The firstborn | Jujutsu Kais...

By daaisxke

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𝐓𝐅𝐁 (Pausada) | ❝ Un demonio en el útero de una mujer ❞ Por el corto tiempo que el grupillo de hechiceros... More

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XI
XII
XIII
XIV
XV
𝔈𝔰𝔭𝔢𝔠𝔦𝔞𝔩 𝔡𝔢 𝔖𝔞𝔫 𝔙𝔞𝔩𝔢𝔫𝔱𝔦𝔫
XVI | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXVI
XXVII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
XLIX
L
LI
LII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIV

XXVIII

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By daaisxke

— ¿No me invitarás algo de comer?

Habló el peli-rubio, manteniendo ambas manos apoyadas en sus rodillas, sentado recto como un buen perro, mientras veía a la castaña pasearse por la cocina en busca de un vaso para servirse agua.

— Di lo que tengas que decir y luego te largas —se limitó a responder, sirviéndose agua a sí misma para luego dirigirse hacia el cuarto, seguida en cada segundo por la mirada marrón del mayor en el otro espacio.

Agarró uno de los grandes suéteres negros del pelinegro, su varonil aroma inundó sus fosas nasales casi al instante, y se dirigió cubierta hacia el salón de estar para tomar asiento en el sofá frente al mayor.
Dió un sorbo al vaso con agua, lo miró fijamente frunciendo su ceño al ver aquella despreocupada sonrisa, y luego volvió a dejar el vaso en la mesa de centro para cruzarse de brazos.

— Habla —ordenó.

— ¿Cómo está la escuela en estos tiempos? —fue lo primero que pregunto, y Yashiro solo rodó sus ojos soltando un sonoro suspiro para, luego de unos segundos, responder algo indecisa.

— Aburrida, realmente los profesores no saben como mantener al margen a sus estudiantes, al menos no como hace cuatrocientos años... Aunque termine volviéndome una de esas alumnas problemáticas, así que de cierta forma tambien me pongo en los zapatos de los estudiantes, es divertido hacer enojar a los profesores —habló, mordiendo el interior de sus mejillas mientras su pierna subía y bajaba nerviosamente, pues por alguna razón se encontraba inquieta—. ¿Qué te dijo el aquelarre?

— Oh~ Bueno, las brujas te extrañan. Solo me mantuve en contacto con ellas para saber acerca de la protección en la casa de Londres, todo se encuentra estable y las maldiciones se han mantenido alejadas del terreno... Ninguna maldición aparte de ti puede ingresar a ese lugar, además de que ellos también se encuentran protegidos, así que dejando de lado que pueden morir por causas naturales como la vejez o enfermedad; en realidad no hay nada de que preocuparse —volvió a sonreír a la vez que sus ojos se achinaban, mientras cruzaba una pierna sobre la otra y entrelazaba sus manos sobre sus rodillas.

— Sí... Supongo que ha pasado un tiempo desde que los contacto —comentó ella, soltando un suspiro y desviando la mirada con algo de melancolía.

— Oh, bueno, no te preocupes, ella aún no ha muerto digo... Ya tiene ciento tres años, está postrada en cama y no reconoce casi a nadie que se le cruza por el frente pero-

— Ruther ya cierra la boca, no te sobrepases —espetó ella, mirándolo con el ceño fruncido y esa mirada que pasó de ser verdosa a rojiza rubí, mientras soltaba un suspiro molesta y negaba ante el rubio irritante—. ¿Las brujas te mandaron?

— En parte —sonrió, y a Yashiro se le hacía irritable que a veces no lograra ver lo que él pensaba, a veces simplemente era impredecible—. Te mandaron un regalo —una sombra negra como llamas de fuego se asomó en la palma de su mano, y tras unos cuantos segundos, un laargo cordel de cuero junto a un amuleto de forma abstracta colgó de entre los dedos del hombre, y fue extendido hacia la castaña.

— ¿Qué es? —espetó, antes de tomarlo, pues a pesar de que tenía su total confianza en aquel aquelarre, no podía aceptar algo de lo cual no tenía ni la menor idea de que era.

— Bueno, dijeron que para alejar la mala suerte —sonrió, y Yashiro solo alzó una ceja incrédula mientras tomaba el colgante y lo observaba desde todos los ángulos posibles.

