Honor y sangre

Von SebastianPain

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Ron Dickens es un joven de voluntad y honor inquebrantables, quien aspira a convertirse en el mejor policía d... Mehr

PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO - HUESOS Y LLAMAS
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CAPÍTULO DOS - ORDEN Y ENTROPÍA
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CAPÍTULO TRES - EN EL OJO DE LA TORMENTA
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CAPÍTULO CUATRO - A SANGRE FRÍA
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CAPÍTULO CINCO - EN LA LINEA DE FUEGO
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EPÍLOGO - NUEVA VIDA

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Von SebastianPain

El sábado, temprano en la mañana, Ron y Jeffrey comenzaron a preparar todo para la visita de Suzanne. Luego de desayunar, pusieron manos a la obra en limpiar y ordenar la casa. No se hallaba particularmente sucia, pero si era cierto que tres hombres solos no conservaban la misma prolijidad que una mujer, y podrían haber limpiado mucho más si no fuera porque James, su padre, no se levantó hasta pasadas las once de la mañana quejándose de su rodilla, y no pudo ayudarlos.

Luego de limpiar los pisos, elegir los mejores platos y cubiertos, un mantel de rojo carmín y planificar lo que cocinarían, ambos hermanos se encaminaron rumbo al mercado. Dejaron a su padre sentado frente a la misma típica ventana de siempre, con su vieja radio Philco a baterias transmitiendo su country bluegrass, escupiendo las notas a través de sus desgastados parlantes que saturaban algunas notas de banjo. Ron subió primero al coche, su recién restaurado Camaro del 67, y dio una vuelta de llave mientras su hermano abria la verja de la casa. Salió en reversa hasta la calle y esperó, paciente, a que volviera a cerrar. Un momento después, Jeffrey subió del lado del acompañante, cerrando la portezuela tras de sí. En cuanto Ron enfiló la avenida, Jeffrey sacó su siempre arrugado paquete de Marlboro del bolsillo, y encendió uno.

—¿Tienes que fumar dentro de mi coche? —le preguntó Ron. —¿Cuántas veces debo preguntarte lo mismo?

—Solo será uno, no me estés fastidiando —Jeffrey hizo una pausa para dar una nueva pitada—. Creí que te levantarías con mejor humor, sabiendo que Suzie viene hoy.

—¿Yo? Claro que sí, solo bromeo contigo —Ron sonrió, encogiéndose de hombros. La verdad era que le molestaba el hecho de que su hermano fumara dentro del coche, pero no iba a iniciar una riña por eso. En cambio, lo miró de reojo al llegar a un semáforo—. ¿Y tú, Jeff?

—Yo estoy bien.

—Jeffrey... —Lo miró, condescendiente.

—Estoy ansioso, ya sabes... siempre me pongo ansioso cuando Suzie viene a comer con nosotros, o a visitarnos. Si pudiera no estar presente, lo haría, sabes que lo digo en serio —explicó—. Papá no va a perder oportunidad de atacarme por algo.

—Solo ignoralo, y ya. Está mayor, y se hará peor con el paso del tiempo.

—Su edad no justifica los hechos, Ronnie. Y sabes que no puedo ignorarlo, no cuando el ambiente es tan incómodamente espeso. Sabes bien como soy yo.

El semáforo cambió a verde, y Ron avanzó haciendo que el motor roncara suavemente, asintiendo con la cabeza sin decir nada mas. Sabía que Jeffrey siempre había sido demasiado impulsivo, y en parte lo entendia. Quizá las cosas fueran mejores de aquella forma, pensaba. Si Jeffrey hubiera elegido su misma carrera y algún día empuñaba un arma... sabe Dios lo que pasaría.

—Solamente tratemos de comer en paz, como siempre. Las últimas veces no ha sucedido ningún problema —dijo, como queriendo evadir la línea de sus pensamientos.

—Las últimas veces yo no estaba en casa.

