugar de donde proviene.

Si supiera que le va a los dos bandos pasa por sobre mí y lo echa sin miramientos.

Miro a Omar, él es mi guardaespaldas personal, desde los quince años. Pero somos amigos desde que él tiene diez, cuando robaba en las cocinas. Papá no estaba mucho en casa, una noche en su ausencia, fue cuando nos conocimos.

Hace 17 años.

Camino tan suavemente como me lo permite mi rechoncho cuerpo, está oscuro sin embargo en esta noche de verano el aire esta cálido dentro de la mansión.

Me escabullo por la puerta sorprendentemente ya abierta, me acabo de robar la llave de la encargada de las cocinas y esperaba que estuviese cerrada. ¿Será el jefe de seguridad? Papá no les permite ingresar a la mansión a menos que sea muy necesario, los tiene en una caseta en los jardines. Las del aseo no se quedan aquí y la encargada de las cocinas duerme. Entro agachada, a pesar de que solo se ven los mesones en donde el personal cocina, mientras avanzo lentamente veo una silueta delgada hurgueteando la comida que yo pretendía comer. Veo el interruptor gracias a la luz de la luna que entra por las ventanas. Tomo un rodillo de cocina y antes de encestarle un golpe prendo la luz y ataco. Llego a la mitad del camino mirando decepcionada al supuesto ladrón.

Eres un niño. Sentencio.

S... sí. Dice asustado, tiene mermelada en la comisura de la boca.

¡¡¡Mi pastel!!! gimoteo.

Estaba delicioso. Dice.

Observo al niño indignada y me doy cuenta de lo extraño de su atuendo. Es moreno, un poco más alto que yo, pero no más que mi hermano que es tres años mayor, su cabello es tan corto que está casi a nivel del cuero cabelludo. Viste lo que parece ser una enorme sudadera verde oscuro muy holgada, pantalón de aspecto escolar y zapatillas grises; bastante limpio. Si ignoramos las manchas de comida sacada a la rápida recientes.

¿Qué haces aquí? Reparo en los bultos de su bolsillo. ¡¿Qué tienes ahí?!

Nada.

Levanto el rodillo.

Evitando el golpe, rápidamente descubre su robo, mandarinas, mermelada y pan en bolsa.

¿Eh? ¿Ibas a robar eso?

Es comida. Dice con los brazos levantados protegiendo su rostro, mirando mi arma de madera.

Claro que sé que es comida, pero yo esperaba joyerías, obras de arte o que se yo...

Hay que cerrar la nevera gruño reparando que está abierta. Mi estómago suena. – Ya que no dejaste pastel, ¿queda tarta de frutas?

Si. Masculla.

Pues dame la tarta que esperas.

Me lo alcanza rápidamente. Me aprovecho.

Y una cuchara. Abre un cajón... el segundo, encuentra donde están y rápidamente me la entrega.

¡Y un refresco! Pone cara de ''sólo golpéame y ya''.

Pero es para ambos−me corrijo. Busca una botella y la saca del congelador.

No me la voy a tomar así Miro a un mueble y rápidamente corre hacia él, lo abre y saca dos vasos.

Él sirve y bebemos en silencio. Tomo un cuchillo y bajo su mirada asustada corto dos rebanadas y le doy una.

Esto es raro. Dice él comiendo pendiente de mis movimientos ¿Qué diablos está pasando?

Yo venía por mi tarta y ahora termine comiendo en la madrugada con un extraño en las cocinas. Digo como si fuese lo más normal. Él sonríe tímidamente. Me hace gracia, no es que sea tan confiada, admito que me sorprende que haya podido entrar, pero afuera hay un par de gorilas enormes vigilando las cámaras y no creo que él pueda hacer algo si lo encuentran.

¿Viniste solo?

Si, supuestamente estoy durmiendo.

¿Cómo rayos entraste?

Me colé por los arbustos masculla con la boca llena Distraje a tus guardias y cuando miraron pasé por su caseta. De allí fue pan comido, miro la ventana. Esta intacta.

Ah- ah dice orgulloso de sí mismo levantando un dedo. Veo la puerta para perros que instalaron hace una semana por el cumpleaños de mi hermana. Por supuesto que no es para ella, pero es para ese cachorro de perro enorme que le compró papá. Parece una cruza entre un oso de felpa y un perro con cara de ebrio.

Muy listo. Observo. Y muy flaco.

Sonríe orgulloso.

No te creas tanto. Bromeo Llamaré a los guardias.

No volveré si me perdonas esta. Dice jugando sus palmas como si rezara, aun así, se desconcentra y mira la tarta que queda.

Puedes comer hasta reventar− Digo. Para él eso fue una orden y rápidamente pone manos a la obra.

