Maullidos a la Luz de la Luna...

By Sora_Cuadrado

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Las cosas han cambiado mucho para los héroes de Paris. Marinette es la nueva guardiana de los prodigios y tie... More

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By Sora_Cuadrado

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Día 29: Rosas

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Capítulo 7

-En el que Marinette se encuentra con el Caballero-

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Marinette llega a Kingsbury

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—¿Cómo se encuentra, señorita? —La voz la pilló por sorpresa. El traqueteo incesante de las ruedas contra el irregular dibujo del empedrado se había convertido, con el pasar de las horas, en un sonido constante que, junto al balanceo de la cabina, la habían sumido en un estado de aturdimiento parecido al sueño, pero con la mente alerta.

Su cuerpo estaba anestesiado por la imposibilidad de cambiar de postura, aunque cómodo gracias a lo mullido del asiento. Apreció la suavidad del terciopelo al deslizar la mano por su superficie y la forma en que su cuerpo se hundía en él como si fuera una nube.

—¿Eh? —Se movió, sintiendo que sus músculos se desgarraban al traerlos de vuelta a la vida. Sacó la cabeza por la ventana de la puertezuela y buscó al dueño de la voz—. ¿Perdón?

El cochero real se apartó un poco el sombrero de copa que protegía su cabeza del sol y torciendo el rostro hacia ella, le dejó ver una sonrisa de cortesía.

—¿Se encuentra bien?

—¡Oh, sí! —respondió ella, sonriendo también. La brisa le dio de lleno y el sol la cegó, por lo que tuvo que parpadear antes de añadir—. ¡Gracias!

>>. ¿Falta mucho?

—No, apenas unos minutos para llegar al palacio.

—Bien... ¡Gracias! —repitió y se metió de nuevo en el interior. Desde que el elegante carruaje la había recogido esa mañana, Marinette sentía la compulsiva necesidad de dar las gracias por todo, a pesar de que el tono agudo y algo tembloroso que le salía la avergonzaba.

Jamás había viajado en un carruaje tan hermoso y distinguido como ese. Y jamás había salido de Market Chipping hasta ahora, por eso se sentía tan nerviosa.

Había perdido la cuenta de las veces que había repetido su retahíla de gestos tranquilizadores pero sintió la necesidad de hacerlos de nuevo.

Pasó las manos por la falda del vestido desde la cintura hasta los tobillos, asegurándose que la tela no estaba arrugada y se movía con fluidez. Recorrió la parte delantera con la punta de sus dedos, las varillas del corsé estaban en su sitio, las costuras estaban firmes, y no apreció humedad debido al sudor. Se tocó el rostro, tenía las mejillas calientes y por último revisó su cabello suelto. No había donde mirarse, así que se contentó con pasar los dedos entre los mechones y se calmó al no notar enredos.

Todo está bien se dijo y dejó ir un nuevo suspiro frunciendo las cejas. Debería haber dejado venir a Tikki se lamentó, entonces. Ahora estaría más tranquila teniendo a su lado a alguien que ya había estado en el palacio, que sabía de protocolos y modos de comportarse... Pero es que la pequeña pelirroja se emocionó tantísimo cuando Marinette le comunicó su decisión de ir a reunirse con el sobrino del rey, que temió que si la llevaba, molestaría al chico con sus fantasías de romance y demás teorías absurdas.

Pero quizás ahora le habría venido bien que su amiga estuviera con ella, distrayéndola con su parloteo de las palpitaciones que agitaban su pecho y de esa molesta sensación de falta de aire que no le había permitido si quiera disfrutar de las vistas desde que salió de Market Chipping horas atrás.

Marinette se había puesto su mejor vestido para conocer al sobrino del rey. Se había acomodado el cabello de un modo que la hacía parecer más adulta y seria, y había estado practicando la reverencia como Tikki le indicó que debía hacerla. Estaba decidida a dar la mejor imagen posible y también por eso, había evitado adormecerse en el trayecto. No quería aparecer con el vestido arrugado y los ojos hinchados. Lo malo de mantenerse despierta todo el viaje había sido que su mente no había parado de dar vueltas a mil ideas distintas y ahora la sentía como una olla que alguien hubiese olvidado al fuego durante demasiado tiempo; a punto de estallar sin remedio para malograr todo el esfuerzo del cocinado.

Por supuesto, Marinette había desechado todas sus dudas y estaba segura de lo que iba a hacer. Su visita al palacio real obedecía a dos motivos razonados y enormemente reflexionados.

En primer lugar, era su responsabilidad responder a esa invitación para darle las gracias al hombre que, tan solo por genuina amabilidad y gentileza, había hecho que su mayor sueño se volviera realidad. Y le parecía que era sencillo entender esta resolución. El Caballero había confiado en ella y todo lo que le pedía a cambio era un encuentro para conocerse. En su mente no concebía rechazarlo, pues habría sido un gesto tan despreciable como desagradecido.

Y ella era una joven noble, agradecida y justa.

El segundo motivo no era, quizás, tan agradable pero sí igual de importante.

Por más que había pensado en las palabras de Tikki y había releído cientos de veces las cartas del Caballero, Marinette seguía dudando de que su amiga pudiera llevar razón sobre los sentimientos de este. Una parte de su mente estaba convencida de que todo eran tonterías, pero había otra parte que dudaba... ¿Y si realmente las intenciones del Caballero al atraerla a Palacio eran pedirle en matrimonio o iniciar relaciones?

Marinette apretó los párpados y al tragar saliva, sintió una bola de acero que giraba en el borde de su paladar y se negaba a bajar. Esa era la posibilidad que más miedo le daba, porque de ser cierta ella tendría que rechazarle.

Había decidido ser leal a sus sentimientos por Chat Noir, y por tanto no aceptaría ninguna otra propuesta, ni siquiera aunque viniera del sobrino del rey. Estaba dispuesta incluso a pedirle que no la escribiera más cartas si es que estas tenían la intención de enamorarla.

Y no iba a echarse atrás.

Solo espero que no se enfade demasiado y me arrebate la tienda.

Le parecía poco probable dado el espíritu amable y generoso del Caballero, pero en asuntos del corazón nunca se sabe cómo va a reaccionar la otra persona.

Eso la hizo pensar en Chat Noir, o más bien en el hecho de que no hubiese regresado a verla después de la última vez. Debía estar molesto por la discusión y, por ese modo misterioso en que el chico lograba enterarse de todo, a lo mejor ya sabía que había acudido a Kingsbury.

Motivo por el cual, estará todavía más enfadado.

Eso la inquietaba un poco, aunque Marinette tenía la extraña seguridad de que él volvería. No sabía cuándo sería, pero estaba segura de que Chat retornaría a ella y entonces lograría hacerle entender la magnitud de sus sentimientos por él, a pesar de no querer casarse en esos momentos

Me entenderá se dijo para calmarse. Pero primero debo ocuparme de esto.

Casi como si esa resolución se hubiera interpuesto en su camino, Marinette sintió que el carruaje reducía su velocidad. El cochero tiró de las riendas y se oyó el relincho de los caballos; su cuerpo se echó hacia delante por la inercia del movimiento y el corazón se le subió a la garganta.

Su mano viajó, rauda, al asidero pero la apartó justo cuando el cochero le abrió la puerta con una inclinación de cabeza. También le tendió la mano para ayudarla a bajar.

Ella, sabiéndose más torpe de lo habitual debido a los nervios, la cogió sin dudar y se tomó su tiempo para descender los tres escalones, apartando las faldas de su vestido. Soltó un nuevo suspiro cuando sus pies estuvieron, firmes, en el suelo.

—Gracias —musitó. El cochero sonrió, quizás divertido por la cantidad de veces que ella había repetido la palabra y Marinette se sonrojó.

Se habían detenido en una amplia avenida por la cual circulaban más carruajes de los que ella había visto juntos nunca. Las calzadas trazaban en la piedra un dibujo simétrico que rodeaba el centro decorado con una estatua ecuestre y subían y bajaban, seguidas en paralelo por la calle por la que paseaba la gente.

Era la primera vez que Marinette veía a personas tan elegantes. Sus ropas, sus estrambóticos peinados, su caminar estirado y sin bajar la mirada un solo instante. Se sintió sobrecogida y fuera de lugar, pero nada pudo causarle más impresión que la visión del palacio real.

¡Vaya!

Una enorme construcción de piedra, con columnas de tonos rosados que se extendía kilómetros, un edificio tras otro, todos en armonía y restallando a los inclementes rayos del sol.

El cochero la condujo hasta la gran verja dorada que daba paso al patio de armas y le indicó su nombre al guardia que asomó la cabeza de la caseta desde la que vigilaba. Asintió al mirar a la asustadiza joven y la pidió que la siguiera.

Marinette apretó, puede que con demasiada fuerza, los pliegues de la falda del vestido, elevándola unos centímetros mientras daba pasos cortos, aunque veloces, tras el robusto andar del soldado. Atravesaron el patio, sintiendo el calor que manaba del suelo acariciándole los tobillos.

Frente a ella estaba la inmensa escalinata de piedra que llevaba a la entrada del palacio. El soldado empezó a subir sin siquiera lanzarle una mirada por encima del hombro, de modo que ella le imitó. Los escalones eran finos, pero había una distancia hasta la cima considerable.

