CURSED LINEAGE «the witcher»

Od a-andromeda

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𝕮𝖚𝖗𝖘𝖊𝖉 𝕷𝖎𝖓𝖊𝖆𝖌𝖊 | LINAJE MALDITO «𝘢𝘮𝘢𝘳 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯... Více

CURSED LINEAGE
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XXIII

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Od a-andromeda

" Que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena. "
—Joaquín Sabina.















—¿Y bien?

Margery lo miró de repente con ojos grandes y con su mente retractándose repetidas veces de las terribles palabras que sabía, pronto saldrían de sus labios. A pesar de insistirse a sí misma que lo que debía hacer era lo correcto, sus principios no hacían más que reclamarle y pesarle más de lo deseado. Desvió su mirada de los oscuros orbes del hombre para después pasearla a su alrededor, haciendo pequeñas paradas en las diferentes personas que se encontraban en los jardines, disfrutando del cálido sol de la mañana. 

Sin embargo, la vida en La Corte no existía para ser sincera ni de una sola cara. Era un matadero, un camino envenenado que ella debía transitar con cuidado, sobre todo si un desconocido tenía en sus manos información peligrosa que amenazaba con exponer. Claro estaba que, la situación que tenía al frente era nueva. Hasta hace algunas semanas ella no creyó estar envuelta en algo así, y aquello solo le terminó de hacer comprender que los cambios imprevistos eran las pruebas más grandes.

Inhaló con profundidad para después volver a enfrentar al rey Ivo con la mirada una vez más. A pesar de saber ese día que ya no había nada para ocultar, porque después de todo, los fugaces momentos compartidos con Geralt habían llegado a su temprano fin, ella todavía debía protegerse y protegerlo a él. Así que se preparó para decir lo obvio.

—Acepto.

Una sola y simple palabra fue capaz de agrandar la sonrisa de un hombre cuyas intenciones dejaron de ser claras o buenas, mas no se inmutó y su rostro permaneció sereno al igual que el resto de su anatomía. En ningún momento pensaba reciprocar abiertamente los gestos del hombre, ni siquiera cuando habían tantos ojos puestos sobre ellos dos.

Su hermano la llamaba la máscara de hielo: tersa, hermosa, casi inmóvil y muy falsa. Era la paciente expresión de una mujer que la usaba para ocultar todo lo que acontecía en su interior. La reina Caitriona era experta en el uso de la misma, habiendo tenido años para perfeccionarla, para usarla a su antojo e incluso para atacar con ella. Hasta se atrevería a decir que era la misma creado de tal disfraz.

Margery recordaba a la perfección cuando años atrás, su madre tuvo un aborto, antes de Emilianno. Luego recordó cómo ese mismo día, su progenitora atendió a todas y cada una de sus responsabilidades sin la más mínima queja. La vio sonreír, atender a los invitados de la noche y caminar como solo una reina debía hacerlo, a pesar de haber sido testigo de su sufrimiento y dolor, materializado en lágrimas y sangre aquella misma mañana.

Esa fue la primera y única vez que ella vio a la reina mostrar algo más que indiferencia o poder. Esa fue la primera y única vez que Margery comprendió la pesadez que su papel llevaba y tanto odiaba.

Era infantil llamar en su cabeza villana a su propia madre por su pasado y por su trato hacia su sangre, cuando la mujer solo se había encargado de sobrevivir y enseñarle lo mismo a sus hijos.  Pero el caso que tenía enfrente de ella, tal manipulación, era malvada, porque era para fines que de seguro resultarían desastrosos.

—Es bueno saber que sus aptitudes no están reducidas a una cara bonita —comentó el hombre con aires de grandeza —. Debo admitir que temía tener que exponerla ante La Corte. Habría sido una terrible deshonra para usted y su familia. Todo el reino habría caído en desgracia —recalcó con cierta burla pintando su tono de voz.

—De seguro usted ya está familiarizado con la sensación en soledad, su majestad. —Un lenta sonrisa se abrió paso en su rostro —. Mantener las apariencias es, después de todo, un arte que de seguro usted pone en práctica todos los días. ¿Verdad? —Inquirió con mirada inocente.

