The firstborn | Jujutsu Kais...

By daaisxke

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𝐓𝐅𝐁 (Pausada) | ❝ Un demonio en el útero de una mujer ❞ Por el corto tiempo que el grupillo de hechiceros... More

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XI
XII
XIII
XIV
XV
𝔈𝔰𝔭𝔢𝔠𝔦𝔞𝔩 𝔡𝔢 𝔖𝔞𝔫 𝔙𝔞𝔩𝔢𝔫𝔱𝔦𝔫
XVI | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
XLIX
L
LI
LII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIV

XXXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶

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By daaisxke

Año 700 d.c
Para la que seguirá sus pasos

El terror la inundaba de pies a cabeza. Aún seguía sin acostumbrarse a ver a aquellas criaturas malditas que la rodeaban día a día, algo de lo cual nunca se había percatado.
En su tribu, se preocupaban de la purificación diaria, el bosque en el cual vivían era constantemente recorrido por los hombres y mujeres de la familia, protegiendo el terreno de todo ser maldito, para que así sus pequeños pudieran recorrer los ríos y montañas sin preocuparse por nada más que recordar el camino a casa.

En cambio, aquí era diferente. Vivía en un prado dorado, sin el más mínimo rastro humano a kilómetros alrededor de aquella pequeña cabaña. A cuestión de metros se encontraba la entrada del oscuro, denso y tenebroso bosque. En sí, la naturaleza era increíble; árboles de metros y metros, de colores oscuros pero con reflejos claros, húmedo, con musgo entre las rocas, arbustos de frutos rojos. Se veía sombrío dado a los grandes árboles que le dificultaban la entrada al sol, pero habían ciertos lugares en los cuales los rayos dorados lograban interferir en el ambiente y causar algo de paz.

Lamentablemente, aquel bosque se encontraba repleto de criaturas malditas, probablemente nacieron de la muerte, odio y sed de sangre de los cazadores y guerreros que alguna vez tuvieron que cruzar por el lugar. Por alguna extraña razón, la castaña parecía tener alguna especie de escudo que alejaba a las maldiciones; la veían y babeaban a lo lejos, pero más que una tuvo el valor suficiente de tirársele encima.

En esta oportunidad, la noche era más fría que otras, pero ni siquiera estaban cerca del invierno. La castaña usaba un suéter de lana de múltiples colores que había logrado conseguir en una visita al pueblo, la verdad es que no era una prenda que a Sukuna le agradara a vista, pero si a la pequeña le gustaba no podía hacer nada en su contra.
También llevaba esos simples pantalones de tela claros, cubierta por las mantas sobre el futón. Su respiración era corta, un tanto acelerada, el corazón le latía precipitadamente y la luz de la luna que pasaba a través del delgado velo era lo único que le proporcionaba una iluminación estúpidamente tenue.

Esa criatura estaba allí. En la esquina izquierda, a sus pies, justo en el fondo, en aquella oscura y tenebrosa esquina izquierda, entre las paredes del cuarto y el armario de ropa.

Era terrorífica, tal como muchas que había visto, pero seguía sin acostumbrarse. El tronco de su cuerpo parecía un tanto ovalado, pero igualmente desproporcionado. Sus piernas eran largas y tan delgadas que causaba fobia, sus brazos eran iguales, sus manos llegaban a la altura de sus rodillas; con dedos largos y flacuchos, como ramas de árboles. Su cuello de igual forma era delgado, un poco más corto que sus demás extremidades, su cabeza era redonda, pero lo que parecían ser grandes clavos resaltaban de su cabeza; como si tratase de su cabello.
Su piel era oscura, pero habían partes específicas en su cuerpo en las cuales habían manchas un poco más claras, entre púrpuras.
Su rostro... No se veía con claridad, no gracias a la oscuridad en la cual se camuflaba, pero... Parecía no tener ojos, solo tenía aquellos dos agujeros vacíos, horripilantes, como un abismo, y una sádica sonrisa que iba literalmente de oreja a oreja.
Sus dientes rechinaban de manera extremadamente molesta y terrorífica, al mismo tiempo en que parecía molestarla chocando sus uñas contra el muro creando un desagradable ritmo.

