El credo de las sombras

By unlimitedworld

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El internado Berlian ha vuelto a abrir sus puertas. Han pasado cuarenta años desde que cerrara repentinamente... More

Presentación
Prólogo
Capítulo 1.
Capítulo 2.

Capítulo 3.

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By unlimitedworld

Capítulo 3

Incluso los mejores cuadernos tienen tachones

Shawn se encontraba sobre un puente que se sujetaba precariamente entre dos enormes y afiladas rocas con un río debajo, gruñendo cuando el agua chocaba contra los peñascos. El chico estaba en el centro, sujetando las cuerdas tan fuerte como le era posible, y aguantando el dolor que subía desde sus manos. Sobre su peso, la madera crujía peligrosamente, haciéndole temblar del miedo.

―¡¿Qué tengo que hacer para que me bajes de aquí?! ―gritaba al vacío, donde las aguas correspondían a su voz con un sonoro eco.

La piel de sus manos comenzó a despellejarse, y el muchacho supo que no aguantaría mucho más. Por si fuera poco, la tabla que pisaban sus pies estaba cada vez más cerca de caer al atronador río.

Y Shawn, probablemente, caería tras ella.

En ese momento, un crujido le puso la piel de gallina al chico, y, agarrándose aún más fuerte a la soga, su cuerpo se vino abajo. Tuvo que hacer un importante esfuerzo para quedarse sujeto y no caer, cosa que le costaba más y más conforme pasaban los segundos.

Con un gran impulso y mucha fuerza de voluntad, consiguió auparse de nuevo al puente ―o lo que quedaba de él―, manteniendo el equilibrio sobre las astillas de madera que restaban.

―Pasa al otro lado y sobrevive. Déjate caer y muere ―le dijo una voz, grave y regia.

Shawn, entonces, se paró, muy quieto. Se enfrentaba a una situación que suponía un dilema en su cabeza, una situación que no le había dejado dormir por las noches.

¿Vivir o morir? Muchos lo tendrían claro al instante, pero… ¿él? ¿Cuántas veces habría pensado en reunirse con sus padres?

Aquel accidente había dejado una cicatriz que nunca le sanaría, sin importar lo que hiciese. Se mordió el labio, haciendo todo lo posible para contener las lágrimas que amenazaban con inundar sus ojos.

Una voz surgió, más suave, y llegó hasta sus oídos.

―No importa lo que hagas, no importa lo que pienses, la vida merece la pena solo por ser vida. El mundo es bonito; no todo está perdido. Tienes miles de oportunidades volando a tu alrededor, solo te falta alargar el brazo y coger una, porque en aquel accidente no moriste tú. Murieron tus padres. Y ellos habrían dado la vida mil y una veces para que tú aprovecharas la tuya.

En ese momento, Shawn abrió los ojos súbitamente, girando la cabeza en busca del puente y el agua, sin encontrarlos. Miró sus manos, pero entre la penumbra era difícil vislumbrar el más mínimo detalle.

Respiraba con dificultad, quizá debido a la pesadilla que había tenido, y el sudor llenaba su frente. Pensó un rato sobre su sueño, tratando de encontrarle el más mínimo sentido.

Instintivamente, ladeó la cabeza hacia la izquierda, encontrando a Miguel, quien también estaba despierto. Los dos chicos se miraron significativamente, la luz del sol naciente reflejándose en los ojos azul marino de Shawn. El chico supo, en seguida, que su compañero tampoco había tenido una buena noche, y que el español era consciente de su mal sueño.

―Tenía ocho años ―dijo Miguel de pronto.

Shawn le miró con el rostro impávido, aguardando a que su amigo continuara hablando.

―Las peleas eran constantes en casa, y, aunque yo siempre intentaba evitarlas, aquel día no pude aguantarme ―hizo una pausa, quizá recordando lo sucedido, quizá obligándose a sí mismo a decirlo en voz alta―. Mi padre estaba gritando a mi madre. Otra vez. Iba borracho, por supuesto, y llevaba una botella de Bourbon en la mano. Mi madre lloraba, abrazando a mi hermano, que también lloraba, pero mi padre no se daba cuenta de ello. Solo tenía en mente una cosa: gritar y gritar y gritar, y echarle en cara a mi madre cosas que no eran su culpa. Ella lo había aguantado demasiado tiempo, así que se derrumbó, y mi padre se enfadó. No tardó ni dos segundos en levantar la mano.

