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By teffyrula

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❝ Me iré viajando a donde mis fantasías me guíen; bailando un compás que sólo nosotros sabemos de qué va. Por... More

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By teffyrula

(。☬ Shirabu Kenjiro ☬。)

Cuando Kenjiro cierra la puerta, se quita de encima cualquier cosa que le atormente y tira las llaves en el hoyo específico, no le extrañó que el jodido cuarto estuviera vacío. Es un cuarto, no puede llamar aquello un departamento. Aunque Goshiki sabe que está exagerando no quita que no tenga razón en ello.

Se tira de frente al sofá cama que normalmente extiende para las visitas. Odia sentir de lleno esa dureza del mueble contra la nariz pero desde hace días tuvo la intervención automática de que no tenía que ser tan quejumbroso. No podía, menos cuando el motivo adecuado sería llorar pero tampoco se dará la satisfacción de ser una llorica ya tiempo después de lo sucedido. Sería tremendo hipócrita y ni que fuera un niño al que le quitaron su juguete favorito. Él se había hecho eso, se lo buscó.

Lo peor es que las señales fueron tan obvias desde que el desastre diminuto comenzó pero decidió hacerse de la vista gorda.

No pretendía que su imaginación echara vuelo acostado de esa manera. Después de todo, cada bendita noche antes de dormir era suficiente para lograr conquistar un sueño el rememorar su patética vida amorosa. Aunque antes de patética no tenía nada, ahora tampoco es que tenga algo de éso, pero prefiere catalogarlo así sin tener que aceptar para sus adentros, en el interior, por centímetros de sus entrañas, de que el patético era él.

Detesta admitirlo, pero entre ser un tonto y patético, Shirabu se ganó ambas partes sin tanto esfuerzo. Ojalá recibiera un bono navideño por cada vez que siente la punzada desde que ella se fue; la punzada eran las consecuencias de su orgullo anterior. No había dejado de serlo. Pero ahora todos los días se sentía mucho más obvio como alarma sonora por las mañanas para empezar otro fatídico día de desprecio hacia la humanidad.

Ahora sí que odiaba lidiar con el mundo.

Sólo justo en esos momentos de inquietud sobria y soledad, le entran son ganas desconocidas de llorar. ¿Por qué? Habían unas hebras sueltas de cabello largo por el sofá cama. De ese color cobrizo que hace unos cuatro años le daban dolor de cabeza, porque le recordaban a su senpai Tendou; no eran tan rojos, ella no era tan latosa e irritante por cualquier tontería. Pero lo valía.

Suelta un gruñido inaudible. Apoya ambas manos contra el mueble y se levanta de mala gana hacia el pequeño espacio de la cocina. Ya eran las nueve de la noche, no tenía sueño, no tenía hambre ni ganas de tomar un baño. Seguía con los ojos brillantes y las cejas fruncidas evitando colapsar. Quería arrancarse el cabello del agobio que le producía el pensar de más, es la mala costumbre que desarrolló el último mes. Ni la universidad le provocaba semejante estrés y eso que ya entraba a la etapa final.

La primera impresión que Kenjiro daba al resto del gentío era que siempre trata de tener las cosas bajo control, es estoico, no precisamente calmado pero sí perfeccionista. Lo que nadie se esperó es que le brindó entrada a un alma tan libre, torpe y desordenada a su vida, hasta el punto donde sonreía más seguido, no odiaba tanto al mundo y los ojos le brillaban en otra cosa que no fuera mirar vóley por la TV o sacar buenas notas en sus exámenes.

¡Suficiente! Fue a abrir la nevera violentamente, sacar una lata de refresco, destaparla molesto porque nunca tomaba nada que no fuera natural y embutirse la bebida enfadado en su lado de dormir.

Quería dejar de pensar. De encontrar pistas por todos los lados de ese lugar.

No sería tan difícil si tan sólo no hubiera un objeto ridículo en miniatura que dejara en claro la pertenencia que ella tuvo ahí. Como el cactus en el marco de la ventana, que seguía allí porque él no lo iba a tirar y no se veía mal. O el cepillo de dientes que él le compró la primera noche que ella se quedó. ¡Y el par de medias! ¿Quién carajos olvida llevarse sus medias? Entendía los aretes color dorado sobre la mesa de noche, o las agujetas negras extendidas en el baño que siempre lavaba porque ella se ensuciaba como un cachorro entre el barro.

Se golpea la frente con la palma, así fuerte, para desprender el pudor que le invade. La melancolía desabrida.

Comprendía los motivos, las razones, los ajustes, las bases, para que ella se fuera. Le abrió el espacio y las puertas en cada momento. Le sacó en cara cuando le convenía que no necesitaba compañía extra que no fuera la suya propia, con comentarios irónicos llenos de supuesta insatisfacción.

