Mi dulce destrucción [COMPLET...

By IsabelleBellmer

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Ryder Montgomery había dejado de lado su faceta de chico malo, corredor de carreras ilegales y mujeriego empe... More

2-✯APARIENCIAS✯
3-✯JENIFER Y MAX✯
4-✯LONDRES✯
5-✯HYDE PARK✯
6-✯LO PROMETIDO ES DEUDA✯
7-✯ENFERMERA✯
8-✯CALLE INTER✯
9-✯DRIFT✯
10-✯RY & KAT✯
11-✯EXTRAÑANDO✯
12-✯REVELACIONES✯
13-✯¡EL PRIMER BESO DEL AÑO!✯
14-✯PEDIR PERDÓN✯
15-✯EL LUGAR MÁS SEGURO✯
16-✯AMOR REAL✯
17-✯CELOS✯
18-✯ESTAR CONTIGO✯
19-✯MENTIRAS✯
20-✯HIPOCRESÍA✯
21-✯LEJOS✯
22-✯CONFUSIONES✯
23-✯LA LLAMADA✯
24-✯BRITANIE✯
25-✯LA PLATAFORMA✯
26-✯APUESTAS✯
27-✯CRISTALES Y CORAZONES ROTOS✯
28-✯INFORTUNIO✯
29-✯MI DULCE DESTRUCCIÓN✯
30-✯ÁNGEL✯
✯EPÍLOGO✯
✯CARTA DE RYDER A LOS LECTORES✯
❤PARA SIEMPRE EN TI❤
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1-✯RYDER MONTGOMERY ✯

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By IsabelleBellmer

El taxi me dejó en la calle Wenlock la mañana del viernes quince de agosto del 2009. El cielo estaba completamente despejado, pintado de un azul celeste muy hermoso. En lo alto, el sol parecía no dar tregua. No veía la hora de sacar las valijas del maletero y pedirle a mi hermana que me dejara usar su ducha.

Ya me sentía un verdadero asco, ¿cómo era posible que el verano nos estuviese azotando de esa manera? Bueno, eso era simple: el calentamiento global.

Llevaba conmigo dos maletas; lo justo y lo necesario. Lo suficiente para subsistir unos cuantos meses en su casa hasta que pudiese encontrar un buen empleo y obtener mi propio apartamento. Todo eso sin dejar la universidad. Mi primer trimestre empezaba en unas cuantas semanas, de modo que debía comenzar a prepararme para los primeros días, que si bien serían tranquilos, también serían la clave para el resto de los meses.

Cuando hablé con mi hermana Elizabeth para ir a Londres a estudiar Historia le pareció genial. Allí en Boston las cosas no estaban muy bien. Con mis padres arrancándose los pelos por el divorcio, no podía estar tranquila ni un día sin que alguno me llamara por teléfono al cuarto que mi amiga Ginger y yo compartíamos en el campus de la universidad.

A veces mis padres resultaban una tortura.

Avancé por el camino de gravilla en cortas zancadas mientras arrastraba las maletas detrás de mí y subí las escaleras del porche. La casa parecía silenciosa. Miré a mí alrededor. Había un solo auto en la entrada: un Mitsubishi Lancer azul eléctrico que parecía un auto de carreras, pero sin etiquetas de patrocinadores. Lo reconocí porque una vez había visto una publicidad en la televisión.

Me sequé el sudor de la frente con el dorso de la mano y dejé las maletas a un lado de mis piernas. Acto seguido, toqué el timbre y esperé.

Oí unos pasos provenientes del interior de la casa y luego el ruido del picaporte al girar. Respiré profundo pensando en la hermosa ducha que tomaría en solo unos minutos. Santo Dios, ya lo estaba disfrutando.

La puerta comenzó a abrirse y Ben, el esposo de mi hermana me recibió con una extraña mueca en sus labios, como si no esperase que yo llegara. Lo miré por una fracción de tiempo. ¿Cuándo había cambiado tanto? Su cabello se veía más oscuro, llevaba unos lentes de aviador y tenía un cuerpo... Mi fuero interno se aclaró la garganta. ¿Ese era su cuerpo? No, imposible. Ese hombre se la había pasado en el gimnasio y le había resultado...bien.