Las expresiones del hombre se crisparon ante las acusaciones de la princesa, pero a los pocos segundos las volvió a relajar. Su semblante decayó y pareció aburrido de un momento a otro.

—Y usted hará bien en mantener las suyas. Sabe lo que le conviene.

—Yo no me preocuparía por eso —contestó ella, encogiéndose un poco de hombros —. Al final del día seré solo una mujer curiosa que no podría comprender la magnitud de sus preguntas hasta que fuera muy tarde.

Ahí estaba el resquicio.

—No se atrevería —siseó Ivo, arrimando un poco la parte superior de su cuerpo hacia la princesa, al mismo tiempo que la misma se esforzó por mantenerse en su papel y en el mismo sitio, plantando sus pies en el suelo.

—Por supuesto que no, su majestad. —Para agregarle más sentido a sus palabras, se atrevió a verse sorprendida, posando una delicada mano enguantada sobre su pecho. De inmediato, varias miradas curiosas se posaron en ella y no solo de parte de los guardias —. Un trato es un trato y es importante respetarlo.

A no ser que... fueron las palabras que quedaron colgando en el aire. Por la llamarada que se prendió en la mirada oscura del rey timatenense, Margery supo que el pelinegro había captado el mensaje. La tranquilizaba de alguna forma saber que no era la única incómoda con la situación ya.

—Veo que no será un trabajo complicado para su alteza. —Una expresión de disgusto acompañó sus palabras.

—No me malinterprete, por favor —dijo con una voz que resultó demasiado empalagosa para su gusto —. No quisiera hacer de usted un adversario, mucho menos cuando es un hombre tan poderoso.

Apenas las últimas palabras salieron de sus rosados labios, la princesa mercibonense tuvo el impulso de torcer los ojos. Había logrado ver las llamas del enojo apagarse en los irises oscuros del rey en un segundo. Los hombres eran frustrantemente simples y manejables, siempre y cuando cualquier halago fuera dirigido hacia ellos. Todos querían ser poderosos reyes. Todos querían ser temidos; no había punto medio y también dudaba de que existiera alguien que fuera la excepción.

—Repito mis palabras: más que una cara bonita. —El pelinegro parecía haber bajado la guardia, dedicándole una coqueta mirada la princesa que fue ignorada bajo una engañosa capa de inocente ingenuidad.

Haciendo una leve reverencia ante el hombre, la pelirroja le sonrió con toda la cortesía que podía expresar en unos pocos segundos. Después se encaminó al interior del castillo, dando por finalizada la conversación.

En verdad esperaba que Pierstom estuviera en lo correcto con lo que le había contado a ella sobre el timatenense. También esperaba que no se molestara con ella, una vez fuera de su conocimiento que estaba usando aquel incidente en contra de Ivo, pues no todos los días ponía pie sobre el pasado de un hombre y que dichos sucesos podrían tener la oportunidad de poner en riesgo su corona. Ni su hermano ni ella podían asegurar si aquello fuera verdad, puesto que la palabra del rey sobrepasaba la suya o la de Tom, pero Mary quería pensar que no podía dejar escapar la oportunidad.

No quería traicionar la confianza de su persona favorita, y de paso, hacer que él mismo traicionara la de su futura esposa. Sabía que se estaba metiendo en terrenos que no debía, que si jugaba con fuego se podía quemar. Pero si de algo le servía lo que su madre se había encargado de mostrarle en acciones, era que nadie de su familia daba un paso atrás.

Y tal vez, solo tal vez, Margery de Mercibova debía quemarse para poder ganar. Incluso cuando no sabía si tenía la valentía suficiente para ello.





Apenas escuchó los firmes toques sobre la madera de las puertas dobles de sus aposentos, la princesa prácticamente se abalanzó sobre las mismas para abrirlas. En cuanto su hermano mayor apareció ante sus ojos al otro lado, vestido con tonos cremas y bastante casuales de lo acostumbrado, dejó pasar por alto eso y no dudó ni medio segundo antes de arrastrarlo al interior, ignorando con descaro las exclamaciones que el castaño soltó. Sabía que sus movimientos habían sido imprevistos, que una de las características que la distinguían era su cuidado alrededor de cualquier persona, pero esa preocupación estaba al fondo de su mente ese día.

