Oculto en Saturno

By BlendPekoe

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La vida de Ezequiel se vuelve perfecta desde el momento en que conoce a Matías, los sueños y todos los imposi... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Epílogo

Capítulo 8

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By BlendPekoe

El fracaso que significó tomar conciencia del estado del jardín me dejó con un odio hacía mí mismo que me llevó ese lunes a pararme cerca de la entrada del trabajo de Francisco a esperar cabizbajo. Era difícil de explicar la sensación de querer estar allí y no querer estar allí.

Francisco se acercó tranquilo.

—¡¿Con ganas de arrancar la semana?!

—Tienes demasiada energía —critiqué empezando a caminar.

Me siguió a la par.

—Tendremos que sacarle provecho —bromeó.

Mi mal humor era notable pero no se dejaba afectar. Él siempre estaba animado, con una sonrisa acompañándolo, como si la vida fuera hermosa, fácil y perfecta. Yo había perdido ese sentimiento dos años atrás y me daba mucha envidia que él lo tuviera.

—Esto es como una recompensa después de un largo día de trabajo —comentó de forma despreocupada.

—¿Cómo salir a beber? —pregunté siguiéndole la corriente.

—Algo así.

Francisco tenía todo resuelto y claro en su cabeza, no había planteos complicados con él. Podía categorizar el sexo de esa manera, sin darle mayor significado, sin que representara motivo de arrepentimiento.

—No lo había visto de esa manera.

De a poco me acostumbraba más y más a ese estéril departamento, aprendiendo a apreciar que se sintiera tan impersonal como un hotel. No había fotos, recuerdos u objetos viejos que delataran un apego. Nada que hablara de su vida, pasada o presente, o dejara entrever detalles que permitieran conocer alguna intimidad de quién vivía en ese lugar. A veces me causaba intriga saber si era intencional o no, pero nunca hacía preguntas al respecto. Cuando estaba dentro de ese departamento solo me concentraba en la razón por la que regresaba una y otra vez.

Al entrar, sin necesidad de intercambiar palabras, lo detuve junto a la puerta y mi mal humor quedó completamente olvidado. Francisco sonreía mordiéndose los labios, esa capacidad que tenía de mostrarse entusiasmado por sobre mi actitud, cualquiera fuera ésta, me afectaba. Le quité los anteojos con cuidado y me acerqué a su oreja para besarlo debajo de ella. Sus manos acariciaron mi cintura y espalda de forma repetida.

—Hueles muy bien —susurré.

Los halagos no eran mi especialidad y, con él en particular, me cohibía con facilidad.

Desabroché los primeros botones de su camisa para poder acceder a la base de su cuello.

—Deberíamos ir al sillón —recomendó soltando un suspiro.

Se apoyó en mí para equilibrarse mientras se quitaba los zapatos, luego se apartó y siguió desabrochando la camisa por su cuenta a la vez que se dirigía al sillón. El deseo del contacto físico hizo que lo siguiera de cerca, ansioso por sentir su cuerpo presionado contra el mío. Y cuando se sentó, lo empujé suavemente poniéndome sobre él para seguir con lo que había comenzado un momento atrás.

—Tú también estás con mucha energía.

El sexo era diferente a lo que yo solía estar acostumbrado. Con Matías había más versatilidad, Francisco no tenía ese interés. Pero no era una experiencia que defraudara, que él aceptara mi voluntad no dejaba de ser excitante. Se dejaba guiar y no titubeaba ni dudaba, como mucho se reía.

Le quité la camisa para besar sus hombros, luego me entretuve con sus pezones antes de seguir bajando, sus manos estaban en mi cabello expresando el placer que sentía. Al llegar a su pantalón sentí la presión de sus dedos indicando su nivel de sensibilidad.

Me enderecé un poco para quitarle el resto de la ropa y empezar a hacer lo mismo con la mía mientras lo observaba completamente desnudo. Era delgado pero no una persona en forma, no tenía músculos marcados ni nada de eso, pero estaba mejor que yo, que ya tenía kilos de más. Con las puntas de sus dedos acarició mi cuerpo, en esos momentos lamentaba mi aspecto pero Francisco mostraba un gran anhelo por lo que ocurría convenciéndome un poco de que mi estado no le importaba.

Antes de seguir fui a buscar el lubricante, él esperó recostado en el sillón.

—¿Debería dejar un lubricante en cada habitación? —preguntó con picardía a mi regreso.

Me senté a su lado.

—Es tu casa, puedes hacer lo que quieras.

Al intentar cambiar su posición lo interrumpí.

—Acuéstate boca abajo.

Cuando estuvo cómodo abrí un poco sus piernas y, con la ayuda del lubricante, metí uno de mis dedos en él. Me dediqué a masajearlo suavemente por un largo rato. Francisco, con sus ojos cerrados, respiraba con pesadez disfrutando la atención. De a poco esa respiración se fue intensificando, su rostro reflejaba el placer que sentía, los pequeños gemidos eran continuos y sus manos apretaban con fuerza el sillón. Yo me concentraba en un punto suave dentro de él encantado con el espectáculo. Besé su espalda, su trasero, su nuca, mis labios iban y venían por su cuerpo.

—Ezeee —llamó con tono de queja.

Saqué mi mano para acomodarme sobre él. Volví a besar su nuca mientras acariciaba mi propio miembro antes de penetrarlo lentamente. Descubrí que no era un posición muy cómoda estando en el sillón, no había tanto lugar, pero la incomodidad no le ganaba a las sensaciones placenteras que también generaba.

—¿Te gusta? —cuestioné a su oído.

—Sí —respondió con dificultad.

