Maullidos a la Luz de la Luna...

By Sora_Cuadrado

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Las cosas han cambiado mucho para los héroes de Paris. Marinette es la nueva guardiana de los prodigios y tie... More

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-Cocinando Juntos-

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By Sora_Cuadrado

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Día 10: Cocinando Juntos

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Es por todos conocidos que una persona que ha logrado encontrar su rincón especial en el mundo, ese en el que se siente feliz, satisfecha y relajada, debe hallar la manera de... llenarlo de comida.

Marinette Dupain-Cheng bajó con sumo cuidado los últimos peldaños de la escalera de su casa y se detuvo por quinta vez. Alzó la cabeza, esperó reteniendo la respiración y no oyó nada. Giró para recorrer el último tramo; el que conducía a la panadería de sus padres.

Este lugar tenía un aspecto bastante distinto por la noche. Las cristaleras del escaparate se habían convertido focos que atrapaban la luz de las farolas de la calle para atraerlos al interior, estos se reflejaban en las vitrinas vacías y creaban olas de colores pálidos sobre el suelo.

Todo estaba quieto, en silencio.

Se metió en la trastienda y, sacando el manojo de llaves, abrió la puerta de atrás, la que daba al callejón. Allí no había más que los tibios rayos de la luna casi llena. Una figura alta esperaba al otro lado.

—Hola —saludó, mirando a un lado y a otro, aunque era poco probable que hubiese nadie por allí a esas horas.

La figura avanzó, aunque se detuvo en el umbral. Levantó su mano.

—B-buenas no... —Carraspeó, se agitó un poco y se estiró—. Buenas noches, princesa.

La chica le hizo un gesto para que bajara la voz y él asintió. Le dejó pasar y volvió a cerrar la puerta. Entonces, le tomó de la muñeca y le guio a través del pasillo en penumbras de vuelta a la trastienda.

A tientas, pero con la ventaja de conocer la habitación, Marinette prendió unas cuentas velas creando diversos puntos de luz sobre la encimera de la cocinera. Por supuesto, no era la de su casa, sino la que usaban para hacer el pan y el resto de los dulces que después vendían. Cuando se volvió, héroe y chica se vieron las caras a través del resplandor anaranjado. Chat Noir seguía parado en el mismo lugar, algo encogido, como nervioso.

—¿Pasa algo? —preguntó ella.

—¿Eh? ¡No! —respondió el otro—. Ah... ¿seguro que está bien que cojamos comida de aquí?

—Sí, cada día nos sobra una buena cantidad de dulces que no se vende —Le explicó ella—. Mis padres donan la mayor parte a un comedor que da desayunos, pero hay algunas cosas que se endurecen demasiado rápido y hay que tirarlas.

>>. Si cogemos de eso, no se darán cuenta.

Solo necesitan un poco, al fin y al cabo. Tal vez un par de bandejas de pastas o una cajita de croissants para llevar al café. Chat Noir había hecho un gran trabajo en ese lugar, así que Marinette pensó que ella debía encargarse de llevar la comida. Además, se había vuelto una experta en tomar la comida que les sobraba para alimentar a los Kwamis y desde que estos permanecían en la caja mientras ella no estaba, los robos que preocupaban a sus padres habían parado y ya no la vigilaban.

Resuelta, se dirigió hacia una puerta de madera que había en un rincón; la despensa.

—Oh no... —murmuró afligida al mirar dentro.

—¿Qué?

El chico se acercó también para encontrarse con un montón de cajas de plástico amontonadas y vacías.

—Mi padre ha debido llevarlo todo al comedor antes de tiempo —Se lamentó ella—. Suelo hacerlo por la mañana, antes de abrir la panadería pero hoy debió acabar antes y lo repartió a última hora.

Registró cada rincón de la pequeña despensa de la que escapan efluvios de olores dulces y una temperatura más fresca que la del exterior, pero aparte de un poco de harina en el suelo y algunas migas, no encontró nada.

—Vaya... —murmuró Chat Noir, encogiéndose de hombros—. Parece que nos quedaremos sin galletas.

—¡Qué desastre!

—No es para tanto...

—¡Sí, lo es! La comida era cosa mía...