¿Enserio no volverás? Te dará hambre de nuevo. Digo insegura.

Ayudo a mamá a trabajar, estos días han estado lentos. Pero ya todo mejorará.

¿Y tú papá?

No está.

¿Y dónde está?

No sé. dice simplemente. Me doy cuenta de su incomodidad.

¿Cómo te llamas?

Omar.

Te queda.

Obvio, soy guapo. Dice con la boca llena de una papilla que antes fue tarta.

Nos reímos.

Bueno, Omar, un gusto, soy Ángela Grant Digo orgullosa. Se atora.

¡¿Eres una Grant?!

Miro a todos lados temiendo que nos escucharan.

¡Hey! Susurro dolida como si eso compensase el ruido anterior. ¿Qué te sorprende?

Se ruboriza.

¡Que sea gorda no significa que no pueda ser Grant! Espeto dolida.

Si, si, lo sé... Es que en las revistas y la tv...

¡Ah, pero no todos somos así! − ¡Malditas Florent! nos hacen quedar mal al resto. Me cruzo de brazos indignada con esas estúpidas y sensuales rubias.

Me sorprende que siendo una de ellos no hayas llamado a tus guardias.

¿A qué te refieres?

Cuando van a mis barrios en sus autos caros nos miran como si fuésemos cucarachas, sólo entran a ciertas casas y se van.

¿Y a qué van? pregunto curiosa. Sus oscuros ojos observan mi rostro.

Es mejor que no lo sepas.

¿Por qué?

Porque eres una niña.

¿Qué edad tienes? -Gruño viendo su menudo cuerpo.

Diez.

¡Yo también!

Pero las niñas...

Pero las niñas nada. He visto a mi padre ir y venir con mujeres atractivas y se perfectamente que hace con ellas. El frunce el ceño.

¿Qué hace?

Es mejor que no lo sepas.

Reímos.

Todos tienen su sucio secreto Sonríe.

Si. Nos miramos los pies. Tomo una decisión.

¡Oye...! Decimos a unísono. Reímos nuevamente.

Ya, ya. Tú primero dice él.

¿Volverás?

Si tú quieres hace como que peinase su falso cabello con coquetería.

No me gustas aclaro divertida. Pero... me doy cuenta de lo que iba a decir y me ruborizo.

¿Pero quieres un amigo? pregunta curioso.

¿Cómo lo supiste? Bromeo. No soy de muchos amigos, habitualmente me rechazan por mi peso. No todos, pero los que no, sólo lo hacen porque sus padres insisten en ello por mi apellido.

Estoy harta de toda esta falsedad.

Intuición Dice mirándome serio. Bueno Angela Grant, serás mi carnal.

¿Tu carnal?

Así se les llama a los hermanos y a los amigos. Dice feliz.

Que hermosa palabraalabo. Él se ríe.

SiSe levanta de la mesa. ¿Me puedo llevar mi botín? Mira sus cosas.

Claro. Digo. ¿Cuándo te veré? Pregunto avergonzada, suena a damisela.

Vendré pasado, cuando oscurezca. Dice levantando el pulgar, toma sus cosas y con un movimiento de mano que compartimos en señal de despedida, se agacha saliendo por la puerta del perro.

Miro el calendario. Ese pasado mañana es sábado.

[...]

Sábado en la madrugada.

¡Maldito infeliz! pateo la almohada. ¡Me mintió! ¡No llegó! ¡Juro que nunca más confío en nadie!

A las tres de la madrugada considero que no puedo dormir y me voy a hacer un sándwich.

Enojada me preparo uno y le echo todo el aderezo que encuentre.

Oye, eso es mucho comparte carnal. Dice una voz conocida haciendo que me recorra un escalofrío por toda la columna. Me giro y ahora otro detalle me sorprende más.

Omar tiene rastros de moretones en sus brazos, frente y un ojo.

¡¡Qué diablos...!!

Me cubre rápidamente la boca antes de que despierte a todo el mundo. Lo miro con los ojos muy abiertos y me suelta.

¡¿Qué mierda te pasó?!

Tengo... una familia complicada. Dice.

¿Tú mamá te pegó porque robaste? Digo mirando sus marcas, evidentemente eso es maltrato.

Nah, mamá no se enteró. Estuvo delicioso. Dice. ... Y mis hermanos les encantó.

Genial, ¿entonces? pregunto indignada.

Hmm mi padre llegó a hacernos una visita, estaba peleado con mamá.

Lo miro sorprendida, papá es serio y me pasa retando. Pero jamás lo creería capaz de hacerme algo así.

− ¿Qué mierda pasa por su cabeza? Dejo salir. No entiendo. Lo miro triste, sólo es un niño. ¿Qué peligro representa para un hombre adulto en plena capacidad física y supuestamente mental?

