Oculto en Saturno

By BlendPekoe

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La vida de Ezequiel se vuelve perfecta desde el momento en que conoce a Matías, los sueños y todos los imposi... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Epílogo

Capítulo 11

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By BlendPekoe

Tardé unos días en volver a poner las fotos en su lugar y dejar de sentirme avergonzado. Mis propias palabras regresaban una y otra vez "nadie me espera pidiendo explicaciones". Esa semana fui al cementerio a visitar la tumba de Matías, insistiendo en buscar respuestas que no llegaban a mí. Limpié su placa y me quedé mirando su nombre intentando ordenar mi mente. Nadie ni nada me obligó a pasar la noche en la casa de Francisco, la lluvia ni siquiera fue una verdadera excusa.

—¿Me odias? —murmuré.

Haber pasado la noche allí no era lo peor que había hecho pero era la peor manifestación de lo que sentía. Cada vez que veía a Francisco se hacía más evidente que la realidad me sofocaba. Deseaba y temía su voluntad que era como una pequeña bocanada de aire en medio de mi propia saturación porque secretamente, no sabía desde cuándo, anhelaba no sentir culpa.

***

Sin almorzar llegué sobre la hora a mi trabajo y de inmediato Benjamín golpeó mi puerta, una clara señal de que estaba a mi espera. Solo con verlo allí parado supe que nada bueno ocurriría. Siempre intentaba ignorarlo pero era su superior, nos gustara o no, así que si quería hablar conmigo debía recibirlo.

Se sentó frente a mí con una expresión rara en él, estaba serio pero sereno, algo se traía entre manos.

—Pensé que no vendrías hoy —acusó con ligereza.

—¿En qué puedo ayudarte?

Me miró en silencio, preparándose. La última vez que habíamos estado en una situación como esa fue para exigirme un asistente, aunque él no tenía mucho para hacer y nada justificaba el pedido.

—Como soy una persona honesta —empezó a decir con descaro— vengo a ponerte al tanto de que voy a postularme para tu puesto.

—¿Qué? —solté con incredulidad.

—Considero que tengo mucho más para ofrecer que tú.

Quedé perplejo por su osadía. Su objetivo sin duda había subido de nivel si activamente buscaba ocupar mi lugar.

—Sé que Vicente te protege y es lo único que te mantiene aquí —siguió— pero creo que estamos en un punto donde Vicente defiende lo indefendible y yo estoy dispuesto a demostrarlo para que se me considere la solución más conveniente.

Me molestaba que hablara con semejante cinismo.

—¿Indefendible? —repetí—. He hecho más cosas en este lugar de las que tú propusiste en tu vida. Hasta ahora solo has querido dos cosas, un asistente o mi lugar.

—Las personas cambian —gruñí por su insistencia en mantener la ridícula charla—, algunos para mejor algunos para peor. Yo entraría en la primera categoría y tú en la segunda.

Sus palabras lograron fastidiarme, él era la última persona en el mundo que podía calificar mi trabajo pero también despertaron en mí sospecha, se mostraba demasiado seguro en ese acto que estaba armando.

—¿De qué hablas? Y no me des vueltas con palabras adornadas.

—Tu desempeño bajó completamente desde que falleció Matías —se atrevió a decir— y se entiende. Pero pasa el tiempo y eso no cambia. —Me quedé boquiabierto y él aprovechó mi falta de respuesta—. Llegas tarde o no vienes, estás aquí encerrado haciendo sólo Dios sabe qué, no tratas bien a la gente y hay que aguantarte todo por tu papelito de eterna víctima. Ya no puedes con este trabajo y el resto no debe pagar por eso.

—¡Tú no sabes nada sobre mí! —respondí enfurecido ante su atrevimiento—. ¡Tampoco puedes venir y llamarme víctima!

Su crítica sobre mi trabajo en ese momento no me importaba, pero insinuar que yo usaba la muerte de Matías como excusa de algo no iba a dejárselo pasar.

—No eres una víctima, eso lo tengo en claro —respondió inmutable.

Dejé mi asiento para terminar con esa conversación y echarlo de la oficina pero al verlo sacar su celular me detuve. Benjamín no hacía ni decía nada que pudiera perjudicarlo. Por un momento creí que estaba grabando la conversación con su celular pero se estiró y lo dejó de mi lado del escritorio para mostrarme algo. Me arrimé sin tocarlo, era una foto donde se veía a Francisco muy sonriente y a mí a su lado debajo del paraguas.

—¿Para qué es esa foto?

—Para que sepas que no voy a tenerte lástima, como hace todo el mundo, al momento de exponer los motivos por los cuales creo que es mejor que te saquen de aquí.

