Génesis [La voluntad de Caos]...

بواسطة CazKorlov

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"¿Serás capaz de ver al monstruo de tus sueños antes de que perturbe tu realidad para siempre?" ✨HISTORIA GAN... المزيد

|Bienvenidos al Abismo|
|Advertencia de contenido y playlist|
|Introducción|
|Preludio: Un trato con la muerte|
|Primera parte|
|Capítulo 1: No mires a tu sombra |
|Capítulo 2: Escapa de su guadaña |
|Capítulo 3: Un cadáver más|
|Capítulo 4: La cara de un mentiroso|
|Capítulo 5: No respires su aroma |
|Capítulo 6: El día en el que mueras |
|Capítulo 7: La paciencia de un hermano mayor|
|Capítulo 8: El tiempo se acaba|
|Capítulo 9: El llanto de Caos|
|Capítulo 10: Nadie puede dejar la casa|
|Capítulo especial: El primer regalo|
|Capítulo 11: Los ojos de la bestia|
|Capítulo 12: Los milagros no mienten|
|Capítulo 13: Recuerdos del vacío|
|Capítulo 14: La ciudad de los monstruos|
|Capítulo 15: El camino al Sin Rostro|
|Segunda parte|
|Capítulo 16: La reliquia viviente|
|Capítulo 17: Él te está observando|
|Capítulo 18: La mujer con ojos de conejo |
|Capítulo 19: El controlador de las masas|
|Capítulo 20: Cuentos para niños|
|Capítulo 21: Tras las puertas de Void|
|Capítulo 22: La jaula de una estrella|
|Capítulo 23: El ideal de la muerte|
|Capítulo 24: Designio divino del creador|
|Capítulo 25: Amalgama de desgracias|
|Capítulo 26: Como un rompecabezas|
|Capítulo 27: Un favor, una deuda pendiente|
|Capítulo 28 I: El castigo de la inmortalidad |
|Capítulo 29: Criatura del infierno|
|Tercera parte|
|Capítulo 30: El ángel de las estrellas|
|Capítulo 31: El toque de la muerte|
|Capítulo 32: Donde reinan las pesadillas|
|Capítulo 33: Requiescant in pace|
|Capítulo 34: Parásito infernal|
|Capítulo 35: Capricho divino |
|Capítulo 36: El filo de la esperanza|
|Capítulo 37: Verdugo de la humanidad|
|Capítulo 38: Cambiaformas original|
|Capítulo 39: Ella puede verlo todo|
|Capítulo 40: La voluntad perdida|
|Capítulo 41: Extirpar a la sombra|
|Capítulo 42: El sueño del impostor|
|Capítulo 43: Los muertos no tienen perdón|
|Capítulo 44: El milagro del creador|
|Capítulo 45: La amenaza de los Sin Rostro|
|Capítulo 46: El reflejo de la humanidad|
|Capítulo 47: Los fragmentos de su memoria|
|Capítulo 48: En los brazos de la muerte|
|Capítulo 49: De vuelta al infierno|
|Epílogo: Estrella errante|
|Agradecimientos|
|Capítulo especial: La última cena|

|Capítulo 28 II: El castigo de la inmortalidad |

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بواسطة CazKorlov

(ADVERTENCIA: En este capítulo se narran sucesos catalogados como +18, se recomienda discreción.)

Al conocerlo lo había supuesto, su instinto le advertía sobre esa quimera, iba a traerle problemas, que sus deseos egoístas de enseñarle un camino viable para deslizar su amargo sentimiento de derrota, y futura venganza iba a transformarse en otra cosa, mucho más peligrosa que cualquier cuchillo contra su garganta.

Mikaela había confiado en su experiencia ligando con conflictos amorosos que no aceptaban su estilo de vida, y apenas se inmutaba por la cantidad de amantes dejados en el camino, sin embargo, tantos años lo volvieron propenso a confiarse demasiado.

Mientras lo arrastraba escaleras abajo y abría la puerta de su casa bajo tierra no dejó de repetirlo para sus adentros. El vértigo que le producía poner en peligro a Luís por sus ambiciones era comparable a un sismo que destrozaba sus huesos desde el interior, la única tranquilidad que podía mantener después de muerto, pero si era un acuerdo de negocios con encuentros casuales. ¿Por qué había terminado con su nombre metido bajo la piel?

Al verlo supo, que la pregunta era en realidad, cómo no hacerlo.

En lo que lo escuchaba cerrar la puerta, Luís liberó su muñeca a las malas, y plantó los pies en el suelo como si de repente se hubieran transformado en bloques de concreto.

—¡¿Pero qué carajo te pasa?!

No podía concebir su imprudencia, exhaló el aire por la nariz y se acomodó las gafas sobre la cabeza, en aquella posición Luís estaba más cerca de la puerta, y no dudaba de que fuera capaz de romperla a patadas si deseaba salir. Se acercó a él en una zancada, y lo estrechó entre sus brazos, como si de repente se hubiera convertido en un canario dispuesto a escapar de él.