—Hola, Ben, ¿cómo estás? Te ves... —dije y me tomé solo un segundo para pensar que demasiado—, bien.

Él sonrió y se apoyó sobre el umbral de la puerta con un gesto que fue cien por ciento arrogante, lo que me dio el primer indicio.

—Hola, nena ¿buscas a alguien? —respondió y arqueé las cejas. Algo andaba mal aquí. Nunca había oído a Benjamin decir "nena".

«O me equivoqué de casa o él se había convertido en otra persona»

—¿Elizabeth no te dijo que vendría? —pregunté. Diablos, me estaba muriendo de calor, y la vista de ese torso marcado, desnudo y malditamente bronceado comenzaba a empeorarlo todavía más.

No había derecho.

—Elizabeth no habló de esto conmigo.

—¿Cómo? ¡Yo le avisé que vendría! —exclamé.

Aquello era imposible: Elizabeth siempre hablaba con Ben sobre todo. Aunque viéndolo bien, si se comportaba de esta manera, estaba claro por qué mi hermana no le había dicho nada. Su esposo parecía haberse convertido en un cabeza de chorlito.

Alzó su mano para quitarse los anteojos y allí fue cuando caí en la cuenta de lo que estaba sucediendo.

¿Cómo podía haber sido tan ciega?

Él no era Ben. Benjamin no tenía unos voraces y arrogantes ojos azules idénticos al zafiro. Ben no se veía como un oasis. Pero si no era Ben, ¿quién demonios era?

—¿Quién eres tú? —quiso saber, haciendo un movimiento hacia arriba con su mentón.

Me observó de arriba a abajo y siguió con aquella sonrisa descarada como si no le importase que yo esté frunciendo el ceño. Una corriente eléctrica atravesó mi cuerpo cuando me miró directo a los ojos. Tragué saliva con algo de dificultad.

«No, tú no —me dije—, estos son los peores.»

Di un paso hacia atrás, como si eso pusiera una buena distancia entre nosotros. Ser precavida ante estos personajes siempre es bueno.

—No, ¿quién eres tú? Esta es la casa de mi hermana.

Lanzó una carcajada y se llevó una de las patitas de los anteojos a el borde de su pantalón corto. Justo en las caderas, desde donde los pantalones colgaban —y bien al medio junto al botón—.

Acababa de hacerlo adrede.

No contesté, estaba...«Maldita sea, quien quiera que seas»

—¿Estás mirando mi entrepierna? Hoy no está muy altiva.

Parte de mí quería salir corriendo.

Alcé la cabeza de inmediato, volviéndome color carmesí. ¡Oh, vamos! Había visto decenas de hombres sin camiseta —en televisión y revistas— como para ponerme de esa manera. Tenía que enderezarme y mirarlo a los ojos.

—¿Qué? ¡No! ¡Claro que no! Yo solo estaba...estaba pensando —balbuceé intentando sonar lo más convincente posible.

—Sí, claro. Déjame decirte una cosa. Si lo quieres... —Arrastró las palabras con un tono muy particular. Sexy.

Respiré profundo y puse los brazos en jarra.

—Aún no me has dicho quién eres. Eso es lo que quiero, mal pensando.

Lanzó una carcajada y se apoyó sobre el umbral de la puerta.

—Oye, no era yo quien me observaba con tanto descaro, como si nunca hubiese visto un cuerpo masculino. Mira que si no lo vas a llevar no puedes tocarlo, ¿eh?

—¿Tocarte a ti? Jajaja. No me hagas reír.

Frunció los labios y me miró sin decir nada. Nunca en la vida había visto unos ojos azules como aquellos, que para colmo, resaltaban con su bronceado.

—¿Y? ¿Vas a decirme quién eres? No tengo tiempo que perder —insistí.

—Ryder, ¿y tú?

Ignoré su pregunta.

Me crucé de brazos y lo miré con desaprobación. Ryder me sonrió sin apartar sus ojos de los míos.

—¿Y qué haces aquí? —demandé.

