En las pequeñas cosas

By sacodehuesos79

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Lo que pasa en Las Vegas...rara vez se queda en Las Vegas. More

1. Paris, un tobillo dislocado y un lío de cojones.
2. Un vestido de verano, un Elvis borracho y una visita en el desayuno
3. Un campo de minas, un perro sucio y la matanza de San Valentín.
4. Depresión subyacente, guacamole y cerveza fría.
5. Zapatos rojos brillantes, ¿Beso, verdad o condición? e Innisfree.
6. El demonio dormido, tregua y Gatos, gatos, gatos por todas partes
7. Rayos, un Claro de Luna y Truenos
8. El caballero del lago, Extraños en la noche y Papeles mojados
9. Cinco años, Naipes y Burbujas
10. Confesión, Pollo frito en góndola y Penitencia.
11. Pobres gatitos sin nombre, Sotto le stelle y Charcos de barro
12. Malas ideas, Malos besos y Malos recuerdos.
13. Respirar, Verdades incómodas y Botas para la lluvia
14. Bandera blanca, Fronteras y A las Trincheras
15. I did, I do, I will
16. Graffton Street, El piso 33 y Dublin
17. Epifanía, Bajo la lluvia y Bailes en el parque.
18. Un autobus de dos pisos, Respirarte y Temple Bar
19.Relojes de arena, Salas de espera y los Adioses.
21. Camino a Itaca y Singing in the rain
22. Una Verdad desnuda y Un Buen día.

20. Camareras deslenguadas y Regalos de Cumpleaños.

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By sacodehuesos79

CAMARERAS DESLENGUADAS (Cong, 2027)

Luis no piensa en Aitana cuando se despierta a la mañana siguiente en el hotel.

Es decir, no es su primer pensamiento, porque tiene un pie de Oscar metido en la boca y porque, como desde hace catorce meses, su primer pensamiento es para Muriel.

En todo caso es el tercer o el cuarto pensamiento.

Pero piensa en ella de una forma serena, sin grandes dramas, porque siente que por primera vez en toda su torturada y complicada historia, han logrado despedirse de una forma razonablemente sana.

Así que se levanta, ayuda a sus hijos a vestirse, desayuna y prepara las maletas, carga el equipaje y los niños en el coche y no piensa en Aitana.

Conduce hasta Sandycove y canta, por enésima vez, la maldita canción del tiburón. Se bañan en la playa y hacen castillos en la arena y solo cuando Oscar le trae una piedra redonda y oscura le viene a la memoria el lunar que Aitana tiene en la barbilla.

Pero es normal que piense en ello, después de todo hace no tantas horas lo recorrió un par de veces con la punta de la lengua de camino hacia su ombligo.

Se guarda la piedra en el bolsillo del bañador y se obliga a apartarla de su pensamiento y no vuelve a pensar en ella hasta un par de semanas después.

(Quizás se le aparezca un par de veces en sueños pero como no tiene control sobre eso decide ignorarlo).

De vuelta a Cong contrata a Leonidas, Leo, un joven griego que se costea sus viajes por Europa trabajando de vez en cuando como camarero.

Lenora pone los ojos en blanco, afirma que no necesitan a gente que este solo de paso por allí y que tres personas cuyo nombre empieza por L tirando cañas raya en la estupidez suprema.

Pero Luis, en un raro arranque de intuición sospecha que las reticencias de Lenora tienen más que ver con la forma en que se sonroja cuando Leonidas le sonríe y decide contratarle de todas formas.

También aquel día, por alguna razón, piensa en Aitana.

Consigue hacer diseños nuevos.

También le saca el polvo a la guitarra que llevaba meses guardada en el ático.

Escribe sobre Muriel, sobre la pérdida y también sobre los momentos felices. Escribe sobre los primeros pasos de Oscar y sobre los horribles intentos de bailar claqué de Olivia.

Pero a finales de abril cuando no deja de llover, escribe sobre saltar en los charcos, sobre norias y sobre hoyuelos en una barbilla a la que no se atreve a ponerle nombre.

Tampoco es que tenga mucha importancia. Uno puede escribir sobre experiencias pasadas y no significa que no las haya superado.

Simplemente es posible encontrar inspiración en un millón de pequeñas cosas.

