Un suspiro y mil disparos | t...

By BeautifulDerangement

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Hay miradas que hablan. Y desde el momento en que los ojos de Mickaellie se encontraron con los de Yuu Shiroy... More

Introducción
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17 [POV Aoi]
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30 [POV Aoi]

Epílogo

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By BeautifulDerangement

Tres años después.


Un sonido constante y rítmico de muebles colapsando contra la pared llenó el espacio del departamento. Las dos personas causantes del caótico escenario se encontraban lo suficientemente ocupadas en una batalla de cuerpos cálidos y sudorosos; no podían estar menos interesados en que los oyeran.

La joven saltaba sobre el regazo del hombre que yacía sentado debajo de ella, mientras pronunciaba palabras en un idioma desconocido para quien felizmente ayudaba a llevar a cabo la actividad y sostenía la cintura ajena.
Yuu no comprendía ni una palabra, sin embargo, la manera en que la voz se deslizaba en un perfecto francés lo mantenía completamente extasiado. Un susurro desesperado llegó a sus oídos un momento antes de que Mickaellie se abandonara ante la cálida y electrizante sensación, emitiendo un ligero y glorioso gemido.
El moreno la empujó con cuidado hasta que la espalda de su futura esposa tocó las sábanas. Se introdujo varias veces más y alcanzó su punto minutos después, escondiendo la cara en el cuello contrario a la vez que gruñía en señal de satisfacción.
Cansada, Mickaellie levantó la mano para acariciar el cabello oscuro del hombre y susurró unas bonitas palabras de afecto. Yuu dejó escapar un largo suspiro y se tensó inevitablemente cuando su melena fue revuelta de manera cariñosa.

—Si continúas haciendo eso, me quedaré dormido. Y no creo que vaya a gustarle ser aplastada, señorita. Deberías detenerte.

La chica sonrió conmovida y continuó con su tarea. Era consciente de que él estaba siendo tímido en aquel momento, tal vez un poco incómodo por el hecho de dejarse mimar luego del frenético encuentro; razón por la cual siempre intentaba escapar y actuar como si pudiera vivir sin aquellas muestras de afecto.

Yuu había aprendido a la fuerza que el sexo era solo sexo. Durante toda su vida había estado acostumbrado a ver la espalda de las mujeres con las que se acostaba mientras se vestían y lo dejaban solo. Él pensaba que era normal que lo apartaran y le hicieran sentir como un objeto de diversión, pero eso había terminado cuando Mickaellie le enseñó lo fácil que era sentirse querido y deseado más allá de lo físico. Pero seguía siendo algo extraño para él, se rehusaba a entender la razón por la que se sentía bien ante la mirada cálida, la sonrisa genuina y las caricias en su cabello. O por qué encontraba todo eso más emocionante que cualquier otra cosa antes conocida.
Mickaellie le había mostrado todas las facetas del amor, incluyendo hasta las más sacrificadas, y eso lo arrastró a un punto donde las emociones que antes había reprimido lo comenzaban a sofocar; entró a un mundo en donde sentir con el alma era más importante que sentir con el cuerpo. Aunque saberse amado era algo hermoso y nuevo, Yuu sabía que necesitaba ayuda para procesarlo y sanar todas sus inseguridades, para ser capaz de construir una relación sobre cimientos sólidos y para entender que él ya no era un objeto,  lo que lo llevó a intentar una terapia. Era difícil, pero cada vez iba cediendo un poco más ante las muestras de afecto de su futura esposa después de tener relaciones.

Suspiró otra vez.

—Mañana iré al cementerio. Dejaré unas flores.

La joven asintió.

—Hana estaría feliz de que lo hicieras.

A pesar de todo, Mickaellie había comprendido que una relación no solo se trataba de amor, sino de ceder a ciertas cuestiones y esperar que la otra parte cediera también; una de ellas era dejar el rencor atrás y alentar a Yuu a que visitara a su madre en el cementerio. A cambio, Mickaellie podía trabajar en la biblioteca y librería de la ciudad junto a Kazuki sin que Yuu comenzara a quejarse.
El hecho de que pasaran varios años puso las cosas en su lugar de una manera natural. Mickaellie seguía sin sentirse apresurada a casarse, lo cual terminó por convencer a Yuu que lo harían en el momento indicado; el tiempo le había confirmado que no necesitaba más para que ella estuviera a su lado.