—Tienes que pedir turno para hacerme una entrevista, o cualquier otra cosa que quieras hacerme, ¿sabías? Aunque podría concertarte una ahora mismo.

Rodé los ojos. Tomé una bocanada de aire, tragué saliva y me armé de paciencia. No importaba cuan bueno esté su cuerpo o qué tan perfecto pareciese su cabello oscuro y ondulado. Estaba a punto de sacarme de mis casillas.

—Lo único que quiero, hombre misterioso, es darme una ducha.

—Hombre misterioso —dijo, y me guiñó un ojo ladeando una sonrisa—, me gusta ese apodo.

—¿Puedes dejar de hablar idioteces y dejarme entrar? En serio necesito esa ducha.

—¿Y crees que te voy a dejar pasar? —replicó alzando una ceja.

—¡Es la casa de mi hermana! —grité.

Ryder chasqueó la lengua negando con la cabeza.

—Ella no está aquí ahora, y no pienso dejarte entrar hasta que alguno, Elizabeth o Ben me confirme quién eres. Aunque si fuera por mí...

—Ya deja eso, por favor, ¿puedes llamarla siquiera? Necesito darme una ducha.

Ryder carcajeó y se incorporó, acaparando el hueco de la puerta de entrada casi en su totalidad.

—Creo que eso ya lo has dicho.

Cerré las manos formando dos puños. Si no dejaba de hacer eso, uno iría directo a su linda carita.

—Pues voy a seguir repitiéndolo hasta que me dejes entrar. Necesito una ducha ahora.

—Me apunto a ello. —Sonrió.

—Idiota —mascullé.

Rodó los ojos y se echó a reír.

—Creo que voy a llamar a Elizabeth.

Ryder se encogió de hombros, me miró con lo que parecía desconfianza, y en menos de un segundo me cerró la puerta en la cara. Santo cielo, estaba sudando como una puerca. Debía de hacer por lo menos cuarenta grados en ese maldito lugar. Y ese chico no ayudaba en nada.

A los cinco minutos, la puerta se abrió y él me dejó entrar. Gracias a Dios se había puesto una camiseta. Eso lo hacía un poco más fácil. Quiero decir, no tenía problema con que se pasease así por la casa, me daba igual, pero una tampoco era de palo.

—Lo siento —se disculpó—, creí que eras una vagabunda.

Dejé escapar el aire y una expresión de indignación se formó en mi rostro.

—No me digas.

—Bueno, esa ropa que llevas tampoco ayuda mucho —soltó.

Qué idiota. Nada tenía de malo mi camiseta azul de mangas cortas y mis shorts de algodón blanco. Era una vestimenta normal para una persona normal. No para un exhibicionista sin camiseta.

Me volví hacia él al tiempo que dejaba las maletas sobre la escalera.

—Recuérdame —dije—. ¿Por qué estoy hablando contigo?

Se acercó unos pasos hasta estar a algunos centímetros de mí y sonrió con picardía. Yo estaba en el primer peldaño, por lo que casi parecíamos de la misma altura.

—¿Por qué soy la única persona en esta casa que puede decirte donde está la ducha y tu cuarto, muñeca?

Eso era ridículo.

—Puedo encontrarla sola, gracias. Ni que la casa fuera tan grande. —Me giré de nuevo, dispuesta a subir.

—¿Estás segura de que no necesitas una toalla?

Me detuve a mitad de la escalera, sosteniendo una de mis valijas. Mierda. Él estaba en lo cierto. Yo nunca había estado en esta casa y no conocía nada. Sin embargo, no necesitaba un guía turístico. Solo lo hacía para estar más tiempo conmigo, molestándome.

Me encogí de hombros y suspiré con cansancio debido a las horas de vuelo. Le dije que estaba bien, que me ayudara. Pelear no me serviría de nada.

—Genial, entonces te llevaré al cuarto.

—¿Qué cosa? —pregunté, y mi mal pensado cerebro trabajó a toda marcha.

—Que te llevaré al cuarto para que dejes tus cosas —me explicó como si se lo dijera a un niño de cinco años.