Ron no respondió absolutamente nada a eso, simplemente siguió conduciendo hasta el supermarket mas cercano, donde compraban sus provisiones a diario. Desde la mayoría de edad la situación con su hermano y su padre muchas veces rayaba lo insostenible, pero sabía que no podía hacer nada al respecto. Ron tenía toda la razón del mundo, su padre estaba mayor, y enfermo. No cambiaría ni ahora ni nunca, y el único paño frío que podría aportar a todo aquel problema familiar, era el hecho de esforzarse por ser un excelente policía. Era algo que se lo había prometido, a su padre y a sí mismo, ni bien había conseguido su lugar en la academia. Y lo cumpliría como fuese posible.

Minutos después, Ron estacionó el Camaro en el parking del Publix. Apagó el motor, sacó la llave del contacto, y ambos hermanos bajaron del coche, cerrando tras de sí. Antes de cruzar la puerta de entrada, Jeffrey tomó un carrito de metal e hizo una mueca graciosa, pasando un mechon de cabello exageradamente por encima de su hombro.

—Ahora, querido, trata de comportarte y no me toques el culo —dijo, afinando su voz—. No quiero que me dejes en ridiculo otra vez.

—A veces me das miedo, Jeff —sonrió al tiempo que negaba con la cabeza.

La puerta de entrada automática se deslizó hacia los lados, permitiéndoles el paso, y al instante el frío de los aires acondicionados del local les golpeó placenteramente en el rostro. Caminaron por las góndolas llenas de productos tomando un pack de cervezas, una botella de vino, queso, aceitunas y bacon para preparar antes de la comida, snacks salados, algunas galletas, carne de cerdo y varias cosas más. Luego de una media hora eligiendo sus comestibles, se dirigieron a la caja, Ron pagó con su tarjeta de crédito, y usando el mismo carrito de metal salieron rumbo al Camaro estacionado, para cargar las bolsas en el maletero del coche.

Una vez hicieron aquello, Ron devolvió el carrito adonde estaba y luego regresó al coche, subiendo del lado del conductor. Jeffrey lo esperaba dentro, con el brazo derecho colgando fuera de la ventanilla, y un cigarrillo entre sus dedos.

—Yo me pondré a cocinar en cuanto lleguemos, ¿Tú podrías revisar si nos faltó algo por limpiar en la casa? —preguntó Ron.

—Claro, no hay problema.

—¿Te dijo Suzie a que hora llegaría?

—Pasadas la una, supongo. Aún tenemos tiempo de sobra, tú tranquilo.

Ron dio un resoplido, mientras maniobraba hacia la salida del parking.

—Es increíble, no voy un sábado a la academia, y ni siquiera sé en que hora estoy parado.

—¿Cómo vas con eso, Ronnie? ¿Serás un buen policía?

Ron apartó los ojos de la calle que se extendia por delante, para mirarlo un momento. Salvo muy contadas veces, Jeffrey nunca le preguntaba como le iba en la academia de policía. Y que lo hiciera tan de repente, era muy raro.

—¿Te sientes bien, Jeff?

—Sí, claro. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque jamás dices nada sobre mi carrera, es más, hasta donde sé, te importa una mierda.

Como toda respuesta, Jeffrey lo miró y se encogió de hombros. Dio otra pitada a su cigarrillo, y soltó el humo soplando hacia la ventanilla abierta. Ron volvió a retomar la charla.

—Pues bien, si todo me sale como espero, en unos pocos meses ya podré ejercer la profesión. Solo me faltan las últimas pruebas de aptitud física, pero va todo de maravilla. Gracias por preguntar —dijo.

—Solo espero una cosa de ti.

—¿Ah, sí? ¿Cómo qué, por ejemplo?

—Que el día en el cual tengas que venir a arrestarme, me avises con un poco de tiempo. Dame ventaja, hermanito.

Jeffrey codeó levemente a su hermano, pero a Ron no le hizo la mínima gracia. Lo miró sin comprender, y luego habló.

—¿Por qué habría de ir a perseguirte?

—Vamos, hombre... solo es una broma.

—Eso espero, Jeff.

Continuaron el camino sin decir nada más, mientras Jeffrey encendia la radio buscando la X666, la única radio en FM que transmitía heavy metal. Ron lo dejó hacer, aun a pesar de que no era demasiado fan de aquella música, mientras permitia que su mente se perdiera en sus propios pensamientos, cuestionándose aquella broma tan extraña de su hermano. Sabía bien que no tenia una vida de las mejores, que sus amigos eran de dudosa reputación y consumía alguna que otra sustancia de vez en cuando, nada del otro mundo: hachís, LSD, marihuana y anfetaminas. Pero no era un chico malo, nunca había asaltado a nadie, ni se había metido en lios gordos.

