Videtur

By NeverAbril

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Jess siempre quiso enamorarse, pero nunca pensó que su primer novio sería uno falso y mucho menos que sería X... More

🎶 💐
0 | Videtur
1 | A blind date with a serial killer
Especial de San Valentín
2 | Best friends, best lovers
4 | Aphrodite's love
5 | World record

3 | From Hollywood to Broadway

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By NeverAbril

💐 JESS 💐

Supe que estaba en problemas en cuanto lo vi.

Mi primer instinto fue salir corriendo, pero por alguna razón terminé haciendo lo opuesto y me acerqué a él con cada palabra, cada paso, y cada momento escandaloso.

Debería haberlo visto venir.

Yo no tenía suerte. Nunca la tuve. Ni por un segundo en mis lamentables años de vida.

Jamás gané nada. Por más que no podía evitar emocionarme por la mínima cosa buena que me sucedía, eran muy pocas e intentar ver el lado positivo no funcionaba tan bien después de la milésima vez que fallabas.

Los días malos superaban con creces a los buenos.

Yo era la persona que siempre veías que llegaba tarde porque perdía el autobús, a la que los ladrones escogían para robarle, aunque probablemente necesitaba el dinero más que ellos, la que se tropezaba con todo, a la que le aparecía acné en un día importante, y la que salía en un día soleado y a mitad del camino se desataba una tormenta que acababa empapándola y dándole un resfriado espantoso.

Nada me salía bien. Era la única regla que resumía mi existencia ordinaria.

Siempre que participaba en un juego o en una apuesta, perdía sin importar si me esforzaba o todas las cartas estaban a mi favor. Sucedía algo que lo estropeaba y terminaba en la ruina en cada ocasión.

Incluso si ganaba la lotería, sería capaz de perder el boleto debido a que el universo me odiaba y quería asegurarse de que me pudriera en el fango.

En consecuencia, por supuesto que el reencuentro que venía deseando hacía un montón de tiempo y debería causarme pura alegría se vería contaminado por un embrollo casi inverosímil y haría que el estrés me comiera viva.

―Uh, esto me recuerda. Elisia, tengo que enseñarte algo en mi oficina. ¡Esto es tan divertido! ―exclamó Aledis antes de irse y pedirle a mi madre con un ademán que la acompañara y las dos se perdieran en uno de los muchos pasillos del apartamento.

Era muy fácil distinguir a mi mamá de la madre de Xove. Elisa tenía estatura baja, mejillas regordetas, cabello corto y solía vestirse igual que esas abuelas de la televisión que les preparaban galletas a sus nietos. Por el contrario, Aledis gozaba de portar pelo azabache y rizado, ojos grandes y marrones, ropa de estilo veraniego y a la moda, piel besada por el sol californiano y piernas largas como las de una modelo retirada. No importó. Les di la espalda, agarré un bollo de la mesa de bocadillos, y me lo comí de un bocado.

―Esto es el infierno.

Xove se puso a mi lado para contestar mi susurro.

―Al menos hay comida.

Mi estómago actuaba igual que una montaña rusa, una que no reflejaba el jolgorio de ir a un parque de diversiones.

―Lástima que no hay nada aquí que tenga maní ―protesté.

―Eres alérgica al maní.

Tuve que fingir que no me conmovió el hecho de que se acordara de eso.

―Lo sé. Pero así tendría una excusa decente para irme y no me molesta comer la gelatina del hospital.

―Vamos, no van a tenernos encerrados aquí por cuarenta y ocho horas.

―¿Has visto a nuestras madres?

―No puedo refutar eso ―bromeó él y fui muy consciente del hecho de que su voz se había vuelto más profunda y sexy―. Siempre fuiste más inteligente que yo.

―Todavía lo soy.

―Apuesto a que sí.

A pesar de que fue una respuesta breve seguida por una broma simple, nos quedamos mirándonos, sosteniendo la mirada del otro, como si el mundo se fuera a caer si perdíamos la concentración.

Siempre estaba apurada, persiguiendo la siguiente cosa en mi lista interminable de pendientes y corriendo con los latidos embravecidos. En ese instante, obtuve una calma suave y demoledora como las olas impactando contra las piedras, no hubo nada en mi mente, y mi corazón encontró una extraña y buena paz.

Vi toda mi vida pasar frente a mis ojos en los cinco segundos en que lo contemplé.

Los recuerdos de las épocas pasadas estaban borrosos, algunos por elección y el resto por mi pésima memoria, sin embargo, se volvían cada vez más claros gracias a su presencia. Él fue mi ancla, algo que siempre tuve presente a lo largo del tiempo.

En la actualidad, la imagen que había inventado de Xove desapareció por completo, ya que vi la versión real y actual en detalle.

Mi mente viajó entre el pasado y el presente.

Los juegos. Las risas. Las lágrimas. Todos los momentos que compartimos en el pasado y me hacían sentir como si hubiera dejado atrás un invierno congelado para entrar a una casa cálida y alguien me hubiera puesto una manta sobre los hombros para ver el fuego de la chimenea mientras bebíamos chocolate caliente.

Mi mente, siendo un ente rebelde y separado de mí, no se detuvo ahí. Mis emociones no se diferenciaban mucho de un paisaje cubierto por una niebla densa, así era todos los días. La mitad del tiempo no tenía idea de cómo me sentía o cómo expresarlo, pero todo se despejó con Xove y dejé que la luz entrara. Los demás recuerdos vinieron por la puerta trasera de mis pensamientos y los recibí, sorprendida.

Todavía podía sentir las horas que disfrutamos en el hotel en mi piel, estaban tan frescas en mi memoria como una pintura que no se había secado.

Tenía una perspectiva completamente diferente. Saber que era él solo hizo que pensara que se veía más hermoso en persona y me hizo notar detalles que usualmente no detectaría a simple vista. Si bien ya nos habíamos encontrado, era como si lo viera por primera vez.

Xove era alto, lo suficiente como para que a veces yo tuviera que ponerme de punta de pies para besarlo. Su espalda se había vuelto más ancha y probablemente escondía las marcas leves de mis uñas bajo su ropa. Sabía que sus brazos musculosos y cubiertos de tatuajes eran más fuertes porque me sostuvieron sin problemas.

Aunque seguía desordenado, su pelo castaño y rizado se hizo ligeramente más lacio y oscuro. Su faz enseñaba facciones cuadradas y rudas a pesar de que ya había acunado su rostro con mis manos. La mirada de sus ojos me eclipsaba por más que antes había sido luminosa y ahora profería seriedad y seducción. Incluso tenía un pequeño lunar justo debajo del párpado inferior de su ojo derecho que no notarías a menos de que lo miraras de cerca.

Su nariz estaba un poco torcida, pero le daba el toque a su rostro y convertía lo imperfecto en algo atractivo. Los labios suaves que recorrieron mi cuerpo permanecían entreabiertos como si no se atrevieran a dejar escapar las palabras que contenían. Todo en él lucía diferente e igual a la vez.

Por supuesto, Xove había crecido, sin embargo, una parte de mí siempre supuso que lo iba a reconocer en una multitud de farsantes que pretendían ser él si nos cruzábamos de casualidad. Me equivoqué y pasé de estar enredada en sus sábanas a meterme en ese lío.

―¿Terminaste de mirarme o quieres decirme algo más?

Desperté de mi ensoñación para recordar que se había convertido en un idiota, no un imbécil, un idiota, cosas muy diferentes.

Aunque su seguridad y sus tatuajes me intimidaban, le di una mirada acusatoria.

―Sí, estás haciendo que sea muy difícil ser tu amiga.

