Inocente - Harry Styles

By Danielle_Hs_

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Era una atracción imposible... El millonario Harry Styles tenía un vacío inmenso en su corazón desde que Ava... More

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Epílogo

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By Danielle_Hs_

El gran salón estaba lleno de cajas con guirnaldas y objetos decorativos. Ava se había subido a una escalera de mano para decorar el abeto, y empezaba a perder la paciencia porque sus planes iban con retraso. El transporte y la instalación del gigantesco árbol le había hecho perder casi todo el día y, cuando por fin logró que lo pusieran en el sitio adecuado, perdió dos horas más en el ático, buscando las luces.

Su boca tenía una expresión triste. Tras la trágica muerte de Olly y la suspensión de la tradicional fiesta de Navidad, los empleados de Bolderwood habían descuidado los adornos y muchos se habían perdido o estaban rotos. Además, no podía olvidar que la última vez que había estado allí, adornando el árbol, Olly se encontraba a su lado.

Su difunto amigo siempre había sido un perfeccionista, discutía con ella por la posición de cada guirnalda, y ajustaba las ramas y daba mil vueltas a todo hasta que quedaba absolutamente perfecto.

A Olly le gustaba la Navidad tanto como a su hermano le disgustaba. Pero Ava pensó que Harry tenía buenos motivos para desentenderse de la Navidad. Su madre los había abandonado a él y a su padre en esas fechas, cuando era poco más que un niño. De hecho, no las volvió a celebrar hasta muchos años después, cuando Olly se fue a vivir al castillo y se empeñó en recuperar la tradición.

Al pensar en los sentimientos de Harry, Ava se acordó de lo sucedido durante la noche. Él llegó tarde, se tumbó en la cama y se quedó en silencio. Por primera vez desde que dormían juntos, no la tocó ni hizo ademán de tocarla. Y se sintió tan ridículamente rechazada que su confianza en su capacidad para seducirlo se hundió.

Atónita, se empezó a preguntar si Harry se estaría cansando de ella. El artículo del periódico, la carta de su madre y la inesperada reunión con sus hermanastras habían roto la placidez de los días anteriores. Quizás había pensado que era una mujer demasiado problemática y que no merecía la pena. Incluso cabía la posibilidad de que hubiera cambiado de opinión y quisiera perderla de vista cuanto antes.

De repente, su teléfono móvil empezó a sonar.

–¿Sí?

–Hola, Ava, soy Harry. No podré volver hasta dentro de un par de días, así que me quedaré en mi piso de Londres.

–Ah...

–Por cierto, te he organizado una reunión para pasado mañana –le informó–. ¿Estarás en casa?

–¿Una reunión? ¿Con quién?

Ava intentó hablar con naturalidad, para que Harry no se diera cuenta de que se sentía decepcionada. Pensó que habría conocido a una mujer que le gustaba más, o que se había cansado de tantas noches de amor y había decidido volver a concentrarse en los negocios. No en vano, era un obseso del trabajo.

–Con un par de personas a las que quiero que conozcas.

Ella frunció el ceño.

–¿Tengo que ponerme especialmente elegante?

–No, no hace falta. Ponte lo que quieras.

Ava sentía tanta curiosidad que estuvo a punto de insistir para que le diera más explicaciones, pero se mordió la lengua. Harry sonaba cansado y algo tenso, y no quiso mostrarse demasiado insistente con él.

Cuando terminaron de hablar, se guardó el teléfono y siguió decorando el árbol entre pensamientos sombríos. Pensó que su relación era puramente sexual, que estaba con un hombre que no se comprometía con nadie y que, además, ni siquiera tenía derecho a sentirse decepcionada en ese sentido: él había sido sincero desde el principio, no buscaba una relación seria.

Solo había un detalle que le daba esperanzas. Harry era un hombre de treinta y un años que había mantenido relaciones amorosas con muchas mujeres, pero ella era la primera a la que invitaba a quedarse en el castillo de Bolderwood. Desgraciadamente, era una esperanza débil. Tal vez la había invitado porque no tenía otro sitio donde quedarse y porque era lo más conveniente para la organización de la fiesta.