— ¿Desde cuándo me he visto alejada de la mala suerte? ¿Acaso sabes por qué quise estudiar con ellas? Intente cada maldita cosa y estoy completamente segura que ni el más mínimo rasgo de práctica de brujería servirá conmigo, además ¿¡Puedes creer que el Diablo no quiso hacer un pacto conmigo porque soy una maldición y no un humano!? —espetó, totalmente ofendida, mientras guardaba el amuleto en el bolsillo de sus jeans y fulminaba con la mirada al rubio que, sin importar cuanto tiempo pasara, nunca se cansaría de escuchar sus constantes quejas cada vez que se veían.

— Me lo imagino —se limitó a responder, manteniendo esa despreocupada sonrisa que solo irritó más a la castaña. Hizo un ademán con su mano a la vez que su ceño se fruncía y sus ojos se cerraban con fuerza intentando mantener la calma.

— Como sea, ve al grano, solo me estás metiendo conversa porque nunca fuiste directo conmigo —sí, era cierto, a veces aquel hombre no tenía miedo a morir con su manera de hablar, de bromear, era un experto en sobrepasar la raya y hacerte perder la paciencia. Pero con Yashiro por otro lado era diferente, ya que no quería molestarla en hacer que se levante y vaya a golpearlo una vez que haya perdido la paciencia, es decir ¿¡Para qué vamos a ensuciar sus puños!?

— Oh, bueno... ¿Qué hay de ese chico? —preguntó, esta vez su sonrisa no era despreocupada, sino que era simple e impredecible, con esa mirada vacía imposible de leer.

— ¿Y a ti qué carajos te importa? —espetó ella, con una mueca de molestia en su rostro mientras ladeaba levemente su cabeza, pero ante su respuesta la expresión del otro no cambió demasiado.

— ¿Qué es él para ti? —volvió a preguntar, y el silencio invadió por un largo tiempo.

Yashiro mantuvo su ceño levemente fruncido, mientras su mirada expresaba seriedad. Podía notar que el rostro del hombre era neutro. No lograba descifrar a qué quería llegar con dichas preguntas, creyó que el tema sobre Nakerama había quedado atrás, pero su expresión no demostraba esos molestos celos infantiles, sino que seriedad pura.

— Es alguien a quien en este periodo de vida he llegado a valorar tanto, e incluso más, que a quienes me acompañaron hace cientos de años —respondió ella, segura de sus palabras mientras ladeaba levemente su cabeza y apoyaba un brazo en el respaldo del sofá.

— Me recuerda a alguien, ¿No lo olvidaste? Ese... Tiene el mismo nombre ¿No es así? —mantenía esa sonrisa indescriptible, mientras Yashiro, comprendiendo sus palabras, solo frunció su ceño aún más de lo normal, mientras su mandíbula se tensaba y desviaba la mirada hacia un costado.

— ¿A qué quieres llegar con todo esto? —espetó, sin girar a verlo, permaneciendo en su lugar estática, pero en su interior totalmente intranquila.

— Uh, bueno, las cosas se pondrán un poco inquietas prontamente.

El pelirosa-palo temblaba, temblaba de pavor mientras a rastras se asomaba a la entrada del cuarto de Nobara. Con suerte podía aguantarse a sí mismo, sus piernas trémulas le impedían caminar con normalidad, y sus manos le proporcionaban algo de ayuda sujetándose del muro junto a él.

La castaña escuchó los tres toques a su puerta. De mala gana se levantó de su cama y se dirigió a la entrada en aquellos pantalones de dormir púrpura oscuro y la camisa ceñida de tirantes blanca.
Para cuando abrió la puerta de su cuarto, el pelirosa-palo derrumbado soltó un sollozo, dio dos pasos, y terminó por caer en los brazos de Nobara que, sin tiempo de reaccionar ni al llanto del chico ni mucho menos a su peso, cayó al suelo con el adolescente en brazos y se urgió creyendo que algo grave había pasado.

— ¡FUSHIGURO! —llamó, esperando realmente que el nombrado pudiera escucharlo desde el otro cuarto. Segura de que la escucharía, pues fue un grito fuerte, lleno de preocupación, mezclado con los sollozos del adolescente en sus brazos que se aferraba hacia ella como si fuera lo último en la faz de la tierra, humedeciendo su hombro de lágrimas y sintiendo la calidez de sus brazos rodearlo.

Vamos, ¿Qué era ese escándalo? Nuevamente se sentía de esa devastadora manera, pero a diferencia de la primera vez, no era a causa de las puñaladas y la hemorragia que lo dejó al borde de la muerte, sino esa presión en el pecho y el nudo en la garganta que de golpe le llenó los ojos de lágrimas, consciente de que no era él quien se sentía de esa forma.

