Maullidos a la Luz de la Luna...

By Sora_Cuadrado

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Las cosas han cambiado mucho para los héroes de Paris. Marinette es la nueva guardiana de los prodigios y tie... More

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-Luz de luna-

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By Sora_Cuadrado

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Día 15: Luz de luna

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Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia...

Las orejitas picudas de Plagg se estiraron.

—¿Qué dices?

—¿Eh?... ¡No, nada! —Adrien bajó sus ojos al suelo de la habitación. En su cabeza se repitieron esas mismas palabras, una tras otra y sin dudar en su forma o en su orden. Grabadas en su memoria, sabía que las había leído en algún sitio pero era incapaz de recordar dónde. Por alguna razón, esa mañana se había despertado con ellas en la cabeza y no se le iban. De pronto, el móvil que reposaba en el sofá blanco a su lado, empezó a pitar y desplazó esa pequeña obsesión mental a un lugar sin importancia—. ¡Ya es la hora! —Se puso en pie de un salto, sonriente y excitado.

—¿Para qué pones una alarma? Como si se te fuera a olvidar...

La noche había caído sobre Paris. El silencio llenaba la mansión y todos, salvo Adrien, dormían ajenos al mundo.

Era el momento de salir.

¡Plagg, garras fuera!

La magia del prodigio le recorrió, despertando sus terminaciones nerviosas y arrancándole una sonrisa aún más decidida. Por si acaso, cubrió con las sábanas el montículo de almohadas que había colocado en su cama.

Hasta la vista, Adrien se despidió, antes de volverse hacia el ventanal. Yo me voy a ver mi princesa.

Atravesó de un salto el umbral que le separaba de su libertad y echó a correr, contra el viento que soplaba, sobre los tejados picudos e irregulares de la ciudad dormida.

La adrenalina comenzó a fluir por sus venas, dándole más velocidad y audacia en sus movimientos. La alegría y esa deliciosa anticipación bamboleaban su corazón que, después de tanto tiempo, se sentía lleno de dicha y esperanza. Estaba listo para otra noche maravillosa junto a Marinette.

Y sin embargo, algo le hizo detenerse sobre uno de los tejados.

Él mismo se sintió un poco desconcertado, pero sus ojos fueron atrapados sin remedio por la luna. Una luna grande, redonda y amarilla, completamente llena que parecía ocupar la inmensidad del firmamento. Era una visión sobrecogedora de la que manaba una suerte de energía distinta; al mirar a su alrededor, se sorprendió al encontrar una atmósfera silenciosa, serena... todo parecía haberse detenido, rociado por ese resplandor poderoso de luz dorada.

Era incluso algo inquietante. Fantasmagórico. Había sombras que se balanceaban sobre los muros y salientes, murmullos cuyo origen era incapaz de identificar. De los balcones de las casas colgaban macetas con sus flores totalmente abiertas que parecían manifestar vida.

A pesar de todo, Chat Noir se sintió en sintonía con ese ambiente y respiró hondo apreciando una esencia exótica cosquillearle la nariz.

Era quince de mayo.

Quince días desde que todo comenzó, pues para él había empezado el día de la lluvia, en el puente; esa había sido la primera vez que al mirar a Marinette había sentido algo especial. Tan prematuro que no fue consciente de la naturaleza de esos sentimientos, pero habían seguido con él desde entonces, haciéndose más y más fuertes. Igual que las gotas de lluvia de aquel día habían hecho crecer las aguas del Sena, su afecto por ella había crecido y crecido hasta volverse amor.

Un amor poderoso, absoluto como ningún otro.

Siguió avanzando, con esa luna mágica siguiéndole los pasos sobre su hombro derecho. La ciudad que observaba bajo sus pies parecía estar desierta, y algo... una presencia singular se deslizaba por las calles haciendo que esta pareciera un lugar diferente.

Por supuesto, era solo una apreciación fantasiosa. Las calles eran las mismas, los edificios estaban en su lugar habitual y su querido café secreto apareció ante sus ojos, como cada noche, iluminado por las velas y los farolillos. Antes de llegar al borde, ya sintió una descarga de emoción porque eso significaba que Marinette ya estaba allí.

Aterrizó ansioso y lanzó una mirada circular a aquel espacio sorprendente, tan irreal le parecía a veces como si hubiera salido de un cuento...

Yo no sé si esto es una historia que parece cuento...