Habló contra la tela de su bufanda beige.

—Lulú, te pedí que te calles, si abrís tanto la boca me vas a hacer acordar que tendría que enojarme con vos ahora mismo, y como sos tan increíblemente lindo podríamos prolongar un poco ese instante.

Las mejillas del rubio se encendieron al percibir la cercanía de su rostro, de su aliento helado y los dedos recorrer su cintura, en el espacio bajo su viejo abrigo de piel sintética. Entre los dorados rizos desarreglados lo notó observar el techo, como si quisiera buscar en algún lado la fuerza de voluntad que le hacía falta para separarse, y plantear una respuesta.

—Te dije que iba a venir hoy, pero si no quisiste creerme, problema tuyo, papi.

Antes de que pudiera reaccionar, Luís desapareció de entre sus brazos con una maniobra de pelea conocida, pero no menos inesperada. Empujó a Mikaela, que retrocedió para buscar su propio equilibrio, y el pie del más bajo entre los suyos se lo arrebató por completo, tropezó al mismo tiempo que un fuerte agarre tiraba de su brazo, y lo torcía con violencia sobre su espalda.

—¿Ahora sí me vas a tomar en serio?

Mikaela parpadeó incrédulo frente a la pulida llave que Luís acababa de forzar en su cuerpo, y sintió su pecho agitado contra su espalda, la respiración pesada recaía en su nuca.

—¿Me estás coqueteando? —se interrumpió—. ¿Y cómo me llamaste?

Luís exhaló el aire que contenía en sus pulmones, haciéndole ligeras cosquillas en el cuello, y sin aflojar su pinza, se acercó, rozó sin cuidado los piercings en su oreja, Mikaela sonrió muy a su pesar.

—Te llamé tarado del culo que no me escucha nunca y cree que hablo al pedo, así te llamé.

El cazador deshizo su sonrisa y entrecerró los ojos.

—No, así no me llamaste.

La trenza se le había deshecho, sopló un mechón de cabello lejos de su cara, y tiró la cabeza hacia atrás, sin prestarle atención al brusco tirón de su brazo. Se apoyó en Luís, y relajó por completo su cuerpo al mismo tiempo que buscaba amoldarse a él para eliminar cada espacio, lo presionó con cautela, y lo escuchó gruñir en consecuencia.

—¿Qué hacés?

Fingió toda la inocencia que fue capaz de reunir en sus palabras.

—No debiste venir hoy, te dije que era muy peligroso. La condición en nuestro acuerdo era que te quedaras al margen, y yo me acercaba a él siempre y cuando mantuvieras tu palabra.

Observó desde una incómoda posición el cabello rubio bajo las luces, mientras su Lulú pensaba qué hacer con el cazador que tenía agarrado, Mikaela ya había comenzado a trazar su ruta de escape. Se removió contra él, como si quisiera robarle algo del calor corporal que le hacía falta. Cerró los ojos al escucharlo suspirar a centímetros de su rostro.

—Ya decidí que voy a asistir a la fiesta, eso está fuera de discusión —advirtió Luís, con ojos entrecerrados—. Y no voy a pelear con vos ahora, no me busques.

Demasiado inocente, Lu.

—Yo no le llamaría pelear, precisamente.

Continúo, estiró el brazo libre y enterró la mano en sus suaves hebras doradas, siguió el camino hacia su nuca, jugueteando en el borde de su camiseta con inocentes caricias. Su pesado agarre disminuyó apenas un centímetro, y así iba a hacer ceder a su cuerpo entero.

Se consideraba un experto en aquel amplio espectro.

—Mikaela.

Fue inevitable para Luís ser guiado por los movimientos del mayor, arrastró los dedos a través del músculo de su antebrazo, levantando la tela de su camisa para tocarlo de forma vedada, con un gruñido animal trasladó el agarre sobre su piel morena y lo volteó. De frente, el hombre de cabello largo a los lados del rostro lo miró a los ojos, y le sonrió sin una pizca de inocencia. El brillo dorado en sus irises se expandió, tal como las llamas en su interior.

Aún retenía una de sus manos tras su espalda, y lo obligaba a arquearse contra él. Sintió el rugido impaciente de su corazón, y adivinó que se esforzaba por ignorar sus impulsos salvajes. Sus pupilas expandidas, y el calor imposible que emanaba su piel eran la prueba.

Hizo caso omiso a la rudeza en ascenso, y buscó rozar con sus labios la barba medio crecida de su mandíbula.

—¿Qué pasa? Parece que tenés calor —siguió, tras humedecerse los labios, su voz vuelta un susurro tierno.

Un músculo se contrajo en la mandíbula de Luis, y la imagen del falso ratón de biblioteca se encontraba roída por la violencia.

—No se suponía que...