Se divirtió, agachándose a la altura de mi rostro justo como lo hacía cuando éramos amigos, justo como lo hizo en el hotel.

―Pues, deja que te lo simplifiqué. Deja de mirarme así.

Lo aparté, poniendo un dedo en su frente y lo empujé para alejarlo.

―Sigue tu propio consejo ―solicité.

Xove se enderezó, apoyando una palma en la silla mientras conversábamos.

―Lo haré.

Agarré otro bollo para estamparlo contra su boca y callarlo.

―Y deberías comer para que no puedas abrir la boca y seguir diciendo tonterías.

Ni siquiera peleó, abrió la boca para comer lo que pudo y atrapó el resto con su mano en busca de no hacer un desastre y comer todo.

―Yo las digo, pero tú las haces.

―¿Disculpa?

―¡Casi me ahogas con un bollo! ―protestó con teatralidad.

―Ni que fuera intento de asesinato.

―Eso lo determinará la autopsia.

―Dramático.

―No si tengo razón.

Me quedé sin habla. Di media vuelta.

―No puedo hacer esto ―solté de pronto.

Él se puso en mi camino, arrepintiéndose.

―Estaba bromeando. La verdad es que no sé cómo hablar contigo.

Le di una segunda oportunidad. Nos di una segunda oportunidad.

―Lo estás haciendo ahora mismo.

―Y no muy bien, al parecer ―comunicó, apenado.

Yo no podía ver a alguien que se sentía mal y apartar la mirada. Algo dentro de mí siempre me pedía que lo animara.

―No, también es mi culpa. No sé cómo estar cerca de ti.

Xove se alejó dos pasos.

―¿Mejor?

Sonreí y acomodé un mechón de mi pelo que tapaba mi cara.

―¿Esa es otra broma?

―Tal vez, depende de la respuesta que quieras.

―Solíamos contarnos hasta el último detalle y no podíamos pasar ni un día sin vernos ―suspiré, eliminando esos dos pasos de distancia en simultáneo que continuaba―. ¿Qué nos pasó?

―El tiempo.

Agaché la cabeza, aceptando que era cierto y no había remedio.

―Nada que no se pueda arreglar ―agregó él con una habilidad sorprendente que le aceleraría el corazón a cualquiera.

Sonreí como si él supiera exactamente qué decir para hacerme sentir mejor a pesar de todos esos años separados.

―Solo tenemos que sobrevivir este fin de semana.

―Podemos hacerlo.

Quise avivar nuestra conversación.

―Sé que yo puedo.

Rápidamente, saltó a defenderse con la actitud divertida que enseñaba con su lenguaje corporal.

―¿Qué se supone que significa eso?

―Puede que yo no sea muy buena estando bajo presión, pero, si mi memoria no falla, tú tampoco eres muy bueno para guardar secretos ―recalqué.

―Tal vez he cambiado.

―¿Quieres apostar?

―¿Cuánto? ―replicó Xove, sorprendiéndome, como si ninguna cifra fuera a dejarlo en shock―. ¿Cuánto quieres apostar?

Pensé en una cifra al azar.

―Cien mil dólares.

Ni siquiera se alteró al oír la cantidad de dinero.

―De acuerdo. Tendré que ir al banco. ¿Los quieres en efectivo?

Parpadeé, anonadada.

―¡Era un chiste, despilfarrador impulsivo!

Continuó bromeando y provocándome.

―¿Por qué? ¿Piensas que vas a perder?

―No, pero... ―A pesar de que estaba molesta y quería ganarle, existía un detalle imposible de ignorar―. Yo no puedo darte esa cantidad.

―Está bien. Yo no quiero eso de ti.

―¿Y qué quieres? ¿Que te dé mi alma? ¿Que te done un órgano?

―No, quiero cenar contigo ―contestó, dejando de lado mi comedia barata.

En cambio, fui yo la que quedó en shock.

―¿Qué tipo de cena?

―Una que usualmente incluye comida y una mesa, ya sabes.

―Eso no es lo que estoy preguntando ―insistí para sacarme la duda.

Traté de no permanecer paralizada. A mi cuerpo no parecía importarle las órdenes que mi cerebro le enviaba. Un rayo de ilusión encandiló mis pensamientos. La chispa se fue disipando y solté un suspiro inaudible de estupefacción.

El retazo más memorable de mi infancia estaba parado frente a mí. Después de pasar una década imaginando sin parar, hallarlo me causó una vorágine de emociones.

La última vez que lo vi hicimos una promesa y di por hecho que no lo vería más, o eso supuse hasta aquella semana. No importaba que fuera diferente. Era como si aquellos años distanciados hubieran sido una pesadilla apocalíptica y hubiera despertado tan solo para darme cuenta de que, incluso si las épocas seguían su curso, permaneceríamos unidos por una conexión inexplicable.

Ya no éramos mejores amigos.

Los dos habíamos madurado.

Nos cambiaron los distintos caminos que tomamos.

Así que, ¿por qué sentía la necesidad de abrazarlo igual que antes?

Nos acostamos. Eso era atracción física, pero, ¿qué había de lo demás?

Lo viejo y lo nuevo se mezclaban. La lujuria reciente y el cariño de antaño.

¿Cuál era el resultado? No tenía idea.

Era Xove, el chico que fue mi primer amor y nunca nadie lo supo.

El hijo de la antigua jefa de mi madre y a quien ella consideraba como uno propio.

Y estaba ahí, invitándome a cenar.

¿Por qué?

¿A qué clase de cena se refería? ¿Una comida con amigos? ¿O a una cita con alguien que le daba curiosidad?

Rayos, necesitaba sentarme.

Él abrió la boca para responderme y yo prácticamente estaba a punto de morderme las uñas por las ansias, sin embargo, sufrimos una interrupción que vino en cuatro patas.

Salté del susto, yendo de manera inconsciente hacia Xove para protegerme de la amenaza que no distinguí hasta que fue demasiado tarde. En mi defensa, apareció corriendo hacia nosotros como un rayo con un tutú y ladró después.

―Es lindo saber que, si nos enfrentamos a una bestia salvaje algún día, me usarás como escudo humano ―masculló Xove, mirándome por encima de su hombro.

Liberé su brazo y dejé de esconderme detrás de él.

―Lo siento.

El pug nos analizó, estando sentado frente a nosotros como un juez en la Corte Suprema.

―Descuida, yo te protejo.

Bastó que el perro sonriera de manera extraña con sus dientes para que Xove cambiara de lugar conmigo y yo fuera el escudo humano.

―Claro, ya me siento muy segura ―farfullé con sarcasmo.

No fingió ser valiente, enseñó su miedo sin problemas. Fue gracioso.

―No lo entiendes.

―Dime.

―Él quiere verme muerto ―murmuró por lo bajo.

Ignoré su declaración y procedí a agacharme para acariciar al intruso especial para pedirle su permiso antes de cargarlo en mis brazos.

―¿Hablas del perro dulce y tierno con una apreciación por la moda?

Soltó un bufido.

―No dejes que te engañe, apuesto a que hasta tiene amigos en el gobierno.

―¿Vas a destruir el mundo y a todos los humanos que lo habitan? Sí, sí, lo harás ―dije, sacudiendo la cabeza como si le hablara a un bebé, y luego miré a Xove―. Por favor, deja la paranoia.

Él escudriñó al perro.

―¡Es real! Solo tienes que ver sus ojos sedientos de poder.

Se asustó en cuanto le obsequió un ladrido.

―Es tu imaginación.

―No, no lo es. Trata de deshacerme de mí siempre que vengo de visita. Una vez, estaba bajando la escalera y casi me caigo y muero porque dejó uno de sus juguetes a propósito. Él es malvado.