Al cabo de un rato, bajó de la escalera y se dedicó a comprobar las distintas habitaciones. Todo estaba preparado para la ocasión. Tenían una sala específicamente dedicada a los niños y otra para los adolescentes, con luces de discoteca y su propio equipo de música. También se había instalado el bar del salón de baile y las mesas y sillas del comedor. Solo faltaban las flores, pero Ava sabía que llegarían pronto.

Aquella noche le costó dormir. Se sentía tan sola que permitió que Harvey entrara en la habitación y se tumbara a los pies de la cama, pero la presencia del perro no surtió el efecto deseado.

Extrañaba a Harry. Ya no podía negar que se había enamorado de él. Y como estaba segura de que sus sentimientos no serían recíprocos, se dijo que no le quedaba más opción que marcharse de Bolderwood.

Cuando terminara la fiesta, recogería sus cosas y se iría de allí sin hacer ruido, con los restos de su dignidad.

Por fin, llegó la mañana del regreso de Harry, pero Ava estaba tan cansada tras dos noches de sueño escaso que se quedó dormida y tuvo que ducharse, vestirse y desayunar a toda velocidad. Ya había terminado cuando oyó que el helicóptero tomaba tierra. Entonces, se acercó a la entrada del castillo y esperó, con Harvey a sus pies.

Harry entró en compañía de tres hombres, y Ava, que ardía en deseos de arrojarse a sus brazos, tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse.

–¿Señorita Fitzgerald?

Un hombre bajo, cuya cara le resultaba familiar, se adelantó y le estrechó la mano con una sonrisa.

–Ha pasado mucho tiempo... –continuó.

Ava tardó un momento en reconocerlo. Era Roger Barlow, el abogado que la había defendido en el juicio.

–Seguro que a la señorita se le habrá hecho más largo que a ti, Roger –dijo un hombre rubio que se apresuró a presentarse–. Soy David Lloyd, del bufete de abogados Lloyd and Lloyd Associates, de Londres.

–Encantada...

–Y este es Gregory James –dijo Harry, refiriéndose al tercer hombre, calvo y barbudo–. Gregory y su empresa se encargaron de mejorar el sistema de seguridad de Bolderwood cuando hace cinco años entraron a robar.

Ava asintió, pero no entendía el motivo de su visita y miró a Harry con perplejidad. Parecía muy cansado. No habían transcurrido ni cuarenta y ocho horas desde su último encuentro, pero cualquiera habría dicho que había sufrido un verdadero infierno desde entonces.

–¿Qué os parece si vamos a la biblioteca? Así nos podremos sentar y charlar tranquilamente –declaró Harry–. Le he pedido a Greg que nos acompañara porque quería que te conociera en persona, Ava.

Él te lo explicará todo.

Cuando llegaron a la biblioteca y se sentaron, Gregory James miró a Ava con curiosidad y declaró:

–Vi el artículo y las fotografías del periódico. Me quedé muy sorprendido, porque no sabía lo que había pasado. Aquella noche estuve en la fiesta, pero me marché antes de medianoche para ir al aeropuerto. Tenía que viajar a Brasil por motivos de negocios.

–Greg no sabía que te habían juzgado y condenado a tres años de cárcel –explicó Harry–. Cuando leyó el artículo, me llamó por teléfono y sugirió que organizara esta reunión.

–No entiendo nada... –dijo ella.

–Usted no conducía aquella noche –declaró Greg–. Yo vi lo que pasó, estaba fuera, pero me pareció una discusión de amigos y no le di importancia. ¿Cómo iba a saber que mi testimonio podía ser fundamental en un juicio? Estuve varios meses fuera del país. Desconocía que la hubieran condenado por la muerte de Olly.

Ava se quedó boquiabierta.

–¿Se puede saber de qué está hablando? Yo conducía aquel coche... ¿Y qué es eso de que discutimos?

David Lloyd se inclinó hacia delante.

–Ava, su defensa en el juicio estuvo viciada por el hecho de que no recordaba nada del accidente. ¿Cómo se podía defender si padecía amnesia?

–Como ya he dicho, me fui de la fiesta poco antes de medianoche –recordó Gregory James–. Pedí un taxi y, mientras estaba esperando, vi que unas personas discutían junto a un coche. Eran tres. Usted, el hermano de Harry y una mujer alta que llevaba un vestido de color rosa.

