Cicatrices

By krbk_any

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Estoy lleno de cicatrices, y así no podrás amarme. ✨ Bakugō Katsuki x Kirishima Eijirō. More

Cicatrices

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La suavidad de la manta blanca que cubre su cuerpo le hace relajarse en gran medida, aunque esa falsa sensación no consigue detener el torrente de pensamientos que le invaden. Tiene suerte de seguir con vida, es consciente de ello, y sin embargo no puede sentirse afortunado por ello.

No recuerda mucho de la batalla; explosiones, gritos, sus brazos endureciéndose para evitar ser aplastado por los escombros de uno de los numerosos edificios que fueron derrumbándose durante la sangrienta lucha. Recuerda la espalda de Bakugō frente a él, tan inalcanzable como siempre, y los gritos de Mina tras él pidiéndole que se apartara.

Sus manos pasan nerviosas por su rostro cubierto de vendas, llevando consigo numerosos cables que consiguen marearlo un poco más cuando decide buscar el origen de cada uno de ellos. ¿Qué le están inyectando? ¿Por qué todo su cuerpo está tan excesivamente vendado? Él se encuentra bien, con algo de dolor pero no cree que sea necesario tanto cuidado.

La puerta se abre con energía, chocando contra la pared y rebotando de manera que la persona que ha entrado debe detenerla para no chocarse. Mina parece alterada, vestida con un pantalón corto rosa y un top negro, se aproxima hasta él para darle un fuerte abrazo que lo hace gemir de dolor.

—Dios mío Eiji, pensé que te perdíamos. Llevas semanas durmiendo, tonto... —Escucha los sollozos angustiados de su amiga sobre su hombro, el frío de sus lágrimas chocando contra este y haciéndolo sentir peor—. ¡Eres un temerario! No vuelvas a hacer algo así, Eiji. Por favor... No creo poder volver a soportarlo.

Su mano se mueve hasta la espalda de la chica, acariciándola de arriba a abajo con delicadeza para poder reconfortarla. Un sollozo más, otro apretón y la risa ahogada de la chica contra su cuerpo.

—Te viste muy genial salvándolo —confiesa ella mientras se separa secando las lágrimas que continúan desbordando de sus oscuros ojos—, pero eres un maldito loco igual. ¿Qué habríamos hecho si hubieras muerto, Eijirō? ¿Siquiera sabes cómo has quedado?

No lo sabe pero lo presiente. El dolor en todo su cuerpo, lo mucho que le cuesta mover sus dedos y el calor abrasante en sus piernas le hacen temer lo peor. Prefiere no preguntar, no quiere saber todavía la condición en la que se encuentra.

—¿Dónde está Bakugō? ¿Está bien? —pregunta algo angustiado, lo último que recuerda es la sangre cayendo con rapidez por el brazo derecho de su novio y los gemidos ahogados de este en medio de la batalla—. Quiero verlo.

—Fue a casa a descansar un poco. Se ha quedado contigo todos los días desde que llegaste, nos costó conseguir que te dejara al menos una noche —informa la chica sentándose en un pequeño hueco de la camilla, acariciando con suavidad su mano izquierda que se encuentra totalmente vendada y la cual le cuesta bastante sentir. Si no fuera porque está viendo cómo ella le acaricia con el pulgar no se habría dado cuenta del contacto ajeno en ningún momento—. Mañana vendrá a verte y está bastante enfadado, prepárate para unos buenos gritos.

—Típico de Blasty. —Ríe con ganas sintiendo el intenso dolor en sus costillas, arrancándole un pequeño quejido que hace a Mina alzar una ceja con reproche.

La chica le mira con rostro apenado durante un momento y, casi sin darse cuenta, dirige sus dedos hacia las vendas que cubren su rostro. Su mano se detiene de golpe, niega con la cabeza y baja su mirada hasta las blancas sábanas que cubren su vendado cuerpo. ¿Qué acaba de pasar?

—El... El médico vendrá en un momento a quitarte las vendas —avisa Mina con cierta incomodidad, apretando entre sus dedos parte de la manta—. No me dejan estar delante porque, bueno, ya sabes... Hay vendas en muchas partes de tu cuerpo y aunque siempre eres un regalo a la vista, la verdad es que el médico cree que no es apropiado que esté delante.

—No creo que a Momo le hagan mucha gracia tus palabras —bromea tratando de empujar con suavidad el hombro de la chica, aunque las fuerzas le fallan y no es capaz más que de rozarla.

