Tierra
Múnich, Alemania.
La gran biblioteca era una de las más grandes de todo el estado, en cuanto a extensión de volúmenes en clásicos, documentos clasificados y manuscritos originales. Muchos de los archivos más importantes ahí dentro tenían relación, como era de esperarse, con la creación de ambos mundos y la distribución de las familias desde sus inicios.
De pequeño, Deux tuvo en sus manos uno de dichos archivos, cortesía de la abuela. Estaba compuesto por periódicos viejos, investigaciones del siglo XVIII, cartas antiguas y fragmentos de diarios con las teorías más alocadas sobre los primeros Oshantas y sus funciones para mantener el equilibrio de ambas realidades.
Uno de los fragmentos de diarios que más llamó su atención por aquella fecha, al punto de grabarse en su mente de forma perpetua, tenía una relevancia que hasta ese día no cobró ningún sentido para él:
»… Faltará tiempo, mucho tiempo, para que los astros se alineen y los pétalos caigan. El ocaso se alzará un buen día en la cúspide y de una vez por todas, nuestros yo del otro lado del espejo serán uno con nosotros. Faltará tiempo, mucho tiempo, para el descenso de Oshanta.
—Jaen… —llamó a su hermana una vez salió del bucle creado por sus pensamientos, la cual se encontraba unos pasos por delante de él, guiando el camino—. ¿Sabes qué está pasando?
«No», fue lo único que respondió ella antes de darse la vuelta y hacerle un gesto con la mano para que la siguiese. Pasaron entre varios y enormes estantes que formaban un confuso laberinto dentro de aquella gran habitación, hasta quedar frente a un implacable portón de madera fina tallada con la insignia de los Therres, un reloj de arena. Jaen introdujo un código en la pantalla táctil en la pared de al lado, haciendo que este se abriera y diera lugar a una escalera alumbrada, la cual, pensó Deux, debía llevar hacia el mismísimo cielo. A ambos lados de la escalera, las paredes se encontraban adornadas con más y más libros apilados en estantes elevados e incrustados en las mismas. Subieron a lo que parecía ser otro piso, escondido en el edificio el cual no podía notarse desde el exterior del mismo. Era algo desconocido para él hasta ese momento y se preguntó cuántos otros secretos guardarían su familia.
—Por algo es de las más grandes que tiene el país —señaló Jaen.
—No he dicho nada… —dijo él.
—No hace falta que abras la boca. Tu respiración irregular me deja clara tu fascinación por lo que ves.
Deux ignoró eso último. Su hermana había sido entrenada para leer el lenguaje corporal de las personas, por lo cual, mentirle o seguirle el juego: cual de las dos opciones era más ridícula.
El último escalón dio paso a una sala más pequeña que la de abajo, pero de unos tres pisos de altura aproximadamente llenos de libros, cápsulas aclimatadas y archivadores. Al fondo de la estancia se encontraba un escritorio con varias mesas pequeñas alrededor y, hojeando unos documentos como si no hubiese mundo fuera, estaba la abuela caminando en círculos de un lado a otro.
Al notar a los intrusos alzó la vista y acomodó sus espejuelos, ensanchando una sonrisa hacia sus nietos. Se veía hermosa aun con sus más de sesenta años encima, con su canoso cabello recogido en una pulcra cebolla, su recatado traje azul marino y su rostro dulce más allá de su regia fachada de matriarca y señora que llevaba el peso y responsabilidad de miles de personas que componían la familia y sus vasallos.
El primer impulso de Deux fue correr hacia ella y besarle la mano, pero tuvo que parar en seco ante la presencia de alguien más en ese lugar, irrumpiendo en su campo de visión. Una figura bien conocida para él, a quien evitaba a toda costa desde hacía años atrás, caminó hasta quedar al lado de la abuela y posar su mano en el hombro de la misma, provocando a Deux con la mirada.
—Detroyd… —escupió con desdén—. ¿Esto es una trampa o qué?
El representante de la 6ta familia, los Morzt, había sido por muchísimo tiempo una pesadilla constante para él, y ahora, en el peor momento, lo tenía delante nuevamente.
...
Freya
Washington DC, EE. UU.
—Envíame a Irlanda, ¡porfaaaaa! —protestó Magna haciendo un berrinche.
—No voy a abrir un portal, ni movilizaré un jet solo para que eches un polvo —le regaño Ohanna, incrédula por la tozudez de su amiga.
—Necesito verle, la última vez no me pude despedir correctamente por culpa de su familia.
—¡La última vez casi te matan! —gritó—. No voy a meterte otra vez en la boca del lobo.
Ohanna no podía creer lo terca que podía ser Magna en ocasiones, al punto de no importarle más nada que sus antojos y decisiones. No entendía como habían logrado hacerse amigas luego de todos los problemas que esa chica le había traído a su vida en el pasado, incluso le costaba en ocasiones mantener la fachada que se había creado para poder tenerla a su lado.