Quería salir corriendo del cuarto, pero no tenía el suficiente valor con esa criatura acechándola desde la desolada y oscura esquina. Sus extremidades temblaban bajo las mantas, sentía una fina capa de sudor en su frente; pero le causaba frío. Repetía en su cabeza una y otra vez que su padre viniera a su cuarto, pues tampoco tenía el valor de alzar la voz. Pero estaba segura de que aquel hombre no se preocuparía demasiado de la presencia de aquella maldición.
Es decir, sabía que la castaña era una criatura totalmente inferior a él, pero por ser su primogénita juraba que nadie se acercaría a ella, como de por ley. Desde luego que no se encontraba en lo correcto.

Papá... Llamó, ¿Su padre podía leer mentes? No, en realidad no podía, pero Yashiro quería creer que así era, pues de cierta forma, el hombre era capaz de sentir su temor y dolor, aunque solo ocurre en ciertas circunstancias.
¿Si corría trataba de una cobarde, o trataba de valentía al ser capaz de enfrentar su miedo y pasar de largo a aquella terrorífica criatura? Correré a la cuenta de tres. Se dijo a sí misma, solo tenía que correr la puerta de madera delgada y correr de manera recta en frente a ella. Estaba casi al cien por ciento segura de que su padre se encontraba en la terraza delantera, recostado sobre el sofá de mimbre disfrutando de lectura y fumando de su larga y tradicional pipa. Sí, incluso se lo comenzaba a imaginar, de seguro con su torso desnudo y con su cabello totalmente suelto; sin palillos ni un medio tomate.

Uno... Dijo, mientras su mano izquierda sujetaba con fuerza la orilla del cobertor. Dos... Cerró sus ojos con fuerza, pues según su profesor Ruther; si cerraba los ojos sería igual a como si las maldiciones no se encontraran allí. ¡Tres! Se levantó de golpe con sus ojos totalmente cerrados, corrió a la rapidez de la luz y abrió la puerta de golpe, sintiendo como si tuviera el corazón en la garganta del pánico y la adrenalina de creer que la criatura iría tras ella.
Corrió por el salón, estaba a nada de llegar al pequeño pasillo que separaba el espacio principal de la terraza en la entrada, y nuevamente sintió el sonido de los dientes rechinando y las uñas contra el muro como un susurro a sus oídos.

Soltó un pequeño grito con pavor, no sabía donde estaba su arco y flecha para acabar con él por su cuenta, y en realidad se sentía demasiado cobarde como para hacerlo, por lo cual solo corrió de golpe la puerta del pequeño pasillo saliendo finalmente al exterior.
Una ventisca fría de viento chocó contra ella. Tropezó con la madera del suelo y cayó golpeando dolorosamente sus rodillas, soltó un quejido, y su respiración seguía acelerada mientras sus ojos se cerraban con fuerza.

Tenía miedo, mucho miedo.

— ¿Qué haces fuera de tu cuarto a esta hora, Yashiro? —habló él, su voz grave pero suave.

Se estremeció ante el frío y su tono de voz, abrió sus ojos de golpe y giró inmediatamente a su derecha. Se encontró con su padre tal como se lo había imaginado, recostado sobre el sofá de mimbre con esos holgados pantalones, descalzo, su torso desnudo, pero cubierto por un haori* abierto que llegaba a la altura de sus rodillas, este era de seda y de algún color claro.
Su cabellera blanca caía sobre sus hombros, suelta, sin detalle alguno. Un libro en su mano izquierda que yacía sobre su muslo, y la pipa en su mano derecha; el mismo codo hincado en el brazal del sofá.

— ¿Ya se te fueron las ganas de dormir? —para Yashiro seguía tratando de una necesidad.

— N-No —respondió, aun sin lograr colocarse de pie.

— ¿Entonces? Mañana necesitas energía para continuar con las clases de Ruther —no, en realidad Sukuna sabía que su castaña no necesitaba ese tipo de energía, pero evitaba la ola de preguntas infantiles, así igualmente evitaba tener que explicarle las cosas por horas.