—¿Qué ha sucedido? —Preguntó Tom con el ceño fruncido, yendo a sentarse en el mueble —. ¿Geralt dijo algo sobre la maldición?

Después de haber cerrado las puertas, se volvió hacia el príncipe, mordisqueándose el labio y negando con la cabeza como respuesta. Volvía a sentir los nervios trepar por su columna. La última vez que lo había experimentado fue cuando tuvo una charla final con el hombre que le rompió el corazón a su hermano. Le daban náuseas de tan solo pensar que lo que debía hacer le incomodaba tanto como querer amenazar a alguien —o al menos intentarlo—, mas se debía controlar por su bien y por el de Geralt, hasta cuando era consciente de que no se debían nada al otro.

—Quiero conocer más al rey Damien —soltó de repente —. Pero no quiero llegar al frente de él como una ignorante. Estaba pensando que tal vez tú pudieses proveerme de información básica sobre... tu amigo.

Tom la observó y parpadeó, luciendo casi estupefacto por las palabras que no esperaba escuchar tan pronto por parte de su hermana.

Sí, el día de ayer le había hecho gracia que ella hubiera decidido desaparecer de la vista de casi todos la mayor parte del día, empero el cambio de ese instante resultaba casi abrupto. Comprendía la necesidad de ella por haber empezado a tomarse las cosas con calma, pero eso parecía haber sido tirado por la ventana. Así que la detalló con cuidado: desde su expresión controlada a sus manos entrelazadas que no parecían intención de quedarse quietas, hasta la punta de sus pies cubiertos por la falda de su vestido, que se balanceaba un poco.

Él la conocía demasiado y así fue como pudo determinar lo nerviosa que se encontraba.

—Mary, no necesitas ponerte presión en esto —aconsejó levantándose de su sitio para ir a posicionarse al frente de su hermana, posando sus manos en los brazos femeninos en señal de apoyo —. Deberías empezar a hablar con aquellos con los que te sientas más cómoda.

Una triste sonrisa curvó los labios de la pelirroja a la vez que su corazón se encogió en su pecho. Resultaba incluso más terrible saber que eso ya no sería una opción.

De repente, pequeños recuerdos del día de ayer que compartió en compañía de Johannes de Thorp cruzaron su cabeza. Lo mejor que le podía suceder en un matrimonio arreglado era volverse siquiera una amiga de su futuro esposo. Lo peor de ello, aún estaba por venir.

—Quiero conocerlo, Tom —pidió a medias —, por favor.

El ojiazul ladeó la cabeza y terminó asintiendo, para luego hacerle un gesto a invitarla a tomar asiento junto a él. Una vez los hermanos estuvieron cómodos, el príncipe se quedó en silencio unos segundos, pensativo. luego se relamió los labios e inhaló para hablar.

—Damien es uno de los mejores comandantes que nuestro padre y yo hemos visto —comenzó y Margery no sabía si sentirse irritada o curiosa con que Pierstom iniciara la historia con tal halago —. Desde que se convirtió en rey no ha perdido ni una sola batalla, es sabio más allá de su edad y está bien versado en el arte de la guerra.

—Es por eso que padre ha buscado su consejo en asuntos militares —dedujo la joven mujer, su rostro serio y reflexivo.

Al menos ya sabía de entrada porqué el rey Ivo buscaba informarse del rey Damien. Las habilidades del amcottense no eran ningún secreto en el continente y parecían ser bastante admiradas por su familia, a la vez que eran envidiadas por otros. Ya no le sorprendía haber visto a su padre caminando con él y con el rey thorpano, pues ambos hombres tenían características que los resaltaban en medio de todos los demás nobles y reyes que llegaron a Mercibova.

El príncipe asintió al escucharla.

—Tuvo que tomar la corona demasiado joven, pues años atrás sus padres fueron asesinados en la última guerra.

Los ojos de la princesa salieron disparados hacia el rostro de Pierstom.

—¿Cómo? —Preguntó falta de aire.

