Solo Amor

By MarchelCruz

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Jonathan ha viajado con sus padres durante toda su vida pues el trabajo de su padre así lo requiere, pero aho... More

Dedicatoria.
Cita.
Capítulo 1: El rubio de la primera clase
Capítulo 2; El castigo.
Capítulo 3; Sentimientos emergentes
Capítulo 4: Jonathan y Oscar
Capítulo 5: Nubes grises en el paisaje.
Capítulo 6: Solo amor
Capítulo 7: La noticia
Capítulo 9: La pelea.
Capítulo 10: Adiós, te quiero mucho.
Capítulo 11: Cuatro años más tarde.

Capítulo 8: El tiempo que nos queda.

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By MarchelCruz

Capítulo 8: El tiempo que nos queda. 

Ya habían pasado tres días desde que sus padres le informaron a Jonathan lo del viaje, y aunque él intentó por todos los medios decirle a Oscar no pudo hacerlo. Apenas abría la boca se quedaba pasmado y sin poder pronunciar nada, como si fuera el orador de una ceremonia al que de pronto se le olvidó el discurso.

—¿Jonathan, quieres que hagamos algo esta tarde? —llamó Oscar, que estaba sentado en el pupitre continuo al de Jonathan. Ahora cuando le hablaba lo hacía con una gran sonrisa, orgulloso de él, eso desde que Jonathan les había dicho a su padres que era gay, solo que no lo había hecho, pero había dejado a Oscar asumir que sí.

—¿Qué? —preguntó Jonathan sobresaltado ahora que volvía a la realidad. Había estado sumergido en sus pensamientos.

—Que si quieres que hagamos algo esta tarde... —repitió y lo miró extrañado.

—Ah, sí, lo que tú quieras —dijo con una mueca disfrazada de sonrisa. Pero eso no convenció a Oscar.

—¿Qué te pasa? —inquirió Oscar ahora preocupado e inclinándose al asiento del otro.

—Nada, en serio—respondió Jonathan y esta vez le brindó una sonrisa más auténtica, tanto que Oscar creyó que solo había imaginado el pequeño ceño fruncido preocupado de su novio.

—Ok.

Entonces continuaron haciendo sus deberes de la escuela. Al salir del salón se encontraron juntos, y sin miedo alguno se tomaron de la mano, porque ¿qué más daba hacerlo? Todos en la escuela ya lo sabían. Unos los miraban aún muy raro, y aunque eso le molestara de sobremanera a Jonathan, a Oscar lo hacía sumamente feliz, así que por mucho que le disgustara lo hacían.

—¿Y a dónde quieres ir? —preguntó Jonathan mirando Oz con todo el amor que le tenía y éste se sintió feliz.

—A donde sea...sólo caminemos...

Entonces lo hicieron, caminaron tanto que cuando se detuvieron en un parque para niños Jonathan no sabía en donde estaban, pero Oscar sí. Fueron bajo la sombra de un frondoso árbol.

Jonathan se dejó caer inmediatamente y se sentó con las piernas abiertas e inclinado hacia adelante. Oscar cayó a su lado exactamente igual.

—Oscar... —lo llamó Jony, pero no lo miró. Tenía la vista clavada en un grupo de niños que corrían y gritaban alegres a lo lejos. Los envidiaba, él quería poder reír tan ampliamente como ellos —¿Tú me cuentas todo lo que pasa en tu vida?

—Claro—respondió Oscar sin vacilación—. Todo lo importante...

—Genial... —dijo sintiéndose menos que un gusano bajo el zapato.

—¿Tú? —Oscar lo miró con los ojos entrecerrados a causa del sol, y sus pestañas brillaban como el oro mismo, para Jonathan fue algo hermoso de ver.

—También —dijo, y se acercó para besarlo, fue un beso corto pero lleno de amor, solo para recordarle que él era importante.

