The firstborn | Jujutsu Kais...

By daaisxke

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𝐓𝐅𝐁 (Pausada) | ❝ Un demonio en el útero de una mujer ❞ Por el corto tiempo que el grupillo de hechiceros... More

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XI
XII
XIII
XIV
XV
𝔈𝔰𝔭𝔢𝔠𝔦𝔞𝔩 𝔡𝔢 𝔖𝔞𝔫 𝔙𝔞𝔩𝔢𝔫𝔱𝔦𝔫
XVI | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXIII
XXXIV
XXXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
XLIX
L
LI
LII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIV

XXXII

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By daaisxke

La pequeña pelinegra se mantenía tranquilamente sentada en la silla. Los lapiceros de colores desparramados sobre el mesón, mientras procuraba pintar sin salirse de los bordes. El dibujo era barato y simple, las enfermeras le habían proporcionado aquel cuadernillo y lápices para que no se aburriera en la habitación de hospital.

¿Yashiro-san se sentirá mejor? Pensó, deteniéndose por un momento para alzar la mirada y ver a la mencionada recostada en la camilla.
Se mantenía acostada en silencio, su respiración relajada, con una intravenosa en su antebrazo conectada a una bolsa mediana con alguna especie de líquido transparente; la verdad es que Hitsumi no sabía exactamente lo que era.

Tres toques se escucharon en la puerta de la habitación, ni demasiado fuertes ni demasiado despacios. La menor giró su mirada de Yashiro hacia la entrada, y pestañeó confusa dejando nuevamente los lapiceros sobre el mesón para bajarse del asiento de un silencioso salto. Miró de reojo a la castaña confirmando que no se había despertado, y se dirigió rápidamente a la entrada de la habitación.
Su mano bajó la manilla y jaló la puerta, encontrándose con una alta y esculpida figura masculina. Su cabello rubio tomado en un medio tomate, y sus pantalones y camisa de traje le daban una vista elegante pero simple.

— ¿Puedo ayudarle en algo? —pregunto la menor, sin abrir completamente la puerta, mientras el mayor bajaba la mirada hacia ella.

Sus manos se encontraban guardadas en los bolsillos de sus pantalones, su ceño se frunció con algo de confusión, pero una impredecible sonrisa ladina se asomaba en su atractivo rostro de ojos marrones.

— ¿Es el cuarto de Ryōmen Yashiro? —preguntó, con un tono formal pero amable hacia la menor, mientras esta abría un poco más la puerta de la habitación y ladeaba levemente su cabeza dedicándole una mirada de pies a cabeza.

— ¿Es el padre de Yashiro-san? —preguntó con inocencia, notando como el hombre soltaba una risilla leve observándola detalladamente, y pasando unos cuantos segundos en silencio.

El ambiente se sentía sobrecargado.

— No en realidad, pero vengo por ella —respondió, observando los brillosos ojos oscuros en la pequeña de brillante piel y encantador aroma. Vestía ese uniforme de primaria, y le recordaba a las veces en que Yashiro asistía de dicha forma aparentando aquella edad—. ¿Qué me dices de ti, pequeña?

— ¿Crees que ella esté bien? —preguntó Yūji en voz baja, mientras caminaba de un lado a otro en la entrada del hospital con nerviosismo, mordiendo la uña de su dedo pulgar derecho mientras su mano izquierda se guardaba en el bolsillo de su campera—. ¿No es una maldición? ¿Es normal que una maldición sufra ataques de pánico? —su malestar se había pasado luego de que la castaña fuera hospitalizada, aún sentía un molesto dolor punzante en el pecho pero era totalmente insignificante comparado a lo que sintió mientras se acercaba a ella.

— No lo sé exactamente... —respondió la boca que se asomó en su mejilla, su tono de voz era dudoso, incomprensible para la situación en la cual el muchacho se encontraba desesperado.

Yūji había procurado cubrir su cabeza con la gorra de la campera en caso de ser visto.

— ¿¡Cómo qué no lo sabes!? ¿¡Acaso no es tu hija!? —se exaltó el adolescente, frunciendo su ceño y cargando su voz de claro enojo, provocando que el mayor se molestara aún más, indignado del comportamiento y noto de voz de aquel idiota inferior.