—No te hagas —murmuró el cazador, mientras acunaba su rostro y recorría su labio inferior con la lengua—. No me dejaste arrastrarte por otra razón.

Rendido a sus juegos con un pequeño jadeo, Luís intentó consumar la unión de sus bocas, y Mikaela se alejó con burla, pero él alcanzó su nuca para evitarlo, lo presionó con violencia. Y la necesidad se derritió en sus ojos verdes, un gruñido se le escapó con rudeza en la pregunta.

—¿Dónde está?

—Arriba, no va a bajar —respondió, en un suspiro que le supo ajeno, con respecto al paradero de Génesis.

Por desgracia, se sentía tan necesitado como él, tanto que se dejó devorar por sus labios sin pensar en lo que le esperaba en el exterior. Al principio Mikaela acarició su mandíbula con gran devoción, pero luego buscó dominar el impulso desesperado del rubio, mientras le permitía descender la mano través de la seda de su ropa formal y aferrar sus caderas con impaciencia, para después acercarlo a su cuerpo intensamente caliente. Sus pensamientos vagaron entre la sensación húmeda de su lengua y el tacto rasposo de su linda barba. Mikaela extendió las manos con elegancia sobre la tela de su camiseta, y dejó caer el pesado abrigo al suelo.

Aquella quimera tan preciosa para él siempre había olido a menta, y era en esos instantes de intimidad, que sus sentidos disminuidos lograban percibirlo con claridad. Se regocijó con el sonido de los jadeos apagados por sus labios, y utilizó su lengua para guiar el beso, como sabía que le gustaba, iba a aumentando la intensidad.

Consiguió cortarse con uno de sus afilados caninos inferiores. Apenas deshizo el contacto, un minúsculo hilo de saliva rojiza pendió entre ambos, y le enseñó con cautela la sangre a punto de gotear de la herida. Incentivado por el sabor metálico que su naturaleza le demandaba consumir, el rubio soltó un gruñido gutural, y casi llegó a alcanzarlo, pero la mano de Mikaela se interpuso, deslizándose entre sus clavículas con demandante tranquilidad.

—¿Puedo?

—Hacé lo que quieras.

Mikaela lo calló con ternura, mientras acariciaba su garganta con la yema de los dedos.

—No, Lulú. Tenés que pedírmelo.

Luís tragó.

—¿El qué?

—Lo que quieras que te haga.

Un gruñido impaciente se escapó de su garganta.

—Mikaela, por favor, te permitiría hacer lo que quisieras conmigo —anunció exasperado, tomó su muñeca con violencia y la guío a su garganta con un temblor—. Quiero pertenecerte.

El cazador asintió, sus ojos brillantes y con excesivo cariño cerró los dedos alrededor de su cuello, presionó con conciencia los laterales para no privarlo por completo del oxígeno, y en el proceso posó dos dedos sobre sus labios al principio acariciándolo con advertencia para a acallar sus gemidos, después le fue imposible dejar de observar mientras introducía las falanges en su cálido interior.

—No quiero que me pertenezcas, si con cada instante que respirás en este mundo, obtenés mí total y completa devoción, y para demostrarlo te dejaría comerme si me lo pidieras —afirmó elocuente, inundado por su pesada respiración, el tierno pellizco de sus dientes y el roce de su lengua. Retiró sus dedos de golpe y se acercó a su rostro—. Pero primero llevame a la habitación.

Aquel beso concluyó en un torbellino que le dificultó mantener el control. Luís mordisqueó sus labios, y lamió la sangre de su lengua. Mikaela tiró su bufanda al suelo, sin percatarse de que una fuerza animal le quitaba la prenda de seda roja que llevaba sobre la camisa, y lo alzaba de sus cuartos traseros como si pesara menos que cero.

Le rodeó las caderas con las piernas, y se regodeó del contacto ajeno, de sus manos presionándolo sin delicadeza, y de sus dientes penetrando con finas líneas en la piel de su cuello, pero en especial, del calor vital que le había sido negado hacía tanto tiempo, mismo que a menudo solía buscar en esos instantes sin siquiera darse cuenta.

A veces en el dolor, a veces en el cariño que él le provocaba, se sentía vivo.

Luís se movió a la habitación por ambos y lo dejó caer sobre su cama de sábanas oscuras, para permitirle quitarle la camiseta, con el abrigo de su cuerpo encima Mikaela se dedicó a besar su pecho, mientras apresaba su barbilla con una de sus manos, y la otra bajaba más allá del cinturón flojo de sus jeans. Envolvió su firme humanidad un instante, y disfrutó cuando la quimera jadeó su nombre contra sus labios.

Y en ese punto Mikaela tuvo que obligarse a recordar su objetivo.

Con pesadez en los músculos, deslizó los dedos entre su cabello dorado, y se separó apenas unos centímetros. Luís tensó todo su cuerpo y apresó sus caderas con deseo, en respuesta Mikaela balanceó su pierna sobre él y volteó las tornas por completo. Lo observó desde arriba con una sonrisa provocadora que no llegó a sus ojos, su cabello negro caía a los lados de su rostro y se regaba por la cama, los cubría cual manto de oscuridad.

