Maullidos a la Luz de la Luna...

By Sora_Cuadrado

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Las cosas han cambiado mucho para los héroes de Paris. Marinette es la nueva guardiana de los prodigios y tie... More

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-Princesa y Caballero (AU)-

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By Sora_Cuadrado

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Día 8: Princesa y caballero (au)

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Capítulo 2

-En el que Marinette recibe una noticia inesperada-

La noche había caído sobre Market Chipping mientras Marinette regresaba del último reparto del día. Y aunque los pies le dolían después de tanto caminar por los suelos adoquinados de la ciudad, por fin había terminado.

Una tarta de merengue para la familia Rossi escribió en su mente y acto seguido, lo tachó con satisfacción. Entregada. Para ser el último encargo había sido el más desagradable. La tarta era un obsequio de los padres para animar a su hijita Lila; ella, al igual que muchas otras jóvenes de la ciudad, andaba deprimida desde el día de la Ceremonia de las Flores.

Como cada año, los días posteriores a la ceremonia, ocurría un fenómeno muy interesante. La población se dividía en dos grupos de personas; por un lado estaban las jóvenes felices que, al haber recibido la ansiada flor, se ponían como locas a organizar su próximo enlace, y por otro estaba ese desdichado grupo de pretendientes rechazados y damas que no habían sido pedidas en matrimonio.

Ambos grupos eran igual de molestos, en realidad. Los comercios se llenaban de familias ansiosas por comprar y reservar todo tipo de enseres para el gran día, chicas extasiadas que acudían a la panadería de sus padres, respaldadas por sus gritonas madres que exigían tal o cual sabor en el pastel o ridículas y extravagantes decoraciones con el glaseado. Pero también estaban las que no podían dejar de llorar por las esquinas de la ciudad o los chicos que respondían con puñetazos ante la mención de aquel terrible día.

Mayo en un caos... determinó la chica, tirando de la falda del vestido para escalar una cuesta empinada.

Alcanzó la cima a tiempo de oír cómo se extinguía el silbido furioso del último tranvía del día. Dejó tras de sí una negra nube de humo que flotó sobre los raíles, Marinette esperó a que esta se deshiciera en el aire para transitar el puente de piedra que había sobre las vías. No era un paso muy elevado pero conectaba la zona alta y la baja de la ciudad.

Al otro lado, vio al encargado de encender las farolas de leña subido a su escalera de madera. Observó como la luz anaranjada prendía con un chispazo y dedicó una sonrisa cordial al hombre cuando este la saludó con la mano.

Las calles empezaron a iluminarse con el fuego mientras las estrellas despertaban con pereza.

Se apoyó en la delgada barandilla del puente y descansó un momento. El horizonte aún se aferraba a las últimas luces del día, los picudos e irregulares tejados de las casitas de la parte baja se recortaban en su luz como una línea torcida. Cerró los ojos y aspiró con su nariz los distintos matices que cabalgaban sobre la corriente de aire; los olores de las cenas que empezaban a servirse en las casas cercanas se mezclaron con los restos del carbón suspendido en el aire y el aroma de la madera quemada.

Suspiró, vaciando sus pulmones y se regodeó en el silencio que comenzaba a invadir las calles. Nada que ver con el jaleo que se había instalado en la panadería los últimos días.

Ese año Marinette podía añadir un nuevo grupo de personas decepcionadas con la Ceremonia de las Flores; el de todos aquellos (sobre todo mujeres) que habían quedado defraudadas cuando el sobrino del rey faltó a su cita en la Plaza Mayor.

Su ausencia después de que el Rey prometiera que el joven Caballero acudiría para prometerse con una chica del lugar, había sido todo una conmoción. Muchas habían puesto sus esperanzas en ser las elegidas y, tras semejante decepción, se mostraban furiosas.

Esa Lila... recordó Marinette. Se había pasado la semana anterior a la ceremonia alardeando de ser una gran amiga del Caballero y de saber, antes que nadie, él acudiría a Market Chipping. Estaba muy segura de que el joven le entregaría la flor y así lo había dejado caer por toda la ciudad... Seguro que solo eran mentiras para presumir.