El acusado sacó la lengua afuera para respirar cuando lo deposité en el suelo.

―Bueno, ¿el villano más inteligente de la Tierra tiene un nombre?

―Es Sir Robert Ferguson Antoine Kieron o, para abreviar, Bob ―nombró Xove, procurando concentrarse en mí―. Mi hermanastro.

Hundí mis cejas y, para que no me oyera, susurré lo siguiente:

―Es un perro.

―Lo sé, díselo a mi madre y al abogado que probablemente lo represente cuando me deje sin un centavo.

―Bueno, no tendré millones, pero si necesitas dinero, puedo prestarte unos centavos ―aseguré para consolarlo.

Él curvó sus labios hacia arriba a la vez que contemplaba mis ojos.

―De acuerdo. Pensaré en ti cuando necesite a alguien.

No fui capaz de hablar hasta que su sonrisa se fue disolviendo despacio, como una brisa refrescante. Él debió sentir algo, algo a lo que no podía ponerle nombre, y era lo mismo que yo estaba sintiendo en ese instante, ya que los dos nos enfocamos en el otro individuo que estaba presente.

―Así que, eres Bob. Hola, Bobito.

Bob me tendió una pata igual que un caballero que ofrecía su mano y la acepté, saludándolo oficialmente.

―Le agradas al perro favorito de Hitler ―comentó sin perder su humor.

Sopesé la situación.

―No digas eso. Creo que solo te odia a ti.

―Eso me hará sentir mejor.

―Vamos, los perros son como las personas. No serán tus amigos solo porque sí. Tienes que ganarte su respeto ―enfaticé, honesta―. ¿Quién sabe? Si te esfuerzas, tal vez puedan llevarse bien.

Inhaló profundamente, planteándose la posibilidad.

―Lo intenté. Me odia desde el primer día. Quizás fuimos enemigos mortales en nuestras vidas pasadas.

Le di un empujón.

―No es tan difícil. Lograste que fuera tu amiga.

―Sí, pero te perdí ―recordó y, aunque lo dijo al pasar, se convirtió en algo que congeló el ambiente entre nosotros.

Nos salvó la campana. Aledis y mi madre regresaron a través del mismo pasillo por el que desaparecieron.

―Qué bueno que siguen ahí. Le estaba enseñando a Elisia un par de fotografías viejas y nos topamos con una que tomamos cuando vivíamos en el antiguo apartamento y una cosa llevó a la otra y recordamos los maratones de películas que solíamos hacer cada fin de semana. Hoy deberíamos hacer lo mismo. ¿No les parece una idea magnífica?

Como si fuera nuestro primer instinto, Xove y yo pusimos un metro de distancia entre nosotros. Él habló antes que yo.

―Por supuesto.

―Jess, di algo ―formuló Elisia entre dientes.

Mi madre olvidaba que ya no tenía cinco años, pero no la culpaba. En ocasiones me comportaba como si los tuviera. No lo hice en aquel instante.

Ella y yo nos llevábamos de maravilla la mayoría del tiempo. Solíamos mirar series de comedia juntas a pesar de la distancia, hablábamos por teléfono seguido y poseíamos gustos similares. La diferencia más grande entre nosotras era que Elisia era del tipo de persona que se entrometía y hacía cosas por ti porque creía que era lo mejor aunque le dijeras que no era necesario y yo aprendí que eso no estaba bien por más que sus intenciones fueran buenas. Tenías que poner límites, incluso a las personas que amabas, porque respetarte a ti mismo venía antes que complacer a los demás.

Era una pena. Venía planeando aquel viaje de fin de semana hacía semanas y diseñé un itinerario para que ella pudiera ver mis nuevos sitios preferidos de Nueva York y pudiéramos disfrutar de dos días como madre e hija.

Cuando me levanté muy temprano para ir a recogerla al aeropuerto, no tenía idea de que tendría que tirar todo a la basura para entrar a la dimensión desconocida. Seguí sin creerlo cuando estábamos en el taxi y ella le indicó al chofer que no iríamos a mi apartamento en Brooklyn, sino a uno de los edificios más famosos que había en el Upper East Side, uno que yo había visto desde abajo con ambición y esperanza. Ella puso de cabeza toda mi vida en cuanto me informó a quiénes visitaríamos. No me advirtió, sino que me arrojó directo a los lobos.

No iba a mentir. A una parte de mí le encantó la sorpresa. Mi niña interior saltó de alegría ante la idea de reencontrarme con Aledis y Xove, los recuerdos cálidos que construimos, y la vibra festiva que nos envolvía cada vez que estábamos reunidos los cuatro. Había esperado por mucho aquel reencuentro. Soñé y soñé y sucedió, pero de una manera inesperada. No me molestaba, simplemente me sorprendió igual que comer un caramelo y descubrir que tenía un centro ácido. Me gustó cumplir uno de mis deseos, incluso si no resultó exactamente cómo lo planeé.

―Aledis ya lo dijo ―mencioné―. Es una idea magnífica para hoy.

―De acuerdo. Está decidido entonces.

Horas más tarde, no paré de arrepentirme de mi decisión.

Eso no era obra del destino. Simplemente era un desastre.

Si alguien más me contara lo que sucedió, habría soltado una carcajada durante el relato, pero yo no estaba de humor para reírme y menos cuando la noche ya había caído y las madres insistían en que los cuatro reviviéramos los viejos tiempos. Los tiempos estaban muertos, no había forma de traerlos a la vida e intentarlo se sentía forzado. Yo solo quería seguir adelante.

Y ni siquiera en aquella ocasión me salvé de compartir asiento con cierto hombre. Debido a que carecía de una escapatoria al exterior, había planeado refugiarme en la punta de la rinconera. Fallé. Aledis y Elisia arruinaron mi vía de escape al ocupar ambos extremos del sofá, ya que les resultaba más cómodo. Bob se fue en algún punto, teniendo sus propios asuntos. El perro tuvo más compasión que ellas.

En consecuencia, acabé sentándome en el medio con Xove. Lo único que nos separaba era el cojín que puse como barrera. El lado positivo era que gozaba de una vista directa al gran televisor frente a mí y el negativo sería que me costaría un montón concentrarme en lo que fuera que veríamos.

No habíamos conversado en privado desde nuestro fatídico encuentro en el baño y pese a que en teoría acordamos ser amigos, todavía era raro estar cerca luego de lo que hicimos.

Cuando no éramos nada más que amigos, hacíamos de todo. Jugamos, nos abrazábamos, dormíamos la siesta juntos, nos tomábamos las manos y muchas otras cosas inocentes y no significaba nada especial, no obstante, en la actualidad me volvía loca el mero hecho de que si me movía un poco, su hombro tocaría el mío. Ni siquiera me estaba tocando y ya me había quitado la razón.

Sufrí del impulso de salir corriendo. No pude. Mis pies eran de plomo, pesaban toneladas y me impedían abandonar mi cobardía. Perdí la noción de las horas. En la tarde me había dedicado a asentir, seguirles la corriente y responder con pocas palabras las preguntas sobre mi vida personal. Fue como si todos formaran parte de una radio y yo estuviera en otra sintonía. No se me ocurría nada más qué hacer. No podía irme porque haría sentir mal a las madres y si bien arreglamos parcialmente las cosas con Xove, necesitaba un momento a solas para serenarme y librarme de tanta tensión.

Aparentemente, no lo tendría pronto.

Por más que las luces estaban apagadas para que la pantalla fuera el foco de atención, yo tendía a mirar de refilón intermitentemente a mi costado para asegurarme de que mi brazo no tocara a Xove. Él poseía la mirada fija en la televisión y la postura firme como si se obligara a no mover un músculo con tal de no cometer un error. Qué linda noche.

