El dulce adagio ✔️

By GisyRipoll14

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🥈Finalista Wattys 2021🥈 Catarina -Cate- Ferri es una bailarina italiana que lleva más de la mitad de su vid... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo

Capítulo 9

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By GisyRipoll14

Al día siguiente, fue Cate quien tomó el ensayo de los muchachos; estaba feliz con el resultado, pues la variación de La Princesa Florina y el pájaro azul estaba muy pulida, y la pareja tenía grandes posibilidades de obtener el papel. Cate los había invitado a almorzar en los alrededores de la piscina. Los días eran muy calurosos, pero ninguno de ellos se había decidido a darse un chapuzón. Por lo general, se cuidaban mucho del Sol para proteger su piel; asimismo, el agua frecuente de piscinas o el mar podía ablandar las uñas de los pies, y en el caso sobre todo de las bailarinas aquello no era bueno, debiendo estar ellas tanto tiempo sobre sus puntas.

Cate también había invitado a Bruno. El doctor había preferido llegar más tarde para esperar a que el ensayo terminase y no interrumpir como había hecho el día anterior. Cuando sintió el timbre de la puerta, no dudó en abrirlo: en efecto se trataba de él, que se veía muy guapo con su ropa deportiva de color azul. Sin duda aquel era su color, pues combinaba a la perfección con sus ojos oceánicos.

—Hola —saludó dándole un beso en la mejilla.

—Hola —respondió ella con una amplia sonrisa.

—¿Qué tal el ensayo? —preguntó mientras pasaba adelante.

—Muy bien, están casi listos.

—Me alegra escuchar eso, la audición es esta semana. Están nerviosos, sobre todo Bella. Ya sabes que Pablo es muy confiado.

—Lo sé, y eso en esta profesión como en todas es bueno y es malo. Bueno, porque si no crees en ti mismo no llegarás a ninguna parte y permitirás que el miedo te domine; malo, porque siempre hacen falta un poco de nervios para no dejar de trabajar duro.

—Serás una excelente profesora —comentó el doctor pasando un mechón oscuro tras la oreja de ella—. Me encanta escucharte. Ellos están fascinados contigo.

—Y yo con ellos. Es muy revitalizador…

Iban a dirigirse hacia la terraza cuando la puerta volvió a sonar.

—¿Quién podrá ser ahora? —preguntó ella extrañada.

Cuando abrió, notó que se trataba de un repartidor con varias cajas grandes en el porche de la casa.

—¿Catarina Ferri?

—Soy yo.

—Es su compra del viernes en Bimbo Milano, señorita.

—¡Qué rápido! —exclamó ella firmando la entrega.

—La eficiencia nos caracteriza. Que tenga un buen día —dijo el chico antes de subirse a su camioneta.

Bruno se acercó a la puerta y advirtió la presencia de las cajas. Por las imágenes promocionales del exterior comprendió lo que podían contener.

—¿Sabías que tengo experiencia armando cunas? —le susurró al oído.

Cate sonrió. Le alegraba que tomara ese asunto con tanta naturalidad y no solo eso, que se prestara para armar los muebles. Era lógico que lo hiciera con su futuro sobrino, pero su hijo no… Apartó aquel pensamiento.

—Aquí hay más que una cuna —le advirtió riendo—. Me temo que mi madre haya comprado demasiadas cosas.

—No importa, me comprometo a ayudarte con todo —respondió él dándole un beso en la cabeza—, pero por el momento las subiré. ¿En que habitación las coloco?

Bruno jamás había estado arriba, así que fue Cate quien le dijo dónde dejarlas, en una habitación de huéspedes ya que faltaba mucho todavía para remodelar alguna de ellas para el bebé.

—A veces siento temor con el embarazo… Que algo salga mal.

—No deberías pensar eso, Cate —le contestó él acariciando su mejilla—, eres saludable, no tienes por qué presentar problemas.

—Eres médico, si alguien puede saberlo eres tú —añadió todavía asustada.

Isabella y Pablo interrumpieron su charla. Llegaron tomados de las manos y advirtieron que Bruno tenía a su lado una de las cajas. Bella principalmente observó los paquetes con el ceño fruncido:

—¿Qué es eso? ¿Es para mi hermana?

—Chiara ya tiene una cuna —respondió Bruno evasivo.

—Es para mí —dijo Cate, asumiendo la verdad frente a la pareja—, para mi hijo. Estoy embarazada; esa es la verdadera razón por la cual estoy aquí.