Fui alternando el movimiento entre despacio y rápido, escuchando con atención sus gemidos, los cuales me volvían loco, hasta que tuve que detenerme para evitar acabar. Decidí usar esa pausa para cambiar de posición. Como si me leyera la mente, Francisco se dio vuelta en cuanto me separé de él.

—El sillón fue mala idea —comenté mientras levantaba sus piernas.

En realidad, en ese momento, la comodidad nos era indiferente. Mis palabras lo hicieron reír despreocupado, divertido. Volví a penetrarlo y él comenzó a masturbarse, cada tanto me detenía para colaborar o acariciar su cuerpo. Echó su cabeza hacia atrás y de su boca nacieron unos quejidos que indicaban que estaba cerca del límite. No hice más pausas, seguí con movimientos rápidos que lo llevaron a tensarse y a eyacular. La presión que sus músculos ejercieron sobre mi pene hicieron que poco después también sintiera el placer inigualable del orgasmo.

Al recuperarme un poco fui a la cocina a buscar servilletas de papel para él. A esa altura ya me manejaba con más confianza en su casa.

Cuando regresé seguía en el mismo sitio, tan relajado que parecía dormido. Sin intenciones de interrumpirlo, usé las servilletas para limpiar su abdomen y él se limitó a mirarme de reojo con una expresión de satisfacción. Sentí deseos de acariciar su rostro pero no parecía correcto después del sexo, también sentí que Francisco adivinaba el impulso que reprimía.

—Voy a lavarme —avisé.

Me pregunté qué cosas consentía con las personas que se acostaba. Que yo fuera reservado no significaba que otros también lo fueran y él, como me demostraría, tampoco lo era.

—Estoy por pedir comida. ¿Quieres? —me preguntó cuando volví a la sala.

No me daba confianza la idea de quedarme tiempo demás.

—No me molesta —aclaró malinterpretando mi expresión.

Aunque no lo creía capaz de malinterpretar.

—Prefiero irme —remarqué rápido y con sequedad.

Enseguida me sentí mal, no tenía ningún motivo para responder como si me forzaran a estar allí, como si tuviera algo en su contra. Él obtenía algo con lo que hacíamos pero yo también. Me senté en el sillón.

—Lo siento, no debí responder así.

—No te preocupes.

—Muchas veces no soy amable y no tienes por qué tolerar eso.

—Yo entiendo —dijo con cuidado— que no es sencillo para ti.

Creí que continuaría pero no lo hizo. Me molestaba cuando alguien intentaba actuar como si me entendiera pero Francisco no tenía motivos para compadecerme.

—¿Qué cosa no es sencillo?

Pensó, no la respuesta sino cómo expresarlo.

—Sentirte libre.

Y me molesté al oír eso. Tomé mi ropa del suelo para vestirme con cierta prisa, tragándome mi indignación por haber insistido en saber, justo después de reconocer que no era amable.

—Yo no estoy en esta situación porque quiero —empecé a decir sin poder contenerme, queriendo discutir—. Si yo fuera libre de elegir estaría con Matías. Pero no puedo.

Pero él no era de los que discutían, era de los que escuchaban y comprendían, haciendo resaltar mi exagerada reacción.

—Perdón —terminé diciendo.

Francisco empezó a reír a carcajadas sin compasión alguna. Volví a sentarme.

—Debes pensar que estoy loco —dije reflexionando—. De seguro todo este tiempo me escuchabas pensando eso. No puedo con mi propia vida pero me ofendo rápidamente.

—Todos estamos un poco locos.

Lo miré desconcertado por sus palabras, su risa, su serenidad.

—¿Incluso tú?

Esa pregunta también le causó gracia.

—¿Lo dudas?

Se tomaba todo con humor pero yo no podía sentir lo mismo, de nuevo me atacó la envidia.

—Ya no me das confianza como psiquiatra —acusé con seriedad.

—No eres mi paciente así que eso no importa. Entonces, ¿vas a querer comida o no?

Titubeé por algún motivo desconocido pero no podía estar comportándome como un niño. Un poco en contra de mi juicio, acepté para mostrar buena voluntad y compensar mis malas formas.

Después de divagar sobre lo que pediríamos, se dignó a ponerse algo de ropa pero yo tuve que bajar a recibir el pedido porque su remera y boxer no eran suficientes. Optamos por fideos salteados y al abrir el paquete observé que uno no llevaba carne.

—Ese es mío —señaló ante mi confusión—. No como carne.

—¿Eres vegetariano? —soné más sorprendido de lo que debía.

Él servía vino blanco en unas copas.

—Así es.

No era muy amigo de esas ideas, nunca había tenido una experiencia agradable con alguien vegetariano o vegano, siempre intentando impartir conciencia con un fuerte juicio hacia los que no eran como ellos. Por si acaso evité el tema.

Aunque mis expectativas eran bajas y esperaba un momento incómodo, terminó siendo una comida tranquila. Francisco era cuidadoso con lo que decía y sus silencios no eran de los que obligaban a otro a hablar. Todo en él era de una infinita paciencia, incluso cuando comía y bebía. En parte me impacientaba y en parte aumentaba mi triste envidia. Cuando terminé de comer, él seguía y no se angustió por mí. No pude más que observarlo pensando que todo lo que debería molestarme de él parecía hacerlo más atractivo. Francisco se percataba de mi mirada pero no hacía nada al respecto, mejor dicho, dejaba que así sucediera, en una especie de coqueteo. Mi única esperanza era que se me pasaría, que después de un tiempo lo sacaría de mi sistema, perdería interés y dejaría de sentir urgencia por tocarlo. Miré mi sortija desconsolado.

—Mejor me voy —anuncié apenas terminó de comer—, ya es muy tarde.

En realidad, hui de él.

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