—Estabas todavía en la Torre Norte, Mary —explicó su hermano con suavidad, sabiendo que aquel lugar era un tema que muy pocas veces se discutía y que casi nunca se reconocía. Querer dejarlo enterrado en el pasado se había convertido en un instinto —. Nuestros padres se encargaron de mantenerte alejada de los horrores de la guerra mientras te recuperabas de lo sucedido con... esa gente —terminó, sin molestarse en ocultar el odio y disgusto al recordar los días más oscuros de la vida de su hermana menor.

La pelirroja desvió sus orbes hacia sus manos enguantadas, puestas sobre su regazo. Tragó saliva con dificultad, sabiendo que los intentos de sus progenitores por protegerla salieron mal la mayoría de veces. De hecho, habían muy pocos momentos en los que ella llegó a sentirse en verdadera calma, a salvo. Pero inclusive en sus días más tranquilos, sus ataques de pánico podían arruinarlo de un segundo a otro.

Trató de empujar los mortificadores recuerdos de la torre al fondo de su cabeza, donde siempre se esforzaba que permanecieran. A pesar de fallar con cierta molesta constancia, no dejaba de intentarlo.

—¿Qué sucedió? —Preguntó en casi un murmuro, a pesar de que en realidad no estaba segura de querer saber lo demás.

—El capitán del ejército del rey Arnaud fue un terrible hombre. —La fémina se removió incómoda, habiendo escuchado en el pasado susurros sobre terribles historias de un hombre apodad así —. Solía torturar y mutilar a todos los enemigos de Alysion, recibiendo el nombre de Cararroja, por el rumor de que su rostro siempre estaba cubierto con la sangre de sus víctimas.

De tal palo tal astilla, pensó la princesa a la vez que sintió los angustiosos latidos de su corazón ensordecer sus oídos por unos cuantos segundos. Quizás lo único que debía esperar del actual rey de Alysion eran las mismas órdenes y crueldades que su padre alguna vez permitió y acolitó bajo su mandato. El único objetivo de Arnaud había sido esparcir miedo por todo el continente y apoderarse a la fuerza de todas las tierras posibles. Ahora ella comprendía que lo más seguro fuera que Eustace decidiera seguir con el legado que su progenitor jamás logró consolidar.

—Entonces él le ordenó a su capitán que asesinara a los reyes de Amcottes, los padres del rey Damien —dedujo nuevamente.

Tom asintió, apretando los labios. Era notorio lo mucho que le dolía la historia de un amigo.

—Cararroja los interceptó en un viaje, quemó sus cuerpos y dejó solo sus cabezas para que Ian las enterrara —finalizó cerrando los ojos con fuerza.

Margery se tapó la boca con sus manos en un acto de reflejo y dejó caer su cuerpo hacia atrás, entregándose a la comodidad del mueble. Por una parte, no había sido po decisión propia, sino porque su cuerpo se sintió extremadamente débil de un segundo a otro. Si hubiese estado de pie, no le cabían dudas de que sus rodillas habrían temblado y habría necesitado algún apoyo inmediato para no caer al suelo.

Respiró con dificultad, la garganta cerrándose en un nudo, que le ayudaba a mantener a raya los sollozos que parecían querer brotar desde su pecho. Cerró los ojos y luego los abrió para observar el techo mientras dejó caer sus manos a los lados. No podía creer que los ojos de aquel mismo hombre que pasó por tal atrocidad siguieran siendo tan amables. El saber que había atravesado por tan terribles tiempos la hizo sentir culpable, sabiendo en el fondo lo que implicaba el trato que había hecho con Ivo.

Ganarse la confianza de alguien era una señal de permisión para entrar en su vida, en su corazón. Era entrar en los pensamientos de alguien y producir alguna sonrisa o calma, era conocer los puntos débiles del otro sin el miedo a que fuese traicionado. Y ella ya no podía saber qué tan lista estaría para cumplir con algo que debería ser considerado más importante y valioso que un trato. Era usar a una persona para ocultar sus impertinentes acciones que fueron dictadas por sus emociones.

A los pocos segundos Pierstom siguió su misma posición y observó el rostro femenino.

—Ian tomó el trono con inesperada gracia. Vengó a sus padres asesinando a Cararroja con su propia espada. Desde entonces, él no ha perdido ninguna batalla en todo su reinado.