La velada transcurrió así. No tuvimos interacciones que no fueran más que comentarios ocasionales respecto al contenido porque había una política en la casa que prohibía hablar durante las películas. Además, el día fue agotador y se notó. Las mujeres se quedaron dormidas antes de que diera la medianoche. No resultó inesperado. Mi madre solía irse a dormir a las diez de la noche. Supuse que Aledis se había esforzado mucho en el brunch y eso la cansó. Fuera como fuera, yo había hallado el momento oportuno para huir cuando Xove se marchó a alguna parte del apartamento sin decir una palabra.

Había accedido a quedarme por ese día, pero la noche había llegado y yo no podía aguantar un segundo más atrapada con la tensión carcomiéndome. Necesitaba tiempo a solas. Así resolvía mis problemas y procesaba mis emociones mejor.

Medité mis chances y medí con cuidado mis movimientos. Me generaba un miedo terrible despertarlas por accidente, por lo que inhalé hondo y me levanté despacio. Un gato ninja envidiaría mi técnica.

Me puse una mano en el pecho, espantada, debido a que el ruido que realizó el cojín cuando me fui poniendo de pie causó que Elisia soltara un ronquido que me aceleró el corazón de la sorpresa. El pavor hizo que la frente me empezara a sudar demasiado rápido.

Una vez que di el primer paso, observé a ambas mujeres para cerciorarme de que descansaban tranquilamente y logré avanzar menos de un metro sin efectuar ningún sonido en particular. Luego sucedió algo que no predije y se relacionaba con Xove de nuevo.

Mientras tardé alrededor de dos minutos para llevar a cabo mi estrategia dramática para escabullirme sin correr riesgos, él regresó como si nada y se encaminó a donde yo estaba sin preocuparse en absoluto. Permanecí atónita y lo peor fue que hizo el mismo ruido que yo.

―¿Qué haces? ―musité con secretismo.

―¿Por qué estamos susurrando? ―farfulló Xove sin comprender el peligro de mi misión para fugarme.

―Porque no quiero que nos escuchen.

―¿Y si simplemente nos alejamos? ―sugirió con una obviedad ridícula.

―Eso... ―bisbiseé e hice una pausa, rendida―. Es bastante lógico. Hagamos eso.

―Lo sé. Es lo racional.

La broma me ofendió por alguna razón, por consiguiente, golpeé su hombro con mi puño y Xove suspiró desenfadado.

―¡Ese era el plan original!

Los susurros continuaron.

―Perdón por interrumpir tu misión secreta.

Acto seguido, busqué mi abrigo y nos encaminamos lejos de la sala y acabamos cerca de la salida del apartamento.

―¿Así que vas a decirme por qué te escapas en medio de la noche o irte sin despedirte es algo rutinario para ti? ―masculló él en su tono de voz regular.

La referencia me asombró. Di por hecho que era un tema olvidado. Yo lo había puesto bajo cien llaves en un cajón que tiré en el fondo del océano para jamás volver a tocarlo.

―¿Estás molesto porque me fui del hotel sin decirte nada?

Se rascó la nuca, nervioso. Di en el clavo.

―Hubiera sido cortés que dijeras "la pasé bien, adiós". La verdad, no soy muy exigente.

―La pasé bien, adiós ―repetí, yendo al elevador para esperar a que subiera.

Xove frunció el ceño, confundido y decepcionado a la vez.

―¿Ya te vas?

Asentí, intentando desacelerar mis pensamientos y no estar a la defensiva.

―No creo que pueda soportar un fin de semana aquí.

―¿Por qué? Pensé que estábamos bien ―sostuvo con ilusión y tiento.

No tuve la necesidad de mentir.

―Sí, lo estamos, pero igualmente necesito hacerlo. Por ejemplo, yo sé que hablo mucho y todo lo que hoy me limité a decir fue «sí, no y de acuerdo». Está mal. Es como dijiste. Debo procesarlo y desahogarme. No puedo hacer eso acá.

Él reflexionó sobre mis palabras por unos segundos y lo entendió.

―Bien, si esto es lo que necesitas.

―Lo es.

―Pero, si te vas, pierdes.

―Eso no es justo ―protesté ante la mención de nuestro trato del día.

―La vida no es justa, el mundo es horrible, y yo soy un patán. Escoge tu excusa favorita.

―No eres un patán.

―Gracias por tu amabilidad. No tienes que mentir.

―No lo hice.

―Aun así, no puedes zafarte de esta. Cenarás conmigo. Punto ―dijo y añadió una sonrisa al final para suavizar su declaración. Lo logró.

Su confianza me dejó atónita.

―¿Qué pasa si digo que no?

Se inclinó ligeramente en mi dirección mientras ponía una mano en su pecho.

―Me romperás el corazón.

A pesar de que sabía que estaba bromeando por su tono de voz, inhalé profundo y dije:

―¿Cuándo será?

Irguió su postura.

―Ahora.

Ni siquiera saqué el tema de la hora.

―No puedes esperar que dejé de hacer todo solo por ti.

Habló como si nada.

―¿Por qué? Yo lo he hecho por ti.

―Tampoco es que estabas haciendo demasiado.

―Y yo que trataba de impresionarte.

Sus palabras podían sonar serias, sin embargo, su tono, su postura, y muchas otras cosas indicaban que seguía bromeando.

―¿Estás tratando de convencerme de que me acueste contigo? Porque te advierto que eso ya funcionó ―advertí, laxa.

―Lo sé, estuve ahí.

―Entonces...

―Solo quiero charlar contigo ―aseguró Xove, juntando las palmas para señalarme al pasar.

―¿De qué?

―Tienes que aceptar para que te diga.

Caí redondita en su trampa.

―No puedes dejarme con la intriga.

―Si mal no recuerdo, solías ir a la última página de un libro para saber si tenía final feliz. Eres así. No puedes aguantarte la curiosidad.

―Y lo estás usando en mi contra.

―No, lo estoy usando a nuestro favor.

―Te felicito, tienes mucha labia ―destaqué, arqueando mis labios hacia abajo.

―Soy un experto.

―Y, sin embargo, no puedes darme un argumento convincente.

―Vamos. ¿Dónde quedó tu sentido de la amistad?

―Sabes dónde.

―Sí, lo sé.

Lo miré, desaprobando los pensamientos que se notaba que estaba teniendo.

―Será una cena simple. Te lo prometo.

―Entonces, ¿nadie le sacará la ropa a nadie?

―Bueno, si nos vamos a poner técnicos, puedo follarte con el vestido puesto y sería igual de alucinante ―susurró él para que nadie más que yo lo escuchara.

Mis mejillas se colorearon de inmediato con nervios y enojo.

―Guarda esa energía en otra parte, ¿quieres?

Se adelantó a aclarar el malentendido.

―Lo que estaba tratando de decir es que será algo amistoso. Los amigos se reúnen todo el tiempo, viajan juntos y hacen un trillón de otras cosas.

La noción me tranquilizó.

―Claro, eso no significa que se gustan.

Él balbuceaba igual que yo. Éramos una combinación terrible bajo presión.

―De hecho, también existen amigos con beneficios.

―¡Por todos los pervertidos en el mundo! ―exclamé y me esforcé para hablar bajito―. ¿Acaso todas mis conversaciones contigo terminarán en sexo?

―Tú lo dijiste, no yo.

―Tú lo pensaste, yo no.

―Justo.

―Francamente, no he parado de pensar en lo que pasó entre nosotros desde ayer.

Algo de malicia surgió en sus ojos oscurecidos por la falta de luces.

―¿Tanto te gustó?

Me mordí la lengua.

