Maullidos a la Luz de la Luna...

By Sora_Cuadrado

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Las cosas han cambiado mucho para los héroes de Paris. Marinette es la nueva guardiana de los prodigios y tie... More

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By Sora_Cuadrado

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Día 4: Café

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No había ningún akuma a la vista, y por una vez, Chat Noir lo agradeció.

Apostado en el saliente de un tejado, se resguardaba de miradas indiscretas apretando su bastón con una mano y la lengua entre sus labios, en actitud ansiosa. Sus pupilas estaban fijas en el portal del edificio de enfrente, al otro lado de una amplia carretera.

Llevaba cerca de veinte minutos esperando y sus pantorrillas flexionadas daban cuenta de ese tiempo con ligeros calambres, pero él lo ignoraba, como había aprendido hacer con casi todas las muestras de dolor con que la vida le obsequiaba. Por una vez, ese triste pensamiento le resbaló, pues tenía algo en mente que le provocaba una intensa excitación en el centro del estómago.

Por el rabillo del ojo, percibió los rayos, cada vez más rojos y alargados, de un sol que comenzaba a retirarse sobre el asfalto y los escaparates de las tiendas. Agradecía haber salido antes de su clase de esgrima, no solo porque eso le había dado más tiempo para prepararlo todo, sino porque se le hacía un nudo en el pecho cuando veía a Kagami y sentía su rechazo silencioso.

Apenas habían hablado desde la ruptura, pero la chica se las había arreglado para convencer al señor D'Argencourt para que este no les emparejara durante los combates de practica en las clases oficiales. Y por supuesto, las clases privadas que tanto su padre como la madre de la chica habían acordado para que ambos practicaran más, también se habían acabado de manera abrupta y sin ninguna explicación. No sabía cómo lo había conseguido Kagami, pero así era ella.

Rápida, eficiente y decidida.

Todo esto había provocado que una renovada avalancha de culpa cayera sobre él, apagando su ánimo de un modo tal que cuando abría los ojos por la mañana y recordaba todos los esfuerzos que la chica estaba haciendo por no coincidir con él, sentía lo mismo que si un gigante se le sentara en el pecho. El aire no le llegaba a los pulmones, el corazón se le estremecía como si un puño lo apretara con saña y una nube oscura se instalaba en su cabeza y no le dejaba pensar.

Por suerte, Adrien había empezado a dejar su querido amuleto de la suerte en su mesilla cada noche y cuando se sentía así de mal, le bastaba con girar los ojos y contemplar el modo en que la luz solar incidía en los vivos colores de las piezas. Entonces sentía que un poco de paz se abría paso a través de su pecho. El rostro de Marinette se dibujaba en su conciencia y volvían a él las ganas de levantarse y hacer algo provechoso con su día.

Había pensado mucho en la actitud triste de su amiga. No tenía idea de qué podría haberle ocurrido para estar así pero se dijo que necesitaba ayudarla. Puede que no supiera ser un buen novio, pero estaba decidido a seguir siendo un buen amigo.

No obstante, la inseguridad que atormentaba a Adrien le había hecho tomar la determinación de que sería Chat Noir el encargado para tal tarea. El héroe tenía, después de todo, más habilidades, más confianza y ahora además, tenía algo parecido a un plan.

Sonrió sin despegar los ojos de la puerta hasta que, justo entonces, esta se abrió.

Marinette salió del edificio acompañada de Alya. Ese día, en el instituto, las había oído hablar sobre reunirse en casa de la morena para estudiar juntas, por ello la había estado esperando allí.

Ambas chicas se detuvieron en la acera frente a frente, con los lánguidos destellos del sol lamiendo el perfil de sus figuras. La periodista cogió a la otra de las manos y le dijo algo que él no oyó. Marinette parpadeó y asintió respirando hondo, después ambas se abrazaron y Alya le dio un toquecito al bolso que su amiga cargaba siempre en su cadera.

Y le guiñó un ojo.

Se despidieron y Marinette echó a andar rumbo a su casa.

