Inocente - Harry Styles

By Danielle_Hs_

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Era una atracción imposible... El millonario Harry Styles tenía un vacío inmenso en su corazón desde que Ava... More

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Epílogo

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By Danielle_Hs_

A petición de Harry, la encargada de la boutique los llevó a una habitación privada y se ofreció a llevarles un té.

Harry puso las manos en los hombros de Ava, que se comportaba como una sonámbula, y la sentó en un sillón. Después, alcanzó la cajita de pañuelos que estaba en la mesita y la dejó entre sus temblorosas manos.

–Per l'amor di Dio, ¿qué ha pasado?

Ava sacó un pañuelo y se secó los ojos.

–Nada, nada... discúlpame.

–No, discúlpame tú por haberte llevado de compras en un momento tan obviamente inoportuno. Se suponía que debía ser divertido para ti, cara mia.

Ava se miró las manos.

–Siento haber llorado en público. Habrá sido un momento muy embarazoso para ti... me extraña que no te hayas ido.

Harry se puso de cuclillas delante de Ava y le alzó la barbilla con un dedo para poder mirarla a los ojos.

–¿Tan mala opinión tienes de mí? Admito que he sentido pánico durante un segundo, pero nunca te dejaría sola en estas circunstancias. ¿Qué ha pasado, Ava?

–No es algo de lo que quiera hablar. Pero no te preocupes, ya estoy mejor –respondió–. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba llorando.

–¿Es que estás embarazada?

Ava soltó una carcajada, sorprendida.

–Por supuesto que no. Hemos usado preservativos y, además, solo llevamos una semana juntos. ¿Cómo voy a estar embarazada?

–Esas cosas pasan...

Alguien llamó a la puerta. Harry la abrió, se hizo cargo de la taza de té prometida y la dejó en la mesita, delante de Ava.

–Sí, ya sé que pasan, pero ese no es el problema.

–Entonces, ¿cuál es?

–No tiene nada que ver contigo ni con nuestra relación.

–Aunque no tenga nada que ver...

Ava lo interrumpió.

–Olvídalo. Ya me he recuperado. Estoy perfectamente bien.

–Estás cualquier cosa menos bien –le contradijo–. Nos iremos de aquí en cuanto te tomes el té, pero no creas que voy a olvidar el asunto. Necesito saber lo que ha pasado.

Ava alcanzó la taza y probó el té.

–Vamos, Harry... nosotros no tenemos ese tipo de relación.

–¿Y qué tipo de relación tenemos?

–Una relación divertida, pasajera.

Harry la miró con enfado.

–Tus problemas me interesan, Ava.

–¿Por qué? –preguntó con franqueza–. No se puede decir que lo nuestro sea precisamente el amor del siglo.

Harry se quedó rígido, apretando los labios.

–¿Y ahora te haces el ofendido? –siguió ella con tono de irritación–. No seas cínico. Seguro que te encantaría decirme adiós en este mismo momento.

Los ojos de Harry brillaron.

–¿Se puede saber qué demonios te pasa?

–No me pasa nada. Te estoy ofreciendo una salida fácil.

–Cierra la boca de una vez. Estás diciendo tonterías.

Ava se levantó del sillón como impulsada por un muelle.

–¿Qué has dicho? –rugió.

–Que te calles de una vez –repitió Harry, implacable–. Recogeremos las compras y nos iremos de aquí..

Ava abrió la boca con intención de plantarle cara, pero guardó silencio porque, en ese preciso instante, se dio cuenta de que estaba haciendo trampas a Harry y de que también se las estaba haciendo a sí misma. No había provocado una discusión porque le quisiera ofrecer una salida fácil, como había afirmado, sino para tener una excusa que le ahorrara sus últimos días en Bolderwood.

De repente, no pudo soportar la idea de separarse de Harry allí mismo, sin esperar más. Se dijo que el momento y el lugar importaban poco, que no habría gran diferencia, pero le dio tanto miedo que se quedó sin habla.