— ¿¡Y tú qué derecho tienes de hablar así, eh!? Mocoso de mierda inservible, jódete —finalizó la maldición, y sus palabras fueron más rudas y molestas que el menor, causando un escalofríos de pavor en Yūji para que luego la boca desapareciera de su mejilla sin dejar rastro alguno.

— ¿¡E-EH!? ¡Oi, no hemos terminado! —entre alzó, pero no fue de mucha ayuda.

La maldición no dejó ni la más mínima razón de volver a acercarse, provocando que el pelirosa-palo soltara un sonoro suspiro mientras pasaba una mano por su rostro en signo de frustración.
Algo asustado de la situación, miró nuevamente hacia la entrada del hospital con preocupación, para luego pasar una de sus manos por su nuca, llevando su cabeza hacia atrás y cerrando sus ojos por unos cuantos segundos.

Nobara y Megumi seguramente me buscarán. Pensó, y no tenía nada más que hacer, nada más que estuviera al alcance de sus manos. Se había alejado demasiado, exactamente lo que sus compañeros recalcaron que no hiciera, pero estaba seguro de que no demoraría más de quince minutos si volvía corriendo.

Pero ¿Qué ocurriría con Yashiro? Estaba preocupado, era la primera vez que la tenía cara a cara, la primera vez que podía sentirla. Su tacto no era cálido como en aquel recuerdo que tuvo durante su tiempo inconsciente, pero de cierta forma lograba comprenderlo; sus temblores de pánico, su agarre lleno de pavor, y su respiración agitada; desde luego que no trataría de un tacto agradable cuando se encontraba totalmente derrumbada.
Pero ¿Ella estaría bien? Era una maldición, estaría bien... Un ataque de pánico no podía matarla. Era una maldición. Maldición. Una maldición.

— Mierda... —suspiró, aproblemado, con miedo, dedicándole una última mirada al hospital.

La intravenosa se salió de su antebrazo bruscamente, provocándole un dolor punzante y desagradable, mientras no se daba el tiempo de preocuparse por el mareo, sus piernas temblorosas o el malestar de su cuerpo.
Llegó a tiempo. Su mano derecha sujetó con fuerza sobrehumana la muñeca del alto rubio que estaba a solo centímetros de la cabellera negra de la menor, y se escuchó el sonoro crujido de los huesos de su muñeca rompiéndose al instante ante la presión.

— Aléjate de ella —espetó Yashiro, su respiración un tanto agitada por el esfuerzo de la repentina reacción inmediata que tuvo de levantarse de la camilla apenas sintió la voz del rubio e Hitsumi interactuando. Pues incluso si estuviera en un profundo sueño, la palabra "Peligro" se encontraba con grandes letras en la profunda oscuridad de su mente.

Ruther giró a verla, sus ojos denotaban sorpresa y sus cejas se encontraban levemente alzadas. Yashiro se había levantado de la camilla, había llegado a ellos, había sujetado su muñeca y le había roto los huesos de esta misma en menos de una fracción de segundo.
¿Cuánto había pasado desde que la había visto en batalla? Ni siquiera logró sentir que se había despertado ¿Cómo es que logró anular su rastro de energía maldita incluso cuando atacó directamente? Estaba totalmente aturdido, incluso cuando no lo demostraba demasiado. ¿Cuánto había evolucionado Ryōmen Yashiro desde la última vez que la vió?

— No le coloques ni un dedo encima ¿Entendido, Ruther? —aclaró, sus iris verdes se volvieron de aquel llamativo y fuerte rubí, mientras el nombrado sentía como los huesos de su muñeca se volvían polvo.

— Te ves del asco —se limitó a contestar, observando su pálido rostro, sus notorias ojeras, su mirada cansada, y el débil latir de sus dos corazones. Su despreocupada y ladina sonrisa volvió a asomarse en su rostro, a la vez que su mirada de sorpresa y sus cejas alzadas se relajaban.

— Te hice una pregunta, Ruther —devolvió ella, intensificando su mirada y aclarando que iba en serio. Tras largos segundos de analizarla, tragó en seco mientras sentía un repentino dolor punzante en su muñeca rota, y luego solo suspiró

— Entendido —respondió este a la pregunta principal, y luego de ello se extendió un largo silencio de una intensa guerra de miradas.

— Yashiro-san... —fue la voz femenina que interrumpió, ganando la total atención de los dos adultos que giraron a verla rápidamente—. Su brazo sangra —las manos de la menor intentaron cubrir la pequeña herida en la piel de la mayor, pero esta fue más rápida y la detuvo para que sus manos no se mancharan de aquel desagradable líquido rojizo.