El príncipe se quedó quieto en su sitio, con la mirada pegada al perfil de su hermana, observando con claridad el remolino de emociones que atravesaba su cuerpo. La comprendía, pues él también había pasado por algo similar, hasta más fuerte, puesto que el rey amcottense era una amistad importante para él, más allá de alianzas o estatus social.

—Es un buen hombre, ¿no es así? —Inquirió girándose a observar al castaño —. Podría haberse vuelto cruel, pero en vez de eso se fortaleció.

Tom permaneció callado los siguientes segundos, sopesando las palabras que diría a continuación. No podía predecir la reacción de su hermana, pero sí alcanzaba a hacerse una idea. Y de todas formas, decidió arriesgarse.

—Te lo puedo asegurar, Mary. Entre todos los pretendientes que han llegado al castillo, me atrevo a decir que él sería la mejor opción.

Apenas terminó de escuchar las palabras de su hermano mayor, se enderezó de golpe, con el ceño fruncido. Soltó un suspiro pesado, pero no se volvió a mirarlo.

—Estás hablando igual que padre —determinó con voz agria —, como si quisieras mandarme en una dirección.

Todavía recordaba aquella conversación con el rey Eliastor después de su primera reunión. Aunque las palabras de su progenitor resultaron certeras en su momento, el hombre también había sonado como si ya supiera con quién debía terminar ella.

—Digo que quiero que seas lo más feliz posible, hermana. —Trató de tranquilizarla, yendo a posar una mano en el hombro de ella, pero la pelirroja lo esquivó y se levantó del lugar.

—¿Y si no puedo escoger a un rey? —Preguntó agobiada, comenzando a caminar por la estancia, sus ojos moviéndose frenéticos alrededor, esperando encontrar las respuestas que tanto buscaba con una sola mirada —. ¿Y si no puedo escoger a ninguno de ellos en realidad? ¿Qué pasaría entonces?

Era la primera vez que sacaba en palabras dichas lo que atormentaba su cabeza y su pecho. Tal era su ciega confianza en Pierstom, que varias veces su boca se abría para hablar sus miedos, mucho antes de que su mente se diera cuenta de lo que estaba haciendo.

Ella no era nada si no se casaba y tenía herederos. Era una princesa, pero de nada le servía serlo si después no podía asegurar su futuro, al contrario de populares creencias, pues lastimosamente, seguía siendo solo una mujer. Desde que la idea de romper la maldición se instaló en su familia y en ella misma, tenía que pensar veinte pasos más al frente de su posición y era algo que detestaba.

El castaño se enderezó y agachó la cabeza para mirar al suelo, apoyando sus codos sobre sus rodillas, todavía sentado en el mueble. Había temido ese momento y ya había llegado.

—Harás lo que consideres correcto. Aunque no lo creas, pude hacerlo yo. —Sus labios se curvaron en una forzada sonrisa —. Lo cual fue una gran sorpresa para todo el reino, de seguro.

Margery se detuvo y se giró a verlo desde su posición, a un lado de su cama. Su mirada se balanceaba entre dos polos, entre compasiva y conflictuada con sus propios pensamientos.

—Tom... quiero a Geralt —confesó y solo así, angustiosas lágrimas empezaron a resbalar por sus sonrosadas mejillas.

El príncipe se removió en su lugar y se levantó, evitando la mirada alarmada de su hermana.

La entendía tan bien que su corazón dolió de la misma manera que semanas atrás, cuando Ulysses lo dejó. Casi era irónico que después de hacer tantas bromas sobre el amor, el mismo cayera en sus vidas para voltearlas por completo, dejando desastres a su alrededor.

Quizás no podía saber qué había sucedido entre su hermana y el brujo, puesto de Margery todavía no tomaba la decisión de contarle. Sin embargo, él no era ciego y podía ver un corazón roto en ella, porque en ese instante eran el espejo del otro. Le fue inevitable no reconocerse esa mañana en la pelirroja cuando ella buscó su compañía y le habló de Ivo, todo con la intención de distraerla.