Después de todo, Lila había quedado igual de decepcionada cuando este no se presentó. Por eso sus padres le habían encargado la mejor tarta de la panadería. ¡Y eso que Lila se había comportado como una maleducada cuando ella había ido a llevársela!

Si realmente fuese su amiga, sabría que él no iba a aparecer.

Ya habían pasado siete días desde aquello y nadie sabía que había ocurrido con el joven Caballero, pero corría el rumor de que el rey estaba furioso por la falta de su sobrino.

Me pregunto por qué no apareció...

¡En fin! No era asunto suyo y tenía mejores cosas en las que pensar.

La panadería de sus padres se había llenado de encargos de tartas nupciales y casi no daban abasto con tanto trabajo. Marinette los ayudaba en lo que podía y mientras anotaba los pedidos a las clientas, no había podido evitar oír las quejas de estas sobre lo pesado que se las hacía tener que viajar hasta la capital del reino en busca de trajes de novia y ropa elegante.

En Market Chipping no había tiendas de modas como las de la capital. Solo unos pocos talleres de confección donde se hacía el mismo tipo de ropa; simple, cómoda para trabajar y en absoluto, bonita o elegante.

Aprovechando esos momentos de soledad, Marinette sacó su cuaderno de bocetos y lo apoyó en la barandilla. Recordó el aspecto de la última clienta del día y dio rienda suelta a su creatividad, trazando un bonito diseño que se adecuara a ella. Su mente se despejó tanto que dejó de sentir el dolor en sus pies y el cansancio. Sonrió, distraída, dejando que los minutos corrieran entre las líneas del lápiz y se olvidó de todo lo demás.

¡Diseñar vestidos era lo que más amaba en el mundo! Era más divertido que dibujar el glaseado en las tartas, desde luego y por eso su cuaderno estaba lleno de ideas que, por desgracia, nunca saldrían de sus páginas gastadas.

—¿Qué es eso que te hace sonreír tanto? —preguntó una voz.

Una voz que la paralizó en el acto. Marinette se giró a toda prisa y ante ella, se encontró con una figura vestida de negro que le lanzó una mirada chispeante.

—Buenas noches, princesa —Saludó Chat Noir al tiempo que se doblaba hasta que su cabeza casi llegó a rozar el suelo.

Sorprendida, dejó caer su cuaderno y se llevó una mano al pecho.

—¡Chat Noir! —exclamó. No había vuelto a verle desde el día de la ceremonia y, de hecho, se había esforzado mucho por no pensar en él más de lo necesario. Más de una semana después no creyó volver a verle y de pronto ahí estaba, frente a ella, con su mirada resplandeciente brillando en la semi oscuridad y el silencio de aquella calle desierta rodeándolos a ambos—. ¿Q-qué haces aquí?

El chico se incorporó con una mueca, malinterpretando su gesto.

—¿Aún crees que me comeré tu corazón? ¡Ya te dije que no hago esas cosas!

Marinette retiró la mano.

Sí, de hecho ya lo sabía. Desde su encuentro había estado preguntando, del modo más sutil posible, por las calles de Market Chipping sobre él y descubrió que los rumores que le tachaban de mago malvado eran muy débiles. Nadie le había visto cometer esos actos y ninguna mujer la había acusado de devorar su corazón.

No obstante, ella había visto con sus propios ojos el gran poder destructivo del que era capaz ese chico... o lo que fuera.

—Soy tan humano como tú —Añadió él, como si le hubiera leído la mente. Avanzó unos pasos y tomó, con gentileza, una de las manos de la chica—. No me interesa comerme tu corazón, Marinette —Se inclinó sobre ella y sonrió—. Solo... robarlo.

La chica frunció el ceño, confusa y apartó la mano antes de que los labios de él la rozaran.

—¿Cómo dices?

—¡Vaya, ¿qué es esto?! —Chat Noir recogió del suelo su cuaderno y antes de que pudiera detenerle, se puso a examinarlo. Sus ojos se abrieron de par en par—. Es... increíble. ¿Los has hecho tú?

—¡Devuélvemelo! —exigió ella, dando un paso al frente—. No me gusta que la gente los vea.