—¿Me dejás buscar algo?

Luís había asumido que se trataba de protección, así que apenas reaccionó cuando el cazador volvió de revisar su cajón, y acarició con delicadeza las plumas frágiles que crecían en el espacio de sus costillas.

Mikaela deslizó la mano a través de su cálido abdomen, su piel helada intentó contagiarse del calor, y acarició la parte baja de sus caderas, si cerraba los ojos podía intentar imaginar cómo se sentía aquella presión, y el cosquilleo que hacía estremecer sus músculos. No dejó que eso opacara su momento, la visión de Luís recostado bajo su cuerpo, con el pecho en movimiento por su profunda respiración, y los ojos dispares observando con descaro. Estaba por completo entregado a su voluntad, en confianza, y quería guardar ese recuerdo, para volver a él cuando tuviera que enfrentarse a lo que había afuera. En especial a lo que estaba a punto de hacer.

Mikaela se sostuvo sobre uno de sus codos y dejó que su cuerpo pendiera en paralelo, mientras consumía sus labios y junto a ellos cada uno de sus sonidos ansiosos, las garras de Luís se arrastraron por su espalda de forma tentativa, en lo que dirigía un brazo atrás y guardaba en su bolsillo trasero lo que iba a necesitar en esa ocasión. Comenzó a desabrochar su camisa con la habilidad de una sola mano, pero no contaba con la impaciencia de su pareja, que aferró los puños al cuello de la tela y reventó los botones sobre su piel morena. Mikaela lo observó con una ceja alzada.

—¿Era necesario hacer eso, cielo?

Recibió a los gruñidos desinhibidos de Luís en respuesta. Su voz agravada por el deseo le nubló el juicio.

—Te quiero encima, ahora.

El cazador se sentó sobre sus talones con falsa obediencia, y se quitó la camisa, fingió dirigir las manos a su cinto aún con la tela entre sus dedos, pero en su lugar empujó a Luís y lo obligó a mantener las manos sobre la cabeza.

—Qué mal educado, yo no te enseñé así. —Su sonrisa guardaba todas las amenazas que habría podido decirle en otro momento, suspiró para sus adentros, y rasgó la tela con los dientes, envolvió sus muñecas con gracia de experto, mientras deslizaba sus caderas sobre él—. Hubiera preferido no hacer esto, pero no me dejaste opción.

Mikaela cerró las esposas alrededor del intrincado cabezal de la cama, su semblante había cambiado por completo. Se alzó sobre Luís, quien lo observaba con los ojos nublados de deseo un instante, y al siguiente comprendía lo que había hecho.

—No, Mikaela, no me digas...

Intentó tirar de las esposas que envolvían sus muñecas y estas se removieron duramente. Él no dudaba de su capacidad para reventarlas, si se concentraba lo suficiente, sin embargo, en ese momento tenía toda su energía concentrada en otra cosa. Su pupila rasgada se había vuelto una hendidura minúscula rebosante de veneno.

—Perdoname, Lu —suspiró el cazador, con un amargo sentimiento en el pecho, escuchó su voz furiosa.

—Soltame, ahora. —Mikaela se paraba a un lado de la cama, y observaba sus manos, ligeramente temblorosas, sus propios brazos abiertos con cicatrices que ni siquiera recordaba, ni quería recordar—. ¡Sacame esto, por favor!

No quería verlo, pero su cabello formaba un camino inevitable a él.

—No puedo —murmuró, viéndose de repente demasiado débil—. No puedo permitirme ponerte en peligro.

Hizo oídos sordos a sus bufidos animales y buscó una nueva camisa en su armario, volteó una última vez antes de salir, sus propias pupilas doradas cargadas de tristeza se enfrentaron a los ojos de Luís, notó algo peor que el desprecio, la traición, por parte de la única persona a quien le había dado el derecho a lastimarlo. Vio lágrimas a punto de desbordarse.

—No me hagas esto.

—Podés echarte a dormir, cuando todo termine voy a volver, lo prometo.

✴ ✴ ✴

Frente al espejo junto a la puerta, con los gruñidos de Luís pudriendo su existencia, Mikaela comprobó el estado del arma anclada a su espalda. Tocó las cicatrices en su rostro lleno de nostalgia, y a pesar del asco que le daba habitar su cuerpo en ese instante, logró regularizar su respiración. Reconstruyó sobre su expresión agotada cada pieza, y al final terminó de encajar la mentira en sus ojos enrojecidos por el cansancio mental El oro de sus iris cristalizó la frialdad de la criatura que hacía más de cuatrocientos años había dejado de sentir con propiedad.