Hacía la mitad, Marinette empezó a jadear aunque intentó que nadie la oyera. Se fue encorvando en un intento de aumentar la velocidad y ahora sí, notó que el sudor comenzaba a viajar por su espalda. Cada vez que alzaba la cabeza, el soldado se había alejado un par de escalones más, y seguía sin atisbar el final.

Pero... pero... ¿qué...? Hasta sus pensamientos quedaban incompletos, le faltaba energía hasta para terminarlos. ¡¿Quién pone la puerta a semejante altura?!

El ascenso continuó unos cuantos minutos más. Las piernas le temblaban como flanes cuando al fin llegó arriba, los brazos le ardían por haberlos mantenido doblados sujetando la falta. Se detuvo en el borde para coger aire, pero dio un respingo cuando notó que el soldado se introducía al interior sin esperarla.

Salió corriendo tras él, usando sus últimas fuerzas, y recibió el frescor del interior con alivio y una sonrisa cansada. El palacio tenía altas paredes de mármol y roca que paraban la virulencia del sol dejándola fuera. Sacó un pañuelo para retirar las gotitas de sudor de su rostro sin quitarle los ojos de encima al soldado.

En silencio, recorrieron una sala tras otra sin que él la indicara a dónde se dirigían y Marinette estaba tan nerviosa que no se animó a preguntar. Todas las habitaciones y corredores que cruzaban se veían tan solemnes y estaban decorados con un lujo y una suntuosidad tal, que la chica era incapaz de parpadear, no quería perderse nada y al mismo tiempo estaba inquieta, como si temiera que de pronto alguien la señalara con un dedo para echarla.

Apenas miraba de reojo a los criados que iban de aquí para allá, cargando con cosas, abriendo y cerrando ventanas, transportando muebles o simplemente apostados junto a las puertas con la mirada perdida en el vacío, cual estatuas vivientes.

En un momento dado, Marinette se preguntó si sería normal que hubiese tanto movimiento en un palacio. Ella no tenía idea de cómo era el día a día de las personas que habitaban allí, pero notaba una energía nerviosa en el ambiente que casi le picaba en la punta de los dedos y en la nuca.

Por fin, el soldado se detuvo junto a una puerta cerrada y espero a que ella llegara. Le miró, confusa, pero el soldado abrió la puerta y una explosión de luz brillante y una poderosa esencia floral entraron a raudales y le dieron de lleno.

—¿Qué es esto? —preguntó, achicando los ojos.

—Las dependencias privadas del Caballero —le respondió el hombre. Tenía un tono de voz tan rudo y rasposo como ella se había imaginado por su aspecto—. A mí no se me permite continuar.

—¿Por qué no?

—El Caballero es muy estricto con las personas que pueden acceder a sus dependencias —explicó, haciendo una mueca—. Pero él la estará esperando.

Marinette hizo un rápido y rígido gesto de asentimiento, aunque vaciló antes de cruzar el umbral. No esperaba que dentro del mismo palacio fuera a encontrarse con ese secretismo rodeando a la figura del Caballero.

¿Tampoco permitía que las personas que convivían con él se le acercaran?

Y sin embargo... ¿por qué a mí me trata de un modo especial?

Apretó los labios y dio un paso, pero la intensa luz aún la cagó. A sus espaldas oyó que la puerta se cerraba y los pasos del hombre alejándose. De pronto, se sintió sola y no le gustó.

Avanzó un poco más con la mano sobre el rostro para protegerse de la luz hasta que el sol quedó opacado por un saliente y ella pudo ver lo que tenía delante.

—Ah... —Su garganta aspiró el sonido en una muda exclamación de sorpresa. Lo que contempló era lo más increíble que jamás hubiese presenciado. Se llevó una mano a los labios y repasó el lugar con los ojos. El corazón le dio un vuelco y hasta se le secó la garganta—; rosas.

Rosas... por todas partes.

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Marinette descubre el Jardín y al Caballero

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Marinette nunca había estado en un palacio y por tanto, no tenía ni idea de qué esperar de uno. Cuando el soldado mencionó las "dependencias privadas del Caballero" tampoco supo que debía imaginar.

Ahora, tal vez, podía hacerse una idea.

Un palacio no es un castillo como los de los cuentos. No es una gran construcción que aúna habitaciones y torres por medio de pasillos, escaleras de caracol y pasadizos secretos. Un palacio como el de Kingsbury es, más bien, como una diminuta ciudad rodeada por una verja y que comunicaba sus edificios por medio de patios interiores o jardines.

Cada habitante del palacio tenía sus dependencias, es decir, que tenían su propia casa dentro del conjunto de construcciones que formaban aquel lugar. Y la puerta que ella atravesó daba a la casa del Caballero.

A una parte muy específica de esa casa; el jardín.

En el primer vistazo, Marinette pensó que le recordaba un poco a su humilde patio interior... aunque era necesario mucha imaginación y una gran voluntad para pensar eso.

Aquel jardín era un enorme rectángulo de tierra repleto de arbustos, árboles y hierba fresca que estaba rodeado por un pasillo de piedra blanca, con una balaustrada gruesa aunque de tacto suave. Era un jardín florecido y la única flor que allí respiraba era la rosa.

Una rosaleda pensó Marinette, impresionada.

En el interior, había cientos de rosales de suelo que al menos tendrían treinta o cuarenta centímetros de altura repletos de rosas de un intenso color rojo que atraía los ojos con fuerza. Las columnas de piedra blanca que adornaban el pasillo también estaban decoradas con plantas trepadoras con rosas más pequeñas pero del mismo color. Y en el centro, un par de hombres ataviados con ropa de trabajo estaban acomodando las mismas plantas trepadoras en un grandioso arco de metal blanco que parecía nacer del mismo suelo.

Era una imagen tan exuberante y fantástica que no parecía real. Y Marinette se embriagó de ella junto con el maravilloso perfume que flotaba por todas partes.

Como ninguno de los trabajadores le prestaron atención al hecho de que ella estuviera curioseando por allí, se separó de la balaustrada y giró sobre sí misma, apreciando las dimensiones del corredor y descubriendo que sobre su cabeza había más rosas, estas de un color rosado pálido, que convertían el pasillo en un túnel aromático y de fantasía.

Era algo increíble de ver...

¿Se está preparando una fiesta? ¿O este lugar siempre tiene un aspecto tan magnífico?

¿Me habré equivocado de día? Se preguntó, de repente, angustiada. El Caballero no la habría invitado justo el día en que se organizaba un evento en palacio, ¿verdad?

Regresó a la balaustrada y apoyó las manos, asomándose al interior y apretando los labios, indecisa. Podía preguntar a esos hombres si de verdad ella debía estar allí pero, no parecía que ellos fueran a saber nada. No habían alzado su vista de las plantas y ella no quería molestarles.

¿Qué hago, entonces? Se preguntó. Echó un vistazo a la puerta por la que había entrado. ¿Voy a buscar a alguien? Puede que ese soldado tan seco siga cerca...

Entonces, escuchó el chasquido de una cerradura a su espalda.

Marinette se tensó y se dio la vuelta. Al otro lado del gigantesco pasillo había otra puerta que se estaba abriendo.

Una imponente figura vestida de negro resplandeciente apareció. Permaneció quieto un instante, hasta que la vio y cuando retomó el paso para acercarse a ella, la armadura que cubría su cuerpo rechinó por todo el pasillo.

El Caballero, pensó Marinette.

Era alto, fornido y tenía un caminar firme. Por el rabillo del ojo captó el instante en que los jardineros se percataron de su presencia y se doblaron en una rotunda reverencia. Los pasos metálicos zarandeaban el pasillo haciendo tiritar a las flores al ritmo que marcaban sus espuelas.

Se tensó tan deprisa que notó como sus rasgos se endurecían en su rostro al tiempo que ocultaba las manos a su espalda. ¿Cómo era la postura que Tikki le había enseñado? Dejó de pensar cuando el yelmo que ocultaba el rostro del joven se giró hacia ella.

Entonces ella también se inclinó. Olvidó todos los consejos que Tikki le había dado sobre cómo hacia la reverencia una dama; ahuecando los brazos, apartando el vestido, doblando las rodillas... los nervios la empujaron a doblarse en dos con tanta fuerza que a punto estuvo de dar con la nariz en el suelo.

Se quedó quieta, en tan penosa postura, demasiado avergonzada hasta que una voz distorsionada que provenía de las profundidades del yelmo, la habló.

—¿Señorita Dupain Cheng? —preguntó y ella tembló. No sabía cuánto tiempo era lo establecido antes de levantar la cabeza—. ¿Marinette?

A pesar del frío metal, la chica captó una nota de calidez cuando el Caballero dijo su nombre y despacio se incorporó, con el cabello despeinado y las mejillas arreboladas.

—Hola —musitó, nerviosa—. Sois el Caballero... ¿verdad?

—Así es —respondió él—. Pero no me trates con tanta ceremonia, al fin y al cabo ya somos amigos por correspondencia —Ella intuyó una sonrisa tras esas palabras y logró calmarse un poco.