Shawn se estremeció al mismo tiempo que Miguel.

―Me puse en medio ―finalizó, con voz trémula.

Shawn abrió mucho los ojos. No se podía imaginar a un marido pegando a su esposa, mucho menos a su propio hijo.

En ese momento maldijo su estupidez, su cobardía y su egoísmo. Estaba tan concentrado en su propia historia, en su propio dolor, que ni se le había ocurrido pensar que Miguel también había sufrido. Que alguien, en este mundo, aparte de él, pudiera esconder un infierno tras la sonrisa.

Eso se acabaría en ahí mismo, pensó. Así que apartó los pensamientos oscuros de su mente, alejando el miedo y el dolor, y se concentró únicamente en su amigo.

Levantándose, Shawn encendió la luz. Comprobó el reloj con un gruñido: las seis y cuarto. No faltaba mucho para que tuvieran que levantarse y empezar su primer día en el internado Berlian.

Volvió a su cama, no sin estirarse perezosamente primero, se sentó con las piernas cruzadas. Miguel hizo lo propio.

―Gracias ―dijo Shawn.

Miguel le miró extrañado.

―¿Por qué? ¿Por haberte amargado el primer día en la cárcel, barra reformatorio, barra centro psiquiátrico? Como si no fuera suficiente ya de por sí solo ―bromeó.

Shawn sonrió por primera vez en mucho tiempo. Esbozó una sonrisa de verdad.

―Por enseñarme tu dolor. Desde el accidente, he vivido encerrado en mí mismo, sin preocuparme por lo que otros hicieran o dijeran, apartando a todo el mundo porque no quería ser dañado otra vez. Pero tú sonríes, bromeas. A pesar de todo por lo que has pasado, sigues levantándote con fuerza todos los días.

Miguel levantó las comisuras de los labios levemente, probando lo que Shawn acababa de decir.

―La cosa mejoró ―dijo el español―. Después de aquello, mis padres se divorciaron. Seis años después, mi madre se casó con un hombre al que admiro bastante, que se ha ganado mi respeto sin usar las manos. Fue así como llegué a Estados Unidos.

―¿Era de aquí?

―De Utah, creo. Aunque no estoy muy seguro. Nos mudamos a Oregón después de la boda.

―Yo me vine a vivir con mi abuela aquí después de lo de mis padres. Era el único familiar que quería hacerse cargo de mí, así que... ―Shawn se encogió de hombros―. Antes vivía en Tampa, Florida.

Miguel asintió. En ese momento, unos fuertes golpes resonaron en la puerta.

―¡Miguel Fuertes y Shawn Haleford, es hora de levantarse!

Los dos chicos se sobresaltaron en respuesta al repentino ruido, y pronto se pusieron en marcha. Se vistieron deprisa, colocándose los pantalones negros, el polo blanco y el jersey azul, y salieron al pasillo, encontrándose de frente con Takeshi y Felix, quien saludó animadamente con un “buenos días”.

―Alguien aquí ha conseguido conciliar el sueño, por lo que veo ―Miguel alzó una ceja inquisitiva.

―Y que lo digas ―respondió el alemán―. Yo soy el único de aquí que se ha cruzado el Atlántico y todo el continente americano el día antes de venir aquí.

―¿No vivías aquí? ―preguntó Shawn.        

El grupo echó a andar por el pasillo, sus pasos resonando contra el abovedado techo del internado, cuyos arcos parecían estar inalcanzablemente altos.

―Vivo en San Francisco, pero paso todo el verano en Alemania, con el resto de la familia.

Cuando llegaron a las escaleras, el único punto en común para chicos y chicas, todos se quedaron petrificados.

El cartel que Shawn había visto el primer día, que prohibía la subida a la cuarta planta, había sido decorado con una sustancia roja y líquida, que resbalaba por la pared de granito en una lenta carrera.