Ya en la noche, mientras Jonathan estaba a punto de caer dormido, solo podía pensar en Oscar, en lo mucho que lo quería, en todas sus sonrisas, en su cabello rubio brillando al sol, en su voz que era apenas más grave que la suya misma, en las veces que se enojaba y sus ojos azules perdían vida, en su forma de expresarse, todo lo que él representaba, entonces se sintió morir, porque no podía imaginar simplemente ya no verlo. Oscar era más que solo su novio, eran amigos, confidentes...todo, y lo que más le molestaba era el poco tiempo que habían estado juntos, solo nueve meses, eso era tan poco. En su cabeza había muy pocos recuerdos, y la mayoría de ellos estaban teñidos de algo oscuro; de vergüenza y miedo. Había realmente muy pocos recuerdos buenos, y solo tenía menos de un mes para crear más recuerdos buenos...

Al fin, luego de mucho pensar cayó dormido, cansado y estresado.

Pero al despertar tuvo una idea, una idea que requería dinero, pero no le importó, él tenía suficiente. Sus padres le habían destinado una cuenta desde antes que él lo pudiera recordar, y allí había mucho.

Feliz se incorporó de la cama y se alistó para el día de escuela, pero al salir de casa no fue directamente a la escuela, fue al banco con su tarjeta y espero a que abrieran. Una vez con suficiente dinero marcó el número telefónico de Oscar.

—¿Sí? —su voz era de sorpresa, y se escuchaba extraña a través de la línea telefónica.

—Oscar —suspiró al escuchar su voz—¿Quieres saltarte las clases? —preguntó divertido, él ya conocía la respuesta.

—Tú sabes que siempre quiero —le respondió el otro con gracia. En una ocasión Oz le había dicho que la escuela no era su lugar favorito para estar, lo aborrecía poco más de lo normal.

—Entonces escápate, te veré en tu casa. —pero ya no espero una contestación, solo colgó.

Al cabo de una hora Jonathan ya estaba pensando que habían atrapado a Oscar saltando los muros de la escuela, se molestó por ser tan idiota y no decirle antes para que simplemente no asistiera. Pero en ese preciso momento una cabeza rubia asomó la esquina de la calle que daba a la casa. Feliz se incorporó de la banqueta y lo esperó.

—Creí que no llegarías... —dijo y lo abrazó.

—¿Por quién me tomas? —Se hizo el ofendido Oscar—. Soy un profesional saltando esos muros —le sonrió, pasando a un lado para llegar a la puerta—¿Y qué planes tienes? —quiso saber Oscar mientras introducía la llave en la cerradura.

—Aún no lo sé —admitió encogiéndose de hombros—. Esperaba que tú me dijeras.

—¿Y me hiciste venir desde la escuela por eso? —preguntó cuándo la puerta cedió. Entonces ambos entraron riendo.

—Sí—dijo y dejó la mochila en la entrada, como si fuera su casa—. Quiero pasar el día contigo, todo el día, en algún lugar bueno.

—¿Bueno? —Oscar lo miró con curiosidad repitiendo sus palabras—. Bueno, eso depende de cuánto dinero disponemos.

—No te preocupes, yo tengo.

—¿Cuánto?

—Mucho —le sonrió.

—Genial—dijo—. ¿Y qué hay del tiempo? ¿Tus padres lo saben?

—No —negó Jonathan con la cabeza—, pero tampoco me importa. Con que esté en casa a la siete estará bien.

—Entonces ya tengo una idea —le dijo con una sonrisa enorme en el rostro—. Las bahías están a dos horas de aquí, el día es perfecto —Comentó Oz, al tiempo que se le acercó y rodeó su cuello con sus brazos.

—¿Son playas desoladas? —Jony lo miró con precaución.

—¿Desoladas? No, ¿qué dices? —Negó con una mueca—Es mucho mejor, son playas turísticas. Hay turistas de todo el mundo, nos mezclaremos perfecto, creerán que somos extranjeros...