Pero un día, a principios de Mayo, en medio en medio de una videoconferencia se sorprende acariciando el lugar de su tobillo donde una tatuadora de Las Vegas dejó su impronta y no puede evitar pensar en el corazón y el trebol pintados sobre las caderas de Aitana.

La reacción en su propio cuerpo es inmediata y justo después llega la culpa.

En ese momento decide que ha llegado el momento de visitar un lugar en el que no ha estado antes.

Nunca le han gustado los cementerios.

Como cualquier chaval educado en un colegio religioso, le resulta dificil desechar cualquier noción sobre la existencia de la vida después de la muerte.

Por otra parte, como persona extremdamente racional, le parece que existe una contradicción intrínseca entre el culto a la muerte cristiano y la creencia en el más allá.

Cuando tenía doce años le planteó esa duda al padre Agustín, le parecía que los entierros, las flores y todo lo que rodeaba la muerte no tenía demasiado sentido si el difunto estaba en un lugar mejor.

El padre Agustín, un franciscano bastante razonable, le hizo copiar cien veces una frase de Santo Tomás de Aquino que nunca olvidó: Para aquel que tiene fe, no es necesaria una explicación. Más para aquel sin fe, no existe explicación posible.

A lo largo de su vida adulta, Luis ha aplicado este principio infinidad de veces.

Por eso nunca ha visitado la tumba de Muriel.

Al principio se sentía culpable por permitir que su madre, en contra de los deseos de ella, la enterrase en lugar de incinerarla como Muriel había dicho en alguna ocasión.

Por supuesto entonces estaba demasiado abrumado por todo, por lo inesperado de su muerte, las preguntas de Olivia y el llanto incesante de Oscar como para oponerse a ninguna decisión.

Después, simplemente, cuando cada mañana era una pelea para levantarse no creía que visitar el cementerio le pudiera aportar algún consuelo.

Lleva unos días dándole vueltas a la idea, pero esa misma mañana, en lugar de sentir dolor o rabia al pensar en Muriel solo ha sentido una punzada dolorosa de melancolía y el deseo de poder estar junto a ella una vez más.

Por eso le pide a Olivia que recojan juntos un ramo de tulipanes del jardín, de los violetas, los favoritos de Muri, aunque no le explica a donde tiene pensado ir.

No tiene claro si algún día esa gran masa de piedra con un nombre grabado podrá proporcionarles algún consuelo a unos niños que perdieron a su madre demasiado pronto, pero tiene bastante claro que no les hará ningún bien ahora.

La lápida de Muriel está cerca del antiguo ábside en ruinas de la iglesia, junto a una glicina trepadora que cubre las piedras. Se trata solamente de una lápida de mármol blanco en la que se han grabado el nombre y las fechas de nacimiento y defunción. Debajo una frase en caligrafía delicada "amada madre, hija y esposa".

Dejarle a él en último lugar es una forma muy habitual de demostrar el desdén de la abuela de sus hijos, pero en esta ocasión solamente le hace esbozar una sonrisa triste.

Aparta un ramo de flores seco que debe llevar un tiempo ahí y posa los tulipanes frescos junto a su nombre. No aparta las hojas de glicina que se han ido desprendiendo de la planta porque le dan un toque de color a la lápida que a ella le habría gustado.

O no.

Intuye que lo que necesitaba esa mañana, estar cerca de Muriel no lo conseguirá con esa visita.

O sí.

Últimamente no está seguro de nada.

- Hora Muri- mira a su alrededor, algo azorado, para comprobar que nadie puede escucharle pero el resto del cementerio está completamente desierto- perdona por no venir antes.

Está bastante seguro de que se habría reído de él. Muriel era una atea feroz y militante y jamás creyó en la vida después de la muerte.

Luis tiene una relación bastante más complicada con el más allá.

- Echo de menos que te rías de mi.

Echa de menos un montón de cosas porque compartió seis años con ella y lo cierto es que Muriel está en todas partes. En la casa, en Innisfree y, sobre todo, en Oscar y Olivia.

El problema es que Aitana, de alguna manera, ha conseguido hacerse presente en un millón de pequeñas cosas en las que no puede dejar de pensar últimamente y cada vez que lo hace siente que traiciona a la madre de sus hijos.

Mira un buen rato la lápida sin saber muy bien qué es lo que está esperando. Una señal. Un absolución quizás.

La vida real no es como las películas y no llega a sus oídos una suave brisa con palabras de consuelo ni un pájaro se posa sobre su hombro para traer un mensaje de Muriel desde el más allá.