―¿Eso es…? ―preguntó Felix, poniéndose pálido.

―Sangre ―completó Miguel, completamente horrorizado.

―¿Por qué querrían repasar las letras con sangre? ―Shawn desistió por fin en su intento de apartar la pregunta obvia que se le venía a la mente, que no era menos perturbadora que la escena que se sucedía ante sus ojos.

―¿De quién será? ―inquirió Takeshi, hablando con ellos por primera vez desde su llegada. Había puesto voz a los pensamientos del estadounidense, quien daba gracias al otro chico por haberle ahorrado el gastar saliva para tal atrocidad.

La expresión del japonés, habitualmente indiferente, mostraba ahora una clara inquietud.

―¡Es la sangre de Patrick Rothman! ―exclamó alguien en la multitud que ya se había formado, levantando susurros de miedo.

Shawn y Miguel se miraron, extrañados.

―¿Y quién es ese? ―preguntó el español.

Shawn se dio cuenta, mirando al pequeño grupo congregado, de que los cuatro chicos eran los únicos de último curso.

―El de ayer. Cuando nos enviaron todos a la cama ―respondió una chica a la que se le notaba un deje de angustia en el tono de voz.

―¿Cómo va a ser su sangre? ―preguntó Felix―. No son más que tonterías ―constató, con voz firme.

―Ayer me cogió un trozo de pan porque yo le dejé, una profesora le vio y le sacó de la mesa. Luego nos mandaron a todos para arriba. Esta mañana no estaba, y su cama estaba hecha ―explicó el que Shawn suponía que era su compañero de habitación.

Era un chico menudo y bajo, con la cara marcada por el acné, y cuyos ojos estaban encuadrados por ojeras, bolsas moradas bajo los párpados inferiores que denotaban su falta de sueño.

―A lo mejor le echaron la peta, y luego, como era muy tarde, se quedó en el cuarto de algún profesor ―aventuró Shawn con voz calmada, aunque no las tenía todas consigo. Aquel internado le daba muy mala espina.

―Santo Dios ―exclamó Miguel en español.

―¿Qué ha dicho? ―preguntó otro chico, mirando extrañado al español.

Shawn sacudió la cabeza, con los pensamientos por las nubes.

―Bajemos a desayunar. Seguro que el tal Patrick está allí.

No estaba.

Miguel no dejaba de mirar al sitio vacío que había dos mesas más allá.

―Córtate un poco ―le regañó Shawn.

El español suspiró.

―Es solo que tengo muchas cosas en la cabeza. Era sangre, estoy seguro. Me pongo malo cuando veo sangre, ya lo has visto.

―Las clases no empiezan hasta las nueve ―le recordó Shawn, dándole a entender que podrían hablar más tarde.

Miguel asintió, apurando la leche que quedaba en su taza.

El resto del desayuno transcurrió en silencio, hasta que un profesor llamó su atención.

―Hoy es su primer día en el internado, así que las clases no empezarán hasta mañana. Para que conozcan a fondo el edificio, se organizarán dos grupos, por cursos, para hacer una visita guiada por el centro ―dijo la Sta. Olsen―. Hasta entonces, les pediremos que recojan sus cuartos, ya que se hará una inspección todos los días a las nueve ―y, tras una larga y silenciosa pausa―: pueden continuar con el desayuno.

Cuando terminaron, Takeshi y Felix se subieron pronto para organizarse la limpieza del cuarto, dejando a Miguel y Shawn solos, mientras el español terminaba de comer la galleta que estaba masticando.

―Esta noche ha pasado algo muy raro.

―¿Aparte de todas las flatulencias que has expulsado? ―bromeó Shawn.

Miguel rio, a su pesar, pero luego sacudió la cabeza, volviendo a adoptar una postura seria.

―He tenido un sueño muy extraño, pero me he despertado entre medias, y había… ruidos.

―¿No eran los gases?

―Lo digo en serio ―protestó el español.

―Lo siento. Es solo que… me parece mucho peso, todo lo que está pasando. Es una buena manera de quitarle carga, bromear sobre ello.

