The firstborn | Jujutsu Kais...

By daaisxke

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𝐓𝐅𝐁 (Pausada) | ❝ Un demonio en el útero de una mujer ❞ Por el corto tiempo que el grupillo de hechiceros... More

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XI
XII
XIII
XIV
XV
𝔈𝔰𝔭𝔢𝔠𝔦𝔞𝔩 𝔡𝔢 𝔖𝔞𝔫 𝔙𝔞𝔩𝔢𝔫𝔱𝔦𝔫
XVI | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
XLIX
L
LI
LII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIV

XXX

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By daaisxke

Los dedos pulgares de la castaña pasaron por los labios del pelinegro dormido. Su labio superior fue levantado lentamente, dejando a la vista su dentadura de notorios colmillos, dentadura blanca y encantadora.

— ¿Qué... demonios haces? —fue el pelinegro, con su mañanera voz ronca, aun adormilado, pero su ceño se fruncía mientras su abrazo en la cintura de la muchacha se hacía más fuerte.

— Tus colmillos son grandes —respondió ella, y la yema de sus dedos pulgares hicieron presión contra los dientes mencionados.

— ¿Tiegnes cingco agños? —respondió de vuelta, sus palabras no se entendieron con claridad, mientras la muchacha dejaba en paz su boca y solo se dedicaba a observar su rostro—. Tú también tienes colmillos grandes.

— Es distinto, soy una maldición —comentó.

— Mitad maldición —corrigió el otro, soltando un gruñido mientras su rostro se refregaba en el pecho de la muchacha, como un bebé recién despertando en brazos de su madre. Le causó algo de ternura a la mayor, y sus manos acariciaron su cabello mientras soltaba un suspiro.

— Pero tus colmillos son demasiado notorios para ser un humano —continuó.

— ¿Qué insinúas? ¿Qué soy un vampiro? —respondió este, pero un largo silencio invadió, y el pelinegro se levantó de su lugar, quedando medio sentado en la cama. Su cabellera totalmente alborotada, sus ojos entrecerrados al recién encontrarse despertado, y un pequeño rastro de salvia en la comisura de su labio—. No existen los vampiros ¿Verdad? —se cuestionó algo sorprendido, pues el silencio de la castaña luego de su pregunta lo dejó algo desconcertado.

— No que yo sepa... —bostezó la otra, estirándose en su lugar mientras le dejaba dudas existenciales al muchacho, con la mirada perdida aún medio adormilado.

Ah~ Yashiro realmente adoraba despertar con esa vista; el pelinegro con su torso descubierto y pantalones de dormir. Su esculpido cuerpo parecía sacado de cualquier escultura griega.

— Tenemos veinte minutos antes de que las clases empiecen... —musitó el azabache, levantándose de la cama con pereza mientras la castaña simplemente continuaba estirándose y soltando bostezos en su lugar—. ¡Yashiro! —llamó, adentrándose al cuarto de baño con su bolso deportivo en mano.

— ¡Qué ya voy! —alzó de vuelta, frunciendo su ceño y soltando gruñidos—. Dios mío... —susurró, mientras se cubría de pies a cabeza dispuesta a volver a quedarse dormida.

No pasaron demasiados minutos en silencio para que los pesados y apresurados pasos del azabache se escucharan dirigiéndose hacia ella. Las mantas que la cubrían se le vieron totalmente arrebatadas, provocándole una corriente de frío que le erizó los vellos de los brazos, a la vez que soltaba sonoras quejas escuchando cómo el muchacho la regañaba a lo lejos, dirigiéndose a la cocina mientras hacía un esfuerzo por arreglar los botones de su camisa escolar.

El día parecía más lento, más aburrido. El profesor hablaba, pero la castaña permanecía en silencio con la mirada perdida en alguna parte.

Pequeñas ojeras se notaban en su rostro, nada preocupante a decir verdad, pero para alguien que la ve continuamente como Takeshi, en realidad si se volvía un detalle preocupante.