Bella no se lo esperaba, sus expresivos ojos se centraron en Bruno, como quien lo interroga buscando alguna respuesta. Creyó que su hermano tenía algún interés en Catarina, pero embarazada… Fue Pablo quien primero la felicitó, y luego Isabella se unió a la congratulación, pero estaba bastante desconcertada.

—Por favor, Pablo, ¿me echas una mano con estas cajas? —le pidió Bruno.

El chico no se hizo de rogar y de inmediato lo ayudó. Cate se quedó a solas con la jovencita que aún no se había recuperado de la noticia.

—Te tomó por sorpresa, ¿verdad? —le comentó Cate pasándole el brazo por su espalda.

—No lo esperaba —reconoció—. Creí que la lesión…

—No tengo lesión alguna, solo estoy embarazada y he manejado el asunto con mucha discreción, pues el padre no lo sabe.

—¿Rudolph?

Ella asintió.

—Tengo mis motivos para no decírselo. No es una buena persona y prefiero llevar adelante esto yo sola.

Se sentaron en el salón, y Bella puso en orden algunos de sus pensamientos.

—Creí que mi hermano y tú… —No fue capaz de concluir la frase.

—Bruno sabe la verdad desde hace unos pocos días; me siento aliviada de que la conozca y de contar con su amistad.

Bella no cuestionó nada de lo que se le decía. La palabra “amistad” era clave, aunque intuía que a su hermano no le parecería suficiente.

—Puedes contar conmigo para lo que necesites, Cate —le ofreció la dulce Bella con una sonrisa.

—Lo sé, muchas gracias, Bella.

Cate suspiró. Se sentía más aliviada de haber dicho la verdad. Era probable que, para Isabella con su juventud, el asunto del embarazo fuera más difícil de comprender y de aceptar en paralelo con una relación con Bruno; pero todavía no existía relación realmente, y lo que no podía ocultar por más tiempo, era a su hijo.

El domingo por la tarde Cate despidió a los Stolfi y a su primo; regresaban a Milán pues el martes tendrían la audición y estaban muy emocionados. Por otra parte, quería pasar tiempo con su madre ya que al día siguiente retornaba a Londres por unos dos meses, hasta que terminara su contrato.

Cate no había logrado que su madre hablara con la tía Gina. Se sentía muy avergonzada con ella y con Valeria, pero ni siquiera había accedido a ir a darles el pésame. El único contacto que había tenido con los Castello había sido con Pablo. Por fortuna, con él se llevaba bien y el chico no se dejaba abrumar por el carácter de su madre.

Estaban en el salón aguardando por la hora de cenar, cuando sonó el timbre de la casa. Gabriella le dijo a su hija que ella se encargaría de atener la puerta. Cuál no fue su sorpresa cuando advirtió que se trataban de Gina y de Valeria.

—Buenas noches —tartamudeó Valeria—. Queríamos saludarla, tía, antes de que regresara a Londres. Pablo nos dijo que mañana retorna.

Los ojos de Gabriella se posaron sobre los de su hermana. Eran bastante parecidas: Gaby la mayor, la que tuvo verdadera fama; Gina fue, en cambio, quien tuvo un matrimonio exitoso.

—¿Cómo estás, Gabriella? —se atrevió a preguntar Gina, ante el mutismo de su hermana.

Fue Cate, a sus espaldas, quien las invitó a pasar. Al comprender lo que sucedía no dudó en ponerse de pie para aliviar aquel incómodo momento. A Gabriella no le quedó más remedio que apartarse de la puerta y abrirles paso.

Unos minutos más tarde, se hallaban las cuatro en el salón de la casa, pero solo tres participaban en la conversación. Cate había intentado mantener distendido el momento: habló de su embarazo; dedicó buen espacio a alabar a Pablo y a Isabella, e incluso mencionó que su madre les había tomado un ensayo.

—Pablo tiene mucho talento —comentó la bailarina más joven—, estoy segura de que tendrá mucho futuro en esta profesión.

—Lo importante es que sea feliz —intervino Gina mirando a su hermana—, si el ballet lo hace feliz, pues adelante.

—Por fortuna Bella también está en la profesión —añadió Valeria—. Es mucho más fácil cuando tu pareja es del mismo medio.

Cate no replicó, aunque por experiencia sabía que no siempre era así. Luego pensó en Bruno, ¿tendrían ellos algún futuro a pesar de ser tan distintos?

—Isabella parece una buena muchacha —habló finalmente Gabriella— y también creo que es bueno que sean los dos bailarines. No todas las parejas son capaces de superar juntos los sacrificios que conlleva una profesión como esta; en ocasiones, quien no es artista busca la solución más fácil: apartarse.

