Si decides querer (Draco Malf...

By tigreDEpapel

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Segunda parte de "Lo que no sabes de mí (DracoMalfoy)" Después de tomar la decisión que le separaría de Nat... More

Nota de la autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 14

Capítulo 13

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By tigreDEpapel

Nat no dijo nada, pero yo, cautivado por su silencio como lo habría estado por sus palabras, no dejaba de mirarla. Pasó la mano por el húmedo césped y suspiró.

Muchas veces me entraba ese sentimiento culposo de arrojarle la verdad como un balde de agua fría, lo más rápido posible, para que la vida volviera a ser como antes. De soltarle todo para que no entendiera nada, pero que al final volviéramos a estar juntos y de lo único de lo que tendría que dar explicaciones sería de lo mucho que la había echado de menos, contándole mi largo verano y soltando frases como: "ese día, estuve deseándote y tú no estabas ahí". Pero tenía que refrenar ese capricho estúpido.

Estaba harto de tener que verla como a través de un cristal, con miedo a lo que pudiera decir, siempre consciente de que había líneas que no se podían traspasar. Su mano arrancaba algunas hierbas sueltas y entonces se me ocurrió la horrible idea de no echarme para atrás.

- ¿Te apetece que te enseñe un sitio?

Las palabras eran rápidas y escurridizas, salieron de mí sin esperar nada a cambio, solo para relajar el constante movimiento que me causaban dentro. Nat se volvió hacia mí con increíble curiosidad, mientras un sonrisa traviesa le subía a los labios.

- Vale.

Intenté parecer desinteresado, como si en realidad no me hubiera importado mucho que la respuesta fuera afirmativa, pero mi mano seguía temblando inconscientemente cuando la ayudé a ponerse de pie. Ella se limpiaba los pantalones con las dos manos, esta vez se había quitado la falda del uniforme, seguramente por el frío que hacía fuera. Me divertían esos pequeños cambios que cerraban, un poco y de vez en cuando, mi imaginación perversa.

Me hubiera gustado haber sido capaz de sacar cualquier tema de conversación, por muy banal que fuera, para así al menos hacer menos incómodo el recorrido, pero mi mente se mantenía parada intentando percibir a trozos su perfume de canela. Creo que mi cuerpo no concebía que después de tanto tiempo ella estuviera allí, a mi lado, con su andar ligero y esa canción que se le pegaba a los labios cuando no tenía nada que hacer.

Su mente hacía tanto ruido que hasta yo podía oírlo, preguntándose quién, por qué hacía aquello y qué era lo distinto que flotaba en el aire. Las preguntas eran tan obvias y fáciles que no se tomó ni tiempo en formularlas.

- No voy a preguntarte por qué haces esto, porque seguramente me darías una respuesta fácil o contestarías con otra pregunta. Solo diré que si en algún momento me siento incómoda, me iré.

Me reí ligeramente ante aquella idea, aunque se mantuviera firme a su propuesta. Incluso paró de caminar para que me lo tomara más en serio.

- Lo entiendo perfectamente y tienes todo el derecho - contesté intentando no reírme. Nat tardó unos segundos en darle el visto bueno a mi respuesta y siguió caminando.

- ¿No te han pillado nunca a deshora por los pasillos?

- No, y espero que esta no sea mi primera vez, porque les diré que fuiste tú la que me corrompió - por un segundo, tuve miedo de haber traspasado el primer grado de confianza, pero por cómo rodó los ojos ante mi comentario, me di cuenta de que no había problema.

- Nadie se creería ese cuento.

- Probablemente, pero harían como si sí.

Ella resopló, medio en broma medio en serio, y giramos hacia la derecha en una bifurcación del camino.

- ¿A dónde me llevas? - soltó un poco después, cuando la obligué a bajar las escaleras y se dio cuenta de que no era la dirección de ningún sitio que conociese.

- Es sorpresa. No querrás arruinarla, ¿verdad?

- Si me vas a matar, que sea rápido. Empiezo a tener sueño.

Mi risa se oyó por todo lo largo del pasillo y por un momento sentí miedo de que alguien nos pillara y arruinara aquel momento que tanto había estado anhelando. Ella también se rió por lo bajo, intentado que no se le notara, echándose hacia un lado con excesiva parsimonia.