Sin embargo, notaba que últimamente se estaba comportando de forma muy rara. Fumaba mucho más que antes, se mostraba mas misterioso y reservado consigo mismo, salía de casa por muchas horas y cuando volvía, la mayoría de las veces lo hacia en el momento en que todos dormían. Como si estuviera en cosas que quizá eran mucho mas complicadas de lo que pudiera explicar. Y aunque había pensado más de una vez en preguntarle que le pasaba, sabia que eso era una mala idea. Por lo general, Jeffrey no se tomaba a bien cuando alguien intentaba averiguar en sus asuntos, y hacer aquello solo crearía una brecha entre hermanos.

Llegó a la casa minutos después, luego de haber fluido junto con un transito que marchaba en suaves y humeantes oleadas de velocidad media, adormeciendolo con el ruido a motores, el olor caracteristico del caucho contra el asfalto, y las guitarras del rock que Jeffrey tarareaba a su lado. Estacionó el Camaro en el patio, apagó el motor y descendiendo del mismo, comenzaron entre ambos a descargar el maletero del coche. Una vez todo estuvo en orden, Jeffrey comenzó a revisar que todo estuviese limpio mientras Ron cocinaba, fileteando la carne, sazonándola con cebolla y condimentos antes de meterla al horno.

Jeffrey tardó su buena hora y media en pulir el candelabro de mesa y las luminarias de los techos, y para cuando había acabado, Ron ya preparaba las papas y la salsa para la guarnición con la que acompañaría la carne. Justo cuando daba vuelta la carne, y colocaba las papas con salsa a preparar en el compartimento inferior del horno, el ruido a un motor y un par de toques de bocina se escucharon desde afuera. Jeffrey miró por la ventana y se giró hacia su hermano, sonriente.

—¡Es ella! —exclamó, al tiempo que salia casi corriendo hacia la puerta. Ron lo miró, evocando con un agradable dejavú las épocas de sí mismo, cuando tan solo tenia ocho o nueve años de edad, y corría con la misma prisa para recibir en el portón a su madre.

Se lavó las manos, para quitarse el excedente de comida, y salió al patio en el preciso momento en que su hermano abría la portería de hierro, para que la camioneta Toyota de Suzanne ingresara al patio. Su hermana estacionó al lado del Camaro de Ron, apagó el motor y bajó. Estaba preciosamente impecable, pensó, con su cabello castaño y lacio suelto, pasandole por debajo de la línea de los hombros. Su sonrisa ancha le daba un brillo casi especial a sus ojos color miel, y aunque solo hacia tres meses que no veía a su hermana, no podía evitar sentir un agujero en el pecho como si no la hubiera visto en años.

—¡Suzie! —Jeffrey se abalanzó y envolvió a su hermana en un abrazo que casi la desarma. —Oh, te he extrañado...

Suzanne le dio un beso en cada mejilla, y le sacudió con las manos la larga cabellera negra.

—Vaya maraña que traes —le bromeó—. Te he extrañado también, Jeff.

Ron se acercó a ellos, y Suzanne se distanció un momento de Jeffrey, para tomar a Ron de los brazos y mirarlo con detenimiento.

—¡Guau, Ronnie! —exclamó. —Veo que le has dado duro al ejercicio. ¡Cuánto te he extrañado!

Ambos se abrazaron, y Ron la estrechó contra sí hundiendo los dedos en la nuca de su hermana, por debajo del cabello, y cerrando los ojos.

—Y nosotros también a ti, Suzie. Es bueno verte aquí, en casa.

—¡Ven, entra! Imagino que debes estar exhausta de conducir —intervino Jeffrey.

—Pues sí, no me vendría mal tomar un descanso. Pero antes ayudame a sacar un pastel de manzana que he comprado, para el postre. Está en la camioneta, atrás.