— ¿Qué quieres decir con eso, Ruther? —preguntó, a la vez que se inclinaba hacia adelante apoyando ambos antebrazos en sus rodillas, y el nombrado, sorpresivamente; bajó la mirada permaneciendo unos cuantos segundos en silencio, con un rostro serio y sintiendo su corazón acelerado, pero no de una manera eufórica hacia ella.

No, él en realidad estaba lleno de pavor, sin saber cómo explicar la situación.

— ¡Mierda! HABLA DE UNA VEZ —alzó, como si el grito le hubiera salido del alma. El enojo se reflejaba con claridad en su rostro, pero el miedo mezclado con aquella furia era aún peor en su alto tono de voz que rebotó en el pequeño departamento y exaltó repentinamente al mayor.

— Yashiro... —llamó, con un tono que tomó por desprevenida a la nombrada.

¿Cuánto había pasado desde...? Ah, sí, habían pasado más de mil años desde que lo escuchaba hablar así, y por fin, después de ver esa estúpida expresión impredecible en su rostro, pudo notar que el asunto era serio, y que las manos del mayor temblaban tenuemente.
Lo recordaba, era exactamente como aquel día en que pregunto "¿Y qué viene ahora?", para cada uno tomar su camino por lo que parecía una eternidad.

— ¿Te crees capaz de dejar todo y... Reiniciar tu vida nuevamente? —el quería lo para ella.

— No, no lo creo —respondió ella, directa, tratándolo con un tono moderado, pues detestaba verlo vulnerable y con el rabo entre las piernas—. Le prometí a Takeshi que viajaríamos juntos recorriendo el mundo ¿Sabes? Ahora es fácil y barato, pero antes ni siquiera existían los aviones, y los barcos me mareaban cada vez más... Quedé con un trauma después de subirme al Titanic —comentó, mientras se mantenía inclinada y apoyada en sus rodillas con una mirada efusiva puesta en él, pero sus palabras no calmaron mucho más la tensión del ambiente.

— ¿Y qué más da? Después podrás conocer a alguien más, siempre lo haces ¿No? —temblaba. Su mano se dirigió al vaso de agua perteneciente a Yashiro, y tomó un sorbo mientras se veía patético, la forma en la que el vaso con agua temblaba en su mano salpicaba pequeñas gotas de agua hacia las afueras—. Ve a un pueblo en Canadá y forma una familia, tal vez podrías dejar de apegarte tanto a la etapa adolescente y tomar un camino nuevo...

— Tuve suficiente en el camino adulto, es mi vida y haré lo que se me dé la gana. En cambio, tú, tienes una cadena anclada al cuello y a las muñecas y ¿Sabes que hay al final de esas cade-

— Yashiro tu padre está vivo —espetó, antes de que ella terminara con la frase que escuchaba siempre justo en el momento en que siempre era enviado al infierno.

Se sentía como un débil humano, temblando de nervios y pavor mientras un nudo se le formaba en la garganta. Se sentía débil y patético frente a alguien con quien siempre se demostraba firme e incluso a veces indiferente.
Recuerda ese entonces en el cual Yashiro era tan solo una pequeña de diez años que, consciente del comportamiento cínico del hombre con intenciones de devorarla por completo, lo admiraba por su conocimiento sobre el mundo exterior, cuando para el momento los otros continentes ni siquiera habían sido descubiertos por el resto de los humanos.

Ahora los roles de alguna forma se veían invertidos. Si bien, Ruther se había encargado de darle la mejor educación posible totalmente adelantada sobre el mundo a comparación de los restos de niños en la época, pero su evolución y educación como persona, y sobre el manejo de su poder; fue evolucionando nada más que menos por ella misma. El solo la veía desde una banca sintiéndose orgulloso, estremeciéndose de que probablemente Sukuna sonreiría con calidez nuevamente al verla de esa manera fuerte y segura de sí misma.

Una sonora carcajada salió de la boca de la mujer. Una carcajada que resonó en el lugar, fuerte y larga. En un principio, el rubio se exaltó en su lugar creyendo que se le saldría el corazón del pecho, pero luego de un tiempo hizo lo posible por relajarse sin comprender a qué se debía su risa.

— ¿Te crees bueno haciendo bromas, Ruther? —espetó, alzando una ceja incrédula y esbozando una sonrisa ladina y burlona, una expresión que demostraba al mil por ciento de que realmente había creído que aquellas palabras trataron de un chiste.

Pero el silencio luego de ello prevaleció por largos minutos, minutos que se hicieron eternos y que poco a poco iban deformando la mueca de burla de la castaña a una de seriedad. Su ceño se fruncía al mismo tiempo en que su mandíbula se tensaba.