Y apenas unos segundos, pasó trotando a mi lado, escaleras arriba y con mis maletas en sus manos.

Lo seguí por el pequeño pasillo hasta la tercera puerta. Era una habitación bastante grande, pintada de verde agua y con una pequeña ventana con vista a un enorme y frondoso jardín frontal. Desde allí se podía ver el automóvil que estaba en la entrada.

Había otra puerta dentro de la habitación que tal vez era un clóset.

—¿Cómo sabes que esta va a ser mi habitación?

—Lizzie me lo dijo por teléfono.

Inspeccioné un poco más el cuarto. Había una cama frente a la puerta y a la derecha una cómoda y una biblioteca para que dejara mis libros.

—¿Te dijo algo más «Lizzie»?

Ryder apoyó las maletas en mi cama, que rechinó bajo el peso de ambas.

—Que no te irritara y que no te fastidiara. Aunque básicamente es lo mismo.

Lancé una carcajada.

—¿Por qué ríes? Aún no te he irritado. —Se encogió de hombros.

—Demasiado tarde. Parece que tienes el don para hacerlo.

Él cruzó los brazos sobre su pecho.

—Tengo el don para hacer muchas cosas —dijo alzando una ceja.

Apreté los ojos y una sonrisa comenzó a tirar de sus labios.

—No puedo creer que tenga que soportarte toda la tarde. No me dejarás tranquila, ¿verdad?

—No, pero podemos volver a empezar, ¿cierto? —pregunró, y quizás estaba siendo sincero porque no lograba atisbar ni una pizca de burla en sus palabras ni en su expresión—. Ryder Montgomery. Soy el hermano de Ben.

Dudé un segundo antes de estrechar su mano. Sus ojos azules, muy azules, me escrutaron con sinceridad.

Entonces lo hice, le estreché la mano. Sus músculos se veían tensos, pero su sonrisa estaba relajada.

—Katia Green —dije.

—La hermana de Elizabeth. Vaya, no te pareces en nada a ella.

Sonreí a medias mientras metía mis manos dentro de los bolsillos del pantalón.

—Lo sé.

—Eres más atractiva, de hecho.

Rodé los ojos. Bueno, eso ya era algo incómodo, así que debía proceder a ducharme.

—¿Me das las toallas?

—En el tercer estante del baño. Esa puerta es la del baño de tu habitación.

Y yo que había creído que era un clóset.

—Está bien, gracias.

Se quedó allí de pie mirándome sin decir nada, así que carraspeé para que se fuera.

—¿No deberías salir de mi habitación? Quiero cambiarme.

—¿No necesitas ayuda? Ya te digo, soy muy bueno para muchas cosas —dijo y se echó a reír.

—No, vete.

Una sonrisa divertida apareció en su rostro. Él estaba probándome, de alguna manera lo estaba haciendo. Se llevó las manos a los bolsillos y salió del cuarto para volver segundos después.

—¡Eh, te dije que te fueras! —espeté. Diablos, había estado a punto de sacarme la camiseta.

Tomé varias bocanadas de aire.

—Tranquila —se defendió—. Solo veía a avisarte que no hagas mucho ruido cuando acabes. No me gustaría que despiertes mi princesa.

Y dicho esto, salió del cuarto.

¿Su princesa? ¿Mi hermana lo dejaba tener una novia en su propia casa y con Jenifer y Max aquí?

Ryder Montgomery era un tipo curioso; parecía ser un idiota y un sujeto amable casi al mismo tiempo. Bueno, no importaba cómo fuera. Mientras no se entrometiera en mis asuntos, yo no me metería en los suyos. Así todos viviríamos en armonía.

Sin embargo, meses después iba a comprender que las cosas nunca salen como uno quiere. Y como mi madre solía decir «el hombre propone y Dios dispone».

Y aquello era totalmente cierto.



Estoy contenta porque Mi dulce destrucción ha vuelto a casa. Esta novela me trajo muchas satisfacciones, entre ellas mis amados lectores y el poder escribir la versión de Ryder, por eso creo que ya era hora que volviera al lugar de donde salió hace más de siete años. Que lo disfruten muchísimo!

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