Eso a Jonathan le pareció perfecto, la cosa más perfecta que le pudo haber pasado. Nadie los miraría ni les prestarían más atención de la necesaria.

—Entonces vamos, hay que quitarnos el uniforme primero, sino no nos dejaran subir el autobús.

Corriendo como dos niños llegaron a la habitación de Oscar. Allí sin más demora se quitaron la ropa, pero ya no había vergüenza mirándose así, ellos ya se pertenecían, aunque nunca hubieran estado juntos físicamente. Eso no importaba, había algo más allí. Amor.

—Eres jodidamente guapo —dijo Jonathan mirando a Oscar sin más ropa que la interior mientras revolvía sus cajones.

—No necesitas decírmelo, ya lo sé —Respondió Oz, y volteó a verlo mientras reía fuertemente por sus propias palabras—. Ponte esto —le aventó un traje de baño de color azul. Jonathan lo atrapó en el aire y se puso el short, que le quedaba justo a la medida, pues ellos eran casi de la misma altura y complexión.

Luego se puso una camiseta que Oscar le dio. Ambos iban vestidos de manera parecida, con camisetas blancas y shorts solo que de distintos colores.

—¿Listo? —preguntó Jonathan mirando a su novio.

—Sí—dijo y tomó la mochila que estaba en el piso, en donde previamente guardó un par de toallas y ropa para volver.

...

El aire acondicionado del autobús les pareció perfecto, un pequeño buen cambio en comparación con los veintisiete grados del exterior. Lo habían abordado sin problema alguno, ni siquiera les pidieron sus credenciales para identificarlos. Iban callados, recargados uno en el hombro del otro, hasta que Jonathan decidió hablar. Le pareció un buen momento para hacerlo, pensó que si Oscar se molestaba no podría hacer mayor alboroto en un autobús en donde todos iban callados.

—Oscar... —lo nombró al tiempo que empujó ligeramente su brazo que se tocaba con el del otro.

—¿Sí? —Oz levantó la mirada. Sus ojos estaban medio cerrados, tanto que sus doradas pestañas se juntaban las de abajo con las de arriba y de sus ojos azules solo se veía una pequeña franja, señal de que ya se estaba quedando dormido. A Jonathan le encantaba tanto mirarlo medio dormido que ya no pudo decirle nada, en cambio lo rodeó con su brazo y lo acunó a su costado.

—¿Que querías decirme? —preguntó Oscar y se quitó su brazo de los hombros para poder verlo mejor. Ya estaba más despierto.

—Nada —le sonrió, pero no estaba feliz, sino triste. No podría decirle sobre la mudanza.

—“Nada” siempre es sinónimo de algo.

—Solo estaba pensando en que nunca me dijiste qué pasó con tu madre... —dijo Jonathan. Había dicho eso solo para que Oscar creyera que se había arrepentido de preguntar algo tan personal.

—¿No lo hice? —preguntó Oz más para sí.

—Pero está bien, no tienes que decirme si no quieres... —se apresuró a enmendarlo Jonathan.

—No, está bien...

El otro solo asintió, aunque ahora realmente le interesaba saber.

—Ella se casó con mi padre cuando tenía veinticuatro años, y mi padre veintiocho. Se querían mucho... según mi padre —se encogió ligeramente de hombros —Y luego de solo un año llegué yo, pero fue en un mal momento: a mi padre lo despidieron y mi madre tuvo que trabajar en dos lugares. Se encontraba muy cansada, y mi padre muy estresado, se sentía tan devastado por no poder ayudar económicamente. Luego de mucho logró conseguir un buen empleo, pero para ese momento mi madre se había distanciado mucho. Más tarde mi padre se enteró de que ella lo engañaba con alguien más, un hombre adinerado. Mi padre lo odió...a ella también... Un día ella ya no estaba en casa. Él regresaba de traerme de la escuela. Cuando entramos a casa ella ya se había ido, solo dejo una nota en la que decía que simplemente se había hartado...que ya no quería saber nada de nosotros. Creímos que volvería, que volvería por lo menos por mí...pero no lo hizo...