— Estás mintiendo, ¿No es cierto? —espetó, nuevamente estremeció por completo al mayor mientras la respiración de la muchacha poco a poco se aceleraba. El puente de la nariz le picaba, sus ojos se cristalizaban tornando borroso su alrededor. Su relajada postura se tornó tensa—. Estás mintiendo porque yo estuve ese día allí, en la cabaña... Los hechiceros quisieron acabar conmigo luego de hacerlo con él, Ruther, yo vi claramente, como él era destrozado y arrebatado de mi lado —relató, mientras su voz se quebraba y el mayor solo mordía el interior de sus mejillas.

Justo aquel día que la muchacha relataba, el mayor había sentido la tristeza y el pavor de un humano en su mayor esplendor, y no solo desprendía del tembloroso cuerpo de una pequeña de para entonces doce años, sino que también del cuerpo de la maldición que la había protegido con todo su ser durante dos años.

— Yo lo se-

— ¡TÚ...! —gritó, y su voz se cortó.

Trago en seco a la vez que su mano izquierda temblorosa se dirigía a su boca, cubriendo esta mientras las lágrimas rebasaban finalmente sin aguantar en sus ojos. Las lágrimas saladas corrían por sus mejillas como gotas de aguas contra un ventanal en un día lluvioso, en medio de una tormenta.

Ruther parecía ser el trueno. Yashiro el rayo. Una pura tormenta eléctrica en una pequeña sala de estar, una tormenta peligrosa que podía hacerte estallar.

— Y-Yo lo vi, Ruther —dijo, mirándolo, ya no con rabia, sino con pura tristeza, su cuerpo más tembloroso que el del propio rubio—. Él murió.

— Él no murió —corrigió, y nuevamente tomaría el valor de mirar a La Muerte a la cara y decir lo que debía decir.

Sus ojos marrones se conectaron con los llorosos ojos verdes de la menor, mientras su pecho se inflaba de valor para decir la verdad, incluso si eso volvía a devastarla.

— La fuerza de tu padre, en ese entonces, nunca se vio igualada por alguien en la faz de la tierra y el inframundo... Pero con tu llegada desde el útero de tu madre, las cosas cambiaron, y ahora él sabía que tendría a alguien casi tan fuerte como él. Tú eras el simple capullo de una mariposa, pasaste tanto tiempo siendo criada entre humanos... Que en realidad nunca te viste en la necesidad de manifestar tu energía maldita, y tomaste sus costumbres como comer, a pesar de no tener la necesidad de ingerir ese tipo de nutrientes, o también a dormir, a pesar de que no lo necesitabas... Sukuna se encontraba de igual forma. Comía únicamente porque eras tú quien preparaba la comida, los pasteles, el arroz; lo disfrutaba si comía contigo a su lado —ah, estaba desviándose del tema, y él mismo podía sentir la presión de dichas palabras en su pecho—. El asunto es que... El era tan fuerte que derrotarlo por la eternidad sería algo claramente imposible para simples hechiceros que, incluso considerándose de primer grado o grado especial, en realidad no pudieron hacer demasiado si no eran más de uno... Y así ocurrió, lo habían planeado todo cuidadosamente, y nosotros dos no teníamos ni la menor idea... Atacarían de siete, y sabían que incluso así no podrían matarlo... Sabían que su cuerpo no se destruiría, así que tenían todo listo para desmembrarlo.

La castaña mordió su labio inferior, tratando de que el temblor de este se detuviera, pero fue en vano. Su mirada se desvió de los marrones ojos del hombre que hablaba con total sinceridad, y se desvió al suelo de madera clara, mientras sus manos se escondían en las mangas de su suéter.

— Él no murió —repitió—. Solo fue encerrado en sí mismo, sus partes desmembradas... Sus veinte dedos se volvieron objetos malditos de categoría especial, capaz de volver fuerte a cuanta maldición se le ocurriera portarla. Es simple, y lo sabes... Sabes sobre los recipientes, y que tu padre puede adaptarse fácilmente a uno, entonces... ¿Por qué no puedes creerme cuando te digo que ha reencarnado en un recipiente más?

Ah... Estaba comenzando a comprender por qué Ruther la había interrumpido justo en el momento que lo mandaría al infierno... ¿Cómo era lo que estaba diciendo...? ¡Ah, claro!

"En cambio, tú, tienes una cadena anclada al cuello y a las muñecas y ¿Sabes que hay al final de esas cadenas? Las manos de mi padre sujetándolas firmemente sin la más mínima intención de dejarte ir"

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