Resopló cerrando la puerta de la despensa y caminó hasta la isla de madera que había en el centro de la estancia. Apoyó la cadera, molesta consigo misma y se cruzó de brazos. ¡Tenía que haber comprobado si habría o no comida antes de hacer a Chat ir hasta allí! Si lo hubiese sabido, ella misma podría haber cocinado algo esa tarde, conocía recetas muy sencillas y rápidas para hornear galletas...

Sencillas y rápidas repitió en su mente. Arrugó la nariz y dirigió una mirada circular a la sala, recitando mentalmente: harina, azúcar, mantequilla, huevos, esencia de vainilla, chocolate... Sus ojos repasaron la encimera donde estaban las velas, el modo en que los reflejos dorados del fuego coloreaban los cuencos, el batidor de mano, el colador; el horno con sus bandejas y moldes...

—¿Qué piensas? —preguntó Chat Noir. De pronto estaba parado a su lado, mirándola fijamente con las cejas fruncidas—. Pones cara de estar planeando algo.

—¿Ah, sí?

—Sí... me encanta —Marinette se giró hacia él y el chico dio un respingo, desviando los ojos—. ¿Se te ha ocurrido algo?

—Puede... pero no sé si es una buena idea —murmuró, mordiéndose el labio inferior—. Conozco una receta para hacer galletas de mantequilla y chocolate en quince minutos.

—¿Solo en quince minutos?

—Sí y están deliciosas —le aseguró, sonriente—. Las hago a menudo, son las favoritas de T... ¡De una buena amiga mía!

—¡Genial! —repuso el chico, entusiasmado—. Pero... ¿no haremos mucho ruido?

>>. Tus padres están durmiendo arriba y aunque vuelvo a caerles bien, no sé cómo se tomarían atraparnos con las garrrras en la masa.

—El horno es muy silencioso —respondió ella, agachándose para encenderlo. Debía precalentarse a buena temperatura para que el horneado fuese breve—. Mientras no hagamos ruido nosotros... —Al levantarse, sin embargo, golpeó con la cadera el palo de la escoba que estaba apoyado en un rincón.

Este se tambaleó y la chica movió los brazos, asustada. Chat Noir se estiró para atraparlo justo antes de que golpeara el suelo. Se miraron en ese instante de pánico y Marinette suspiró, aliviada.

—Gracias —susurró con una sonrisa. El chico soltó el cepillo en la esquina del cuarto más alejada que pudo encontrar.

—¿Qué es lo que decías sobre no hacer ruido, princesa?

Ella sacudió la cabeza poniéndose el delantal sobre la ropa. Con una sonrisa de guasa le pasó a Chat el de su madre, puesto que el de su padre era tan grande que le quedaba como si fuera una capa. Pero el chico lo cogió y se lo puso sin mostrarse en absoluto avergonzado.

No hubo más incidentes mientras Marinette sacaba los ingredientes y los iba pesando en su báscula. Los repartió sobre la superficie de madera y colocó un cuenco con la harina y la mantequilla en las manos del héroe.

—Mézclalos bien con esto —Le pasó el batidor de mano—. Hasta que quede una masa homogénea.

El chico, que agarraba el batidor como si fuera el mango de un cuchillo, frunció el ceño al introducir la punta en el cuenco. Enseguida se dio cuenta de que la consistencia de la mantequilla exigía más fuerza y empezó a mover la muñeca con energía. El resultado fue que gruesos pedazos de mantequilla salieron disparados.

—¡No, no tan fuerte! —le reprendió ella.

—¡¿Y cómo lo hago?!

—¿Nunca has batido nada? —El chico se encogió de hombros—. Mira, así —Marinette puso sus manos sobre las de él y le mostró el movimiento—. Con fuerza, pero despacio para no salpicar —Siguió moviéndolo hasta que la mantequilla empezó a disolverse—. Tendrás que limpiar tú todo eso.

—¿Yo?

Siguieron añadiendo ingredientes hasta que obtuvieron la masa y después Marinette introdujo las manos en el bol para lograr la consistencia adecuada. De sus labios brotó la dulce melodía que su padre le había enseñado para amasar pan y cuando se dio cuenta y sonrojada, alzó la mirada, se encontró con los ojos de su amigo clavados en ella y una sonrisa alargada, pacífica, en mitad de su rostro. Se puso aún más nerviosa porque él no cambió el gesto aun cuando fue descubierto.