—¿Por qué? ¡Si son maravillosos! —insistió pasando las hojas, impresionado—. Nunca había visto vestidos como estos... ¡Ni siquiera en la capital!

—¡Bah! —murmuró ella, desviando la mirada.

—¿Bah? —Le devolvió el cuaderno y ella lo apretó contra sí—. Así que... ¿eres modista?

—Claro que no —respondió al instante—. No hay modistas en Market Chipping... —Apretó los labios, pero la mirada del joven que no se despegaba de ella la animó a continuar—. Mis padres tienen una panadería.

>>. Y a eso es a lo que me dedico.

—No parece que eso te haga muy feliz.

—¡Claro que sí! Además, es mi deber seguir con la tradición familiar... Soy hija única.

—Tradición familiar, ¿eh? —Chat Noir hizo un ruidito con su garganta que ella no supo interpretar y de un ágil salto, se sentó sobre la barandilla del puente. Marinette giró sobre sí misma sin quitarle la vista de encima. No pensaba bajar la guardia tan rápido con él—. Yo sé un poco de eso...

>>. Puedes creerme si te digo que la única forma de ser feliz es que sigas tu sueño, princesa.

—¿Mi sueño?

—Diseñar vestidos. Es evidente que eso es lo que deseas —respondió él sin vacilar, acertando con gran habilidad—. Además tienes un gran talento para ello.

>>. Si abrieras una tienda de modas no tardarías en ser famosa a lo largo y ancho de Ingary.

Marinette sintió ganas de reír ante semejante idea, pero apenas pudo esbozar una sonrisa amarga mientras sacudía la cabeza.

—Ni siquiera me conoces... —espetó ella, guardándose el cuaderno en su bolsa y cruzándose de brazos—. Las cosas no son tan fáciles. Haría falta que se diera una circunstancia muy especial para que mis padres aceptaran que me dedicara a otra cosa que no sea nuestra panadería.

—¿Una circunstancia especial? ¿Cómo cuál?

—No lo sé —Marinette resopló, fastidiada.

¡Pues claro que le encantaría dedicarse a diseñar y coser vestidos para la gente de la ciudad! Pero era imposible y muy doloroso si quiera pensarlo. Aunque convenciera a sus padres de que la dejaran hacerlo, jamás reuniría el dinero suficiente para abrir su propia tienda.

¿Qué le pasa a este chico? Se preguntó, molesta de repente. La hablaba como si no viviera en el mismo mundo que ella. Y esa actitud despreocupada y simplona la estaba poniendo de los nervios. Para empezar no le gustaba que la tratara como si la conociera... ¿Quién se creía que era para opinar sobre su sueño con tanta confianza? ¡Ja! Tenía toda la pinta de no haberse esforzado por nada en su vida.

¿Por qué estaba allí, en primer lugar? ¿La habría estado siguiendo para abordarla cuando estuviera sola, entre las sombras de la noche?

Puede que no fuera un mago devorador de corazones, pero seguía siendo peligroso. Tenía esos extraños ojos luminosos, esas orejas picudas sobre la cabeza que se movían en todas direcciones ante el mínimo sonido, ese bastón mágico con el que se le había acercado sin que ella lo percibiera; y no se olvidaba de ese poder destructivo que podía surgir en su mano en cualquier momento.

—Es tarde —decidió ella. No era buena idea que se quedara a solas tanto tiempo con él, ni quería que nadie la viera en su compañía—. Debo irme.

—¡Espera! —la detuvo justo cuando se disponía a bajar del puente. De un nuevo salto se colocó ante ella y Marinette retrocedió—. Te he estado buscando.

—¿Por qué razón?

—Para que hablemos de la boda.

La chica dio un respingo, desorientada.

—¿Qué boda?

—La nuestra —respondió él, sonriente. Pero ella entornó los ojos y meneó la cabeza sin comprender—. ¿No lo recuerdas?

>>. Ahora estamos prometidos.

Marinette parpadeó despacio, convencida de no estar entendiendo lo que oía.

—¿De qué estás hablando?

—El otro día aceptaste casarte conmigo.

—¡Yo no hice tal cosa!