Ava frunció el ceño.

–¿Tres? ¿Una mujer alta?

–Si no recuerdo mal –intervino Roger–, en el juicio dijiste que lo último que recordabas era haber salido del castillo y caminar hacia el coche de Olly...

–Sí, es cierto.

–Pues la mujer en cuestión os siguió y provocó una discusión entre vosotros –explicó Greg–. Era evidente que había bebido demasiado. Estaba muy enfadada, os dijo un montón de cosas desagradables.

Harry habló por primera vez desde que habían llegado a la biblioteca.

–Siento tener que decírtelo, pero la mujer del vestido rosa era tu madre. Yo también la vi salir del castillo. Di por sentado que habría discutido con tu padre y que se iba a casa, pero, desgraciadamente, no la seguí... si hubiera salido, habría visto que fue ella quien se puso al volante del coche.

–¿Mi madre? –preguntó ella con incredulidad.

–Sí, su madre –respondió Greg con firmeza–. Yo lo vi todo.

Arrancó y salió del vado a toda velocidad.

Ava sintió náuseas. Miró a los cuatro hombres con expresión de absoluto desconcierto, incapaz de asumir lo que le habían contado.

–Con las pruebas que tenemos ahora, podemos reabrir su caso –le informó David Lloyd–. Harry me llamó ayer para que le diera una opinión al respecto. No le había dicho nada porque no quería que se hiciera ilusiones sin estar seguro antes.

–Eso no es posible... mi madre no podía estar allí. Yo no recuerdo haberla visto –dijo Ava, sacudiendo la cabeza–. Además, había dejado de beber. Y le habían retirado el carné de conducir.

–Pero volvió a beber –dijo Harry–. Ayer me puse en contacto con Thomas Fitzgerald, me confirmó que Gemma había bebido durante la fiesta y me dijo que tuvieron una discusión especialmente agria. Al parecer, tu madre salió del castillo y él la dejó ir porque supuso que volvería a casa en taxi.

–No entiendo... si es verdad que conducía el coche, ¿qué hizo después del accidente? ¿Por qué no estaba allí?

–Es obvio que no le pasó nada –contestó Harry–. Suponemos que tuvo miedo y que te sentó en el asiento del conductor antes de desaparecer. Seguramente se dio cuenta de que Olly había fallecido.

–Aquella noche vieron a una mujer de vestido rosa cerca del lugar del accidente –declaró Roger–. La policía intentó localizarla, pero no la encontraron.

–Eso no tiene ni pies ni cabeza. Olly no habría permitido que condujera borracha... además, le habían retirado el carné –repitió Ava.

Estaba absolutamente horrorizada. Su madre no solo la había abandonado en el coche tras chocar contra aquel árbol, sino que se había aprovechado de su estado de inconsciencia para que pareciera culpable de la muerte de Olly.

–Escúchame, Ava... –dijo Greg–. Yo fui testigo de lo que pasó. Olly y tú intentasteis impedir que condujera, pero afirmó que estaba perfectamente sobria y no os hizo el menor caso. Tú ya habías subido cuando empujó a Olly y se sentó al volante. Él estuvo a punto de quedarse fuera, pero se subió en el último momento.

–Y eso no es todo –comentó David Lloyd–. Roger me informó de que en tu caso había detalles sospechosos que la policía no se molestó en investigar. Por lo visto, se encontraron huellas de una tercera persona en el barro, junto al coche, y la herida que te hiciste en la cabeza no coincidía con el golpe que se habría dado un conductor en esas circunstancias...

–¿Qué significa eso?

–Que la tenías en el lado contrario, como si te hubieras golpeado contra la ventanilla del asiento del copiloto.

–Dime una cosa, Ava –intervino Harry–. ¿Tu madre te fue a ver al hospital?

Ella sacudió la cabeza.

–No. Me dijo que estaba acatarrada –contestó–. Pero la vi después, cuando me dieron el alta y volví a casa durante unos días.

–¿Y cómo se comportó cuando te vio?

–Como si no hubiera pasado nada. De hecho, se enfadó mucho cuando Thomas me atacó por haber matado a Olly y haber arruinado mi vida.

–Pero no se enfadó tanto como para admitir que la conductora era ella.