Sin embargo, se quebró mientras observaba su reloj por décima vez esa noche, el temblor de sus manos ascendían a sus antebrazos, y después de subir las escaleras, se encorvaba sobre su peso como un títere sin vida. Apretaba la máscara del cuervo en su mano, en su intento de reprimir el deseo de quedarse con él, de acunar su cuerpo expuesto mientras le acariciaba el cabello, y lo calmaba, mientras a su vez lo hacía él.

Se enderezó y acomodó la máscara sobre su cara, tiró con seguridad de su llamativo traje de seda roja para que se ajustase bien a su figura, se asomó para asegurarse que nadie lo observaba al salir, pero a último momento un rayo de arrepentimiento lo atravesó.

Empezaba una ridícula retirada cuando sintió que una mano se aferraba a su muñeca. Intentó soltarse con un quejido nervioso, pero alguien lo empujó dentro del hueco de las escaleras y se encontró de frente con el rostro impasible de Génesis.

—¿Qué pasa?

No pudo soportarlo.

—¡Mare va a venir! —se quejó, juntó sus manos en una muestra de sus nervios exacerbados—. ¡Mare va a venir, pero no lo va a hacer solo, no, no, no! Va a atravesar esa puerta con su séquito de monstruos hambrientos y no se va a detener hasta que tenga nuestros huesos podridos junto a sus pies, como todo este tiempo solo estuvo jugando conmigo, e intentó volverme loco con sus condiciones de mierda, sus órdenes asquerosas, repugnantes, y esa jaula de porquería que pusieron allá arriba. ¡¿Tenés idea de para qué es?! ¡Yo no me lo quiero ni imaginar! —Se llevó las manos a la cabeza, y al soltarla varios cabellos se quedaron atorados en su reloj, la sola visión de esos pelos arrancados hizo que comenzara a gritar—. ¡Dioses santísimos, me voy a quedar pelado! ¡No puedo, no puedo, no....!

En un instante, Génesis se plantó frente a él, y le encajó una bofetada que hizo volar la máscara al suelo, su voz transformada en una ferviente amenaza.

—Contrólate, Mikaela, o lo haré yo.

Entonces la observó por primera vez, llevaba su abrigo entre los brazos, y una extraña tiara de cuero con tachas puntiagudas en la cabeza impedía que el cabello le cubriera por completo la cara. Su camisa oscura, y collar grueso ofrecían una apariencia de lo más formal. Relajó los hombros con una mano en su mejilla golpeada, y saborear la sangre lo ayudó a concentrarse.

—Gracias.

—La próxima vez tampoco vas a tener que pedirlo —soltó ella, bajo aquel manto de inexpresividad, tomó su muñeca y lo acompañó afuera una vez se puso su máscara—. Ya casi es la hora. ¿Dónde está el niño pájaro?

—Luís se va a quedar abajo, por su propia seguridad —informó con una mueca, intentó ocultar el temblor de sus manos, pero Génesis ya se había inclinado a olfatear el aire a su alrededor.

—Hueles a miedo y... —Se calló de repente y Mikaela aceptó el abrigo dispuesto a cambiar de tema.

—¿Quién te dio esa tiara?

—Hole, lo acepté para que dejara de molestar, o iba a asesinarla, y no es una tiara. —Mikaela alzó las cejas con una pequeña elevación de sus labios—. No digas nada.

—Te gusta.

—Es desagradable —gruñó—. Cállate. 

—Decías lo mismo de mí y miranos ahora —continuó él, y ella chasqueó la lengua.

—Eres una molestia, realmente desagradable.

—Igual permanecés a mi lado.

Mikaela se terminó de colocar el saco a juego con su vestimenta rojiza, y le hizo una extravagante reverencia.

Dio la vuelta con gracia a la extensa isla junto a la barra. Atravesó los brillantes pisos con la vista clavada en el par de quimeras que charlaba junto a la puerta que daba al salón. León y Rafael ambos de seguridad, el primero arrestado en su emprendimiento de comida china que incluía carne humana en no tan buen estado y el segundo, un estafador que lavaba dinero junto a la psicópata de su hermana.

Hermana que, por suerte, no estaba presente esa noche.

Lograba diferenciarlos tras sus máscaras y la gran cantidad de cadenas que colgaban de sus cuerpos, porque León tenía los pezones perforados bajo la tela transparente de su camisa y destrozaba un caramelo entre sus dientes, mientras que Rafael llevaba la piel por completo cubierta de tatuajes que disimulaban el pelaje gris de sus antebrazos.

Ambos lo observaron acercarse y detuvieron sus cuchicheos al instante, los dientes puntiagudos de León centellearon bajo las luces rojizas que envolvían sus siluetas en halos intimidantes, no concordaban para nada con su forma de dirigirse al gerente.

—¡Mikaaa! ¿Dónde estabas?

—Creímos que la nueva te había comido vivo —agregó Rafael, con picardía.

Mikaela, colocó una mano en el hombro de cada uno y volvió a su voz de mando de manera poco sutil.