Y porque no lo entiendes somos amigos sonríe. Olvídalo ¿sí?

¡Pero! ¡¿Y tú mamá?! Sus ojos se vuelven cristalinos.

No hagas que se me quite el hambre sonríe de la forma más triste que he visto en mi vida. Trago saliva y para sorpresa de él, vuelto a abrir la nevera.

¿Eh?

No te daré mi sándwich. Le preparo otro tan cerdo como el mío.

Comimos en silencio.

− ¡Aaaah! Exclama extasiado de comida. − ¡Dormiré como un bebé! dormir con hambre es horrible.

Omar... Digo pensativa.

¿Ah?

¿Tienes hermanos?

Pero por supuesto Hincha su pecho. Soy el tercero de nueve...

¡Santo cielo! Me espanto. Ríe. ¡No podría soportar a mi hermano ocho veces! Pongo la palma de mis manos en mis sienes imaginando esa pesadilla. Mi hermano es muy pedante, quiere ser como papá a toda costa.

¿Tu hermano es muy pesado? pregunta.

Es un idiota creído bromeo. Ama su linaje y esas cosas.

Me imagino Dice haciendo como que siente calosfríos.

¿Y qué tal tus hermanos?

Mi hermana tiene dieciséis, ella es la mayor, desde que tengo memoria nos cuida y mantiene limpios Dice sonrienteElla es genial, mi segundo hermano tiene catorce y es algo más imbécil. Rio imaginando eso. Dice que se irá con papá cuando mamá lo castiga y esas cosas, es su favorito.

Buh Digo como respuesta. Voy a buscar refresco y nos sirvo entretenida.

Mis hermanos menores son geniales dice tomando el vaso que le alcanzo. –... y la menor tiene un año. Somos cuatro hombres y cinco mujeres.

¡Vaya! Digo. Debes compartir mucho.

Claro, compartimos habitación. Trato de imaginarme una habitación con nueve niños, debe ser un desorden abismal.

Imagino mucho desorden.

Claro, pero mantenemos ordenado los más grandes. Sobre todo, mi hermana y yo.

Ya veo que su hermano es medio especial, como el mío.

¿Y tú? escucho.

Tengo dos hermanos, soy la de al medio. Mi hermano mayor Enrique y mi hermanita, Catalina.

Ooow bromea. – ¿Cómo se llevan?

−Con mi hermano como el perro y el gato ríe. – Con mi hermanita bien, aunque ella es feliz con su casa de muñecas.

¿Y tú que haces?

[...]

Presente.

Fue por conversaciones así que nos volvimos más cercanos, luego nos juntábamos en las tardes y cuando lo invité a jugar videojuegos no lo saqué más de mi cuarto. Lo bueno es que a mí me encanta y tuve un rival digno. Mi hermano nos encontró eventualmente, casi me acusa. Sonrío recordando como nos sacamos la madre, fui una rival digna porque al parecer decidió no ser un maldito soplón de papá. Llevan una relación basada en la tolerancia, aunque una vez me los pillé jugando videojuegos.

Lo de mi padre fue más complicado. Sus guardias son fornidos varones que saben usar diversas armas, Omar, si bien había crecido varios centímetros y cumplía con el requisito de ser hombre, era muy joven. Pero como yo ya había escapado varias veces de mis guardias y él es mi amigo y tomando en cuenta que suelo escaparme, es él o nada. Además, era obvio que no había nada entre nosotros.

¡Ah! y eso de no magrearse con hombres fue otro maldito tema, ¡papá reaccionó como si todas las penas del infierno cayeran sobre él! Tuve la brillante idea de decirlo en la cena, a los diecisiete años. Me mandaron a mi cuarto, fue una mala estrategia, debí haber comido primero. El ambiente se congeló y mi hermana no paraba de preguntar que era una lesbiana, mi hermano me miró como si fuese una extraña. Papá enrojeció y grito que me fuese a la cama.

Desde luego que me fui y no fue hasta un mes que papá me habló. A diferencia de Mamá que en su momento estuvo extraña, pero visitó mi cuarto una noche y me dijo que me amaba. Ella nos amaba más que a cualquier cosa. Me dejó parte de su legado. Quizá pensó que quedaría sin nada, ya que mi hermano supuestamente administrará todo.

Por parte de mis abuelos fue menos caótico para mi sorpresa, pensé que se persignarían y que se yo. Mi abuela me sonrío cariñosamente y mi abuelo guardo silencio, pero sus ojos eran cálidos, sus grises ojos de Grant mostraban el mismo brillo de siempre y más.

−Oye... −Le digo a Omar. − ¿Tienes el día libre?

−Claro, y la noche también. −Nos miramos coquetos, sabemos que saldremos a celebrar.