Los pasillos me parecieron más oscuros que las otras veces en las que me había pasado por aquí, aunque hacía mucho que no me dejaba caer por este lado del castillo. Ojalá no se diera cuenta de que intentaba contener todos los impulsos que me decían que la mirara.

- Ya casi estamos.

Tenía los brazos cruzados, la mirada perdida y un rastro de duda posado en las facciones. Era la imagen perfecta y el encuadre ideal. Abrí la puerta con un hechizo fácil y me preparé mentalmente para su reacción.

NAT

No es que tuviera miedo de él o alguna cosa parecida, pero en cada paso que dábamos mi interior se arrepentía de haber dicho que sí. Cuando abrió aquella puerta (pequeña, con la madera mohosa y el picaporte oxidado) resoplé antes de mirar qué había dentro solo porque no quería darle el beneficio de hacerse el interesante.

La estancia era amplia y olía a una mezcla entre muebles viejos y flores secas, pero era tan deslumbrante que tuve que tomarme unos segundos hasta hacerme a la idea de que la que estaba allí era yo y no un personaje de mis novelas.

Era una sala de baile, con el suelo de madera, grandes ventanas, cuadros de antiguos magos que no reconocía y una lámpara de araña en el centro. Había dos puertas perfectamente decoradas al más puro estilo del siglo XIX, plantadas allí como si hubieran estado esperando a la persona correcta para abrirlas. En una de las esquinas, parcialmente tapado por la oscuridad de la noche, descansaba un viejo tocadiscos.

- ¿Cómo...? - balbuceé confundida.

- ¿Cómo es que sé de este sitio? - terminó él sonriendo por lo bajo. Yo asentí, todavía sin poder decir palabra. - En realidad aquí puede venir cualquiera, ya ves que el hechizo de entrada no era muy difícil. Lo encontré en tercer año, pura casualidad. No sé ni por qué me dio por abrir esa puerta mohosa. Es tan pequeña que lo único que podría haber detrás sería un desván sucio, pero ya ves que no.

La madera bien pulida hacía resonar la sala con cada paso que dábamos. A traves de las ventanas entraban temblando finos hilos de luz y se posaban con cuidado en el suelo.

- Estuve viniendo un par de veces, hasta que un día al entrar me encontré con el profesor Lupin - mientras hablaba daba vueltas por la sala, parecía igual de sorprendido que yo.

- ¿Remus Lupin? - pregunté.

- El mismo.

- ¿Te prohibió volver?

- Oh, no, no - rió suavemente - Todo lo contario. Me contó que era el sitio donde solía venir para desconectar y, ya sabes, escuchar música - señaló con la cabeza la esquina donde se encontraba el tocadiscos y yo me giré involuntariamente hacia allí antes de volver a mirarle - Supongo que me dio vergüenza compartir el sitio con él y poco a poco lo fui olvidando.

- ¿Por qué nadie viene aquí? Entiendo que no interese ver lo que hay detrás de una puerta tan vieja, pero... ¿que no lo sepa nadie?

El rubio se quedó un rato sin apartar la mirada de mí.

- Supongo que no es para todo el mundo.

Sus ojos seguían posados sobre mi cuerpo, lo que me obligó a moverme. Mis pasos se dirigieron hacia el gramófono, justo al lado había una pequeña y bonita estantería con discos antiguos, todos de música clásica. Los pasos de Draco se oían detrás de los míos.

Se quedó parado detrás de mí mientras yo miraba los títulos escritos en los viejos papeles que guardaban cada disco. La boca del aparato podía vigilar toda la estancia desde allí.

- ¿Por qué... por qué me cuentas todo eso? - solté mientras me giraba hacia él. Seguía parado detrás de mí, con su ropa oscura y el brillo de un anillo de plata reluciendo entre sus dedos.

Solamente se encogió de hombros.

- Tú me lo has preguntado.

- Ya, pero antes... no me lo hubieras dicho. ¿Por qué ahora sí? ¿Y por qué me has traído aquí?

No parecía molesto con mis preguntas, tampoco sorprendido. Se frotó las manos cuidadosamente mientras pensaba algo fácil que decir.

- Si quieres, puedes irte.