Para algo estaba Ruther, si es que idiota servía de algo (en realidad si servía, estaba dando sus clases correctamente, pero el menosprecio de Sukuna hacia él era más que notorio).

— H-Hay un monstruo en mi cuarto... —habló, con una voz temerosa, reflejando de misma forma el favor en sus claros ojos a la luz de la luna y las velas sobre el mesón de madera junto al sofá de mimbre.

— ¿Y? No podrá hacerte nada —respondió, volviendo su mirada al libro mientras le daba una bocanada a la pipa, pero desde luego que así no era como la castaña pensaba.

— Pero da miedo...

— Pero no puede hacerte nada —repitió.

En realidad no era que no le pudiera hacer nada, pues la castaña, siendo aún demasiado pequeña; no sabía cómo activar la energía maldita que corría por su cuerpo, por lo cual seguía viéndose como una fácil presa humana para todas las maldiciones y demonios que la rodeaban.
El "No podrá hacer nada" que salió de la boca de Sukuna en realidad significaba un "No dejaré que te haga nada", pues era un tanto consciente de la situación de su pequeña.
Desde luego que había sentido la presencia de aquella cosa, llevaba un par de días escondida en aquella esquina pero finalmente dió la cara. El Rey de las maldiciones no quiso hacer demasiado pues, a pesar de su honorífica apariencia, la criatura era una maldición barata, que con suerte llegaba a ser de cuarto grado, por lo cual si llegara a causarle algo a Yashiro no sería más que unas cuantas pesadillas, parálisis nocturnos o dolores musculares.

— Pero de verdad da mucho miedo... —repitió, luego de unos segundos de silencio. Escondió sus manos entre las mangas de su suéter con algo de frío, a la vez que su cuerpo temblaba levemente.

Sukuna desvió su mirada del libro hacia su primogénita. Seguía de rodillas en el suelo, con sus manos escondidas en las mangas de su suéter, abrazándose a sí misma y con la mirada llena de pavor perdida en el ahora oscuro prado solitario.
Soltó un sonoro suspiro a la vez que cerraba sus ojos por unos segundos. De verdad, tratar con niños era más complicado de lo que él se esperaba (Ruther se lo había advertido pero no lo tomó en cuenta, desde luego).

Mordió el interior de sus mejillas mientras dejaba su libro de lado, al igual que la pipa sobre el pocillo del mesón. Se colocó de pie a la vez que se quitaba el haori y se dirigía a la menor. Se colocó de cuclillas cubriéndola con la gran prenda y luego suspiró nuevamente.

— Ve adentro —ordenó, notó como la mirada de la menor empeoró—. No permitiré que te haga daño, pero en algún momento tendrás que enfrentar tus miedos Yashiro, no voy a estar allí junto a ti cada vez que algo se te pare en frente, tienes que aprender a hacer las cosas por tu cuenta.

Si, es cierto, tiene diez años, pero aquello no significaba demasiado para su padre. Convivir con él significaba independencia y madurez, incluso si Sukuna siempre parecía estar tras ella, tampoco le daba el gusto en todo.
Sukuna no quería que la pequeña se apegara tanto a él, quería que ella se volviera independiente y firme lo más pronto posible para poder alejarla de cualquier peligro que lo rodeara, y es por ello que debía empujarla frente a sus miedos.

Estaba parada frente a la puerta de su cuarto. La oscuridad inundaba en aquel espacio y no le permitía ver con claridad, o en realidad era el miedo quien nublaba sus sentidos.
Sentía el aroma del hombre inundando sus fosas nasales gracias a esa gran prenda que la cubría, y de cierta forma le causaba algo de tranquilidad, pero seguía siendo insignificante al aura de la maldición escondida en su cuarto.

— Te acompañaré hasta adentro, así que apresúrate —comentó, y se estremeció nuevamente. A veces se le era imposible poder sentir los pasos de su padre, pero ahora podía notar que se encontraba a sus espaldas por aquella gran sombra que se formaba sobre ella.