Sabiendo lo mucho que les dolerían sus siguientes palabras a los dos, determinó en un respiro, que la verdad era pesada, pero también necesaria.

—A veces las personas no están hechas para estar juntas, sin importar cuánto lo desees.

La princesa se sentó de golpe sobre el colchón, como si hubiera perdido toda su energía al oír lo que ya sospechaba; lo que no quería aceptar aún.

—Estás rompiendo mi corazón con tus palabras.

—No hermana, te estoy salvando del verdadero momento en el que se te romperá el corazón.

Pierstom negó con suavidad con la cabeza y comenzó a caminar hacia la salida de la habitación. Sus pasos lentos y pesados, tal como sus estados de ánimos.

—¿Y si ya sucedió? —Preguntó con rapidez, antes de que Tom abriera las puertas para retirarse.

—Entonces lo peor ya pasó.





Por un momento había creído que se salvaría de las reuniones con su madre, pero tal parecía que ella últimamente no estaba corriendo con mucha suerte. Desde el día anterior eso ya comenzaba a quedarle bastante claro.

Después de haber pasado gran parte del día encerrada en sus aposentos, con los ánimos hechos trizas y las lágrimas secando sus tristes ojos, Sarai llegó para anunciarle que la reina necesitaba hablar con ella. No podía ni tampoco quería imaginarse qué querría decir su madre ahora y, resultaba bastante obvio que Margery no tenía el humor ni control suficiente para aguantar hasta el más mínimo comentario proveniente de su nunca satisfecha y siempre insatisfecha progenitora.

Así que la máscara de hielo tendría que ser suficiente por el momento y por el resto de su existencia.

Al pasar por uno de los tantos corredores amplios, en dirección a los aposentos de Caitriona, pudo distinguir a varios nobles y algunos reyes todavía alrededor. Le impresionaba la insistencia de las personas por permanecer en el castillo para solo compartir siquiera el mismo espacio que ella. Hasta con los que no había cruzado ni una sola palabra desde sus llegadas, parecían insistentes en estar en su campo de visión, esperando que por arte de magia, ella decidiera acercarse a ellos.

Evitó hacer contacto visual, sabiendo que podría resultar como una invitación de su parte a una conversación que no quería y siguió derecho su camino, dejando el ajetreado espacio atrás. Mientras se fue adentrando a uno un poco más tranquilo y privado, que llevaba a las habitaciones de los reyes, escuchó unos pasos detrás de ella. Sin dejar de caminar, volvió la cabeza un poco hacia atrás y reconoció de inmediato la cabellera pelinegra junto con la elegante y llamativa corona.

Su pulso se disparó y fingió no darse cuenta que era seguida, negándose a detenerse o a mermar la velocidad de su andar. Al contrario, ahincó sus pasos hasta casi tener el impulso de correr, empero se controló y siguió con la cabeza en alto. Esos no eran momentos de atraer miradas ni de alzar comentarios en La Corte.

Nunca antes había le había molestado lo lejanas que quedaban las recámaras de sus padres de la suya hasta ese día, donde todo resultaba más largo y ella demasiado lenta.

—¡Su alteza! —La llamó el hombre, llegando a su lado y agarrándola de un brazo para detenerla.

Margery se mordió el labio al verse sin posibilidad de huir y lo enfrentó, manteniendo la compostura para evitar perturbar la tranquilidad del lugar. Ocultó su mueca y trató de alejarse un paso de él, no obstante, el otro no lo permitió y la obligó a enroscar su brazo con el suyo. Aparentemente, el plan era caminar juntos, pero ella no se movió de su sitio.

Dos encuentros en un solo día era demasiado. Una persona solo podía soportar cierto nivel de paciencia y Ivo estaba poniendo en evaluación el suyo.

—Voy a una audiencia con la reina, su majestad —le avisó con la mayor serenidad que podía manifestar, a pesar de sentir su cuerpo cual roca.

—Oh, no tomará mucho tiempo, porque usted no lo tiene —recalcó inclinándose hacia ella, provocando que Margery, por instinto y costumbre, quisiera retroceder más.

Nuevamente, el rey timatenense no se lo permitió y con su otra mano la agarró con más fuerza de la necesaria del otro brazo, provocando una mueca en su rostro, de clara disconformidad.