No era una respuesta y en verdad sabía que no me la daría. Estaba actuando como si aquello fuera lo más normal del mundo, desde que empezó el curso, como si el problema lo tuviera yo y no él, intentado confundirme.

- No, no quiero irme - Y era cierto. Aquel lugar emitía su propia melodía de tranquilidad, era como si en ese momento todo tuviera que ser así.

Igual era mejor no saber, no preguntar. Igual era mejor fingir que aquello no era raro y que estar una noche en una sala de baile, escondida e irreal, con Draco Malfoy, era lo que alguien más poderoso y más sabio había decidido. Así que borré todos los interrogantes que estaban adheridos a mis brazos, aparté su figura del colchón de adjetivos en el que estaba recostado y me dije a mí misma que no tuviera miedo.

Me acerqué para ver mejor el tocadiscos. Parecía muy antiguo por la pintura desgastada que aún se adhería a él, pero daba la impresión de haber sido tratado con mucho cuidado. Pasé la mano por la gran boca que en otros tiempos habría soltado las mejores melodías de la época, impulsando con dulces movimientos los vestidos ostentosos de ellas y haciendo resonar contra el suelo los zapatos de ellos. El frío del metal pasó a mis dedos sorprendiéndome al principio hasta convertirse en el susurro de una caricia.

- Puede que aquí bailaran los fundadores del colegio - apuntó él mientras su figura se iba haciendo más grande a medida que se acercaba.

- ¿Salazar Slytherin también? - vi como se le asomaba la sonrisa.

- Con él me permito dudar.

A los dos nos tocó reír, por lo bajo, como para apaciguar el ambiente. Luego cada uno volvió a lo suyo, yo a los discos apilados y él a su guarida mental. Todos los ejemplares parecían haber sido colocados con mucho cuidado, como si a cada uno le conviniera un sitio exacto. Las cubiertas estaban desgastadas por el uso y los años, pero ninguno de los discos que abrí estaba rallado.

- ¿Te gusta la música? - su voz varonil se extendió por toda la sala a modo de eco. Me volví para contestarle, estaba tranquilo, ni un rastro de seriedad se agazapaba en sus facciones.

- Sí, bueno, no es que sepa mucho, pero... adoro a Frank Sinatra.

- Ah - se tragó poco a poco mi respuesta - Es bueno.

Esperaba que no le conociera, pero admito que aquello me hizo sonreír.

- A mi madre le encanta - solté sin pensar si le importaba o no - Estas Navidades me regaló un vinilo suyo.

Había bajado la mirada, pero todavía sonreía.

- Es un buen regalo, debió de hacerte mucha ilusión.

Asentí. Aquello era muy extraño. Nadie dijo nada durante unos minutos, el sonido de toda la estancia era suficiente para llenar el silencio incómodo. Parecía que si te esforzabas en captarlo, unas tenues notas se repetían de vez en cuando.

- ¿Me dejas que ponga una?

Se refería a los discos.

- Claro, sí.

Me aparté un poco al mismo tiempo que él llegaba a la estantería. No le hizo falta rebuscar mucho, supongo que ya de antemano sabía lo que quería. Con dos dedos sacó la fina circunferencia de su envoltorio para luego ponerla a contraluz como si quisiera leer en un vistazo la melodía que tenía grabada. Luego asintió, evitó mirarme en su pequeño camino hasta el gramófono, puso el vinilo en su sitio y se agachó para llevar la aguja a la orilla exterior. El disco comenzó a girar con la punta de metal patinando por encima de él.

Al principio no se oyeron más que unos golpes secos, parecidos a un tambor que estuviera lejos, pero si se hacía el esfuerzo de hondar un poco más, unas finas notas comenzaban a filtrarse. Draco se había puesto a mi lado, aunque entre ambos había la suficiente distancia como para que cupiesen dos personas más, y ambos mirábamos al aparato como esperando que algo empezara a florecer. Entre aquel revuelo de sonidos, dos notas fuertes se extendieron hacia nosotros e hicieron que por fin se escuchara la música.