En algún punto la voz de Oscar perdió fuerza hasta que dejó de hablar, pero Jonathan estaba tan pasmado con esa historia desgarradora que no encontró qué decir para hacerlo sentir mejor, ni siquiera se creía capaz de pronunciar algo. Su boca estaba totalmente seca.

—Lo siento tanto... —dijo al fin, con una voz apenas audible—Oscar, lo siento...No quise preguntar eso... —se quiso dar de topes con la cabecera del asiento delantero por haber preguntado eso en lugar de tener pantalones y decirle lo que realmente quería decirle.

—No es nada...

—Claro que lo es...No tienes que fingir que no lo es...

—Es en serio...No la odio, no podría...Si un día simplemente volviera por mí, la querría igual. Es una estupidez pero es la verdad.

—No es una estupidez, no digas eso.

Entonces se quedaron callados, cada uno intentando adivinar qué pensaba el otro, y es que ambos tenían vidas tan distintas. Jonathan siempre tuvo a sus dos padres, vio toda su niñez como ellos se amaban y se demostraban amor, nunca tuvo que sufrir por verlos pelear. Tampoco nunca le faltó el dinero, a su padre le pagaban mucho, más que suficiente para  mantener una familia de tres, además de que le pagaban por viajar, lo que al hombre más le gustaba. Sin embargo Oscar era tan diferente, vivió casi toda su vida solo con su padre, él trabajaba mucho y le pagaban poco. Eso Jonathan lo notó desde el inicio, él con sus ropas y calzado todo caro mientras Oscar usaba lo más simple, aunque eso no le afectaba ya que era realmente atractivo, con lo que se pusiera se vería bien. No tenía computadora portátil como él y su teléfono celular no era motivo de envidias.

—¿Crees que eso te afectó en algo...? Ya sabes lo que quiero decir... —preguntó Jonathan pero en el momento deseó no haberlo dicho.

—No... o no lo sé, realmente no lo sé —se apegó a su hombro.

—Eso no importa.

—Sí, no importa, porque tú no me dejarás, ¿cierto?

—Cierto —respondió con voz estrangulada, sintiendo que merecía irse al infierno.

...

—¡WOOO! —gritó Oscar cuando bajaron por un lado de la carretera y sus zapatos se hundieron en la blanca arena. Frente a él había una playa de aguas color turquesa como el color de sus ojos.

—Nada mal... —admitió Jonathan.

—¿Nada mal? —Se molestó Oscar, que volvió y le dio un codazo en las costillas—¡No seas mal humorado! ¡Vamos, vamos, aguafiestas! —corriendo se quitó la camiseta y la tiró en el camino al igual que su mochila y zapatos. Jonathan tuvo que recoger todo del camino, lo dejó en una esquina y allí se quitó sus zapatos, ropa, mochila y lo acompañó al mar.

El agua era tibia pero con la pequeña brisa alrededor se contrarrestaba logrando una sensación de frescura. Se adentraron hasta que el agua les llegaba al pecho y allí se miraron él uno al otro, felices de estar juntos y luego se besaron. Esto era justo lo que Jonathan quería para el día, estar con Oscar si miedo a nada, sin que las personas los miraran, y lo habían conseguido.

Sus labios recorrían insistentemente los labios del otro. A causa del agua salada el beso tenía el mismo sabor, solo que se sentía tan dulce, tan bien, tan correcto, como si fuera la cosa más natural estarse besando aunque fueran ambos chicos. Eso no estaba mal en ninguna parte de su mente, no ahora, no allí...

—Ah—gruñó Jonathan—, te juro que eres la cosa más encabronadamente hermosa que he visto...

Oscar se rió tan fuerte que tuvo que apartarse.

—¿Quieres que te regrese el cumplido? —preguntó Oscar aún con gracia mientras se pasaba la mano por la cabeza para apartar sus cabellos, ahora más oscuros a causa del agua, de su cara.