Las palabras resonaron entre las paredes de su mente. ¿Sería capaz de recordar dónde las había leído?

Ahora no era el momento.

Buscó a la chica con la mirada y la encontró tumbada en la hamaca, cubierta por una ligera sábana aunque esa noche apenas hacía frío. Se acercó a ella con el corazón anhelante, con el cosquilleo ardiente en las palmas de sus manos enguantadas. Ella tenía los ojos cerrados, y aunque le extrañó un poco, su alegría no le permitió ver más.

—Buenas noches, princesa —Saludó con galantería, como siempre—. ¿No es un poco temprano para nuestra siesta? —Al no recibir una respuesta inmediata, sus ojos escrutaron mejor el rostro femenino y notó, entonces, la pálida piel, el ligero fruncimiento en las cejas y sobre todo, el rictus de dolor que contraía los rasgos. Y algo se activó en su interior—. ¿Marinette? —preguntó. Ella parpadeó despacio, apretando solo un poco la rígida línea de sus labios—. Marinette... ¿E-estás bien?

Al fin, ella abrió los ojos y le miró, adormilada.

—Hola, gatito...

—¿Qué te pasa?

—No es nada...

—¡Por supuesto que debe ser algo! —Chat Noir sufrió un espasmo cuando los cálidos sentimientos que lo habían llevado hasta allí se transformaron en miedo, angustia y pánico. Acercó su rostro al de ella, pero no notó que su temperatura fuera superior—. ¿Te duele algo? ¿Qué sientes?

—Me duele el vientre —confesó ella, apretando un poco los dientes—. Y estoy un poco mareada...

Eso era suficiente para él.

—¡Te llevaré a un hospital ahora mismo!

—¿Qué? ¡No, no es necesario!

—¡Sí, sí que lo es!

—Chat Noir, no es nada...

—¡Puede parecer que no es nada! —exclamó él—. A veces la gente empieza a encontrarse mal y no parece nada grave, y después resulta que ellos... ellos... —El recuerdo, terrible y doloroso, del destino final de su madre le golpeó robándole las energías y la poca calma que le quedaban—. Tú no...

>>. ¡Te llevaré a un médico para que nos diga qué te ocurre!

Marinette, un poco más despejada, resopló ocultando su rostro en la tela de la hamaca. Alzó los ojos y le miró, sus mejillas habían recuperado algo de su color.

—Yo ya sé lo que me ocurre y no es nada —repitió. Volvió a resoplar, todavía con más fuerza y confesó—; es que resulta que estoy... en esos días difíciles del mes...

Chat Noir pestañó como si no la hubiera entendido. El significado de esa revelación tuvo que batallar contra el miedo irracional, hasta vencerlo lo suficiente y alcanzar la comprensión del chico cuyos ojos se abrieron un poco más, al tiempo que una gran sonrisa aparecía en su semblante.

—¡Ah! Vaya... es eso... ¡Es genial! —murmuró, pero la chica le miró mal y rectificó—. ¡No, o sea... siento que te encuentres mal! Pero me alegra que solo sea eso —Se inclinó para abrazarla, el dulce alivio viajó por su cuerpo robándole aún más las fuerzas. La besó en la coronilla de la cabeza, en la frente y después de los labios—. Menos mal...

—Tampoco había que ponerse en lo peor...

Chat Noir la miró, vacilante. Ni quería, ni podía hablarle de eso, así que se limitó a sonreír agradecido.

—Pero, ¿por qué has venido hasta aquí si te sentías mal?

—Creí que, tal vez, aquí me sentiría un poco mejor —Opinó. Apretó los párpados al intentar girarse sobre la hamaca, presa de un terrible dolor y achicó los ojos después—. Además, no quería que te preocuparas si no aparecía...

>>. No tengo modo de avisarte si ocurre algún contratiempo.

El chico siguió abrazándola, cubriendo la piel de su rostro de suaves besos, dejando que la calma serena de la noche llegara hasta él. Se sintió culpable por la complacencia que esas palabras generaron en él. ¿Era egoísta por sentirse bien al saber que ella pensaba tanto en él? Incluso cuando no estaban juntos.

Al fin y al cabo, él pensaba en ella todo el tiempo.

—Es esta luna llena —dijo ella haciendo una graciosa mueca—. Los síntomas son más fuertes por su causa.

—¿Ah, sí?

—¡Estoy segura! La luna llena afecta a muchas cosas y esta noche su luz es extraña...