Se sienta sobre la piedra y espera un poco más.

Pasado un buen rato se levanta con las piernas, los brazos y el alma pesados y se aleja del cementerio sin mirar atrás una sola vez.

Vuelve a Innisfree dando un paseo, tiene una reunión con proveedores en media hora y no encontrará lo que está buscando medio de esas piedras frías.

No hay demasiados clientes en el local a esa hora de la mañana. Leónidas se mueve entre las mesas entablando conversación con los parroquianos y le lanza a Luis un saludo en gaélico y en griego cuando le ve cruzar la puerta.

En la cocina está Lenora preparando las comidas.

Se sienta en la encimera de piedra y le roba un trozo de zanahoria cruda a pesar de que ella le amenaza con un cuchillo.

- ¿Cómo va el nuevo?

- ¿Leo El Breve?- la camarera no levanta la cabeza de la cebolla que se está dorando a fuego lento en la sartén, pero se encoge de hombros con un poco más de fuerza de la necesaria.

Carmela aparece por la puerta y se acerca a las piernas de Luis frotándose contra ellas. Todos sus gatitos han encontrado un hogar pero el maldito animal sigue dando vueltas por Innisfree como si fuera la dueña del lugar.

- Estoy casi seguro de que tener aquí a este bicho va contra de todas las normas sanitarias- Luis intenta apartarla suavemente con la punta de su zapato, pero Carmela insiste en acercarse a él- en cualquier caso, ¿como te van las cosas con Leonidas El Breve?.

En esta ocasión Lenora levanta la mirada y también la espátula con la que está removiendo la cebolla.

- Creo que me gustabas más deprimido que de casamentero.

Luis levanta las manos y sonríe, inocente.

Por supuesto Lenora no lo dice en serio. Agradece que Luis haya recuperado algo de interés por el local e incluso que le haya permitido recuperar alguna de las ideas originales de Muriel para Innisfree.

Pero porque le conoce bien, sabe que esas sonrisas que se esfuerza en mostrarle al mundo no son del todo reales y sospecha la razón.

Como quien no quiere la cosa redirige la atención a la sartén.

- ¿Has sabido algo de Aitana?

El gesto de Luis apena cambia. Pero por el rabillo del ojo, Lenora comprueba como tiembla la comisura de su boca, apenas una décima de segundo.

- Tengo entendido que va a casarse.

No ha vuelto a ahablar con ella desde la última noche que compartieron en Dublín. Su abogado le hizo llegar una copia de la sentencia de divorcio a través de un correo eletrónico.

Supone que si algo hubiera cambiado entre ellos después de aquello, Aitana se lo habría hecho saber de alguna forma.

Aunque hay que reconocer que Aitana no es mucho de palabras. Se le dan mejor los hechos consumados como le demostró registrando su matrimonio.

Hechos estúpidos, pero hechos al fin y al cabo.

- Tengo entendido que eres idiota- Lenora menea la cabeza y Carmela maulla para apoyarla- Joder, Luis.

Lenora duda antes de continuar, no porque Luis sea su jefe, ya que entre ellos hace tiempo que esa frontera se difuminó. Duda porque Muriel era su amiga y no se siente cómoda del todo animando a Luis a tener una relación con otra mujer.

Por eso le parece importante renocer lo que hubo entre él y la madre de sus hijos.

- Fuiste un gran compañero para Muriel pero ella ya no está y no va a estar nunca más- toma aire- pero hasta que llegó Aitana llevabas trece meses muerto en vida.

Luis se apoya en la pared y esboza la sonrisa más triste que Lenora haya visto jamás.

- Llegó ella- las palabras no tienen sentido para Lenora, pero de alguna forma la animan a continuar.

- Estuviste cabreado, más de lo que te hubiera visto jamás, y después triste otra vez y después volviste de Dublín como si pudieras respirar por primera vez en siglos.

Uno siempre puede confiar en Lenora para decir las verdades incómodas

-Va a casarse- insiste Luis pero su voz suena menos convencida

Ella resopla frustrada.

- Mira, yo no tengo la menor idea de lo que hay entre vosotros, de lo que hubo o de lo que podría haber- a Lenora se le escapa sin querer una mirada hacia la barra del bar, donde el pesado acento griego de Leo impregna cada palabra de la conversación que mantiene- pero lo que tengo claro es que, boda o no boda, esa mujer ni una sola vez te miró como si ya no le importaras.