—Muchas gracias por invitarme a palacio —le dijo—. Me siento muy honrada.

—Yo soy el honrado porque hayas aceptado venir. Tenía muchas ganas de conocerte en persona.

Sonrió un poco. Suponía que él podía verla a través de las tupidas ranuras que cubrían sus ojos. En ese instante, el yelmo se movió hacia el jardín con un nuevo chirrido. Los jardineros que seguían pendientes de la escena, se pusieron firmes ante ese gesto.

—Dejadnos solos, por favor —les pidió. Y ambos hombres asintieron, se dieron la vuelta y desfilaron hasta la puerta por la que Marinette había llegado.

Cuando se quedaron a solas, el Caballero suspiró y se llevó las manos a la base del casco. Marinette entreabrió los labios...

¿No irá a...?

Pero antes de que pudiera terminar ese pensamiento, el chico se sacó el yelmo haciendo una mueca y meneó la cabeza.

—¡Vaya, no sabes el calor que da esta cosa! —comentó, con una afable sonrisa. Se quitó también los guantes y lo dejó todo en el suelo. Entonces se volvió hacia ella con toda la naturalidad y tomó su mano con delicadeza—. Ahora podemos presentarnos como es debido —comentó. Le dio un ligero apretón, mirándola fijamente—. Marinette, encantado de conocerte —Depositó un suave beso en el dorso de su mano—. Mi nombre es Adrien Agreste.

—¿A-Adrien...?

—Sí, puedes llamarme así, si quieres.

La joven, ensimismada, apenas pudo registrar más aparte de ese nombre.

Adrien repitió su mente, aturdida. El verdadero nombre del Caballero. Y ahí estaba también su rostro, aquel que nadie había visto y era... era... El chico más guapo que jamás ha existido.

Tenía el cabello rubio como la luz del sol, la piel ligeramente bronceada, los ojos de un tono verde brillante, con una encantadora forma ovalada y que resultaban acogedores. Sus rasgos eran sencillos, pero atrayentes y su voz, liberada del metal, sonaba limpia y fresca, como una melodía.

—Ah... me encantas... ¡Digo, encantada! —respondió ella, aturullada. Ocurrió algo muy extraño y es que su lengua se atascaba en el interior de su boca. Jamás le había ocurrido, como jamás había sentido sus pensamientos tan volátiles como en esos momentos—. Estoy encantada de contemplarte... ¡De conocerte!

¡¿Qué me pasa?! Pensó, aterrada. ¡Era incapaz de controlar lo que salía por sus labios!

—¿Estás bien? —preguntó él, arqueando las cejas.

—¡Sí! ¡No...! Es que... —respiró hondo, apretando las manos a la altura de su regazo—; no esperaba que... ¡En fin, que...!

>>. Creía que no le permitías a nadie ver tu rostro.

—¡Ah! —exclamó él y se rascó la cabeza con toda naturalidad—. Sí, suelo ser muy cuidadoso con eso, pero... —La sonrió, inclinándose un poco hacia ella—; tú eres especial, Marinette.

El rostro se le encendió tan rápido que tuvo que apartar la mirada para superar la vergüenza.

¡¿Qué era especial?! ¿Y eso por qué?

Las bromas de Tikki volvieron a ella con más fuerza que nunca y sintió que algo le reptaba por el estómago. Puede que sí tuviera que rechazarle, después de todo. Apretó los párpados.

—¡Yo! —El tono de su voz subía y bajaba descontrolado y se vio obligada a toser para calmarse—. Yo quería... venir hoy para darte las gracias de corazón por haber confiado en mí para que abriera la tienda de modas en Market Chipping —Intentó recordar, por todos los medios, las palabras que tenía ya pensadas para cuando estuviera cara a cara con él. Levantó sus ojos, pero se encontró con una expresión de cariño que hizo que lo olvidara todo, así que volvió a mirarse los pies—. Sin tu ayuda jamás habría podido cumplir mi sueño y siempre te estaré agradecida.

—Para mí fue un placer...

—¡Y además! —Marinette no quería interrumpirle, pero es que sentía una presión en el pecho que la forzaba a hablar lo más rápido posible—. También... quiero ofrecerte la promesa de que cada día de mi vida me esforzaré por estar a la altura de esa confianza.

>>. Trabajaré muy duro para que la tienda prospere y jamás tengas que arrepentirte de haber confiado en mí.

—Jamás me arrepentiría de algo así.

—G-gracias... —murmuró ella. Movió sus ojos hacia él, pero cada vez que se encontraba con esas pupilas sentía una sacudida en su cuerpo.

Aunque sabía que debía decirle mucho más, no encontró las palabras que condujeran la conversación hasta el siguiente punto y por otro lado, Marinette se preguntó si no estaría siendo muy grosera adelantándose en rechazarle, cuando él no le había hecho ninguna propuesta...

Adrien, sin borrar su sonrisa, dio un par de pasos y apoyó las manos en la balaustrada para observar el jardín. Su expresión se tornó de ensoñación cuando recorrió los rosales y el arco con la mirada; dibujó una sonrisa amplia, ilusionada.

—Han hecho un gran trabajo —murmuró, como si hablara consigo mismo—. ¿Te gusta?

Volvió la cabeza por encima de su hombro y Marinette dio un respingo.

—¡Oh, sí, por supuesto! —exclamó—. Eres precioso... ¡Digo, que esto es precioso! —Se mordió la lengua, hincando los codos en sus caderas y se atrevió a avanzar unos pasos para situarse también de cara al jardín—. ¿Se celebra alguna fiesta hoy?

—¡Por supuesto! —Dijo él a toda prisa—. Bueno, fiesta no es quizás la palabra más adecuada... —Se inclinó para apoyar los codos en la roca y dejó que su cabeza reposara en sus manos. Parecía a gusto aunque la armadura se le debía clavar en el estómago—. Es para mi boda, Marinette.

>>. Con suerte me desposaré hoy.

La chica parpadeó, conmocionada y guardó silencio mientras asimilaba la noticia. Se perdió en la imagen del jardín, en los vivos colores de las flores y tragó saliva mientras contaba sus exhalaciones para calmarse.

El sobrino del rey iba a casarse... ¡Ese mismo día!

¡Ahora cobraba sentido la agitación que había percibido en el interior del palacio! ¡Preparaban una boda!

Sus pulmones se llenaron de aire que se aseguró de soltar muy despacio. Su corazón le dio una tregua y ella misma se reanimó experimentando una descarga de alivio.

¡El Caballero va a casarse! Pensó, ilusionada.

Todas las sospechas e intrigas de Tikki estaban equivocadas y eso significaba que esa conversación incómoda que estaba augurando no tendría lugar. El Caballero amaba a otra e iba a casarse, de modo que ella no tendría que rechazarle y podrían seguir siendo amigos.

Y eso también significaba que su tienda estaba a salvo.

¡Seré tonta! Se dijo, a pesar de todo, contenta. ¡Mira qué pensar que el Caballero podía estar interesado en alguien como ella! ¡Sin siquiera haberla visto!

Algún día él sería el rey de Ingary, lo más probable es que fuera a casarse con una dama de la nobleza que estaría a la altura de tal propósito. El futuro heredero de un reino jamás elegiría a la dueña de una simple tienda...

Respiró hondo y todo su cuerpo se relajó. Pero la mirada del chico estaba sobre ella, expectante o puede que solo algo confuso.

—¡Enhorabuena! —exclamó a toda prisa. Dibujó una gran sonrisa y se balanceó sobre los talones—. ¡Esa es una noticia maravillosa! —añadió, dotando a su voz de un tono cantarín y alegre—. Disculpa mi... sorpresa, pero es que en Market Chipping no sabíamos nada de este enlace.

>>. Como además no apareciste en la Ceremonia de las Flores...

—Ah, cierto —recordó él, pasándose un pulgar por la punta de su nariz con gran sencillez—. Lamenté mucho no poder encontrarme con los habitantes de esa encantadora ciudad.

>>. Aunque no puedo decir que lo sienta del todo, pues gracias al imprevisto que me impidió acudir, conocí a mi prometida.

—¿Ah? ¿De veras? —Marinette sonrió, interesada—. Debió ser cosa del destino.

—Eso creo yo —convino él. Se apartó de la balaustrada para mirarla y su proceder se volvió algo vacilante—. Esto no lo sabe nadie pero hace tiempo que mi tío me exigió casarme antes de que terminara el mes de Mayo —Lo reveló con una amarga sonrisa—. Y como comprenderás, resulta imposible no acatar las exigencias de tu rey.

—¿Por qué te exigiría algo así?

—Mi tío ansía, más que nada, asegurar la perpetuidad de su linaje en el trono de Ingary —respondió. Su nariz se arrugó en una mueca que no era tanto de fastidio, sino más bien de resignación—. Y yo soy su única opción para ello.

>>. Mi mayor temor era verme obligado a unir mi vida a una mujer a la que no amara de verdad con tal de complacer al rey.

—Oh, Adrien...

Entonces, las comisuras de los labios del chico se elevaron de un modo repentino y gracioso. Marinette vio como sus ojos, empañados por las dudas, refulgían como si un relámpago los hubiese atravesado.