La expresión de Gina se fue tensando mientras la escuchaba hablar y cuando terminó, su réplica no se hizo esperar:

—¡Qué cosas podemos decir desde la amargura! Una relación fracasa cuando no hay amor suficiente por ambas partes, la profesión no influye en lo más mínimo.

Gabriella la miró con sorpresa y disgusto:

—¡Jamás lo sabrás! Ya que ni siguiera te atreviste a poner un pie en el escenario de nuevo.

—Lo hice porque para mí él era más importante.

—Lo hiciste para no tener que competir conmigo en igualdad de condiciones y amarrarlo a tu lado —añadió con amargura—. Si hubieras vuelto a bailar, las cosas hubiesen sido bien distintas.

Gina se levantó.

—¡Jamás reconociste que nos amábamos! ¡Ni siquiera fuiste a darme el pésame!

Gabriella también se incorporó de su asiento.

—Nadie lamenta su muerte más que yo, pero no tengo que darte pésame alguno —contestó cortante.

Cate y Valeria también se pusieron de pie. Ninguna de las dos entendía bien lo que estaba sucediendo, aunque tenían un presentimiento que se hizo más fuerte cuando advirtieron que el asunto estaba en relación con el difunto Giorgio.

—Mamá, por favor —intercedió Catarina preocupada—, no es momento para discutir. ¿Qué sucede? Creo que podemos llegar a un entendimiento.

—Hace cuarenta años que con tu madre no se puede llegar a un entendimiento —replicó Gina ofendida.

—¿Y por qué no les explicas de una vez la razón, hermana? —atacó Gabriella cada vez más molesta—. ¿Por qué no admites que siempre me has envidiado? Mi talento, la gira a la que no pudiste ir, el novio que me prefirió a mí… —concluyó con la voz rota.

—¡El novio que te dejó por mí, querrás decir! Jamás pudiste soportar que Giorgio me hubiera preferido a mí.

Valeria y Cate se miraron anonadadas. ¡Aquella era la razón de la vieja rencilla! Una herida que no había sanado todavía, según podían ver.

—Recuerdo muy bien cómo sucedieron las cosas, Gina. Giorgio era mi novio cuando me fui de gira y tú te quedaste amargada por lo que sucedió con tu tobillo. Era tanta tu envidia que te lanzaste a los brazos de mi novio aquel verano, te acostaste con él y saliste embarazada…

Las mejillas de Gina ardían de vergüenza. Valeria no sabía que había sido fruto de un amor de verano antes del matrimonio. Su familia era católica y muy tradicional.

—¡Eso no fue así! —gritó Gina—. ¡Nos amábamos! Nunca pudiste perdonárnoslo…

—¿Cómo voy a perdonar que mi hermana me traicionara de esa forma con el hombre al que amaba? De él, podía esperarlo, ¿pero de ti? ¿Por qué hacer eso? ¿Por qué embarazarte de él para a mi regreso encontrarme con una boda ya planeada, una boda que debió haber sido la mía?

—Por favor, mamá, cálmate —le pidió Cate a Gabriella.

—Es mejor que nos vayamos, mamá —intercedió Valeria con su madre.

Gina asintió y se marchó sin añadir nada más. Fue Cate quien las acompañó a la puerta, también en silencio, pues estaba muy afectada todavía con la noticia. Cuando regresó junto a su madre, se la encontró en el sofá con la mirada perdida y los ojos llenos de lágrimas.

Cate se abrazó a ella y Gabriella, que siempre había demostrado ser una mujer muy fuerte, se deshizo en llanto en su hombro, hasta que al cabo de unos minutos al fin se recompuso.

—Lo siento mucho, mamá —susurró Cate—. Intuyo que debes haber sufrido mucho con esto.

—Giorgio era el amor de mi vida, hija —dijo enjugándose las lágrimas—. A tu padre lo quise mucho, pero nunca como a él. Creo que por eso Carlo nunca fue tan feliz conmigo y terminamos separándonos.

—Y por eso es que venías tan poco a Varenna.

—Así es; me daba mucho dolor verlos juntos, aunque yo ya hubiese hecho mi vida. Construí esta casa como desagravio, para hacerle ver lo que pudo haber sido nuestro, pero lo cierto es que cuando estaba aquí era yo la que me sentía verdaderamente miserable.

Cate volvió a darle un abrazo.

—¡No imaginas cuánto sufrí al saber que murió! ¡Cuánta ira siento porque Gina no fue capaz de decírmelo! ¡Un mes después fue que lo supe, y luego aspira a que vaya a darle el pésame!