Antes de que alguno de los dos pudiera hacer o decir algo más, el hermano de Nimia fue empujado hacia atrás de un golpe, liberando a la princesa del agarre. Por el inesperado y brusco movimiento, ella se tambaleó y abrió los ojos con sorpresa al ver al brujo dando unos cuantos pasos amenazantes hacia el rey, quien había trastabillado hasta una de las columnas de piedra.

Ivo soltó una carcajada, enderezándose y posando una mano sobre la pared, tomándola de apoyo.

—Ya entiendo —anunció con fuerza, su voz retumbando y llamando la atención de algunos guardias que transitaban alrededor —. Incluso siendo descubiertos, la princesa no quiere dejar de ser la prostituta de un monstruo. —Su voz había vuelto a un tono más bajo, para que solo los involucrados lo escucharan, que era justo lo que él quería.

Dicho eso, el peliblanco hizo el claro impulso de lanzarse ante el rey a la vez que empuñó sus manos, su interior ardiendo con deseos de los cuales no se encontraba orgulloso. Aunque sabía que el pelinegro estaba logrando su cometido con sus palabras, buscando sacar una reacción de su parte y de hacerlos responsables de lo que podría llegar suceder, en ese momento no le importó. A la mierda las consecuencias.

Pero no pudo avanzar mucho cuando la pelirroja se movió con rapidez y se interpuso en su camino. Geralt la miró entre sorprendido y enojado, tratando de aclarar pensamientos arremolinados en su cabeza, pero que se detuvieron junto a su cuerpo, apenas ella se posicionó delante de él, enfrentándolo.

Margery miró primero alrededor asustada y aguantando la respiración, hasta que vio que los pocos guardias que habían relativamente cerca desaparecieron. Una vez terminó de asegurarse de eso, conectó sus orbes con los dorados.

—Por favor, aquí no —rogó a nadie en específico, el cuerpo queriendo comenzar a temblarle al querer contener tantas emociones en él —. Después de hablar con la reina me reuniré con él. El trato sigue en pie —anunció volviéndose hacia el pelinegro una vez más.

—Princesa...

—Silencio —siseó perdiendo casi los estribos, algo que pareció divertir aun más a Ivo y dejó sorprendido y mucho más molesto al rivio.

—Tiempo es lo que no tiene, su alteza —le recordó el timatenense con una expresión de suficiencia en el rostro, que se encargó de restregar bajo la mirada del brujo —. Espero usted también me guarde un paseo por el jardín. Algo me dice que tendremos mucho de qué hablar.

La joven mujer asintió con la poca fuerza que sentía que le quedaba y esperó a que el rey saliera de su vista y se alejara lo suficiente de ella y de Geralt para no escucharlos. Dejó salir el aire contenido en un pesado y trémulo suspiro que agitó sus hombros, hasta dejarlos decaídos. Miró hacia la pared de piedra unos segundos, esperando poder reponerse pronto para enfrentar a su madre, incluso cuando en verdad estaba convencida de que ya no tenía la energía para nada más.

—¿Estás bien? —Escuchó que le preguntó.

Cerró los ojos con fuerza, enderezando la espalda y dando media vuelta para verlo. Su ceño se frunció con molestia apenas lo vio de pie en su sitio, sin aparentes planes de retirarse pronto, luciendo ajeno al error que iba a cometer sin ninguna duda. ¿En qué mundo le cabía en la cabeza que podía atacar a un rey de la nada? ¿Que al hacerlo no habrían consecuencias que los destruirían a ambos?

Si la situación fuera distinta, si Ivo de Timatand no fuera un rey ni justamente el hermano de la futura esposa de Pierstom, algo en su interior le aseguraba que no habría detenido a Geralt segundos atrás. Pero aquel no era el caso y los dos tenían las manos amarradas.

—¿Acaso tienes alguna idea de lo que acabas de hacer? —Cuestionó con notorio fastidio, pero sus palabras no produjeron ningún efecto deseado en el hombre. Él parecía estar más preocupado por algo diferente.

—Si te hizo daño...