Qué raro pensó él. Toda la escena le había resultado de algún modo peculiar, aunque tampoco es que fuera un gran experto en los gestos y actitudes de las amistades femeninas.

Decidió no darle más vueltas y concentrarse en su misión.

Siguió a Marinette en la distancia, recorriendo los tejados sin perderla de vista, con el corazón acelerado. La muchachita caminaba como ensimismada, sin prestar atención a lo que la rodeaba por lo que esta vez no le descubrió.

Cuando ella cruzó una carretera para meterse por una estrecha callejuela desierta, él avanzó más deprisa y con una amplia voltereta, cayó para cortarle el paso. La chica se detuvo de golpe, encogida, hasta que le reconoció y frunció el ceño.

—¡Chat Noir! —exclamó, en un tono severo que le provocó un escalofrío que no entendió—. ¡Qué susto! ¡¿Qué se supone...?! —Él meneó la cabeza y sonrió. De un salto se acercó a ella y la atrapó en sus brazos—. ¡¿Qué estás haciend...?! —Otro salto y la voz de la chica se cortó a causa de la falta de aire. Por instinto, sintió que se aferraba a él con sus brazos cuando ascendieron directos al cielo—. ¡Chat Noir!

Esa voz enfadada... ¿por qué le resultaba tan familiar y le daba un poco de miedo?

Siguió saltando, sin encontrar la respuesta a tal pregunta, ni molestarse en hacerlo. Se alejó de la puesta de sol concentrado tan solo en sostener a la chica, enfadada, que se revolvía en sus brazos.

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Cuando Marinette sintió que aterrizaban, por fin, para no volver a levantar el vuelo, se atrevió a abrir un ojo. Aún encogida en brazos de Chat sintió el airecillo frío que corría en lo alto de aquella azotea.

Ante sí vio una multitud de viejos trastos desperdigados por el suelo y amontonados contra los pequeños muros que cercaban el lugar. Solo había dos cosas allí que no parecían haber sido arrojadas, cual basura, en aquel diminuto vertedero.

Una mesa redonda y de color caoba, con las patas de metal de un color negro algo gastado, rodeada por dos sillas rojas de plástico. Y el trozo de un toldo que parecía haber sido retirado de la fachada de un tirón pues estaba desgarrado a la mitad y solo se leían las palabras: Café de...

Intentó adivinar qué hacían allí pero no se le ocurrió ninguna razón para ello.

—Ah... —murmuró.

—¿Qué opinas? —preguntó él.

—Ah...

Notó que la emoción embargaba la voz de su amigo.

Al mirar con más atención, pudo distinguir los variados objetos que llenaban la zona más apartada, junto al muro de piedra gris más alto de todos. Había sombrillas con tela sucia de distintos colores, más sillas de plástico volcadas, viejos escudos de bronce decorativos semi ocultos bajo montones de lo que parecían ser cacharros de cocina y servilletas de tela. Había cuadros apoyados en el suelo con los marcos polvorientos, viejas lámparas tiradas por ahí...

Basura pensó ella, perdida.

Pero más allá, también contempló ristras de bombillas de colores cruzando la azotea de un lado a otro y enganchadas en las superficies enrejadas de metal que, junto al muro, terminaban de amurallar la azotea. Las viejas macetas vacías contenían ahora velas cuyas tímidas llamas ayudaban a iluminar el espacio con calidez. En un rincón divisó utensilios de limpieza y supo que, probablemente unas horas antes, los trastos y la suciedad se extendían por la amplia superficie de la azotea, pero estos habían sido retirados para dejar la parte central más libre, ahí donde ahora estaban la mesa y las sillas.

El viejo toldo había sido clavado en la parte más alta del muro, justo encima de la puerta de hierro que daba entrada al edificio.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó ella, de todos modos, confusa.

Chat Noir avanzó hacia el centro, cargándola todavía y giró sobre sus pies mostrándole aquello como si fuera algo mucho más digno de ver.

