Prisionera del Diablo

By MaryHeathcliff

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Jack Farrel, un pirata apodado El Diablo, ha sido encomendado para buscar el tesoro robado de su gran capitán... More

Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9

Capítulo 3

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By MaryHeathcliff

Cuando Anne despertó de la siesta que había hecho después de la merienda, el sol ya estaba ocultándose. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana reprochándose por perderse el maravilloso cielo que era distinto al de Port Royal. Ya tendré más días para ver el cielo.

De súbito vio que en el nochero había un papel.

Estaré ausente en la cena. No dejes que papá o Jane se den cuenta de que no estoy en casa. Por favor di que estoy enferma. Voy a mi lugar secreto. Gracias. Lilianne.

¿Acaso su prima no tenía sentido común? Si bien era cierto que la isla parecía muy pacífica, también era cierto que esa cueva podría estar llena de peligros. Tenía que decirle al tío Luke. Apretó la nota en su mano para enseñársela.

No, mejor no. Eso traería problemas. Lo mejor era que buscara a Lili y la persuadiera a regresar antes de la cena. Sí, eso era lo mejor.

Anne salió con cuidado para no ser vista. Fuera de la casa siguió el camino que le había enseñado su prima más temprano. También corría esta vez, aunque por causas distintas a la anterior. Tuvo miedo de extraviarse, pero halló el lugar con facilidad a pesar de la oscuridad que se cernía sobre la isla. Allí estaba ahora frente a la cueva. Pero parecía que no había nadie por allí. Le daba miedo entrar.

—¡Lili! —llamó desde fuera—. ¿Lili, estás ahí?

—¿Pero qué tenemos aquí? —dijo una voz masculina que llegó a ella desde atrás.

Anne se giró y se alejó dos pasos atemorizada. No podía verle el rostro con nitidez porque la poca luz que había llegaba desde atrás de él.

Era alto, muy alto. También fornido y al parecer joven. El cabello se notaba un poco largo y un tanto desordenado. Su camisa era de mangas cortas y sus pantalones apretados se metían en las botas. ¿Quién era? ¿Por qué estaba ahí?

—¿Dónde está Lili? —preguntó Anne retrocediendo otro poco más.

—¿Lili? ¿Qué Lili? —dijo el hombre avanzando hacia ella.

Jack notó que la muchacha estaba asustada. Seguramente no se imaginó que su jueguito sería descubierto. Ahora se hacía la inocente y preguntaba por una dama imaginaria. Era joven, sí, bastante joven, una chiquilla. Y muy hermosa. A pesar de la poca luz notó su belleza. El rostro ovalado y pequeño más perfecto que había visto en su vida. Los ojos más azules, la nariz más fina y la boca más redonda y sensual. Debajo del vestido azul claro que llevaba, se notaban unos pechos abultados y unas caderas generosas que contrastaban con la cintura pequeña: el cuerpo perfecto para la pasión. No era muy alta, de hecho, era pequeña, pero eso la hacía lucir incluso más femenina.

Sacudió la cabeza y se regañó por dejar que sus pensamientos caminaran en esa vía. Tenía que concentrarse en el tesoro que ella le había robado a su capitán.

—Aquí no hay nadie más que tú y yo —dijo él dando otro paso hacia ella.

Anne nunca había sentido tanto miedo. ¿Quién era ese hombre? ¿Qué le había hecho a Lili? Haber ido allí fue un error. Debió haber avisado a su tío sobre lo que estaba pasando. ¿Y si había asesinado a Lili? ¿Y si ahora quería matarla a ella?

Tenía que huir como fuera. Correr. Y eso hizo. En un ágil movimiento Anne echó a correr por el mismo camino por donde había llegado.

No obstante, no pudo avanzar más que unos pocos metros cuando se vio encerrada en unos brazos fuertes que la levantaron del suelo y la aprisionaron contra un pecho musculoso.