Jeffrey le abrió la puerta trasera, y Suzanne metió medio cuerpo dentro del vehículo, para salir después con un suculento pastel envuelto en una cupula transparente de plástico. Así, los tres hermanos caminaron rumbo a la casa, dejaron el pastel en el refrigerador, y Suzanne miró a todos lados.

—¿Y papá? —preguntó.

—¡Estoy aquí! —exclamó la voz de James, desde su habitación. Un momento después, el sonido de la radio se enmudecio en la distancia, y apareció deslizándose por su silla de ruedas, hacia el living. Suzanne lo vio, con sus finas canas poblandole los costados de su cabeza, y sus piernas enflaquecidas. Sintió una oleada de ternura, y se agachó levemente para abrazarlo.

—¡Hola, papá! —sonrió.

—Mi niña, estás bellisima... —murmuró, sobre su hombro. —Me imagino que te quedarás varios días, ¿verdad?

—Sí, casi dos semanas, quizá con suerte sean tres.

—Vaya, ¿hay mucho trabajo?

—Ya tendremos tiempo de hablar todas esas cosas en el almuerzo, papá. Por ahora solo quiero descansar, y no pensar en eso.

—Supongo que la comida estará lista en una media hora, o poco más —dijo Ron—. ¿Quieres una cerveza, de mientras?

—Claro que sí. Sentémonos afuera, si les parece.

—Por mi está bien —dijo Jeffrey.

—¿Vienes, papá? —preguntó ella.

—No, escucharé el noticiero en la radio, y ya me uniré a la charla en la comida. Gracias, querida.

—Como prefieras —miró el living con una sonrisa satisfecha—. Es tan bueno sentirse en casa...

Ron fue a la cocina, abrió el refrigerador y volvió al living con tres latas de cerveza. Le extendió dos de ellas a sus hermanos, y los tres caminaron hacia la puerta de entrada. Salieron al patio y tomaron asiento en la escalinata del porche, Suzanne y Ron uno al lado del otro, Jeffrey en el suelo, frente a ellos, con las piernas cruzadas. Abrieron las latas de cerveza rompiendo el cerrojo con un chasquido, y las levantaron al unisono mirándose entre sí.

—Salud, hermanos —dijo ella, antes de dar un largo sorbo.

—Salud —respondieron, y luego fue Ron quien continuó: —Hay mucho trabajo, ¿verdad?

—Pues sí, la verdad es que sí. Ya sabes como es esto, todo depende de la venta de acciones en primera emisión que logremos conseguir este año —dijo, encogiéndose de hombros—. Si el mercado primario no es favorable, el mercado secundario se tambalea y repercute en la economía de las grandes empresas del mundo, por no hablar de los valores deficitarios.

—Vaya locura —comentó Jeffrey. Dio un trago de cerveza y luego dejó la lata en el suelo, a su lado, para poder encender un Marlboro.

—Es complicado, pero es algo a lo que, con el tiempo, le he tomado mucho cariño. Manejar acciones, la oferta y la demanda de la bolsa, trabajar en Wall Street es un paraíso para quien le gustan las finanzas.

—Ya, muchos numeritos, ¿pero tu vida amorosa, que tal va? —preguntó Ron, guiñándole un ojo. —Cada día que pasa tienes más belleza en el cuerpo y dinero en tus cuentas bancarias, eso es una combinación mortal.

Suzanne no pudo evitar reir ante la observación, y al hacerló, un mechón castaño le resbaló grácilmente por su mejilla. Se lo apartó con una mano y negó con la cabeza.

—Bah, nada de eso. Hay oportunidades, es como todo... pero lo menos que necesito en mi vida ahora mismo es un hombre. Imaginate, que me esté llamando todo el tiempo, tener que salir a cenar, ver atardeceres... no tengo tiempo para esas cosas.

—En algún momento tendrás que asentarte, Suzie —observó Jeffrey—. No puedes vivir trabajando toda la vida, ni ahogar ciertas necesidades bajo una ducha. Formar una familia es importante.

Ella lo miró con una expresión mezclada entre asombro y extrañeza.

—Vaya, mira quien me habla de responsabilidades. No estás en las mejores condiciones para dar esos consejos, hermanito —comentó, con una sonrisa.