—Sé que tienes razón en muchas cosas, mamá, pero también creo que es momento de que dejes todo ese odio atrás —le aconsejó tomándole de una mano—; a fin de cuentas, ha pasado mucho tiempo. Las dos hicieron su vida, y Giorgio lamentablemente ya no está. Aunque se haya equivocado, tía Gina es tu única hermana y a lo largo de su vida demostró amarlo.

—¡No más que yo!

—Eso no lo sabrás nunca, porque no se puede medir el afecto. Lo que sí no puedes negar es que fueron un buen matrimonio y estuvieron juntos hasta el final. Eso merece respeto de nuestra parte.

—Ella no me respetó a mí…

—Es verdad, pero eran muy jóvenes. Ahora son dos mujeres maduras, y están en sus manos hacer mejor las cosas que hace cuarenta años, ¿no te parece?

Gabriella sabía que Catarina tenía razón, así que se quedó callada.

—Iré a prepararte un té para que descanses, mañana tienes que tomar un vuelo y necesitas dormir bien, mamá.

Cate le dio un beso en la frente y desapareció hacia la cocina.

Al día siguiente, Gabriella tenía todo preparado para su vuelo a Londres, y no había dicho ni una sola palabra respecto al incidente de la víspera. Cate no quiso tampoco mencionarlo. Luego de saber la verdadera razón de la enemistad con su tía, sentía cierta pena por su madre y la comprendía.

Esperaban al chofer cuando sonó el timbre de la puerta. Fue Cate quien acudió, y se encontró a una ojerosa Gina en la puerta. En esta ocasión, venía sola. Por el aspecto que traía era probable que no hubiese pegado un ojo en toda la noche.

—Me gustaría ver a tu madre —solicitó.

Cate no estaba segura de que fuera una buena idea.

—Es mejor que no, tía Gina —contestó con tacto—. Anoche estaban ambas muy exaltadas y mamá parte en breve para el aeropuerto. Creo que es mejor que lo dejen para otro momento.

—Es que tú no comprendes…

—Yo la comprendo, tía. No soy quién para juzgarla, y créame que estoy en el medio. Entiendo las razones de mi madre y siento su dolor, pero estoy convencida de que no hubo egoísmo ni envidia de su parte. El tío Giorgio y usted se querían mucho. De eso no tengo la menor duda.

Gina suspiró, un poco aliviada. Si Cate lo creía, tal vez Gabriela muy en el fondo de su corazón también lo considerara así.

—Gracias, Cate. Eres muy buena, pero insisto en ver a tu madre.

Cate iba a replicar cuando Gabriela misma apareció.

—¿Qué quieres? —dijo cortante.

Gina tragó en seco y levantó su diestra donde llevaba una carta.

—Cuando Giorgio murió encontré esto entre sus cosas. No quería darte la noticia para no verme en la difícil posición de entregártela. Anoche pensé hacerlo, pero la charla se torció. De cualquier manera, su voluntad era que tú la tuvieras.

Gabriela la tomó. El sobre estaba sellado, pero decía: “Para Gabriella” y más abajo tenía una indicación: “entregar cuando yo muera”.

—Al parecer Giorgio presumía que moriría pronto —continuó Gina—. Jamás me habló de ella, pero estaba guardada en su biblia.

Gabriela asintió. La biblia se la había regalado ella, poco después de que se conocieran en la Iglesia un domingo.

—Gracias —murmuró.

—Que tengas buen viaje —le deseó Gina antes de marcharse.

—Gracias —volvió a decir su hermana.

—¿No vas a abrirla? —preguntó Cate cuando se quedaron a solas.

—Cuando llegue a Londres y tenga algo más de sosiego. Ya sabes que no me gusta volar.

—Pensó en ti hasta el final —susurró Cate dándole un abrazo.

Gabriela asintió, aunque no podía creerlo: Giorgio Castello, su primer amor, su primer novio, le había dejado una carta. No podía negar que sentía curiosidad por conocer las palabras escritas, pero una parte de ella quería continuar sin conocerlo. Después de la carta no tendría nada más. Giorgio había muerto, y habría dejado un vacío en su corazón. Las veces que se vieron siendo ya marido de Gina eran duras, estresantes al menos para ella. Giorgio era un hombre de pocas palabras; apenas le decía nada, pero cuando la miraba… Tal vez por eso nunca lo superó, porque aquella mirada la tenía clavada en el alma, y la seguía a todas partes.

—¿Papá lo sabía? —La voz de Cate la trajo a la realidad.