A Luis le gustaría explicarle que ese, la falta de sentimientos, nunca ha sido el problema entre Aitana y él. Buenos, malos o regulares.

Pero de la misma forma en que él hizo lo que debía al dejar a Aitana en aquella habitación de hotel hace cinco años y volver junto a Muriel, supone que también Aitana ha hecho lo correcto al dejarle a él en Dublín.

En Las Vegas no era su momento, le había explicado a ella. Tampoco en Madrid en 2018.

Han fracasado en el intento tantas veces que solo puede suponer que intentarlo una vez más sería un nuevo desastre.

Y sería una terrible crueldad para Oscar y Olivia aferrarse a otra persona que puede que desaparezca de sus vidas si todo se va a la mierda.

Carmela da un salto elegante, de la encimera al alfeizar de la ventana e inclina su cabeza blanca con un gesto de que Luis se le antoja casi condescendiente, como si supiera algo que él ignora.

Recuerda por segunda vez ese día, la frase que copió cien veces.

A aquel que tiene fé...

Desde hace dos meses Aitana está en todo, por más que ha intentando apartarla de su mente.

Quizá haya llegado por fin el momento de dar un salto de fé y esperar que tengan éxito donde otras tantas veces han fallado.

Carmela maulla un par de veces y vuelve a saltar a su regazo. Ahora casi parece que sonríe el animal del demonio y Luis resopla antes de hacer de tripas corazón y hacerle una caricia.

Después de todo, se le ocurre, estaba esperando algún tipo de señal.

REGALOS DE CUMPLEAÑOS (Barcelona, 2027)

Aitana no piensa en Luis cuando baja del avión.

Tampoco piensa en Luis cuando Jon la recoge en el aeropuerto y le abraza y huele como la vida que han compartido durante tres años. Su pulso se ralentiza y respira sin dificultad cuando la rodea con sus brazos.

Jon ha comprado lasagna congelada y la ha esperado para ver la nueva temporada de la serie que están siguiendo juntos.

Así que no pensar en Luis no es un esfuerzo.

A la mañana siguiente mientras se ducha resulta un poco más complicado no pensar en él, ya que fue en una ducha su último encuentro pero se concentra y levanta un muro cantando a pleno pulmón la canción más absurda que se le ocurre.

En el trabajo es fácil no pensar en Luis, porque hay un montón de asuntos que requieren su atención después de más de una semana en Irlanda, así que devuelve llamadas y se esfuerza por cumplir plazos de entrega y toma un millón de pequeñas decisiones que la mantienen ocupada desde de que se sienta en el estudio hasta bien entrada la noche.

Por supuesto que piensa en Olivia cuando encarga sus botas que tienen que estar listas, sin excusa posible, para el día de su cumpleaños. Diseña y encarga también unas botas de Oscar, verdes, como los ojos de su hermana y llenas de pequeños tréboles.

Pero incluso entonces piensa solo en los niños, no en su padre.

Puede que esto último sea un poco mentira, pero Aitana esta muy orgullosa de lo bien que no está pensando en Luis.

A finales de abril se mudan por fin al piso de Barcelona y Jon se incorpora a su plaza en el Clinic. Durante unos días viven a caballo entre el piso de Madrid y el nuevo piso en el que aún hay cajas por el suelo que ninguno de los dos tiene tiempo de abrir, por lo que viven en una interminable carrera de obstáculos en la que, de vez en cuando se cruzan y se detienen el tiempo suficiente para saludarse.

Durante esos días no piensa en Luis porque no tiene tiempo para hacerlo.

Una de esas noches eternas en la oficina, enciende la radio y la pone en una emisora que reproduce viejos éxitos. No le da tiempo a cambiar, o quizas no quiere hacerlo después de todo, cuando la locutora se pregunta, con la voz aterciopelada propia de esa hora, qué habrá sido de Luis Cepeda antes de anunciar que escucharán una de sus canciones.

Entonces sí, por primera vez dese que volvió de Dublin, se saca los zapatos, se recuesta en su silla y deja que su voz la bañe mientras le pide a ella, siempre fue a ella, que vuele alto.

Cierra los ojos y deja que las lagrimas fluyan sin molestarse en detenerlas o en limpiarlas siquiera. Está muy cansada por el esfuerzo de no pensar en él durante todo este tiempo y deja que el agotamiento salga en forma líquida.