–En cuanto salgamos, te llevaré al castillo –continuó él.

Ava se vio en un espejo de cuerpo entero y se ruborizó,pensando que su aspecto era más propio de una quinceañera que de una joven a punto de cumplir los veintidós. La chaqueta y los vaqueros que llevaba no podían ser más cochambrosos. Y lejos de sentirse avergonzado por su compañía, Harry la había llevado a un lugar público porque tenía la ilusión de hacerle un regalo de cumpleaños.

Definitivamente, no se había portado bien con él.

–No... no hay prisa –declaró en voz baja–. Aún falta la lencería, ¿verdad?

Vito la miró con perplejidad, sin entender nada, cuando ella salió de la habitación y empezó a elegir la lencería.

No sabía lo que le estaba pasando, no sabía si llegaría a entenderla alguna vez y ni siquiera sabía por qué la quería entender, teniendo en cuenta que siempre ponía tierra de por medio cuando surgían complicaciones sospechosas en una relación.

Tras elegir unas cuantas prendas de lencería, Ava alcanzó las bolsas donde estaban los vestidos y los zapatos y entró en un probador. Todo era tan caro que se preguntó si Harry no habría perdido la cabeza; le parecía increíble que hiciera semejante dispendio con una mujer con quien solo iba a estar unos cuantos días más. Pero pensó que serían unos días muy apasionados, sonrió con picardía y se cambió de ropa.

Harry y el resto de los hombres que estaban en la tienda se giraron para admirarla. Estaba sencillamente impresionante con el vestido ajustado, la chaqueta y los zapatos de tacón alto que había elegido.

–¿Te puedo hacer el amor en la limusina? –preguntó él con humor Ava rio. Sabía que tenía buen aspecto, y estaba agradecida a él y a la encargada de la boutique por haberle elegido una ropa tan bonita. Al fin y al cabo, ella no tenía experiencia con ese tipo de cosas.

–¿La limusina? Pensaba que volveríamos en el helicóptero.

–No, he llamado al chófer para que venga a recogernos –le informó–. Pero aún no has contestado a mi pregunta...

–No, no puedes.

Salieron de la tienda con todas las bolsas, cruzaron el centro comercial y se dirigieron a la limusina, que ya los estaba esperando. Aún no habían entrado en el vehículo cuando un hombre gritó:

–¡Harry!

Ava y él se giraron hacia el desconocido, que aprovechó la ocasión para sacarles una fotografía y desaparecer a toda prisa entre la multitud.

–Oh, no...

Vito abrió la portezuela trasera. Ava se sentó y él se acomodó a su lado.

–¿A qué ha venido eso? –preguntó ella.

–Supongo que sería un paparazi. Pero, sinceramente, no sé por qué querría sacarnos una foto; la prensa no siente interés por mí.

–Sin embargo, te ha llamado por tu nombre. Es evidente que te conocen bien.

Harry se encogió de hombros.

–Las únicas publicaciones en donde aparezco son los periódicos de economía, y solo cuando estoy en compañía de una famosa... pero hace tiempo que no salgo con ese tipo de mujeres –dijo, frunciendo el ceño–. Además, tú me conoces de sobra, sabes que soy muy celoso de mi intimidad.

–Pues dudo que ese periodista estuviera interesado en mí...

–¿Por qué dices eso? Estás impresionante.

Ella se sintió tan halagada que volvió a sufrir un acceso de timidez y desvió rápidamente la conversación.

–¿Adónde vamos ahora?

Harry hizo caso omiso de su pregunta.

–Estás realmente guapa –insistió–. Y yo estoy dispuesto a repetírtelo tantas veces como sea necesario hasta que lo reconozcas.

–Perderás el tiempo, Harry. ¿Adónde vamos?

Harry suspiró.