—Sabe perfectamente que nuestro amor es solo de hermanos, no tiene de qué preocuparse —Continúa con la broma Mina con una gran sonrisa, su mirada brilla al hablar de ella—. Y bueno, siempre puedo recordarle lo mucho que me gusta su cuerpo al llegar a casa.

El guiño de la chica lo hace reír con energía, son tan adorables que duele.

El médico se asoma por la puerta abierta, carraspeando con fuerza para que Ashido lo note. La mirada de su amiga viaja rápidamente al chico con la bata blanca y, propiciándole un último apretón en la mano que no llega a notar demasiado, se levanta de su lugar con rapidez.

—Mañana vendré a verte, ¿vale?

Asiente lentamente, el dolor que de golpe siente en el cuello le impide moverse con mayor fluidez y la chica parece notarlo. Deposita un beso que, de nuevo, no siente en su vendada mejilla y, con la misma energía que llegó, se marcha.

—Bienvenido de nuevo al mundo de la consciencia, Red Riot. Soy el doctor Yamamoto, he estado a cargo de todo tu tiempo en coma —saluda el chico entrando en la habitación y cerrando la puerta tras de sí—. ¿Cómo te encuentras?

—Yo... Creo que bien —contesta todavía confuso con su nueva situación, algo trastocado por su repentina falta de sensibilidad—, pero no siento nada cuando alguien me toca y me duele bastante el cuello al moverme.

—No te preocupes, tras accidentes de este calibre es normal que tus nervios se encuentren dañados y tarden en volver a funcionar con normalidad —explica el joven doctor de cabello claro y ojos verdes que parece anotar algo mientras hablan—. Acerca del cuello, debes moverlo con cuidado pero no te preocupes mucho por ello, es una dolencia totalmente normal. ¿Algún otro dolor relevante?

Se detiene por un segundo a pensar, tratando de sentir cada parte de su cuerpo en busca de algún tipo de dolencia que no debería estar ahí. No hay nada destacable, además de la dificultad de mover los dedos que es justamente lo que más le preocupa.

—Los dedos... Me cuesta moverlos —avisa estirando su mano, tratando de hacer uso de ellos sin muy buenos resultados.

—No deberías tratar de moverlos todavía, tienes suerte de poder conservarlos —El tono profesional continúa en la voz del doctor, aunque sus ojos le dedican una mirada compasiva—. Cuando te trajeron pensamos que perderías ambas manos, fue casi un milagro salvarlas. Necesitarán mucho tiempo de reposo, no las fuerces.

Se siente asustado ante sus palabras, mirando directamente sus vendadas y heridas manos. ¿Estuvo a punto de perderlas? Eso habría significado el fin de su carrera... No puede ni imaginar cuál habría sido su reacción si llega a despertar sin ellas o si le llegan a decir que jamás podría volver a usarlas. Ha tenido suerte, pero presiente que esa misma es solo una ilusión; ¿Por qué todos observan su vendado rostro con esa cara compasiva?

—Voy a proceder a retirarte las vendas del rostro y abdomen —avisa el doctor Yamamoto aproximando sus grandes manos hasta el borde de las vendas, comenzando a desenrollar poco a poco—. Debes tomarte esto con calma, siempre es impactante volver a verse a uno mismo después de tanto tiempo.

—¿De qué habla, doctor? —pregunta cuando ve caer la última venda de su rostro, siendo dejada en la mesilla más próxima y comenzando a retirar las de su abdomen.

—Es mejor que lo veas por ti mismo —propone el castaño buscando con la mirada algo, mientras sus manos continúan retirando cada una de las vendas de su cuerpo.

Nota como una por una van cayendo, tan lentamente que se siente desesperado por arrancarlas él mismo sin ningún cuidado y ver por fin el resultado final. Cada segundo de espera que siente como años en la ignorancia, se está volviendo totalmente loco con ese movimiento tan lento.

Sin embargo, cuando su abdomen queda al descubierto se arrepiente totalmente de haber deseado verlo. Las enormes cicatrices cruzan de un lado a otro su hasta entonces limpio cuerpo, tan rojas y brillantes que parecen recién hechas; las hay de todos los tamaños, unas que van desde el pectoral hasta el ombligo y otras pequeños cortes que solo se marcan cerca de la ingle. Las ve horribles y llamativas, siendo ahora marcas permanentes en su cuerpo que siempre le recuerden como se lanzó sin pensar a defender a Bakugō; aunque con ese pensamiento las cicatrices se ven repentinamente un poco menos horribles. Le llama la atención una en concreto, esa se marca justo en su pectoral derecho y baja hasta sus costillas; está de un color casi rosa y siente que si le tocan en ese lugar podrían matarlo del dolor.

