Oculto en Saturno

Da BlendPekoe

14.3K 2.6K 1K

La vida de Ezequiel se vuelve perfecta desde el momento en que conoce a Matías, los sueños y todos los imposi... Altro

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Epílogo

Capítulo 14

355 70 21
Da BlendPekoe

A media mañana el sol brillaba con intensidad pero con un avanzado invierno no servía para aliviar el frío. El viento se ocupaba muy bien de hacer que estar al aire libre fuera incómodo. A pesar del clima me senté en el pasto helado frente a la tumba de Matías. La miré con seriedad preguntándome qué pensaría él de mí. El tiempo seguía pasando y no dejaba de ver a Francisco. Ya llevaba cuatro meses visitándolo, cada vez más seguido, cada vez menos espantado de mí mismo. Miré la tumba abandonada de la derecha. Creí que hacer arreglar el patio ayudaría a mi conciencia pero no sucedió. Se veía cuidado, armonioso incluso para ser invierno, pero era una ilusión. Debajo del trabajo del jardinero estaba toda la dedicación de Matías que se había perdido, sin darme cuenta mandé a hacer una tumba de plantas para las suyas.

Disculparme no tenía sentido, ya lo había hecho incontables veces por todo.

***

Apenas entré al centro cultural, una de las chicas de la cafetería se acercó a preguntarme si tomaría café.

—Sí, gracias.

Ningún incidente se produjo en todo ese tiempo, la única noticia que dio para hablar fue el nuevo asistente de la biblioteca. Su llegada hizo sospechar a todo el mundo lo que Vicente tanto quería que sospecharan: lo pusieron para contener a Benjamín y que no me ocasionara problemas. Eso reforzaba la idea de la amistad que me protegía pero nada podía al respecto. El asistente cumplía con la tarea de aprender el trabajo, la trampa funcionaba tan bien que Benjamín optaba por delegarle casi todas las responsabilidades para poder sentirse jefe. No era justo para el asistente pero, si lo soportaba, en poco tiempo heredaría el sueldo de su superior.

En cuanto me acomodé en mi escritorio entró la chica de la cafetería, además del café trajo una porción de pastel. Lo miré con sospecha, no era una casualidad.

—¡Feliz cumpleaños! —me dijo con una sonrisa vergonzosa.

—Gracias.

Y más me valía no mezquinarles un gracias porque me seguían soportando a pesar de todo. Mariana, que me pasaba los pequeños partes sobre lo que la gente hablaba, cada tanto me decía que no me odiaban porque nunca los molestaba, porque nunca salía de mi oficina y porque no se tenían que cuidar de mí. Lo que también hablaba de mi ausencia como encargado. Con un orgullo que no sabía que tenía, herido procesaba las palabras de Benjamín como las cosas que debía resolver, pero me costaba tomar el control. Parecía haber olvidado cómo hacer las cosas que hacía antes.

Vicente también hizo acto de presencia por la tarde y puso un sobre frente a mí.

—¿Me vas a regalar dinero como a un niño?

—Ábrelo.

Saqué un papel con el logo de una agencia de turismo y mucho texto.

—Ese era mi viaje de aniversario. Te lo transferí y puedes elegir la fecha que quieras.

—¿Tu esposa sabe?

—Lo va a saber cuando pregunte qué te regalé.

Guardé el papel sin leerlo, un viaje no tenía utilidad para mí pero no podía criticarle el regalo o venganza.

También recibió pastel a modo de atención.

Una tarde normal más allá de mi cumpleaños que no me interesaba celebrar hasta que en la puerta de mi oficina apareció, de manera inesperada, Lautaro. Vicente se alegró de verlo y fue quien se ocupó de hacerlo pasar.

—Pasé para saludarte porque no sé a qué hora regresas a tu casa —se disculpó conmigo.

Me dio una bolsa de papel con el nombre de una tienda de ropa y sin darme tiempo, como queriendo tomarme desprevenido, me abrazó.

—No te gustará cumplir años pero a mí me pone feliz.

Reaccioné tarde y no llegué a devolverle el abrazo, lamenté parecer ingrato con él.

—Quédate con nosotros —pedí.

Ocupó otra de las sillas contento por ser recibido. También me sentí mal por eso, que fuera a verme pensando que lo despacharía... Y aun así me visitaba. Vicente miró su reloj.