—¿Qué? —musito, cohibida. Pero él meneó la cabeza con lentitud y siguió sonriendo.

Qué raro está hoy... pensó sin más.

Sacó las manos del cuenco y después de que Chat despejara la mesa, extendió un poco de papel para horno y cogió un par de botes con harina pasándole uno al chico.

—Ahora hay que esparcir un poco para que las galletas no se peguen a la bandeja —Tomó pellizcos y fue espolvoreando la sustancia con cuidado, con un oído siempre puesto en lo que pasaba al otro lado de la puerta por si alguien se acercaba.

En un momento dado, sintió que algo le punzaba la nuca y se detuvo. Una súbita sensación de peligro que le puso la piel de gallina y la hizo erguirse de golpe, aferrada aún al bote que sujetaba.

Giró el rostro sobre su hombro y justo detrás, observó cómo Chat miraba el interior del suyo con una sonrisa de lo más peculiar. Y como ella también era capaz de adivinar qué tipo de pensamientos pasaban por la mente de su compañero tan solo por la cara que ponía, cuando se fijó en el modo en que se perfilaba esa sonrisa... sintió un escalofrío.

—Chat... —murmuró, intentando dotar la palabra de un tono severo, de advertencia. El chico movió sus ojos hacia ella, despacio; tenía el puño de su mano derecha cerrado y blanco. Ella negó—. Ni siquiera lo piensas —La sonrisa de él se hizo mayor, sus pupilas se estrecharon en una mirada desafiante. Su semblante era una mueca burlona—. Ni se te ocurra hacerlo...

Pero le conocía. Y sabía que lo haría.

Por eso tuvo el buen tino de cerrar los ojos justo antes de que la nube de polvo blanco cayera sobre ella.

—¡Chat! —se quejó, molesta. Se frotó los ojos y vio que el chico metía la mano de nuevo en el bote—. ¡No te atrevas...!

—Oh, vamos... ¿no piensas defenderte?

—¡Mis padres están durmiendo arriba!

—La harina es terriblemente silenciosa —replicó él, arrojándole un nuevo montoncito y soltando una risita—. Ese color de pelo te sienta genial, princesa.

—¿Ah sí? ¿En serio? —La chica resopló, cogiendo un buen puñado de harina. Avanzó hacia él con una expresión aterradora en su rostro blanco—. ¡Te vas a enterar, gatito!

Miauch —gruñó él, alejándose de un ágil salto—. Recuerda que solo soy un podre gato...

—¡¿Un pobre gato?! —terció ella. Le arrojó un buen montón pero él lo esquivó y se rio. La chica rodeó la harina derramada (¡solo le faltaba resbalarse y terminar de rebozarse!)—. Que sepas que esto también lo limpiarás tú.

—¡¿Cómo?! —Aprovechando ese momento de descuido, consiguió arrinconar al chico contra la pila y le echó la harina directamente por la cabeza—. ¡Trampa! ¡Eso ha sido trampa!

Marinette no pudo reprimir más las carcajadas en su interior y estas salieron a borbotones, agitando su cuerpo que desprendía una nueva nube de polvo blanco a su alrededor. Las partículas de harina flotaron en torno a ellos, resplandecientes a la luz de las velas cuyas llamas se balanceaban en la oscuridad por las corrientes de aire que ellos levantaban con sus movimientos.

De repente, oyeron un ruido sobre sus cabezas.

Las risas se detuvieron de golpe y el estómago de la chica se encogió de pánico.

—¿Qué ha sido...? —Marinette tapó la boca de Chat Noir con sus manos y le hizo un gesto para que callara. Trató de captar algo más. La puerta que comunicaba su casa con la panadería se abrió y después, unos pesados pasos descendiendo hacia ellos.

—¡Mi padre! —exclamó ella.

Empujó al héroe con su cuerpo hasta la pared más cercana, sin quitarle las manos de la boca por si se le ocurría hacer algún chiste. Tenía el corazón acelerado cuando ambos se aplastaron contra el rincón que quedaba oculto tras la puerta.