Tomó su celular y me dedicó una mirada de satisfacción mientras dejaba el asiento. Lo vi irse sin poder reaccionar, intentando descifrar el motivo para mostrarme esa foto. Después de un momento entendí que su intención era de burla. El enojo que sentí me desbordó, cruzó un límite prohibido. Y pensé en que ya nada importaba, muchas veces deseé renunciar, si me echaban era lo mismo. Salí de mi oficina y me dirigí a la biblioteca pero Benjamín no estaba allí. Fui a la cafetería donde detuve a una de las empleadas.

—¿Benjamín pasó por aquí?

El tono demandante de mi pregunta la asustó y en lugar de responder señaló hacia afuera. Me encaminé a la puerta y ella, reaccionando de golpe, se interpuso en mi camino, traté de evadirla pero hizo lo posible por retenerme.

—¿Qué estás haciendo?

—No le grite delante de la gente —pidió en voz baja.

Gritarle no era mi plan. Otra empleada se acercó preocupada al ver a su compañera deteniéndome.

—¿Qué pasa? —susurró.

Pero el intento de que no se notara que algo pasaba no engañó a las personas que estaban cerca, varios voltearon con curiosidad por la escena. Yo solo pensaba en Benjamín.

—¡Es mejor que te apartes, esto no es asunto tuyo! —terminé gritándole a ella frente a todos.

Su reacción fue de sorpresa y aunque se apartó no pude moverme al ver que se ponía a llorar. En la cafetería se hizo silencio y un montón de caras nos miraron con asombro.

—Perdón. No llores —pedí con torpeza.

—¿Por qué le grita si no hizo nada? —me reclamó su compañera mientras la abrazaba.

—Fue un error, no tuve que gritar.

Nadie apartaba la vista y desde la puerta se asomaba la cabeza de Benjamín intentando entender qué sucedía.

—Vamos a mi oficina.

Las chicas notaron también que se habían convertido en el centro de la atención y me siguieron. La que lloraba ya no lloraba pero había quedado angustiada aunque intentaba componerse.

—Perdón —volví a repetir.

Asintió. Su compañera seguía consolándola con caricias en la espalda.

—Iban a terminar peleando —soltó sorprendiéndome.

Suspiré, no le correspondía preocuparse por eso.

—Tal vez es lo que necesitamos.

Negó con la cabeza.

—Va a darle algo de qué acusarlo, todos sabemos cómo es él.

Su compañera escuchaba confundida la conversación.

—No va a pasar nada. No voy a pelear con nadie —prometí.

Después de un rato volvieron a la cafetería. Lo único que pude hacer fue quedarme encerrado en mi oficina para no correr el riesgo de cruzarme con él y tratar de recobrar un poco de dignidad.

Mi enojo fue reemplazado por la preocupación de haberle gritado a la mesera. Parte de lo que había dicho Benjamín empezó a inquietarme, ¿qué tal si su descripción era lo que pensaban los demás? ¿Sería cierto que creían que debían tolerarme y perdonarme todo porque vivía en un pozo? ¿Qué tanto de eso yo también lo creía?

Al llegar a casa estaba sumido en una nueva depresión pero diferente a todas las anteriores. Por lo ocurrido me vi con la urgencia de contactar a Vicente y cerca de las once escuché golpes en mi puerta trasera.

—No hacía falta que vinieras —le dije apenas abrí.

—Nunca me escribes —reclamó—. Debe ser más serio de lo que me contaste.

—No era para que dejes a tu familia.

—¿Cuál? ¿La de mentira? Pero no puedo emborracharme. —Pasó sin esperar invitación—. Así que le gritaste a una chica y se puso a llorar.

Me senté en la mesa sin mirarlo.

—No fue mi intención.

Pensó un momento.

—Voy a pasar y hablar con ella, así evitamos que tenga la necesidad de quejarse —resolvió con determinación.

En los mensajes sólo había llegado a mencionar ese incidente.

—Te dedicas a tapar mis errores.

—Eso no importa. —Se me quedó mirando—. Algo más te pasa.

Esperó mientras me debatía cuánto contarle.

—Benjamín quiere mi puesto —informé.

—Eso es tu culpa. ¿Cuántas veces te di la oportunidad de echarlo en recortes y no quisiste?

—No habría sido justo.

—No voy a dejar que haga nada.

—Pero él tiene razón —lamenté.

Me miró sorprendido.

—¿Qué dijo?

Dejé la mesa para preparar café.

—Que ya no sirvo para este trabajo —no había desacuerdo en mis palabras.

—No te voy a dejar ir —advirtió ante mi actitud de derrota—. No importa lo que diga él o cualquiera.

Estuve a punto de discutir cuando me di cuenta de un detalle importante. Vicente cubría mis errores y si me iba a otro lugar eso ya no pasaría. No duraría en otro trabajo con mi humor y mañas. Eso era un gran problema. Benjamín tenía razón, sus acusaciones no fueron inventos.

—Yo voy a ocuparme de todo —insistió Vicente para animarme, pero solo logró reafirmar mi dependencia.

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