— Oh... No te preocupes por eso Hitsumi, sanará —respondió, con ese repentino y encantador tono amable, mientras su mano derecha soltaba la muñeca destrozada del rubio y su antebrazo se encontraba alzado para que la sangre no goteara al suelo.

Mientras la muñeca del rubio se regeneraba, observaba con sorpresa la escena. Eran el vivo reflejo del mismísimo Rey de las Maldiciones siendo sumiso y amable ante una pequeña insignificante junto a él, ¿Cómo olvidar esos tiempos? Fue la mejor época de su vida.

— ¿Quién es él? —preguntó la pelinegra, girando a ver al rubio nuevamente, mientras sus dos pequeñas manos sujetaban la de Yashiro. Ruther solo le esbozó una encantadora y coqueta sonrisa a la menor, quien ni se inmutó en lo más mínimo. Indiferente a sus gestos; tal como Yashiro.

— Un amigo de mi padre, no le des importancia —¿amigo? Los Ryōmen lo detestaban—. Nos irá a dejar a casa y luego se largara al carajo.

— Carajo... —espetó la muchacha en un tono bajo, mientras miraba fijamente al rubio de mirada marrón.

— Hitsumi no repitas esas cosas frente a tu hermano —aclaró la otra, pero a pesar de que su voz parecía tener un tono de gracia, su expresión se veía seria. Probablemente por lo agotada que se encontraba.

— Supongo que llamaré a una enfermera —comentó el mayor, mientras su mano derecha sobaba su muñeca izquierda ya completamente recuperada.

— ¿Enfermeras? ¿Para qué? Me siento mejor —se limitó a responder, mientras tomaba el suéter de la escuela que se encontraba junto a su mochila—. Hitsumi, ten tu mochila —extendió hacia la menor, quien terminó de doblar los dibujos que había pintado para guardarlo dentro de uno de sus cuadernos, mientras Yashiro limpiaba el rastro de sangre en su antebrazo.

La herida se había borrado por completo, y la menor lo notó.

Salieron al pasillo entre quejas y reclamaciones de las enfermeras que la veían correr con los ojos cerrados y cargando a la menor en sus brazos, dejando al peli-rubio atrás sin la más mínima pizca de remordimiento.
Sus pasos rápidos por el lugar. Escuchaba las múltiples quejas de los enfermeros indicando que no debía correr, pero poco le importaba. El aroma a hospital inundaba sus fosas nasales, desinfectantes, medicamentos, cloro. El ruido de los teléfonos en los puestos de enfermería resonando una y otra vez, la luz clara en los pasillos que era recorrido por personas con batas blancas.

Yashiro detestaba los hospitales.

— ¿Qué ocurrirá con el señor? —preguntó la menor, sus brazos rodeaban el cuello de la castaña, mientras su piernas su cintura. Observaba lo que dejaban atrás, y no lograba alcanzar a ver al alto hombre de cabello rubio seguirlas.

— No lo sé, pero tengo las llaves de su carro —respondió, a la vez que una risa se escapaba de sus labios y dejaba a la menor en el suelo, procurando tomar su manita para prender el carro y saber su ubicación—. Hitsumi, no le hables a tu hermano sobre lo que ocurrió hoy ¿Bien?

— Estamos pensando en acercarnos un poco más a ella —habló el pelinegro, mientras cargaba con la mayoría de bolsas de compras de Nobara, quien también cargaba otras par en cada brazo.

Yūji, en cambio, simplemente mantenía sus manos guardadas en los bolsillos de su campera, pues aunque hubiera insistido en reiteradas veces que quería ayudar, sus compañeros se negaron rotundamente a su petición

— ¿Uh? ¿A quién? —preguntó confuso, perdido de la conversación que aquellos dos llevaban desde hace un rato. Su mirada viajaba por los anuncios de los altos edificios, por los rostros de las parejas y familias felices que caminaban tranquilamente por las calles. Demasiado aproblemado con la situación que pasó hace tan solo minutos como para poder enfocarse en sus compañeros.