—Yo soy un espíritu libre, Suzie. Tómalo o déjalo —respondió, mientras que se colocaba el cigarrillo en la comisura de los labios para gestualizar la mano cornuda.

—¿Y tú, Ronnie? ¿Qué tal vas con la academia?

—Mejor de lo que pensaba. Supongo que en breve asumiré el cargo. Solo me quedan las ultimas pruebas de resistencia física.

—Pues vaya, me alegro muchísimo por ti. Serás el mejor policía, ya lo verás.

—Al menos haré mi mejor esfuerzo —respondió, mientras se ponía de pie. Apuró un par de tragos de su cerveza y chasqueó los dedos, mientras señalaba hacia adentro—. Ire a ver que tal va la carne.

Ron se perdió dentro de la casa, mientras que Jeffrey lo observó alejarse por el living, dando una lenta pitada a su cigarrillo. Suzanne lo miró con detenimiento, y al ver que el silencio se prolongaba más de la cuenta, al fin habló.

—¿Qué hay de ti, Jeff? ¿No tienes ningún proyecto para tu vida?

—¿Por qué lo dices?

—Solo comentaba...

—Vamos, Suzie. Tu no comentas nada porque si, anda, escúpelo.

Suzanne bebió un trago de su cerveza, que comenzaba a perder el frío poco a poco, y respiró hondo. Sabía como era su hermano menor, el más reservado de los tres, y también el más impredecible. Su mente ensayó rápidamente las palabras correctas que utilizaría, antes de responder.

—Bueno... la última vez que hablé por teléfono con papá, me dijo que estabas sin rumbo, mucho más que antes. Quizá solo estaba exagerando, pero de la forma en que me lo dijo, sonaba preocupado, y me preocupó a mi —dijo.

—Maldito infeliz...

—Jeff, tu sabes que...

Pero él la interrumpió.

—¿Preocupado? Él no está en absoluto preocupado, no de mi. Si tan solo yo fuera alguien como Ronnie, o como tu, el par de hijos modelo que siempre lo enorgullecen, quizá sería distinto. Pero no es así, y lo sabes.

—Jeff.

—No, sabes que tengo razón —dijo él. Terminó de fumar su cigarrillo, y lo arrojó a un costado con exasperación—. Lamento si no soy lo que él esperaba, pero yo también tengo una vida propia, que no le permitiré manejarla a su gusto como lo hizo con Ronnie o contigo. Tengo mis proyectos, tengo mis ambiciones, y no son las que él quiera. Y hasta que no termine de asumirlo, vivirá sumido en su odio de mierda hasta que se muera, lo sabes bien.

—Solo me habló de ti con la mejor intención, Jeff... Me parece que estás elevando la situación más de la cuenta.

—Yo no lo creo. A él le importa tres rábanos que hago con mi vida, si te lo dijo fue por algo. Para que me eches la bronca como lo haría mamá, o tengamos una discusión, de verdad no lo sé —Jeffrey negó con la cabeza, y luego la miró, condescendiente—. Estoy hastiado de que todos a mi alrededor juzguen cada cosa que hago, ¿realmente quieres hablar de esto, Suzie? ¿Hay necesidad de arruinar así tu visita?

—No, claro que no —asintió ella—. Hablemos de otra cosa, ¿has comenzado a trabajar?

—No, aún no.

—¿Y cómo le haces para mantenerte, entonces? —le preguntó ella, asombrada. —Quizá Ronnie te ayuda en tus gastos.

—A veces, pero tengo mis cosas. Normalmente no necesito pedirle nada.

—¿Y esas cosas, son legales?

—Sí, claro.

Sin embargo, en el fuero interno de Suzanne, se dio cuenta rápidamente que no era cierto. No solo por la mala espina que sintió, sinó porque conocía bien cuando Jeffrey estaba mintiendo. En aquel momento, Ron asomó por la puerta.

—La comida está lista, chicos.

Ambos se pusieron de pie. Suzanne miró a Jeffrey como si quisiera decirle algo más con la mirada, al estilo de "Ésta charla no se ha terminado, ¿lo sabías?", pero Jeffrey simplemente se encogió de hombros, y entró rápidamente a la casa. Entre los tres pusieron la mesa, sirvieron la bebida y cortaron la carne en porciones. James acercó su silla de ruedas a la cabecera de la mesa, donde siempre se había sentado durante toda su vida, Ron a su derecha, Suzanne a su izquierda y Jeffrey en la punta opuesta.

