- Señorita, Sánchez, ya puede pasar.- una señora regordeta y saltarina me invita a entrar al despacho del doctor Álvarez, un psicólogo que me ha recomendado Max. Sí, he cedido a su espantosa idea de buscar ayuda, una ayuda que es tan absurda como innecesaria.
Entro al despacho y me siento sobre una especie de sofá extraño, como el que aparece en las películas cuando van a un psicólogo. Y, el doctor, también era un cliché total: serio, pero con un tono de voz que inspira confianza. Recuerdo las muchas visitas a psicólogos escolares en las que lo único que hacía era escuchar un sermón diario para luego continuar con mis atrocidades, o así las llamaban ellos.
- ¿Estás cómoda, Emma?- me llama por mi nombre, para transmitirme esa confianza que conmigo no funciona, no voy a caer en su trampa.
- No, pero empecemos cuanto antes, por favor. No tengo todo el día.
- Bueno, vamos a calmarnos un poco. Tenemos una hora de sesión y quiero que la aprovechemos. En primer lugar, me gustaría que te describieras, ¿cómo te definirías?
- Vale, empezamos. Me considero una chica sin ningún problema y con las ideas muy claras. Ya está, adiós.- hago ademán de levantarme para marcharme de aquí, pero el doctor no me lo pone tan fácil.
- Ya veo...- me detengo y lo miro. Me mira con cara de pena, como lamentándose de mí. Me enfurezco e intento respirar hondo.- Agresividad contenida, me gusta.
- ¿Qué? Yo no soy agresiva.- mis dientes apretados con rabia me delatan.
- Mientes, intentas ocultar tu realidad, tu verdad... ¿cuál es tu mayor secreto?
- Yo no tengo secretos, doctor.
- Llámame Hugo, si te parece.
- No tengo ningún secreto, Hugo.
- Le recuerdo que todo lo que me cuentes se quedará entre estas cuatro paredes. A mí puedes contarme cualquier cosa sin temor a que alguien te juzgue o te reproche nada de lo que ha hecho o has dejado de hacer.
- ¿De verdad quiere conocer mis secretos?- me cruzo de brazos y él se levanta.
- Cada uno de ellos, Emma.
- De acuerdo. Pero le aviso de que lo que va a escuchar le dejará aterrado.- me siento y él me imita.
- Cuénteme sus secretos.
- Soy una artista, ¿sabe? Pero no una artista cualquier, dibujo en un papel las atrocidades que cometo. He llegado a pensar a veces que mi cabeza vive en un mundo en el que la protagonista soy yo y los demás son personajes secundarios de los que hay que deshacerse para llegar al final de la historia.
- ¿Cuales son esas atrocidades de las que me hablas?
- ¿Alguna vez se ha imaginado como debe ser la mente de un asesino? Todo lo que ven los asesinos es sangre, heridas, armas... y muerte. ¿Ha pensado cómo debe ser arrebatarle a alguien la vida?
- Desde que has entrado por esa puerta he visto algo en tus ojos. Sabía que lo que tú has vivido no ha sido una rutina que te genera estrés o miedos y fobias a cosas inexplicables. Sino que tus ojos y tus manos están manchadas de sangre. Sangre de personas inocentes.
- Nadie es inocente... ni siquiera yo.
- ¿Eres una asesina en serie, Emma? Y contésteme con toda la sinceridad que te sea posible demostrar.
- Sí, he matado a muchas, muchas personas. He sentido la sangre correr por el cuerpo inerte de mucha gente y empapar mi ropa. Odio a todo el que me rodea, porque el hombre es mala, horrible y temible por naturaleza. Me han hecho mucho daño... un daño irreparable que sólo puedo vendar deshaciédome de todo el que se intente acerca demasiado a mí.- noto como los ojos del doctor se llenan de lágrimas y como le tiemblan las manos al escucharme.
- Creo que debemos continuar mañana, señorita Sánchez.