—¡Suélteme! —gritó mientras hacía acopio de todas sus fuerzas y se retorcía para liberarse del aterrador abrazo.

—No tan rápido. Tú tienes algo que no te pertenece y tienes que devolverlo —dijo él sorprendido de que una mujer tan pequeña pudiera tener tanta fuerza. Se vio obligado a recurrir a todo su poder para dominarla, acercándola más a su cuerpo, sintiendo más el contacto cálido de ella contra su ser, oliendo el perfume de lavanda que emanaba de su cabello.

—¡Déjeme, no sé de qué me habla! —ella seguía luchando, pero cada vez era más difícil. Su pequeño cuerpo estaba pegado al de su captor, a un cuerpo fuerte y dominante, aunque extrañamente cálido y suave.

—Claro que lo sabes, no sigas fingiendo —contradijo él notando que esta dama no se lo iba a dejar nada fácil. Eso no era lo peor; lo realmente malo era que si seguía retorciéndose podría escaparse... o aumentar la excitación insipiente que había sentido desde que la vio.

—¡Déjeme ya!

—Claro que no, si no hablas por las buenas, tendrás que hablar por las malas.

Jack sabía que era cuestión de minutos para que la chica se liberara, así que tuvo que hacer lo que pocas veces hacía. Dirigió sus manos al cuello de la muchacha y presionó con firmeza el punto específico. En pocos segundos, la joven se desmayó.

—No quería hacerte esto, pero me has obligado —dijo él cargándola en sus bazos—. No quieres decirme nada, pues bien, vamos a ver cuánto te dura la terquedad.

Jack se encaminó con su ligera carga hacia el pequeño bote que había dejado en la orilla. Llevarla a El Infierno era solo la opción desesperada por si fallaba su plan en tierra. Y había fallado porque la mujer casi escapó impune y sin soltar prenda del tesoro.

La puso suavemente dentro del pequeño bote y en pocos minutos estaba remando al navío anclado tras una roca que lo ocultaba. En poco despertaría y él sabría por fin dónde estaba lo que ella le había robado a Morgan.

Los hombres que tripulaban con él no se sorprendieron al verlo llegar con la mujer, o por lo menos no lo demostraron. Sin dar ninguna explicación, Jack se dirigió a su camarote llevando todavía a la joven inconsciente.

Al entrar la puso sobre su cama y luego prendió una lámpara para espantar la penumbra. Se acercó a ella y la observó por un instante. Qué frágil e inocente parecía así, muy distinta a la joven que se había atrevido a luchar contra él junto a la cueva. Todavía le parecía sentir ese pequeño cuerpo entre sus brazos.

La joven comenzó a despertarse. Movió la cabeza y abrió los ojos. Se incorporó de súbito al notar que el mobiliario le era desconocido. Se levantó rápidamente para retroceder dos pasos en cuanto lo vio.

Jack no pudo evitar sonreír.

—Bienvenida a mi reino —dijo él a la aturdida chica.

—¿Qué... qué hago aquí?

—Espero que aquí hagas lo que no quisiste hacer en tierra. Hablar —dijo él acercándose un poco más a ella.

Ella retrocedió otro tanto, como cuando estaban junto a la cueva. Él decidió quedarse quieto, al fin y al cabo, ella no tendría dónde escapar ahora.

—No sé que pretende, pero déjeme ir ahora mismo —dijo ella con el poco valor que le quedaba. Quizás era una ilusa, una tonta. Había luchado contra él y no recordaba más. Ahora ese hombre la había llevado. ¿Dónde? ¿Por qué? Había preguntado sobre algo que ella tenía... no, ese hombre se había equivocado.

—Te dejaré ir en cuanto devuelvas lo que no te pertenece.

—¿Quién es usted? ¿De qué me habla?

—Sabes muy bien de qué te hablo. Y para contestar a tu primera pregunta, yo soy —dijo acercándose un poco más a ella—, El Diablo, para servirte —hizo una reverencia—. Bienvenida a El Infierno.