–Bueno, originalmente tenía intención de que pasáramos la noche en mi piso, pero supongo que deberíamos regresar al castillo.

–¿Tienes un piso en Londres? No lo sabía.

–Resulta bastante útil cuando me quedó trabajando hasta tarde o acabo de volver de un viaje al extranjero... Sin embargo, no creo que estés de humor para salir por ahí.

–No, no lo estoy. Si no te importa, prefiero ir a...

–A casa –se le adelantó–. Eso está hecho. Como ves, soy capaz de adaptarme rápidamente a las circunstancias.

Ava cerró los puños sobre su chaqueta y se recordó que la mansión adonde iban no era de ella, sino de él. Ella no tenía nada que se pareciera remotamente a un hogar. Ya lo sabía antes de tomar la decisión de ir a ver a Thomas, pero su encuentro había borrado toda sombra de duda. Ni siquiera era su padre.

Al notar la tensión de Ava, Harry sintió el deseo de tomarla por los hombros y sacudirla hasta que le dijera lo que había pasado. ¿Por qué se empeñaba en guardar silencio? Le parecía una actitud irracional. Cuanto antes se lo dijera, antes podrían afrontar el problema en cuestión y, con suerte, superarlo.

Ya estaba anocheciendo cuando entraron en el castillo de Bolderwood. Al traspasar la enorme puerta, Ava se sintió tan segura que lo encontró ridículo. Los empleados de Harry habían encendido el fuego en la chimenea del vestíbulo, y las llamas proyectaban una luz anaranjada sobre las flores que adornaban la repisa.

Harvey apareció de repente y corrió hacia ellos, pero no la saludó en primer lugar a ella, que a fin de cuentas era su ama, sino a Harry. Por lo visto, había hecho buenas migas con él.

–Eh, que me vas a llenar de pelos... –protestó.

–No lo puede evitar –dijo Ava–. Es muy cariñoso.

Harvey miró a Harry con sus grandes y cálidos ojos marrones y Harry suspiró.

–Está bien. Se puede quedar.

Ava se quedó sorprendida.

–¿Aquí? ¿En serio?

–No lo habría dicho si no estuviera hablando en serio –ironizó.

Ella soltó un grito de alegría y se lanzó a los brazos de su benefactor.

–¡No te arrepentirás! –declaró, encantada–. Es un perro leal, y te protegerá de cualquiera que te amenace.

Harry observó a Ava con detenimiento, asombrado por su repentino cambio de humor y de actitud.

–Nadie me ha amenazado nunca.

–Pero nunca se sabe.

–En fin, tendré que buscarle un lugar donde pueda dormir.

–Seguro que quiere dormir junto a tu cama...

–No, nada de eso... –Harry la tomó entre sus brazos y la besó brevemente–. Tú puedes dormir conmigo siempre que quieras, pero solo tú, sin más compañía.

Él la besó de nuevo y le pasó la lengua por el labio inferior; ella echó la cabeza hacia atrás, invitándolo a seguir. Entonces, Harry cerró las manos sobre su trasero, la levantó y la apretó contra su erección.

–Vamos a la cama. Ahora –le susurró al oído–. No puedo esperar.

Ava cerró las piernas alrededor de su cintura y dejó que la llevara al dormitorio; la atracción que sentía se había vuelto tan intensa que su cuerpo reaccionaba a las caricias de Harry mucho antes de que su mente pudiera intervenir. Ya no podía controlar la urgencia y la necesidad desesperada que la devoraban.

Al llegar a la habitación, él la tumbó en la cama y Ava se quitó los zapatos, la chaqueta y el vestido sin vergüenza alguna, deseando hacer el amor. Él se quedó de pie y se desnudó con rapidez, tan desinhibido como ella; luego, se inclinó y besó sus labios mientras le iba quitando poco a poco la nueva y delicada lencería.

Sus dedos juguetearon con los pezones de Ava y se introdujeron entre sus muslos, arrancándole gemidos.