¿Extraña? Repitió en su mente.

Chat Noir volvió a observarla y le pareció hermosísima. Era cierto que jamás había visto un resplandor semejante y que, de algún modo, se sentía atraído por ella. Sus ojos felinos la buscaban todo el tiempo, y sentía una desquiciante necesidad de... ¿chillar? ¿Gritar?

¿Maullar? Se preguntó, avergonzado.

¿Los gatos maúllan a la luna?

—¿Y... qué puedo hacer para ayudarte? —preguntó él, rozándole el pelo. Esa noche Marinette lo llevaba suelto, desparramado en torno a sus hombros.

—Nada —dijo ella, arrugando la nariz—. Túmbate aquí conmigo —pidió, después. Y el chico obedeció al instante.

Se acomodó a su lado y estiró el brazo hacia ella para que apoyara su cabeza en él. Marinette, aún con el rostro contraído, se acercó con rapidez, acurrucándose y buscando su calor. Chat Noir tiró más de la sabana, cubriéndola y llevó su otra mano hasta su rostro para rozarle la mejilla.

Los movimientos circulares de su pulgar parecieron relajar la fuerza con la que ella apretaba la mandíbula. Marinette cerró los ojos como si de hecho, la luz amarilla que lo bañaba todo la molestara.

La hamaca empezó a balancearse.

—Hoy no va a ser muy divertido —Se lamentó ella.

—¿Ah, no? —meditó él, con una graciosa sonrisa—. Intentas engañarme... ¡si a ti te encanta acurrucarte!

La chica dibujó una leve y cansada sonrisa, sin abrir los ojos.

—Acurrucarme contigo —susurró, echando su cuerpo dolorido más hacia él. Chat Noir, conmovido bajó su cabeza hasta su frente.

—Y a mí contigo.

Hacia un lado y hacia el otro se movieron en medio del silencio y la somnolencia empezó a tentar al chico de un modo sutil. Su cuerpo, pesado, fue recorrido por un cosquilleo de calma. Movió el brazo, del que ya casi no se sentía dueño, hasta la cintura de la chica y prendió la mano en su espalda.

Sentía cosquillas ante el roce de su aliento en su cara.

Supo que se estaba quedando dormido porque ante sus ojos empezó a ver imágenes extrañas, aún un poco reales, pero que no podían estar ahí con él; un bosque bajo la luz de la luna, los restos de una antigua fortificación abandonada, las calles de piedra silenciosa recorridas por un hombre con expresión desesperada...

¿Era él ese hombre?

Chat Noir oyó una voz al fondo de su mente...

¡Amar! Había nacido para soñar el amor, no para sentirlo...

Abrió los ojos, sacudido por tal afirmación y aterrizó de nuevo en la azotea. El silencio, la quietud... Marinette dormía, bella y tranquila, a su lado y sobre su cabeza, la luna seguía dominando el cielo.

No supo cuánto tiempo había estado dormitando y aunque procuro no hacer ningún movimiento que molestara a la chica, esta se removió contra él gruñendo bajito.

Chat Noir frunció el ceño. Aunque supiera que no le ocurría nada grave, era incapaz de verla pasándolo tan mal. Necesitaba hacer algo para ayudarla.

—Marinette... —susurró. Se estiró para besarla la frente de nuevo y ella parpadeó pesadamente—. ¿No te sentirías mejor si comieras algo? ¿Algo dulce? —Ella se encogió de hombros—. Galletas, un macaron... ¿Un helado? —Ante eso, las cejas de la chica se arquearon.

—Helado... —murmuró aún medio dormida.

—¿Quieres un helado? —preguntó él y animado, la besó sobre la nariz—. Te traeré uno —Depositó un último besito en sus labios y se puso en pie, cuidando que la hamaca se mantuviera estable—. No te muevas.

Marinette sonrió como si eso le hubiera hecho mucha gracia.

El chico retrocedió sin apartar los ojos de ella hasta que llegó a la puerta metálica del muro de piedra. La miró al poner la mano en el pomo, y después una vez más, observó la luna.

La oscuridad fue inmensa cuando cruzó su umbral.

En una de sus incursiones al interior del edificio, Chat Noir se había dedicado a explorar lo que este contenía. Había una escalera que descendía hacia las profundidades de la construcción, salpicada de puertas que daban paso a cada una de las plantas, pero todas estaban cerradas.