El pirata notó la palidez que embargó el rostro de la muchacha. Estaba realmente atemorizada. Sintió el fugaz deseo de estrecharla entre sus brazos y consolarla, no te haré daño, te lo prometo, pero enseguida se reprendió por ese pensamiento. Ella era el enemigo, uno muy atractivo en forma de mujer, pero enemigo, al fin y al cabo.

Anne sintió que las fuerzas abandonaban sus piernas cuando lo oyó hablar. Había dicho El Diablo, y de seguro lo era. ¿Pero acaso era el diablo tan guapo? Porque ahora que podía verlo con claridad gracias a la lámpara que alumbraba el cuarto, notó que era joven y bastante atractivo. El cabello era rubio y los ojos verdes. Tenía un poco de barba y su boca fina se adivinaba poderosa tras ella. Cuando había sonreído había visto una dentadura blanca y perfecta. Su estatura y corpulencia lo hacían parecer aterrador y a la vez majestuoso. Esos brazos eran muy fuertes: ella misma había estado allí, luchando, sintiendo su poderío. Su nana le había dicho muchas veces que el diablo se aparecía a las chicas díscolas para llevárselas, y ella se asustaba, creía que el diablo era un horrible monstruo, de haber sabido lo guapo que era habría sido más necia.

¿Pero qué estaba pensando? ¿Había perdido el sentido común al igual que Lili...?

—Lili, ¿qué hizo con ella? ¿Dónde está? —preguntó al recordar a su prima y el motivo de su visita a la cueva.

—De nuevo vas a inventar eso —dijo él alejándose un poco—. ¿Por qué no te dejas de tonterías y me dices dónde escondes el tesoro que le has estado robando a mi capitán, el gran Henry Morgan?

Ella lo observó fijamente mientras esas palabras cobraban sentido y explicaban parte de lo que le estaba pasando. Henry Morgan era un pirata. Y este hombre... por el atuendo... pero no. Había visto muchos piratas en Port Royal y eran viejos y feos, no como este que era joven y muy guapo. De otro lado, estaba hablando de un robo que ella no habría podido cometer porque hacía pocas horas había llegado a Henrietta.

—¿Es usted un pirata? —preguntó sabiendo perfectamente la respuesta, pero su alma todavía guardaba la esperanza de que el hombre dijera que no.

—A tus pies —dijo él—. Me llaman El Diablo. Y estás en El Infierno, mi navío.

Anne se sentó en la cama porque sus piernas no la sostenían. Había sido secuestrada por un pirata. Y ella sabía qué les pasaba a las muchachitas que eran secuestradas por piratas.

—Por favor, déjeme ir, no me haga daño.

—Eso depende de ti. Dime dónde está lo que te robaste y te dejaré ir sana y salva —dijo él.

—Hay un error. Yo no he robado nada. Yo no soy de la isla. Llegué hace unas horas porque vine a pasar una temporada con mi tío y mi prima —dijo Anne.

Jack frunció el entrecejo. ¿Sería posible que se hubiera equivocado de mujer?

Fue a la puerta y la abrió.

—Dan, ven aquí de inmediato —dijo sin quitarle los ojos de encima.

—¿Sí, capitán? —dijo el hombre entrando unos segundos después.

—Dan, dime si esta es la mujer que viste —preguntó Jack haciendo que el pequeño hombre entrara al camarote y observara la chica.

—Sí, capitán, ella es la mujer —dijo Dan después de observarla solo un instante.

—¿Estás seguro? —preguntó Jack.

—Claro que sí. No le vi el rostro porque estaba lejos, pero la estatura, el cabello... aunque se veía más delgada, pero era quizás por la ropa.

