Nomeolvides | H.S.

By M0nCher1e

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Después de ser secuestrada, Elizabeth es encontrada inconsciente en el bosque por una familia. Recupera el co... More

Prólogo
Capítulo 01: Parte 1
Capítulo 01: Parte 2
Capítulo 02: Parte 1
Capítulo 02: Parte 2
Capítulo 03: Parte 1
Capítulo 03: Parte 2
Capítulo 04: Parte 1
Capítulo 04: Parte 2
Capítulo 05: Parte 1
Capítulo 06: Parte 1
Capítulo 06: Parte 2
Capítulo 07: Parte 1
Capítulo 07: Parte 2
Capítulo 08: Parte 1
Capítulo 08: Parte 2
Capítulo 09: Parte 1
Capítulo 09: Parte 2
Capítulo 10: Parte 1
Capítulo 10: Parte 2
Capítulo 11: Parte 1
Capítulo 11: Parte 2
Capítulo 12: Parte 1
Capítulo 12: Parte 2
Capítulo 13: Parte 1
Capítulo 13: Parte 2
Capítulo 14: Parte 1
Capítulo 14: Parte 2
Capítulo 15: Parte 1
Capítulo 15: Parte 2
Capítulo 16: Parte 1
Capítulo 16: Parte 2
Capítulo 17: Parte 1
Capítulo 17: Parte 2
Capítulo 18: Parte 1
Capítulo 18: Parte 2
Capítulo 19: Parte 1
Capítulo 19: Parte 2
Capítulo 20: Parte 1
Capítulo 20: Parte 2
Capítulo 21: Parte 1
Capítulo 21: Parte 2
Capítulo 22: Parte 1
Capítulo 22: Parte 2
Capítulo 23: Parte 1
Capítulo 23: Parte 2
Capítulo 24: Parte 1
Capítulo 24: Parte 2
Capítulo 25: Parte 1
Capítulo 25: Parte 2
Capítulo 26: Parte 1
Capítulo 26: Parte 2
EPÍLOGO

Capítulo 05: Parte 2

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By M0nCher1e

Rachel intentaba seguirle el paso a su compañero, pero entre los zapatos de tacón alto que había decidido llevar esa mañana y el suelo pedregoso, era una misión difícil de conseguir. Se estaban dirigiendo a la entrada de aquel complejo de lujosas viviendas que se parecía a una fortaleza privada, para hablar con el guardia y conseguir algún dato que los llevara a descubrir quién había enviado la caja.

—¡Styles! ¿Sucede algo? —preguntó Rachel mientras caminaba un par de metros detrás de él.

Harry se detuvo para permitirle alcanzarlo y lanzó un soplido.

—Reconozco esa mirada —dijo ella y se puso a su lado—. Estás preocupado y creo saber por qué.

—¡Debería haber aceptado mi sugerencia de abandonar este lugar y marcharse con su hermano! —despotricó. No quería estar enfadado, pero la impotencia y la inquietud eran dos sensaciones que solo lograban alterarlo.

—¡Cálmate, Harry! —Le dio una palmadita en el hombro.

—No puedo, Rachel. Sabes mejor que yo, que lo que ha sucedido no es un hecho aislado, incluso antes de obtener las pruebas necesarias para confirmarlo.

—Veo que al menos tu olfato detectivesco sigue intacto; lamento decirte que no puedo decir lo mismo de tu objetividad.

—¿Qué diablos quieres decir con eso, Parker? —Su rostro se contrajo y formó unas arrugas alrededor de sus ojos.

—Soy mujer, Styles.

—¡Eso ya lo sé!

—Y como tal, puedo percibir ciertas cosas que los hombres pasan por alto.

Harry hizo un gesto mientras levantaba ambas manos.

—¿Y?

—Me he dado cuenta, por ejemplo, del modo en que la miras. —Estudió la reacción de su compañero.

—No la miro de ningún modo en especial —refutó y detuvo su andar—. Solo... solo me he quedado impactado por el parecido de Elizabeth con las víctimas.

Mentía y lo hacía deliberadamente.

—¡Vamos, Harry! Ya sabías lo de su semejanza con las tres chicas muertas, ¡hasta has visto su foto en el expediente del caso de su secuestro!

