Vistiendo a la realeza

Oleh antoenletras

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Se acerca uno de los acontecimientos más importantes de la década: el casamiento de la hija mayor de los reye... Lebih Banyak

Prólogo
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
~Participantes~
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Retomando el viaje
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20

Capítulo 1

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Oleh antoenletras

Esa tarde salí del trabajo bastante cansada. La noche anterior me había quedado despierta hasta tarde y las pocas horas dormidas comenzaban a hacer efecto. Definitivamente, engancharme con esa serie no había sido muy buena idea.

Avancé a paso apresurado por las calles de Émiton mientras cerraba más mi abrigo. A pesar de ser otoño, a la noche era imposible evitar el frío.

Cuando estaba a pocos metros de mi casa... bueno, de la casa de mi padre y su esposa, dónde vivía en ese momento, me frené en seco.

Un auto color negro, bastante llamativo, estaba estacionado justo en frente. Supuse que podía ser algún compañero de trabajo de mi padre, pero a medida que me iba acercando noté ciertos detalles que me hicieron descartar esa idea. Banderas extrañas estaban adheridas a la parte delantera y la patente era diferente a la que se usaba en el país.

Seguramente, era la visita de algún vecino.

Busqué la llave de la puerta en mi mochila, pero no hizo falta usarla: la puerta estaba destrabada.

Desde afuera se escuchaban voces.

—¿Amanda? ¿Eres tú? —era la voz de mi padre.

—Si, soy yo.

—Ha llegado. Espere aquí —parecía que le estaba hablando a alguien más.

Al segundo, apareció frente a mi. Se lo notaba un tanto alterado, lo cual me preocupó.

—¿Qué sucede?

—Hay un hombre. Te busca. Dice que es importante, que viene de parte de la reina de Arladia.

Si mi padre no hubiera estado demostrando tanta preocupación, me hubiera reído y mucho. Pero haberlo visto en aquel estado, no hizo más que contagiarme la preocupación.

—¿Y lo has dejado pasar así como así? —le pregunté susurrando—. ¿Por qué razón la reina enviaría a uno de sus hombres a nuestra casa?

—Dice que quiere hablar contigo, no lo sé. A mí no me ha querido decir nada. Ve a hablar con él. Estaré acá, mirando.

—¿Recuerdas el número de la policía?

Asintió y le pedí que lo marque por si acaso. Respiré hondo intentando tranquilizarme y fui hacia el living.

Allí me encontré con un hombre canoso, un tanto petizo, vestido con traje negro y corbata. Estaba parado junto al sillón, firme, con los brazos estirados a sus costados.

—Buenas tardes —lo saludé sin acercarme tanto.

—Buenas tardes, ¿usted es la señorita Amanda Vigoni?

—¿Qué necesita? —le pregunté confundida.

Abrió su saco y buscó algo: un sobre. Dio un paso adelante y lo estiró hacia mi.

—¿Qué es? —le pregunté mientras me acercaba un poco para tomarlo.

Al tocar mi piel con el sobre, noté que tenía una textura. Era color crema y parecía ser de un papel muy caro. En el dorso, tenía un sello que desconocía. Estaba dirigido a mi.

—Lo envía la realeza de Arladia. Es una invitación a participar del evento Vistiendo a la realeza.

—No me he anotado a ningún evento.

Él negó con una leve risita.

—Disculpe. Ha sido seleccionada por la misma princesa por el talento que demuestra tener en el diseño de vestidos —nuevamente buscó algo en su saco—. Este vestido. ¿Lo ha diseñado usted?

Observé la foto del vestido largo color turquesa que había diseñado el año anterior junto a mi madre. De pronto, llegaron a mi todos los recuerdos en torno a la confección del mismo y todos los momentos que había vivido junto a mi madre y mi tía para poder terminarlo a tiempo. Había sido presentado en un desfile importante del país y destacado por el jurado por su delicadeza.

—Si. Lo he diseñado yo.

—Ha llegado a la princesa esta misma foto, entre muchas otras, y por eso ha decidido seleccionarla para el evento. De todas formas, no tiene que darme una respuesta ahora mismo. En la carta está todo explicado. Tendrá una reunión con la reina para confirmar su asistencia y los pasos a seguir.

—Sinceramente, esto me parece un tanto extraño.

—Todo está explicado en la carta, señorita. Si tiene alguna duda, puede enviar un mail al staff organizador del evento. También podrá confirmar la veracidad del evento en la reunión con la reina. Mi único deber es hacerle llegar el sobre.