Oyeron las pisadas de Tom llegar a la panadería, le pareció que este comprobaba la puerta principal. Después le escuchó moverse por el pasillo en penumbras, quizás para comprobar la otra puerta.

La del callejón.

¿La cerré? Se preguntó, histérica. Tuve que cerrarla.

Porque si su padre la encontraba cerraba sabría que nadie había entrado a la tienda y regresaría a dormir, ¿verdad?

Los pasos llegaron a la puerta, Marinette escuchó el inconfundible sonido de las llaves entrechocar con la cerradura. Lo estaba comprobando...

Entonces, pasó otra cosa.

Las manos de Chat Noir se habían posado sobre su cintura en un gesto suave, casi imperceptible y que, en cualquier caso, no habría llamado su atención debido a que estaba sobradamente acostumbrada a su tacto y no le daba importancia, ni siquiera en una situación tan extraña como esa.

Pero sí lo hizo cuando las manos se deslizaron a la parte baja de su espalda y ejercieron una leve, aunque clara presión, arrimándola más a él hasta que estuvieron pegados.

La chica sintió un pálpito y confusa, le miró. Sus ojos verdes, que llevaban toda la noche buscándola, parecieron capturarla por fin en una mirada arrebatadora y familiar que la robó el aliento. Fue consciente, en ese momento, de la cercanía entre los dos y del aliento del chico rozando las palmas de sus manos, por lo que, muy despacio, las apartó para descubrir una sonrisa.

Una distinta a la de hacía un rato. No era divertida, ni traviesa pero igual estaba cargada de significado. Se dijo que ya la había visto antes... ¿cuándo exactamente?

Dejó caer sus brazos, sueltos, alrededor de su cuerpo. Las manos de él la apretaron un poco más, subiendo hasta su espalda. Su rostro se acercó al de ella de forma natural. Marinette sintió un acelerón en su corazón y no pudo moverse. Creyó que él iba a besarla... pero Chat Noir acercó su frente a la de ella y dejó caer sus parpados sin más.

Respiró hondo y ella se vio sacudida por un intenso afecto ante tal gesto de intimidad, casi la hizo levantar sus brazos para rodearle.

Pero un nuevo sonido la hizo volver en sí. Al otro lado del pasillo, los pasos de su padre se alejaban. Respiró aliviada cuando le oyó subir de nuevo los escalones hacia la casa y por fin, todo quedó en silencio.

Salvo porque los latidos en su pecho sonaban como cañonazos en sus oídos.

Se alejó de los brazos del chico, nerviosa.

—Se ha ido —murmuró, porque era lo más evidente—. Menos mal que no ha visto la luz.

—Marinette... —susurró él con la voz seria. La miró un instante y después parpadeó, borrando la seriedad de hacía unos instantes—. ¿Está... listo el horno?

.

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De mejor o peor manera, lograron terminar de hornear las galletas.

Las cortaron en distintas y extravagantes formas, las decoraron con pepitas de chocolate y las metieron al horno. En menos de diez minutos estuvieran listas y la cocina se llenó de un exquisito olor a mantequilla y azúcar que alivió la tensión por el susto de ser descubiertos.

Chat Noir se habría lanzado a devorarlas en cuanto las sacaron, de no ser porque Marinette le advirtió que se abrasaría la lengua.

Las galletas debían enfriarse.

—Pero yo las quiero ahora —se quejó él.

—Podemos guardarlas y llevarlas al café—propuso Marinette sacando unas cajitas—. Echaremos el resto del chocolate en la masa y nos la comeremos.

Chat Noir no quería esperar para probar las galletas. En realidad, no quería esperar para nada.

Tener que hacer uso de su paciencia le resultaba insoportable... desde la noche anterior.

Mientras se horneaban las galletas, habían dedicado esos minutos a limpiar el estropicio de la cocina. En silencio, y cada uno por su lado, lo que le permitió meditar sobre lo que había hecho. Y como Plagg no estaba allí para decírselo, se regañó a sí mismo por ser tan impulsivo.

Mientras barría el suelo, no podía dejar de lanzar miradas de reojo a la chica. Su rostro aún estaba ruborizado entre las trazas de harina, pero ella no le miró a él.