—¿No es hermoso? Todos juntos, como siempre —comentó ella, y acto seguido, le dio un bocado a su carne—. Está exquisito, Ronnie.

—Gracias, Suzie.

—Es bueno tenerte de nuevo con nosotros, querida —dijo James, que se acomodaba una servilleta de tela encima del regazo—. ¿Cómo vas con tu trabajo?

—De maravilla, papá. Muy activa, como siempre. Las finanzas no paran, al igual que el mundo.

—Y ya lo creo... —James asintió con la cabeza. —El dinero, el gran motor de este planeta, por un lado. Suzanne Dickens y su brillante administración, por el otro.

—Bah, ya estás delirando, papá —sonrió ella.

—En absoluto —aseguró.

—¿Cómo vas con tu salud?

—Pues ya me ves, lo mismo de siempre. No hay demasiadas novedades en una vida tan rutinaria como la mia.

—A veces no quiere tomar sus medicinas, Suzie —intervinó Ron. Ella miró a su padre como si estuviera ofendida.

—¿Es en serio? No puedo creerlo, ni que fueras un niño.

—Ronnie solo está exagerando, metiéndose en cosas que no son de su importancia.

Jeffrey no lo miró, pero al escuchar aquello emitió una risita ahogada, al mismo tiempo que masticaba. Vaya, que coincidencias, pensó. Ron lo miró de forma solapada, Suzanne miró a su plato, y desvió el tema de conversación.

—Ni bien termine con estas operaciones en Wall Street, quiero salir a un pequeño pero breve viaje, despejar un poco la mente, ¿saben? —dijo.

—Vaya, eso es excelente —opinó Jeffrey.

—Si no tienen planes que hacer, podría invitarlos. ¿Tú que dices, Ronnie?

—Yo me apunto.

—¿Papá?

—Cuenta conmigo.

—¿Tú, Jeff?

Antes de que pudiera responder algo, James intervino.

—A buen puerto has ido a preguntar —dijo, luego dio un bufido al tiempo que negaba con la cabeza.

—Maldito viejo imbécil... —murmuró Jeffrey. Ron lo miró, y negó con la cabeza.

—Ya está, tu vienes con nosotros Jeff, claro que sí —sonrió Suzanne, evitando la incomodidad.

Jeffrey la miró, y sus ojos se desviaron al rostro de su padre, que miraba el plato de comida y sonreía, mientras cortaba su carne. Oh sí, podía hasta casi adivinar lo que estaba pensando en aquel momento, seguramente regocijándose porque era el único miembro de la familia Dickens que no tenía maravillosos planes que hacer, que no tenía una agenda atiborrada de horas de estudio o trabajo. Y por dentro, sentía el fuego de la ira correr por el torrente sanguíneo, devorándole cada una de sus extremidades en una ansiedad temblorosa, en un hormigueo que comenzaba en su cerebro y desembocaba en la punta de sus dedos. Se contuvo lo mejor que pudo, podía jurarlo por Dios, pero al fin se dejó vencer por el instinto que siempre le había gobernado. Dejó los cubiertos encima de su plato, y en aquel momento, supo que no habría vuelta atrás para sus actos.

—Te divierte, ¿no? —preguntó. — Ahí está el maldito inútil de Jeffrey, sin nada que hacer. Claro que va a ir a donde sea que lo inviten, de todas formas, no hace nada mejor por su vida.

—Eso lo has dicho tú, no yo. Contrólate, chico.

—¿Y si no que harás? ¿Te levantarás de esa silla y me darás de nalgadas como a un crio?

—¡Jeffrey! —exclamó Ron. —Ya cállate la maldita boca.

—Cada vez más insolente, esa fue siempre tu vida, Jeffrey —dijo James. Dejó los cubiertos encima de la mesa, y cruzó los dedos para mirarlo con gravedad—. ¿Qué te pasa ahora? ¿Estás con abstinencia de tu maruja?

