Cuatro Momentos (Drummond #3)

Galing kay Gaby_SWSD

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Un mal inicio... Weston Drummond es el cuarto hijo de lord Wulfric Drummond, regente de Savoir, quien después... Higit pa

Nota introductoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Epílogo
Nota Final

Capítulo 39

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–Deberíamos regresar al Castillo –señaló Laraine al advertir que el sol empezaba a ponerse. Habían comido hacía poco, pues el día había pasado tan rápido que ni siquiera habían notado que hacía horas que habían probado su último alimento, durante el desayuno–. Es tarde y he desatendido mis deberes durante todo el día. Espero que nada... Wes, ¿me estás escuchando?

–Lara, he estado pensando algo.

–¿Qué?

–Puedo ayudarte. Con el manejo del Castillo.

–¿Podrías?

–Trata de no sonar tan incrédula.

–Es solo que... ¿lo has hecho?

–Puedo aprender lo que no sepa y creo que en general sé lo suficiente. Recuerda que no tenía oportunidad de estar al aire libre antes, no realmente. Nunca me alejé demasiado del castillo en Savoir ni sus alrededores. Creo que puedo ser de ayuda –insistió.

–Wes... –Laraine suspiró–. Sé que podrías, pero preferiría que no.

–¿Por qué no?

–¿Quieres que sea sincera?

–Sí. ¿No confías en mí?

–En realidad, no confío en mí –declaró y se sonrojó–. Me distraes, Wes. No creo que podría terminar nada si tú estás ahí.

–Lara, eso casi ha sonado como una confesión.

–Oh dioses, no empieces –puso en blanco los ojos, pero rió. Wes la observó fijamente–. ¿Qué?

–Tienes razón. No creo que pudiera ser de utilidad si estamos en el mismo lugar. Mi mente divagaría, como ahora –elevó la mano y trazó con un dedo el contorno de sus labios.

–¡Wes!

–Déjame ayudarte –insistió, con gesto serio y la acercó hacia sí–. Ya no estás sola, Lara. No debes cargar con todas las responsabilidades.

–Estoy acostumbrada –musitó, aunque recostó la cabeza en su pecho. Suspiró–. Sí, quiero que lo hagas. Pero, te diré cuándo esté lista.

–Lo esperaré y gracias, Lara. No te fallaré –Wes murmuró contra su cabello y depositó un beso en su coronilla–. Te amo.

–Volvamos al castillo –soltó, separándose de él. Sin embargo, tomó su mano y la apretó con fuerza. Quizá no podía ponerlo en palabras, pero podía hacérselo saber con pequeños gestos. Al fijar la vista en el rostro de Wes, supo que él había captado su mensaje. Sonrieron con complicidad.

–Un día estarás lista para decirlo, Lara. Todo. En voz alta y clara –habló Wes una vez habían alcanzado el umbral del despacho del castillo–. Y saborearé cada momento de ese día. Ahora ve, te espera una montaña de documentos –señaló hacia el interior– y si necesitas ayuda, estaré en mi habitación.


***


Aquella noche, Wes no encontraba la fuerza para concentrarse en entrenamiento alguno. No cuando lo que quería era tener a Laraine en sus brazos, aferrada a él y rodeándolo por completo. Sin embargo, sabía que Lara tenía una rutina estricta y no aceptaría saltársela. Suspiró resignado y se encaminó hacia el solar, portando su espada.

–Te esperaba, Wes.

–Lara... –empezó a decir y perdió el hilo de sus pensamientos. Laraine había dejado su cabello suelto, estaba descalza en la alfombra, cerca de la chimenea, y solo vestía un camisón que dejaba entrever sus curvas. Estaba maravillosa–. Lara –repitió, asombrado.

–Yo pensé que... tú quizá... –Laraine parecía luchar con las palabras también. Tragó con fuerza, varias veces y lo intentó–: que quizá querrías saltarte el entrenamiento con espada hoy y podríamos... esto es, si tú...

–¡Me siento bien! –ladró Wes con voz ronca. Lara sonrió levemente, sonrojada–. ¿Puedo acercarme?

–Por favor –se sentó en la alfombra y señaló un lugar a su lado–. Ven, Wes.

–Creo que me quedé dormido y estoy soñando –murmuró al llegar. Se acercó a Lara y le pasó un brazo por los hombros. Ella se apoyó en su pecho–. Un sueño.

–¿Tienes sueños así muy seguido?

–Desde que llegaste a mi vida, sí.

–Hablo en serio, Wes.

–Yo también. Eres la única mujer para mí, Lara. No hubo ni habrá otra. Solo tú.

–Y tú para mí –reconoció Laraine y se separó para poder mirarlo–. Tú. Para mí –reiteró.