―Llamaré a Bob.

Se espantó.

―No, por favor. Sé piadosa.

―Depende.

―Solo estoy bromeando. Soy así con mis todos. Nunca fue mi intención molestarte ―expuso con más seriedad.

―No estoy molesta.

―¿No?

―No. Pero no puedo ir a cenar contigo hoy. Estoy cansada.

―Lo entiendo. Lo guardaré para otra ocasión especial.

La ilusión revoloteó en mí.

―¿Especial?

―Es un secreto.

―No te hagas el misterioso. No te queda ―acusé en broma e hizo puchero.

―Disculpa por intentar reavivar esta relación.

―¡No es una relación! ¡Apenas es una amistad!

―La amistad también es una relación, paranoica ―bufó, indignado por mi reacción―. ¿Acaso crees que me enamoré de ti en un día? Por Dios, el descaro. ¿Piensas que soy tan fácil?

Una vez que empezamos, no pudimos parar. En realidad, no estaba diciendo en serio ninguna de las cosas que solté.

―¡Sí! ¿Por qué?

Él entró en modo defensivo.

―Sabes, creo que esto es al revés. Tal vez tú te sientes así. Amor a primera vista, ¿no?

Fue una discusión de susurros.

―Oye, puede que quiera tener un novio, pero eso no significa que me enamoraré del primer tipo que aparezca ―aclaré, tartamudeando.

Otra vez cubrió su cuerpo, cruzando los brazos.

―¿Un tipo? Tengo un nombre.

―Ayer no parecía tan relevante. No te molestó que yo no te dijera el mío.

―¿Por qué estamos peleando? ―planteó Xove, confundido.

―Ni idea.

―¿Tiempo fuera?

Accedí.

―Sí.

No teníamos un modo de deshacernos de la tensión que palpitaba entre nosotros, en consecuencia, intentamos quitarla de nuestro sistema como la mayoría de la gente y discutir era la forma más obvia y tonta de hacerlo. Tomarnos un tiempo fuera fue lo apropiado.

―¿De qué estábamos hablando?

―De mi fuga. ―Vacilé―. Creo.

―¿Es realmente necesaria?

Miré a Xove de arriba abajo sin pronunciar nada. Me perdí por un momento.

―¿Qué? ¿No puedes mirarme sin desnudarme con los ojos? ―bromeó Xove, aunque yo recordaba bien el incidente que tuvo apenas me acerqué.

Tuve que esforzarme para no repetir las escenas en mi interior.

―Eso puedo hacerlo, pero aún me acuerdo de que no solo ya te he visto sin ropa, sino que hicimos otras cosas. Por eso necesito que salgas de mi vista.

El ascensor se abrió y no dudé en entrar, no obstante, Xove ingresó también. Lo analicé en busca de una explicación.

―Lo haré más tarde. Lo juro. Sin embargo, un buen amigo no dejaría que otro se fuera así en plena noche. Te llevaré en mi auto y no acepto un no por respuesta.

―Yo no iba a rechazar la oferta. ¿Sabes lo costoso que es un taxi? ―formulé, dichosa de no tener que pagar ni una moneda.

―No lo sé. ¿Mucho?

―¡Sí!

―¿Ves? Esto es genial. Nos divertimos y ahorramos dinero ―articuló de modo que me reanimó.

―Ese es el sueño.

Mi sonrisa se fue difuminando en cuanto estiré la mano para presionar el botón que iba a la planta baja y la suya lo hizo simultáneamente, causando que nuestros dedos se tocarán por accidente. Intercambiamos miradas porque el contacto físico todavía nos afectaba y nos apartamos de inmediato. Nunca creí que siquiera acariciar a alguien de manera fortuita provocara tanto.

―Lo siento.

―Yo no ―aseguró él y tuvo que aclararlo―. Es decir, es un accidente.

Me puse más nerviosa con cada segundo que transcurrió. Estar encerrada dentro de aquellas cuatro paredes con él solamente atraía las sensaciones que tuve cuando me besó en un elevador. Si cerraba los ojos, si parpadeaba, podía traer de vuelta la explosión que sentí cuando sus labios tocaron los míos y el hormigueo fantasioso que me dominó después. Una ola expansiva de calor me abrazaba con tan solo permitir que el pensamiento cruzara por mi cabeza. Eso estaba mal. No podía pensar eso. No con él.

―¿Quieres oír algo gracioso? La última vez que estuvimos juntos en un ascensor me besaste.

Él me regaló una sonrisa cargada de incredulidad.

―¿Por qué lo dices? ¿Quieres revivir ese recuerdo?

Hice oídos sordos.

―Perdón. Solo estoy muy nerviosa y no sé qué decir.

―Y decidiste mencionar el tema que me pediste que yo no mencionara. Tiene sentido.

Tomé una decisión, no una muy sabia.

―Sí, creo que ese trato no va a funcionar. Fingir que no pasó es mucho peor.

Ejecutó un asentimiento perfecto.

―Yo no quería hacerlo de todos modos.

No le di importancia.

―¿Qué más da? ―formulé con timidez―. No significó nada.

―Jess, tú saltas de alegría cuando dos personajes de una comedia romántica se dan la mano. Significó algo.

―Bien. Sí, fue importante para mí. No te lo voy a negar. Está bien si no lo es para ti.

―¿Crees que por eso no significó nada para mí? Por supuesto que lo hizo ―comunicó Xove y me obligué a mí misma a encararlo―. Todo lo que hago contigo tiene un significado especial para mí.

No estaba segura de si eran las cosas que decía o cómo las decía, sin embargo, tenía un modo de afectar mi ritmo cardíaco de una forma que ni siquiera ir al gimnasio lo equiparaba.

―Pero no sabías que la chica del bar era yo.

―Y tú no sabías que yo era. Eso no implica que no disfrutara de tu compañía.

―Disfrutaste de algo más que mi compañía.

Mis balbuceos le causaron gracia.

―¿Le hablas a tu madre con esa boca?

―Te la chupé a ti con ella ―respondí sin pensar y me tapé la boca de inmediato.

Los dos nos contemplamos perplejos.

―Jess Martínez, ¿desde cuándo hablas así?

Aguanté las ganas de reír.

―Tú deberías saberlo más que nadie.

―No estoy listo para hacer chistes al respecto ―reveló.

―Yo tampoco, amigo.

Por alguna razón, la palabra «amigo» generó una sensación extraña dado los eventos recientes y necesitaba preguntarle la verdad a Xove. La duda me estaba aniquilando.

―Lo siento, tengo que repetirlo. ¿Por qué nombraste "Videtur"? ¿Realmente le pusiste como la promesa que hiciste de hacer lo posible para que nos reencontráramos después de tanto?

En busca de aligerar la tensión, dijo:

―Bueno, en teoría, funcionó. Estamos aquí, ¿no?

―Ahora dilo en serio ―solicité a medida que el ascensor seguía su curso sin interrupciones. Iba a ser un trayecto largo hasta la planta baja.

―Siendo honesto, no sé. Creo que te hice esa promesa a ti y con el tiempo se convirtió en una para mí también ―explicó con la voz tan aterciopelada que me hizo preguntarme cómo sonaban sus canciones―. Cuando los chicos y yo estábamos pensando ideas para nombrar a la banda, la única palabra que se me venía a la cabeza era esa.

Quise vengarme de él y molestarlo de la misma forma.

―Pensaste en mí.

Él rio de manera silenciosa, sin aceptar o negar mi suposición.

―Oh, vamos. ¿Me vas a decir que no crucé por tu mente ni una vez en todos estos años? Apuesto a que sí.

Volteé para evitar el contacto visual y acabé mirándolo a la cara porque no se podía evitar la verdad al estar atrapados en cuatro paredes.