–Eres tan sexy... –susurró–. Nunca había conocido a una mujer como tú. Te deseo tanto que ardo por dentro.

Entonces, le alzó las piernas y empezó a acariciarle el clítoris. La respiración de Ava se volvió rápida y entrecortada mientras su cuerpo iba acumulando una energía tan intensa que casi resultaba dolorosa.

–¿Te gusta, Ava?

Ella volvió a gemir. Él le acarició los pechos sin dejar de masturbarla.

–Harry... te lo ruego...

Harry no necesitó que se lo volviera a rogar. Cerró las manos sobre sus caderas y la penetró con una acometida seca y profunda.

Para Ava, los minutos posteriores fueron una sucesión de oleadas de placer que la envolvieron por completo. Y cuando el orgasmo llegó, lo hizo con una potencia que la dejó completamente agotada; en gran medida, porque Harry alcanzó el clímax casi al mismo tiempo y soltó un grito salvaje.

Tras unos momentos de silencio, él le dio un beso en el cuello y dijo:

–Tu pasión es una compañera perfecta de la mía.

Harry se disponía a besarla otra vez cuando se quedó repentinamente inmóvil. Ava se extrañó y lo miró a los ojos.

–¿Qué ocurre?

–Que acabo de verlo, Ava.

–No te entiendo...

Harry la puso boca abajo.

–Ya te has quitado la tirita que tenías. Pensé que sería por alguna herida... ¿Quién iba a imaginar que era un tatuaje?

Ava se puso boca arriba tan deprisa como pudo. Ella no se había quitado la tirita, pero era obvio que se le había caído en algún momento, seguramente, en la ducha.

Y ya no tenía remedio.

Lo había visto.

Era un corazón atravesado con una flecha y, en la flecha, había un nombre: Harry.

–No soy muy amigo de los tatuajes –continuó él–, pero creo que podré soportar el hecho de que lleves mi nombre en la cadera.

Ella no dijo nada. Estaba demasiado avergonzada.

–¿Cuándo te lo hiciste?

Ava se sentó y cerró los brazos alrededor de las rodillas, en un gesto defensivo.

–Cuando tenía dieciocho años. Estaba de vacaciones en España y me emborraché con unas amigas. En su momento, me pareció una gran idea, pero luego...

–Comprendo.

–Me he arrepentido muchas veces desde entonces.

Harry sonrió con picardía.

–Pues a mí me gusta. Reconozco que despierta algo primitivo en mi interior.

Ava hizo caso omiso de su comentario.

–Me lo quitaré cuando tenga dinero –afirmó.

–Oh, vamos, no es para tanto –dijo él, quitándole importancia–. Eras muy joven.

–Pero no me contenté con un tatuaje normal. ¡Tuve que tatuarme tu nombre! –se lamentó–. ¿Te imaginas lo que habría pasado si hubiera conocido a otro chico y...

Ava se detuvo un momento. Acababa de ver la hora en el despertador de la mesita.

–¡Oh, no!

–¿Qué pasa?

–Que había quedado con Damien y lo he olvidado por completo.

–Descuida. Yo te llevaré a buscar el árbol.

Ava se quedó boquiabierta.

–¿Tú?

Él arqueó una ceja.

–Sí, yo. ¿Qué tiene de raro?

–Que no te pega lo de buscar árboles de Navidad.

Harry no se molestó en negarlo. Ava sabía perfectamente que no le gustaba la parafernalia navideña.

–No tenía elección. Es obvio que a Damien le gustas.

Esta vez fue ella quien sonrió.

–No te preocupes por Damien, no tiene la menor posibilidad.

Aunque me divierte que seas tan posesivo.

–¡Yo no soy posesivo! ¡Yo... !

Vito se quedó pálido y la miró con consternación.

–¡Oh, no! ¡Hemos hecho el amor sin preservativo!