Es horrible e impactante, pero aún así cree que es soportable. Todas esas cicatrices son marcas de guerra, de haber intentado salvar a todo el mundo, pero sobre todo de haber intentado salvar al amor de su vida. Ni siquiera tiene por qué verlas siempre, podría cambiar su traje de héroe para que nadie pudiera observar su ahora herido cuerpo; todo tiene una solución, le gusta verlo de esa manera.

—¿Cómo estás? —pregunta el doctor con tranquilidad, analizando cada una de las expresiones de su rostro.

—Las cicatrices por salvar a personas son muy varoniles —comenta tratando de tragar el nudo que asfixa con fuerza su garganta.

—Espero que sigas pensando eso —contesta el chico sacando de su bata un pequeño espejo que le tiende con un rostro casi desfigurado.

Con manos temblorosas toma el objeto, nervioso por lo que encontrará una vez observe su reflejo en este. Ya no está seguro de querer verlo, no después de ser consciente de la manera destrozada en la que ha quedado su cuerpo...

Cuando sus ojos captan la imagen que refleja el espejo, solo siente ganas de llorar. Frente a él, su rostro desfigurado se muestra como la sombra de quién fue, lleno de enormes marcas que jamás se borrarán de su piel. Ve las cicatrices correr de un lado a otro, como éstas abren su hasta entonces casi inmaculada piel y lo deforman de una manera tan desagradable que no cree que nadie vaya a querer volver a mirarlo a la cara.

Pasa sus dedos por la más grande de todas, esa que empieza en el párpado derecho y, pasando por el encima de sus labios, llega hasta la parte izquierda de su mandíbula; es una marca horrible, tan profunda y roja que produce demasiado rechazo observarla. Nota como también choca con otra cicatriz, una que lo atraviesa verticalmente desde su ojo izquierdo hasta el lugar en el que muere la otra marca; debe tener más de diez cortes atravesándolo, de los cuales está seguro que al menos cuatro dejarán marcas de por vida.

Sus labios se encuentran algo rotos y de un tono rojo llamativo, uno que no permite despegar tu mirada de ellos; sus ojos inyectados en sangre, algo amoratados alrededor. Está realmente destrozado, desfigurado, y esa parte de él no podrá esconderla como su cuerpo.

Es el precio a pagar por no haber tenido en cuenta su propia seguridad en la batalla, y aunque le duela debe afrontarlo.

🌺🌺🌺

Los gritos de Bakugō se repiten en su cabeza una y otra vez sin parar, destrozando su mente casi tanto como las marcas de su cuerpo han terminado por hundir toda su autoestima. Le duele escucharlo de esa manera, oírlo pedir desesperado que lo dejen entrar a verlo cuando él mismo ha pedido que nadie entre, que nadie lo vea de esa manera...

Han pasado ya cinco días desde que el impacto inicial llegó con tanta fuerza, cambiando por completo su vida al verse de aquella manera tan diferente a la habitual. Le gustaría decir que solo es algo físico, que seguramente ese pequeño momento de sentirse como una mierda pasaría pronto... Pero sabe que es mentira, no va a poder superar el ver esas marcas en su piel cada día; escuchar los murmullos de la gente al verlo por la calle, con su rostro marcado y su alma destrozada por ello. Es algo superficial, lo sabe perfectamente, pero aún así no puede detener ese dolor que lo invade cada vez que se ve reflejado en un espejo.

Las sábanas blancas de su camilla lo envuelven con cariño, convirtiéndose en el único consuelo que ha logrado hallar en esos cinco días de encierro. Todavía no quiere afrontar la mirada desolada de sus amigos al ver su rostro y torso desfigurados, al darse cuenta de que jamás volverá a ser el Kirishima de siempre; porque a lo mejor las cicatrices tan solo son algo externo, pero para su ya baja autoestima simbolizan otro elemento más del que preocuparse.