Antes de que acaba la canción se obliga a pensar que el Luis que canta no es el de Dublin o tan siquiera el de Las Vegas.

Así que apaga la radio antes de que la voz de ese Luis vuelva a decir otra vez la sandez sobre América recorriéndola a ella y lo de quizás acordarse de él allí porque eso es, precisamente, no que no puede hacer.

Acordarse de él. Pensar en él. Echarle de menos.

Mientras conduce hacia casa esa noche piensa que puede que en unos meses el esfuerzo para no pensar en Luis se convertirá en algo automático como lo fue hace cinco años, solo que en esta ocasión no habrá un secreto en el fondo del armario y el puñetero hilo rojo de los malditos cojones se romperá de una vez y para siempre.

La primera semana de mayo fijan la fecha de la boda para diciembre, justo después de las navidades.

La segunda semana de mayo entiende que, después de todo esta no es su boda. Su madre y la madre de Jon han conseguido monopolizar la organización.

Intenta fingir interés en los quince tonos de verde pistacho para las servilletas, disimula un bostezo con las treinta propuestas de modelos de centros de mesa y tiene que ahogar un grito de frustación cuando le ponen delante la enésima muestra de papel texturizado para las invitaciones.

Al menos Jon comparte su falta de entusiasmo en este aspecto. A veces sus miradas se cruzan en medio de una de esas jornadas interminables en las que las madres fingen contar con su opinión para hacer finalmente lo que les da la gana y les cuesta aguantar la risa.

Y si a veces se acuerda de una capilla cutre, pétalos de tela y plástico y un Elvis borracho cantando a Sinatra, no pasa nada.

Simplemente será cuestión de práctica no pensar en ello.

La mañana de su cumpleaños, el veintisiete de junio, se levanta temprano. Tiene siete mensajes en el móvil. Cinco de felicitaciones. Dos de la madre de Jon pidiéndole que le conteste algo sobre el menú para celíacos de la boda y las flores de la iglesia.

Aitana piensa en la contestación mientras se frota con el dedo pulgar la piel del dedo anular justo debajo del anillo de compromiso que está un poco irritada.

Finalmente resopla y lo deja sin contestar.

Ni siquiera tenía la menor idea de que fuera necesario un menú para celíacos.

Jon tiene guardia en el hospital y no podrá estar con ella hasta la noche pero se ha disculpado mil veces por no poder cambiarla.

El siguiente mensaje que entra es el suyo y la hace sonreír.

Se siente más segura cuando Jon está cerca. Cuando no lo está le cuesta un poco más aclarar las ideas y reconoce que es más complicado no pensar en ese Luis Cepeda que se le aparece en un millón de estúpidos detalles.

En el color del cielo, en la lluvia, en los estúpidos charcos de barro y en las canciones que suenan en la radio, en los olores de la calle y en los anuncios de televisión.

Son pensamientos estériles. Ella va a casarse y Luis aún no ha superado la muerte de Muriel.

Por más que lo intenten, una y otra vez, nunca parecen estar preparados los dos al mismo tiempo.

La historia lleva repitiéndose una y otra vez desde hace tantos años, así que la única conclusión lógica es que nunca van a estarlo.

Decide aprovechar que está un día espectacular y da un paseo hasta el estudio. Agradece las felicitaciones de su equipo. Devuelve un par de llamadas. Pide pizzas para que compartan todos. Contesta a un par de correos electrónicos.

Por la tarde justo antes de volver a casa su asistente le trae un saco, un maldito saco de rafia, lleno de regalos que la gente le ha envíado. Por sorprendente que parezca aún hay gente que seguía su carrera musical que sigue acordándose de tener un detalle con ella el día de su cumpleaños.

Aitana levanta una ceja y le encarga pedir un taxi para volver a casa para no parecer Papa Noel caminando de vuelta a casa por la Diagonal.

En casa el saco queda olvidado en una esquina porque Jon ha encargado una cena para los dos. No se vuelve a acordar de él hasta que están sentados en el sofá con una cerveza fría.

A Jon suelen hacerle gracia los regalos de los fans, aporta un par de comentarios ácidos sobre la gente que le regala ropa interior y se emociona con la carta de una mujer que la sigue desde que era una niña.