—¿Y si salimos a tomar algo? —propuso.

—No quiero celebrar nada.

—No seas malagradecido —me reclamó.

—No seas malagradecido —repitió Lautaro con esperanza, buscando sumar presión.

Vicente volteó hacia él.

—Le gusta hacerse rogar —se burló.

—Está bien, salgamos.

Dejé mi oficina con ellos, apenas eran las seis de la tarde pero ya oscurecía.

—Podemos comprar bebidas e ir al mirador —sugirió Lautaro entusiasmado dentro del auto de Vicente.

—¿Estás loco? ¿Con este frío? —negó él—. Lo que es ser joven.

Todavía me sentía mal por no haber devuelto el abrazo y su entusiasmo lo empeoraba. Volteé hacia él.

—¿Podemos ir a tu casa?

—¿Quieres conocer mi casa?

Vicente se sorprendió.

—¿Ya no vives con tus padres?

—Vivo solo.

Pasamos por un supermercado donde Lautaro y yo nos ocupamos de comprar bebidas y snacks. Lo observé apenado, cuando se trataba de mí se conformaba con muy poco.

El departamento era pequeño, viejo y helado, Lautaro prendió la calefacción y de a poco cambió el ambiente. Tampoco tenía muchas cosas, o no le alcanzaba o no quería gastar deseando poder mudarse cuando tuviera su título.

—No compramos pastel.

—Hagamos de cuenta que es una reunión y no una celebración.

—Cuando tengas mi edad te vas a arrepentir de no festejar por tus 34 años.

—Somos tres generaciones —señaló Lautaro divertido—. 25, 34 y... ¿Cuarenta y algo?

—43 —completó sin ánimo.

Vicente repasó el lugar con los ojos mientras nosotros nos ocupábamos de acomodar todo en la mesa.

—¿Tienes novia? —preguntó de repente.

Lautaro se sobresaltó y volteó hacia donde miraba Vicente. Entre tantas cosas amontonadas en un escritorio, se veían un par de medias con flores. Titubeó un momento.

—No es una novia oficial.

Vicente sonrió con soberbia por descubrirlo.

—Eres joven, disfrútalo —aconsejó con sabiduría.

—Que frase de viejo —critiqué en un intento de hacer justicia por la situación incómoda que había provocado.

Pero a Lautaro no le preocupaba, estaba contento de tenernos allí, como si el cumpleaños fuera de él. Bebimos poco porque era día de semana, comimos todos los snacks y escuchamos anécdotas interminables de Vicente. Pensé que odiaría estar con ellos pero esa sencilla reunión me hizo sonreír como no lo había hecho en muchísimo tiempo.

Vicente y yo volvimos al auto dónde contemplé el regalo de Lautaro: una camisa blanca. Hacía más de dos años que no compraba ropa. Solía tener mucha pero la mitad ya no me quedaba.

—¿Crees que necesito ropa nueva?

Desvió su mirada del camino un momento para observar la prenda en mis manos.

—No creo que sea una indirecta.

Guardé la camisa en su bolsa y me recosté en el asiento pensativo.

***

El viernes fui a la casa de Francisco. Había perdido la desconfianza de usar su llave pero guardaba respeto por el lugar y no tocaba nada. Tampoco creía que si me pusiera a revisar sus cosas encontraría algo de interés en ese departamento de revista. No era descuidado, no expondría nada que no quisiera. A veces, en alguna charla, sentía que la vagueza de sus respuestas eran deliberadas, aunque nunca lograba discernir si se reservaba porque no quería hablar o también era un acto calculado. Su personalidad siempre complaciente y alegre escondía algo parecido a una manipulación pasiva, intencional pero a la vez inocente, como la que usan los niños. Y aunque era consciente de su juego, me dejaba seducir por sus palabras y su sonrisa. Regresaba falto de voluntad, deseando que el complacido fuera él para que no se aburriera de mí.

A pesar del frío y el viento, salí al balcón mientras lo esperaba. No se veía mucho más allá de las luces de la ciudad, los cerros eran manchas negras y las estrellas llenaban el cielo, era una vista bonita. Lamentablemente ese año, una vez más, no había nevado. Escuché un golpe en el vidrio detrás mío y al voltear vi a Francisco, desde el balcón no oí la puerta abrirse.