Empezó suave y escurridiza, sorteándonos con una agilidad impasible que de vez en cuando nos rozaba, provocando una inclinación interna en el cuerpo que hacía que quisieras descubrir el secreto de aquella magia. Era una melodía imprevista al oído, era un animal vivo que se mantenía agazapado en las esquinas y salía de repente, era un viento natural que sabía tocarte en diferentes sitios a la vez. La única certeza que tenía era que no la había oído nunca, pero a la vez recordaba esa misma sensación en mi organismo, como si fuera un recuerdo todavía escondido por un velo blanco. Me mantenía quieta cuando por dentro sentía como si un millón de llamas saltaran de un lado a otro encendiendo mechas que se habían mantenido apagadas mucho tiempo.

Me permití girar la cabeza hacia la izquierda con intención de saber si la canción solo me había afectado a mí de aquella manera y me encontré con un gris que brillaba como la Luna de esa noche. En ese momento no me cuestioné la sonrisa que se escurría de sus labios ni el porqué yo no podía dejar de concentrarme en ella. 

- ¿Bailas?

Cuando aparté la mirada del centro de su boca, descubrí que se había girado por completo hacia mí y que abría los brazos tratando de animarme a algo.

- No, no, mejor no. Yo no sé bailar - no me hice cargo de esa excusa tan mala. Las piernas me temblaban al igual que si hubieran estado sujetando un gran peso.

- Así no aprenderás nunca y, ¿qué vas a hacer el día de tu boda?

Noté una risa irónica al final. No contesté.

- Vamos, yo te enseño.

Sus manos cogieron de imprevisto las mías y ya no noté la diferencia de temperatura que había entre ambas pieles. La música no había cesado ni un segundo, las notas daban vueltas entre nosotros, se escapaban hasta el fondo de la habitación, trepaban por el techo. Yo dudaba con cada acción, pero él parecía muy seguro de todo movimiento. Su mano ya estaba en mi cadera cuando me pareció oír cómo me decía que llevara la mía hasta su hombro, aunque en realidad no había abierto la boca. Llevé a cabo la orden casi involuntariamente, las puntas de mis dedos rozaron su cuello con temor.

Desde fuera podía parecer distinto, pero en aquel momento la identidad era irrelevante. Su aliento me rozaba la mejilla, su olor penetrante me abrazaba por detrás, su mano agarraba la mía con tanto cuidado que pensé que flotaba sola. Él se movió hacia un lado como si la música así lo quisiese, y yo le seguí. Había algo en la barbilla que rozaba contra mi pelo, en el ritmo un poco desbordado de su corazón que me llegaba cuando un movimiento me hacía acercarme de más a él y en sus ojos que yo sentía fijos en mi clavícula que se sentía extrañamente familiar. En el centro de la pista parecíamos uno solo, sus movimientos estaban tan en consonancia con los míos que podría jurar que era algo aprendido. En el hechizo del momento, mientras el sabor agridulce de cada acto sinfónico se pegaba a nuestra piel, la línea divisoria entre el bien y el mal se desdibujaba.

Cuando la aguja empezó a acercarse a la otra orilla del disco, me di cuenta de que mi corazón latía muy deprisa. Los dos nos miramos sorprendidos, mis brazos descansaban ambos alrededor de su cuello, sus dos manos se posaban en mi cadera. No me pregunté cómo habíamos acabado así, solo deseé que por un momento, la canción volviera a empezar.

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[La canción que bailan es la que está puesta en multimedia]

Después de MUCHO MUCHO MUCHO tiempo, volví 😊 Este capítulo me ha encantado escribirlo y ha sido sobre todo porque quería hacerlo y no me he forzado. He tenido muchos dilemas sobre seguir con la historia porque sé que muchos quieren saber cómo acaba, pero yo no me encontraba con ganas para actualizar seguido y como lectora sé que eso es un coñazo. Tampoco quería subir por subir y no quedarme contenta con el resultado, así que creo que lo que haré será escribir cuando me sienta con fuerzas para ello y actualizar cuando acabe un capítulo. Siento si no puede ser como antes o si esto te quita ganas de seguir leyendo mi historia, pero creo que es lo mejor en todos los sentidos. No hay mucho más que decir, GRACIAS POR LLEGAR HASTA AQUÍ, OS QUIERO CARACOLITOS 💜😄

PD: CONTADME ALGO, OS ECHO DE MENOS 😳🙏

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