— ¿Podrías ir por Hitsumi después de clases? Tengo entrenamiento hasta las seis y media —preguntó, pero la muchacha pareció captar su atención. Se giró con una lentitud torpe hacia el chico, distraída, a la vez que llevaba su origini a su boca y le daba un mordisco.

— ¿Qué... dijiste? —preguntó confusa. Takeshi tensó su mandíbula, soltó un suspiro y luego repitió.

— Si crees que te sientes bien ¿Podrías ir por Hitsumi después de clases? —la miró fijamente, consciente de que en su estado era capaz de distraerse con una mosca.

— Uh... Seguro —se limitó a responder, dando otro bocado a su comida mientras la mirada del azabache le taladraba el costado de la cara. Podía sentirlo con claridad, y por ello mismo no quería girar a verlo.

— ¿Qué es lo que hablaste con ese rubio? —preguntó repentinamente, esta vez ganando la total atención de Yashiro. Notó como su mirada, su expresión, pareció cambiar por completo, a pesar de que era un detalle tenue y difícil de notar para cualquiera—. Quién es, para empezar —acotó, tornándose un poco más serio.

Se reclinó hacia atrás, apoyó su espalda en el respaldo de la banca, y luego extendió sus brazos igualmente en la orilla del respaldo, mirando fijamente a la muchacha que le daba la espalda.
Mordió el interior de sus mejillas mientras esperaba pacientemente, pero tardó un largo tiempo en que ella finalmente siquiera girara a verlo correctamente.

— Es una maldición de categoría especial, se llama Ruther —respondió, colocando la pajilla en el orificio de la caja de leche chocolatada—. Cuando era pequeña, vivía en una tribu que en realidad no me enseñó demasiado... Solo sabía escribir mi nombre, pero no sabía leer, y al menos sabía hasta el número diez —relató, nuevamente dándole la espalda al muchacho, simplemente con su mirada fija en el campo de béisbol, donde alguno de sus compañeros se encontraban jugando—. Mi padre no tenía la mejor paciencia, y consciente de que era una ignorante de la historia, que con suerte sabía escribir su nombre, le ordeno a uno de sus subordinados; Ruther, a ser mi profesor —oh, Takeshi estaba más que seguro que ese idiota no la veía como una alumna.

— ¿Por qué él? —volvió a preguntar, quería saber más y más, pues a pesar de que parecía que conocía a Yashiro, en realidad era una incógnita infinita.

— Bueno... Ruther es una de las maldiciones de grado especial que más ha convivido entre humanos. Nació a costa de la lujuria, masoquismo, indiferencia y egocentrismo de los humanos, pero a diferencia de las demás maldiciones; él en realidad no se interesa por perjudicarlos, así que en vez de dañarlos como suelen hacer los demás... Se interesó en estudiarlos, en porque nació de aquellos sentimientos y costumbres de ellos, como conllevarlos... Aquello lo llevó a ser una maldición con la capacidad de comprender a los humanos en todos los ámbitos posibles, como si tratase de un humano más.

— Pero tú no eres... completamente humana —interrumpió el azabache, algo confuso, mientras su mano derecha se dirigía a un pequeño mechón de su cabellera castaña.