―Lo hice.

―¿Y qué hacías cuando te acordabas?

Su matiz ambiguo me confundió. Entrecerré los ojos.

―¿Qué clase de pregunta es esa?

Se hizo el desentendido.

―Una regular. ¿Por qué?

Colores brillantes, aromas dulces y miles de juegos se vinieron a mi mente en una colección agradable.

―Nada en particular. Me ponen contenta. Es una época que extraño. Todo era tan seguro, cálido e impredecible ―indiqué, nostálgica, ya que la actualidad era tan cruel, fría y previsible―. Los recuerdos que tenemos juntos siempre se han sentido como un hogar.

―Un hogar ―terminó en sincronía y percibí que su actitud se suavizó―. Lo comprendo. Con la gira, he visitado tantos sitios que ya no recuerdo cómo es tener uno.

Imaginé el dinero bien merecido, las personas aclamando por oírlo e incluso el cansancio por trabajar tanto. Daría cualquier cosa por tener eso. Era la línea de meta, el punto de todo mi esfuerzo, y el sueño por el que vivía hacía más de cinco años.

―Desearía tener ese problema.

Aquello evocó la curiosidad en Xove.

―¿No se supone que perteneces a un conservatorio? ¿No te va bien?

―Sí, solo que es complicado ―revelé un poco avergonzada.

―Perdón, creí que dijiste que... ―empezó a formular, confundido, y lo interrumpí.

―Sé lo que dije. No estás loco.

―Eso es bueno saberlo ―repuso Xove. Su expresión bromista cambió por una más diferente―. ¿Puedo preguntar qué pasó?

Ojeé el panel del elevador para distraerme y tragué saliva para encararlo. Las memorias me azotaron con un látigo que atrajo el pasado que me costaba soltar.

―Sí. Sigo en el conservatorio. No lo dejaría por nada del mundo. Me va de maravilla, he estado en varias obras y he ido a cientos de audiciones. Estoy haciendo lo que amo, pero a veces amar tanto algo viene con un precio muy caro.

―¿A qué te refieres?

―Mi madre me ayudó mucho para poder entrar y yo tuve un millón de trabajos para no perder mi puesto. El problema es que el conservatorio consume todo mi tiempo. Incluso si no estoy ahí, cuando salgo, debo practicar afuera y así se van días enteros ―contesté, tratando de parecer ecuánime. Apenas podía pagar la renta y era muy afortunada porque vivía con amigas que lo entendían, ya que resultaba muy difícil conseguir dinero cuando no tenías ni un rato libre―. No te preocupes, me las arreglo como puedo. Así que, oír que le va tan bien a alguien que conozco me da esperanzas de que algún día todo esto valdrá la pena.

La adultez era agotadora.

―Estoy seguro de que lo hará.

―Soy optimista, pero trato de ser realista.

―Eso es injusto ―expresó Xove como si no pudiera creer que eso era algo que ocurría a diario porque los problemas económicos no formaban parte de sus preocupaciones.

Él había crecido en un apartamento gigantesco y compraba sin fijarse en el precio. Yo viví en una casa en la que a veces había más facturas para pagar que comida en la mesa y aún tenía que cuidar cómo gastaba cada billete. Jamás compré algo sin mirar el precio y muchas veces tuve que aceptar que nunca tendría las cosas que quería. No era la culpa de ninguno de los dos. Él pertenecía a un pequeño porcentaje donde el dinero no importaba y yo era parte del gran montón que medía sus gastos con ferocidad. Veníamos de distintos lugares y eso no nos impidió ser mejores amigos de niños, sin embargo, nos convertimos en adultos y las diferencias se notaban más.

Tenías que pagar para transitar el camino de los sueños y yo carecía del dinero suficiente para dar un paso.

―Olvídate de eso. Cuéntame de ti. Todas esas personas que estaban afuera del hotel estaban ahí por ti, ¿no?

Asintió después de unos instantes de aceptar que yo no iba a explayarme sobre mi situación.

―Sí.

―Y no dijiste nada al respecto.

―Creí que sumarías dos más dos y te darías cuenta por ti misma.

―Claro, porque la respuesta más obvia era que el sujeto con el que empecé a hablar de casualidad es la superestrella que todos están buscando. ¿Cómo no se me ocurrió? ¿Qué tenía en la cabeza? ―bufé con ironía.

Él giró sobre sus talones para mirar mi cabeza desde todos los ángulos y llevar mi cabello hacia atrás.

―No lo sé. Averigüémoslo. Creo que es un cerebro.

―No me presiones.

―Lo siento.

Aquello explicaba la tonelada de personas que habían esperado frente al Hotel D'Grieff. Me sorprendí para bien. Se notaba que se sentía orgulloso de lo que hacía. Exudaba una reputación llena de convicción, seducción y distinción sin siquiera esforzarse. Aun así, me resultó chocante. No podía imaginarlo como el cantante famoso que decían que era y con el que la gente soñaba. Para mí, era el chico con el que crecí y que estaba parado a mi lado. Solamente me concentré en el hecho de que uno de los dos tuvo éxito en hacer lo que le apasionaba.

―Dijiste que eres parte de una banda. ¿Cuál es su historia? ¿Cómo los conociste?

―Somos cuatro en total. Killian es el tecladista y mi mejor amigo desde que me mudé a California. Ryan es el baterista, lo conocí hace un par de años y es quien tuvo la idea de que cantáramos juntos.

―¿Y el cuarto?

―Es Felicity. ―Ahogó un suspiro―. Ella es la bajista. Fue la última en unirse a la banda.

―Suenan como un buen grupo.

―Tenemos nuestros altibajos como cualquiera.

―¿Y es cierto lo que dijo Aledis acerca de que eres famoso y todo eso? ―curioseé, amena.

―No es para alardear, es que extraño que no hayas escuchado ninguna de mis canciones.

―Existen millones de cantantes en el mundo, es posible que no conozca a muchos de ellos.

―Te entiendo. Debe ser una tortura que no lo hagas, pero lo entiendo ―sostuvo en un tono burlón similar al mío.

―Oye, algún día me pondré a escuchar cada una de tus canciones y te diré cuál es mi favorita.

―En ese caso, te invitaré la próxima vez que tenga un concierto.

―Esa es otra promesa.

―Y por eso no tienes que preocuparte ―recalcó él con una sonrisa fugaz en simultáneo que las puertas del ascensor se abrieron.

A continuación, avanzamos a través del vestíbulo del edificio y Xove le pidió al botones que trajera su auto. Mencionó que había venido en taxi en un inicio y luego llamó a su mánager para que enviaran su coche personal al edificio en algún momento de la tarde en el que lo perdí de vista.

No íbamos a esperar adentro, por ende, salimos al exterior. Gracias a que era de noche, las luces de la ciudad neoyorquina resplandecían como estrellas que cayeron, el sonido del tránsito nocturno aún zumbaba por las calles igual que canciones rudas y las corrientes del viento me obligaron a colocarme mi abrigo como si fueran ondas de sonido que me ponían la piel de gallina. Pese a que habían sido unas horas ajetreadas y dramáticas, no fueron las peores de mi vida.

―¿Estás bien?

Me froté las manos en busca de algo de calor.

―Sí, solo tengo un poco de frío.

Él frenó mi accionar.

―Déjame resolverlo.

Le di una mirada burlona a medida que esperábamos.

―¿Vas a cambiar el clima?

Sujetó mis manos con las suyas, reviviéndome con su calidez.

―No, haré esto.

―Es una excusa para tomarme la mano ―acusé.

―No, es supervivencia. ¿Nunca has visto un programa? El calor corporal puede salvar vidas.