—Te ofrecí una flor y tú la tomaste, ¿recuerdas? —Apartó la mirada y se forzó a recordar. Ah... sí, cuando aterrizaron; él le dio una flor y ella la cogió sin pensar, porque estaba muy asustada—. ¡Era el Día de las Flores! —Chat Noir sonrió de nuevo, esta vez de un modo más cauto aunque sus ojos se estrecharon al mirarla con dulzura—. Según la tradición tenemos que casarnos antes de que acabe el mes.

>>. ¡Ya he empezado con los preparativos! Pero necesito saber algunas cosas más sobre ti para continuar; como tu flor favorita, qué colores te gustan, cuál es tu dulce preferido, y...

Marinette, patidifusa, no entendía ninguna de las palabras que Chat Noir le estaba diciendo. Solo oía un zumbido en sus oídos, la sangre de su cabeza que corría a mayor velocidad espoleada por su corazón que también se había acelerado.

¿Boda? Repitió su mente, aturdida. ¿Flores? ¿Tradición?

¡No! Ella solo había cogido esa flor para no tener problemas, porque pensaba que ese chico era un mago peligroso y no quería hacerle enfadar. ¡No estaba aceptando ninguna propuesta de matrimonio!

No, de ningún modo lo haría.

La Ceremonia de las Flores representaba un acuerdo, un compromiso oficial entre dos personas pero... ¡Ni siquiera estaban en la Plaza Mayor! ¿Cómo iba a saber ella que aquello era...?

—Chat Noir —Le llamó, tras unos minutos de silencio por su parte y parloteo incesante por parte de él.

El chico calló y la miró.

—Dime, princesa.

—¿Me prometes que no eres un mago peligroso, y que no tienes intención de hacerme daño?

—¿Hacerte daño? ¿Yo? ¡Pues claro que no!

—Bien —Asintió, respirando hondo. Entonces se irguió, muy seria y le miró fijamente—. Lo siento mucho pero no pienso casarme contigo. Nunca. Todo esto ha sido un malentendido. Y si hubiese sabido que esa flor era una propuesta, jamás la habría tomado.

El chico separó los labios, impresionado. Sus hombros se hundieron de forma leve.

—¿Qué estás diciendo... no te casarás conmigo? —Preguntó, de pronto, compungido. Sus ojos se crisparon y las orejas de su cabeza se aplastaron contra su cabello rubio—. Marinette... entonces... ¿es que tú no me amas?

La chica se quedó sin habla ante tal arranque de tristeza.

—¿A-amarte? ¡Pero si ni te conozco! —Protestó, haciéndose la dura—. ¡Y tú tampoco puedes amarme a mí!

—Pero, si ese es el problema, tenemos todo el mes para conocernos.

—¡No importa! ¡No me casaré contigo y punto! —insistió con vehemencia. Se cuadró, tensa, y se giró para darle la espalda haciendo que su falda dibujara un gracioso aunque letal círculo—. ¡Y ahora me voy a mi casa! —Declaró alzando aún más la voz—. Te ruego que no me molestes más, Chat Noir.

Y manteniendo esa actitud firme y decidida, la chica comenzó a caminar rumbo a las escaleras. Sin embargo, lo hizo tan rígida, con la mirada clavada en un punto indefinido al otro lado del puente, que no fijó en que uno de los baldosines del suelo estaba algo levantado y la punta de su bota chocó contra él. Trastabilló hacia delante un par de pasos y después hacia atrás, agitando los brazos, hasta que sintió que caía hacia atrás sin remedio.

—¡Cuidado! —Chat Noir se estiró a tiempo de atraparla antes de que su espalda diera contra el suelo. Marinette se encogió, anticipando el dolor pero solo sintió el aliento cálido del chico cuando este suspiró cerca de su cuello—. ¿Estás bien?

—Ah... sí —susurró ella, nerviosa. La ayudó a incorporarse—. Gracias.

Antes de alejarse, tomó de nuevo su mano y esta vez ella dejó que la estrechara con suavidad. Chat la buscó con la mirada y le dedicó una sonrisa tan afectuosa que la descolocó del todo.