—Pero no será así —afirmó él. Su voz se reanimó y sus gestos retornaron a la seguridad y entusiasmo previos—. Porque he encontrado a alguien a quien amo con todas mis fuerzas, y que me hace más feliz de lo que nunca había sido.

>>. Y quiero creer que el sentimiento es el mismo en ella.

Marinette boqueó, con vergüenza, impresionada por la firmeza y solemnidad de tales palabras. El rostro del Caballero se había transformado en el de un hombre seguro, decidido y honesto, no cabía la más mínima duda en su semblante resolutivo y ella estuvo segura de que era franco en sus palabras.

Entonces comprendió la razón de todas esas cartas que él le había enviado; era evidente que Adrien no contaba con ningún amigo o confidente en el palacio, y que por alguna razón, le había resultado más fácil abrirse a ella y confiarle sus pensamientos. Igual que lo hacía ahora.

No me quiere como esposa, entendió Marinette, por fin. Solo quiere una amiga.

Era un chico amable y cercano pero que había estado llevando una existencia solitaria en ese lugar debido a que tenía que ocultar su rostro a todos con los convivía. Pero gracias a la distancia que los separaba, había hallado en ella y en sus cartas un refugio, un lugar seguro en el que desahogar su alma pesarosa.

Con una sonrisa avanzó hasta él y asintió con la cabeza, aceptando con plenitud tal papel y sintiéndose afortunada por ser receptora de tanta confianza.

—Seguro que es igual para ella —convino del modo más sincero y amigable—. ¡Por supuesto!

Si Adrien necesitaba una amiga, ella podía serlo. De hecho, esa idea la hizo inmensamente feliz pues, aunque no fuera de un modo romántico, había algo en ese chico que la atraía y le inspiraba un gran afecto.

—Te agradezco tus palabras, Marinette —dijo él. Entonces la escrutó con las cejas algo arqueadas, apoyando sus dedos bailarines sobre la roca—. Y dime... ¿Tú también estás... comprometida con alguien?

Comprometida... repitió, apretando los labios.

Ahora que podía estar tranquila sobre los sentimientos del Caballero hacia ella, su titubeo con respecto a hablar sobre Chat Noir se debió, más que a nada, a no saber si era del todo seguro. Sabía que desde su actuación heroica en la ciudad ya no era el objetivo de la Guardia Real pero... ¿Qué pensaría Adrien si ella le revelaba la clase de relación que mantenía con el otro chico? La figura de Chat nunca tuvo buena prensa en el palacio y eso lo sabía bien por Tikki, incluso después de que la pelirroja presenciara el rescate de Lila Rossi siguió desconfiado de él.

Y Adrien había sido su principal perseguidor, puede que aún pensara que ella estaba en peligro relacionándose con el enmascarado.

Tenía la opción de hablar de él sin revelar quién era, pero se dio cuenta de que la sola idea de mencionar algo de lo que había pasado la ponía melancólica.

Hoy es el día de su boda, se recordó la chica. No debo deprimirle con mis problemas.

De modo que meneó la cabeza, con ligereza.

—No —respondió como si nada—. Yo no tengo a nadie así...

Quería proteger su secreto hasta estar totalmente segura de que Chat ya no corría ningún riesgo. Y le parecía, además, que lo adecuado era que él fuera el primero en saber cuáles eran sus auténticos sentimientos.

Mejor guardármelo para mí hasta que vuelva a verle se dijo, convencida.

—No tienes a nadie... —repitió Adrien. Y su rostro volvió a transformarse. Se ensombreció como el cielo en un día nublado y ocultó su mirada, girando su cuerpo hacia otra dirección. Pegó los brazos a su cuerpo, haciendo que la armadura rechinara de nuevo y se mantuvo callado. Tan solo realizó un despegado gesto con la cabeza que ella no supo interpretar.

Marinette tuvo la sensación de haber metido la pata pero no sabía por qué.

En cualquier caso volvió el rostro al jardín, dejándose llevar por el delicado aroma de las rosas y trató de mantener la calma.

La boda se celebraría allí, supuso, en ese bello lugar. Adrien y la afortunada novia intercambiarían promesas de amor bajo ese magnífico arco acompañados por la naturaleza, arrullados por el canto de los pájaros y el zumbido de los insectos.

Es precioso se repitió.

Y era aún más maravilloso que ese chico, siendo el sobrino de un rey, se hubiera tomado tantas molestias por crear un espacio tan especial en el que declarar su amor a la mujer que amaba. Estaba segura de que cada detalle había sido supervisado por él y que tenía un significado especial.

—A ella deben gustarle mucho las rosas —comentó para romper la tensión que había crecido entre ellos.

Adrien tardó unos minutos en responder y antes de hacerlo, cogió aire con fuerza como si le resultara un esfuerzo seguir conversando.

—Sí —reconoció, aún con la mirada pérdida—. Es su flor favorita, o al menos eso creo.

—¿Lo crees?

—Le regalé un sinfín de flores distintas —Le explicó él—. Y la rosa fue la única que ella aceptó.

>>. Por eso creo que es su favorita.

—¿Y por qué no le preguntaste sin más?

Entonces, él se incorporó de nuevo y se volvió a mirarla, aún con gravedad en su expresión. La alegría había desaparecido de su rostro y una capa de seriedad empañaba sus rasgos.

—Sospecho que ella no me lo habría dicho —respondió. A Marinette le sonó algo extraño, pero no quiso inmiscuirse. Adrien se pasó las manos por el pelo y se encogió de hombros—. Ha sido algo difícil desde el principio, ¿sabes? Llamar su atención, lograr que creyera mis sentimientos por ella, hacer que me dedicara los suyos...

—Pero valió la pena, ¿no? —Y le sonrió con calidez—. Las cosas difíciles siempre lo valen al final.

—Eso espero... —El chico pareció calmarse un momento, para después dar un respingo y hablar más excitado que antes—. ¡A pesar de todo, Marinette, yo sigo creyendo y esperando que...!

La chica torció el gesto algo desorientada y la vehemencia de él se diluyó. Apretó los párpados como si hubiera perdido el hilo de su discurso y con un movimiento rápido y enérgico, tomó del suelo su yelmo y volvió a colocárselo en la cabeza.

En cuanto lo hizo, se transformó de nuevo, recuperando la templanza que había perdido.

—Tengo que irme —anunció la voz metálica.

—Oh... sí, claro, tendrás aún muchas cosas que preparar —dijo ella, solícita—. Ha sido un placer conocerte...

—¡No! Yo... volveré —La cortó, al notar sus palabras de despedida—. He de atender un asunto, pero solo será un momento —Le indicó—. Por favor, te ruego que me esperes aquí.

—Pero...

—Aún hay muchas cosas de las que me gustaría hablar contigo —insistió—. Por favor, no te vayas.

Se dio la vuelta y recorrió el pasillo, llenándolo de sonoras zancadas, para atravesar la misma puerta por la que había aparecido. Y ella se quedó allí, de nuevo sola, aunque más confundida que la primera vez.

No se le ocurría de qué más querría hablar con ella, pero Marinette habría preferido que la dejara ir. Tenía muchas ganas de regresar a Market Chipping y contarle a Tikki todo lo ocurrido.

Además, debía estar allí al caer la noche por si a Chat Noir se le ocurría aparecer. También tenía muchas cosas que contarle a él ahora que todo estaba aclarado.

Estaba empezando a pensar, muy contenta, que las cosas no podrían haber salido mejor ese día cuando escuchó un ruido a su espalda y antes de volverse, una voz que arrastraba las sílabas con evidente molestia.

—Veo que ya has descubierto el secreto del Caballero... —La voz, dura, hizo una pausa que se hincó en su nuca como si fuera una astilla helada—; princesa.

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Chat Noir aparece en el Palacio

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Cuando Marinette se dio la vuelta sabiendo ya lo que se encontraría a su espalda, le produjo la misma impresión que si no lo hubiera adivinado. La figura esbelta y estilizada de Chat Noir en medio del paisaje idílico de las rosas le resultó rara, inadecuada. Como algo que no puede ser real, aunque lo estés viendo.

Sufrió un nuevo parón en su corazón que la hizo jadear y que la obligó a mirar a su alrededor para cerciorarse de que nadie podía verlos. Por suerte, en ese corredor de piedra de techo alto y cavernoso se oía hasta el mínimo susurro y por supuesto, oiría si alguien se acercaba.

Avanzó, con el ceño fruncido y el pánico golpeándola el pecho, hasta detenerse ante él. Observó su rictus molesto pero no se contuvo al hablar.

—¡¿Qué haces aquí?! —le espetó, nerviosa.

Chat Noir arqueó las cejas, deshaciendo la línea relajada de sus labios.

—¿Te molesta verme?

—¡El Caballero es muy estricto con la seguridad de sus dependencias! —Le explicó, así como le soldado había hecho con ella—. ¡No le hará gracia que hayas entrado así sin más!

—Me da igual lo que le haga gracia o no...

—¡Chat Noir!

—Tú estás aquí, así que he venido a buscarte —respondió él como si nada—. Teníamos una cita importante hoy, ¿recuerdas? —Se apoyó en su bastón con perezosa calma, arqueando la espalda como lo hacen los gatos al estirarse y le dedicó una sonrisa torcida e irritante—. Puede que tu encuentro con el Caballero te haya hecho olvidarlo...