Solo puede pensar una y otra vez en la manera tan horrible en la que debe estar sintiéndose Bakugō, pensando que todo es su culpa y que él está tan mal solo por haberlo salvado; lo haría mil y una veces, eso es de lo único de lo que no se arrepiente en absoluto. Y quiere salir para tranquilizarlo, decirle que está bien y que no tiene nada de lo que preocuparse... ¿Pero realmente no hay de qué preocuparse? ¿No reaccionará peor cuando vea cómo ha quedado? Se sentirá más culpable, un poco más inútil y roto. Conoce a Bakugō lo suficiente como para saber que el verle así, tan destrozado y falto de cualquier tipo de amor propio, terminará por romper el corazón ya herido de su mejor amigo. Lo sabe, y también por eso no desea verlo.

Los gritos que antes tan solo se repetían en su cabeza vuelven a sonar, esta vez en la realidad, con más fuerza que nunca. Le taladran la cabeza, le hacen marearse y casi siente ganas de vomitar al imaginar a su novio entrando por esa puerta. Sus sentidos se aturden al pensar en él, al pensar que la persona que más ha amado en toda su vida se encuentra ahí fuera suplicando por verle, deseando saber que está bien. Y él, siendo un maldito egoísta, no es capaz de enfrentar los ardientes ojos rojos que siempre le proporcionan la calidez que necesita. No puede enfrentarlos, no así.

Aún así, la puerta se abre con tanta intensidad que choca contra la pared generando un sonido sordo que le retumba dentro, que mueve todo su sistema para darse cuenta de la situación. Bakugō ha entrado, está ahí mismo, y no se irá sin descubrir el por qué de su reclusión.

Escucha los fuertes pasos enfadados que se aproximan cada vez más, haciéndolo temblar y temer por su propia seguridad; va a matarlo, no le cabe duda.

—Tú —dice con enfando su pareja. Incluso desde su lugar puede sentir el aura que envuelve a Bakugō, esa que silenciosamente cala su alma y le advierte de que el peligro es cada vez más real, cada vez más inevitable—. Mírame ahora mismo, Kirishima Eijirō.

Pero él no puede hacerlo. Girar en su dirección implicaría enseñarle cada una de esas horribles marcas que bañan su piel, repetirle sin palabras que por salvarle a él ha perdido la poca autoestima que tenía. No puede hacerle eso, y más que nada no puede hacerse eso a sí mismo.

—No —susurra ocultando todo lo posible cada trozo de piel expuesto, buscando consuelo en unas sábanas que se han vuelto frías desde la llegada de su novio.

—Te juro que como no te gires voy a partirte cada hueso hasta verte la maldita cara, ¿entiendes? —Bakugō quiere sonar imponente pero nota como su tono tiembla y casi puede imaginar como sus hombros se agitan al compás. Está asustado, casi tanto como él.

—Bakugō, vete —pide de manera seria, desesperado por volver a la falsa paz que la habitación vacía le genera—. No quiero hablar con nadie.

—¿Crees que me importa una mierda lo que quieras? —Su mente recrea la imagen del cenizo levantando su ceja derecha con indignación, incluso es capaz de crear la imagen mental de esa vena que se incha cuando realmente se enfada—. Llevo cinco putos días intentando hablar contigo.

Cinco días. Se siente casi como algo irreal el que alguien como Bakugō haya invertido tanto tiempo en él cuando siempre dice que jamás iría detrás de nadie. Ha mandados sus propias convicciones a la mierda por él, y Kirishima no puede ni siquiera dedicarle una pequeña mirada para calmar su nervioso corazón.

Se ha estado compadeciendo de sí mismo durante cinco largos días, sin tener en cuenta en absoluto el sufrimiento que su tiempo en el hospital genera en los pobres corazones de sus amigos y, sobre todo, en el de su novio. Ha sido egoísta, y aunque le gustaría dejar de serlo por un segundo, mirar a Bakugō supone un reto demasiado grande incluso para alguien que se considera tan amable como él.

—¿Piensas que me voy a asustar como un jodido bebé? —le pregunta de una manera tan cargada de molestia que le hace incluso saltar un poco en su lugar, generando en algunas zonas todavía sensibles de su cuerpo un pequeño pinchazo—. ¡No tenías que haberte lanzado a ayudarme si después te ibas a sentir una mierda por ello!

Reacciona sin pensar, girando para encarar a Bakugō mientras su sangre hierve con fuerza en sus venas. No piensa, no recuerda que le está exponiendo cada una de sus cicatrices; solo está él, Bakugō Katsuki, la persona por la que se arriesgaría cada día de su vida.

—¡No me siento una mierda por haberte ayudado! —grita con su rostro rojo por la furia del momento. Vuelve a sentir como hacía días que no podía, nota incluso como todo su cuerpo se tensa frente a aquel chico.