—¿Sabes? No recuerdo cuando, ni dónde fue —Comentó él como si nada—; pero alguien me dijo una vez que cuando estuviera con la chica que amara lo más importante era no dejarla caer —Se llevó la mano a los labios y esta vez sí la besó—. Que hiciera cualquier cosa para evitar que ella se cayera.

No supo qué decir ante eso. La mano que él sujetaba le ardía casi tanto como el rostro.

—Me pasa a menudo —reveló, por fin, sin estar segura de por qué lo hacía—. Soy un poco torpe.

—Te cogeré todas las veces que haga falta a partir de ahora, princesa mía —prometió él.

Ella desvió la mirada.

¿Qué le pasaba a ese chico? ¿Es qué no la escuchaba?

Debía repetirle que jamás, de ninguna manera, se casaría con él pero... acababa de evitarle una caída dolorosa y no le pareció el mejor momento. El cielo se estaba poniendo cada vez más oscuro. El crepitar de las farolas era un recordatorio fantasmagórico de que la hora de las sombras se acercaba y ella debía regresar a la seguridad de su hogar.

—Yo también debo irme —anunció él, de pronto. Sacó su bastón mágico y lo hizo crecer en su mano antes de apoyarlo en el suelo—. Gente mucho menos querida para mí que tú me espera.

>>. ¿Quieres que te lleve a tu casa?

—¡No! —respondió ella de inmediato. Pensó en lo que dirían sus vecinos si la veían llegar volando, en brazos de Chat Noir...

—Supongo que aún es pronto para que conozca a tus padres, ¿verdad? —dijo él, de nuevo, entendiendo lo que quiso de la situación—. Marinette...

Ella sintió un escalofrío y volvió a mirarle. La sonrisa del joven enmascarado era tan cariñosa que la sobresaltó. Tuvo que llevarse las manos a la espalda porque los nervios le produjeron espasmos en los dedos.

—¿Qué?

—No te preocupes por nada. Yo me encargo de todo —Se acercó a ella y le guiñó un ojo—. Nuestra boda será perfecta.

¡Pero será posible!

—¡No voy a casarme a cont...!

Entonces, Chat Noir se estiró hacia ella una vez más y la besó.

Y no fue un beso en la mejilla como la vez anterior. Selló sus labios con un movimiento rápido, aunque suave. Fugaz. Cálido y fortuito. Solo duró unos segundos y él mismo se retiró, con el semblante rojo y una expresión de soñadora adoración.

—Hasta pronto, princesa mía —se despidió.

Dio un salto y se perdió entre las estrellas.

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Chat Noir tardó menos que de costumbre en llegar a Kingsbury, la capital del reino de Ingary.

La emoción que sentía en su pecho le dotó de una rapidez y agilidad genuinas que le ayudaron a recorrer el espacio que separaba ambas ciudades en un tiempo record, pese a lo cual ya era noche cerrada cuando aterrizó sobre la extensa verja dorada que cercaba el opulento Palacio Real.

Era el conjunto de edificios más grande y lujoso de todo el reino. Y el más bello, pero eso no era difícil cuando se tenía tanto dinero como el rey.

Sigiloso como una sombra, cruzó por los aires el patio de armas sin llamar la atención de los guardias. Recorrió los tejados de pizarra negra y buscó el ventanal que daba a sus aposentos. Lo había dejado abierto para no tener problemas al volver.

Aterrizó sobre la suave alfombra de lana que había en el pequeño comedor, la primera de las distintas estancias que formaban sus habitaciones. Apenas tuvo tiempo para recuperar el aliento cuando sus orejas felinas captaron unos pasos enérgicos que se dirigían, raudos, hacia la puerta principal.

Vaya se lamentó.

Invocó el hechizo para que el poder se replegara y cerró los ojos sintiendo que Chat Noir desaparecía de sí mismo, llevándose su máscara, su traje, su bastón... su libertad. Todo lo que quedó fue un diminuto espíritu de color negro, con ciertos atributos felinos que logró atrapar entre sus manos antes de que se desplomara al suelo.

—Estoy agotado —se quejó este.

—Perdón... quizás me he excedido...

—¡Dame de comer o te devoraré a ti!

Esbozó una sonrisa de disculpa, que en parte era divertida, y depositó al pequeño espíritu en el centro de una gran mesa repleta de comida.

