Es el día mil doscientos dieciséis, y tu cubil se llena de la oscuridad tenue de la mañana. Se siente el frío de una ciudad bipolar, del cual te proteges con tres mantas que debes levantar contra tu voluntad.
Hoy es, sin embargo, diferente. Hay un calor en tu interior que te guía al mundo de afuera, oculto por la cortina al frente tuyo. Tras profundas respiraciones, das el paso que nunca pudiste dar.
Hay sol, revitalizante sol, del que no veías salir en años. Pues tú no viste tus esperanzas más cercanas ser puestas en una bolsa negra, tú no viste un futuro planeado convertirse en celuloide empolvado, tú no te aferraste a lo que tus propios prejuicios despreciaban, tú no preferiste tus recuerdos idílicos sobre la crianza de tu sangre.
Tú sufriste, no por traición, ni por abandono. Sufriste una partida no terrenal, mas emocional. Esto se escribe en tu boleta con las luces del amanecer, y pasas por caja justo antes de abrir la puerta. Mil doscientos dieciséis días son, al parecer, suficientes para reparar un miocardio acalambrado.
¡Listo para decepcionarse de nuevo!