—¿Quieres acompañarme? —la duda resonó en la voz del hombre. Había preguntando lo mismo durante años a pesar de que la respuesta siempre era la misma. Lo hacía por mera costumbre.

—Sí.

Aoi levantó la cabeza del pecho ajeno y la miró desconcertado.

—¿Sí?

—Hay varios lugares donde quiero dejar flores.

Yuu trazó pequeños dibujos con los dedos sobre la piel de la mujer que amaba. Ella rió y dejó que aquel hombre descansara su cabeza en su pecho, logrando que ambos cayeran en un tranquilo y reparador sueño.

Horas más tarde, Mickaellie rondaba por el cementerio buscando el lugar indicado. A lo lejos, el hombre de cabello oscuro tenía su momento privado junto al sepulcro de su madre, en la cual dejó algunas flores y quitó las que ya estaban demasiado marchitas. Aoi iba una vez al mes y se sentaba allí por al menos una hora para contarle a su madre sobre su vida. Cada vez que pasaba por ese momento, se lamentaba el no haber tenido una buena relación en vida y se imaginaba todas las situaciones que podrían haber ocurrido si tan solo las cosas hubieran sido diferentes. Él era consciente de que pensar en eso no tenía sentido, pero le hacía sentir un poco mejor.

Un rato después, Yuu oyó unos pasos y se secó las lágrimas mientras veía a su pareja dejando unas flores, aquel acto lo había conmovido a un nivel demasiado profundo. Cuando se levantó, se aferró a aquella joven como si fuera la única cosa que le quedaba en el mundo.

—Gracias por estar aquí, conmigo. Por ser bondadosa y honrar a mi madre a pesar del daño que te ha hecho —dijo en un susurro ahogado—. Creí que le guardarías rencor por siempre...

—No. Siempre he deseado que descanse en paz —respondió ella—. Hana sabe que ya perdoné.

Mickaellie se separó de Yuu para acercarse a la lápida y quitar un poco del polvo que tapaba el nombre de Hana Shiroyama. Acarició el nombre con nostalgia y le regaló una sonrisa suave, libre de tristezas, miedo, odio o ira. Tal vez era la primera y última vez que iría a ese lugar, así que aprovechó la ocasión para dar una despedida respetuosa.

—Aunque las secuelas de tus actos aún no desaparecen, aquí estoy y te perdoné. En mi corazón ya no hay lugar para guardar malos sentimientos sobre ti, Hana. Quería esperar, quería comprender, sanar y soltar todo el resentimiento antes de venir aquí —dijo y acomodó una rosa blanca—. Ya no tengo miedo de mi pasado, muchas cosas cambiaron en mí y todo está bien ahora, por eso... Por eso quiero casarme con tu hijo.

La joven levantó la vista y se encontró con los ojos oscuros que la observaban intensamente. El corazón de Yuu comenzó a bombear con suma rapidez antes de ponerse de rodillas junto a Mickaellie y tomar su rostro entre sus manos. La acarició como si no pudiera creer que aquel momento fuese verídico.

—Dilo otra vez —suplicó.

—Vamos a casarnos.

—¿Cuándo?

Ella se encogió de hombros.

—Mañana.

Ya no era una pregunta. No había dudas en aquellas palabras, se notaba tan segura y firme, que Yuu no podía siquiera reaccionar, de hecho no se había percatado de su llanto hasta que la chica le tocó las mejillas para secar sus lágrimas. Un cúmulo de emociones le tocó la fibra más sensible de su ser y Mickaellie se le unió al llanto de felicidad.
No pasó mucho tiempo hasta que ambos salieron de aquel lugar y volvieron al coche. Yuu continuaba sin volver a la realidad, pero escuchó atentamente cada cosa que su futura esposa le dijo en el camino: Lo había pensado hacía mucho tiempo y, secretamente, comenzó a hacer planes para la boda. Tenía todo listo, incluso le mostró una foto del traje que había escogido para él.

—Sinceramente, me hubiera gustado ir antes al cementerio, pero quería tener todo listo, quería que supieras que en mí solo quedan sentimientos buenos y que me quiero casar contigo porque eres la persona de mi vida.