Hablaba demasiado. Tenía mucha formalidad. Y me estaba agobiando.

—¿Entonces solo ha venido para entregar este sobre?

—Asi es, señorita. Si me lo permite, me retiro.

Me hice a un lado para dejarlo pasar. Avanzó, frenó a mi lado y mi corazón dio un vuelco. Ese era el momento oportuno para sacar un cuchillo y amenazar a mi padre para que le diera todo el dinero que tenía, si no me mataba. Pero no. Lo único que hizo fue un leve asentimiento con la cabeza y continuó caminando.

—Señor —le dijo haciendo el mismo gesto a mi padre.

Él le abrió la puerta y el hombre salió.

Justo en ese momento estaba llegado la esposa de mi padre del trabajo y logró ver como el hombre subía al auto y se iba.

—¿Quien era? —nos preguntó con el ceño fruncido.

Escuché que mi padre le explicaba toda la situación, pero mi mente estaba concentrada en la carta que había encontrado dentro del sobre. Estaba dirigida a mi persona.

En ella me explicaban en qué consistía el evento, como era que había llegado mi nombre a conocimiento de la realeza de Arladia y todos los pasos a seguir a partir de allí.

Al parecer, Vistiendo a la realeza era una tradición en aquel reino siempre que un miembro de la familia real contraía matrimonio. Al principio, había sido llevado a cabo para recaudar fondos tras la Guerra Mundial, para ayudar a las familias del pueblo. Pero con el correr de los años, se hizo una tradición que era televisada y transmitida a todo el mundo.

Doce éramos las personas seleccionadas para participar. Tendríamos que viajar hacia el Palacio Real, donde nos alojaríamos mientras durara el evento, o hasta nos eliminaban del mismo. Allí tendríamos que hacer un diseño por semana siguiendo determinada consigna y entre los vestidos confeccionados, se elegirían los dos menos aceptables. Esos dos quedaban a decisión del pueblo: uno era salvado y el otro eliminado.

A medida que avanzaba con la lectura, más sorpresa sentía.

—¿Y? ¿Qué dice?

Levanté la vista y me encontré con los dos mirándome fijamente.

—Parece un chiste. Pero no lo es. O eso creo.

Con el corazón latiendo, le entregué la carta a los dos. Miriam la agarró y comenzó a leer en voz alta. Ya sabía que mi padre no podía leer sin anteojos.

Durante el resto del día, no hubo otro tema de conversación que no fuera ese. Miriam no dejaba de suponer un secuestro o un plan extraño para acabar con mi persona. Mi padre intentaba no opinar mucho, pero se lo notaba más inclinado hacia lo que decía Miriam.

Y por mi parte, todo me parecía una locura. Hasta que no tuviera a la reina frente a mi, no me podría creer aquello.

La siguiente semana mi mente no podía alejarse de todo lo que tenía que ver con la reina, la princesa, el reino, los vestidos, las telas... Por más que quería ignorar el tema, ya formaba parte de mi rutina y ocupaba cada espacio libre.

Mis paseos en bici, que tanto amaba, se vieron más repetidos en esos días. Necesitaba escapar de tanta información y eso era lo único que lograba alejarme de todo, calmar mis emociones y reencontrarme con la tranquilidad.

Había investigado mucho y eso hacía que cada vez que salía una novedad, mi celular me notificara al respecto.

De un momento a otro, conocía más la vida de los reyes y la princesa que la mía misma.

El rey Federick y la reina Helena estaban casados hacía treinta años. Tenían tres hijos, Braulio, Fátima y Julieta. Aunque Braulio hacía varios años que se había alejado de todo el asunto real. Incluso las noticias referidas a él habían quedado rezagadas, para concentrarse únicamente en sus hermanas.

Arladia era un país no muy grande del otro lado del océano y su realeza era reconocida mundialmente por ser una de las más antiguas.

—¿Y si resulta que es todo mentira? —me preguntó Emilia del otro lado del teléfono.

Era una de las pocas personas que podía considerar amiga de verdad. Mientras vivía en Valedai me hice de muchos amigos, pero muy pocos de esos vínculos lograron resistir. A Emi la conocía desde la escuela y nuestra amistad se había mantenido incluso en la universidad y una vez terminada aquella etapa.

—Pues, al menos fue divertido investigar los rumores de la realeza —le dije riendo.

—¿Y si resulta que es verdad? ¿Aceptarás?