—Papá, ya basta, por favor... —murmuró Suzanne.

—Vaya, el ejemplo de la rectitud en persona.

—¿Sabes lo que te falta a ti, muchacho? Un régimen como el de tu hermano, y serías un hombre de bien. En mis tiempos a los drogadictos inútiles como tu, los encerrábamos en una celda hasta que se pudriesen.

—¿Oh, en verdad? Como te duele el hecho de que no haya elegido la misma carrera que tu, ¿no es así? —Jeffrey hizo comillas con los dedos y puso expresión solemne. —Hay que continuar con el legado de la familia, uno policía y todos los demás serán policías también. ¿Para qué? ¿Para terminar en una puta silla de ruedas, viviendo el resto de mis días desgraciándole la vida a todos con mi amargura? No, gracias. Estás ahí porque te lo mereces, por corrupto. No vengas a hablarme a mi de moralismos.

Ron se levantó de su silla, y se paró al lado de su hermano, apoyándole una mano en el hombro.

—Vamos, hombre, ya no digas nada. Ve a fumar un cigarrillo, cálmate, y regresas luego, por favor.

—Si me pones de nuevo una mano encima, lo lamentarás, Ronnie. Te hablo muy en serio.

James no dijo nada. Su labio inferior le temblaba como si estuviera a punto de llorar, aunque Suzanne lo miraba consternada y no sabia si aquel temblor se debía a las lágrimas o la furia que lo carcomía por dentro. Hasta que de repente, golpeó con el puño la mesa, haciendo que ella se sobresaltara, y señaló con un dedo a Jeffrey.

—¡Saca a este maldito de mi mesa, Ron! ¡Sácalo!

—Vamos, Jeff...

Ron tomó a su hermano de las axilas para levantarlo, pero este se incorporó rápidamente, haciendo que la silla se cayera al suelo, y colocándole una mano en el pecho lo empujó hacia atrás. Suzanne, al ver la inminente pelea, extendió las manos hacia ellos mientras se ponía de pie.

—¡Oh, no! —exclamó, abrumada. —¡Por favor, basta!

Sin embargo, Jeffrey no atacó a su hermano, solamente se apoyó en la mesa con los puños, y miró a su padre a la cara, inclinándose hacia adelante.

—Tú me has convertido en esto, en todo lo que significa para ti ser un maleante de primera, solo por no hacer lo que tu querias y no ser capaz de respetar al projimo —le dijo—. Tú no eres nada más que un miserable tirano, y me das pena. Mi vida es mia, no es tuya, y si Ronnie quiere seguirte como un puto perro faldero, es su problema, pero yo no haré lo mismo. Si lo aceptas, bien. Y sinó, me importa un comino. Vas a tener que vivir y morir con eso.

—No te bastó con asesinar a tu madre aquel día, ¿verdad? —dijo James, y por primera vez en su vida se permitió llorar frente a sus hijos. —No mereces llevar el apellido Dickens, no mereces ser hijo de tu madre. No mereces siquiera el suelo que pisas. Ojalá tengas una vida productiva, alguna vez.

—Tú eres el único responsable de la muerte de mamá, y lo sabes. Puedes decir lo que quieras, culparme a mi o a quien se te de la gana, pero no puedes mentirle a tu conciencia, y eso es lo que te consume cada día más rápido —respondió Jeffrey, y luego sonrió—. Tengo muchos planes para mi vida. De hecho, te sorprendería lo que puedo hacer, papá.

Dicho aquello, se dio media vuelta y sin mirar atrás, salió de la casa rumbo al patio, bajo la atónita mirada de Ron y los ojos tristes de Suzanne. Una vez en el césped, sacó un cigarrillo y lo colocó entre sus labios para encenderlo con rapidez. Las manos le temblaban compulsivamente, pero se sentia hermoso haber dicho tanto, y podía aun estar muchas horas más diciendo una lista inagotable de cosas. Dio una larga pitada y soltó el aire con los ojos cerrados y una sonrisa, luego sacó su teléfono celular del bolsillo, y marcó un número.

—Hola Jason, hahabido un cambio de planes. Será esta noche, cuando todos estén dormidos —dijo.Esperó un instante la confirmación, y luego colgó.

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