–Creo que tenemos grandes posibilidades de conseguir que reabran el caso y te declaren inocente –David Lloyd la miró con simpatía–. Si quieres, te representaré yo mismo.

–Y huelga decir que los gastos corren de mi cuenta –añadió Harry.

David, Roger y Greg se levantaron unos minutos después y se despidieron; tenían que volver al helicóptero para que los llevara a Londres. Harry les pidió que lo esperaran y se quedó un momento con Ava.

–No tengo más remedio que pasar por mi despacho, cara mia. He dedicado los dos últimos días a este asunto, y el trabajo se me ha acumulado... No te quise decir nada porque quería asegurarme antes.

–Comprendo.

–Pero si necesitas que me quede contigo...

–No, Harry, no es necesario. Ya has hecho más que suficiente –dijo, haciendo un esfuerzo sobrehumano por aparentar tranquilidad.

Harry asintió.

–Está bien, pero, si necesitas algo, lo que sea, llámame por teléfono.

–Lo haré.

Harry le dio un beso y se marchó. Ava esperó hasta que el helicóptero despegó y, a continuación, llamó a Harvey y salió a dar un paseo.

Su vida había cambiado radicalmente en el espacio de unos pocos días. Primero se había enterado de que Thomas Fitzgerald no era su padre de verdad, y ahora descubría que había estado tres años en la cárcel por un delito que no había cometido.

¿Sería cierto? ¿Era posible que Gemma la hubiera traicionado de ese modo? Las pruebas parecían concluyentes y, de paso, explicaban la extraña carta que su madre le había escrito antes de morir. No se sentía culpable porque se hubiera acostado con otro hombre, sino porque había huido del lugar del accidente tras asegurarse de que la responsabilidad de la muerte de Olly recayera sobre su propia hija.

Además, la narración de Gregory James estaba llena de detalles demasiado reales como para que se los hubiera inventado. Su madre era una mujer de personalidad fuerte, que se ponía insoportable cuando bebía. El dulce y razonable Olly no habría sido capaz de enfrentarse a Gemma y sentarse al volante; se habría apartado para evitar a su amiga una escena más embarazosa, y luego se habría subido al coche para no dejarla a merced de una borracha.

Ava sacudió la cabeza y rompió a llorar. Harvey le lamió la mano y la miró con preocupación. Ella se puso de cuclillas y abrazó al perro.

Se sentía impotente, perdida.

Y aún quedaban preguntas por responder. ¿Por qué se había tomado Harry tantas molestias? ¿Lo había hecho por ella? ¿O solo lo había hecho porque, después del artículo del periódico, le convenía limpiar su imagen para no salir mal parado? Ava no olvidaba que Harry nunca había tenido la menor duda sobre su culpabilidad.

Momentos después, sonó el móvil. Era Bella.

–¿Te encuentras bien? –preguntó su hermanastra.

–No, claro que no.

–¿Quieres que vaya a buscarte? No deberías estar sola en estos momentos... –dijo–. ¿Dónde está Harry?

–Ha tenido que volver a Londres.

–En ese caso, espérame ahí. Solo tardaré unos minutos.Bella la llevó a su casa del pueblo, un lugar acogedor con paredes llenas de fotos de niños y juguetes por todas partes. Stuart, el bebé, dedicó una sonrisa encantadora a su tía.

–Disculpa el desorden. Papá vino anoche y me lo contó todo.

Acababa de hablar con Harry... –explicó mientras le preparaba un té–. ¿Quién iba a imaginar que había sido ella? Cuando se fue de la fiesta, pensamos que pediría un taxi para volver a casa.

–Entonces, ¿crees que esa historia es cierta?

Bella asintió y sirvió el té en una taza.

–Sí, lo creo. Siempre nos pareció muy extraño que Olly viajara en el asiento de atrás de su propio coche y que te hubiera dejado conducir. Pero ¿qué podíamos pensar? Imaginamos que te habrías empeñado y que... en fin, lo siento. Lo siento muchísimo, Ava.

–No lo sientas. Ya no tiene remedio. Y como tú misma has dicho, ¿qué podíais pensar? La policía me creyó culpable desde el principio.