Únicamente la última, la planta baja, tenía el cerrojo roto y Chat había podido colarse dentro. Ahí era donde se había ubicado el antiguo café. Había un enorme salón principal con la barra, una sala auxiliar que habrían usado como despensa y almacén y la cocina. Como aún había electricidad, él había conectado una de las neveras para mantener fríos algunos de los alimentos que tanto él como Marinette habían ido llevando a su café.

Y sí, tenían helados.

Mientras Chat Noir descendía las distintas plantas no pudo dejar de darle vueltas a las imágenes de su sueño y a las palabras que había oído. Ahora sí recordaba. Estas, junto a las que había tenido en la cabeza todo el día, pertenecían a una vieja leyenda que una vez le relató su madre y que más tarde él había buscado entre sus libros.

El rayo de luna. Ese era su nombre.

La leyenda romántica de un hombre que pierde el juicio por amor.

Aunque era una historia importante para él, pues de algún modo le conectaba con su madre, solo la había leído en un par de ocasiones. La última vez que lo hizo le dejó un mal sabor de boca puesto que, sin quererlo, había llegado a identificarse demasiado con el protagonista.

El noble caballero Manrique.

Al recordar su nombre, el resto de la historia se precipitó a su mente como si volviera a tener el libro entre sus manos.

O a su madre, frente a sí, recitándole.

Yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia —relató entre susurros—; lo que puedo decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste...

Así comenzaba...

Su madre, tan hermosa como la recordaba y vestida de blanco, se dibujó fantasmal ante él. Deslizándose por sus recuerdos así como lo hacía por su habitación mientras repetía esa leyenda para él; con la misma emoción y diligencia como si estuviera en el escenario de un gran teatro.

Solo para él...

Chat Noir sintió un acceso de melancolía al llegar a la última planta. Respiró hondo y atravesó la puerta para encontrarse con una sala grande, repleta de bultos cubiertos por sabanas polvorientas y el peso del tiempo flotando entre las pelusas. La solitaria barra despedía reflejos desvaídos, con las vitrinas que un día guardaron los mejores dulces y tartas de la ciudad ahora vacías y un montón de viejas cartas desparramadas sin cuidado, amarilleadas por la vejez y la humedad.

Una enorme cristalera ocupaba la pared de enfrente. Llena de manchas, con las letras impresas casi gastadas mostraba, sin embargo, una dulce visión de la calle desierta al otro lado. Y es que la luna, que aún le perseguía, bañaba el ventanal y penetraba en la sala haciendo un juego de luces y sombras intrigante, misterioso.

Chat Noir se quedó mirándola, hipnotizado.

Era de noche; una noche de verano, templada, llena de perfumes y rumores apacibles, y con una... —murmuró. Las palabras, todas ellas, volviendo a su memoria—; una luna blanca y serena en mitad del cielo azul, luminoso.

Esa noche se parecía mucho a la de la leyenda.

El joven Manrique, un noble caballero español que se dedicaba a suspirar por todas las damas sin amar de verdad a ninguna, salió al bosque una noche de luna llena para observar la belleza de la naturaleza.

Y entre los árboles, las flores que miraban a la luna y los fantasmas de las ruinas de un viejo castillo, creyó ver a una mujer. Una mujer que le robó la razón. Apenas le bastó ver un retazo de su blanco vestido y oír el rumor de su largo cabello oscuro agitándose entre las ramas para caer rendido ante ella. Tan rendido que inició una obsesiva búsqueda de la joven con el fin de conocerla.

Chat Noir retiró los ojos del cristal, sintiéndose extraño.

El brillo de la luna parecía estar intoxicando cada centímetro de aquel cuarto embrujado. Las viejas sábanas que cubrían las mesas y las sillas brillaban intensamente de blanco entre las penumbras, y al moverse, sus pies arrancaban crujidos al suelo lleno de polvo.

Al leer aquella historia, podía entender de algún modo al pobre Manrique. Le había pasado algo similar el día en que conoció a su lady; con un simple vistazo a su valor y su inteligencia, cayó por ella y supo que su corazón la seguiría a donde fuera necesario; a través de peligros y aventuras. A pesar de los riesgos y los sacrificios.

Y desde entonces... ¿qué había hecho sino buscarla cada día?

En aquella barca había creído distinguir una forma blanca y esbelta, una mujer, sin duda —continuó, al tiempo que saltaba sobre la barra. Al otro lado estaban las puertas de madera que daban paso a la cocina del café—; la mujer de sus sueños, la realización de sus más locas esperanzas...