―Seguro. También serviría mejor si estuviéramos desnudos.

―De hecho, sí ―comentó Xove a pesar de mi sarcasmo temporal.

Reí, permitiéndole hacer lo que quisiera. En realidad, ya no se me congelaban las manos como antes.

―Tu descaro empeora con la llegada de la madrugada.

―Al igual que la temperatura.

―Estamos en Manhattan, no en el Polo Norte.

―Y es primavera y tienes frío de todas formas.

―Discúlpame por no ser una antorcha humana.

Comenzamos a descubrir que no cambiamos en su totalidad.

―Nunca te ponías de malas, excepto cuando tenías frío. En invierno había que dejarte hibernando.

―Por lo menos no era una ameba en verano. ¡Todos saben que hace calor! ¡No tienes que decirlo cada dos segundos!

En vez de enojarnos, nos soltamos para reírnos en medio de la calle. Enojarnos era gracioso por alguna razón. Las personas que caminaban por ahí nos observaron como si hubiéramos consumido algo ilegal.

―Mira cómo nos ven.

―Tal vez me reconocen.

―O tal vez piensan que estamos ―Hice una pausa para susurrar― drogados.

―Quizás lo estamos y no lo sabemos.

―No me hagas dudar.

―¿Por qué?

―Siempre odié que hicieras eso.

―¿Qué cosa?

―Solías convencerme de que las teorías más locas eran ciertas, como la ocasión en que me dijiste que eras un alienígena y que estabas reemplazando al original.

Xove soltó una carcajada que me sacó de quicio.

―Sí, y lo creíste casi por una semana entera. Mi madre estuvo tan molesta.

―No es gracioso.

―Te estaba dando una lección de vida ―se justificó―. No puedes confiar en todo lo que te diga la gente.

―Eso ya lo sé gracias a ti.

―Perdón. Te prometo que he madurado bastante desde entonces.

Fruncí los labios.

―Si tú lo dices.

―Bueno, si volvemos al tema, es una explicación lógica. Nos reímos y por eso debemos estar alucinando. Mierda, extrañé esta ciudad.

―No es la ciudad ―corregí y dejó de reírse para hablar con más sinceridad.

―No, tienes razón. Eres tú.

―¿Qué?

―Tú me haces reír. Siempre has podido. Más que nadie.

―Soy toda una comediante. Gracias. Lo pondré en mi currículo.

―No, extrañe esto. Tú y yo. Tú.

Algo nervioso en el buen sentido se cocinó en mí, igual que una masa cruda que se convertía en un pastel esponjoso y delicioso.

Tuve que cambiar de tema en simultáneo que examinaba la acera.

―Mira la hora, debe ser tardísimo.

―No tienes un reloj.

Entré en pánico por milésima vez.

―No, pero tampoco lo tenían las personas que inventaron el tiempo. ¿Cómo sabían ellos qué hora era? No lo sé. Solo sabían.

No pude deducir si creyó mi mentira o si aceptó dejar de hablar del tema por nuestro bien.

―¿Recuerdas cuando éramos niños y esperábamos a que todos se durmieran para ordenar comida? ―preguntó Xove de repente.

Repasé aquel recuerdo agradable.

―Tú siempre pedías una hamburguesa.

Él rio como si fantasear con aquellos momentos también le llenara el corazón de tranquilidad.

―Y tú esos pastelitos con crema solo porque te gustaban que vinieran de distintos colores.

―Todavía los como. La diferencia es que ahora los cocino yo ―confesé a riesgo de sonar arrogante.

―¿Y son buenos?

―Al menos son dulces.

La plática se vio interrumpida por la llegada de un auto negro que lucía más costoso que todo lo que yo había gastado desde mi nacimiento y el botones le devolvió la llave a Xove con una simpleza que me dejó desconcertada.

―¿Vamos? ―planteó Xove, encaminándose al vehículo para abrirme la puerta a modo de cortesía.

―Conque no querías alardear ―suspiré, incrédula, y no dudé en tomar el lugar junto al asiento del conductor.

―Hay cosas que no son intencionales.

Me puse el cinturón de seguridad con una sonrisa llena de extrañeza debido a aquella oración en particular, entre tanto, él cerraba la puerta, produciendo el ruido típico que realizaba una, y rodeaba el coche para finalmente ocupar su asiento.

Una vez que le dije mi dirección actual, le pregunté maravillada:

―En serio, ¿qué tan rico eres?

―¿Debería mostrarte mi cuenta bancaria? ―se encogió de hombros Xove, poniendo el auto en marcha.

―¿Lo harías?

No contestó, sino que arqueó la esquina derecha de su boca como respuesta.

Me distraje con lo que veía en las avenidas y él se enfocó en conducir mientras yo admiraba los elementos que componían al coche. Ya había presionado un botón por accidente para cuando pregunté lo siguiente:

―¿Qué hace ese botón?

Antes de que respondiera, el techo del vehículo comenzó a plegarse y ahí me di cuenta de que era descapotable.

―Eso hace ―repuso Xove y yo contuve una risita.

―Siento que estoy en el Batimóvil o algo por el estilo. El Xovemóvil, ja.

―Si yo soy Batman, ¿quién eres tú?

―Soy Catwoman. Van a haber gatos persiguiéndome por las calles como si supieran con sus poderes felinos que estoy destinada a terminar en una casa llena de gatos y pasando mis fines de semana viendo Little House on the Prairie ―bromeé.

―No digas eso. No estarás sola si tienes a los gatos.

Corrí la mirada para no verlo por un segundo.

―Idiota.

―Sí ―confirmó―. En conclusión, te gusta el auto.

―¿A quién no le gustaría?

―¿Y cuál es tu vehículo de superheroína?

―Una bicicleta violeta con una canasta con flores decorativas ―informé, contenta.

―Los criminales corren aterrorizados cuando la ven, ¿no?

―Ríete todo lo que quieras. A mí me encanta.

Se detuvo con el objetivo de no reírse a la hora de decir lo siguiente:

―Te queda bien.

Me mordí la boca.

―¿Tienes que decir todo con ese tono?

―¿Cuál tono? ―consultó, alegando inocencia.

―Sabes cuál. Es el que usas cuando quieres seducir a una chica.

―¿Seducir a una chica? ¿Qué eres? ¿Mi abuelo?

―Kieron ―reté.

―¿Qué? Dije que te queda bien, va con tu personalidad. Puedo decir que te queda bien y ser tu amigo. No tenemos diez años. No hay una regla que diga que no puedo hacerte cumplidos. ¿Lo tengo permitido?

Estaba bien, en realidad. Los cumplidos me gustaban y más si venían de él, de mi antiguo mejor amigo, de quien consideré mi alma gemela por un largo tiempo. Aun así, la mínima noción de flirtear con él hacía que se me subiera el corazón a la boca.

―Sí, solo no uses ese tono conmigo.

―De acuerdo.

Reanudamos nuestra charla relajada.

―Entonces, ¿qué haces con este auto? ¿Conduces y ves las estrellas?

―No.

―Yo nunca salí de Nueva York en todos estos años. ¿Prefieres el cielo de Los Ángeles?

―No.

―Más te vale, Hollywood ―manifesté, me coloqué unos lentes oscuros que encontré en la guantera y pestañeé varias veces con coquetería, aunque él no se enteraría de ello―. ¿Cómo me quedan?

―Como cualquier par de lentes.

Tiré la cabeza para atrás, como si estuviera en la playa.

―Muy gracioso. No me hagas enojar.

―Recuérdame jamás pelear contigo, Jess ―solicitó Xove, lamiéndose los labios antes de quitarme los lentes para mirarme a los ojos.