Sukuna guardaba ambas manos en los holgados pantalones, su mirada baja fija en la pequeña castaña que jugaba nerviosamente con sus manos y la orilla de la manga de seda. Su ropa se arrastró por la vieja madera del lugar cuando la pequeña caminó, pero no le molestó aquello, por alguna razón encontraba que la pequeña con su ropa se veía extremadamente... agradable como para quejarse de ello.

Yashiro tragó en seco dando un par de pasos, ingresando finalmente al cuarto, pero sus ojos permanecían cerrados con miedo. El sonido del rechinar de los dientes de la maldición, al igual que el golpeteo de sus uñas contra el muro, nuevamente llegaron a sus oídos estremeciéndola por completo. Su cuerpo temblaba y dobló a su derecha para poder pararse frente a la esquina, manteniendo la distancia de unos cuantos metros.
Su respiración entrecortada. Un jadeo monstruoso se escuchó en el cuarto, y una ventisca de viento la empujó bruscamente cayendo de golpe al suelo.
Su corazón comenzó a latir precipitadamente y su mirada se mantenía baja, sus manos contra la madera vieja, sus uñas pasando por esta y raspando las fibras húmedas.

— Alza la mirada Yashiro —habló él, pero ella se negó. Se encontraba demasiado asustada como para hacerle caso—. Yashiro —volvió a llamar, mientras los quejidos y jadeos monstruosos se escuchaban.

Podía sentir un repulsivo aroma a... carne podrida directo a sus fosas nasales. El aire se sentía desagradablemente cálido y sobrecargado contra su rostro cabizbajo.
Pronto, una mano pasó bajo su barbilla, desde atrás de ella, y se estremeció sintiendo el monótono tacto frío de su padre. Su gran mano sujetó su barbilla y la alzó, pero seguía negándose a abrir sus ojos.

— Hace un tiempo dijiste que querías ver mi físico natural ¿Cómo pretendes pedir algo así si tiemblas de miedo viendo a esta cosa de grado insignificante, Yashiro? —espetó, con voz más ronca de lo usual, más seria, más temeraria, mientras la presión de su mano en su barbilla y mejillas aumentaba, obligándola finalmente a abrir sus ojos.

La criatura estaba allí, frente a ella, a menos de un metro de distancia, pero la katana maldita de color vino tinto contra su extenso cuello le impedía dar un paso más.
Parecía que dicha maldición tenía incluso más miedo que la menor, se podía notar en el temblar de sus extremidades, en la forma en la que los quejidos diminuyeron de ferocidad a pavor.
Yashiro también logró sentir la increíble aura de odio que emanaba el cuerpo de su padre. Su campo de visión solo le permitía ver las dos líneas negras en la muñeca derecha de su padre, la mano que sostenía la Katana firmemente con aquellas uñas largas, negras y puntiagudas.

— Míralo bien, esa es la imagen pura de los humanos... Así se ve el odio, la envidia, la tristeza, y sobre todo, el miedo ¿Comprendes? Solo lo estás alimentando cada vez más, pequeña escoria humana.

La castaña, aterrorizada del rechinar de aquellos horrorosos dientes, y el vacío de la cuenca de sus ojos, logró zafarse del agarre de la mano de su madre en su rostro. Se volteó rápidamente aferrándose a una de las piernas del mayor, quien quedó aturdido ante la repentina dependencia de pavor por parte de la menor.

Suspiró, pues tomaría tiempo para que la menor dejara de temerle a dichas cucarachas, pero debía mantener la calma. Debía ganarse su confianza, tal como Ruther había señalado.

— Tú —llamó a la maldición, quien temblorosa giró su mirada vacía al mayor. Encontrarse con una maldición de tal grado, que podía dialogar, tomar una figura humana, tener una hija e imponer tal temor era como encontrarse frente al mismísimo Diablo o Dios de las maldiciones. ¿Qué tan mala suerte tuvo que tener para toparse con él? Estaba completamente seguro de que no saldría de allí con vida—. Largo de aquí, ser miserable —espetó, con tanto odio que dicha criatura nombrada hubiera preferido morir antes de observar esa mirada letal de color rojizo brillante que le dedico.