Ava se llevó las manos a la cabeza, pero se tranquilizó un poco cuando echó cuentas.

–Seguro que no pasa nada. No estoy en mi momento más fértil.

–Puede que no, pero cualquier momento puede ser peligroso si no se tiene cuidado –le recordó–. No me lo puedo creer. Es la primera vez que lo olvido.

–Bueno, yo tampoco me he dado cuenta. Y por otra parte, siempre hay una primera vez para todo.

Harry guardó silencio. Jamás, con ninguna mujer, había cometido el error de olvidar el preservativo. Pero Ava tenía algo que lo empujaba a bajar la guardia y a suspender su desconfianza natural.

¿Qué pasaría si se quedaba embarazada?

Respiró hondo y se dijo que ya afrontaría el problema si se llegaba a presentar. A fin de cuentas, no era un adolescente; era un hombre adulto que no se dejaba llevar por el pánico.

A la mañana siguiente, Ava se quedó conmocionada al ver la ingente colección de ropa y complementos que le esperaba en una esquina del dormitorio. Ni siquiera sabía qué había empujado a Harry a hacerle un regalo como ese. Solo estaría con él una semana más, pero le había comprado más ropa de la que necesitaría en varios años de uso continuado.

Tras guardarlo todo en el armario, eligió unos vaqueros, un jersey de lana y una chaquetilla y se los puso para bajar a desayunar.

–Feliz cumpleaños –dijo él al verla–. ¿Estás segura de que quieres que salgamos a buscar el árbol de Navidad? Hace un día bastante frío.

–Queda poco tiempo para la fiesta y voy a estar muy ocupada –respondió–. Me gustaría tenerlo cuanto antes.

Ava tuvo que hacer un esfuerzo para no mirarlo como una tonta. Solo habían pasado cuarenta minutos desde que se separaron para ducharse y vestirse, pero le pareció más guapo que nunca. Los duros rasgos de su cara se aliaban con la intensa oscuridad de sus ojos para darle un atractivo tan carismático que encendía cada milímetro de su piel.

Le gustaba tanto que no podía pensar con claridad. Y como tantas veces, se dijo que debía encontrar la forma de mantener las distancias.

Harry se acercó y le ofreció una silla para que tomara asiento, en un gesto de cortesía que la puso nerviosa. En su opinión, la trataba como si creyera que necesitaba de sus cuidados, pero se lo permitía porque sospechaba que, en el fondo, lo hacía por simple caballerosidad.

–Esta mañana vamos a desayunar crepes. Eleanor me ha dicho que te encantan.

Ava se emocionó sin poder evitarlo. Hasta ese momento, nadie se había tomado tantas molestias para celebrar su cumpleaños, ni siquiera su madre, quien siempre la había tratado con frialdad, como si su presencia le resultara incómoda. Y ahora sabía por qué.

En muchos sentidos, había sido una niña maltratada. Estaba desatendida y ni siquiera contaba con el cariño de sus hermanas, que dormían frecuentemente en casa de alguna amiga y la dejaban a solas con una madre alcohólica.

Pero no quería pensar en eso, de modo que se sentó y dio buena cuenta del desayuno que le habían preparado.

Cuando terminó de comer, Harry sacó una cajita y la dejó junto a su plato.

–¿Qué es esto? –preguntó ella.

–Ábrela y lo sabrás.

Ava no necesitaba abrirla para saber que contenía algún tipo de joya.

–Oh, Harry, no quiero más regalos. Me siento mal cuando malgastas el dinero conmigo... –le confesó.

–No malgasto el dinero. Pero en este caso, no me ha costado nada.

Intrigada, Ava alcanzó la cajita, la abrió y se llevó una de las mayores sorpresas de su vida. Era una medalla de Olly, su medalla de San Cristóbal.

–Oh, no... no la puedo aceptar...

Harry le quitó la medalla, le apartó el cabello y se la puso al cuello, poniendo fin a su conato de protesta.