―Jamás pelees conmigo, Kieron.

―¿Por qué me dices así?

―¿A qué te refieres con eso? ―Hundí las cejas, desorientada, por su duda repentina―. Tú me pediste que lo hiciera.

―En un contexto muy diferente ―replicó él con una mirada que puso al descubierto lo que estaba pensando.

―¿Debo acostarme contigo para llamarte por tu apellido?

―No, si no lo deseas ―comunicó, volteando en mi dirección una vez que el semáforo cambió, y alcé una ceja, exigiendo una explicación―. Me refiero a que antes de todo esto, me decías «Xove».

Fui sincera con mi argumento.

―Supuse que había un motivo por el que no te gustaba que te llamara por tu nombre y no iba a incomodarte.

―Lo hay, aun así, es agradable que lo hayas hecho sin que te lo pidiera.

―¿Puedo saber cuál es?

―Con Videtur y la fama en general, la gente nos llama continuamente y es lindo, solo que es algo reiterativo que no paren de repetir tu nombre. Así que como tú no me reconociste, se sintió tan bien que no quería arruinarlo.

―Pues, seguirás siendo Kieron para mí.

―Gracias.

Marcar los límites. Era agradable, no incómodo. Era muy agradable cuando alguien los respetaba sin problemas. Todos tendrían que hacerlo, sin embargo, la mayoría los ignoraba. Me agradó que no dudara en respetarlos. Me dijo que no había perdido su integridad.

―Dime cómo fue vivir lejos de aquí. ¿Te topaste con alguna celebridad?

―¿Además de cada vez me miro en el espejo?

―Pierdes puntos por presumido.

―Es un hecho científico.

―Es un hecho, no se relaciona con la ciencia, sino con tu ego.

―Aun así.

―Cuenta ―solicité y él mantuvo la mirada en el camino―. Eres la única celebridad que conozco. La mejor, okay.

―Presumes por mí, me gusta un poco.

―De nada.

―Era como estar de vacaciones, incluso teníamos un yate al que íbamos mínimamente una vez al mes. Pero lo que siempre extrañé de aquí es pasar la Navidad.

Adoraba Nueva York en Navidad, las incontables decoraciones, los villancicos, todo. Incluso si mi vida apestaba y no todo era perfecto, la vibra que adornaba el lugar era casi mágica.

―Falta mucho para eso. ¿Cuánto planeas quedarte?

―Depende de mi representante. Estamos ultimando unos detalles y planeamos grabar nuestro segundo álbum aquí. Si todo sale bien, quizás esté aquí para Navidad. No lo sé ―argumentó con una seriedad que exponía su profesionalismo―. ¿Y tú? ¿Qué hay de ti?

―Nada. Soy tan aburrida que me dan ganas de bostezar ―afirmé y, en efecto, di un bostezo.

Xove me regañó.

―No lo eres. Deja de menospreciarte. No hubo ni un día desde que naciste en el que fueras aburrida.

Sonreí.

―Me vas a subir la autoestima.

―Ya debería estar por las nubes.

―Lo está.

―Más te vale ―farfulló, gruñón.

―En fin, ya sabes lo del conservatorio y estás al tanto de mi inexistente vida romántica. No hay mucho para decir.

―La vida no tiene que ser complicada para ser interesante.

―Bueno, estoy esperando oír el resultado de algunos castings. Tengo decenas. Ni siquiera recuerdo los nombres de todas las cosas para las que fui. Quedar luego de una audición es como ganar la lotería.

―Vas a ganar.

―Ni siquiera me has oído cantar.

―No, sin embargo, lo hice en el pasado y supongo que no hiciste nada más que volverte más talentosa, así que, tienes el boleto ganador.

―¡Lo tengo! ―festejé. Era tan lindo escuchar que alguien creyera en mí.

Los minutos del trayecto hacia mi casa se evaporaron en cuanto él encendió la radio. Si bien ninguno de los dos cantó y nos limitamos a gesticular las letras de las canciones, fue tan parecido a esos momentos que compartíamos hacía años que experimenté una emoción caótica llamada juventud. Tal vez estaba en lo correcto y necesitaba caos en mi vida.

Al final, le señalé a Xove que se detuviera frente a mi edificio. Claro, no era uno de más de cien pisos, sino que contaba con diez y se hallaba en un bonito barrio lleno de otros edificios idénticos. La iluminación escasa apenas resaltaba su color canela, la reja negra y baja que lo protegía y los pequeños arbustos a su alrededor. Yo decía que era pintoresco en las oportunidades que mis compañeras de piso comentaban sus fallas. Yo tendía a encontrar pequeñas cosas que amar, incluso en las que debería odiar para que mi corazón no estuviera lleno de un rencor que solo me intoxicaría. Así sobrevivía.

―Es un lugar bonito ―comentó Xove, cortés y honesto, me atrevería a decir.

―Es lo que yo digo.

No despegó sus ojos de los míos.

―¿Todavía ves lo bueno en todo?

―Eso es lo único que me queda.

―Estoy seguro de que no es cierto.

―Quizá ―musité despacio―. Si la ves, ¿puedes decirle a mi madre que la llamaré en la mañana?

Xove accedió sin demoras.

―Y agradécele a tu madre por el brunch. La extrañé también.

―De acuerdo.

―Trataré de volver lo más pronto posible.

―Te esperaremos.

El silencio reinó. Era momento de que me fuera y solamente estábamos alargando las cosas.

―Fue bueno verte ―confesé. No se lo había dicho antes.

―¿Incluso en estas circunstancias?

―Sí.

―Deberíamos hacerlo otra vez ―sugirió, inclinándose hacia mí en un movimiento veloz e incitante.

―¿Qué? ―vociferé, nerviosa, y sin retractarme―. No tendré sexo contigo otra vez.

―Me refería que deberíamos salir y comer como amigos algún día.

La vergüenza me carcomió.

―Ah.

―Tienes la mente más sucia que yo, Jess, y eso que luces tan inocente ―soltó él junto con una risa.

―Todos tienen que tener un defecto, ¿no?

―No diría que es uno, solo ten cuidado. Tal vez alguna vez lo diga en serio ―advirtió en un tono que me recordó a la manera en que habló cuando estuvo a punto de besarme en su momento―. Por ahora es un chiste.

Después de la aclaración, mi corazón latió con normalidad y me reí por lo enredados que resultaban ser mis pensamientos perversos.

―Me atrapaste ―espeté en broma―. Ahora debo irme.

Acto seguido, Xove se arrimó más en mi dirección y se adelantó a regalarme un beso en la mejilla. Mi piel se prendió. Al apartarse, volví a estar a pocos centímetros de su rostro y la tentativa se presentó.

―No te vayas.

Probablemente, se trataba de los restos de lo que pasó en el hotel. En consecuencia, me precipité a distanciarme y abrí la puerta del coche por mi cuenta.

―Debo hacerlo.

Xove imitó mi accionar y salió con rapidez a mi encuentro. Imaginé demasiado por un segundo y se eliminó en otro al notar que sostenía los lentes oscuros que usé.

―Es un regalo ―indicó él, entregándomelos sin que nuestros dedos se rozaran―. Te quedan mejor a ti que a mí, Broadway.

―Si tú lo dices, claro ―suspiré, aceptando el obsequio―. ¿Y por qué Broadway?

―Jess, si tú me dices Hollywood, tendrás que ser Broadway.

―De acuerdo.

Tras eso, continué mi camino directo a mi casa y no pude evitar virar una última vez para observar que Xove entraba de vuelta al auto. La despedida no fue idéntica a la que tuvimos diez años atrás. En esta ocasión no tardaríamos una década en reencontrarnos.

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