Al final se resignó, asintiendo a la idea y riendo por dentro por como todo iba tomando rumbo por si solo.
—Ok, ok. Para con las pataletas y enfócate —le dijo para calmar su berrinche—. Sabes que no podemos pasar por los portales que creamos, así que debemos pedirle ayuda a mi madre, ya que no pienso dejarte ir sola. Solo… solo quédate callada y deja que yo hable con ella, no vaya a ser que lo jodas todo.
Magna le agarró el rostro, eufórica por la alegría, propinándole un rápido y tosco beso en la mejilla.
—Por eso te amo tanto —soltó, saliendo disparada del comedor y entrando a la habitación de su amiga a buscar alguna prenda que ponerse.
…
Un beso llegó tras del anterior, en un loco frenesí por explorarse. Sus suaves texturas se rozaban y acariciaban como si hacía mucho tiempo lo estuviesen deseando; apretando, amasando y rosando con las yemas de sus dedos cada zona descubierta. El olor afrodisíaco que emanaban sus cuerpos desnudos inundaba aquel cuarto alumbrado solamente por la luz violácea de una pequeña lámpara de lava, mientras el incienso de aroma a sándalo y cannabis hacía de ese encuentro muchísimo más placentero.
Podía considerarse exquisito el juego y baile de sus caderas, los mordiscos en sus piernas, el carmín regado sobre sus pieles. Un orgasmo, luego dos, y por último ambos cuerpos tirados uno al lado del otro sin oxígeno casi en los pulmones tras el esfuerzo que conlleva el placer. Así quedaron por varios minutos, mirándose una a la otra, riendo y disfrutando de aquel encuentro que hacía más de un año había tardado en propiciarse nuevamente.
—Ya te extrañaba, Magna —dijo la joven acompañante que minutos antes estaba besándole hasta la coronilla.
—Yo te extrañaba también, Abdala. Ha pasado mucho tiempo.
Abdala, joven promesa de la 1ra familia, los Souls, había sido por mucho tiempo como una hermana para Magna, cuando recién toda esa pesadilla de persecuciones había comenzado y ella había cruzado a Freya por primera vez. Fue su primera confidente y su más grande compañera hasta que los Souls se interpusieron, convirtiéndose también en cazadores del poder que ella llevaba dentro.
Su primer orgasmo lo tuvo con ella, y solo probó algo mejor hasta que un día en la Tierra un don juan de la vida tatuado y con cara de mafioso dio el paso que hacía años estaba esperando, que le hizo ver las maravillas que un miembro masculino podía ofrecerle. Sin embargo, ese imbécil no era más que eso, y el cariño y ternura conque Abdala la trataba comenzó a extrañarse a diario. No había comparación, él nunca le dijo lo que ella necesitaba escuchar, y la Soul se convirtió en esa mentira amorosa con la cual siempre soñó.
Comenzaron a vestirse, aún agitadas por su ejercicio anterior. Ese día Magna había optado por un conjunto deportivo que le permitiese correr en caso de ser necesario, compuesto por unos jeans, una blusa ajustada de tirantes, una cazadora de cuero, tenis y su muy característico sombrero de copa, el cual era un sello personal y algo muy significativo para ella. Se colocó uno a uno sus múltiples añillos de plata en los dedos, que mas que ser solo prendas, en varias ocasiones le habían servido para tumbar unos cuantos dientes a sus perseguidores. En fin, esa era ella, excéntrica y sin igual.
Salieron de la habitación con prisas, bajando unas escaleras hasta un recibidor donde les devolvieron sus identificaciones y pagaron su estancia. Al estar fuera del recinto notaron el cielo nublado, señal de que pronto comenzaría a llover.
Ohanna las estaba esperando fuera, sentada en un banco al cruzar la calle donde se encontraba un pequeño parque y varias personas paseando. Cruzaron, reuniéndose con ella y caminando en dirección a algún edificio con aparcamiento donde pudiesen abrir un portal de regreso a Washington sin ser notadas o causar estragos, sugerido por la propia Ohanna.
Sin embargo, esa pequeña escapada no iba a salir tan bien como habían planeado, ya que al recién entrar al país, ya la 1ra familia tenía a Magna en la mira, y sería Abdala el detonante para que no hubiese forma de regresar en un buen tiempo a Estados Unidos…
Hola!!!
Espero que estén disfrutando tanto de esta historia como yo.
Puedo intuir sus reacciones al haber leído cierta escenita candente jajaja. ¿A que no se lo esperaban?
Aquí nada es lo que parece, así que estén atentos a las futuras actualizaciones. Y de paso, déjenme dicho en los comentarios cuánto les va gustando esta historia ❤
Kmila A. Glezz