He metido la pata.

Había actuado sin pensar, movido por su instinto. No era excusa pero literalmente había sentido que sus manos se movían solas para rodearla, para estrecharla contra él... Llevaba veinticuatro horas nervioso. Mejor dicho, ansioso.

Había revivido en su mente cientos de veces el instante mágico en la hamaca; no solo después de llegar a su casa, sino durante todo ese día. Daba igual que estuviera en clase, en su casa, practicando esgrima.

¡No podía sacárselo de la cabeza!

Plagg ya le había hecho notar, con su habitual delicadeza, que aquello no había sido nada. No podía considerarse como un beso real por más que él se empeñara en verlo así. No obstante, era lo más cercano a un beso que había experimentado en su vida, al menos que pudiera recordar.

Los intentos que había hecho con Kagami habían sido un fracaso y la leve sensación de alivio que le invadía cuando algo los interrumpía, le torturaba después a base de culpa y confusión.

Sin embargo... ahora era diferente.

Porque ya no estaba confuso en absoluto, tenía claras las cosas y sabía lo que quería: besar a Marinette. Pero no sabía si ella también lo deseaba. No notaba en ella un rechazo tan claro y contundente como a los que estaba acostumbrado por parte de su lady, así que no sabía que pensar.

Unos minutos antes, al abrazarla, ella no trató de alejarse. Y cuando inclinó su rostro, tampoco se movió. No es que pensara besarla en ese momento, en realidad no tenía pensado nada, solo quería... ¡No estaba seguro! Pero Marinette no se había mostrado incómoda. Quizás solo se había mantenido a su lado para evitar hacer ruido y ser descubiertos, pero...

No sé concluyó él, llevándose la cuchara de madera con un poco de masa hasta la boca. No se me dan bien estas cosas.

Estaban los dos sentados sobre la encimera de piedra con el cuenco de masa sobre el regazo de Marinette. Ella cogía pequeñas porciones con los dedos, mientras que él chico rebañaba con la cuchara. La quietud había vuelto y, rendido, el melancólico héroe se contentaba con la masa, en vez de con las galletas. Al igual que se contentaba con la leve presión del brazo de su amiga en el suyo, o con el débil roce de sus rodillas cada vez que, al mover las piernas sobre el suelo, estas se rozaban.

—Esto también está bueno, ¿no crees? —preguntó ella.

—¡Ah! Sí... lo está... —respondió él. Algo le decía que debía sentirse afortunado, en su vida a menudo se había resignado con menos. No eran galletas, pero al menos era algo. Sonrió y se estiró, juguetón, empujando a la chica con su hombro—. Eres una marrrrrrauvillosa cocinera, princesa.

>>. Tu familia y tus amigos tienen suerte de poder disfrutar de tu don culinario.

—Últimamente no tengo mucho tiempo libre para cocinar —comentó, llevándose el dedo a la boca—. Tenía pensado prepararle una tarta especial a Luka para su cumpleaños, pero... —Sus cejas se aplastaron y su tono decayó al mismo tiempo que lo hacían sus hombros—; supongo que ya no es buena idea.

—¿Por qué?

—No sé si es apropiado después de haber roto con él.

A Chat Noir se le resbaló la cuchara ante la revelación, pero logró cogerla antes de que esta cayera al suelo. Se le aceleró la respiración, por la noticia o el susto, no estuvo seguro.

Así que... Marinette sí había estado saliendo con Luka, después de todo. Había creado teorías al respecto, pero no había logrado que nadie de la clase se las confirmara. De hecho, había una barrera de silencio en torno a ese tema que él sentía dirigida hacia él de manera muy concreta, aunque no entendía el motivo.

—¿Así que... tenías novio?

—Sí, aunque no duró mucho —explicó ella. Hubo un cambio en su postura, más apesadumbrada, encogida de un modo que pareció transformarse en una niña pequeña que a duras penas podía sostener el cuenco—. Algunas relaciones no admiten secretos.

>>. Y yo tengo unos cuantos.