—No tengo tanta suerte, señores —expuso fingiendo simpatía—. Vayan a trabajar, y dejen de hablar como viejas chusmas, por favor.

Localizó a Max cerca del primer túnel de la entrada, con su traje de noche, tenía un auricular en su oreja derecha, a sus espaldas Hole había comenzado a seguirlo, escuchó sus pasos ansiosos recorrer el espacio en la misma dirección que él.

—¿Ya llegaron? —Hole le robó la pregunta y aceptó el auricular que Max le ofrecía, Mikaela lo imitó.

—Megara los está atendiendo en la puerta —murmuró él.

Sus ojos abiertos con tensión tras las gafas se fijaban en el espacio vacío del túnel, que era transitado por el manto oscuro de las quimeras, un tipo de criaturas diferente a sus propios empleados, individualistas y cargados de vida.

Megara los guiaba, la única pizca de color era su cabello rosa. Ellos parecían una masa de espectros nocturnos, unida por simbiosis, con pies de acero y movimientos inhumanos.

—¿Me escuchan fuerte y claro? —Mikaela probó el auricular y observó a sus empleados asentir desde los distintos puntos del bar, incluso Génesis había aceptado usarlo a duras penas—. Muy bien, empecemos.

✴ ✴ ✴

Mare llegaba a su encuentro, lo seguía una muralla monstruosa de cuerpos con los ojos tan negros como el alquitrán y los labios morados por recibir a la muerte entre ellos. Se colocaban de manera que ocupaban todo el espacio del túnel, y no fue capaz de ver lo que guardaban tan celosamente en el medio de aquella jaula inhumana. Mikaela les dedicó un asentimiento a sus empleados, justo a tiempo para reaccionar a la amplia silueta de la quimera mayor que se acercaba a él con los brazos abiertos, y los pequeños ojos azules cargados de regocijo.

Colocó el brazo como barrera para evitar que apretujara su cuerpo sin piedad, y soportó asqueado cuando Mare enterró la nariz en el hueco de su cuello, sintió sus dientes castañear peligrosamente cerca de su oreja, no llevaba cubre bocas esa vez.

—Que enorme placer verte, Mikaela.

—Me gustaría decir lo mismo, pero odio mentir, Marcel.

El cabello blanquecino se teñía de rojo bajo las luces y se combinaba con la oscuridad de su traje, su corbata carmesí, y el intrincado broche de oro blanco en la solapa de su saco. Hizo oídos sordos a lo que dijo.

—Necesito que me brindes el espacio privado del que hablamos antes para guardar ciertas cosas muy importantes.

—Por supuesto, acompañame. —En lo que comenzaba a caminar, percibió la amenaza en su voz, tan clara y pesada como el brazo que invadía su espacio, envuelto alrededor de su cintura.

El resto de las quimeras habían ingresado al bar y se acomodaban en las mesas dispuestas. Sin embargo, la muralla humana se paraba estática en el centro del salón, cual masa de autómata sincronizada.

—Conté más de doscientas quimeras, nunca había visto tanto poderío económico junto.

—Dividámonos, así podríamos sacar alguna tajada de esto.

En la pasividad de su auricular, Max le gruñó a León y a Rafael un insulto en francés.

—La única tajada que van a sacar va a ser a nosotros, todos ven a Megara como si fuera su cena porque es humana, Mikaela. ¿Qué hacemos?

Se contuvo de observar sobre su hombro, y se inclinó con ligereza para responder.

—Ro, quedate cerca de Megara, y lo mismo para Hole.

—Sí, creo que va a ser lo mejor —interrumpió Mare, divertido.

Mikaela no contuvo su mueca, desenganchó la llave de su cinturón y sorprendido al percibir el temblor persistente de su mano, abrió la puerta que daba al pasillo de las habitaciones insonorizadas.

—Que te calles va a ser lo mejor —murmuró Génesis a sus espaldas, se había colado entre la fila que formaban.

Mare volteó y observó a Mikaela cargado de molestia, mientras caminaban en el reducido pasillo iluminado por las luces neón del techo.

—Creí que te habías deshecho de ella.

—No es algo que esté en mi poder —sonrió tras la máscara, al llegar a la puerta de una de las habitaciones la abrió y se apartó del camino para que esos monstruos pudieran entrar a revisar el lugar.

Eran cuatro paredes rojas por completo vacías, salvo por el intrincado mecanismo de poleas que colgaba del techo, una silla, y el gran armario negro que guardaba todo lo que alguien pudiera necesitar. Las criaturas asintieron después de revisar cada rincón y arrastraron dentro el misterio que no había podido ver en un principio. Una persona privada del movimiento con una bolsa sobre la cabeza, iba atada a un dispositivo de transporte vertical, y la piel traslúcida exaltaba las venas en sus brazos.

Oscuras, como el veneno parasitario que tanto conocía.