Yuu tomó su mano y continuó conduciendo con una sonrisa. El silencio se instaló por un rato y Mickaellie lo entendió, ya que su futuro marido aún estaba en su nube. Solo esperaba que volviera en sí al momento de aceptar el matrimonio.

[ . . . ]


La pareja condujo hasta la biblioteca del centro de la ciudad y entró al enorme edificio, encontrándose con Kazuki, quien se mantenía apoyado en el mostrador mirando hacia una joven que traía unos libros. Ella cayó torpemente y Mickaellie corrió a socorrerla. Yuu se acercó a su hermanastro al ver que él no apartaba la vista.

—¿Sabías que es de mala educación mirar a alguien tan fijamente? —se apoyó en la misma posición que el otro y habló por lo bajo—. Quién diría que algún día te verías así de idiota por una mujer...

Las jóvenes se ayudaron mutuamente con los libros y ambas comenzaron a hablar en un idioma que los demás parecían no entender. Kazuki, que ni siquiera pudo abrir la boca para contradecir a su hermanastro, la abrió solo para quedar aún más anonadado por su nueva ayudante.

—¿Q-Qué dicen?

—Hablan sobre libros —murmuró Aoi, que apenas entendía algunas palabras. Sin darse cuenta, él imitó el gesto contrario y se quedó observando a su chica. Un momento después, añadió: —Dile a esa chica que te enseñe un poco de francés, te hará más cercano a ella.

—No puedo —confesó.

—¿Y por qué no?

La voz confusa de Yuu hizo que el joven se sintiera avergonzado.

—No puedo oírla —la frustración fue evidente cuando se frotó la cara—. Es tan sexy cuando lo hace, arrastra las palabras de una manera... Yo simplemente no puedo detener mis pensamientos, ¿me entiendes?

Sí. Yuu lo entendía a la perfección. Sin duda había algo en las francesas que lograban volver completamente locos a aquellos dos hermanos, pero él no estaba dispuesto a compartir sus pensamientos sucios sobre su chica, por lo que solo rió y le dio un toque en la espalda al otro para que tomara coraje.

—Bueno, ¿al menos la invitaste a salir ya?

—No —Kazuki movió su cabeza y un leve sonrojo le cubrió las mejillas.

—Las personas no son adivinas, Kazuki. Dile que te gusta, y ya sabes, que te enseñe francés mientras hacen... eso.

—Cállate.

—Mírate, sonrojado como un niñito virgen —se burló y el hermano menor le golpeó el brazo.

—Soy un virgen sentimental, idiota. Es la primera vez que siento esto, no sé cómo demonios actuar.

—Te daré un consejo: No pierdas el tiempo dando vueltas y hundiéndote en la indecisión. Solo ve y dile, que sea lo que tenga que ser.

Las chicas volvieron cargando libros y riendo entre ellas, cortando así la conversación. Kazuki se encontró de lleno con los pronunciados ojos de la joven que le gustaba, pero pudo actuar a tiempo y tomó los libros por ella para luego acomodarlos en el mostrador, claramente nervioso. Mickaellie le dio los suyos y volvió rápidamente su atención a la chica.

—Es bueno saber que Kazuki encontró una ayudante excepcional, Anna. Espero no haberte dejado tanto trabajo.

—No fue mucho —sonrió con amabilidad.

Yuu, quien no entendió lo que estaba sucediendo, preguntó de qué estaba hablando su futura esposa. Mickaellie le explicó que había dejado el trabajo en la biblioteca para ocuparse de los preparativos de la boda. Luego le presentó a la chica, quien respondía al nombre de Anna, y la invitó a la boda sin dudarlo.
Anna no estaba muy segura de asistir, ya que apenas había conocido a Mickaellie y no quería molestar en un momento tan íntimo.

—Ve con Kazuki. Te aseguro que te divertirás, además algo me dice que seremos buenas amigas.

Yuu levantó las cejas hacia Kazuki en un gesto cómplice, entendiendo que Mickaellie se había percatado de absolutamente todo lo que estaba ocurriendo entre esos dos. Cuando pudo convencer a Anna, Mickaellie se despidió satisfecha de haber logrado su objetivo, luego le envió un mensaje de aliento a su cuñado y le dijo que avanzara en aquella incipiente relación.