—Sí, te entiendo... —Chat Noir siguió comiendo, digiriendo esas duras palabras junto a la masa de galletas. ¿Cómo no iba a entenderla? Si a él le había ocurrido algo parecido con Kagami. Se preguntó de nuevo qué secretos eran esos que su amiga ocultaba... La miró de reojo y, haciendo de tripas corazón, comentó—. Deberías hacerle la tarta si puedes, creo que le haría ilusión de todos modos.

Era consciente de que ese consejo iba en contra de sus propios y románticos intereses, pero le dolía verla tan triste.

—¿Tú crees?

—Sí... a mí me haría ilusión —añadió. Con gran dificultad, continuó hablando fingiendo un humor más animado que el que sentía—. Si aún quieres... estar con ese chico, puede que sea mejor que le sigas tratando con normalidad.

>>. Y, a lo mejor, algún día...

—No creo que deba salir con ningún chico por ahora —declaró ella. Tajante, aunque triste.

—¿Qué? —Chat Noir la miró de vuelta, con un agujero de ansiedad abriéndosele en el estómago—. ¿Por qué no?

Ella meneó la cabeza. Sus ojos se perdieron al frente, entre las centellas de luz que subían y bajaban sobre la mecha de las velas que alumbraban el cuarto. Parecía pretender alejarse de ese momento, de esa conversación, incluso de él... Tanto así que Chat sintió el impulso de rodearla con su brazo.

—No funcionaría —respondió al final. Calló, pero su rictus se fue endureciendo para ocultar un dolor que era mucho más grande de lo que ella parecía dispuesta a mostrar. Y sin embargo, él lo adivinó. Como Adrien la conocía bien, siempre atento a sus expresiones y palabras; poco a poco había aprendido a interpretar sus gestos—. Por eso rompí con Luka, por eso me mantengo lejos de... —La voz se cortó y los ojos se abrieron un poco. Intentó disimular, pero Chat Noir ya lo había visto—; del resto de los chicos.

Del resto de los chicos...

—¿O de alguno en concreto? —preguntó él, sin poder resistirse.

—¿A qué te refieres?

—Al chico misterioso —contestó. Así le llamaba él en su mente... el chico del que Marinette había estado enamorada, si es que no seguía estándolo. El chico que le acechaba, cada vez más real, desde sus pensamientos—. Ese chico del que no quieres hablar.

Ella le observó con curiosidad, para finalmente apretar los labios.

—¿Y qué sabes tú de eso?

—Sé que fue él quien te dio el paraguas.

—¡El paraguas que tú no me quieres devolver!

Chat Noir dio un respingo.

—¡Claro que... te lo devolveré! ¡En cuanto me acuerde de traerlo! —aseguró, haciendo una mueca. Se revolvió en su sitio y resopló—. ¿Por qué no hablas de él?

—Porque... no hay nada que contar —reveló tras vacilar un poco—. Yo me enamoré de ese chico, pero él de mí no. Y ahora somos amigos. Eso es todo —resumió con rapidez. Pero sus ojos se agrandaron, cambiando como la última vez. Aunque apenas dijera nada, Chat percibía que toda ella cambiaba cuando se trataba de él, algo íntimo que de algún modo se desbordaba desde dentro y distorsionaba su exterior. Lo suficiente para que él lo notara—. Y así seguirá siendo.

>>. Da igual, de todos modos. Sé que él nunca me amará a mí.

Y había algo tan definitivo en esas palabras que le hizo sentir un escalofrío. Las dijo como si nada, pero a través de sus ojos podía ver el grito de dolor desgarrador que provocaban en su alma.

Chat Noir se quedó helado unos instantes. Las manos le hormigueaban, quería abrazarla de nuevo pero algo le decía que no lo hiciera.

—Pero...

—¿Tú no me dijiste que estaba bien si no te contaba todos mis secretos?

Sí, esas habían sido sus palabras. Y ahí estaba uno de los secretos que ella no estaba dispuesta a desvelarle.

Así que bajó la vista, resignado. La masa de galleta se le había hecho una bola pesada, en el centro de su pecho, como atascada y sin intención de bajar más. Y volvió a regañarse...

No debería haber preguntado por él.