No le quedó de otra que desvanecerse, fue lento pero sigiloso, retirándose por la superficie, como al botar agua sobre el suelo de madera; y dicho líquido se escapaba al subsuelo por las orillas de la madera vieja, así mismo, hasta que no quedó ni el más mínimo rastro de él.

La amenaza desapareció. Sukuna soltó un suspiro bajando la gran katana, mientras las líneas negras desaparecían poco a poco de su figura humana, y luego bajó su mirada a la pequeña que temblaba de sobremanera sujetada a su pierna.
Rodó sus ojos, pero de cierta forma intentó comprenderla. Se crió en un ambiente saludable, de rosa, hasta que vió a toda su familia ser masacrada por bestias inimaginables, era de esperarse que los traumas se presentaran ante ciertas figuras.

— Vamos, debes dormir... —alargó, mientras dejaba la katana en el suelo y se apresuraba a tomar a la pequeña en brazos, con cuidado. Esta quedó colgando de ambas manos del mayor, quien tenía sus brazos extendidos para que la menor no se acercara más a él, pues aún no estaba completamente acostumbrado a su excesivo contacto físico—. ¿Qué me miras? —espetó con un mohín, su ceño fruncido, mientras la castaña le miraba con ojos llorosos, nariz y rostro rojizo por el llanto, y manos temblorosas.

— Usted me ve como una de esas cosas ¿No es así? —habló ella, sintiéndose más que débil ante él, mientras Sukuna denotaba algo de sorpresa y confusión en sus ojos—. A-A veces no puede ocultar mirarme con desprecio porque soy débil, y y-yo lo sé... —sollozó.

Por primera vez, algo se estremeció con dolor en el interior del Rey de Maldiciones. Algo se estremeció con pena y melancolía observando a esa pequeña de diez años, que se veía más pequeña para su edad, que era un trozo de carne débil, temerosa e inferior ante sus ojos, pero... Era su hija, y de cierta forma no soportaba verla así.

"No me gusta el contacto físico, así que mantén la distancia" Le dijo una vez, y aunque la menor no hizo demasiado por alejarse, las palabras de él en realidad no eran así.
No es que no le gustara el contacto físico de esa criatura, es más, lo adoraba, y es por ello que tanto temor tenía de seguir recibiendo sus abrazos, o la forma cálida y lenta en la que su pequeña mano sujetaba la suya. Tenía miedo de que aquella calidez y tranquilidad lo encadenaran a ella o él encadenarla a ella y no volver a dejarla ir. Eso era a lo que tanto le temía.

— Yashiro e-eso no es así —espetó, su voz se entrecortó por un momento mientras su ceño se fruncía a la vez que sus ojos se cerraban. No sabía cómo hablar con alguien tan pequeño a quien apenas había visto un par de veces durante su crecimiento, y con quien solo llevaba viviendo casi un mes y medio—. Escucha-

Pero se vió interrumpido por el sollozo que salió de los labios de la menor, mientras sus pequeñas manos intentaban detener las lágrimas de sus ojos.
Yashiro detestaba mostrarse de aquella forma ante él, incluso si a veces no podía retenerse, pues bien sabía que su padre no aguantaba el llanto de los niños y lo encontraba innecesario.

Sukuna volvió a suspirar complicado, pero la presión y dolor en su pecho le impedían dejar allí a la castaña y largarse a fumar su pipa como había planeado, así que acortó la distancia flexionando sus codos y sujetando a la menor con fuerza.
Rodeó su cintura con las piernas de la pequeña, su mano izquierda se posó en su cabeza para apoyarla en su hombro y abrazarla con fuerza, Cerró sus ojos por unos cuantos minutos mientras ladeaba su cabeza y la topaba con la de la castaña, para luego sentir como sus pequeñas manos le rodeaban el cuello.