—Este edificio es uno de los más altos de esta zona. ¿Ves que los de alrededor son mucho más bajos? Eso significa que nadie puede ver esta azotea aunque se asome a la ventana —Le explicó, entusiasmado—. Y aunque lo hicieran, los pequeños muros que la rodean no les dejarían ver nada.

>>. Este era uno de los cafés más antiguos de Paris. Pero cuando cerró, los propietarios subieron aquí parte del mobiliario de la terraza y del interior, y no se molestaron en intentar venderlo. Ahora viven en el extranjero, así que esto lleva años abandonado.

—Vale —respondió ella, sin saber aún qué quería decirle con todo eso. Entonces, Chat Noir bajó su rostro y la miró fijamente.

—Este es el lugar perfecto. ¡Nadie nos verá! —le dijo—. Y para asegurarme de que Lepidóctero no nos descubra, puedo venir bajo mi identidad secreta y transformarme en el callejón que hay detrás.

>>. ¡Estarás absolutamente a salvo!

Entonces sí, Marinette abrió los ojos, sorprendida.

De un saltito volvió al suelo para echar una nueva mirada comprensiva a ese lugar.

Chat Noir se había dedicado a buscar un edificio lo bastante alto y que además estaba abandonado. Lo había arreglado lo mejor que había podido y al parecer, tenía un plan para que pudieran verse sin riesgos... ¿solo por lo que ella le había dicho?

¿Solo para devolverle su paraguas?

¡Debía ser una broma! Pero al mirar el semblante franco y satisfecho del chico supo que no lo era, y le encontró aún menos sentido. Sabía que Chat era un tanto... teatral para según qué cosas y podía intuir que le gustaba organizar sorpresas de ese estilo, pues ya lo había hecho por Ladybug.

Por Ladybug, eso tenía lógica. Pero, ¿por ella? ¿Por qué se había tomado tantas molestias?

Recordó sus sospechas sobre esa inexplicable culpa que parecía torturarle y quiso creer que esa era la razón de que se hubiera esforzado tanto.

—¿No dices nada? —preguntó él, interesado y un poco nervioso.

Ella dio un respingo, ruborizándose.

—¡Ah, sí! Esto es... es... —Se frotó los brazos, indecisa—; es un poco...

—Sí, aún no está listo del todo —la interrumpió. Le tendió una mano y ella, aún imbuida en su perplejidad, la tomó. La guio hacia la mesa y le apartó una de las sillas para que se sentara—. Queda mucho por arreglar pero con un poco de trabajo podría convertirse en un...

—¿En un qué?

—En un lugar secreto —respondió él, encantado. Se sentó a su lado—. Será nuestro café secreto —puntualizó y movió las manos sobre la mesa como si en ella hubiera un par de tazas invisibles y una tetera. Fingió que la levantaba, servía las bebidas y colocaba una de ellas frente a la chica—. Un lugar especial donde no existen los problemas, ni las preocupaciones —Sonrió y levantó la taza hasta su boca. Hizo como si bebiera de ella y seguidamente, hizo una mueca—. ¡Auch!

>>. No te lo bebas aún, princesa, está muy caliente.

La chica se quedó mirándole unos segundos antes de irrumpir en escandalosas carcajadas. Rio sin parar, echándose hacia atrás en la silla y hasta tuvo que frotarse los ojos. ¡Cielos! Era todo tan irreverente, tan absurdo y a la vez tan tierno...

Chat Noir debía haber notado que no se encontraba bien esos días y había armado aquella loca terraza en ruinas para ella. Para animarla. Seguía sin entender la razón pues Marinette no era tan amiga suya, después de todo. Sin embargo, la idea le caldeó el corazón.

Le miró, aleteando las pestañas y meneó la cabeza.

—Hay que ver... lo payaso que eres —comentó, con burla. Chat Noir se estiró sobre la silla.

—¿Payaso?

—¡Ah! Bueno, no quiero decir que seas un payaso —le explicó. Con un suspiro tomó su taza entre las manos y sopló ligeramente, imaginándose las hebras de humo escapando hacia el cielo—. Digo que te encanta hacer el payaso...