>>. Bueno, ¿qué te ha parecido?

Marinette notó sin problemas el tono insolente de su amigo y también los celos que impregnaban cada palabra que salía por su boca.

—Me ha parecido un poco diferente a como tú me lo describiste aquella vez, Chat...

—¡Detalles sin importancia! —Declaró él agitando una de sus garras—. ¿Ahora que lo has visto te sientes más tentada a elegirle a él?

—¡Claro que no! —respondió al instante, molesta—. ¡Ya te dije que no me interesa! ¡Además ahora no es momento para celos!

—Los celos están conmigo siempre, Marinette —le respondió, irguiéndose cuan largo era. Toda la insolencia y dramatismo que habían coloreado sus gestos despareció y en el fondo de su mirada, apareció un dolor que resultaba tan real, como desconcertante—. Y estoy cansado de sentirme así. Y también de tener que esconderme.

>>. Supongo que solo hay una manera de acabar con todo esto.

—¿De qué hablas? —preguntó ella, preocupada. El dolor se volvió oscuridad en su mirada y, nerviosa, ella se adelantó un paso para advertirle—. Chat Noir, no hagas ninguna tontería.

—¿Tontería? ¿Yo? —Soltó una risotada—. Tranquila, princesa, cuando haya terminado todo estará bien.

—¿Cuándo hayas terminado...?

De pronto, Chat Noir movió su bastón mágico y lo lanzó hacia adelante para impulsarse por encima de la cabeza de la chica. Marinette ahogó un chillido y giró sobre sí misma para verle aterrizar a unos cuantos metros de distancia y después, echar a correr a toda velocidad hacia la puerta que había tomado el Caballero.

El terror la sacudió con más fuerza que nunca.

—Chat Noir... —murmuró, asustada. No sabía lo que el chico pretendía pero intuía algo muy malo. Se recogió las faldas del vestido hasta por encima de las rodillas y corrió tras él—. ¡Chat Noir, espera! —Le llamó, sin preocuparse ya de que alguien más pudiera oírla.

Pero el chico no se detuvo.

Llegó ante la puerta mucho antes que ella, la abrió de una patada y penetró en la estancia con violencia. Marinette siguió corriendo con todas sus fuerzas pero antes de que alcanzara el pomo, oyó algo que le congeló la sangre de todo el cuerpo.

¡Cataclism!

Se quedó estática, con los ojos abiertos de par en par y un temblor de las manos. Oyó un golpe y después un estallido que amenazó con tirarla al suelo. Meneó la cabeza, casi sin atreverse a pensarlo.

Chat Noir, no... El pánico más terrible se adueñó de sus extremidades. Adrien...

Después de que las fuerzas la abandonaran, empezó a avanzar en cortos y erráticos trompicones. La tela se deslizó entre sus dedos y sus brazos quedaron colgando, sin vida, sobre sus caderas. Avanzó hasta la puerta aunque, en realidad, no quería. Asomó la cabeza dentro de la estancia aunque lo que quería era salir huyendo.

Y sus ojos se nublaron por la congoja.

Encontró a Chat Noir en el centro, de pie y aún con su mano levantada y ahuecada, pero sin ningún rastro ya del destructivo poder que habitaba en ella. A sus pies, desperdigados sin orden, había un montón de pedazos de metal negro hechos trizas y chamuscados. Irreconocibles, salvo el yelmo negro.

Este se había salvado del malvado hechizo y reposaba, olvidado, en un rincón del cuarto. No había más. Ni rastro de Adrien... solo Chat Noir y los restos del crimen que había cometido.

Las lágrimas mojaron sus mejillas antes de ser consciente de que lloraba. Se sintió fuera de sí misma, y aun así logró poner en marcha su cuerpo para acercarse al desastre. No se enjugó las lágrimas mientras avanzaba porque sus pupilas saltaban de un pedazo a otro sin que ella pudiera controlarlas; en realidad no quería ver lo que tenía delante, ni creer que fuera verdad.

—Chat Noir... —gimió, cuando la voz volvió por fin a su garganta. El chico torció el rostro hacia ella y observó en él dolor, pena, arrepentimiento quizás por lo que había hecho.

Porque Chat Noir no era la clase de persona que haría daño a otros, y sin embargo...

—¿Marinette?

—Oh, Chat... ¿qué has hecho? —preguntó.

—¿Qué he hecho?

—Adrien...

—¿Qué? —Entonces el chico dio un respingo y negó con la cabeza—. ¡No, no! ¿Cómo crees que...? —Pateó un trozo de metal y este saltó ligero, vacío—. ¡Solo es su armadura!

—¿Has... destruido solo su armadura? —preguntó ella, ahora sí, frotándose los ojos para mirar. Se dio cuenta de que solo eran trozos de metal, que no había allí sangre ni ninguna otra cosa que indicara que había un cuerpo humano debajo de este—. ¿Por qué has hecho eso?

—Porque ya no le hará falta —respondió—. ¡Ya basta de ocultarse del mundo como si hubiera hecho algo malo! —Marinette no comprendió del todo esas palabras, pero saber que Adrien estaba bien le produjo un alivio tal que cayó sobre sus rodillas respirando hondo, como si llevara horas sin tomar aire—. ¿Tanto te alivia?

>>. ¿Tanto te habría dolido su muerte?

Al escuchar de nuevo ese tono celoso, Marinette no pudo soportar más su enfado. Se puso en pie de un salto, y con una expresión aterradora fue directa hacia Chat Noir y le propinó un empujón en el pecho que logró, a duras penas, hacer que este se balanceara.

—¡Eres un tonto! —Le chilló, furiosa—. ¡¿Cómo puedes seguir celoso después de todo?! ¡Creí que le habías matado! —Le gritó, con nuevas lágrimas salpicando el aire—. ¡¿Qué habría pasado entonces?! ¡La Guardia Real te habría apresado, puede que encarcelado de por vida o quizás, te habrían ejecutado por tu crimen! Y entonces...

>>. Entonces... ¿Qué habría sido de mí sin ti, Chat Noir?

—Marinette...

—¡¿No te das cuenta de lo temerario que eres?! ¡¿De que lo que haces puede tener consecuencias terribles?! —Se llevó las manos a la cara y gimoteó—. ¿No te das cuenta de lo mucho que te quiero, gato estúpido?

—¿Me quieres? —repitió él, incrédulo—. ¿De verdad? ¿A mí?

—¡Sí! —exclamó ella. Se secó la cara, alarmada, recordando todo el ruido que habían hecho y asustada porque alguien los hubiera escuchado—. ¡Tenemos que irnos de aquí! Si alguien descubre esto, creerán que has herido a Adrien y tendrás problemas...

—Tranquila, no...

—¡De prisa! —Le cogió de la mano y tiró de él hacia la puerta—. Mañana escribiré al Caballero y ya me inventaré algo por lo que tuve que irme sin despedirme de él.

—Marinette...

—De todos modos, es probable que ni se dé cuenta —recordó ella, acelerada—. Hoy es el día de su boda, así que no...

—¡Marinette, espera! —La sostuvo por los hombros y clavó en ella su mirada para detenerla—. Tranquila, no pasa nada —Resopló, apartando las manos—. Yo también quiero ser sincero, como tú lo has sido, y contarte quien soy de verdad.

>>. Quiero que veas quien se oculta tras la máscara de Chat Noir y decidas si lo aceptas o no.

—¡¿Ahora?! —El chico asintió sin vacilar y ella supo que no lograría hacerle cambiar de opinión—. Está bien, pero date prisa.

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Una Nueva Propuesta de Vida

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A pesar de la urgencia que la corroía por escapar de allí cuanto antes, Marinette sintió que el pecho se le inflaba por la expectación y que un cosquilleo eléctrico la recorría a la espera de estallar en cuanto el misterio fuera desvelado.

La auténtica identidad de Chat Noir.

Decir que nunca había pensado en ello habría sido mentir. No era un asunto que llenara sus pensamientos a todas horas, pero indudablemente había reflexionado sobre ello y había dibujado rostros imaginarios en la oscuridad de su dormitorio justo antes de quedarse dormida.

No entendía por qué era tan importante conocer la verdad en ese instante, pero desde luego que quería saberla.

Chat Noir la miró fijamente justo antes de retroceder un paso. Estiró los brazos, destensó los hombros... parecía que estuviera a punto de saltar a un mar embravecido para nadar hasta otro mundo. Incluso la parte de piel que quedaba al descubierto bajo el antifaz se había sonrojado, una trémula sonrisa brotó en sus labios.

—No te asustes —La previno, achicando los ojos—. Y no te enfades.

—¿Enfadarme?

—Yo también te quiero, Marinette —le dijo—. Desde el primer momento en que te vi.

>>. Pero necesitaba que te enamoraras de mi verdadero yo.

Entonces, cerró los ojos y musitó unas palabras en voz baja que ella no comprendió. Una luz verde que chisporroteó como el fuego prendió en sus pies y subió por su cuerpo haciendo desaparecer el traje negro y revelando otro cuerpo bajo este.