—Come lo que quieras pero no hagas ruido —Le pidió. En ese momento, se oyeron los golpes sobre la madera.

El chico tomó el yelmo negro que reposaba, también, en la mesa. Resopló con cansancio y se lo colocó en la cabeza. Le hizo un gesto al espíritu para que no se moviera y salió del comedor, cerrando la puerta.

Atravesó las siguientes estancias hasta la puerta principal y la abrió. Al otro lado estaba uno de sus guardias que dio un respingo al verle, pero inclinó la cabeza.

—Mi señor —saludó con respeto—. El rey os reclama... —Le miró con el ceño fruncido, vacilando un segundo—; desde hace varias horas, de hecho.

—Entiendo, mi tío está molesto.

—Más que eso, señor, está furioso desde el día de la ceremonia...

De hecho, a él le constaba que su tío estaba enrabietado desde mucho antes.

Cuando le anunció que tendría que participar en la Ceremonia de las Flores y escoger como esposa a una desconocida, él se había negado en rotundo. Y cuando poco después, su tío tuvo a bien en explicarle que no sería una desconocida sino una dama de alta alcurnia, previamente escogida por él e infiltrada en la ciudad para que nadie sospechara que no era de allí, ya declaró que no pensaba si quiera aparecer por la Plaza.

Y con todo su tío se empeñaba en mostrarse ofendido y sorprendido. Era algo incomprensible.

—Puedes decirle esto a mi tío para que se tranquilice —respondió el Caballero—. Ya he encontrado a la futura reina de Ingary.

Al guardia se le descolgó la mandíbula al oír tal noticia.

—¿De verdad, señor? ¿Y cómo es...?

—Es... maravillosa —Y tras decir eso, cerró la puerta dando por terminada la conversación y regresó al comedor.

Se sacó el yelmo, respirando hondo y tomó asiento a la mesa. Su pequeño espíritu negro devoraba la comida como si no le quedaran más que unos instantes de vida.

¡Era increíble que un ser tan pequeño pudiera comer tanto!

—¿No te cansas de ocultarte siempre? —Le preguntó el susodicho, señalando el yelmo—. Debe ser muy incómodo andar siempre con la cara tapada...

—Desde luego prefiero la máscara a este condenado yelmo, Plagg.

—Y aun así no te separas de él...

—¿Está todo a tu gusto? —Le preguntó, divertido, observando como su pequeño amigo daba cuenta de platos que eran al menos cuatro veces más grande que él, sin desfallecer un instante.

—¡Pues no! ¡No me gusta nada! —replicó, aunque siguió tragando—. ¿Crees que es plato de buen gusto que un demonio de la destrucción de mi rango se vea obligado a hacer de niñera de alguien como tú?

El Caballero se encogió de hombros.

—Una deuda es una deuda —respondió de buen humor y Plagg le gruñó, al tiempo que le tiraba una manzana a la cabeza—. Vamos, no es para tanto, hay muchos demonios en peor situación que tú...

—No me lo recuerdes —le pidió ahogando un aullido—. Solo de pensar en el pobre Calcifer, atrapado entre las garras de ese descerebrado de Howl, llevando a cuestas su horrible castillo... ¡Un grandioso demonio de fuego como él! —Para consolarse, se tragó una tarta entera sin respirar y lanzó una mirada inquisitiva al chico que se había quedado ensimismado mirando al vacío—. ¿De verdad piensas casarte con esa chica?

—¡Pues claro que sí, Plagg!

—¿Y no te preocupa ni un poquito que ella te haya dicho que no?

—¡Cambiará de opinión!

—Ya... —Plagg empezó a bajar el ritmo de engullir comida. Ya estaba saciado y había recuperado la energía perdida al prestar sus poderes al chico; pero siguió comiendo porque ahora, tocaba saborear los alimentos—. ¿No sería mejor que te buscaras a otra?

>>. ¿Qué tal una de esas chicas ricas y nobles que le gustan a tu tío? Así te ahorrarías un problema más con él... ¿Cómo se llamaba esa que envió a Market Chipping para la ceremonia?

—Lila... no sé qué más.