—Idiota... —se rió Jonathan e hizo con la mano una ola que golpeó a Oscar. Éste escupió el agua salada descostillándose de risa pero después se acercó a él.

—No... —Dijo Oz—Es broma…—y puso ambas manos alrededor del cuello de Jonathan—. A mí también me gusta tu cuerpo —lo abrazó fuertemente enrollando sus piernas con las suyas bajo el agua. Luego se apartó y le clavó la mirada—y tu rostro...—continuó diciendo al tiempo que lo besaba en las mejillas y luego en los párpados—. Lo que más me gusta son tus facciones, eres birracial y eso te hace tan distinto, tus ojos en especial, aunque son negros son tan expresivos, como hace un momento en el autobús. Estabas tan triste con lo que te dije...

—Sí…—asintió y le besó en los labios un minuto—Pero basta de eso, no vinimos aquí para hablar de eso —lo agarró por el cuello y las piernas para aventarlo al agua. Oscar se dejó agarrar y se sumergió en esas aguas tan cristalinas. Jugaron en el agua hasta que sintieron que era suficiente por un momento, entonces salieron. Pretendían descansar en la arena, pero justo en el momento que llegaron a la orilla vieron un grupo de chicos y chicas que jugaban con un balón de fútbol en la arena.

Como los chicos eran canadienses y hablaban solo un poco de español, Jonathan les preguntó en su perfecto inglés sí podrían incluirse en el juego y todos parecieron de acuerdo. En un momento más ya estaban en equipos contrarios y jugando. El equipo de Oscar llevaba la delantera gracias a dos goles anotados por él y al fin, luego de una hora, ganaron. Oscar rió y estrechó la mano de todos para luego reunirse en la arena con Jonathan.

—No has aprendido nada —se burló Oz sacudiéndose un poco de arena que tenía en la cara.

—Es cierto —respondió Jonathan con el rostro completamente enrojecido por el sol y el esfuerzo y se inclinó para besarlo. Oscar lo agarró por la nuca mientras lo hacían y se fundieron en un beso voraz que solo se deshizo con las voces del grupo de adolescentes que los rodeaban. No parecían abuchearlos sino alentarlos a más, pero ya era muy tarde, se habían separado.

El más avergonzado era Jonathan.

—¿Son pareja? —preguntó una chica rubia que tenía un taje de baño negro. Su acento español era realmente malo, pero entendible.

—Sí —dijo Oscar sonriendo de oreja a oreja.

—Se ven tan bien juntos... —dijo la muchacha—Lástima por mi amigo, porque le gustaste mucho —la chica ahora se dirigió exclusivamente a Oscar.

—¿Quién? —se alteró Jonathan pero Oscar lo agarró de la mano, y le sonrió.

—Él... —la chica señaló a un muchacho sentado en la arena que vestía unos bermudas azules, de piel blanca como la leche y cabellos rizados de color negro. El chico volteó como si supiera que hablaban de él, y vieron que tenía unos profundos ojos verdes.

—Lástima... —dijo Oscar riendo mientras apretaba más la mano de su novio.

Pero de igual forma Jonathan no pudo evitar sentir ese pequeño sentimiento lacerante en su interior.

—No pongas esa cara —se dobló de la risa Oscar cuando lo vio—.Y vamos a comer, porque muero de hambre —se puso de pie de un brinco.

Entonces se despidieron de todos los chicos y se fueron a un restaurante en donde Jonathan dejó que Oscar pidiera absolutamente lo que quisiera, y entre todo lo que pidieron llegaron platillos de camarones y ostras.

Jonathan se horrorizó de verlas.

—Eso es asqueroso... —dijo mirando el plato lleno de las ostras y Oscar solo rió fuertemente.

—Quería ver qué cara ponías —dijo al tiempo que tomó una del plato y la llevó a su boca.