—Al fin me miras, estúpido —suelta victorioso el cenizo, dedicándole una mirada más suave de la habitual y una pequeña sonrisa torcida que hace palpitar con fuerza su corazón—. ¿De que tenías tanto miedo?

—Yo pensé... —Siente como las palabras se le atragantan en la garganta, como todo su sistema reacciona a la mirada de amor de Bakugō.

—¿Pensabas qué, exactamente? —le cuestiona mientras se acerca, ahora se encuentra un paso más de cerca de sus marcas y por ende puede verlas con mayor claridad—. No me digas que te daba miedo que viera tus marcas.

—¿No te da asco verlas? —pregunta totalmente inseguro, subiendo sus manos hasta su rostro. Sigue sin notarlas y teme jamás recuperar la sensibilidad de estas—. Estoy lleno de cicatrices, y así no podrás amarme.

—Verlas solo me recuerda la magnífica persona que eres. —No siente sus propias manos, pero sí siente el agarre de Bakugō en sus muñecas que le hace retirarlas de su lugar. Un latido más rápido, una caricia que al fin ha notado—. Me salvaste la maldita vida, estúpido. ¿Cómo voy a pensar que esas marcas son desagradables? Son lo más jodidamente varonil que podrás llevar en tu maldita vida.

»Además, unas malditas cicatrices no van a dictar si puedo o no amarte. Esa es mi maldita decisión, ¿entiendes?

Sus palabras son una flecha directa a su inseguro corazón. Las siente florecer y envolverlo con cariño, acariciando cada herida y acomodando cada parte descolocada. Sus ojos, brillantes y rojos como la lava, entrecortan con temor su respiración.

—Siento que intentas consolarme.

—Ya te gustaría —lo molesta con gracia su novio, pasando sus manos hasta su rostro y acariciando con sus pulgares las cicatrices que alcanza a tocar—. Pero deberías sentirte orgulloso de esto, no todo el mundo tiene la suerte de salvar al jodido héroe número uno.

—Pero Blasty, yo no salvé a Midoriya —bromea entrecerrando sus ojos y soltando una risita al ver el rostro indignado de Bakugō.

Los ojos rojos de su novio vuelven a recorrer cada una de las marcas con suavidad, casi como si estuviera tratando de memorizar cada una de ellas. Se siente indefenso bajo su mirada, desnudo ante el incansable examen que efectúa a su piel. ¿Se estará culpando por cada una de esas heridas? Espera que no, realmente haría cualquier cosa para que esa culpa no pesara sobre los hombros de Bakugō.

Lo siguiente que pasa no lo espera en absoluto. Ha perdido casi toda la sensibilidad en las distintas partes de su cuerpo pero, como si de magia se tratara, es capaz de sentir como los labios de Bakugō se posan justo al lado de la cicatriz más grande; nota como lo besan con cariño y, sin palabras, como le dice que todo estará bien.

Siente su rostro enrojecer ante ese acto tan puro y dulce, su pulso disparado por el atrevimiento contrario. No puede creerlo, tampoco quiere que de tratarse de un sueño alguien lo despierte. Bakugō ha besado lo más horrendo de su cuerpo, lo ha besado como si se tratara de aquello que más ama y Kirishima no puede evitar sentirse querido en ese preciso instante; pero no puede ser, realmente Bakugō no puede amarle cuando está tan herido.

—¿Blasty? —pregunta con la voz temblorosa, asustado por descubrir que realmente ese beso jamás se ha efectuado; no en su estado actual.

Pero el rostro adulto de Bakugō por fin se separa y, con sus mejillas totalmente coloradas y su ceño fruncido, le dedica una mirada seria que paraliza su corazón. Lo está mirando, a él, y sus ojos no reflejan el rechazo que Kirishima esperaba de todo el mundo.

—Eres un jodido estúpido por lanzarte al peligro —lo regaña su novio con seriedad, atrapando sus mofletes con fuerza y tirando de ellos. Casi no lo nota, su sensibilidad parece volver solo por momentos-— Como lo vuelvas a hacer una sola vez más, pienso partirte las piernas en trozos tan pequeños que no puedas volver a caminar.

No dice nada, parece que Bakugō tiene mucho más que decirle y él no piensa interrumpir el torrente de pensamientos que parecen querer escapar al exterior. Se siente curioso por su reacción, por la manera en la que brilla mientras le habla a él y solamente a él.