—Sí, pero verla en persona es una cosa muy diferente —se justificó.

—Sí, claro, sin duda lo ha sido. —Rachel asintió con la cabeza un par de veces.

—Mira, Parker, esta conversación no tiene sentido y no nos lleva a ningún lado. —Reanudó la marcha—. Será mejor que hablemos con el guardia y veamos si podemos conseguir las cintas.

—Sin una orden, lo veo difícil.

—Esperemos que ponga un poco de buena voluntad.

Se presentaron al guardia y le hicieron algunas preguntas. Les contó que, muy temprano esa mañana, un niño que paseaba en su bicicleta había aparecido con el paquete que, según decía, debía entregar en persona. Les dijo también que nunca lo había visto antes por allí, por lo que dedujeron que no vivía en aquella zona. Cuando le pidieron la cinta de video de esa mañana y el guardia les dijo que la cámara se había estropeado el día anterior, se desanimaron y no tuvieron más remedio que contar solamente con lo que los ojos de aquel hombre, ya mayor, habían visto. Rachel anotó la descripción del niño y aunque sabían que sería como buscar una aguja en un pajar, debían aferrarse a cualquier indicio para lograr avanzar en la investigación.

(...)

—¿Seguro que vas a estar bien, hermanita?

Lo que menos deseaba Elizabeth era preocupar a su hermano mayor. Prefirió mentirle solo para tranquilizarlo y evitar que nuevamente se convirtiera en su sombra.

—Lo estaré, Kevin —le aseguró.

—¿A qué hora regresa Leslie?

—A eso de las seis.

—Bien, me quedaré contigo hasta que ella regrese.

Elizabeth acarició la mejilla pecosa de su hermano.

—No es necesario, Kevin; además, debes regresar a Clovis. Sabes que no me gusta que conduzcas de noche —le recordó.

—¿Olvidas quién es el hermano mayor aquí? —Le sonrió y le apretó la mano contra su rostro.

—No, pero a veces me hace bien saber que yo también puedo cuidarte a ti.

Kevin la abrazó de repente y Elizabeth presintió su temor.

—Elizabeth, no podría soportar si algo malo te sucediera. No podría volver a pasar por lo mismo otra vez. Cuando desapareciste de la universidad aquella noche, mi mundo se derrumbó por completo y no hubo un solo día durante esos tres meses, en que no me sintiera morir al ver que pasaba el tiempo y no sabía nada de ti.

Elizabeth se apartó y tomó el rostro de su hermano entre sus manos.

—Lo sé y habría deseado que no pasaras por semejante situación.

—Si hubiese ido por ti esa noche nada habría ocurrido. Fue culpa mía.

Ella le puso el dedo índice sobre los labios.

—Cállate, no digas eso. No vuelvas a repetirlo jamás —le ordenó e hizo un esfuerzo enorme por controlar las lágrimas. Kevin intentó esbozar una sonrisa.

—Cuando me llamaron de Loma Linda para decirme que habías aparecido, no lo podía creer; es decir, nunca perdí las esperanzas de que te encontrarían, pero el temor de no volverte a ver era devastador.

—Y desde entonces te has ocupado de mí, me has cuidado y has procurado que nada me faltase.

—Tenía que hacerlo. Era mi deber, Elizabeth; no solo porque soy tu hermano mayor, sino porque solamente nos tenemos el uno al otro.

—No sabes lo que has significado para mí, Kevin. Sé que cuando éramos niños peleábamos mucho —odiaba ponerse melancólica.

—Sí, ¡sobre todo cuando me sentía el mejor cirujano de toda California y usaba a tus muñecas como mis pacientes!

Ambos rieron al traer aquellas imágenes de su infancia al presente.

—Recuerdo que tú habías encontrado un modo de vengarte —dijo Kevin y fingió enojo.

—¡Era lo menos que podía hacer! —se defendió Elizabeth. No podía precisar el número de balones que le había pinchado; solo recordaba lo furioso que se ponía Kevin cuando los descubría debajo de su cama.

—¡Se te ponía toda la cara roja de la rabia!

—¡Eran mis balones!