Manrique siguió a la mujer a través del bosque, cruzó un río a nado tras ella y recorrió las calles desiertas de la ciudad. ¿Y todo por qué? Apenas la había visto, solo su figura, sus ropajes... Pero en su mente, él creó a esa mujer irreal y se dedicó a seguirla, imbuido en una fantasía que no dejaba de crecer...

¿Eso le había pasado a él?

Lo que sintió por Ladybug casi sin conocerla fue un tipo de locura, como la de la leyenda y al igual que el protagonista, en lugar de pensar con racionalidad que no conocía a esa chica, ni tan siquiera su rostro oculto tras la máscara, se entregó a ese amor irracional, imaginando todo lo demás.

Hasta que se sintió atrapado, perdido. Absolutamente convencido de que sus fantasías de amor y afecto se harían reales algún día.

La encontraré; me lo da el corazón, y mi corazón no me engaña nunca...

Chat Noir meneó la cabeza.

El corazón nos engañó a los dos, se dijo recordando las palabras de Manrique.

El joven noble de la historia desperdició su vida y su juicio buscando incansable a una doncella que solo existía en su cabeza. Y él había estado depositando su fe en una chica increíble, maravillosa y fantástica que... amaba a otro.

Con un resoplido quiso alejar tales pensamientos.

Frente a él estaba la nevera, el único aparato iluminado en la estancia. La examinó hasta que encontró los helados en el último cajón de todos. Agachado, revisó las tarrinas hasta dar con una de chocolate, ignorando el frío y los escalofríos que recorrieron su columna vertebral.

Al ponerse en pie con su premio en las manos y cerrar la puerta acristalada, por un instante, le pareció ver una figura reflejada en ella. De pie, parada tras él, observándole.

El corazón le dio un vuelco y se giró a toda prisa, pero allí no había nadie.

Sin embargo, él la había visto... Aunque no podía ser.

—¿Ladybug? —murmuró, confuso y nervioso.

Guardó silencio y no oyó nada: ni pasos huyendo, ni el silbido de su yo-yo. Ni tan siquiera una respiración distinta a la suya que ahora se le agolpaba en el pecho.

¡Era imposible! ¡¿Qué iba a estar haciendo la heroína allí?!

Pero... la he visto... Su rostro serio, con sus ojos severos clavados en él.

Si hubiese estado aquí no se escondería de mí repuso él, con lógica y racionalidad. Se habría quedado a echarme la bronca por lo que estoy haciendo.

Entonces sí escuchó algo.

Volvió la cabeza, con el pulso acelerado, para ver que las puertas batientes que conectaban la cocina con el salón se movían. Un despegado balanceo, como si alguien las hubiera cruzado.

Chat Noir entrecerró los ojos, alerta. Soltó el helado sobre la encimera y cogió su bastón.

¿Y si alguien se había colado en el café? Era poco probable pues las entradas desde la calle estaban cerradas y él no había oído ningún golpe, pero aun así...

—¿Hola? —probó. Nadie respondió. Avanzó prudente, adelantando una mano para sujetar una de las puertas. La empujó muy despacio y asomó la cabeza; la sala estaba tan tranquila como hacía unos instantes, igual de vacía.

Pero algo había movido las puertas, él lo había oído.

Marinette recordó. No, ella no podía haber bajado tal y como estaba, y mucho menos tan deprisa.

Entró del todo en el cuarto y lanzó una mirada ansiosa que recorrió cada rincón, cada sombra. Al otro lado de la cristalera la calle seguía vacía, ni el eco de un coche sobre el asfalto se dejaba oír. No obstante, no pudo evitar fijar sus ojos en las sombras alargadas que dibujaban las letras de la cristalera sobre el suelo gracias a que los rayos de la luna caían en diagonal desde el cielo.

Un rayo de luna... pensó él, recordando el desenlace de la historia.

El grito agónico del joven y desventurado Manrique al descubrir que su amada doncella, en realidad, no existía. Que la figura maravillosa que había creído ver entre los árboles y con la que se había obsesionado hasta el punto de perseguirla a través del tiempo, era solo y simplemente un rayo de luz luna.

¡El amor!... El amor es un rayo de luna... aullaba el pobre Manrique al final de la leyenda.

Loco, sin voluntad por haber perseguido un imposible.