— Bueno en realidad... Yo ni siquiera sabía lo que eran las maldiciones, y como me vi criada por humanos hasta los diez años, me acostumbre a ellos; comer, dormir, amar, jugar, convivir entre ellos... Pero para cuando conviví con mi padre, todo era diferente... Tomar su mano como solía hacerlo con las personas de mi tribu era algo que a él lo tomaba totalmente desprevenido, a veces sin darse cuenta me alejaba bruscamente, o simplemente se exaltaba y me miraba con enojo... Y no es que no le gustara, sino que no estaba acostumbrado, pero luego de un tiempo, incluso si parecía que le molestaba, en realidad... Creo que el en algún momento llegó a adorar que me tirara a sus brazos —se desvió del tema, y le causo una molesta presión en el pecho—. Cuando recién comencé a vivir con mi padre, el no me comprendía ni en lo más mínimo. No comprendía mi necesidad de querer desayunar, almorzar y cenar. No comprendía mi necesidad de querer dormir. No comprendía mi necesidad de demostrar cariño, porque él sabía que yo era en cierta parte una maldición; no necesitaba nada de lo que para los humanos es indispensable. Ruther, en cambio, comprendía esas necesidades básicas, pues me vi criada por humanos antes que con mi padre, así que Ruther podría educarme correctamente, y a la vez podría guiar a mi padre a ganar un poco más de confianza conmigo... Pase bastante tiempo con él, me enseñó un montón de cosas que se me hacían increíbles, como el hecho de que habían más países aparte del campo y bosque en el que viví. Me enseñó a leer, a escribir... Me enseñó todo lo necesario, me abrió los ojos al mundo y me mostró caminos que no conocía... Pero eso no quita el hecho de que sea un pervertido insoportable de primera, lo admiro únicamente por su increíble conocimiento, todo lo demás es detestable —Takeshi soltó una risilla, como esas que salen como un simple suspiro o bufido.

— ¿Quieres hablar acerca de ese "problema" que te tiene insegura...? —preguntó esta vez, mientras llevaba su cabeza hacia atrás y cerraba sus ojos por unos cuantos segundos.

El silencio invadió por completo.

Allí en esa banca, Yashiro permanecía sentada con la mirada un tanto baja. Su expresión se veía claramente devastada, y siendo popular, los estudiantes no tardaron demasiado en notar que algo había ocurrido con la castaña, pero no tenían el suficiente valor como para ir a preguntarle.

— Dejemos esta dosis de inestabilidad mental para otro día ¿Si? —respondió, escuchando un simple suspiro del azabache como respuesta, y el receso continuó en silencio, mientras observaban los partidos de béisbol y comían de lo comprado con tranquilidad.

Mira a ese mocoso. Pensó, cruzándose de brazos y alzando una ceja incrédula, mientras observaba con un rostro lleno de seriedad a ese pequeño de seis años, de tez clara y cabello oscuro peinado hacia atrás. ¡Tenía seis putos años! Y una mueca coqueta se esbozaba en su rostro mientras se apoyaba en la pared hablándole animadamente a la pequeña pelinegra (quien mantenía un rostro neutro y le miraba serenamente).

Imagina que haría Takeshi si estuviera aquí, mi pequeña Nakerama. Canturreó, nuevamente en su mente, para luego soltar un suspiro y negar levemente.

— ¡Hitsumi! —alzó, y la nombrada se exaltó mirando en todas direcciones al reconocer su voz.

Una vez que sus miradas se encontraron, Yashiro esbozó una leve sonrisa notando como su neutra expresión cambiaba a una de felicidad, y el castaño que (según la imaginación de Yashiro) parecía estar coqueteándole, se avergonzó y sus mejillas se tornaron de un rojizo fuego.

— ¡Yashiro-san! —alzó de vuelta, dejando solo al castaño dirigiéndose rápidamente hacia ella.

Mientras Hitsumi se acercaba, Yashiro firmaba aquel pequeño libro donde dejaba en claro ser quien retiraría a la pequeña.
La pelinegra abrazó una de sus piernas mientras la castaña terminaba su conversación con la profesora en la entrada, y tras despedirse, salieron de la primaria para adentrarse a las concurridas calles.

— Takeshi tendrá un entrenamiento largo, así que te quedarás conmigo hasta las seis y media, luego iré a dejarte a casa —relató, tomando la pequeña mano de la menor y sintiendo su calidez.

Una abrupta imagen del pasado llegó ante ella, le causó un repentino dolor de cabeza y presión en el pecho, mientras tragaba en seco y detenía con lentitud sus pasos.

— ¡Ah! ¿Podemos ir al parque? —preguntó, sin percatarse del semblante de la mayor, quien giró su mirada con lentitud hacia la derecha, encontrándose con un parque de juegos infantiles, con unos cuantos pequeños de la edad de la pelinegra.

— ¿A-Al parque? —repitió, algo perdida, bajando su mirada a la pequeña, pero ya no parecía ser la misma.