La chica frunció el ceño, fascinada. Los chispazos verdes llegaron al rostro y consumieron el antifaz descubriendo una cara que ella ya conocía y que hizo que se le encogiera el corazón.

Pestañeó, sin palabras.

—¿Marinette? —murmuró Adrien, pero no pudo responderle. El chico, preocupado, avanzó hasta ella y la cogió de las manos—. ¿Princesa? —Esa palabra fue como una descarga en su vientre, pero no lo bastante fuerte como para que reaccionara—. Soy yo, tu gatito —Ella hizo una mueca, aún perpleja. En su mente oía una voz que se repetía: no es posible, no es posible... y que alcanzó sus labios.

—No es posible...

—¡Sí lo es! ¡Soy yo! —Las manos del chico, cálidas y suaves, rozaron su rostro y ella dio un respingo por lo extraño del contacto—. Soy yo... siempre he sido yo —Bajó la cabeza y le rozó los labios con los suyos, en un gesto familiar que hizo que por fin la noticia calara en la mente dispersa de la chica.

Marinette parpadeó y quiso apartarse, pero su cuerpo apenas respondía a sus deseos.

—Me... has engañado... —dijo tras carraspear.

—¡No! —exclamó él—. ¡No te engañé! Pero no podía decirte quién era...

—¿Por qué no?

—¡Porque mi tío me lo prohibió! —Le reveló alzando la voz—. Cuando hui de mi padre, solo me permitió estar aquí con la condición de que me ocultara de todo el mundo.

>>. Tras la marcha de su hijo solo yo podía optar al trono, pero él no soportaba la idea de que no fuera realmente de su sangre, y tampoco quería que nadie más lo supiera. Yo soy hijo de la hermana de la reina, pero él quería que todos pensaran que era su sobrino de verdad. Por eso nadie podía saber mi nombre real, ni ver mi parecido con la reina...

>>. ¡Me obligó a llevar ese horrible yelmo a todas horas! ¡Incluso en palacio! No podía relacionarme con nadie, ni hacer amigos... Eres la primera que ve mi cara en meses...

—Pero... pudiste decirme...

—Yo solo quería que me amaras por quien soy de verdad —repitió él, con una mueca de desolación—. Y mi auténtico yo es Chat Noir.

Marinette se apartó unos pasos para tomar aire.

La cabeza le daba vueltas. Le parecía imposible que aquello fuera verdad pero, de algún modo, todo tenía sentido ahora. Por eso el Caballero sabía tanto de ella, por eso le ofreció la tienda y por eso sus cartas transmitían amor... Parecía imposible viniendo de un desconocido, pero es que no lo era.

¡Era Chat Noir!

Siempre fue él... él la salvó de los guardias el Día de las Flores y por eso no asistió a la ceremonia. Desde entonces, la había seguido ayudando en todo y jamás le había dicho una palabra al respecto. Chat había soportado sus palabras amables hacia el Caballero, había aguantado que creyera que era un delincuente para salvaguardar su identidad, siempre había estado allí y ahora...

En un impulso, Marinette salió corriendo hacia el pasillo. Ahora la respiración le hacía daño en el pecho pero igualmente trotó hasta la balaustrada y se aferró a ella con sus manos para sostenerse. Respiró hondo y el aroma de las rosas acarició su nariz y llenó sus pulmones.

La imagen seguía siendo igual de bella pero ahora todo parecido distinto. Tenía otro significado que hacía que la rosaleda, el arco y las flores resplandecieran con más fuerza.

Tanta belleza dispuesta ante ella hizo que se estremeciera. Rememoró las palabras de Adrien y los labios le temblaron.

—¿Esto era para mí? —preguntó.

El chico apareció tras ella y despacio, se colocó a su lado. Al mirarle, se sintió de nuevo atacada por los nervios, y que su mente se espesaba como hacía unos instantes. La tristeza que reflejaban los rasgos del chico era descorazonadora y de algún modo, hacía que su atractivo fuera más intenso.

Se fijó que en sus manos traía un ramo de rosas verdes y blancas, atado con una cinta de seda, y rodeado de gasa para que no se esparcieran. Tragó saliva.

Un ramo nupcial.

—Lo hice para ti —respondió y ella no estuvo segura de a qué se refería. El chico alzó la vista hacia el jardín—. Las rosas rojas expresan todo el amor y la pasión que siento por ti —Señaló entonces las rosas que tenían sobre la cabeza, de un tono rosado claro—. Y estas, la admiración y la ternura que experimento cuando estamos juntos.

Se volvió hacia ella, apesadumbrado y a pesar de todo le tendió el ramo. Marinette pensó que era el ramillete más hermoso del mundo cuando lo tomó entre sus manos temblorosas.

—¿Qué significa? —preguntó, aspirando el aire para contener el llanto.

—El verde simboliza mi esperanza por iniciar una nueva relación contigo —Le explicó—; y el blanco expresa mi deseo de que esa relación dure toda la vida — Arrugó la nariz un instante, sus ojos estaban cargados de angustia—. Mi tío me exige casarme antes de que termine este mes o sino... me enviará de vuelta con mi padre.

—¿Qué?

—Y si vuelvo con él... dudo mucho que pueda escapar de nuevo.

Marinette recordó la historia que le había contado semanas atrás sobre su padre, sobre su infancia apresado en la casa de ese hombre, solo y ansiando libertad y una familia.

¡No puedo permitirlo! Se dijo de inmediato.

Pero... ¿casarse? ¡No estaba preparada! Y además... la idea de que se casaran como medio de huida no le gustaba. Una boda debía ser una decisión libre, de dos personas que se quieren mucho y saben que están listas para estar juntas.

Marinette no quería perder a Chat Noir, pero tenía la profunda seguridad de que si aceptaba casarse con él en esas condiciones algo malo pasaría y ambos se arrepentirían para siempre.

Observó el precioso ramo que sujetaba y reconoció como sinceros los deseos que el chico había querido transmitir en él. También eran sus deseos, pero no eran los únicos que tenía.

En su mente quedaban muchas aspiraciones por cumplir antes de dar ese paso.

Debe haber algún modo de solucionar esta situación.

Repasó todo lo que había pasado, todo lo que él le había contado y meditó qué opciones de futuro tenían en realidad. ¿Cuál era la mejor manera de actuar? Pero su mente era un caos y lo desechó todo.

Pero... ¿y su corazón?

¿Qué quería él en realidad?

—Chat... Adrien —Le llamó y él la miró. Respiró hondo y dejó que sus sentimientos hablaran por ella—. No puedo casarme contigo hoy, lo siento —El chico infló su pecho y dejó caer sus párpados, al tiempo que asentía con la cabeza. Ella alzó una mano para posarla en su mejilla—. Pero te amo y no quiero que nos separemos... —declaró también. Ambos deseos parecían igual de fuertes, igual de verdaderos y si así era... solo quedaba una cosa que pudieran hacer. Acercó su rostro al de él y susurró—. Vente conmigo a Market Chipping.

Adrien abrió más sus ojos.

—¿Qué?

—Vente conmigo —repitió. Deslizó sus manos por el rostro de él y las llevó a su nuca, acunándole y acariciándole con cariño, ofreciéndole seguridad—. No estoy preparada para casarme, abandonar a mi familia y mi vida para mudarme a este palacio y ser... ¡reina! —Tembló ante esa posibilidad pero se recompuso—. Pero no quiero perderte.

—Pero... ¿cómo podría yo...?

—En la ciudad nadie conoce tu rostro, ni tu nombre, serías un total desconocido —dijo ella, sonriendo un poquito—. Podrías mudarte allí y mezclarte entre la gente.

>>. ¿Cómo lograría el rey encontrarte? No tendría ni idea de a dónde has huido y tampoco podría enviar a la guardia a buscarte porque ni ellos conocen tu aspecto.

—Pero... —El chico empezó a parpadear muy rápido—; todo eso parece un poco locura.

Marinette hizo una mueca.

—Ya sé que tendrías que renunciar al trono y eso es algo muy grande, pero...

—¡No! No es eso, a mí la corona nunca me ha importado —Adrien la rodeó con sus brazos, estrechándola al tiempo que bajaba el rostro, indeciso—. Es que... ¿qué podría hacer yo en Market Chipping?

—Yo te ayudaré en todo —Le animó—. Buscaremos algo que te guste hacer, una ocupación o un trabajo, y... puedes vivir conmigo.

Una chispa se encendió en los ojos del chico.

—¿Viviríamos juntos? —preguntó—. ¿Cómo... una familia?

—Ya te lo dije hace tiempo, gatito —Le recordó—. Tú y yo ya somos familia.

>>. ¡Por supuesto que viviríamos juntos!

Los brazos de Adrien la atrajeron con más fuerza y entusiasmo. La levantó del suelo movido por la alegría y bailó por aquel pasillo, riendo y girando. Marinette se aferró a sus hombros, feliz, y cerró los ojos hasta que las vueltas cesaron. Adrien la besó, agarrando su cintura y le mostró una mirada de gratitud que le robó la respiración. Iba a renunciar a su vida como miembro de la familia real de Ingary, pero parecía que fuera la chica quien le salvaba la vida.

—Venga —anunció él—. ¡Es mejor irse cuanto antes de aquí! ¡Plagg!