—Sí, lo sabía. Yo se lo confesé una vez, pero ya nuestro matrimonio estaba en crisis. Primero se sorprendió mucho, no lo esperaba, aunque por otra parte dijo que siempre le llamó la atención que yo no hablara nunca del cuñado de mi hermana y que tuviera una relación tan álgida con ella. Asimismo, hizo una observación que me dejó impactada: me confesó que una vez vio a Giorgio mirarme fijamente desde el invernadero en secreto. No le dio demasiada importancia, porque ya te digo, nos veíamos muy poco y hablábamos lo mínimo, pero cuando le confesé a Carlo que Giorgio fue mi gran amor, aquella escena tomó verdadera significación.

—¿Y papá te amaba?

—Tu padre y yo siempre fuimos excelentes amigos y compañeros; tuvimos un romance, breve pero bonito, pero no fue ese amor que dura años y te hace perder la cabeza, ¿sabes a qué me refiero?

—No, no lo sé —añadió Cate con pena.

—Pues es tiempo de que vivas algo así.

—¿Y si no resulta? ¿Y si me sucede como a ti?

—Para tu fortuna no tienes hermanas —respondió con ironía.

Cate no pudo evitar reír con el comentario de su madre.

—Me refería a sufrir muchos años por haber perdido ese amor.

Gabriela se quedó pensativa.

—Uno aprende a vivir con ello, Cate. Al menos yo he tenido una vida feliz, porque medir tu felicidad por el hecho de tener una pareja es muy triste y esa jamás ha sido mi filosofía. Soy una mujer triunfadora, perseverante, que ha logrado todo lo que se ha propuesto en la vida, y además tengo una hija talentosa. El amor de Giorgio sí, lo guardo como la mayor frustración de mi vida, pero no dejo que defina mi felicidad.

—Y aun así definió y tal vez para siempre, tu relación con tu hermana.

—Eso es otra cosa, Cate. Me consta que Gina no es mala persona, pero no fue buena hermana. No te hablo desde el rencor cuando digo que siempre me envidió. Al comienzo uno no le da demasiada importancia, porque es lógico que como hermana mayor sea un ejemplo a seguir para ella, pero con lo que sucedió con Giorgio comprendí su verdadera naturaleza. Y sí, puede que se haya enamorado, ¿pero justificaba eso tener una relación con quien hasta entonces era mi único novio?

—Y Giorgio, ¿no actuó mal?

—También; él estaba resentido porque yo me marchaba todo el verano; porque ganaba más que él y tenía una carrera prometedora; en cambio él era un simple pescador. Se sentía inferior, habíamos discutido y aunque nos amábamos, encontró en mi hermana a una sustituta. ¿Se arrepintió? No lo sé, tal vez. Lo cierto es que mi hermana quedó embarazada enseguida y dejó el ballet para atarlo, porque sabía que, si abandonaba su hogar para continuar en la danza, tenía posibilidad de perderlo. Yo nunca dejé que un hombre tronchara mis aspiraciones personales por lo que él considerara correcto. Siempre supe que quería triunfar y eso hice.

—Tal vez Giorgio si se arrepintiera… —insinuó Cate mirando la carta que yacía en mitad de la mesa de centro.

—No lo sé, y al menos hoy no abriré esta carta.

Unos minutos más tarde el chofer llegó para llevarla hasta el aeropuerto en Milán. Cate acompañaría a su madre, y se abrazó a ella en la despedida.

—Cuídate mucho, cariño —le pidió Gaby dándole un beso en la mejilla—. Hablaremos todos los días y en dos meses estaré de regreso, cuidando de ti y de mi nieto.

—Gracias, mamá, ¡buen viaje!

Cuando Cate regresó al auto el chofer le preguntó si se dirigían a Varenna o a otro sitio. Cate consultó su reloj: eran las cuatro de la tarde y sentía unos enormes deseos de ver a Bruno. Le pidió al chofer aguardar un instante y tomó su teléfono para mandar un mensaje:

“Hola, ¿cómo estás? Estoy en Milán, luego de dejar a mamá en el aeropuerto. Me gustaría verte, ¿es posible?”

El corazón le comenzó a latir aprisa mientras aguardaba por la respuesta; para su fortuna, no tardó:

“¡Qué sorpresa! Me encantaría verte. ¿Voy a buscarte al aeropuerto?”

“Estoy con el chofer. ¿Dónde te veo?”

“En casa entonces. Te espero. Ahora te paso la dirección”.

Cate suspiró. No sabía por qué se sentía nerviosa por verlo, pero sin duda era así. Le pidió al chofer que la llevara a la casa de Bruno e intentó relajarse un poco.

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