—Si comes eso no te besaré—dijo Jonathan, pero Oscar hizo como si no oyera nada e igual se la comió.

—Vamos... —rió Oscar al terminar de degustarla—. Creí que habías viajado por todo el mundo. Deberías ser una persona que le gusta probar de todo, ¿o es que no pruebas de todo en tus viajes? Si fuera tú, yo lo haría.

La verdad era que en sus viajes él había comido las cosas más raras e inusuales que se pueden encontrar en el mundo, desde lagarto hasta insectos fritos, pero todo eso era por presión de sus padres, no porque él quisiera hacerlo.

—En realidad no —mintió.

—Come una...No sabe mal, solo es un poco salado—le puso aquella cosa viscosa que aún estaba en su caparazón en la mano de Jonathan.

—No lo haré—dijo con decisión y la regresó al plato.

—Lo supuse... —se decepcionó Oscar— Que no lo harías —pero estaba empleando aquella mirada que ponía cuando quería hacer sentir mal a alguien. Sus ojos azules tenían tanto poder sobre Jonathan que no lo resistió y tomó la cosa esa que le parecía tan asquerosa y la escurrió en su boca, no sin hacer toda clase de muecas.

—¡Muy bien! —festejó Oscar y las demás personas que estaban en la terraza del hotel en el que se encontraban voltearon a verlos con rostros disgustados.

Jonathan inmediatamente tomó un trago de su bebida en la mesa hasta que el mal sabor se le pasó.

—Eres un desgraciado... Me hiciste comer esa porquería...

—Bueno, ahora que ya lo hiciste ya no importa. Yo comeré el resto.

Jonathan era indulgente así que no dijo nada más, pero tampoco estaba molesto. Esa era parte de la personalidad de Oscar y él lo sabía, así que tendría que acostumbrarse a ella. Además, le gustaba que fuera así, siempre lo andaba alentando a hacer cosas que él por miedo nunca haría.

Después de comer Jonathan insistió en que Oscar no supiera la suma de dinero exacta que tendría que pagar, por lo que le pidió salir primero del restaurante. Este lo hizo pero un tanto molesto.

—¿Cuánto fue? —preguntó mientras estaba recargado en una pared del vestíbulo del hotel, con los brazos cruzados sobre el pecho, cuando Jonathan fue a su encuentro.

—El dinero no importa —dijo Jony y se colgó la mochila al hombro.

—Claro que sí—comentó Oz mientras seguía el paso del otro.

—Mira... —lo detuvo y lo sujetó por los hombros mientras lo miraba fijamente a sus ojos azules—Ese dinero no importa, mis padres me lo dan como soborno por no decir nada sobre los viajes y fingir que me gustan, ¿ok? Yo puedo gastarlo en lo que quiera, y quiero gastarlo en ti. Además hay mucho en mi cuenta, es dinero en dólares, no fue gran cosa.

Le agarró la barbilla para verlo mejor.

—No arruines el día, aún tenemos mucho por hacer —le recordó y le besó el labio superior.

Únicamente cuando sus dedos estuvieron tan arrugados como pasas y sus pieles tenían tres tonos más decidieron salir del agua para descansar en la arena. Primero había salido Oscar y luego Jonathan, pero cuando llegó a la arena en donde debía estar el otro no estaba. Oz no tardó en volver, y en su mano tenía un paquete de latas de cerveza, cosa que a Jonathan no le hizo gracia.

—¿Desde cuándo bebes? —preguntó Jonathan mientras atrapaba una lata de cerveza que le aventó Oscar.

—¿Ah? —Dijo al ver la cara de indignación del otro mientras se dejó caer a la arena—. Desde...no lo sé...Mi padre no es estricto en ese aspecto, deja que yo beba cuando quiera, aunque no lo hago seguido —explicó mientras bajaba la cabeza a la lata en su mano.

—Dime, ¿hay algo más que no sepa? ¿Has fumado hierba? ¿Tomado pastillas? —le quitó la lata. Oscar lo miró desconcertado.