Luego de jugar a ser Cupido, la pareja se dirigió al lugar donde se celebraría la boda. Mickaellie puso al tanto a su futuro marido sobre todos los detalles del lugar, incluyendo la extravagante luna de miel en París. Aunque el pelinegro no estaba del todo convencido con aquello, terminó por aceptar, aunque redujeron la estadía a un fin de semana, ya que él debía volver a su trabajo.
En la enorme sala se encontraban Uruha y Ruki acomodando los arreglos florales, quienes saltaron de alegría al saber que Yuu ya estaba enterado de todo.

—Me mordí la lengua mil veces para no contarte, maldita sea, ni siquiera podía contarle al profesor de teoría musical porque es tu amigo —gruñó el rubio.

—Yo no soy chismoso, así que no me costó tanto guardar el secreto —añadió Uruha y palmeó amistosamente la espalda del hombre—. ¿Cómo se siente el novio? ¿Nervioso?

—Feliz —respondió—. No encuentro otra palabra que me describa ahora mismo.

—¿Y la novia?

—Oh no, no le preguntes —siseó Ruki—. Se pondrá sentimental, ¿y luego quién la para?

—¿Puedes dejarla tranquila? Es normal que esté sentimental —discrepó Uruha—. Ven, Mickaellie, llora conmigo y dime, ¿cuándo crecimos tanto? —preguntó con aparente inocencia y nostalgia—. Me refiero a nosotros tres, por supuesto que Takanori no cuenta, se quedó bajito y con el corazón frío.

—Kouyou, a veces te odio.

—Ajá, ¿y los besos que me diste anoche eran de odio también?

Yuu no tardó en contener la risa y transformarla en un carraspeo ruidoso. Mickaellie y el mismísimo Ruki se vieron completamente asombrados por la valentía de Uruha. Él jamás se había atrevido a hablar de cosas así, mucho menos expresar tan abiertamente que tenía algo con su amigo. El más bajo no supo qué decir, así que le lanzó unas rosas con espinas que terminaron incrustadas en la mejilla y manos del chico por accidente.

—De acuerdo, esto se salió de control —espetó el mayor—. ¿Qué demonios te pasa?

—No te muevas, Shima, tienes sangre —dijo Yuu.

—¿Qué me pasa? La pregunta es qué te pasa a ti. ¿Te crees la gran cosa solo porque te di un par de besos anoche?

—Y bien que te gustaron los que te di yo —contraatacó.

—Ya basta —Mickaellie alzó la voz—. ¿En serio van a pelear por esa tontería? Tienen una maldita tensión entre ustedes desde hace años, ¿por qué no se encierran en la habitación y lo resuelven de una vez? Estoy harta de que se peleen de esta manera, de los celos irracionales y que estén lastimándose el uno al otro fingiendo que no pasa nada —la joven se cruzó de brazos—. Se gustan y todos nos dimos cuenta de ello, supérenlo y hagan las paces.

El silencio en la amplia sala solo hizo que Mickaellie se sintiera incómoda, tal y como aquella vez en la que le dijo a Ruki que no debía dejar que su madre decidiera sobre su futuro.
Yuu la señaló.

—¿Ven? Por eso me quiero casar con ella.

Estallaron en carcajadas hasta quedar sin aire. Luego, en un impulso, Ruki le quitó una espina con cuidado a Uruha y le pidió perdón. Parecía que iban a besarse allí mismo, pero Uruha optó por pedirle a su compañero que le ayudara a limpiar los pequeños cortes en su rostro y manos, razón por la cual desaparecieron rápidamente del lugar.
Mickaellie y Yuu terminaron de decorar con mucho entusiasmo y antes de retirarse, se encontraron con Joanne y Hideto que pasaban a dejar algunas cosas. Ambos se veían muy contentos y entusiastas, así que decidieron salir a cenar juntos y pasar un buen momento antes de la boda.
La madre de Mickaellie estaba maravillada con su yerno y le había confesado que lo quería como el hijo varón que nunca tuvo, cosa que conmovía a Yuu cada vez que se lo decía. Le gustaba llamarla "mamá" de vez en cuando y se llevaban muy bien.

