El Valle de los Bastardos ||...

Par AemmaArryn

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La Familia Stark, encabezada por Lord Eddard, la familia perfecta, cargada de honor, cariño y títulos. ... Plus

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Lyanna I

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Par AemmaArryn

               HACÍA AÑOS QUE no tenía el placer de montar libremente a caballo. Me llevaba a lomos, Beth, la yegua blanca que me trajo Edrick tras una cacería en Altojardín, donde fue pupilo de Lady Olenna Tyrrel. Fueron veinticuatro lunas las que pasó en Altojardín, y Lady Olenna me aseguró que no hubiera sido necesario; que era un joven educado, sensato y muy inteligente. Ahora, al ver a mi primogénito cabalgando junto a mí me invadía una enorme felicidad. Recordaba cuando le había comentado aquello a Ned, y entre los dos discutimos si era o no apropiado. El norteño quería involucrarse en la vida de sus hijos, incluso en los pequeños menesteres, pero se encontraba demasiado lejos como para murmurar siquiera una corta palabra al respecto. William y Arthur también cabalgaban junto a nosotros. Y, ocasionalmente, me observaban con preocupación y, otras, con una pequeña sonrisa. Era la primera vez que pasábamos al norte de Aguasdulces. Yo me encontraba extrañamente liviana ante la situación que, en unos días tendría frente a mí. No me asustaba en absoluto. Sharra se había quedado en el Nido en mi ausencia, y tenía órdenes de vigilar muy de cerca a Lysa Tully y engendro. Mis hijas y Hugh, iban dentro de un carruaje azul y plateado, con el halcón de la Casa Arryn grabado en todas sus caras, escoltados por diez soldados de la Luna rodeándoles. Éramos una enorme marcha de soldados, doncellas y señores, todos en dirección al Norte, así que ¿por qué preocuparme entonces?

— ¿Se encuentra bien, madre? – Preguntó William acercándose curioso, alternando su mirada entre el camino y mi rostro. De todos mis hijos, él siempre había sido el más concienzudo. Tenía una gran inteligencia emocional y aquello le hacía preocuparse de sobremanera. Si por él fuera, dedicaría su vida entera en preocuparse porque todos estuviéramos bien.

— Claro, querido – Respondí sonriendo ampliamente, intentando quitarle un poco de peso de encima —, tan sólo un poco cansada. Pero se me pasará.

— ¡Recuerdo cuando me quejé por eso! – Gritó Robert un poco más adelante de nosotros, soltando una gran carcajada al recordar algo — Cuando estaba de camino al Valle de Arryn le exijí a mis soldados que parásemos a descansar – Comenzó a contar divertido, gritando a todo pulmón para que todos pudieran escucharle —. Me dijo que un soldado nunca se queja por cansancio, y que los Señores de la Tomenta no eran conocidos por ser quejicas.

               Todos los presentes nos reimos de buena gana. Podía imaginarme sin ningún problema aquella situación. Recordaba perfectamente lo mucho que a Robert le costó adaptarse al horario del Nido; al despertarse al Alba y corretear de un lado para otro.




                 DESDE LA LEJANÍA se distinguía el enorme castillo que dejó a todos sin habla. Invernalia era el Castillo más grande de los Siete Reinos, además de que el Norte era el Reino más grande con diferencia. Todo el paisaje era verde y frondoso, casi se asemejaba al paisaje frutal del Valle. Recordaba la vez que acudí a Invernalia, con todo el paisaje nevado y las noches de cielo oscuro y estrellas brillantes. Al distinguinos, unos soldados salieron a recibirnos a lomos de unos caballos enormes, uno de ellos con una bandera enorme con el sigilo de la casa Stark.

— Sean bienvenidos a Invernalia – Dijo el soldado con su gruesa e indiferente voz —, les escoltaremos hasta el Castillo.

          Robert dijo que aquello no era necesario, que conocíamos los entresijos de ese castillo, pero estaba segura de que hablaba de sí mismo. Yo sólo había estado en Invernalia una vez en toda mi vida. El Rey, por supuesto, había acudido más veces; ya que él no era considerada persona non-grata por la Señora del lugar.

    Miré a mi alrededor y pude ver cómo mis hijos observaban fascinados toda aquella enorme construcción. Era al menos tres veces el Nido, mucho más colosal e impresionante. Si no recordaba mal, por estas fechas hubiera sido el Día del Nombre de Lady Lyanna, aquel pensamiento hizo que mi estómago se removiera.