Su cabello ya no era negro, sino que castaño claro, como el suyo, y sus ojos tampoco eran oscuros como la noche, sino que de color miel como el amanecer. Sus facciones asiáticas no se encontraban tan marcadas como recordaba, y vestía prendas que no iban acorde a la época.

— ¿Yashiro-san? —repitió la menor, confundida por la forma en la que era vista, confundida por el dolor que se asomaba en su pequeña mano ante la fuerza que la mayor aplicaba en el agarre—. Usted puede sentarse en la banca, cerca de casa no hay parques... Quería aprovechar antes de llegar a casa —respondió, siempre fuera de lo acorde a su edad, parecía de alguna forma ser demasiado madura para tener seis años.

— Ah... Claro —respondió ella, pegando continuos pestañeos mientras la imagen real de la menor se aclaraba frente a ella, y su respiración se relajaba un tanto—. V-Ve a disfrutar.

— ¿Se encuentra bien? —preguntó, antes de continuar su camino hacia el parque. Pero lo que obtuvo como respuesta solo fue un largo silencio.

Luego de un tiempo, Yashiro asintió, pero aquello no dejó demasiado tranquila a la menor. Aun así, soltó su mano y caminó rápidamente hacia el parque, siendo seguida por la mayor con pasos más lentos.

Yashiro tomó asiento en una de las bancas frente a los juegos infantiles. Dejó su mochila y la de la menor junto a ella, mientras se quitaba el suéter del instituto y soltaba un poco su corbata, desabrochando a su vez unos cuantos botones de la blusa blanca.
Su cruzó de brazos confusa, reclinándose hacia atrás mientras soltaba un sonoro suspiro pensando en lo que había ocurrido hace unos cuantos segundos.

No era la primera vez que ocurría, pero sin embargo, habían pasado cientos de años desde que volvía a confundir la realidad con el pasado, y las personas de otras épocas se reflejaban en la actualidad, dejándola confusa con su apariencia y palabras. Dejándola pensativa de quien podía tratar, y porque tan repentinamente se le vino a la cabeza.

Pero había una parte que Yashiro olvidaba de aquello. Primero venía el reflejo del pasado, luego, meditar porque había ocurrido y quienes eran los que tan repentinamente se les venía a la mente, pero... ¿Qué venía después de aquello? ¿Qué era lo que ocurría una vez que recordaba? Sentía un cosquilleo y una sensación de pavor cada vez que rebuscaba entre sus recuerdos la imagen que se había asomado y por alguna razón, ese cosquilleo parecía ser una clara advertencia de "No lo busques", pero siempre solía ignorarla.

Alzó la mirada cuando un destello de un recuerdo volvió a pasarse ante sus ojos en una fracción de segundo. Era esa sensación de cuando tienes "una palabra en la punta de la lengua" y tardabas en pronunciarla. Era así, idéntico, pero sigilosamente peligroso.

Y pronto, cuando su mirada viajó por el parque de altos árboles, numerosos infantes, adultos y juegos infantiles, la imagen de aquella castaña de ojos claros y rasgos mixtos, se paró frente a ella; a unos cuantos metros, con una sonrisa llena de calidez que le llenó los ojos de lágrimas.

Alzó una mano, la sacudió en forma de saludo, mientras su cuerpo se movía de un lado a otro con lentitud, para sacudir aquel encantador vestido de estilo europeo, con sus brillantes zapatos negros, y ese broche de oro que sujetaba los mechones a los costados de su frente.
Tambien estaba ese pequeño que llevaba shorts hasta la altura de las rodillas, estilo traje, con un chaleco de traje y el chaquetón, el conjunto era de color gris, y usaba unas calcetas blancas poco más abajo de sus rodillas, con lustrados zapatos. Y un sombrero bombín en su cabeza, con aquella resplandeciente sonrisa y ojos azules como el cielo.

Mientras poco a poco, el cuerpo de Yashiro comenzaba a temblar de un pavor estúpido, recordando que era lo que venía luego de buscar en sus recuerdos.

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