—¿Y eso te parece... mal?

—¡Claro que no! —respondió, haciendo como que tomaba un sorbo—. ¡Es algo bueno! Siempre consigues que me ría —Marinette hizo como que destapaba un botecito y cogía una cucharilla inexistente para servirse un poco de azúcar—. No está lo bastante dulce —le explicó y él también se rio.

—Perdón, princesa, lo recordaré para la próxima vez —Ella asintió, probando la bebida de nuevo—. Parece que te haga falta reír más... ¿no? —La chica frunció los labios un instante y repitió el gesto—. Pues estás con el gato adecuado.

Eso, seguro.

Pero... ¿estaba aquello bien? No pudo evitar preguntárselo ahora que parecía que Chat Noir tenía la intención de que se reunieran de vez en cuando en ese café secreto. Aunque en verdad parecía un sitio apartado y seguro, que alguien pudiera verles no era lo que más la preocupaba a esas alturas.

Pero lo dejó estar por el momento.

Marinette alzó sus ojos y dejó la taza imaginaria sobre la mesita.

—Bueno... ¿dónde está?

—¿Dónde está el qué, princesa?

—Mi paraguas —contestó y él parpadeó, para después desviar la mirada—. Estamos aquí para que me lo devuelvas, ¿no?

>>. ¿Dónde está?

—Pues... ¡Qué curioso! —exclamó él, con una sonrisa nerviosa—. Con toda la emoción de preparar todo esto, fíjate que... he olvidado traerlo.

—¡¿Qué?! —exclamó ella abriendo bien los ojos—. ¡Chat! —se quejó, fastidiada, estirando los brazos sobre la mesa y apoyando la cara sobre la fría superficie. Entonces gruñó algo que él no entendió, y que aun así le hizo resoplar.

—Vamos... ¡Solo es un paraguas!

De repente, Marinette alzó el rostro y este había cambiado de forma drástica. Las cejas fruncidas, los labios torcidos en un mohín, pero no era nada de eso sino un cierto chispazo al fondo de sus ojos, lo que hizo que su expresión fuera distinta a cualquier otra de las que el chico le había visto hasta ahora. Había algo más serio que la simple molestia en sus pupilas azules, algo que casi rozaba el rencor.

Se quedó sin habla, jamás había visto esa mirada en ella.

Hubo un silencio prolongado que hizo aún más impactante aquella visión. Chat Noir carraspeó, rozándose con los dedos el cuello y el cascabel.

—¿Por qué es tan importante?

Marinette pensó que era mejor no responder a eso. Apretó la mandíbula y sus ojos, inquietantes y esquivos, se escabulleron al cielo casi oscurecido. Respiró despacio y se cruzó de brazos sintiendo que las palabras, candentes como bolas de fuego, se precipitaban por su garganta queriendo salir en contra de su voluntad.

—No es por el paraguas —Hizo una pausa y su rostro volvió a cambiar—. Es por la persona que me lo dio.

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De vuelta en su casa horas más tarde, cuando la noche consumió plenamente al día y los sonidos del mundo se extinguieron entre suspiros y resoplidos adormilados, Adrien se puso en pie y caminó hasta posicionarse frente a su ventanal. Atento, contó los parpadeos de las estrellas, ignorando la frialdad del suelo en las plantas de sus pies desnudos. Era algo que hacía a menudo cuando se desvelaba, pero en esta ocasión no sintió ni un ápice de calma.

Algo se revolvía dentro de él, mientras Plagg hacia otro tanto en el armarito del queso.

Nada más volver del café secreto se había dirigido al armario donde estaba el paraguas con la intención de dejarlo de nuevo junto a la puerta de su cuarto y así no olvidarlo la próxima vez que se reuniera con la chica.

Había llegado ante el mueble, alargado la mano hacia el pomo de este, incluso la punta de sus dedos lo había rozado, pero entonces... se detuvo. Un desagradable latigazo en su estómago le paralizó y se dio cuenta de que no quería sacar el paraguas porque no quería verlo.