–Recuerdo que mamá se portó de forma extraña... Ahora entiendo el motivo. Es lógico que se sintiera culpable. Fue increíblemente cruel al sentarte al volante del coche. Se aprovechó de la inconsciencia de su propia hija y, después, de su amnesia.

Ava se quedó en silencio y alcanzó un peluche de Stuart, que abrazó. Al verla en ese estado, Bella decidió cambiar de conversación para animarla.

–Por cierto, no sé si a Harry le gustó el comentario que hiciste el otro día... –declaró con humor.

–¿Qué comentario?

–Lo de que solo sois amantes.

Ava se ruborizó.

–Ah, eso... No se me ocurrió otra forma de definirlo.

–Yo no lo conocía en persona, pero es obvio que te quiere mucho. Ayer estaba muy enfadado por lo que mamá te había hecho. Quizás se sienta culpable. A decir verdad, todos nos sentimos culpables.

–No quiero su sentimiento de culpabilidad –Ava dejó de hablar para sonarse la nariz–. Volveré a Londres cuando termine la fiesta.

–¿Tienes que irte? Gina y yo teníamos tantas ganas de recuperar el tiempo perdido...

Ava sonrió con tristeza.

–Sí, yo también tengo ganas, pero no puedo quedarme mucho más. La situación se está volviendo embarazosa.

Minutos más tarde, se despidió de su hermanastra y volvió al castillo, donde los últimos detalles de la fiesta la mantuvieron ocupada y la distrajeron de sus sombríos pensamientos. Harry llamó a la hora de cenar y se mostró preocupado por ella, Ava le aseguró que estaba bien y, cuando terminaron de hablar, subió al dormitorio y se acostó con la esperanza de que el sueño calmara su agitada mente.

En algún momento de la noche, tuvo una pesadilla. En ella, salía del castillo en compañía de Olly y se encontraban de repente con Gemma, que les empezaba a gritar porque quería conducir y no le dejaban. Olly intentó convencerla de lo contrario, pero Gemma insistió de un modo tan violento que no lo pudieron impedir. Después, la imagen cambió y Ava vio que se iban a estrellar contra un árbol. Luego, Olly gritó y todo quedó en silencio.

Despertó de golpe, angustiada. Y se llevó una sorpresa al ver que la luz estaba encendida y que Harry se encontraba a su lado, medio desnudo.

–Has tenido una pesadilla...

Ella se llevó las manos a la cabeza.

–No ha sido una pesadilla, Harry. Lo he recordado. He recordado lo que pasó aquella noche. ¿Cómo es posible? ¿Por qué no me acordé antes?

–Porque quizás no querías recordarlo –respondió él–. Puede que tu inconsciente se negara a admitir que tu propia madre te traicionó.

Ava no dijo nada.

–¿Sabes una cosa? –continuó Harry–. Cuando Greg James habló conmigo, me alegré tanto por ti que me puse a trabajar para demostrar tu inocencia. Hablé con David, tu abogado y tu padre para comprobar los hechos, pensando que te hacía un favor. Pero ya no estoy tan seguro. Cuando hablamos contigo esta mañana, me di cuenta de que la noticia te había hecho muchísimo daño.

Ava sacudió la cabeza.

–Has hecho lo que debías, Harry. Mi madre me hizo parecer culpable y permitió que me condenaran y me enviaran a prisión. Ni siquiera se molestó en confesar la verdad más tarde, cuando se estaba muriendo y ya no tenía nada que perder... se mantuvo al margen y se desentendió totalmente de mí.

–No sé, Ava. Deberías olvidarlo. Ese asunto ha dominado tu vida durante mucho tiempo.

Harry se alejó de la cama y ella frunció el ceño.

–¿Qué haces aquí? Pensaba que te ibas a quedar en Londres.

–Me iba a quedar, pero cambié de opinión.

–¿Y adónde vas ahora?

–A mi dormitorio. Te he traído unas cosas, pero las he dejado allí porque estabas dormida y no te quería despertar.

Harry salió de la habitación y volvió segundos más tarde con un gran ramo de rosas, unos bombones y una caja envuelta en papel de regalo.

–¿Es que has ido de compras? –preguntó ella, asombrada.

–Sí, y te confieso que es la primera vez que compro unas flores en persona. Suelo hacer los pedidos por teléfono.

