Las mesas ocupadas están con sus respectivos platos. No ingresan nuevas personas.
Estoy sentada en el mostrador. Él también, aunque a una distancia considerable.
Creo que ninguno de los dos logra acostumbrarse a la presencia del otro.
—¿Irás a la playa mañana?
Su voz corta el silencio de cuajo.
—No lo se aun. Quizás si. ¿Por?
Se encoge de hombros.
—Curiosidad.
Parece que se esfuerza en sacar temas. Toda la semana me ha estado haciendo preguntas sin motivo.
—¿Por qué... has vuelto? —me animo a preguntar. Supongo que si compartiremos aquel espacio durante tanto tiempo, de alguna forma tendremos que empezar a llevarnos medianamente bien. Si no, será tedioso.
—Las cosas se complicaron con mi padre.
Definitivamente, aquello no me lo esperaba.
—¿Que ha...?
—Cáncer. Y el tratamiento no es muy barato que digamos.
La palabra queda haciendo eco en el ambiente. Las voces de las personas parecen apagarse de repente y mi voz no encuentra el camino de salida. Me cuesta relacionar una enfermedad tan grave como aquella con el rostro de su padre... Una persona tan luminosa, con mil y un proyectos por delante.
Le pregunto un poco más del tema y me cuenta que hará el tratamiento en una ciudad que queda a una hora del pueblo.
—Lo lamento mucho. Si necesitas algo sabes que estoy, ¿si?
—Lo se, gracias.