— Ryōmen Yashiro —indicó Nobara, provocando un escalofrío de pies a cabeza en el pelirosa-palo, quien giró rápidamente hacia ella pero hizo lo posible por mantener la calma—. Hasta ahora la hemos estado siguiendo por aproximadamente dos semanas, y debo admitir que incluso si su día a día se ve demasiado normal para una estudiante de preparatoria, no podemos pasar por alto lo que ella es... Lo cual por cierto no sabemos de qué trata.

Yūji... Yūji realmente detestaba escucharlos hablar en torno a ella.

— Pero... Ella no ha hecho ningún mal, quiero decir; sí, es una adolescente problemática que ha sido detenida en reiteradas ocasiones, pero no ha violado nada más que la ley del orden público. Ella no ha mostrado signos de ser una maldición como tal, intenciones de causarle daños a terceros, a humanos... Así que ¿Cuál es el punto de seguir hostigándola? —esta vez se sintió algo intimidado cuando los dos muchachos giraron a verlo. Trago en seco tratando de verse lo más neutro o tranquilo posible ante el tema, pero realmente se encontraba ansioso.

— Si, lo sabemos —suspiró Megumi, mientras cerraba sus ojos por unos segundos y meditaba la situación—. Pero no podemos pasar por alto que ella se encargó de la maldición de la preparatoria, no sabemos sus reales intenciones tras ese acto, tampoco sabemos que tipo de energía maldita o ritual maldito ocupó para que el cuerpo de la maldición se presentara como cualquier otro asesinato luego de ser exorcizado... Además de que, independiente de que ella no le ha hecho nada a terceros... —frunció su ceño, nuevamente tratando de limitarse a dejar sus pensamientos personales de lado para poder proponer una visión más general—. Son similares... —comentó, bajando la mirada mientras el pelirosa-palo volvía a tragar en seco consciente de a qué se refería con ello—. En la frivolidad que reside en sus ojos, en lo sádico de las profundas palabras que te toman como burla, y en el terror y superioridad total que imponen ante cada criatura.

— Más allá de eso —interrumpió Nobara, esta caminaba frente a ellos y les daba la espalda—. Puede que ella no cause daño a los demás, pero al igual que un objeto maldito... Ella es como un imán, atrae a una cantidad impresionante de maldiciones en un gran radio de kilómetros. Maldiciones de todas las categorías posibles, y es por ello que los agentes del instituto se han encontrado tan ocupados últimamente... Retomando la visión de Megumi, de que Yashiro puede tener alguna relación con Sukuna, nos dimos cuenta de que al mismo tiempo en el que te volviste su recipiente, este radio de imán de maldiciones hacia ella también se activó. Revisamos registros de los demás hechiceros, y la mayoría de maldiciones de alto grado coincidían con el constante recorrido que ella hacía: los mismos días, las mismas horas, los mismos lugares.

— Pero ella en realidad parece ser alguien normal, y-yo de verdad creo que deberían-

— Yūji —llamó Nobara, deteniéndose en seco y provocando que los dos muchachos a su espalda repitieran su acto—. ¿Tienes algo que decirnos? —preguntó, con su ceño medianamente fruncido y girando a verlo con una mirada llena de seriedad.

Por segunda vez, el muchacho sintió un escalofríos pavoroso mientras jugaba nervioso con sus manos en los bolsillos de su campera.
De cierta forma sentía que, aquella manera en la que actuaba era inconsciente, como si fuera en contra de su voluntad, no se daba cuenta de lo que estaba haciendo hasta que simplemente ya lo hizo, por lo cual tampoco sabía cómo y cuándo detenerse.

— ¿Algo que decirles? —repitió, tratando de parecer confuso cuando en realidad sabía perfectamente a qué se referían, y ahora también podía sentir la mirada de Megumi taladrándole el costado del rostro.

— Desde que nuestra investigación se volvió más seria en torno a Ryōmen Yashiro, te has estado comportando de manera extraña. Nosotros procuramos dejarte fuera de esto porque si ella tenía alguna relación con Sukuna, entonces lo mejor sería mantenerte alejado... Pero tu actitud al hablar de ella es impredecible y no ayuda demasiado —Nobara estaba molesta, y el chico podía notarlo. Pero en realidad ni ella misma sabía la razón del porqué, simplemente le nacía esa sensación, como un presentimiento en la situación—. Te ves cada vez más demacrado, pero físicamente te encuentras intacto... Si no nos dices qué ocurre contigo, Itadori Yūji, entonces no podremos ayudarte.

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