Había transcurrido exactamente una semana cuando se tuvo noticias de una nueva comitiva, aún más numerosa, que se había adentrado en las tierras de Nox. Esta vez, portaban un doble estandarte, de las tierras de Glenley y de Savoir.
–Esa es la señal que esperábamos –apuntó Wes con un suspiro–. Vas a conocer a Eilidh y... ¿cómo debería ponerlo?
–¿Qué quieres decir? –Lara lo miró con preocupación, mientras desayunaban. Estaban solos, pues Ashton había decidido salir al encuentro de su prometida–. ¿Me odiará?
–No, es solo que es... efusiva –dijo, dudoso.
–¿Y eso es malo?
–Bueno... espera y lo verás por ti misma –soltó y esbozó una sonrisa alentadora–. ¿Te importa que tengamos más invitados?
–Bien, parece que es parte de haberme casado contigo así que, ¿qué puedo hacer ahora quejándome? Debo resignarme a quedarme contigo –bromeó.
–Mi pobre esposa –remarcó, siguiéndole el juego. Intercambiaron otra sonrisa–. ¿Te he dicho que estoy muy agradecido de que me hubieras dado otra oportunidad?
–Bueno, podrías demostrármelo de nuevo esta noche, Wes.
–¿Cómo cada noche lo hago?
–Entrenando con renovado vigor –dijo, palmeando su mano–. Vamos, creo que escucho llegar a nuestros invitados –se incorporó.
–Seguiremos con esta interesante conversación esta noche, Lara.
–Contigo será mucho más que hablar, estoy segura, Wes.
–Ah, pero qué bien conoces a tu esposo –soltó alegremente, antes de tomarla de la mano y seguir su camino hasta el patio de armas del Castillo.
***
La pequeña Eilidh, como la había llamado Weston, era una joven llena de energía, ruidosa y desenfadada, un poco caprichosa, pero por sobre todo lo demás, risueña. Reía constantemente, hablaba mucho y, aun así, de alguna manera, no llegaba a ser irritante. Al contrario, parecía que su alegría contagiaba a quienes estaban a su alrededor, así que Laraine se encontró muchas veces a punto de reír a carcajadas e intentando con fuerza contener sus sonrisas.
Vaya, lo último que hubiera imaginado era a una joven así comprometida con un guerrero de Glenley, un capitán; y, más aún, siendo la nieta de uno de los guerreros más afamados del Reino. Era increíble.
Tras un día de recorrer Nox, la cena había transcurrido sin sobresaltos. Los integrantes del Consejo de Ancianos se reunieron brevemente a saludar a la recién llegada, probablemente tras haber escuchado de quién se trataba, y luego se excusaron para no compartir la cena. Aquello había sido mucho mejor, les había permitido tener momentos más íntimos para compartir anécdotas sobre los hermanos Drummond y cómo habían crecido en Savoir.
Lara estuvo encantada de escuchar más sobre su esposo, aprender de la paciencia y fortaleza que había requerido para seguir viviendo. Ella había pensado que Wes solo sobrevivía, pero desde que él llegó a Nox, había cambiado él y su alrededor. Así como ella. En realidad, Wes parecía infundir vida en todos, aun cuando a él parecía escapársele. Antes.
Ahora estaba saludable. Sí, aun le quedaba camino por recorrer, pero lucía muy bien. Cada día, mejor. Y ella estaba tan orgullosa de él. Aún más, estaba muy, muy enamorada de él. Su marido.
Dioses. Sí que estaba enamorada de su marido. Irremediablemente.
–Lara, ¿prefieres que hablemos esta noche? –inquirió Wes, bajando la espada–. Pareces distraída.
–Es solo que... –Lara tragó con fuerza, incapaz de decírselo. Así que intentó con otra cosa que rondaba su mente–. Nunca pensé que la prometida de tu hermano, nieta de un afamado guerrero, pudiera ser así.
–Eilidh es sorprendente, ¿no?
–Mucho –Laraine sonrió correspondiendo a la sonrisa de Wes–. Le tienes mucho cariño.
–Sí –Wes se sentó e invitó a que ella también lo hiciera antes de continuar–. Siempre he pensado que ella lo salvó. Al aferrarse a Ashton, evitó que perdiera su espíritu en lo cruento de la guerra. Como lo has notado, no aparenta ser un soldado, le falta ese aire de gravedad y desilusión... lo que los Drummond no dejaremos de agradecer a la pequeña Eilidh.
–Siendo así... –Laraine tomó su mano–. Tú has sido quien lo ha apartado de mí.
–¿Lara?
–La guerra. El dolor. La pérdida... –musitó–. Wes, dioses –dijo, apretando su mano.
–¿Qué sucede, Lara?
–Weston Percival Drummond, creo que te amo –confesó de golpe–. Oh, dioses. Cómo...
Pero no pudo concluir. Wes había tomado su boca y la besó con ansiedad, eufórico y sin reservas. Como un hombre enamorado.
***
Pasaron dos de las semanas más maravillosas que Lara había tenido en su vida. Jamás hubiera imaginado que daría la bienvenida, con los brazos abiertos, a forasteros, menos aún cuando provenían de Glenley. Pero, lo cierto era que, cuando estaban haciendo los preparativos para marcharse, su corazón se estrujó un poco ante la perspectiva.
Eilidh era una compañía bienvenida, no aceptaba un no por respuesta, por lo que su personalidad arrolladora podía conquistar hasta a los más recios pobladores de Nox. En esas semanas, Lara había sido bienvenida en hogares a los que nunca imaginó siquiera acercarse. Incluso, en ocasiones, había podido ayudar con víveres y hierbas medicinales que antes nadie hubiera aceptado.