Chat Noir solía sentir pena por el personaje cada vez que llegaba a ese renglón... Un rayo de luz de luna.

Y desde que conoció a Ladybug, también sentía algo de miedo cuando consideraba la posibilidad de acabar como él. Porque por mucho que bromeara y le regalara los oídos a la chica, él sabía que su amor era imposible. No recordaba el momento exacto en que se dio cuenta pero se había resistido mucho a creerlo, lo había negado con uñas y dientes.

Ni siquiera cuando empezó a salir con Kagami sentía que hubiera renunciado del todo a su Lady, a la fantasía de que ella también lo amara alguna vez.

No es perseguir lo imposible lo que te enloquece, sino empeñarte en negar la realidad una y otra vez. Eso sí... puede acabar con tu voluntad y Chat Noir sospechaba que había estado cerca de ocurrirle, había caminado por el filo de un abismo, manteniendo el equilibrio apenas.

Un nuevo sonido a su espalda le hizo saltar, por el rabillo del ojo creyó ver un reflejo de color rojo, pero se desvaneció al instante. Después, una risita apagada le acarició la nuca y volvió a girarse. Frente a él, una de las sabanas se agitaba como si el viento la moviera.

Con algo de brusquedad la apartó, pero debajo solo había una mesa y una silla.

Oía cosas y captaba movimientos rodeándole que no alcanzaba a ver del todo. La risita iba y venía, el destello rojo se apagaba antes de que pudiera atraparlo con su garra. Y en lugar de miedo, Chat Noir sonrió.

Es como si mi Lady tratara de volverme loco se dijo. El rojo, la risita y esa agilidad tan exquisita para ocultarse pertenecían a la heroína aunque sabía que ella no estaba allí. Lo siento, pero yo no acabaré como Manrique.

Chat Noir se había salvado a tiempo.

Extendió su bastón y con rápidos y certeros golpes deshizo en pedazos las viejas sabanas dejando al descubierto los muebles. No había nada más.

De nuevo las puertas se agitaron y él saltó hacia ellas.

Encontró la cocina vacía, por supuesto, pero la puerta que conducía a las escaleras estaba entre abierta. Con una mirada de desafío genuino, también la atravesó y se asomó por el hueco de la escalera. Oyó la risita alejándose, el resplandor rojo y el eco de unos pasitos de bailarina que apenas rozaban el suelo.

Con una risotada en el pecho, se lanzó tras ella.

Sentía una extraña emoción dentro de él, sería por la persecución. O porque fue entonces que se dio cuenta de que, luchar por lo que se quiere es importante, pero no hasta las últimas consecuencias, no hasta que ese deseo te lleve a perder el juicio.

La risita sonó ahora tras él. ¡¿Cómo era posible?! Se detuvo y empezó a bajar.

Él había logrado romper el influjo de lo imposible, se había liberado de su obsesión para abrirse a otras posibilidades, a otros sentimientos. A pesar del dolor sufrido... ¿no era eso también tener fe?

Gatito... creyó escuchar y se detuvo, escrutando la oscuridad.

El resplandor rojo estaba sobre su cabeza, en la planta superior.

Había sido duro renunciar a lo que más había querido, pero a cambio había sido bendecido con un amor más profundo y amable con el que jamás habría soñado. Un amor en el que no había rechazo, ni miedo; solo comprensión, aceptación, y diversión.

Marinette pensó, y se detuvo de nuevo.

Ella era su amor. Ella le había rescatado de perderse en la locura de lo imposible. Y eso era lo que él quería, más que cualquier otra cosa.

El resplandor titiló por debajo de él, oyó la dulce risa atrayéndole pero... ¿Qué hacía persiguiendo algo irreal cuando su gran amor estaba arriba, esperándole?

Guardó su bastón y aún sin resuello, empezó a subir, ignorando la llamada...

Apareció en la azotea y la luna le recibió, más grandiosa y luminosa que antes. Parecía un foco que le marcaba el camino correcto, su luz se derramaba sobre la hamaca en la que Marinette le esperaba, sentada y balanceándose distraía, con mucho mejor aspecto.

—¿Ya te encuentras mejor? —le preguntó al llegar frente a ella.

—Pues sí —respondió con una gran sonrisa—. La verdad es que sí... ha debido hacerme efecto la medicina que me tomé antes de salir de casa.

>>. ¿Dónde te habías metido?