— Eres mi hija, Yashiro, nunca podría despreciarte —susurró, sus dedos pasaron por su suave cabellera mientras tomaba una bocanada de aire para luego soltarla en un suspiro—. Deja que me acostumbre un poco más... Prometo volverte tan fuerte como yo —la abrazó con un poco más de fuerza, aferrándose a esa calidez que tanto lo atormentaba, y luego giró sobre sus talones dirigiéndose al futón de la pequeña. La sentó con cuidado en el futón y luego acarició su cabellera para colocarse de pie, nuevamente observando ese rostro lloroso que le dolía—. Espera aquí un minuto.

— P-Pero si v-vuelve-

— Haz caso —se limitó a interrumpir sin girar a verla mientras se apresuraba en prender las velas, con las llamas que salían de la yema de sus dedos, para iluminar un poco el lugar.

Yashiro observó, sentada sobre el futón mientras cubría sus piernas con las frazadas, a su padre recoger la katana del suelo y salir del cuarto en silencio. Parecía una pluma o simplemente un fantasma, sus pasos no se oían sobre aquella crujiente madera, y su rapidez de ir de un lado a otro era impresionante.

— Desde ahora en adelante llevarás esto junto a ti —habló, ingresando al cuarto nuevamente, esta vez con dos armas en una mano, pero sin la hermosa katana que tantas veces Yashiro había visto a lo lejos—. Son armas malditas que te servirán para luchar a corta distancia, pero son más efectivas que las demás —relató mientras se sentaba al estilo indio junto a la castaña, y le mostraba las dos espadas japonesas—. Son un par de tantō* japonesas, aunque miden poco más de treinta centímetros —desenvainó una de ellas, mostrando su brilloso filo plateado hacía la castaña, quien le miró con un brillo de admiración escuchando atentamente sus palabras—. Mañana te enseñaré a usarlas correctamente, pero no es demasiado diferente a cuando aprendiste con un cuchillo básico. Para cargarlas encima te daré un arnés que se usa generalmente en la espalda baja, así podrás sacarla con facilidad y no te incomodara cuando vayas al bosque, aunque, claro, para ti será un poco difícil llevar ambas; son pesadas, pero es cosa de que te acostumbres.

Extendió una de las armas a la menor, quien la tomó con demasiada facilidad dejando algo sorprendido al mayor. Pasó la yema de sus dedos por la parte plana de la hoja, para luego sonreír gustosa. Sukuna la observó minuciosamente; aún prevalecía ese camino de lágrimas, pero sus ojos llenos de pavor ahora demostraban total emoción ante su nuevo juguete.

— Bien, suficiente —interrumpió a la menor, arrebatándole el arma de la mano para volver a guardarla en su vaina y dejar ambos juguetes junto a las velas encendidas en el cuarto—. Vuelve a dormir.

— ¿Pero si esa cosa vuelve? —preguntó, haciendo caso a las palabras del mayor y acomodándose sobre el futón, cubriéndose con las mantas.

— Me quedaré por si esa cosa vuelve —respondió, mimándola por primera vez con algo de fraternidad, mientras se recostaba junto a ella en el futón y de igual forma se cubría con la manta—. Y además tienes las armas ¿Es que no me escuchaste mientras te hablaba, mocosa?

— Daré lo mejor de mí y me volveré fuerte —respondió ella, esbozando una sonrisa mientras notaba como el hombre giraba sus ojos abrazándola con fuerza.

El tacto de Sukuna seguía siendo demasiado frío, pero se complementaba con la calidez que la menor emitía. Era adictivo, tenía miedo de aferrarse, pero ya no podía hacer demasiado por alegarla. Había tomado una decisión, y aunque le costara creerlo, debía comenzar a asumir su  papel como padre, incluso cuando trataba de un "padre" totalmente diferente al resto del mundo.

Esa fue la primera noche en cientos de años en la cual el Rey de las maldiciones logró aquello que los humanos llaman "dormir" en total paz y calidez.
















Vocabulario

Haori* : chaqueta tradicional japonesa que cae a la altura de la cadera o de los muslos, similar a un kimono.

Tantō* : es un arma corta de filo similar a un puñal de uno o doble filo. A simple vista es similar a una pequeña katana, pero su diseño en realidad es diferente.

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