No solo le dolía saber más cosas que alimentarían al fantasma que le acechaba en sus pensamientos, sino que lo que había visto en ella era mucho peor de lo que imaginaba. Había reconocido el dolor de un corazón roto que aún sigue latiendo por el amor que lo destruyó. Estaba ahí. Titilando entre el reflejo de las llamas en los ojos de Marinette. Sus palabras podían sonar a final, pero su cara y sus gestos desesperados le decían otra cosa.

Que aún había algo, el sentimiento latía, luchaba por existir.

Era lo mismo que él había sentido mientras se esforzaba por pensar solo en Kagami. El amor por Ladybug se negaba a irse, él lo alejaba de su mente pero en su corazón se hacía fuerte, tentador, atrayéndole como un refugio conocido donde descansar de su culpa.

Y si era así para Marinette, si era uno de esos amores que no desaparecen del todo, no importa como de larga sea la vida de una persona...

Una vez más, yo no tengo nada que hacer...

Apretó la mandíbula hasta sentir un ligero temblor...

¿Por qué siempre es igual?

Se sentía ya cayendo en el mismo pozo de decepción y reproches de siempre cuando Marinette se cogió de su brazo, pegándose a él y apoyó la cabeza en su hombro. Con suavidad, tarareó la misma canción que había cantado antes, al tiempo que balanceaba sus pies. Al mirarla, descubrió que había cerrado los ojos, sonreía y sus mejillas volvían a estar cubiertas de un irresistible rubor.

—Quédate un ratito más conmigo, Chat Noir...

El chico pestañeó.

Un sentimiento cálido barrió su cuerpo y su mente de las malas sensaciones anteriores e hizo bailar su corazón. Pegó la cabeza a la de ella, permitiendo que sus labios le rozaron los cabellos en un beso invisible.

—Siempre —susurró—. Me encanta cocinar contigo.

Y decidió que, por esa noche, se refugiaría en ese placentero regocijo de estar a su lado. De que ella le eligiera por encima del chico misterioso para estar en silencio, de sentir su cercanía y confianza, de poder oler su pelo sin prisa...

No eran galletas, pero... era suficiente por el momento.

.

.

Y entonces, se acordó.

Marinette, medio dormida ya en su cama, abrió los ojos al recordar cuando había visto esa sonrisa antes en el rostro de Chat Noir.

Se le aceleraron las pulsaciones.

Había algo que no le había contado a nadie, ni siquiera a Tikki. Y es que sí conservaba un diminuto recuerdo de la batalla contra Oblivio. Era, quizás, más que un recuerdo, un simple flash. Una imagen acompañada de un sentimiento.

El instante antes de ese beso que Alya fotografió y que ella no recordaba.

Veía a Chat Noir colocándose ante ella, con los ojos entornados y nublados de amor, sonriéndole de ese modo tan encantador, tan pacífico e inevitable. Y se recordaba a sí misma expectante e ilusionada, con un raudal de felicidad y amor desbordante consumiéndola.

Amor por el chico que tenía frente a sí.

Solo eso. Un instante y todo se desvanecía.

Pero era esa sonrisa... la misma que le había dirigido esa noche mientras la estrechaba. Solo que esta vez, no era para Ladybug sino para ella.

ChatNoir... pensó, somnolienta. ¿Está bien esto que estamos haciendo?

.

.

.

¡Hola, miraculers!

Aquí llego con el nuevo capítulo :P ¿Alguien tiene hambre? Jajaja

Con estas palabras, era un poco dificil retorcerlas para sacar algo fuera de lo obvio, así que les he puesto a hacer galletas que no está nada mal. ¿Qué os ha parecido? ¿Os ha gustado? ¿Os ha dado hambre?

Sé que no he podido responder los comentarios de ayer :-( a partir de ahora voy muy al día, lo siento. Quiero seguir actualizando cada día el mayor tiempo que pueda, pero os prometo que os leo todos los días, que me encanta saber vuestras impresiones y especialmente a ti, @MariAgreste18 tengo que responder a muchos de tus maravillosos comentarios, jaja, adoro leerte y en cuanto tenga un tiempo libre me pondré y responderé a todos ellos.

Me alegra saber que os está gustando tanto el reto, estoy muy emocionada y es que no sé que más decir, salvo que gracias por comentar, por votar y por todo ^^

Nos vemos con la siguiente palabra.

Besotes a todos y a todas.

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