—¡Debe estar muy contenta! Después de haber dejado la maravillosa Kingsbury para mudarse a Market Chipping por ti... ¡Y tú vas, y la dejas plantada!

—Mi tío ya ha decidido suficientes asuntos de mi vida por mí, Plagg, no me dirá con quién casarme.

—Pero, ¿qué tiene esa tal Marinette de especial?

El Caballero lo meditó, con gran seriedad, unos pocos segundos antes de lanzar un gran suspiro al aire, deslizarse sobre la silla como si las fuerzas le abandonaran y que una sonrisa amorosa capturara su semblante.

—Marinette... —murmuró, atolondrado. Profundamente embelesado—; es tan graciosa, tan adorable, tan maravillosa y tan preciosa... —recitó como si fuera un poema brotado de su corazón—. Tiene que ser ella. Estamos hechos el uno para el otro. Debemos casarnos y estar juntos por el resto de nuestras vidas —Y, con una expresión aún más dulce, añadió—. Y por fin tendré una auténtica familia.

Plagg dejó de comer.

Como demonio de la destrucción (o simplemente como criatura viviente con un par de orejas) le parecía insoportable asistir a semejante demostración de cursilería y patetismo. Conocía lo suficiente a ese chico como para augurar largas horas de parloteo infernal sobre las virtudes y perfecciones de su amada. Había sido con un solo encuentro y ya se había pasado los últimos siete días hablando de ella sin cesar.

—Está bien, pues cásate con ella —determinó el demonio—. Pero deja de poner esa cara...

—Tengo que encontrar el modo de que ella también me ame —se propuso el chico, incorporándose con nuevas energías y apretando los puños—. Y ha de ser antes de que acabe el mes.

—¿Por qué no le dices quien eres en realidad y ya? —Opinó Plagg con sencillez—. Cualquier chica caerá rendida ante el gran Caballero Mayor de la Guardia, el afortunado sobrino del rey, futuro monarca de Ingary...

Pero el Caballero no pudo sino hacer una mueca horrenda ante la mención de esos títulos. Meneó la cabeza con disgusto.

—¡No! No quiero que esas cosas sin importancia sean las que deslumbren a Marinette. Ha de amarme por quien soy de verdad, por mí verdadero ser.

—Es decir...

—¡Debe amar a Chat Noir!

Plagg se echó a reír, sin poder evitarlo. Se le escapó un sonoro eructo por tal agitación en su pequeño cuerpo hinchado de comida y acabó girando en el aire, fuera de control.

—¡Pero si te tiene miedo! ¡Cree que quieres comerte su corazón! —Le recordó entre carcajada y carcajada—. Eso en el mejor de los casos.

>>. Es probable que ahora te odie por el besito que le robaste...

El Caballero se puso en pie para alejarse de las risas del espíritu, aunque sabía que tenía razón.

Se asomó al cielo estrellado a través de uno de los grandes ventanales de la sala y meditó sobre sus actos. Sí, puede que besarla tan de improviso no hubiese sido una buena idea pero no había podido resistirse. La tenía tan cerca que al mirar sus ojos azul brillante y el modo en que se le encendían las mejillas a causa de su cercanía, no pudo pensar en otra cosa. Deseaba demostrarle lo mucho que ya la amaba.

Quizás esa no fuera la mejor manera... se dijo, entonces, rascándose la nuca con la mano. ¿De qué otra forma podría demostrárselo?

.

.

—¡Marinette! —La llamó su madre, por cuarta o quinta vez—. ¡El desayuno se está enfriando!

¡Desayuno!

La chica gruñó, bajo las mantas de su cama y se revolvió hundiéndose más aún en el colchón. Tenía la expresión más sombría que jamás hubiese adoptado antes, apretada contra la funda de tela de la almohada.

No podía salir de la cama. Jamás saldría.

Estúpido gato, descarado, ligón, atrevido... La retahíla de insultos se repetía una y otra vez, había sido así desde la noche anterior. Apenas si había dormido. O se desvelaba buscando nuevos improperios que lanzar contra ese gato o justo cuando estaba quedándose dormida, le venía una sensación imprevista de calor que la recorría todo el cuerpo y le producía un insoportable cosquilleo en el estómago.