—¿Tomando aire fresco? —preguntó cuando entré.

—Un poco.

—Que bueno que viniste —dijo mientras se iba a la cocina.

Estaba a punto de seguirlo cuando regresó con copas, luego trajo una botella, era un espumante rosado.

—Para brindar por tu cumpleaños, aunque ya pasó.

—¿Cómo sabes mi cumpleaños?

—Está en tu ficha.

Me senté en la mesa sin discutir su consideración. Quitó el corcho con desconfianza, temiendo que saliera volando pero cedió con facilidad haciendo un sonido sordo.

—Se parece un poco a la primera vez que viniste.

Llenó las copas y se sentó a mi lado. Siempre cerca, siempre accesible.

—Cuatro meses... pasa muy rápido el tiempo.

—Pero esto es por tu cumpleaños —quiso animarme.

Chocó su copa con la mía.

—Sonará raro —comenté— pero no me gusta la idea de cumplir años, no quiero empezar a envejecer.

—Cumpliste 34 no 50.

—Cuando cumplas 34 me cuentas —me defendí sonando como Vicente.

Empezó a reír.

—Yo tengo 35.

Asumí que tenía dos o tres años menos que yo.

—Pareces mucho más joven —señalé decepcionado.

Se inclinó hacia mí con picardía.

—Voy a tomarlo como un halago a pesar de tu cara.

Bebió sin sacarme los ojos de encima, coqueteándome.

—Me gustaría verte borracho.

Nada lo sorprendía. Apoyó la cabeza en su mano.

—¿Es eso una fantasía?

Mi fantasía era poder ver algo más allá de su acto.

—No lo sé. Se me acaba de ocurrir.

Bebió un poco más y llené nuevamente su copa. Él me siguió el juego y la bebió. Mientras la llenaba otra vez dejó su silla y se sentó sobre mí. Me rodeó con uno de sus brazos y apoyó su cabeza en la mía.

—¿Tienes alguna fantasía sin cumplir?

—Soy un hombre muy simple —esquivé.

Acaricié su pierna disfrutando del contacto físico, él tomaba el espumante de a poco dándome la oportunidad de avanzar bajo su ropa, rozando su cintura y vientre.

La botella ya no tenía nada así que empujé mi copa hacia él cuando terminó la suya. Besó mi oreja produciendo un sonido húmedo que me estremeció.

—¿Qué secreto intentas sacarme? —murmuró.

Detuve mis caricias pero él rio con liviandad. El alcohol estaba afectándolo un poco y aun así estaba alerta a todo.

—¿Tienes muchos secretos? —pregunté haciéndome el tonto.

A pesar de intuir que quería verlo borracho por un motivo oculto, siguió bebiendo sin que le importara.

—¿Qué pasaría si tuviera un secreto, oscuro y terrible? —insinuó provocativamente.

Quise decirle que sabía que buscaba manipularme y que estaba bien. Mi corazón estaba un poco acelerado.

—No pasaría nada. Yo regresaría igual.

Me sentí sonrojar bajo su mirada, él ya lo sospechaba.

Movido por las emociones empecé a besar su cuerpo por sobre su ropa y mi mano buscó su entrepierna.

—Hay otra botella. Podemos llevarla al cuarto —sugirió animado.

Estuve de acuerdo. Fue a buscarla y la llevamos con nosotros.

Mientras la abría, lo abracé por detrás para besar su nuca y comenzar a desabrochar con dificultad su camisa. Francisco inclinó la cabeza para recibir mis besos que pasearon por todo su cuello. Cuando terminé con los botones pasé a su cinto y desabroché su pantalón. Desde mi posición no era sencillo tanto menester pero me gustaba poder presionar mi cuerpo contra el suyo y sentir su trasero apoyado en mi ingle. Bebió lo que era su quinta copa y dejó escapar una pequeña risa.

Su camisa cayó al suelo dejando sus hombros a disposición de mi boca y sus pezones a las de mis dedos, unos suspiros indicaron que disfrutaba de la atención que recibía. Bajé mi mano hasta su ropa interior para acariciar con gran dedicación su miembro, aún blando, cálido y suave.

—Es hermoso —susurré a su oído—. Y tú también.