Hay un paquete más grande que el resto en el saco. Está envuelto en papel de estraza con un lazo azul.

No tiene remitente pero a Aitana se le acelera el pulso cuando descubre por el matasellos que ha llegado desde Irlanda.

Se obliga a abrirlo despacio, consciente de la mirada de Jon sobre ella.

Hay otros tres paquetes más pequeños en el interior marcados con números.

- Jon....- carraspea e intenta que su voz suene firme- ¿te importa que estos regalos los abra yo sola?.

El inspira y después suelta el aire como si llevase tres meses conteniéndolo en lugar de tres segundos. No es idiota y con el mismo ojo clínico con el que se capaz de diagnosticar una enfermedad, ha sido consciente de la forma imperceptible en la que Aitana se encoge antes de cada beso.

Apenas está ahí, dura tan solo una fracción de segundo, pero existe.

Pero tambien ha sido testigo de que a veces, por extraño que parezca, lo mejor que un médico puede hacer es no hacer absolutamente nada y dejar que una enfermedad agote su curso.

Así que asiente, la abraza y se levanta del sofá.

- Después creo que tenemos que hablar- sonrie sin ganas y desaparece por el pasillo.

Le tiemblan las manos cuando abre el paquete marcado con el número uno.

No es que tuviera demasiadas dudas del autor del regalo, pero aún así no puede evitar un sonido de sorpresa cuando descubre un marco de fotos con un pedazo de papel dentro.

Es un trozo de papel cuadriculado, de una vieja libreta y en la caligrafía ordenada de Luis están escritas las palabras de la canción que ha escuchado un millón de veces.

La primera que él le dedicó.

Mira detras del marco y en el papel pero no hay nada más escrito.

El segundo paquete además del número tiene un sello que lo identifica como frágil.

Es una caja de madera oscura, en la tapa, tallada y pintada con delicadeza hay una noria. Lo acerca a la cara, conteniendo las lágrimas a duras penas y le llega el olor del barniz y la pintura aplicados hace no demasiado tiempo.

Se da cuenta entonces de que hay una pieza de metal para darle cuerda. Pero incluso antes de que suenen los primeros acordes sabe qué canción va a sonar.

Esa que habla de dos extraños en la noche. La misma que bailaron en la noria en Las Vegas y la misma que el imitador de Elvis cantó en su boda.

Escucha la música una, dos, tres veces y le vuelve a dar cuerda, observando cada pequeño detalle de la noria.

No se atreve a abrir el tercer paquete.

El mensaje de los dos primeros regalos está claro. Uno por cada cada intento en el que fallaron estrepitosamente.

Deja los regalos y el paquete sin abrir junto a los jirones de papel de estraza y se levanta del sofá de un salto.

- ¡Joder Cepeda! ¡joder Cepeda! ¡Joder Cepeda!- con cada palabra siente que como sube la bilis por su garganta.

Desde la otra punta del salón observa el paquete sin abrir como si se tratara de una bomba.

No cree que pueda soportar otro detalle increible que le haga desear cosas que no puede desear. Cosas que no debe desear.

Se frota una vez más la piel bajo el anillo y piensa en Jon al final del pasillo con un nudo en la garganta.

Se acerca despacio a la mesa y se arrodilla. El último paquete es cuadrado y duro.

Pero a diferencia de los otros dos una vez lo abre no tiene tan claro el significado.

Es un viejo cd con la portada de plástico rayada y la carátula con los colores de la bandera de Irlanda. Rebeldes de Irlanda, canciones patrióticas irlardesas, reza el título

Supone que es la banda sonora de su tercer fracaso. El de Dublín.

- No quiero echarte de menos- se lo susurra a la caja.

Acaricia la tapa de plástico y la abre. Pero este sí que contiene algo además del regalo.

Una nota amarilla, escrita con la misma caligrafía del primer regalo.

Los rebeldes fallaron una y otra vez pero lo siguieron intentando hasta lograr la victoria. Feliz Cumpleaños Campanilla.

Aitana siente que se le seca la boca.

Puto Luis Cepeda. Maldito gilipollas romántico.

No es la banda sonora de un fracaso.

Es una propuesta de futuro.



Perdón por la espera, estaba completamente atascada con este capítulo. Afortunadamente vino una bruja e hizo magia para desafíar la gravedad y ayudarme a desatascarlo.

Gracias por vuestra paciencia.



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