—¡Y eran mis muñecas!

Se volvieron a abrazar, pero esa vez una sonrisa se dibujaba en sus rostros.

—Kevin, no es necesario que te quedes —le dijo unos minutos después mientras tomaban un refresco sentados en los escalones del porche.

—Déjame hacerlo, Elizabeth; además, quiero saludar a Leslie. —Bebió un pequeño sorbo—. Hace tiempo que no la veo.

Elizabeth observó a su hermano con atención. No estaba muy segura de sus sentimientos hacia su mejor amiga, pero sí sabía que Leslie se derretía por él desde que tenía quince años. Siempre había soñado con la posibilidad de verlos juntos y de que un día la convirtieran en tía.

—Creo que la última vez fue en su cumpleaños, ¿no?

Kevin asintió y desvió la mirada de los ojos suspicaces de su hermana.

—¿Sigue tan maniática de la limpieza como siempre?

—Como siempre. Deberías ver cómo se altera si dejo una toalla húmeda tirada en el suelo del baño, o si la cocina queda hecha un desastre cada vez que me pongo a preparar algún plato. —Hizo una pausa—. Creo que está en su naturaleza, solo necesita de alguien que le haga ver que su obsesión no tiene sentido.

Kevin la interrumpió; sabía el rumbo que estaba tomando aquella conversación.

—¿Qué tal tu trabajo en la editorial? —preguntó para esquivar el tema.

—Perfecto. Jennie confía plenamente en mi capacidad y me ha encargado uno de los proyectos más importantes que la editorial tiene este año —respondió entusiasmada.

—¿De qué se trata?

—Sunrise Press va a lanzar una colección de libros de arte y Jennie quiere que no solo me encargue del diseño, sino también de la elección de los contenidos.

—¡Eso es estupendo, Elizabeth!

—Sí, sabes que amo mi trabajo como diseñadora, pero mi verdadera pasión es el arte.

—Lo llevas en la sangre. Recuerdo cuando mamá nos contaba que su abuelo era un reconocido artista en Inglaterra, incluso había trabajado para la Reina y había pintado unos cuadros que decoraban una de las paredes del Palacio Real. Elizabeth asintió. Ella misma había escuchado, cientos de veces, la historia del abuelo Henry Forrester, que había vivido en Inglaterra a finales del siglo XIX. Cansaba a su madre pidiéndole que se la contara y anhelaba poder visitar aquel lugar algún día y contemplar las pinturas de su bisabuelo en persona.

—Aún tienes pendiente ese viaje a Londres.

—Sí. Tal vez el próximo año pueda escaparme y cumplir ese sueño que tengo desde niña —dijo con la emoción instalada en sus ojos.

—Elizabeth, no quiero quitarte la ilusión ni mucho menos, pero —dejó el vaso de refresco casi vacío sobre el suelo de madera— no podemos hacer como si nada hubiera sucedido. Lo de Otelo ha sido espeluznante, y las sospechas de la policía.

—¿Qué es lo que te han dicho?

—Cuando el detective Styles y tú os habéis ido a hablar en privado a la cocina he aprovechado para hacerle algunas preguntas a su compañera.

—Kevin.

—Estaba preocupado por ti, Elizabeth. Debía saber lo que estaba sucediendo. —Había evitado hablarle del asunto, pero como la hora de marcharse y dejarla sola se estaba acercando no le quedó más remedio que hacerlo—. ¿Por qué no me habías mencionado nada de los asesinatos?

Elizabeth percibió el reproche en sus palabras.

—No quería alarmarte, Kevin. Tal vez no tenga nada que ver...

—La policía piensa que sí —la interrumpió agitado.

No dijo nada, no había nada que pudiera decir para tranquilizar a su hermano si a ella también la asaltaban las mismas sospechas y el mismo miedo.

—¿Te quedas hasta que vuelva Leslie? —preguntó y buscó su mano para aferrarla entre las suyas.

—Me quedo, sí. —Una sensación conocida ya para él lo embargó casi de inmediato.

Ambos se quedaron allí, con la mirada clavada en el firmamento, conscientes de que, tal vez, sería solo cuestión de tiempo antes de que todo volviera a ocurrir.

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