Mikaela cerró la puerta tras ellos con una fuerte presión en el pecho, y se aproximó a la siguiente, era exactamente igual. Se mantuvo al margen mientras los dejaba pasar, el otro rehén entró caminando sobre sus pies, y al escuchar el llanto ahogado, supo que se trataba de una mujer. Intentó voltear hacia Génesis en busca de ayuda, pero Mare clavó los dedos en las costillas y lo empujó al interior. Donde las quimeras de ojos inhumanos arrodillaban a la prisionera, con las manos retenidas tras la espalda.

—¿Qué es esto? No creo haberte dado permiso para convertir mi bar en la casa de tus crímenes.

Al observarlos con atención, fue consciente del peso de su arma tras la espalda, y de las sombras que los poblaban, esos guardaespaldas habían fundido su voluntad bajo el peso de los parásitos. Esa era la estela de humo putrefacto que escapaba de sus siluetas. Génesis se tensó al ver que Mare aferraba las solapas del traje de Mikaela y lo acercaba a su rostro.

—No necesito tu permiso para probar el fruto de mi inversión.

—Tranquila —murmuró Mikaela hacia ella, no lo había soltado—. ¿Qué sigue ahora? Vos dirás.

Mare arrojó su auricular al suelo, cerca de uno de sus guardaespaldas que lo destrozó bajo su zapato.

—Ustedes van a cuidarlos con su vida misma, mientras yo preparo al público para la maravilla que están a punto de ver, por supuesto. —Mare abrió la boca, los bordes se rompieron, junto a los finos y puntiagudos dientes arañando el borde de su máscara—. Así van a ganarse un boleto para disfrutar de la demostración.

—Una carnicería de animales salvajes no es una demostración.

Mare extendió más su sonrisa.

—Qué lástima que no puedas entenderlo, pero decidir eso no está en tu poder, mi querido. —Le arrebató las llaves de un tirón, y lo empujó contra Génesis—. Tu bar me pertenece esta noche, y a los designios divinos del creador.

Mikaela tuvo que retener las extremidades de Génesis para que no pudiera lanzarse sobre la espalda de Mare, en lo que salía de la habitación, con el característico clic de la cerradura.

✴ ✴ ✴

—Tendrías que haberme dejado atacar al menos, cazador —gruñó Génesis, sentada contra la pared, sus piernas extendidas sobre la alfombra.

—¡Podríamos haberle avisado a los demás, de no ser porque te olvidaste de ponerte tu auricular!

—¿Y qué podrías hacer desde aquí encerrado de todas formas?

—Estoy pensando —murmuró, de repente fue como si sus extremidades pesaran demasiado, se sostuvo del armario, y se consoló al pensar que cuanto más rápido terminara con eso más rápido iba a poder ir a cazar, para sentir esa ligereza sobrehumana que le hacía falta.

—Pues, piensa más rápido —Génesis se levantó de un salto, y comenzó a acercarse a las quimeras paradas como estatuas en el centro de la habitación, la rehén encapuchada los escuchó hablar, comenzó a pedir ayuda entre débiles sollozos.

—¿Quiénes son? ¿Qué están haciendo?

Mikaela clavó la vista en la nula reacción de esas criaturas ante el sufrimiento ajeno, Génesis olfateaba sus trajes con interés.

—No están vivos estos —afirmó neutral, después de un instante—. Huelen a azufre.

El cazador se frotó las sienes con frustración.

—Ya sé.

—Son sombras —soltó Génesis, con increíble seriedad—. Mátalos ahora, y salgamos de aquí, Mikaela.

—Excelente plan —rezongó,  clavó la vista en la rehén encapuchada—. ¿Y qué hacemos con ella, a ver?

La mencionada comenzó a gritar de repente. 

—¡Callate, callate, callate, tampoco es como si eso fuera a ayudar en algo!

Génesis transformó su expresión y también la miró, cada vez más enfurecida por los insultos que salían de su boca.

—¿A quién le está hablando?

—¡A vos no te pienso dirigir la palabra, inútil de mierda!

La aludida frunció el ceño, y avanzó hacia la mujer que vociferaba sin parar, los enormes guardaespaldas se movieron al unísono entonces, uno de ellos detuvo su mano en pleno vuelo con un firme agarre a su muñeca, y la alzó con fuerza inhumana, para estrellarla contra la pared.

—¡Génesis no!

El segundo avanzó hacia Mikaela, que apenas fue consciente de su presencia, esa vez no pudo detener a su compañera de patear a la enorme masa de músculos al otro lado de la habitación. Dirigió la mano a su arma, demasiado tarde porque la quimera cerró las garras alrededor de su cuello, y le estrujó la garganta, mientras lo alzaba más allá del suelo.

De fondo, la mujer seguía gritando incoherencias.

—¡Todo esto es tu culpa! ¡Te odio como no tenés una idea!

