Cánticos de cuervos a mediano...

By LCBuenfil

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Corroído, lúgubre, abrigado por sus vestidos oscuros y fría neblina donde esconde sus secretos turbios de nor... More

N/A | Booktrailer
Epígrafe
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8

Introducción

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By LCBuenfil

La brisa de la costa le revolvió su oscura y larga cabellera, contemplando a lo lejos el gran faro que iluminaba todo cuanto podía, deseó con todo su corazón que aquel esplendor también iluminara su vida, pero esta no se hacía más que oscurecer.

Sentía que todo se le iba de las manos y no podía permitirse que su efímera felicidad se le fuera también, necesitaba demostrarse que podía lidiar con todo por más tenebroso que fuese.

—Haré todo lo que esté en mis manos, bebé —musitó con vehemencia mientras acariciaba su pronunciado vientre.

La siguiente brisa que la acompañó no provenía de la costa sino a su costado, sintió su proximidad y la piel se le erizó al instante, tenía miedo, pánico y todo ello le impedía gritar, y echarse a correr en su condición era peligroso.

Maritza Svent se consideraba una mujer fuerte, poseedora de un mirada afilada y piel de marfil, su bello rostro no era su arma letal, sino su carácter y seguridad. Cuando su destino se decidió, ella sabía que tenía que encararlo con toda su fuerza, ahora no era una niña pequeña bajo el cobijo del gran amor de sus padres, ahora era la reina de Salamyel.

—Maritza —el susurro llegó tan cerca de su oído que sintió sus piernas flaquear.

El corazón comenzó a latirle con fuerza, respiraba con dificultad y su instinto protector la hizo aferrarse a su criatura. Su vientre se contrajo, el dolor fue inminente y un grito de dolor se hizo audible, tenía que irse de ahí y con mucha dificultad lo hizo.

—¡Gregory! —gritó en desesperación y arrastrando los pies. El dolor era demasiado intenso para mantenerla cuerda y seguir siendo la mujer fuerte que era.

Los guardias reales no tardaron en asistirla y la llevaron dentro del palacio. Gregory la miró pasmado observando como su mujer sangraba manchándole las piernas y no se lo pensó dos veces al ordenar que se la llevaran a su habitación.

Las parteras se hicieron presentes y ahora empezaba su labor de parto, pero súbitamente el castillo se vio iluminada por una serie de relámpagos y tras el primer trueno la lluvia cayó inminente con el viento haciendo crujir la madera de las ventanas.

Los gritos de la reina provocaron un eco fantasmal en el castillo mientras el rey esperaba afuera de la habitación de su mujer con manifiesta desesperación. Cuando la partera salió de la habitación para indicarle que todo había salido bien, un rayo ensordecedor cayó cerca del castillo provocando un grito de miedo a la pobre mujer.

Gregory Svent entró a la habitación, su esposa dormía y respiraba con dificultad. Mientras las doncellas la limpiaban y recogían las sábanas sucias, la partera se acercó al rey y le puso en brazos a la criatura.

—Es una niña, Su majestad —musitó la partera con dificultad, quizá temiendo su respuesta.

—Es hermosa —respondió el rey sonriendo. Era su hija, su primogénita. De tan sólo pensarlo sonrió ante la idea de enseñarle a defenderse de los bribones y romper unas cuantas piernas.

Después de acunar a su hija en brazos miró a su mujer.

—¿Ella está bien? —quiso saber.

—Sí, sólo está un poco débil, la princesa llegó antes de lo previsto, pero goza de excelente salud.

—Bien —sonrió el rey—, me llevaré a mi hija unos minutos mientras ustedes terminan aquí —anunció saliendo del lugar dejando a la partera atrás.

La partera se acercó a la reina quien respiraba con dificultad, le limpió la cara perlada de sudor y reparó que su temperatura estaba por debajo de lo normal, y eso de cierta manera le preocupó, pero sabía que era normal dada las condiciones por las que acababa de atravesar, pensando que estaría mejor abandonó junto con la doncella el lugar cerrando las grandes puertas detrás de sí.

En medio de la turbulenta noche, el siseo de una serpiente hizo un eco suave en la habitación de la reina, la aludida se quejó de dolor apretando los dientes y aferrándose a la cama, al pujar nuevamente el aliento se le escapó de los pálidos labios mientras la enorme serpiente se deslizaba fuera de su interior.

Nunca sabrían que al momento en que el demonio puso un pie en Salamyel había sido para

condenarlo, y que para ello uso su arma más poderosa... el amor.

Desde hacía un par de semanas llovía sin descanso alguno, las nubes se arremolinaban como bestias vaporosas ahí arriba donde los relámpagos danzaban y entre ellos el rayo rugía queriendo aplacar el caos. Era de noche cuando los gritos de una mujer se hicieron escuchar desde una habitación, un cuerpo femenino que se retorcía y rogaba paz.

Un rey asustado quien en desespero acunó a su mujer en brazos tratando de consolarla, pero sus gritos le calaban el alma y se la agitaban convirtiendo el escenario en un festín, la puerta se abrió estrepitosamente mientras los gritos eran silenciados por el ruido de una salvaje lluvia que quería cubrir un pecado.

Las últimas llamaradas de una vela se apagaron cuando el frío viento se coló por la ventana de aquella torre y junto con ella una maldición cayó sobre todo el reino consumiéndose en fuego, con gente que corría tratando de salvarse y serpientes que se arrastraban a los pies de sus víctimas.

En medio de la oscuridad, el llanto de una niña era incapaz de aplacar el horror que se estaba cerniendo sobre ella y cuyo resultado la haría infeliz para toda su vida.

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