Lili, se dijo Anne. Ese hombre estaba describiendo a su prima Lilianne. En la tarde ella había querido mostrarle un secreto. ¿Un tesoro robado a un pirata, quizás? Sí. Y Anne no había permitido que su prima le dijera qué era eso que ocultaba. Qué tonta había sido. En esa cueva había conocido a este hombre cuando iba a buscar a Lili. Sin dudas su prima era la mujer de la que ellos hablaban, la misma que había robado un tesoro, la misma que se jactaba de un gran secreto.

—Gracias, Dan, puedes irte —dijo Jack. Cerró la puerta después de que el hombre fue—. No más juegos. No tengo paciencia, no en vano me llaman El Diablo. Me estoy hartando. Dime dónde está el tesoro ¿acaso lo olvidaste?

—¿El tesoro... estaba en la cueva? —preguntó Anne para confirmar lo que había deducido.

—Vaya, parece que te están volviendo los recuerdos. Ahora dime dónde los tienes y te dejaré ir —dijo con triunfo.

Anne cerró los ojos con fuerza. No podía ser. Su prima era una ladrona. No quizás ella no sabía de quien era lo que había encontrado. ¿Por qué Lili había tomado lo que no era suyo? Ahora ella estaba en un grave problema por eso. ¿Qué debía hacer? Inventar un lugar para que en la ida al mismo pudiera fugarse. No, no funcionaría, él no era tonto. Si inventaba una historia... si admitía el robo mientras su tío la rescataba... No, tampoco funcionaría, y menos sin saber la suerte de su prima. Lo más sensato era decir la verdad. Tal vez así ese hombre la dejaría marcharse.

—Hay un error —comenzó Anne—. No soy la mujer que vio ese hombre. En realidad, él vio a mi prima Lili. Yo me llamo Anne y llegué hace unas horas a esta isla...

Anne pasó un buen rato contándole lo que sabía, todo, desde su llegada a la isla, hasta el momento en que se habían conocido fuera de la cueva y su deducción de que era Lili quien tenía el tesoro robado.

El hombre la observó con el entrecejo fruncido por un largo momento. Parecía sincera, pero la historia era demasiado inverosímil. ¿Cómo era posible que hubiera dos mujeres tan parecidas? ¿Dónde estaba la otra dama entonces?

—Estuve esperando fuera de la cueva mucho tiempo y la única mujer que apareció por allí fuiste tú —dijo él.

—Pero la nota de mi prima decía...

—Enséñame la nota.

Anne recordaba haberla guardado en su puño, pero de alguna manera la perdió porque era evidente que ya no la tenía con ella.

—No sé qué pasó, se me cayó.

—Yo sí sé qué pasó: estás inventando esto para hacer tiempo. ¿Tienes algún cómplice que crees pueda rescatarte?

Anne lo miró desesperanzada. Le había contado la verdad, pero él no le creía.

—No tengo ningún cómplice sencillamente porque no fui yo quien tomó el supuesto tesoro —dijo ella—. Si alguna mujer lo hizo fue Lili. Y no sé dónde está ella, debía estar en la cueva, por eso fui a buscarla.

—¡Ya basta! —vociferó Jack acercándose a ella. La joven se sobresaltó al verlo tan cerca—. Dime la verdad, ya no inventes más tonterías, Anne, o Lili, o como te llames.

—Me llamo Anne, Lili es mi prima. Y no estoy inventando nada.

Por alguna extraña razón, Jack quería creerle. Se alejó de ella y salió de la habitación cuidando que la puerta quedara bien cerrada. En pocos minutos dispuso de dos de sus hombres. Ellos irían a la isla y corroborarían la historia que acababa de contarle la muchacha. Si así era, sencillamente contactaría a esa Lili y la obligaría a darle el tesoro a cambio de su prima. Y si comprobaba que Anne le mentía...

Debía darle el beneficio de la duda.

Seguramentesus hombres tardarían mucho en traer las noticias, quizás toda la noche. Asíque lo mejor era esperar. Se dirigió hacia el camarote, pero a mitad de caminose arrepintió. No, allí no. Debía dejarla sola, y él debía estar lejos de esapreciosa tentación. 

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