Inocente - Harry Styles

By Danielle_Hs_

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Era una atracción imposible... El millonario Harry Styles tenía un vacío inmenso en su corazón desde que Ava... More

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Epílogo

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By Danielle_Hs_

Karen Harper dejó un cojín sobre la mesa de Harry Styles. Era de lana y le habían bordado un perrito.

–¡Esto es inadmisible! –exclamó la mujer–. ¡Ava ha comprado regalos ridículos! Deberíamos obligarla a devolver el dinero y encargar la tarea a otra persona.

Harry la miró con exasperación. Estaba muy ocupado y no tenía tiempo para asuntos irrelevantes, pero descolgó el teléfono y dijo a su secretaria:

–Por favor, dile a la señorita Ava Fitzgerald que venga a mi despacho.

Ava estaba en el cuarto de baño cuando apareció la secretaria de Harry, una rubia de treinta y tantos años. Aún se sentía avergonzada por la escena que Karen Harper le había montado unos minutos antes, delante de todo el mundo. Se había tenido que morder la lengua para no responder de mala manera cuando la directora gerente vio lo que había comprado y la acusó de ser una idiota.

–El señor Styles quiere hablar contigo.

Ava salió del cuarto de baño y se dirigió al despacho de su jefe. Había pasado un día entero desde su último encuentro y, si hubiera dependido de ella, habría pasado un siglo hasta el siguiente. No le agradaba la idea de volver a ver a un hombre que la despreciaba y que no desperdiciaba la ocasión de humillarla, sobre todo, porque era el hombre del que había estado enamorada.

Harry, que llevaba un traje de color gris y estaba devastadoramente elegante, señaló el cojín de la mesa y preguntó:

–¿Qué es esto, Ava?

–Un regalo para Matt Aiken y su esposa. Los investigué y descubrí que crían perros labradores con los que participan en concursos. Me pareció que les gustaría.

–¿Y qué dices de ese espantoso jarrón que has comprado? –intervino Karen.

–Procede de una organización de Bombay que ayuda a las viudas sin recursos... Ruhina Dutta está muy preocupada por los derechos de las minorías en la India. Pensé que ese regalo le gustaría bastante más que un perfume –respondió Ava, sin dejarse intimidar.

–Ya, claro... ¿Y la cadena de Tiffany's? –insistió Karen–. Es tan ridícula que ni siquiera tiene un cierre para...

–No tiene cierre porque es una cadena para gafas –la interrumpió–. La compré para la señora Fox después de leer una entrevista donde se quejaba de que las gafas se le caen constantemente.

Harry soltó una carcajada. Su irritación por tener que ocuparse de un asunto menor había desaparecido por completo. Se lo estaba pasando en grande con el enfrentamiento de las dos mujeres.

–Eso no justifica que hayas comprado un montón de cosas relacionadas con animales –declaró Karen, que no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.

–¿Por qué no? A la gente le gustan los animales... Además, me dijiste que ahorrara siempre que fuera posible.

–¡Pero no te dije que compraras basura!

–No es basura –se defendió–. Sin embargo, sobra decir que todo se puede devolver.

Harry decidió intervenir.

–Eso no será necesario. Termina el trabajo que te encargué, es obvio que has hecho tus deberes y que te has tomado muchas molestias para averiguar lo que le gusta a las personas de la lista. Pero por favor, no me molestéis más con trivialidades. Salid de aquí y llevaos vuestras diferencias de criterio.

La directora gerente se puso tensa.

–Por supuesto, señor Styles. Siento haberlo interrumpido.

Las dos mujeres estaban repasando la lista cuando aparecieron un par de compañeros de trabajo que habían visto los folletos de Marge y querían contribuir con dinero a la causa del refugio. Naturalmente, eso aumentó el enfado de Karen.

–Te recuerdo que estás aquí para trabajar, no en busca de apoyo a tu organización benéfica favorita. Cuando vuelvas esta tarde, te daré más cosas que hacer. Será mejor que acabes pronto con tus compras.

Karen cumplió su palabra. Aquella tarde, la llevó a los archivadores del sótano y le dio trabajo suficiente como para mantenerla ocupada durante muchos días. Ava sabía que la estaba castigando, pero aceptó el encargo sin resentimiento alguno. Aunque el sótano era un lugar frío y solitario, tenía la ventaja de que, al menos, no se cruzaría con Harry.

Una semana después, Harry estaba en un restaurante famoso, admirando a su acompañante. Laura era una mujer muy sexy, de ojos almendrados y largo cabello rubio. Cualquier hombre se habría sentido atraído por ella, pero Harry no era cualquier hombre. Su voz le parecía demasiado aguda; su boca, demasiado tensa; y además, le disgustaba que la modelo se dedicara a criticar constantemente a sus compañeras de pasarela.

