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Lo más conveniente era dar aviso a las autoridades, pero la señora Manson dijo que no era necesario. Según ella, tenía todo bajo control. Entonces sacó su teléfono celular y se comunicó con alguien.
—Aquí, Meredith, reportando robo de camioneta con placa YEB-109, VIRGINIA.
¿Meredith? Se suponía que su nombre era Mandy
Mientras hablaba, se movía de un lado a otro como tratando de controlarse así misma. Hizo una pausa y me preguntó acerca de la mujer que se llevó el auto. Yo se la describí tal y como la recordaba.
—La sospechosa, lleva una bata de hospital. Mide 1.60 de altura y oscila entre los 50 años de edad. Ah, y tal vez esté perturbada.
Se mantuvo en silencio por unos segundos y luego continuó la conversación.
—¿Cómo dice ?
Me miró y luego sonrió para si misma.
—Está bien, Dorothea. Sin embargo, envía una patrulla al lugar —y guardó el teléfono en su cartera.
—Al parecer, la mujer dejó en abandono el auto no muy lejos de aquí. Exactamente en el vecindario de Holy Wood—me comunicó.
—Es una buena noticia —lo dije tanto por el auto, como por mí. Aunque me resultaba extraño que hubiese llegado hasta allá—. Así podrá recuperarlo.
—Ten. Esto te servirá para que llegues a casa—metió la mano en su cartera y sacó unos cuantos billetes.
—No es necesario —los rechacé—. Yo vivo en ese lugar.
Parecía haberse sorprendido.
—Perfecto. Entonces, te llevo a tu casa.
Después se acercó a la carretera y detuvo una camioneta. No sé que rayos hacía, pero sí que era una caja de sorpresas. Le pidió al conductor que se bajara de inmediato. Le enseñó una placa, aludiendo ser policía. El hombre no tuvo más opción que obedecer y le entregó las llaves. Luego me hizo una seña y vergonzosa subí al auto.
—¿Le puedo preguntar algo?
—Si quieres saber si soy policía, creo que no es necesario preguntarlo.
—¿Entonces sí lo es?
—En efecto.
—Tengo una duda más—y sentí la garganta seca, como si la mujer que tenía al lado se fuese a molestar.
Me miró de reojo y entendí eso como un ¿Sí ?
—Yo sé que soy una desconocida y no debo estar interrogandola, pero me causó curiosidad que se identificara como Meredith por el teléfono, y no como Mandy. Usted disculpe.
—Ah, era eso —se echó a reir— No te preocupes. No me molesta en absoluto. La verdad no me llamó Mandy. Mi verdadero nombre es Meredith White.
—¿Eso significa que debe adquirir una nueva identidad tantas veces sea necesario?
—Así es. Ahora mismo puedo ser Mandy Manson, pero otro día, puedo ser Angelina Jolie —y soltó una risa burlona.
Mientras la señora White seguía al volante, subiendo pendientes y adentrándose en la boscosa ruta, yo me mantuve pensando en la suerte de mis hermanos. No sabía nada de ellos desde que salí del hospital. No sabía si habían ido a casa o estaban en peligro. No sabía si de verdad eran malignos. No sabía si de verdad les había visto.
La señora White se percató de mi preocupación, pero le dije que todo estaba bien.
Finalmente habíamos llegado al vecindario de Holy Wood y avanzamos unas cuántas casas hasta la mía. No entendía porque la señora White conducía hacia mi casa como si supiera dónde vivía. Yo solo le había dicho que era mi vecindario, más no le había dado la dirección de mi casa. No obstante, entendí porque lo hacía. Su carro estaba parqueado en el frente de mi casa. Me dió un escalofrío inexplicable que no supe cómo interpretar y nos detuvimos allí.
Cuando nos bajamos, una patrulla conformada por dos colegas de la señora White se nos acercó.
—Agente, Meredith. Hemos revisado los alrededores y preguntado a los vecinos y nadie ha visto a la sospechosa —dijo uno de ellos.