Al volver a su casa, eran apenas las once de la noche, pero ambos estaban exhaustos, así que tomaron una ducha y cayeron rendidos ante el cansancio. Ni los nervios de la boda podían batallar contra el sueño que ambos cargaban. Y lo mejor era que Mickaellie podía dormir tranquila, sin pesadillas ni miedo, porque sabía que nadie volvería a lastimarla jamás.
Despertó sintiendo unos besos húmedos sobre su cuello y la voz enronquecida que le avisaba que eran las dos de la tarde.

¡Las dos!

Saltó de la cama y golpeó accidentalmente al hombre que estaba a su lado. En un segundo hizo un recuento mental de todo lo que debía hacer. Bañarse, encontrarse con la estilista, arreglar su cabello, maquillarse, mientras tanto hacerse la manicura y pedicura, elegir la lencería (había comprado tres modelos que le encantaban y no se decidía), entrar en el bendito vestido, prepararse mentalmente para no llorar por todo y, por último, esperar a que un maravilloso coche blanco la llevara hasta aquel hermoso lugar y casarse con el hombre de su vida.

Parecía un sueño. La pesadilla era hacer tantas cosas en unas pocas horas.

—¿Hacía falta el golpe en la cara?

—Lo siento. Realmente lo siento, cariño. Es que... —miró la pantalla del celular—. Me va a asesinar cuando salga por esa puerta, ¿sabes? Acaba de avisarme que la estilista, el maquillador y la manicura me están esperando hace una hora, y que si no aparezco, me dejará pelada.

—¿Tu madre? —Yuu bostezó tranquilamente.

—¿Quién más podría ser? —espetó la chica, secretamente envidiando a su futuro marido, ya que él solo debía peinarse y ponerse un traje para verse espectacular.

Mickaellie se vistió rápidamente y salió hacia el salón de belleza. Joanne la regañó, pero como no quería arruinar el día, dejó que la gente hiciera su trabajo sin inmiscuirse demasiado. La joven recibió un tratamiento digno de un spa de lujo, incluida la dolorosa depilación y otras cosas que no le agradaron demasiado. Varias horas después se vio interrumpida por una llamada en su teléfono, la cual correspondía a Reita.

—Sé que no es momento, pero, ¿puedes explicarle a Yaku la razón por la que no puede ir de blanco a la ceremonia? —la voz del rubio se notaba exasperada y resignada.

—Déjala que se vista con el color que desee. ¿O tienes miedo de que ella aproveche el momento y quiera casarse también?

—Mickaellie, no es eso —él baja la voz a un susurro—. De hecho quiero pedírselo, pero no hoy. Solo que no me parece correcto que tenga un vestido blanco cuando la única de blanco debes ser tú.

—Voy a ser sincera, Reita, no me interesan ese tipo de tradiciones. Solo quiero que estén allí y me acompañen en este momento importante, ¿está bien?

—De acuerdo. Pero... ¿estás segura de lo que vas a hacer? Me refiero a casarte con el profesor... Sabes que la gente va a hablar, ¿cierto? Me preocupa que eso te haga daño.

—Estoy tan segura, que la gente puede hablar hasta por las narices y no me podrá afectar jamás. De hecho la gente ha hablado de mí durante años, pero nadie sabe cómo y porqué terminé enamorada de mi profesor, ni todo lo que tuvimos que pasar para llegar hasta aquí. Ni siquiera tú, aunque te considero mi mejor amigo.

—Cuando regreses de la luna de miel, ¿me lo podrías contar?

—Por supuesto —ella sonrió al verse al espejo—. Es mi historia favorita de todos los tiempos, tal vez hasta se la cuente a mis nietos, si es que algún día los tengo.

—Bien. Entonces, no te quito más tiempo. ¡Nos vemos en unas horas!

—Nos vemos.

Las horas pasaron volando. Mickaellie tenía los nervios a flor de piel mientras se miraba en el enorme espejo que reflejaba su silueta envuelta en un vestido largo y blanco, su cabello recogido en un moño elegante y su sutil maquillaje que resaltaba cada parte favorecedora de su rostro. Se sentía ella misma pero mejorada, más feliz, más viva.
Su madre se deshizo en halagos y llanto, arruinando una vez más su maquillaje. Tardó veinte minutos en retocarse, pero luego salió del lugar porque no quería continuar llorando.