A pesar de aquello, intentó mantener la compostura que Génesis había perdido, sostuvo la cálida superficie de su arma y la dejó extenderse, mientras las uñas de la quimera rasgaban su ropa y una porción considerable de su estómago, que lo habría asesinado de no tener la capacidad de regenerarse. Actuaba como un títere sin vida. Escuchó un rugido animal provenir de Génesis, y el sonido de algo desgarrándose, mientras Mikaela se ocupaba de atravesar el corazón de su oponente sin reflejos con el extremo puntiagudo de su guadaña.

Sintió el tirón de vitalidad en sus extremidades, al mismo tiempo que observaba el alquitrán de sus ojos volver a las pupilas normales, nubladas por el estado de descomposición de su cuerpo. Un crujido manó de su pecho cuando retiró el arma, la quimera aflojó su agarre lo suficiente para dejarlo caer, y se derrumbó hacia adelante a su vez, cual torre deshecha.

Mikaela se arrastró lejos del peso del cuerpo ajeno, y observó su espalda moverse apenas un milímetro por una pequeña respiración agónica. Los borcegos de Génesis aparecieron en su línea de visión entonces, y buscaron detener el dolor de la quimera, al propinarle una patada que le partió la columna.

Tenía la camisa remangada, las garras extendidas y los brazos manchados de sangre putrefacta hasta los codos. Había desmembrado las extremidades del otro.

—Ya te di tiempo para pensar —murmuró mortalmente seria, lo ayudó a levantarse mientras lo escrutaba con los dos pozos negros que tenía por ojos.

Mikaela intentó acomodar su traje vuelto jirones, asqueado por el olor a putrefacción que inundaba el aire, y que seguro iba a ser imposible de sacar de las alfombras. Se acercó con cautela a la mujer que lloraba del miedo arrodillada en el centro de la habitación, el charco de sangre que había dejado Génesis al arrancarle el brazo a la quimera le manchaba las rodillas.

Sin embargo, su compañera se le adelantó cargada de imprudencia, le arrancó la capucha de un movimiento a la que supo era mujer adulta maniatada en contra de su voluntad. Se inclinó hacia ella y la olfateó, como si quisiera calcular el porcentaje de miedo en su sistema.

—Huele a humano —afirmó Génesis, presionó su mandíbula con rabia—. Iban a usarla para darle de comer a alguna de esas bestias que trajo.

La aludida alzó la cabeza con lentitud por primera vez, su cabello rubio tenía manchas de sangre seca donde le habían golpeado el cráneo. Al verlos, las heridas de Mikaela que empezaban a sanar y el desastre a su alrededor, su cuerpo se agitó con violencia.

—No sé qué sean ustedes, pero yo sé que no soy... como ellos —sollozó, su voz sonó áspera por la deshidratación, igualmente visible en el temblor de su labio partido—. Les ruego que me ayuden, por Dios...

Mikaela se acuclilló a su lado, y asintió hacía Génesis, que utilizó sus garras para reventar las sogas que envolvían las muñecas heridas.

—Dios no te va a ayudar ahora, querida —dijo él, con hartazgo—. Nosotros sí.

En ese punto de la noche, todos los músculos de Mikaela gritaban en alarma, pero intentaba acallarlos, para convencerse a su vez, de que no había otra manera posible de continuar con esa cadena de desastres.

✴ ✴ ✴

Holaa, me reporto el día de hoy, con el capítulo más largo de esta historia (pero no el último), literal, ya parecen las patas de Mikaela. ¿Les pareció pesado?

Sinceramente no quiero extenderme demasiado con esta nota porque las preguntas podrían hablar por sí solas.

Levante la mano quién quiera compartir aire con el señor Mikaela.

¿Piensan que Luís va a perdonar a Mika por lo que hizo?

¿La manera de Génesis de calmar a Mikaela fue la correcta? ¿Cuál es el método que utilizan para calmar a sus amistades?

¿Qué les pareció la presencia de los empleados de Mikaela? (Estoy preparando un post de ig para presentarlos como es debido)

¿Opiniones sobre las imperfectas inversiones de Mare? Las sombras, y las quimeras en un mismo organismo.

¿Quién creen que era la otra criatura que encerraron en la otra habitación?

¿Qué hubieran hecho encerrados en la habitación insonora como Mika y Gén?

¿Mare algún día va a pagar por sus crímenes?

¿Esperaban que Reina y Génesis se encontraran de esta manera?

¿Qué creen que va a hacer nuestro grupo de fenómenos cuando se enteren que Reina, la persona que salvaron, es la "sin rostro" de la que hablaron antes?

Lo averiguaremos en el próximo capítulo. ❤

Canción que representa mucho lo que Mikaela siente por Luís: 

Pido disculpas si encontraron algún error, y les agradezco mucho leer de igual manera. Se me cuidan, y toman agua, nos leemos el domingo que viene❤

PD: recuerden que existe un concurso de teorías con respecto al final de Génesis, siempre va a estar abierto a sus geniales ideas uwu

—Caz 

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