Nos dábamos ciertas libertades en esos momentos donde el deseo dominaba, las palabras también eran parte del juego. La oportunidad para desahogar esos pensamientos sin sufrir consecuencias. Francisco rio a causa del alcohol.

Se dejó guiar hacia la cama y allí fue más fácil terminar de quitarle la ropa. Verlo arrodillado mientras descansaba su cabeza en el colchón me enloquecía, adoraba meter mi cara en su trasero y lamerlo. Mi lengua jugaba con él, acariciando y presionando, recorriendo todo hasta sus testículos que colgaban a la espera de ser chupados. Dediqué un buen rato a ellos y a su pene, provocando gemidos en su dueño, sintiendo como se endurecía lentamente, saboreando las pequeñas gotas de presemen que aparecían. Pero era su ano lo que obtenía la mayor atención de mi parte, volvía siempre a ese lugar que se relajaba bajo las caricias húmedas. A veces me daban ganas de hacer solo eso, estimularlo hasta llevarlo al orgasmo, pero esa noche estaba ansioso por penetrarlo. Aún seguía con toda mi ropa puesta y opté por desabrochar mi pantalón. Con la punta de mi miembro acaricié todo lo que había quedado mojado por mi lengua, Francisco se abría más, impaciente. El gel frío lo sorprendió haciéndolo reír. De a poco fui entrando, prestando atención a cualquier reacción de dolor, y comencé a moverme despacio. Pasé mis manos por su espalda y muslos, cerrando los ojos, concentrándome en las sensaciones. Aunque no lo veía me di cuenta que Francisco se masturbaba y se tensionaba generando una presión sobre mi pene haciéndome ir más rápido. Sus gemidos me indicaron todo. No pude contenerme mucho tiempo y me aferré a él para dejarme llevar. Al retirar mi miembro cayó semen y sin decoro tomé su camisa para limpiarlo. Esa acción hizo que Francisco comenzara a reír sin control, parecía tentado. Me recosté un momento y luego lo escuché reír de nuevo.

—¿Te estás riendo solo?

Se sentó en la cama mirándome como si fuera a decir algo importante.

—Sí —fue todo lo que dijo.

El alcohol obraba y hasta bajo su influencia reía con libertad. Estiré parte del cobertor para que se cubriera un poco antes de que se le pasara el calor. Acarició mi frente y luego estuvo un rato haciendo lo mismo con mis cejas. Viéndolo en ese estado me tentaba preguntar si sufría de un amor no correspondido y corroborar mis sospechas, había desaprovechado el momento en el comedor.

—La semana que viene —dijo sin dejar en paz mis cejas— no me vas a encontrar.

—¿Tienes vacaciones? —pregunté sin preguntar.

—Es cumpleaños de mi mamá —explicó sin dar importancia—. Voy a quedarme unos días con mis padres.

Su dedo pasó a hacer dibujos en mi mejilla.

—¿Tus padres saben que eres gay?

La pregunta fue automática y penosa de mi parte.

—Sí.

—¿Te llevas bien con ellos?

—Siempre me reclaman que vivo lejos de ellos... —dejó de tocar mi rostro—. Lo siento, no me di cuenta.

Pero Francisco no hablaba de su toqueteo, se disculpaba por mi situación familiar. El alcohol tampoco le quitaba su lado amable.

—No te disculpes, no tiene nada que ver contigo.

Su mano volvió a mi cara, ya no reía. Levanté mi mano y también dibujé círculos y líneas en su mejilla.

—¿Quieres quedarte?

Asentí.

Continua a leggere

Ti piacerà anche

81.9K 4.2K 18
Para lenna el solo era el mejor amigo de su hermano aún si ella quería que fueran más. Para alessandro ella era más que que la hermana de su mejor a...
314K 30.2K 46
Nicholas Datchs es uno de los chicos populares de la escuela gracias a su novio, el mejor jugador de fútbol de la escuela. Tiene una vida medianament...
451K 29.3K 29
Escucho pasos detrás de mí y corro como nunca. -¡Déjenme! -les grito desesperada mientras me siguen. -Tienes que quedarte aquí, Iris. ¡Perteneces a e...
154K 17.6K 27
Dante siempre ha sido una persona solitaria y reservada que casi no tiene amigos. Le asusta ser rechazado por los demás que prefiere vivir en su zona...