—¡No es eso! —Exclamó con frustración, dando un zapatazo al suelo para después pasar sus manos por su cabello —. No tienes que hacer nada, lo tengo bajo control —finalizó, aunque lo último había sido con la intención de asegurarse más que todo a sí misma.

Geralt no dejó de mirarla, con el ceño fruncido y la cabeza ladeada. Si ella hubiese tenido la atención puesta en él, habría notado la manera en que era observada, como si el brujo estuviera tratando de leerle la mente. Y es que, justamente, eso era lo que esperaba poder hacer, puesto que no comprendía para nada las palabras de la fémina, mucho menos sus acciones.

—¿De qué trato hablaban? —Inquirió en voz baja.

Margery se pasó la lengua por los labios, tratando de calmar su respiración agitada, más no volvió a corresponder las miradas del rivio.

—No se preocupe, señor Brujo, lo tengo bajo control —repitió, dándole la espalda  y retomando su camino hacia el cuarto de su madre, donde todavía era esperada.

—Princesa —gruñó el hombre llegando a su lado en unas cuantas zancadas, mas él no se atrevió a siquiera tocarla. Ella no pudo evitar notar el respeto con el que aún la trataba a comparación del rey Ivo, lo que provocó un doloroso nudo en la boca de su estómago. —. Necesito que nos veamos esta noche.

Ella se detuvo de sopetón y se giró a verlo con confusión escrita en todo su rostro. El hombre se quedó mirándola una vez más, antes de caer en cuenta la manera en que sus palabras habían sonado. Resopló llevando sus ojos hacia otra parte del corredor y con una mano apretó el puente de su nariz en señal exasperación. De repente, Geralt sentía que no sabía cómo hablarle a ella ya.

—No de esa manera, es para la...

—Maldición, ya lo sé —le interrumpió, volviendo a retomar sus pasos y asintiendo con la cabeza varias veces. Trataba de hacerse a la idea.

Geralt pasó su peso corporal de un pie a otro antes de volver a alcanzarla y caminar junto a ella.

—Ya tengo los ingredientes y la poción estará lista a la noche.

—Creí que demorarías más, después de todo dijiste que era arriesgado conseguirlos —comentó, mirándolo de reojo, pero pronto quitó su mirada de él apenas se dio cuenta que el brujo también la miró de la misma manera.

—El proceso será lo arriesgado, cuando tu piel... eh... —Carraspeó al tiempo que sus ojos fueron a parar a la dermis del cuello femenino que se alcanzaba a ver—. Mierda —se quejó con incomodidad, tratando de centrarse en la razón importante por la que vería la suave piel del hombro de la princesa en primer lugar.

—¿Sí?

—No es una poción suave —concluyó, luciendo incómodo.

Margery se encogió de hombros, ajena a lo que estaba en verdad pasando por la cabeza de Geralt.

—No será la primera vez que yo sufra por pociones relacionadas con la maldición —admitió antes de siquiera caer en cuenta de lo que estaba diciendo. Boqueó por una milésima de segundo, sin saber qué más decir.

—Entonces nos vemos esta noche, princesa —concluyó él acercando una de sus manos para que simplemente hiciera contacto con el hombro izquierdo de ella.

La pelirroja lo miró de repente, pero no dijo nada al respecto ni tampoco se alejó, concentrada en el exacto punto en el que el dorso de la mano masculina se posó. Pero no fueron más que unos míseros segundos cuando Geralt se alejó y caminó en la dirección contraria a la que ella se dirigía.














¿Soy yo o el capítulo estuvo medio intensito?

¿Qué opinan de la historia de Damien?

¿Quieren conocer la de Ivo y lo que sucedió como para que en verdad se sintiera amenazado por las 'inocentes' palabras de la princesa? :o

Meralt siempre me deja temblando así no hagan nada xdd ¿a ustedes también? ¿qué creen que suceda en la noche? Sin malpensarlo por ahora ah

Espero, como siempre, que hayan disfrutado del capítulo. Mil gracias por tanto apoyo. No olviden votar y comentar para que esta historia pueda continuar :D
Maratón 3/4

¡Feliz día a todas las madres, incluso para Caitriona!

¡Feliz lectura!














a-andromeda

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