Quizás había llegado el momento de romper con Laura,exactamente igual que había roto aquella mañana con una vieja tradición.

A primera hora, había recibido una llamada telefónica de Damien Keel, el nuevo director de su empresa inmobiliaria. Damien, que no sabía nada de lo sucedido tres años antes, estaba organizando su agenda para las Navidades y quería saber si iba a dar una fiesta en el castillo. Harry no había celebrado fiestas en Bolderwood desde la muerte de Olly, pero pensó que tres años era mucho tiempo de luto y que había llegado el momento de volver a la normalidad.

Tras despedirse de Laura, volvió a AeroCarlton y miró hacia recepción. No había visto a Ava en varios días, así que empezaba a sentir curiosidad.

–¿Sabes si Ava Fitzgerald sigue con nosotros? –preguntó a la recepcionista.

–No, señor.

–Pues averígualo.

Minutos después, la recepcionista le dijo que Ava se encontraba en el sótano, trabajando. Para entonces, ya había terminado de organizar los archivos viejos, pero, lejos de levantarle el castigo, Karen le encargó que pusiera en orden los más recientes. Y allí estaba, llevando cajas de un lado a otro, cuando oyó una voz que ya le resultaba familiar.

–Como no creo que tengas tiempo para comer, te he traído la comida yo mismo.

Ava se dio la vuelta y se encontró delante de Pete Langford. Pete, un compañero de trabajo, era un hombre delgado y de altura media que bajaba de vez en cuando a charlar con ella. Ava sabía que le gustaba y había hecho lo posible por quitárselo de encima, pero sin éxito.

–Venga, descansa un poco.

Pete se acercó a la mesa y dejó un bocadillo y un refresco.

–Te lo agradezco mucho, pero no me apetece. Además, tengo que ir de compras.

–Deja las compras para más tarde.

Ava se apartó de él. Sus compañeras le habían advertido que Pete Langford siempre intentaba ligar con las recién llegadas.

–Lo siento, pero no puedo.

Pete suspiró.

–¿Se puede saber qué te pasa?

–No me pasa nada –respondió–. Simplemente, no me interesas.

–¿Es que eres lesbiana? –preguntó con brusquedad–. No te enfades, pero supongo que tres años en una prisión de mujeres...

Ava palideció.

–¿Quién te ha dicho que estuve en la cárcel?

–Oh, vamos, lo sabe todo el mundo.

–¿Cómo es posible? Yo no lo he mencionado nunca –declaró, humillada.

En ese momento, se oyó una voz que dejó helado a Pete y a la propia Ava. Era la voz de Harry Styles.

–Buena pregunta... ¿Quién te lo ha dicho, Pete? Se supone que eso es información estrictamente confidencial.

Harry estaba en la entrada del sótano, mirando a su empleado con cara de pocos amigos. De hecho, parecía furioso. Pero Ava jamás habría imaginado que su enfado no se debía tanto al hecho de que Pete tuviera información confidencial como a los celos que había sentido al verla en compañía de otro hombre.

–No recuerdo quién me lo dijo, señor... –respondió Pete con inseguridad–. Será mejor que vuelva arriba.

–Una idea excelente –bramó.

Pete salió a toda prisa y Ava frunció el ceño.

–¿A qué ha venido eso?

Harry hizo caso omiso de la pregunta.

–¿Desde hace cuánto estás en el sótano?

–Desde que fui a tu despacho para hablar de los regalos.

–¿Llevas toda una semana aquí?

Ava asintió.

–Sí.

–Dios mío... –Harry echó un vistazo a la fría y oscura sala–. Para ti, habrá sido como volver a la cárcel.

–Bueno, es trabajo. Y me alegro de tenerlo –declaró ella–. Además, te aseguro que la cárcel es mucho peor que el sótano de una oficina.

–De todas formas, quiero que sepas que no fue idea mía.

–Lo sé. Tú no eres tan mezquino. Aunque, pensándolo bien, creo que es la solución perfecta para ti. Me querías bien lejos y aquí estoy lo más lejos que puedo estar declaró con humor.

La cara de Ava se iluminó con una sonrisa que a Harry le pareció preciosa. Era una mujer verdaderamente bella, tanto que, a pesar de todos sus esfuerzos por mantener las distancias y refrenar sus instintos, no deseaba otra cosa que volver a probar el sabor de sus labios. Y mientras la observaba, su imaginación lo traicionó y la vio tal como la recordaba en su memoria, con corpiños, faldas de cuero y botas militares.