El beso resbalaba hasta su consciencia sin remedio.

La brisa golpeando su rostro encendido, la suavidad de los labios de Chat Noir, su olor invadiendo su espacio...

¡Qué horror! ¡Qué desastre! Se lamentaba, desesperada.

¡¿Cómo se había atrevido a hacerle algo así?!

Ha debido hechizarme de algún modo se dijo, también. ¡Por supuesto! Por eso era que no podía dejar de pensar en él y en el beso. De algún modo, ese gato mentiroso, había usado su magia para hechizarla.

¡Pues si se creía que así conseguiría que se casara con él...!

—¡Ja! ¡Lo lleva claro!

—¡¡Marinette!! —repitió su madre desde el piso de abajo—. ¡¡Baja, acaba de llegar una carta para ti!!

>>. ¡De Kingsbury!

¿Kingsbury?

¿Quién podía escribirla desde la capital del reino? Ella no conocía a nadie allí.

Finalmente, la curiosidad fue mayor y salió de la cama. Bajó en camisón hasta el piso inferior y se encontró a sus padres con sendas expresiones de expectación.

—¿Qué pasa?

—Es de Kingsbury —repitió su madre, tendiéndole el sobre—. Del Palacio del Rey.

—¡¿Qué?! —En el sobre estaba el sello real. Lo abrió con premura y extrajo un taco de folios de color crema, llenos de sellos y palabras incomprensibles, de modo que se enfocó en leer el primero—. "A la atención de la señorita Marinette Dupain-Cheng, de Market Chipping.

>>. Le informamos por la presente, que por orden real se le otorga la propiedad, de manera gratuita aunque pendiente de establecerse un posterior alquiler, situada en el número 17 de la avenida principal de la ciudad de Market Chipping...

—¿Una propiedad? —murmuró su madre—. ¿A ti? ¿Por qué?

Marinette sacudió la cabeza y siguió leyendo.

—"Es deseo expreso del Caballero Mayor, jefe de la Guardia y sobrino del rey, que la señorita Dupain-Cheng utilice la propiedad para abrir una... —La respiración se le atascó en la garganta, pero se forzó a seguir—... una tienda de modas en dicha ciudad.

>>. El cese de la propiedad solo será válido siempre y cuando se use para tal objetivo, para ningún otro".

Una tienda de modas... repitió en su mente, sin poder creerlo. Volvió a mirar el documento... Es deseo expreso... del Caballero Mayor...

No podía creerlo, era imposible...

—Hija... ¿por qué el sobrino del rey quiere que abras una tienda de modas? —preguntó su padre, confundido.

—No lo sé... —murmuró—. Nunca le he visto.

—Bueno, siendo un mandato real —comentó su madre, encogiéndose de hombros—. Supongo que no nos queda más opción que obedecer...

Marinette dio un respingo.

—¿En... serio?

Sus padres no parecían muy contentos, pero su resolución era firme. La chica sonrió sin saber qué estaba ocurriendo. La emoción creció en ella y por alguna razón, pensó en Chat Noir.

Al final... tal y como él había dicho, quizás pudiera seguir su sueño, después de todo.

.

.

.

¡Hola, Miraculers!

¡Feliz sabado!

Os traigo el capítulo 8, un nuevo AU en la lista de palabras de este genial reto.

Y como ya habréis visto, he decidido usarlo para continuar con el mini AU del capítulo 2, jajaja. Las palabras coincidian a la perfección, así que ¿por qué no? Yo soy una ficker muy canon, apenas si me he animado a escribir AU antes, pero este me gusta ^^ Es divertido colocar a los personaje en otros roles, en otro universo y además me ha permitido alejarme del drama de la historia principal.

No sé si nota pero me he esforzado porque este capítulo fuera más divertido y alegre que los anteriores. ¿Os ha gustado?

¡Espero que sí! ¿Creéis que debo seguir esta historia?

¡Muchas gracias, como siempre, a todos y a todas los que seguís el fic y me escribís! Adoro leeros y saber que os está gustando la historia :-)

Muchos besotes para todos y todas.

Nos vemos en el siguiente capítulo ^^

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