—Dame un momento, Sánchez —respondió, la señora White y me hizo señas para que la siguiera.
—Bueno, ya estás en tu vecindario. Será mejor que vayas a descansar y veas a tus padres. Deben estar muy preocupados por ti.
—Muchísimas gracias.
—Si por alguna razón, capturamos a la sospechosa, ¿Nos ayudarías a identificarla ?
—Por supuesto. Usted me ayudó a mí.
—Bueno, ve —y me dió una palmada en el hombro.
Entonces me encaminé hacia la casa, pero me detuve cuando la señora White me llamó. Giré y ella parecía sorprendida.
—¿Es esta tu casa?
—Sí —y luego me acerqué.
Una vez en la puerta, di unos cuantos golpes sobre el madero, pero nadie salió a recibirme. Supuse que estarían recostados tomando una siesta, pero se escuchaba música en el interior. Sin embargo, mis papás nunca dormían con música encendida, y menos a ese volumen. Desde el día del accidente, todo marchaba de una manera que no era normal. Primero el asesino en el hospital, luego la desaparición de mis hermanos, luego la alucinación que tuve, luego aparecí en la mitad de una ruta desconocida, luego conocí a esa pequeña, luego se suicida su amiga, luego desaparece el cuerpo, luego se roban el auto de la señora Manson, luego la señora Manson ya no es Manson, sino White, luego el auto aparece frente a mi casa y por último todo está extraño en mi casa. La verdad todo se resume a "luego", como si tuviera que pasar algo más.
Me asomé por la ventana y a través de la cortina se podía apreciar que la música provenía de la televisión, pero nadie la estaba observando. De pronto, el pitido de una bocina me sobresaltó. Era la señora White, desde su auto, a punto de marcharse. Había olvidado que seguía ahí con sus colegas.
—¿Está todo bien ? —preguntó dubitativa.
—En lo absoluto.
—Está bien. Me tengo que ir. Cuídate, ¿sí?
Asentí desde el porche y ella se marchó tranquila con sus colegas.
Después de que la señora White se marchara, fui hacia el jardín y levanté las macetas. Recordaba que mis padres solían dejar una llave de respuesto escondida por ahí, y en efecto, la llave estaba debajo de una maceta de lirios. La tomé y puse la maceta en su lugar. Volví a la puerta e introduje la llave. De inmediato la puerta se abrió y me adentré. La casa se sentía sola, si no fuera por el televisor encendido. Me acerqué y lo apagué.
—¿Mamá ?, ¿Papá ? Soy yo, Harriet. He vuelto.
Nadie contestó.
Me quité la chaqueta y la dejé sobre el sofá. Entonces comencé a subir las escaleras con un recelo. Estas emitían un ruido de madera vieja, cada vez que daba un paso.
—¡Mamá !, ¡Papá ! —esta vez llamé de un modo diferente.
El silencio se mantuvo.
Había llegado a la segunda planta y me dirigí al cuarto de mis hermanos, pero allí no había nadie, luego miré el mío, pero seguía intacto como lo había dejado. Todo estaba en orden, como si nadie hubiese permanecido en casa. Y por último, la habitación de mis padres. Abrí la puerta y un olor a óxido y sarna se introdujo por mí naríz y en unos segundos tuve ante mis ojos una horrorosa imagen. Mamá y papá estaban cercenados. A mamá le habían abierto el estómago por la mitad y estaba colgada de los pies a la cabeza por una cuerda y papá estaba tirado en el piso con la garganta también cercenada. Me entró un dolor inmenso en el pecho y no supe que hacer. Al instante escuché pisadas que se acercaban más y más, y se me ocurrió esconderme en el clóset. Aseguré la puerta por dentro y mantuve mi respiración, evitando ser descubierta. Al instante, entraron dos hombres con trajes negros. Vestían exactamente como el asesino del hospital St. Marie y cuando se quitaron los trajes, quedé sorprendida y aturdida. Eran mis hermanos y cada uno llevaba un cuchillo lleno de sangre.
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