Ava sonrió, halagada.

–Y yo te confieso que es la primera vez que me regalan flores. Gracias, Harry, son verdaderamente bonitas.

–De nada...

Ella alcanzó los bombones y se llevó uno a la boca mientras miraba el tercer regalo con curiosidad.

–¿Y qué es eso?

–Abre la caja y lo verás.

Ava se quedó atónita al ver lo que contenía. Era un adorno para el árbol de Navidad; una bola roja con una fecha escrita.

–¿La fecha significa algo? –preguntó.

–Por supuesto que sí. Es este año, el año en el que has devuelto las Navidades al castillo de Bolderwood –respondió–. Has hecho un gran trabajo, Ava... pero todavía no me has dicho si te gusta.

Ava volvió a sonreír.

–Me encanta. Aunque no me parece justo, la verdad; yo no tengo nada para ti.

Harry se acercó a ella y le dio un beso en la boca.

–Tú eres un regalo más que suficiente, cara mia. Y hablando de regalos, creo que deberías bajar al salón.

–¿Al salón?

–Sí. Tienes algo más. Está debajo del árbol.

Ava no hizo ademán de levantarse de la cama, así que Harry añadió:

–Quiero que lo abras ahora.

–¿Ahora? ¡Pero si son las dos de la madrugada!

–Es importante, cariño.

Ava suspiró y se levantó.

–Está bien...

Bajaron por la escalera principal y se dirigieron al gran salón del castillo. Ava se acercó al árbol, cuyas luces estaban encendidas, y se agachó para recoger la caja grande que Harry había dejado allí.

–¿Qué es esto?

–Tu regalo de Navidad. Los otros eran cosas sin importancia.

–¿Mi regalo de Navidad? Si ni siquiera voy a estar aquí en Navidad...

Harry arqueó una ceja.

–¿Cómo que no?

–Pensaba marcharme mañana por la mañana.

–Pues tendrás que cambiar de planes.

Ava abrió la caja grande y descubrió que contenía una más pequeña. Repitió la operación y encontró una caja más pequeña todavía. Y así, hasta que llegó a la última de todas, envuelta en terciopelo. En su interior brilló un diamante enorme que reflejó las luces de colores del árbol de Navidad.

–¿Qué es esto?

Harry se arrodilló ante ella y dijo:

–¿Quieres casarte conmigo?

Ella se quedó sin aliento, absolutamente desconcertada.

–¿Es que te has vuelto loco? ¿Cómo me has comprado algo tan caro?

Harry frunció el ceño.

–¿Te pido que te cases conmigo y tú me criticas por comprarte algo demasiado caro?

Ava parpadeó, emocionada.

–Pero Harry... tú no te quieres casar, tú no quieres una esposa. Siempre has pensado que, si te casaras, tu esposa se divorciaría de ti para quedarse con tu castillo, con tus hijos y con la mitad de tu fortuna –acertó a decir.

–Bueno, es un riesgo que estoy dispuesto a asumir.

Ava lo miró con ojos empañados.

–Es lo más bonito que me han pedido en mi vida. Pero no me puedo casar contigo. Solo me lo pides porque te sientes culpable, porque me condenaron por la muerte de tu hermano y pasé tres años en prisión sin...

–Te equivocas –la interrumpió–. Te compré el anillo el día antes de que Greg me llamara por teléfono y me contara esa historia.

–¿El día antes? Pero si dijiste que no me podías perdonar...

Harry la miró a los ojos con intensidad.

–Y creía que era cierto. Hasta que, un día, me di cuenta de que no podía vivir sin ti –dijo–. Te amo, Ava. Con toda mi alma.

Ava no se lo podía creer.

–¿Que me amas?

–¿Por qué te iba a pedir que te casaras conmigo si no te amara?

–preguntó con impaciencia–. Me enamoré de ti en cuanto volviste a mi vida.

–Yo también te amo, Harry –le confesó, absolutamente desconcertada–. Pero pensé que la nuestra era una relación pasajera.

–Pues no lo es, amata mia. Y mañana, cuando ejerzas de anfitriona de la fiesta, quiero que lleves el anillo para que todo el mundo sepa que eres la mujer con quien me voy a casar.