—Jonathan, Jonathan…—meneó la cabeza y se acercó. Tomó su rostro con una mano, serio—. Soy gay, no idiota, ¿De acuerdo?

Jonathan resopló y le sonrió, entonces ambos se quedaron callados mirándose.

—¡Vamos, Jony! —Oscar rompió el silencio y lo empujó al tiempo que recuperó su bebida—. No es para tanto, son solo seis, tú puedes tomar tres y yo las otras tres...

—¡No! No quiero que te embriagues... —insistió, ya que él no estaba acostumbrado a hacer nada de eso. Había pasado tanto tiempo viajando que nunca había tenido una verdadera oportunidad de hacer lo que los adolescentes normales hacían.

—Son solo tres para cada uno, eso no es para embriagarse, es solo para relajarse... —replicó con su voz aun calmada.

—Yo ya lo estoy...

—No es verdad, en todo el viaje no has quitado ese ceño fruncido... —Comentó Oz y se inclinó sobre él para tocar la parte entre sus cejas con su dedo índice, y lo aplastó hasta que se rompió la tensión con una sonrisa.

—¡Maldita sea! —Gruñó Jonathan—¿Cómo lo logras? Pones esa cara de idiota y toda mi coherencia se va a la basura. Tomaré las tres que me corresponden solo para que tú no te las tomes todas.

—Perfecto... —ambos levantaron el arillo de la lata al mismo tiempo logrando un sonido burbujeante—¡Hasta el fondo! —exclamó Oscar al tiempo que estrelló su lata con la de Jonathan y se la empinó a la boca.

Y ciertamente lo que había dicho Oscar sobre no embriagarse con solo tres latas era verdad. Al finalizar las tres no estaban en estado de ebriedad, solo en un estado de relajación, felices y sonrientes solo por el hecho de estarlo, tumbados sobre la arena sin preocupaciones de nada. Ni siquiera se alteraron cuando llegó un guardia y les pidió que se llevaran la basura cuando se fueran.

—No se preocupe, lo haremos —respondió Jonathan apenas levantando la mirada al guardia y luego regresó a abrazar a Oscar.

Eso era lo último que recordaba cuando de pronto abrió los ojos a causa de un dolor punzante en su brazo derecho, producto del peso de la cabeza de Oscar, que estaba dormido sobre su brazo. Pero eso no fue lo que lo alarmó, sino el hecho de que el sol ya se escurría por el horizonte, de él solo quedaba una pequeña franja anaranjada.

Se incorporó sumamente alarmado, y vio a Oscar dormido a su lado.

—Oscar, Oscar... —lo sacudió y este se incorporó con dificultad—¿A qué hora sale el autobús?

—A las cinco y media... —respondió éste con voz pastosa.

El corazón de Jonathan, ya de por sí susceptible a ataques de pánico, golpeteó sus costillas fuertemente mientras buscaba la mano de Oscar entre la arena, en donde traía puesto un reloj de plástico que había utilizado para remplazar su habitual reloj de coreas de cuero. Y vio que la tarde ya estaba muy avanzada.

—¡Oscar, muévete, muévete! ¡Son las seis quince! —diciendo todo eso se puso a recoger las toallas tiradas en la arena y la basura que tenían esparcida por todos lados.

Al llegar a la estación de autobuses les informaron que su autobús ya había salido y que solo saldría hacia su ciudad uno a las seis y media, entonces compraron los boletos y esperaron. Mientras estaban sentados en una larga fila de sillas, la cara de Oscar no denotaba ninguna clase de preocupación, era el muchacho más feliz y despreocupado del mundo, pero la de Jonathan era de total desesperación.

—Mira... —dijo Oscar empleando una voz tranquilizadora al mismo tiempo que tomó la mano de Jonathan, que descansaba en su pierna—. Lo que sea que te puedan decir tus padres no quitará el hecho de que hoy nos divertimos mucho, no podrán quitarte el buen sabor de boca...Un regaño no puede borrar todo lo que viviste hoy, solo piensa en eso.