Los ojos de Ava brillaron y se oscurecieron a continuación. De repente, el ambiente se había cargado de electricidad. Era como estar en el ojo de una tormenta. Ava caminó hacia Harry sin ser consciente delo que hacía, pero siendo increíblemente consciente del endurecimiento de sus pezones y del calor que notaba entre las piernas.

Harry no lo pudo evitar. Cerró una mano sobre su muñeca, la apretó contra su cuerpo y la abrazó, dominado por el deseo. Después, alzó la otra mano y le acarició el labio inferior con un dedo, dulcemente.

Ava gimió y susurró:

–Bésame.

El deseo de Ava era tan apremiante que no podía pensar en otra cosa. Harry bajó la cabeza y la besó con todo el hambre de su poderoso cuerpo, ella respondió del mismo modo, apretando los pechos contra él. Las piernas se le doblaban y tenía la sensación de que el mundo había empezado a girar a su alrededor.

Entonces, Harry se apartó un poco, le acarició un pezón por encima de la ropa y, tras arrancarle un gemido, dijo:

–Este no es el lugar más adecuado, cara mia.

Ava respiró hondo para recuperar el control de su traicionero cuerpo y sobreponerse a la decepción de su retirada. Pero sabía que también había sido difícil para él, porque notaba la fuerza de su erección. Y se sintió aliviada al tener la certeza de que esta vez no se había quedado sola al caer en el torbellino del deseo.

–No te preocupes, Ava –dijo con seriedad–. Me encargaré de que te saquen inmediatamente del sótano.

–Olvídalo. No es necesario.

–Por supuesto que lo es. Me precio de tratar bien a mis trabajadoras. Aislarte en el sótano y condenarte a un trabajo tan aburrido como repetitivo es algo absolutamente inaceptable.

Ella le miró con picardía.

–¿Qué has querido decir con eso de que tratas bien a tus trabajadoras? ¿Es que también las besas?

–No. Tú eres la primera.

–Y supongo que ahora me vas a decir que no volverá a pasar...

Él le lanzó una mirada tormentosa y ella se ruborizó repentinamente, consciente de que lo había provocado a propósito.

Harry todavía estaba excitado cuando empezó a subir las escaleras. Ava Fitzgerald le gustaba tanto que habría podido sentarla sobre la mesa, separarle las piernas y saciar su mutuo deseo, pero detestaba perder el control.

Ya no podía negar que la deseaba. De hecho, la deseaba más de lo que había deseado a ninguna mujer en mucho tiempo. Y no se podía engañar a sí mismo con la antigua excusa de que solo le gustaba porque era una especie de fruta prohibida. Ava había dejado de ser una adolescente. Era una mujer adulta y libre de compromiso. Tan adulta y libre como él.

Además, no tenía motivos para desaprovechar la ocasión que se le había presentado. Era una mujer sexy que lo excitaba, y esa excitación era tan poco común en su vida que bastaba para desestimar cualquier otra consideración, incluido el hecho de que se tratara de la mujer que había causado el accidente de Olly.

Una hora más tarde, Karen Harper llamó a Ava para que subiera a recepción, donde le pidió que hiciera café y ordenara la sala, entre otros encargos. La tarde pasó rápidamente y, cuando terminó, fue al refugio a recoger a Harvey. Marge se alegró tanto al saber que varios empleados de AeroCarlton querían comprar sus productos que la invitó a cenar.

Después, dio un largo paseo con Harvey y se sentó a descansar en un banco durante unos minutos. Aún no se había acostumbrado a la idea de que había recobrado su libertad y de que su vida ya no estaba sometida a los límites y las regulaciones de la cárcel.

Cuando sonó el teléfono móvil, se sobresaltó. Tenía la esperanza de que fuera alguna de sus hermanas, pero era Harry.

–Hola, Ava. Necesito tu dirección. Quiero hablar contigo.

Ava se llevó una buena sorpresa, pero le dio la dirección a pesar de que le disgustaba la idea de que Harry viera su modesto domicilio. Y como ya no tenía tiempo de devolver el perro a Marge, se levantó y se dirigió a casa a toda prisa.

Conociendo a Harry, daba por sentado que querría hablar con ella para decirle que lo sucedido en el sótano no significaba nada. Pero Ava no se había hecho ilusiones al respecto. Los millonarios como él no mantenían relaciones serias con sus empleadas, sobre todo si la empleada en cuestión era una expresidiaria que había matado a un familiar suyo.

Pensó que se había dejado llevar por un impulso y que después, al pensarlo, habría entrado en razón. Y se preguntó si había sido culpa suya, si no se le habría insinuado inconscientemente.

Sin embargo, esta vez no estaba dispuesta a cargar con toda la responsabilidad. Ni a permitir que la acusara de haberlo seducido.

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