Esa pregunta me tomó por sorpresa. No me había puesto a pensar en serio en todo lo que significaría que aquello fuera cierto.

—Supongo que si. Oportunidades así no se presentan todos los días

—Eso no te lo discuto. ¿Has podido volver a coser?

Tardé en responder.

—No lo he intentado.

Desde el fallecimiento de mi madre, un año atrás, las cosas se habían complicado bastante para mí. Desde siempre ella había sido mi modelo a seguir en lo referido al mundo del diseño y la confección de prendas de vestir. Junto a su hermana, tenían una empresa que se dedicaba a esto y a la venta de las mismas. Yo había crecido entre telas y diseños. Ese era mi mundo, hasta que mi madre dejó de estar presente.

Su fallecimiento había marcado mucho en mí, me costó aceptarlo. No pude volver a la empresa, no volví a diseñar y tampoco a coser. La máquina estaba en la habitación de la casa de mi padre, tapada con una tela, a la espera de mi decisión de regresar a ella.

Aún no había ocurrido eso.

—¿No deberías ir practicando?

—Emi, todavía no se si esto es cierto. Cuando lo confirme veré que hago.

Ella soltó una risita.

—Yo estaría caminando por las paredes de los nervios si me sucede algo así.

—Pues que suerte que no ha pasado —le dije siguiendo la broma.

Justo en ese momento vi que estaba entrando una clienta así que me despedí de mi amiga y me acerqué a la mujer.

—¡Hola, cariño! Vengo en busca de ayuda —me dijo Ofelia con el entusiasmo que tanto la caracterizaba.

Ofelia vivía cerca de la tienda donde trabajaba. Hacía arreglos de ropa, por lo que iba seguido a comprar telas de diferentes diseños y estilos. Por suerte, podía asesorarla muy bien para cada cosa que tenía que hacer.

La dueña del lugar había confiado en mí desde un primer momento. Si bien era amiga de Miriam, no quería que cualquier persona estuviera enfrente de su pequeña empresa. Al parecer, mi estudio de diseño de indumentaria la había convencido. Conocía todos los tipos de telas y el uso recomendado para cada una de ellas.

Haber podido ocupar mi tiempo en aquel lugar me había ayudado mucho desde la mudanza a Émiton. No había sido un año sencillo, pero aquello lo había facilitado bastante.

La siguiente semana todo tomó un rumbo diferente. La reunión con la reina era un hecho.

El miércoles, a la salida del trabajo, fui directo a mi habitación para conectarme al link que me habían hecho llegar al mail.

Los minutos comenzaron a hacerse muy lentos entre esa acción y el momento en que apareció frente a mí un rostro. Justo en ese instante, sentí como se tensaban todos mis músculos.

Si antes estaba relajada, seguramente era porque me estaban dando tregua por la cantidad de nervios que sentiría al estar frente a la reina. Porque era la mismísima reina Helena de Arladia. Justo frente a mí, diciendo mi nombre, hablándome a mí.

—En verdad es usted —logré decirle después del saludo, sin darme cuenta de lo idiota que eso pudo haber sonado.

La reunión era más bien una exposición y una confirmación de que la invitación provenía de la Casa Real. Era algo legal y que necesitarían mi consentimiento para participar antes del fin de semana.

Mientras hablaba, no podía dejar de mirarla. Era joven y hermosa, a pesar de la edad que había visto en internet. Su modo de comunicarse era tranquilo y formal. Tampoco podía quitar mis ojos del fondo. Parecía que estaba en un salón bastante lujoso.

—Si tienes alguna duda, puedes comunicarte por mail. ¿Bien? —me dijo con total tranquilidad después de hablar durante más de cinco minutos sin pausa.

—Bien, muchas gracias... su majestad —añadí sintiéndome un tanto extraña al usar esas palabras tan poco comunes en mi vocabulario.

—A usted por su tiempo. La esperamos. Que tenga buenas noches.

La pantalla quedó en negro y no pude hacer más que soltar un grito. Eso logró sacarme de encima todos los nervios que había vivido... Y también alertar a mi padre, quien en cuestión de segundos estuvo del otro lado de la puerta, preguntándome si estaba todo bien.

A partir de ese momento, comenzaron los preparativos para el viaje. Porque si, hacía mucho tiempo que no me dedicaba a la confección de prendas de vestir, pero una oportunidad así no se presentaba muchas veces en la vida.

La aceptación era un hecho.

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