—¡Oh, estaba abajo! —respondió él. Alargó los brazos para rodearla—. Encerrando a los fantasmas de este sitio —La expresión mágica de la chica se contrajo—. Tranquila, no pueden alcanzarnos aquí arriba.

—Las historias de fantasmas no me gustan, Chat Noir...

Él sonrió, divertido. Acarició sus cabellos sueltos con delicadeza sintiendo su corazón pleno.

—Tú eres mi rayo de luz luna, Marinette.

La chica frunció el ceño, un poco despistada, pero sonrió complacida y abrió los brazos para él cuando Chat se inclinó para besarla.

La luna en el cielo les guiñó un ojo.

.

.

.

¡Hola, miraculers!

¡Estamos de sabado! Y además es... ¡15! No me creo que haya llegado a la mitad del reto sin retrasarme, actualizando cada día :')

¿Qué os ha parecido la leyenda?

En cuanto vi las palabras, me acordé de una tarde de hace mucho tiempo, cuando tenía 12 o 13 años y mi profesora de literatura nos hizo cerrar los libros y nos contó esta historia. Me encantó cada palabra y salí disparada de clase en busca del libro donde hubiera más leyendas como esta, jajaja.

"El rayo de luna" de Gustavo Adolfo Becquér. Escribió unas leyendas maravillosas durante el siglo XIX. Y este capítulo es un homenaje a él.

Estoy muy contenta de haber llegado hasta aquí, no creí que lo conseguiría.

Os contaré que hace algo más de un año yo escribía todos los días, y publicaba fics de otros fandoms cada pocos días. Me encantaba y era feliz compartiendo mis historias pero entonces llegó la pandemia y mis problemas de ansiedad regresaron como una nube negra que parecía haber desaparecido, y sin embargo ahí estaba, negra y más sólida que nunca.

Fue una época muy difícil para todos y aún lo es. Dejé de escribir y de hacer muchas otras cosas.

Desde ese entonces hasta ahora he escrito muy poco. Algunos fics cada mucho tiempo, cada vez que creía que estaba mejor, empeoraba y lo dejaba de nuevo. El último intento que hice fue por navidad; me propuse escribir un fic navideño y aunque logré terminarlo, la experiencia fue un poco descorazonadora. No me divertía haciéndolo, sentía una gran presión y cuando por fin lo terminé... me dije: No volveré a intentarlo hasta dentro de mucho, mucho tiempo.

Porque si no era divertido, ¿qué sentido tenía?

Pero escribir es lo que he hecho siempre, desde los 12 años o puede que antes, jaja. Si alguna vez he creído que era buena en algo, es en esto. Así que a mediados del mes pasado hice un nuevo intento. Había tanto hype con los nuevos episodios de miraculous, el especial, la película... así que intenté escribir un pequeño Oneshot adrianette. Me dije que lo haría solo si me divertía, y aunque al principio me costó... al final no estuvo tan mal (ya lo subiré cuando la resaca del reto marichat haya pasado, jejeje). El caso es que me hizo bien y justo terminé cuando faltaban apenas tres o cuatro días para que empezara mayo ^^ Y recordé el reto marichat que tanto me gustó leer el año anterior.

Pensé en que quería participar, al menos intentarlo, aunque no creí que pudiera cumplir con los plazos. Pero... ¿cómo explicarlo? Mientras buscaba la lista de palabras, hacía la portada y anotaba ideas me sentí como si me preparara para un juego ^^ ¿Os acordáis de cuando niños preparabas un juego imaginario? La ilusión y la emoción que casi lo hacía parecer real. Hacía mucho que no me sentía así.

Y a pesar del agobio de que sea un capítulo cada día o los nervios de sentarme a escribir sin saber exactamente lo que contaré, la verdad es que me estoy divirtiendo. Y si estoy soltando todo este rollo, jeje, es porque en parte esto es gracias a todos y todas las que estáis leyendo esto cada día. Porque vuestros ánimos, cada palabra que me escribís es muy importante y me emociona mucho cuando leo las reviews. Porque siento que jugáis a este juego conmigo y me siento acompañada en todo momento, ese es un sentimiento muy especial.

Así que muchas gracias a todos y a todas, porque hemos llegado hasta la mitad pero aún quedan muchos días de mayo para seguir jugando ^^

Nos vemos mañana, espero que os haya gustado este capítulo.

¡Hasta pronto, miraculers!

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