–Así tendrás algo que te lo recuerde –dijo él.

Ava cerró los dedos sobre la cadena, emocionada por su gesto. Significaba que había dejado de ser la mujer que había matado a su hermano pequeño y se había convertido en la mujer que había sido su mejor amiga.

–Gracias...

–Perteneció a mi padre, ¿sabes? Olly le tenía mucho aprecio... –la voz de Harry se quebró un poco–. En fin, ¿qué te parece si vamos a buscar ese árbol?

Ava tragó saliva para contener la emoción y acompañó a Harry hasta su cuatro por cuatro, al que Harvey se subió en cuanto abrieron las portezuelas. Minutos después, él detuvo el vehículo en la plantación de coníferas que se encontraba en los terrenos de la propiedad y abrió el maletero para sacar una lata de pintura y una brocha con la que marcar el árbol que eligieran.

La gélida brisa azotó las mejillas de Ava, que volvió a tocar la medalla de Olly, la que llevaba puesta la noche del accidente. Sin embargo, se dijo que regodearse en el pasado era lo último que necesitaba en ese momento.

Tras un breve paseo por la plantación, se detuvo delante de un abeto de ramas densas y bien formadas que casi llegaban al suelo.

–Este servirá.

Harry lo marcó con la brocha y la dejó encima del bote de pintura para meterse las manos en los bolsillos. Las tenía heladas.

–Ha sido una decisión rápida...

De repente, Ava sonrió y miró al cielo.

–¡Mira! ¡Está nevando!

Harry se quedó encantado con su expresión de felicidad cuando alzó los brazos y empezó a capturar copos de nieve con el entusiasmo y la falta de inhibiciones de una niña. Pero también le entristeció un poco, porque le recordó que Ava no había tenido una infancia de verdad.

–¿No crees que ha llegado el momento de que vayas a ver a tu familia?

Ava se quedó helada.

–Ya... ya he ido a verlos –declaró con tanta rapidez como nerviosismo–. ¿Volvemos al coche? Tengo frío.

Harry frunció el ceño.

–¿Qué diablos ha pasado?

Ella no tuvo más opción que ser sincera.

–He descubierto que no soy hija de Thomas Fitzgerald. Soy hija ilegítima de un padre desconocido.

–¿Cómo?

Ava intentó huir hacia el coche, pero él le puso una mano en el brazo y la detuvo.

–¿Qué es eso de que no eres hija de Thomas?

Momentos después, cuando ya le había explicado toda la historia, lo miró a los ojos y añadió con tristeza:

–Ya no me extraña que no me visitaran ni una vez cuando estuve en prisión. Nunca formé parte de esa familia.

Harry soltó una maldición en italiano y sacudió la cabeza.

–Es absolutamente inadmisible. Thomas tendría que habértelo dicho hace mucho tiempo. Ha sido muy cruel contigo.

–Olvídalo, Harry. Ya no tiene importancia.

–¿Que no tiene importancia? Ese hombre...

–¡He dicho que lo olvides! –bramó.

Harry guardó silencio y la llevó de vuelta a casa. Habría dado cualquier cosa por poder animarla, pero la conocía lo suficiente como para saber que en ese momento necesitaba que la dejara en paz.

Cuando entraron en el vestíbulo del castillo, descubrieron que Eleanor Dobbs los estaba esperando. Y parecía preocupada.

–¿Qué ocurre, Eleanor? –preguntó Harry.

El ama de llaves le dio un periódico. El titular no podía ser más canallesco: Harry Styles, con la asesina de su hermano. Junto al artículo que lo acompañaba, habían publicado dos fotografías; la primera, de Ava en la época del accidente; la segunda, la que les habían sacado en la salida del centro comercial.

Cuando Ava lo vio, se quedó tan blanca como la nieve que empezaba a cubrir las tierras de Bolderwood.

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