Un pequeño espíritu negro apareció, de pronto, entre ellos y Marinette saltó hacía atrás del susto.

—¡¿Qué es eso?!

—Oh, es Plagg... mi mejor amigo, ya te hable de él.

—¡¿El demonio?!

—Hola, Marinette —saludó el susodicho sin gran entusiasmo. Se volvió hacia Adrien con el ceño fruncido—. Veo que al fin le has contado la verdad...

>>. ¿Se puede saber qué pasa?

—¡Nos vamos del palacio!

—Espera... ¿él viene con nosotros? —preguntó Marinette.

—Sí, claro... —Adrien se rio, eufórico—. ¡Seremos tres en esta familia!

—Cuatro, si contamos a Tikki...

—¿Qué es Tikki? —inquirió Plagg—. Suena a algo dulce... ¿Se come?

—¡No, no se come! —exclamó la chica escandalizada.

—Tranquila, Plagg no come gente solo ingentes cantidades de comida... —El espíritu asintió y Adrien lo llamó de nuevo. Marinette fue testigo de cómo el demonio se fusionaba con el chico, envuelto en esa luz verde chisporroteante, para transformarle de nuevo en Chat Noir. Este sacó su bastón y le tendió la mano—. ¿Nos vamos, princesa?

La chica, asintió, convencida.

Sostuvo con fuerza su ramo con una mano y se acercó al chico. Se agarró a él y su estómago saltó, gozoso, cuando alzaron el vuelo rumbo a las nubes, al cielo, para traspasar las murallas del palacio real de Kingsbury y dejarlo todo atrás.

El terrible pasado del Caballero se quedó allí, a ras del suelo, donde queda aquello de lo que nos desprendemos con el convencimiento de que jamás lo necesitaremos de nuevo. Junto al yelmo que ocultaba la verdadera esencia de Chat Noir y también el miedo de Marinette.

Y también el jardín de bellas rosas que había sido testigo del florecimiento de un amor sincero, sin mentiras ni más secretos.

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La Felicidad de los Dos

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Marinette se rozó la nuca con los dedos y notó el sudor pegajoso que se estaba formando en su piel. Algunos pelillos que escapaban de sus coletas se le pegaban y de soslayo, observó la fuerza con que el sol lanzaba sus ardientes rayos contra la cristalera de su tienda.

—Menudo calor hace ya, ¿verdad? —murmuró la señora que tenía frente a ella en el mostrador. Esperaba paciente a que acabara de envolver su vestido en papel de regalo. La joven sonrió, apartó la mano y se dispuso a hacer un lazo que cerrara el papel—. Es como si ya fuera pleno verano.

—Sí, es cierto...

—¡Qué será de nosotros cuando llegue agosto! —Parecía una pregunta, pero la entonación parecía dar por hecho que sería terrible.

—Nunca se sabe —Podía caer una nevada en agosto, ¿verdad? Marinette había aprendido a creer en cosas imposibles y también, a no adelantarse. Le tendió el paquete con diligencia—. ¡Gracias por su compra!

—¡Gracias a ti! —La mujer cogió el vestido y le entregó el dinero—. ¿Confeccionaras bañadores femeninos? ¡Por si mi marido me lleva a los lagos de los páramos!

—Ah... quizás —En realidad, no se le había ocurrido hasta ese instante—. Pásese en unos días y le digo algo.

—¡Aquí estaré!

La mujer se dio la vuelta y se encaminó a la puerta. Antes de que hubiese rozado el pomo, alguien la abrió desde fuera.

—¡Oh, buenos días señora Pendragón! ¿Ya está listo su vestido?

—¡Buenos días, Adrien! —saludó ella, contenta—. Pues sí, sí, ya está listo.

—¡Seguro que le quedará estupendo!

—Oh... qué chico más encantador —La mujer soltó una risotada y salió fuera. La campanilla de la puerta tintineó cuando el chico entró a su vez.

Adrien había ganado un saludable bronceado en su rostro en las últimas semanas, fue en lo que Marinette se fijó cuando le vio entrar. También se fijó en el modo en que llevaba las mangas de la camisa dobladas a la altura de los codos y en lo atractivo que resultaba su cabello revuelto por acción de la brisa caliente que soplaba sobre Market Chipping en esos días.

Caminó con esa ligereza de caderas suya hasta el mostrador y se estiró, aún con esa elegancia gatuna, sobre él para alcanzar los labios de la chica. A ella aún la ponía nerviosa que alguien los viera a través del cristal pero le resultaba imposible resistirse.

—¿Cómo ha ido el reparto? —le preguntó, igual que hacía cada día y vigiló su rostro atenta a cualquier señal de alerta. Pero Adrien se encogió de hombros sosteniendo una agradable sonrisa.

—Igual de bien que siempre, princesa —respondió—. Y cada vez lo hago en menos tiempo.

—Serías aún más rápido si fueras por ahí saltando...

—¡Es cierto! Pero últimamente me resulta imposible encontrar a Plagg —Le relató—. No se separa de Tikki un instante.

Lo cierto era que esos dos habían formado una extraña y peculiar pareja. Marinette había temido que la pelirroja hubiese sentido aprensión ante el demonio, pero fue todo lo contrario. Los ojillos se le iluminaron al verle y tardó menos de un minuto en atraparlo entre sus manos y espachurrarle contra su pecoso rostro.

Por alguna razón, Plagg no solo consentía los atrevimientos de la pequeña sino que además parecía preferir su compañía por encima de cualquier otra. A menudo veía al espíritu siguiendo a la chica por la casa o incluso durmiendo sobre su hombro.

A Marinette no le preocupaba siempre y cuando el demonio no pensara hacerle ninguna jugarreta a su amiga.

—De todos modos, me encanta caminar por la ciudad —anunció el chico.

—¿En serio? ¿Incluso con este calor?

—Quiero conocer cada rincón de Market Chipping y también a cada habitante.

Si es que no los conoces ya pensó ella, estrechando sus ojos.

Cuando paseaban juntos por la ciudad Marinette había notado que le saludaban a él más personas que a ella. Pero es que Adrien era un chico asertivo y sociable por naturaleza; siempre conversaba con todo el mundo, se interesaba por los demás y los habitantes de la ciudad le habían acogido con los brazos abiertos.

—¿Estás seguro de que esto te gusta?

Solía repetirle esa pregunta a menudo y el chico le respondía con la misma mirada firme en sus ojos verdes.

—Esto me encanta.

Y ella quería creerle, pero había veces, cuando estaba a solas en su taller, que a acudían a su mente las dudas y no lograba librarse de ellas.

A pesar de que se decía que todo había salido bastante bien para ellos, Marinette pasaba momentos de tortura mental repasando los acontecimientos una y otra vez, pretendiendo sacar conclusiones que terminaran de convencerla de que el camino que habían tomado era el correcto.

Al menos, estamos a salvo se dijo.

Había pasado algo más de un mes y la chica ya no se despertaba por las noches creyendo que alguien golpeaba su puerta, ni alzaba la miraba, histérica, del mostrador cada vez que oía la campanita. Ya apenas pensaba en que, en cualquier momento, la guardia real pudiera aparecer en su casa reclamando a Adrien para llevárselo lejos de ella.

—Todo está bien —repitió él y volvió a besarla—. Soy muy feliz.

Se adentró en la trastienda con la misma despreocupación y Marinette respiró hondo. Sus ojos regresaron a la cristalera para traspasarla y observar la calle desierta.

Todo está bien se dijo a sí misma.

Porque en algo más de un mes no habían tenido una sola noticia de Kingsbury, ni siquiera había llegado hasta allí la noticia de la desaparición del Caballero.

Pocos días después de su huida, el palacio envió un anuncio a todas las ciudades del reino en el que informaba del nombramiento del nuevo Caballero Mayor y jefe de la Guardia Real. No se dieron explicaciones, ni se mencionó al sobrino del rey. Su marcha fue tratada con el mismo secretismo y misterio que su llegada a Ingary y todo lo que tuvo que ver con él durante el tiempo que permaneció allí.

A Adrien no pareció importarle lo más mínimo, aunque a ella le molestó que lo trataran como si nunca hubiese existido. Entendió que ese mutismo y negación por parte del rey expresaba lo furioso que debía estar por lo ocurrido y eso fue lo que la tuvo tan preocupada los primeros días.

Pero tal vez ya iba siendo hora de alejar esos temores y aceptar que todo había salido bien.

Lo demás, debía reconocerlo, también resultó más fácil de lo que habría esperado.

Sus padres, por ejemplo, aceptaron a Adrien con cariño y buena disposición. No tanto la idea de que ese chico desconocido fuera a compartir casa con su hija, pero la presencia de Tikki también en el hogar parecía calmar sus temores. Además, hicieron falta solo unas cuantas cenas familiares para que tanto Tom como Sabine comprendieran que no faltaba tanto para que ese chico entrara a formar parte oficialmente de su familia.

Tanto Tikki como los clientes de la tienda aceptaron igual de bien la súbita aparición del chico. Por supuesto, Marinette tuvo que idear una mentirijilla para explicar su presencia allí.