Ava bajó la cabeza, miró el anillo y volvió a clavar la vista en los ojos de su amante.

–¿Seguro que me amas? ¿A pesar de que sea tan cabezota?

–Eres lo mejor que me ha pasado –afirmó–. Aunque hay una cosa de ti que me molesta un poco...

–¿Cuál?

–Que no confías en mí. Pasaste tres años en prisión y nunca hablas de ello.

–Porque no es algo de lo que me guste hablar. Pasé momentos muy duros. Al principio, algunas presas se metían conmigo constantemente... y un día, los guardias me detuvieron porque mi compañera de celda traficaba con drogas y creían que yo era su cómplice. Pero, con el tiempo, me adapté y aprendí a mantenerme ocupada.

–¿Y qué hacías?

Ava le contó que había enseñado a leer y a escribir a otras reclusas y que, al final, la llevaron a una prisión de régimen abierto, donde tenía menos restricciones.

–Cuando me concedieron la libertad condicional, decidí empezar una nueva vida. Solo quería olvidar el pasado, ¿sabes? Me sentía tan culpable por la muerte de Olly...

Harry la tomó de la mano.

–Lo sé.

Ava se estremeció.

–Volvamos a la cama. Hace frío.

Él asintió y la tomó en brazos.

–¿Me vas a llevar en brazos hasta la habitación?

–Por supuesto que sí.

–Peso demasiado. Y tendrás que subirme por las escaleras.

–Eso no es nada.

Cuando llegaron al dormitorio, Harry se alegró tanto de dejarla en la cama que Ava sonrió con ironía.

–¿Lo ves? No estás en forma... –se burló.

Harry soltó una carcajada y se empezó a quitar los pantalones.

–Dios mío, cuánto te amo... ¿Sabes que también es la primera vez que me enamoro?

–Oh, vamos, seguro que te enamoraste de alguien durante la adolescencia...

–No. Fui un adolescente bastante frío en ese sentido, supongo que por rechazo a mi padre, que se iba con la primera mujer que pasaba –contestó–. Pero entonces llegaste tú e iluminaste mi vida.

–¿Te das cuenta de que, si te casas conmigo, tendrás que celebrar las Navidades todos los años? –preguntó.

–Bueno, así tendré ocasión de recordar que la Navidad nos unió –contestó él–. Y tendremos recuerdos nuevos, recuerdos sin la menor sombra de tristeza...

Los ojos de Ava brillaron de felicidad.

–Te adoro, Harry. Eres arrogante, impaciente y dominante, pero también generoso, amable y sorprendentemente atento.

–¿Me acabas de dedicar un cumplido? ¿Tú?

Ava le acarició el cabello y sonrió.

–Hasta yo los dedico de vez en cuando.

Aquella noche, hicieron el amor con más pasión que nunca; Ava no recordaba haber sido tan feliz ni haberse sentido tan segura en toda su vida. Había dejado atrás su pasado y afrontaba el futuro sin arrepentimientos ni sentimientos de culpabilidad.

La fiesta del día siguiente fue todo un éxito. Ella se puso el vestido de terciopelo verde y el anillo de compromiso, por el que recibió un sinfín de felicitaciones. En determinado momento, Harry se acercó a ella y le propuso que se casaran en invierno. Ava se negó y dijo que prefería que la boda se celebrara en verano.

–¿En verano? ¿Y si estás embarazada?

–No estoy embarazada –afirmó–. No me digas que me has pedido el matrimonio porque crees que...

–No, por supuesto que no; te lo he pedido porque no puedo vivir sin ti, mi pequeña pícara. Pero te ofrezco una solución de compromiso: casémonos en Semana Santa.

–No, quiero casarme en verano. Así tendremos seis meses por delante y tendremos ocasión de comprobar si podemos vivir juntos.

–¿Es que lo dudas?

Al final, se casaron en Semana Santa y se fueron de luna de miel a Hawái. Por la noche, Harry le confesó que era el hombre más feliz del mundo y que le parecía imposible que nadie pudiera amar como la amaba a ella.

Ava pensó que el sentimiento era recíproco. Y se alegró de que, a veces, estuvieran de acuerdo en algo.

Hawái de vacaciones, mis felicitaciones ♪ XD

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