—No tienes ni puta idea del miedo que pasé cuando te vi ahí, lleno de sangre... —Sus palabras cargadas de dolor trastocan su alma un poco, revolviendo cada parte de su ser con furia—. Pensé que te había perdido, estúpido. Estaba tan enfadado contigo que tenía ganas de entrar y darte puñetazos hasta que te levantaras. ¡No necesito que nadie me salve, Shima!

—Pero quería salvarte —contesta sin pensar, confuso por tanta información repentina—. No me podría haber perdonado si te llega a pasar algo.

—¿Crees que yo sí podría vivir sabiendo que te pasó algo por mi culpa? —le pregunta realmente enfadado Bakugō.

No sabe que contestar a eso, pues por una vez siente que diga lo que diga estará equivocado. Está seguro de que Bakugō se sentiría culpable por haber perdido a su novio, no tiene dudas de ello, pero él no sería capaz de vivir pensando en que perdió a la persona que más ama por no tener el valor suficiente. ¿Acaso el amor de Bakugō también está a ese nivel? En ese punto en el que el bienestar y la seguridad del otro es tan importante, en el punto en el que incluso esas marcas dejan de ser un motivo para abandonarlo.

—¿En qué pensaste? —La intriga destella entre sus palabras, causando una leve confusión en Kirishima.

—¿Cuándo?

—Cuando te lanzaste a salvarme. ¿En qué pensabas en ese momento?

En todos esos años de amor jamás ha visto a Bakugō así, con las lágrimas agolpándose en sus ojos y el cariño tan fuertemente reflejado en su mirada. Le rompe el corazón verlo así, tan expuesto y asustado por su insensatez.

—No pensaba en nada. Te vi ahí, en peligro, y mi cuerpo reaccionó solo —confiesa con suavidad, subiendo su mano con lentitud hasta la altura del rostro de Bakugō. Él se acerca más para facilitarle la acción, haciendo que su corazón vuelva a acelerarse por la cercanía—. Tenía miedo de perderte.

—Me podría haber librado solo —dice de manera orgullosa. Sabe que miente, no habría podido seguir peleando en ese momento.

—Pero soy tu compañero, mi deber es cubrirte las espaldas siempre.

—Ese también es mi deber.

Ambos se dedican una suave sonrisa, de esas que acarician el alma y calman los miedos. Sienten el calor subir por sus mejillas, el hormigueo inundar sus extremidades, y solo pueden pensar en lo afortunados que son de tener al otro.

Kirishima todavía no puede creer que Bakugō pueda amarle así, tan herido y sin cura.

Bakugō no puede entender que Kirishima lo ame así, tan iracundo e indiferente.

—Oye Katsuki —llama a su novio con un poco de timidez, como si esa fuera la primera vez que diría algo así—. Me hace muy feliz estar contigo, de verdad, necesitaba que me dijeras que me vas a amar aún con... Con estas marcas. ¡Eres el novio más varonil del mundo!

El cenizo le dedica una mirada avergonzada, sorprendido por sus repentinas palabras. Por un segundo cree que va a golpearlo pero, para su sorpresa, los labios de su novio se posan con suavidad sobre los suyos. Es una caricia dulce y cálida, dada con el temor de herirlo debido a la infinidad de heridas que parecen dispuestas a invadir su cuerpo.

—Deja de decir idioteces y cúrate de una vez —contesta Bakugō con un pequeño sonrojo bañando sus pálidas mejillas—. Estoy harto de dormir solo.

Sus cicatrices ya no le pesan, ya no teme enseñarlas al mundo pues, cuando alguien lo señale, él exclamará con orgullo que las adquirió protegiendo lo que más ama. Porque cuando lo mira, cuando sus manos rozan la piel suave de su novio, solo puede pensar en que cada una de esas cicatrices valen la pena porque cada una es un recordatorio eterno de hasta donde puede llegar su amor.

Porque si es por Katsuki, Eijirō sería capaz de repetirlo todo.

🌺🌺🌺

4343 palabras.
✨Publicado: 27/07/2021.

💫N.A.: ¡Hola hola! Y aquí vengo yo, con otro OS que tenía desde hace un tiempecito en borradores. La verdad es que esto iba a ser para la Kiribaku Week pero al final se me ocurrió otra cosa y abandoné a este OS, así que pensé que podría traerlo ya que hace un tiempo que no publico nada. No es gran cosa, la verdad, pero es algo de este hermoso ship así que espero que al menos os alegre un poquito leerlo❤️

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