Inventó que era un joven que, debido a una desgracia relacionada con la magia (y de este modo nadie haría más preguntas) había quedado huérfano y sin casa, perdido en la capital del reino. Se conocieron cuando Adrien acudió al palacio en busca de trabajo y fue despachado, Marinette se apiadó de él y le ofreció ser el repartidor de su tienda de modas.

Todo encajaba a la perfección y nadie pareció apreciar como extraña la gran confianza que les unía a pesar de acabar de conocerse.

En realidad, Adrien estaba decidido a encontrar su auténtica vocación en la vida, pero mientras tanto quiso ayudar encargándose de entregar los pedidos. No obstante, descubrió que eso le fascinaba. El trato con la gente, después de tanto tiempo de aislamiento, llenaba su corazón. Le encantaba pasear por la ciudad y encontrarse con los vecinos, llamar a sus puertas para entregarles sus vestidos y conocerlos a todos.

Y a la gente también parecía gustarle conocerle a él.

—Todo el mundo es tan amable, tan encantador conmigo... —Solía decir él, con ilusión y sorpresa. Hasta entonces solo había recibido el trato seco y distante de la gente del palacio que se sentía intimidada por la figura del caballero.

Marinette se alegraba de que fuera feliz e ignoraba, de la mejor manera posible, que Adrien fuera receptor, sobre todo, de la simpatía de la mayoría de mujeres de la ciudad.

Ya fuera por suerte, astucia o una particular combinación de ambas, las cosas les habían salido bastante bien, pero como todo no puede ser perfecto Marinette seguía albergando temores sobre el futuro.

¿De verdad que esa vida sería suficiente para Adrien? ¡Él que iba a ser rey, que había vivido en un palacio, colmado de lujos y atenciones! ¿De verdad que podría contentarse con repartir vestidos y vivir en una diminuta casa adosaba a una tienda para el resto de su vida?

Él no le daba motivos para ello, pero no podía evitar que esas ideas la inquietaran.

Y había otra cosa...

Chat Noir.

El espíritu indomable y libre de Chat Noir no había desaparecido de Adrien, tampoco la necesidad del chico por transformarse y huir, de vez en cuando, hasta lugares recónditos que no siempre compartía con ella.

La primera vez que Marinette notó su ausencia después de que él se mudara a su casa, se apoderó de ella un desasosiego terrible y cuando le preguntó por qué se había marchado así, el chico hizo un gesto ambiguo, como si ni él mismo entendiera esos impulsos.

Eran algo que estaba por encima de él, por encima de Adrien y eso la asustaba. Temía que estos le arrastraran a algún lugar donde ella no pudiera alcanzarle.

Aunque Chat Noir siempre regresaba, cuando Marinette se despertaba de madrugada notando el frío que dejaba el cuerpo de Adrien a su lado en el colchón, se echaba a temblar, sentía ganas de llorar y se levantaba angustiada para esperar en su patio hasta que él aparecía.

Cuando veía su figura negra descender hacia el suelo de piedra, el alivio inundaba su corazón y ella se tragaba las lágrimas, ofreciéndole una sonrisa en su lugar. Chat Noir le pedía que no le esperara despierta, no le gustaba que pasara sueño por él. Y ella movía la cabeza con calma y le decía que no importaba.

Lo que nunca decía era que su corazón se convertía en un puño cada vez que él desaparecía y solo aflojaba cuando le veía volver. Aunque quisiera ignorarlo y dormir, no podría.

Pero con el tiempo Marinette entendió que esas escapadas eran inevitables. Adrien estaba unido a Chat Noir por medio de una deuda con Plagg, pero también por el dolor de su pasado. Puede que su amor lograra, algún día, sanar esas heridas y la necesidad de huir del chico se disipara, pero también podía ser que no. Y ella debía aceptar esa parte de Adrien igual que todo lo demás, si es que en verdad quería amarle con todo su corazón.

Y sí, quería hacerlo.

La vida nunca será del todo perfecta. Y tratar de que lo sea es una batalla agotadora y perdida; lo que hay que hacer es aprender a convivir con las imperfecciones, y si es posible, amarlas un poco.

.

.

Como siempre hacía en esas noches, Marinette abandonó la cama en cuanto notó la ausencia del chico y bajó al piso de abajo. Atravesó la puerta y se encontró con la caricia de la luz de la luna y con la brisa fresca de la madrugada que ofrecía un respiro a las altas temperaturas de esos días.

Se apoyó en la barandilla y clavó su mirada en el cielo, intentando que las lágrimas no nublaran la luz que estos desprendían.

Recordó todos los momentos que habían pasado juntos, era la única manera de mantener la calma esas noches. Desgranar uno a uno los recuerdos, colocarlos en fila ante ella y sentirlos seguros y firmes. Relatar su historia como suponía que lo haría algún día cuando fuera una ancianita.

Y esperar.

A veces solo puedes esperar.

Poco antes de que las luces del alba tiñeran de un amarillo pálido las baldosas del suelo, Marinette captó la sombra que descendía desde el cielo. Se irguió, con el corazón palpitante, reviviendo una noche más y sonrió cuando los ojos de Chat Noir la encontraron entre las sombras.

El chico cayó junto a ella.

—¿Otra vez despierta a estas horas, princesa? —comentó él, fingiendo que eso no le preocupaba.

Ella se encogió de hombros.

—¿A dónde has ido esta vez? —le preguntó, como siempre, simulando que podía esperar una respuesta. Aspiró su olor que hablaba de tierras lejanas y paisajes exóticos.

El chico se inclinó para besarla.

—No importa a donde vaya, porque siempre volveré —Cada noche le hacía la misma promesa y siempre la cumplía—. ¿Sabes por qué?

>>. Porque por más lejos que vaya, mi pensamiento siempre está contigo. Y sé que tengo un lugar y una familia a la que volver.

Marinette sonrió más tranquila, al menos por esa noche.

Entonces, el chico le mostró una rosa. Una rosa extraña aunque de gran belleza y se la tendió.

—Vaya... —murmuró ella, tomándola—. Es preciosa.

—Llevaba un tiempo buscándola...

—¿Ah, sí? ¿Y eso?

—Estaba decidido a encontrar la rosa más hermosa del mundo entero para ti —Le respondió con una sonrisa de ternura—. Para que cuando te la dé en la próxima Ceremonia de las Flores no puedas resistirte a cogerla.

>>. Y esta vez me dirás que cuando te pida matrimonio.

Marinette se rio con ganas.

¿Todavía piensas en eso, gatito? Se preguntó, en el fondo, conmovida y enternecida. Se llevó la rosa a la nariz y aspiró su olor. No tengo duda alguna de que aceptaré cualquier flor que quieras darme.

Aunque si era una rosa, mejor.

Después de todo, sus flores preferidas eran las rosas.

.

.

.

¡Hola miraculers!

¿Qué tal habéis estado después de este largo, largo, largo tiempo?

Supongo que a estas alturas, igual habéis pensado que me había desaparecido del mundo dejando el fic sin final, pero no. La verdad es que, sin entrar en detalles porque no quiero aburriros, he pasado unos días complicados. Han pasado cosas en casa que no solo me han tenido más ocupada, sino que ha hecho que mi amiga ansiedad vuelva y aunque he procurado aprovechar los momentos de calma para seguir escribiendo, pues he tardado mucho más terminar el nuevo capítulo.

Me fastidia mucho que haya pasado cuando estaba cerca del final, pero bueno, aunque tarde, como siempre os he dicho, llegaré al final del fic y lo compartiré con vosotros.

De todos modos, como desde el principio habéis sido tan majos, amables y buenos conmigo, no quiero que os preocupéis ni nada así. Porque yo estoy bien, solo que a veces pasan cosas que nos trastocan un poco, pero las confrontamos lo mejor posible y ya está. Y quiero creer que después de todo el tiempo que llevo conviviendo con la ansiedad, he aprendido a aceptarla cuando viene para recuperarme de ella antes, jeje.

La buena noticia es que ya estoy aquí y os traigo el capítulo final del AU *___* Tengo que decir que es, hasta la fecha, el capítulo más largo de todo el fic, así que eso también ha influido en que haya tardado más en acabarlo. Pero quería cerrarlo todo bien, no apresurar las cosas y que el resultado final fuera algo bueno.

Ya lo he dicho antes, yo soy muy canon. Nunca había escrito un AU pero ha sido una experiencia muy bonita y divertida. Me ha gustado mucho y sobre todo, me ha ilusionado ver que a vosotros también os ha gustado. Estoy feliz por haber llegado al final y que al menos esta pequeña historia este completa para vosotros ^^

Espero que os haya gustado este capítulo final.

Graciasa todos por estar ahí una vez más.


Y bueno, solo quedan dos capítulos para terminar definitivamente esta historia que comenzó como un reto, pero creo que a estas alturas puedo decir que, al menos para mí, se ha convertido en mucho más. Espero no tardar mucho en actualizar, aunque lo más seguro es que escriba los dos capítulos del tirón porque están muy relacionados y así será más fácil.

Estoy ansiosa por saber vuestra opinión ^^

Vuestras palabras son muy importantes para mí, gracias por compartir conmigo este mes.

Nos vemos en el siguiente  :-)

¡Besos para todos y todas!

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