De modo que se había alejado del armario y había seguido con sus tareas, ignorando que ese objeto estaba ahí y al mismo tiempo, siendo de lo más consciente de su molesta presencia en su habitación.

No sabía por qué se sentía así.

Algo le ardía en un lugar indeterminado de su cuerpo, como una solitaria llama. Y había sentido que esta prendía cuando Marinette dijo aquello:

Es por la persona que me lo dio.

Después de esas palabras, Chat Noir le preguntó quién era esa persona un millón de veces, pero ella se negó en redondo a desvelarlo.

En cierto modo, no hacía falta.

Pesé a que él no era muy bueno notando ese tipo de cosas, hubo algo en la forma de decir aquello que le hizo pensar, casi de inmediato, que el paraguas se lo había dado alguien importante para ella. De hecho, estuvo seguro de que había sido un chico.

Adrien se lamentaba de su torpeza social y de no apreciar siempre las señales sutiles típicas entre los chicos y chicas de su edad, pero más lamentó que fuera justo en esa ocasión cuando su cerebro le ofreció la ansiada claridad para notar esas cosas. Porque él lo percibió... el delicado secreto oculto entre las escasas palabras que hablaba de amor. Irremediable amor. El chico del paraguas era el chico del que su amiga estaba o, al menos había estado, enamorada.

Simplemente lo supo y no albergó dudas al respecto.

Tuvo incluso que apretar los labios para no preguntar.

¿Fue Luka?

No habría sido correcto, y tampoco había modo en que Chat Noir lo supiera.

Del mismo modo incomprensible que todo lo demás, en esos momentos, mientras contemplaba el cielo sin poder apartar esas ideas de su mente, decidió que no. No se trataba de Luka. Él había visto los gestos en el rostro de su amiga cuando hablaba del músico o se mencionaba su nombre, y la emoción no era la misma que la que había visto en su cara esa noche.

Se trataba de otra persona.

Y él no tenía ni idea de quién podía ser... ni podía dejar tampoco de preguntárselo.

Había sido tan feliz con su idea del café secreto; un lugar privado donde ambos pudieran dejar a un lado las circunstancias adversas que estaban atravesando, hasta que volvieran a estar bien. Le pareció una idea divertida. Y aunque aún se lo parecía... ahora estaba ensombrecida.

Se había imaginado que ese lugar podía ser algo de los dos, pero Adrien había notado una extraña presencia ajena a ellos, interponiéndose, ocupando un lugar que no le correspondía.

Y ahora todavía podía sentirla, como si le hubiese perseguido hasta allí. Miró de reojo la puerta del armario y casi le pareció escuchar una voz al otro lado, exigiendo su libertad.

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¡Hola, miraculers!

¿Cómo estáis hoy, cuatro de mayo? ¡Cuarto día del reto! :-) Con la palabra: Café.

Cuando surgió esta palabra estuve pensando en las cafeterias de Paris. ¿Sabéis lo que no hice cuando estuve allí? Tomarme algo en una ¬¬ Me cegué con ir a ver monumentos, museos y demás y no lo hice >.<

Pero sí que recuerdo como eran y que me llamó mucho la atención que, a diferencia de aquí en España, la gente que va con sus amigos o su familia a tomar algo, se sientan en fila mirando a la calle, en lugar de sentarse frente a frente para hablar. O.O Me resultó curiosisimo. Aquí siempre nos sentamos alrededor de la mesa para vernos las caras, jajaja.

Siguiendo con mi idea de que este reto se parezca lo menos posible a mi otro fic marichat, se me ocurrió que Chat y Marinette necesitaban un nuevo escenario para pasar el rato juntos, uno que no fuera su balcón o su cuarto. Aunque este Café secreto es un poco cutre por ahora, jajaja.

¡Muchas gracias a todos los que estáis siguiendo mi reto! ^^ Gracias por leer, votar y gracias por escribirme, me encanta leeros y saber que os está gustando.

Nos vemos mañana con un nuevo capítulo, una nueva palabra, siempre marichat.

¡Besotes a todos y a todas!



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