− ¡Esoooo! − celebro. Omar sube el volumen de la música.

Se escuchan dos golpes fuertes en mi puerta, abre la puerta mi hermano Enrique.

−Se escucha hasta mi cuarto.

− ''Se escucha hasta mi cuarto''. −Repito. Su dormitorio está al frente del pasillo, pero siempre viene a molestar.

−Ángela por favor, hablo con mi novia− Apunta a su celular dándose importancia como si fuese una conferencia con accionistas mayoritarios.

−Pues invítala− bromeo. Omar se ríe.

−Ja, ja. Pervertida. −Dice mirando de reojo a mi amigo.

−Señor Grant− Dice simplemente a modo de ''hola''.

−Omar. −Dice, ve sus calcetines, entrecierra los ojos, mueve su cabeza y se va.

−Puto. −Digo.

Omar prende un cigarro entretenido. −Si, puto− Dice.

− Y tú me das asco− Bromeo.

−Oye, lavo mis dientes tres veces al día después de cada comida, no me jodas. −Aspira cerrando los ojos como si disfrutara cada asqueroso componente de ese cigarro. Exhala y sonríe. −Un manjar.

...

Pienso en el próximo lunes, me dan maripositas en el estómago y las ahogo con alcohol. Recuerdo un tema pendiente y saco un libro con los números de muchos conocidos de la familia y digito el número de los Edwards. Es temprano, un cuarto para las doce. Bajo el volumen de la música.

Llamo.

−Edwards. − dice una voz femenina atareada. Debe ser la secretaria.

−Buenos días− digo mirando a Omar prender la tv y tomando el joystick ¡yo también quiero! − ¿Se encuentra el Dr. Edwards? −Digo rápidamente.

−Si, ¿De parte de quién? −Pregunta.

−De parte de... −Me paralizo pensando en que puede que me corten la llamada.

− ''Deee...'' −Repite una voz burlona. ¡Maldita secretaria molestosa! Me espanto.

−De Angélica− Me golpeo en la frente con la otra palma ¡fue muy obvio! −Angélica García. −Digo recordando a esa familia de morenos que se dedica a los autos. Si los conoce estoy frita.

−Ok. −Dice. Escucho un grito y me pregunto si en esa mansión están todos locos. Oigo como la voz de esa loca le dice mi supuesto nombre.

−Buenos días− ¡Está si es la voz del Sr. Edwards!

−Sr. Edwards, soy Ángela Grant−susurro como si acá alguien estuviese escuchando tras la puerta.

Se hace un silencio, escucho por el teléfono que le da las gracias a la joven y le dice que atenderá él la llamada.

−Ahora si− susurra.

− ¡Muchas gracias! −Agradezco de inmediato− Siento llamar de esta forma, pero necesitaba agradecerle personalmente. − ¡Viejo! ¡Eres un ídolo! – ¡no se arrepentirá!

−Eso espero jovencita− escucho suavemente. Pensé que sería rudo y me cortaría cuanto antes. −Tu abuelo me dijo que sería un loco si no te aceptase. −Puedo imaginarlo sonriendo.

Me ruborizo ¡Abuelo!

− ¿La Dra. Olivia te comentó las precauciones que debes tener?

−Si. − digo segura− No llamaré la atención, lo prometo.

−Muy bien. −Dice− estamos hablando.

Sonrío.

−Estamos hablando Dr. Edwards. Hasta luego. −Espero su respuesta y que corte el llamado.

−Estoy lista. −Digo al fin.

¡Hospital Edwards! ¡Allá voy! 


¡¡Por fin!!

Nos encontramos en el inicio de este nuevo fic, ¡¡es el más largo que he hecho!! El desafío no fue menor, me dije ''Hey Brity, ¿cómo carajos harás interesante el tema mas trillado del mundo?... ¿los ricos?, esta complicado'' y me dije ''No sé, pero tendremos que ponerle mucha muchosidad'' y acá estoy.

:D Hola.

Espero que todos/as ustedes estén bien, sus familias, sus mascotas, sus amigos, etc. Han sido días difíciles, no puedo hacer gran cosa por ustedes, pero espero divertirlos y con eso me quedo feliz.

Las actualizaciones serán seguidas, el asunto que es ahora aprovechando el permiso, vine a ver a mis padres al campo y no se si pueda actualizar mañana (o ahora, que estoy congelándome el culo al lado de las gallinas donde hay señal XD), ¡pero el miércoles si todo sale bien nos leemos nuevamente!

También...

Aparece Chloe

−Autora... la gente está harta de esperar, ¿Cuándo vas a darle click a ''públicar''? ¡si quieres lo hago yo! −Se ofrece feliz.

−¡Oye! quería contar mi

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