La chica esperó pacientemente y recordó con nostalgia todo lo que había vivido desde que se mudó de Francia. El vuelo, los días de acomodar la casa, su visita al psiquiatra y la manera en que tuvo que llegar al consultorio de Yuu Shiroyama. El momento en el que lo vio y supo que iba a caer por él. No pudo evitar recordar cuando terminaron encerrados en el consultorio, cuando lo encontró en clases y la primera vez que se besaron. Cuando comenzó a notar que había algo extraño y peligroso en él, cuando se metió a la boca del lobo sin saberlo...

Cuando se descubrió completamente enamorada de aquel hombre, incluso conociendo cada una de sus heridas e imperfecciones.

El amor entre ambos era tan grande, que no había manera de medirlo, pero sí de inmortalizarlo.

Su papá apareció frente al salón de belleza con un coche blanco. Entró y le dijo unas palabras emotivas antes de salir, las cuales casi hacían que ella arruinara su maquillaje al igual que su madre, pero logró contenerse. Mickaellie subió al coche con una sonrisa en el rostro y, al llegar al lugar, supo que había esperado toda su vida por ello.

Supo que el destino se estaba cumpliendo. Estaba escrito. Ese era su final feliz.

Salió acompañada de su padre e ingresó al enorme salón que habían decorado el día anterior. Sus seres queridos estaban allí, todos juntos, viéndola entrar en su imponente vestido y aplaudiendo como si fuese una estrella.
Yuu estaba eufórico, no podía dejar de verla y admirar cada detalle. Había perdido la cuenta de cuántas veces soñó con aquel momento, pero vivirlo era completamente diferente. Cada paso de Mickaellie se sentía como mil latidos en su pecho. La suave melodía del piano que acompañaba la entrada de aquella mujer le hizo sentir que estaba en una película, y en esa escena ninguno de los dos apartaba la mirada.

Cuando ella llegó a su lado, Yuu tomó su mano y le sonrió suavemente a Hideto, quien le entregó a su hija como el protocolo lo exigía. No pasó mucho tiempo hasta que la ceremonia llegó al punto más emocionante, donde ambos se prometieron cuidarse, amarse, respetarse y sobre todo permanecer juntos a pesar de todas las dificultades, en lo bueno y en lo malo. No habría mucha diferencia entre su vida antes de casados y después, ambos ya hacían todo eso y más.
Yuu comenzó a llorar en el momento que colocó el anillo en la mano de Mickaellie e hizo una pregunta que ella conocía muy bien.

—¿Te he dicho ya lo mucho que te amo?

Ella asintió y, a pesar de que su maquillaje estaría arruinado, también lloró mientras ponía el anillo en la mano del contrario.

—Yo también te he dicho que te amo. Y te lo diré siempre...

—En cada uno de nuestros besos —susurraron ambos al mismo tiempo.

Se miraron a los ojos un momento, como preguntándose si aquello estaba sucediendo en realidad, así que se besaron. Se rodearon con los brazos con fuerza y sus bocas se unieron, se reconocieron y se sintieron. Realmente estaba pasando. Ambos estaban casados.
Todos alrededor aplaudieron y gritaron, muchos lloraron de felicidad y se tomaron de las manos con las personas que amaban, conscientes de que algún día también estarían en el altar.
La reciente pareja de casados caminó hacia afuera, siendo felicitados por absolutamente todos los invitados. El arroz no tardó en hacerse presente y corrieron hacia el coche mientras reían, llenos de felicidad.

—¡Nos vemos en la fiesta! —gritó Yuu.

Tenían media hora para cambiarse y descansar, pero prefirieron ir a su casa para estar un rato alejados del mundo. No pudieron despegarse ni soltarse las manos, realmente era el mismo sentimiento de siempre, pero esta vez eran demasiado conscientes de ello.
Al cerrar la puerta, el novio atacó los labios de su flamante esposa, embriagado por el dulce sabor de su labial.

—Lo arruinarás, ¿sabes?

—Por supuesto. Es mi parte favorita de verte maquillada, arruinarlo todo a besos.

—¿Solo a besos? —dijo Mickaellie sobre los labios ajenos.

—No te pongas traviesa, que nos quedan solo veinte minutos para volver allá —le recordó él, tentado por la insinuación.