En ese momento me dí cuenta de que no había sido consciente de lo nerviosa que estaba hasta ese mismo momento; comencé a temblar ligeramente y notaba cómo mi corazón latía muy fuerte contra mi pecho, unos sudores fríos comenzaban a aparecer en mis manos. No sabía cómo reaccionaría Ned ante mi presencia. Y estaba segura de que no iba a ser una cálida bienvenida. Presentarme sin más en su hogar, con su esposa y sus hijos allí... Una clara ofensa.

Nos adentramos en las Calles de Invernalia, siguiendo a los Soldados Stark, mientras rezaba para mí misma.

— ¿Se encuentra bien, madre? – Preguntó nuevamente William, observándome preocupado.

          No recordaba con exactitud cuántas veces había repetido la misma pregunta en el trayecto, pero habían sido demasiadas. Yo tan sólo saludaba a los plebeyos que se acercaban a mirar y les sonreía amablemente. Nos miraban con curiosidad, muchísima curiosidad en sus ojos. No acostumbrarían a recibir marchas tan enormes como la que trajimos.

— No tienes que preocuparte por mí, William – Le aseguré sonriéndole con ternura, a lo que él simplemente asintio y volvió su mirada al frente.

Aunque William quisiera tener un corazón de hielo para el resto del mundo, a mí jamás me engañaría con esa falsa coraza. Sabía que estaba tan nervioso y preocupado como yo. Y, aquello, de cierta manera, me tranquilizó. A diferencia de nosotros, Arthur y Edrick parecían estar muy tranquillos. Aquellos muchachos míos sí que eran de piedra.
       Notaba cómo mi corazón latía desenfrenado y cómo moría de nervios por dentro. Por supuesto, al igual que mis hijos, no dejaba que ningún sentimiento saliera a flote. No permitiría que nadie en aquel lugar me viera flaquear en ninguna decisión, así como en ningún acto. De reojo, ví cómo el Perro disminuía un poco su marcha, aunque rápidamente aparté mi mirada de él. A pesar de que hubieran pasado casi 20 días del nombre, recordaba las calles de Invernalia como si hubiera estado allí el día anterior. Aquello tan sólo hizo que me faltara el aire en el pecho, al reconocer que estábamos llegando a la entrada de la Casa de los Stark. Pronto, vovería a reencontrarme con mi alma gemela. Pero estaba profundamente convencida de que aquella imagen que tendría frente a mí me destrozaría. Ned jamás hablaba de su esposa cuando nos encontrábamos y, vagamente, hablaba de sus hijos. Su vida actual en Invernalia era casi un completo desconocido para mí.

         Robert cruzó el primero el arco y todos le seguimos, antes de detenernos en seco. Allí, frente a nosotros, había mucha gente por todos lados; plebeyos, sirvientes, caballeros, trabajadores. Y, al frente de todos ellos, se encontraba la Familia Stark. Ned no había cambiado mucho desde hace cinco lunas, que fue la última vez que le vi. Estaba igual de alto y bastante más gordo que cuando era joven. En su rostro se percibía el tiempo que había pasado en él, aunque seguía siendo igual de bello y misteriosamente silencioso que siempre. Estaba perfectamente peinado con un aire desenfadado, y vestido con gruesas capas de piel. Hacía un frío verdaderamente abrumador. Entonces, mis ojos repararon en ella, en Catelyn Tully, la mujer que más envidiaba y más odiaba en todos los Siete Reinos. Se mostraba orgullosa junto a su esposo, vestida con un enorme y horrible vestido azul oscuro que asemejaba verde. Aquellos colores no la favorecían en absoluto. Su largo cabello pelirrojo estaba vagamente peinado y parecía cansada. Sus ojos eran mucho más grandes de lo que fueron, o quizás fuera la delgadez en la que se encontraba. Sus pómulos sobresalían, mientras que sus mejillas se adentraban en su boca, y la piel parecía no dar más de sí para cubrir el huesudo cuerpo. Y, con dolor, pasé mis ojos en un rápido recorrido a los niños que habían junto a ellos. Rápidamente, conté cinco. Todos ordenados desde el más mayor, Robb, hasta el más pequeño, Rickon. Un dolor se posó en mi pecho, y amenazaba con no marcharse jamás.

    Los primeros en entrar en un desfile de poder fueron el Príncipe Joffrey, escoltado por el perro y su tío, Ser Jaime. Tras ellos, fuimos los Arryn.

La mirada de Ned se clavó rápidamente en mis ojos, mirándome como si no creyera que estuviese realmente allí. Y, apurado, observó a sus hijos. Noté cómo una angustia se posó en él y lanzó una rápida mirada a su esposa. Catelyn, al notar aquello, siguió la mirada de Ned hasta llegar a mí. Y, entonces, se quedó congelada, con su mirada siguiéndome.

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