–Sí –Wes acarició su rostro y bajó las manos de a poco–. Solo para ti.

–Gracias –Laraine pasó los brazos por el cuello de Wes y lo acercó para besarlo largamente–. Gracias por venir –añadió, al tomar aire. Volvió a besarlo–. Gracias por quedarte –fue lo último que dijo cuando atrajo a Wes e hizo que cayeran despacio sobre la alfombra. No hablaron durante mucho tiempo.


***


Como cada mañana de los dos últimos meses transcurridos desde su caída, Wes se encontraba dando un paseo por el bosque alrededor del Castillo en compañía de Garrett. Lo escuchó tomar aire y dejarlo salir, varias veces. Así que había algo que lo inquietaba.

–¿Qué es? –inquirió Wes. Garrett lo miró, sorprendido–. Te conozco. Intentas disimular, pero no lo haces bien. Además, hay una escolta cerca. ¿Ha sucedido algo?

–Hay rumores.

–¿Rumores? ¿Respecto a...?

–No sé cómo lo hace, Jordane quiero decir –aclaró– pero me ha dicho que se acerca una pequeña comitiva. En cualquier momento...

–¿Una comitiva? ¿A qué te refieres? ¿Están por llegar? ¿Y por qué no nos alertaste antes?

–Porque... –Garrett miró al camino. Y, como si hubieran estado esperando esa señal, se escuchó la aproximación de hombres a caballo que pronto se encontrarían de frente con su escolta. Wes no esperó, se encaminó hacia el ruido, confiando en que no pasaran de largo, o sobre él, antes de que pudiera identificarlos o conocer sus intenciones.

No era común que hubiera forasteros acercándose a Nox y mucho menos una comitiva, como lo había llamado Garrett. ¿Serían de Palacio?

–Pero qué... –el hombre que lideraba frenó su caballo varios pasos más allá. Regresó y lo observó atentamente, con incredulidad–. Diablos.

–¿Ashton?

–¿Wes? ¿En serio eres tú? –el joven desmontó rápidamente y se acercó a abrazarlo con fuerza–. ¡Diablos! –repitió, mirándolo incrédulo.

–Lo mismo digo –soltó Wes, riendo–. ¿Qué rayos haces aquí, tan lejos de tu hogar?

–Menos mal he reconocido dos de tus soldados más adelante y he pensado que podrías estar por los alrededores. Miré y, ¿de dónde has venido? ¿Es que vives en el bosque, porque es más seguro que el Castillo? –inquirió, medio en broma.

–Paseo. Cada mañana –apuntó hacia el claro que había dejado–. Pero, aún no me has dicho... –de pronto su mirada se ensombreció–. ¿Ha pasado algo en Savoir? ¿Están todos bien? ¿Qué...?

–¿Nosotros? ¡Weston, pensábamos que tú...! –Ashton negó lentamente–. Aunque recibíamos tus cartas, nos encontrábamos inquietos y nadie creía del todo que... bueno, alguien debía venir por ti, decidimos.

–¿Ah sí? –preguntó, con una nota de diversión a su hermano menor–. ¿Y decidieron que la mejor idea era enviarte a ti?

–En realidad me ofrecí como voluntario, a nadie le animaba especialmente la idea de alejarse y... –Ashton le dirigió una mirada penetrante– creo que temían un poco lo que podrían hallar.

–Ya veo.

–Eso sí, lo último que esperaba era hallarte a ti, tan bien –hizo un gesto con la mano–; y, además, enamorado de tu esposa nada menos. O eso es lo que dejaste entrever en tus misivas... –añadió, dudoso.

–Ah. Es cierto. Todo. Estoy bien. Y la amo.

–Luego dicen que el problemático soy yo –gruñó con una pizca de incertidumbre–. ¿No me invitarás a conocer tu Castillo?

–El Castillo de Ealaín pertenece a mi esposa –precisó Wes y esbozó una enorme sonrisa–. Harías bien en no olvidar que es la señora de Nox.

-Es increíble –Ashton continuaba mirándolo–. Tú... ¿qué te pasó? Si no creyera que la brujería son patrañas, pensaría que tú... –sacudió la cabeza, como para ahuyentar una idea que no se atrevía a poner en palabras–. Cualquier cosa esperé menos encontrar esto.

–¿Esto?

–Tú. Realmente vivo. Y no amordazado, en cautiverio, obligado a escribir las misivas informándonos de tu bienestar. Eran sospechosas.

–¡Sospechosas! Solo eran la verdad –se encogió de hombros y empezó a caminar junto a su hermano, con dirección al Castillo.

**Un nuevo capítulo, espero que lo disfruten. Gracias por acompañarme aun con esta historia. Espero pronto poder volver con más. Que se encuentren muy bien. Abrazo.**

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