Después de todo, era una completa desconocida. La único cosa que le supo al inicio era el nombre de pila, porque en el café al que siempre iba durante sus descansos era el mismo al que ella iba. Lucía tremenda, no sabía ni qué puñetas le vio. No quería meterse con gente problemática.

Ojalá lo hubiera sabido ese día bajo la fuerte lluvia al verla sin paraguas en un callejón, sola, sin nada que ver con el mundo porque el mismo la escupió.

«—No tienes porqué hacer esto. Te lo pagaré»

Recuerda que le dijo. De verdad, ojalá hubiera sabido el esplendoroso desastre en el que se había metido.

Hubiera sido mejor haberle pagado un taxi. Pero no sabría a dónde mandarla porque no pertenecía a ninguna parte. Y los primeros días concluyó de que tampoco pertenecía ahí. Estaba fuera de lugar. Ni siquiera era de este planeta. Las pecas en el puente de la nariz, los piercings en la oreja brillantes y negros. La ropa extravagante, ancha y de colores otoñales. El cabello picado lleno de nudos, la pinta de hippie loca con la presencia más llamativa que podría haber visto jamás.

Ojalá ella no buscara quedarse más de la cuenta. La culpa era de él por dejar que la primera semana se hiciera su propio espacio. ¿En qué mierdas estaba pensando? Le avergonzaba correrla pero una vez que se vio su verdadera naturaleza la confianza se hizo del paso muy rápido.

Le gustaba andar descalza, cocinar delicioso. Traer dinero todos los fines de semana por su trabajo de peluquería y el contacto físico, muy kinestesica.

No le podía robar nada de valor, ni se la pasaba ahí. Solo compartían tiempo por las noches.

No tuvo idea de cuándo se había traído tanta ropa o el por qué sus ojos oscuros mostraban tormento de par en par. A ella como que no le importaba de a mucho. Le importaba más ayudarle a cortar su cabello recto por el frente, cocinar una pizza improvisada, hacerse más amiga de Goshiki una vez que lo conoció y llenar de cerveza la nevera.

También le importaba las festividades o hacerse sus propias fechas especiales. Era una ruidosa triste, como si anteriormente hubiera perdido a alguien cercano, alguien que era su hogar. Sin tener una cama para sí sola.

Kenjiro carecía de la voluntad para ofrecerle su vida. O éso creía. Tenía fuerte convicción de que se aburría con él, después de todo sólo le había ofrecido techo y el resto ella lo hizo sola. Quiere ser doctor, un profesional, ver a sus ex compañeros de voley triunfar en secreto sin decírselo a nadie todavía.

Y sin más preámbulo, se dio cuenta. Demasiado tarde, pero la compañía de ese ser chicloso no era tan mala. Mucho menos en esa fiesta de año nuevo, cuando regresó demasiado ebria y se encerró en el baño a llorar. Kenjiro no sabía qué había pasado, no andaba con ella y quizás le era mejor fingir demencia, de esa de la buena, antes que insistir en regañarla por caminar ebria por ahí desde el centro y tratar de hacerle compañía. Sí, ella no era tan extraña, tan rara, tan vulgar. Era un alma quebrada en muchos pedacitos, con las alas quemadas y lágrimas de cristal. No era mala, ni al día siguiente cuando despierta y juntos en el mueble bien tontos se habían quedado dormidos mientras iban lanzándose quejas el uno con el otro sobre lo absurda que era la vida. Ese día siguiente lo supo, lo supo en demasía, tanto que le dolía el recordarlo: ella pertenecía ahí porque él era su hogar.

Ah, rayos. No importaba que haya pasado un mes desde que decidiera irse. Había durado tanto tiempo habitando el anexo junto con su mal genio y su escaso tiempo de estudiante que se acomodó el tenerla cerca. Había echado sus raíces, raíces tan profundas que crecían sin darse cuenta, siempre estarían ahí. Una enredadera naciente en su corazón, en el que seguía allí junto con él, dándole cariño aunque se quejara de su desvaído cabello medio pelirrojo, sembrando por su cuerpo ese calor que le despierta todos los torbellinos del pecho.

Con el rostro empapado en lágrimas, el halo de la luna entrando por la ventana, quiso que un desastre de la naturaleza le lance un vistazo de su paradero, para decirle que no fuera tan desconfiada con la vida y que tuviera cuidado. Que cruce las calles con precaución. Que él no era tan insensible, que la quería, la quería sin haberlo sentido antes ni después.

(。☬ Hasta la Raíz - Natalia Lafourcade ☬。)
Álbum: Hasta la Raíz
2015

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