Y en las noches, tenía a Wes todo para sí. Dormía y despertaba en sus brazos. Eran momentos de dicha, todo por él. Su Wes.
–¿Lara? –Wes llamó y tanteó el lado de la cama. Estaba vacío–. ¿Lara? –repitió, incorporándose. Una débil voz pareció contestarle, desde el rincón opuesto de la habitación–. ¿Qué sucede? ¿Estás enferma? –Weston estaba completamente despierto y se dirigió hacia ella–. ¿Debo llamar al médico? ¿Lara?
–Wes, no te acerques –dijo ella, deteniéndolo con su mano dirigida hacia la espalda–. Quédate donde estás y dame un minuto.
–Pero yo...
–Ve. Llama al médico si quieres, aunque no es necesario.
–¡Dioses! –Wes sabía que Lara no admitiría nunca estar enferma, por eso determinaba que no era necesario que trajera el médico. Pero ¡claro que lo era! Ella...–. ¿Garrett?
–¿Weston? –Garrett regresaba de entrenar, o de algún lugar fuera del Castillo. Lo miró con curiosidad y luego su expresión cambió–. ¿Qué pasa?
–Haz que llamen al médico. Ahora, Garrett.
–¿Se siente mal, lord...?
–¡Es Laraine! El médico, Garrett –insistió, impaciente y cerró la puerta, sin esperar respuesta. Cuando miró hacia el rincón, Laraine ya no se encontraba ahí. Estaba sentada cerca de la chimenea y se veía pálida–. Lara... tú...
–Wes, estoy bien –Laraine alargó la mano hacia él–. No pensé que te despertaría.
–¿No pensaste...? –Wes la miró, alarmado–. ¿No es la primera vez que...?
–No, han sido un par de días. Normalmente en el transcurso de la mañana me siento mejor, Wes.
–¿Por eso has estado despertando más temprano y abandonando la habitación? ¿Estás enferma, Lara?
–No creo que sea eso exactamente, lord Drummond –soltó ella, con un leve toque de diversión–. En realidad, creo que todo se debe a que seremos padres.
–¿Estás embarazada, Lara?
–Sí, Wes. Creo que estoy esperando un hijo –Laraine sintió que, para su mortificación, sus ojos se llenaban de lágrimas–. Nuestro... –no pudo continuar y tuvo que carraspear.
Mientras tanto, Wes se había acercado y la encerró con cuidado en sus brazos, haciendo lo posible por no moverla innecesariamente. Lara no lo veía, pero podía notar su emoción, la manera en que la estrechaba y lo protegida que se sentía. Su corazón se llenó, una vez más, del amor tan grande que había hecho brotar la llegada de él. Su esposo.
–Wes, estoy bien. Creo que deberías salir y...
–Lara, el médico probablemente esté de camino. Haremos que te examine y nos quedaremos más tranquilos. Además, sabremos que debes hacer.
–Sé lo que debo hacer.
–Estoy seguro, pero preferiría escuchar recomendaciones de una fuente que sea más objetiva.
–¡Wes! –protestó Laraine–. Sabes que yo no haría nada que pusiera en peligro...
–Lo sé, lo sé. No conscientemente, pero es mejor que te examinen y sabremos cómo estás –insistió Wes–. Hazlo por mí, por mi tranquilidad.
–¿Debo hacer más por ti, Wes? ¿Más de lo que he hecho y haré en un futuro, aparentemente?
–Lara... –Wes sonrió y tomó su rostro entre las manos–. Te amo.
–Y yo. Wes...
–¿Sí?
–Realmente, te amo. Demasiado –soltó Laraine, escondiendo el rostro contra el pecho de Wes. Y luego se aferró a él.
Horas más tarde, Weston paseaba por el castillo, aun incrédulo por los acontecimientos de la mañana. Quería estrechar en sus brazos a Lara y no dejarla ir nunca, quería mantenerla ahí y protegerla, escudándola con su cuerpo si era necesario, siempre que estuviera a salvo. Vaya, era tan irreal aquel momento, ese instante en que se había enterado de que tendrían un hijo. Sería padre, algo que pensó imposible. Una cosa más, un milagro más por haber llegado a Laraine de Nox.
Dioses, la amaba. Tanto que no encontraba palabras, que no podía mantenerse quieto, tanto que había tenido que marcharse del despacho porque Lara empezaba a irritarse ya que estaba demasiado cerca, demasiado inquieto y así no podía atender los asuntos del Castillo. Wes había hecho lo posible por mantenerse en calma, pero todos sus esfuerzos habían fracasado. ¿Y aún le quedaban meses de esto? No, no es que se preocupara por él. Sino por Lara, por todo lo que tendría que afrontar. Lara...
–Milord, si va a caminar en círculos, al menos hágalo en el bosque. Ahí causará menos preocupación a los siervos –señaló Garrett, con un toque de burla.
–No lo entiendes. ¿Y si sucede algo? Garrett, ¿y si yo no soy capaz de protegerlos?
–Weston –dejó de lado la formalidad y miró a su amigo a los ojos–. No necesita preocuparse. No está solo –aseguró. Wes asintió, aunque no estaba seguro. Quería creerlo. Lo necesitaba.
**Lo siento, he tardado, y lamento informar que (probablemente) tardaré aún más para el siguiente. Este es el último capítulo completo que tengo escrito y no he podido escribir más. Han sido semanas complicadas. Espero se encuentren bien. Ánimo y abrazos.**