La chica levantó un poco su vestido, dejando al descubierto la fina lencería que llevaba puesta. Yuu tomó aire y se llevó las manos al cabello oscuro para mantenerlas quietas, porque estaba al borde de tocar. Y tocar era sinónimo de no parar, pero no tocar le hacía desear aún más. Se iba a volver loco.

—¿Realmente llevabas eso tan atrevido debajo de la ropa?

—Sí. ¿No es lindo?

—Maldita sea, Mickaellie, claro que es lindo lo que llevas puesto, pero será más lindo quitártelo cuando tengamos tiempo, así que deja de tentarme —se dio media vuelta y caminó hacia el dormitorio para no torturarse más con la sensual vista, pero lamentablemente ciertas cosas habían comenzado a funcionar en su cuerpo—.  No, no, no, ¡no! ¿Y qué hago ahora con esta cosa despierta?

Mickaellie rió dulcemente al notar que su marido la deseaba. Estaba feliz y de muy buen humor, sabía que luego de la fiesta le esperaba lo mejor.

Veinte minutos más tarde se encontraban en la recepción. El lugar estaba repleto de gente, mesas y comida que había preparado la madre de la novia. Mickaellie y Yuu pasaron por todas las mesas a saludar y hablar, pero Mickaellie pasó por una en especial que la hizo muy feliz.
Arly, Kaz y Kai se encontraban allí. El primero estaba sentado al lado de una joven que Mickaellie recordaba vagamente, era una de las muchachas del antiguo club de Hana. Estaban tomados de las manos, así que los recién casados supusieron que era su nueva pareja. Kai estaba con su novia, quien era policía, y Kaz estaba solo, pero hablaba amistosamente con Hideto,  no paraban de reír.

—No puedo pedir más, muchachos, estoy contento de que tomaran la decisión —dijo Arly, palmeando la espalda de Yuu—. ¿Y para cuándo los niños, eh?

—Es pronto —sonrió Mickaellie algo incómoda.

—¿Pronto? Están juntos hace años, no es pronto —dijo Kai, asombrado—. Mírame a mí, ¿sabes hace cuánto tiempo estoy con mi preciosa mujer? Un año y ya tiene tres meses de embarazo —toca el vientre de ella con orgullo—. Apúrate a embarazarte, que quiero a los niños juntos en el colegio.

—Estás delirando, Kai, no tienes remedio —le sonrió Yuu y tomó de la mano a Mickaellie para continuar su camino.

—¡Eh! Ya sé que estás casado, pero, ¿por qué no hacemos una despedida de soltero en el club? —vocifera Arly.

—¡No la necesito! —Yuu se dio media vuelta y le susurró a Mickaellie: —Llévame lejos, que Arly me quiere incitar a pecar.

La chica rió y siguió su camino, pero la mano de Kigari detuvo su andar. Ambas se miraron con seriedad y por un momento recordaron los momentos en los que no podían ni verse, pero terminaron por reírse y abrazarse.

—Te ves increíble, voy a pedirle a tu mejor amigo un vestido como el tuyo —dijo y luego se dirigió hacia el pelinegro—. Quiérela mucho y respétala, que mujeres bonitas y con ese corazón tan enorme, escaseamos en este mundo.

Yuu asintió y no pudo evitar reír ante el último comentario. Kigari era demasiado segura de sí misma.
La fiesta continuó con baile, comida, una interpretación de baladas de Ruki, Reita y Uruha en el escenario y mucho alcohol. Cuando Mickaellie y Aoi se retiraron, fueron directo a su hogar nuevamente. Sabían que tendrían su luna de miel para ello, pero no podían esperar más para unirse de una manera más profunda, por primera vez, como casados.
Se besaron desordenadamente, con desesperación y hambre. No había manera de que pudieran detenerse, la ropa fue desapareciendo de a poco e instantes después Mickaellie se encontraba con el maquillaje completamente arruinado. No por lo salvaje del momento, sino porque se encontraba llorando de felicidad, al igual que su esposo. El sentimiento del uno por el otro era tan abrumador, que ninguna cosa física podría transmitirlo con la misma intensidad, pero el hecho de que sus corazones latieran al unísono era suficiente para inmortalizar aquel amor tan puro y profundo.

—Te amo, Mickaellie Shiroyama.

—Te amo, Yuu Shiroyama, realmente te amo.

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