—Ya veo...Entonces prefieres pedir perdón que permiso —lo miró con una mueca.

—Sí, siempre imagino que es mejor.

Luego de un viaje de dos horas, se bajaron y tomaron otro autobús que los dejaría más cerca de casa, se despidieron a mitad de camino y tomaron rutas distintas. En el trayecto a pie a casa Jonathan se preguntó qué excusa daría. ¿Les diría la verdad...? No, eso simplemente no pasaría, pero por lo menos esperaba poder escabullirse a su habitación y cambiarse de ropa antes de que sus padres lo vieran. Pero no corrió con suerte, apenas abrió la puerta principal vio a su madre.

—¿Dónde estabas? —preguntó, su voz era brusca.

—Ohm...Yo...estaba en... —respondió tartamudeando.

—¿¡Dónde, Jonathan!? —lo miró realmente molesta.

—Mamá, te lo diré...Lo haré, en verdad que lo haré, pero también tendré que decirte algo muy importante... —ni él mismo sabía por qué había elegido esas palabras, quizá el alcohol que aún estaba en su sistema lo hacía sentirse fuerte y decidido...porque por ninguna otra razón hubiera empezado con eso.

—¡Pues habla ya, somos todos oídos! —esa era la voz de su padre, grave y realmente molesta, saliendo detrás de la pequeña figura nada intimidante de su madre. Al verlo se sintió como un pequeño gato bajo la lluvia. Deseó poder arrancar sus palabras del aire fluctuante a su alrededor pero no pudo.

—Fui a una fiesta... —dijo entonces—Me fui a una fiesta con unos chicos de mi escuela—aquello era mentira pero sintió que era lo más real que les podía dar, sin importar meterse en problemas.

—Ven acá —lo llamó su padre con un movimiento de la mano, en sus simples palabras había mucha severidad. Jonathan avanzó apenas con pasos normales y se preguntó si se vería como él veía a Oscar cuando su padre le hablaba, tan patético...El sujeto lo agarró de la barbilla y lo hizo mirarlo a la cara.

—Sóplame —le ordenó, entonces Jonathan lo hizo a sabiendas que era mejor hacer caso—. Estuviste bebiendo —declaró su padre.

Jonathan solo había tomado esas tres latas en la tarde y una bebida de frutas con cierto grado de alcohol en el camino de vuelta.

—Sí... —respondió—Te he dicho que fui a una fiesta.

—¿Quién te dio el permiso de hacer eso, Jonathan Owen Smith? —preguntó mientras ejercía aún más fuerza sobre su mandíbula.

—Nadie... —dijo y se quitó la mano que lo oprimía—. Solo estaba muy aburrido, es todo.

—¿Aburrido? —Se indignó su padre—¡Aburrido! ¡No sabes lo preocupada que estaba tu madre por ti! —Lo miro con desaprobación—Sube a tu habitación y quédate allí el resto de la noche. Ya veré como te castigo luego.

—De todos modos—se apartó—, es al único lugar al que quiero ir.

Y habiendo dicho eso subió las escaleras que lo llevarían a su habitación. Iba pensando que quizá no salió tan mal, ciertamente le habían llamado la atención pero sin gritos ni amenazas, entonces no estaba mal. Llegó a su cuarto y se quitó la ropa, de la cual saltaba arena por todos lados cayendo al piso de su habitación. Se sentó en la cama para poder sacarse los zapatos y de allí salió fina arena de color dorado como el cabello de Oscar, luego se metió al baño y tomó una larga ducha. Al finalizar, se dejó caer en su cama pensando que había sido uno de los mejores días de su vida.

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Les dejaré una imagen para que se den una idea de lo lindo que lo pasaron esos dos en la playa. 

Pd: Los amo como se aman a las cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma (A Oz y Jony) A ustedes también :3

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