―Ya, lo sé. Pero aun así. Eran como martillazos, con algún grito entre medias. No lo recuerdo muy bien, porque me quedé dormido al instante. Pero te aseguro que no eran nada normal.

―¿Seguro de que no seguías soñando? ―El chico odiaba insinuar que su amigo se lo estaba inventando, pero, ¿qué otra cosa podría hacer?

El español se encogió de hombros, cerrando los ojos un instante. Cuando los abrió, dijo:

―No lo sé. Quedémonos despiertos esta noche, un rato, para ver si fue algo de verdad o simples imaginaciones mías ―Miguel bajó la cabeza.

―No creo que sea buena idea ―su compañero se mordió el labio inferior, pensativo―. Mañana empiezan las clases, y me gustaría estar descansado.

El español asintió.

―¿Lo dejamos pasar, entonces, a no ser que se repita?

―Está bien.

―Vamos a recoger esa habitación, anda.

Los dos se levantaron, dejando la estancia bajo la atenta mirada de una chica que comía en silencio, con los ojos puestos en la nuca del chico estadounidense.

―Es un buen trabajo ―dijo Shawn, satisfecho, observando cómo había quedado el cuarto.

―Sin duda ―agregó su compañero, que no podía estar más de acuerdo.

Las camas estaban perfectamente arregladas, y el suelo, pulcro y limpio, había quedado libre de cualquier objeto que molestara.

No habían tardado mucho en hacerlo, en parte porque no había mucho que recoger, en realidad, y en parte porque Shawn se había encargado de dividir el trabajo estupendamente bien.

―Vámonos, entonces.

Abrieron la puerta, encontrándose el pasillo vacío, excepto por un par de chicos que se acercaban hacia ellos, probablemente dirigiéndose hacia su habitación.

Sin embargo, se detuvieron ante los dos amigos.

―¿Eres Shawn Michael Haleford? ―le preguntó uno de los muchachos, quienes tenían un año menos.

―Solo Shawn ―replicó el chico, receloso.

―Tienes que venir a ver esto ―le dijo el otro muchacho, con la preocupación pintada en su mirada.

Shawn echó una breve mirada a su compañero de cuarto, y este asintió con determinación. Los cuatro echaron a andar hacia las escaleras, deteniéndose junto a la habitación número setenta y uno.

La puerta tenía algunas marcas junto a los goznes, como si hubiera sido forzada numerosos años atrás. Miguel se las quedó mirando, extrañado, con las preguntas rebotando contra las paredes de su cerebro.

El interior no era menos perturbador.

Los dos chicos habían separado una de las camas de la pared, dejando al descubierto lo que, en un rápido vistazo, parecería pintura marrón, cuando era muchísimo más que eso.

―¿Eso es sangre seca? ―inquirió Shawn, con los ojos abiertos.

―Eso creemos―respondió el más bajito.

―Nombres ―exigió saber Shawn―. ¿Cuáles son vuestros nombres?

―Peter Shole ―respondió uno de ellos, señalando hacia su compañero, que tenía en la muñeca un brazalete de cuero―. Y Richard Akaris ―se colocó la mano sobre el pecho, indicando que aquel nombre le correspondía a él.

―¿Conocíais a Patrick?

―No. Solamente le vimos cuando le retuvieron en el Comedor. Hasta entonces, ninguno de nosotros sabía de su existencia ―respondió Richard.

―Pero… eso no era lo que te queríamos enseñar ―añadió Peter.

Shawn se giró hacia Miguel, sorprendido por el “te”. Su compañero solo se encogió de hombros.

―Si es más sangre… Yo ya he tenido suficiente por hoy ―dijo el español.

Richard terminó de mover el armario con grandes esfuerzos, descubriendo una pared llena de tachones y letras, que, aparentemente, no tenían ningún sentido.

Shawn se acercó, sin captar todavía qué era lo que requería su atención, hasta que lo vio.

La cuidadosa caligrafía, el nombre: Michael Jonathan Haleford.

―Este… este es el nombre de mi padre.

Peter no se inmutó.

Shawn siguió mirando, pasando los dedos por la pared, en un intento por encontrar algún sentido a aquello.

En ese momento vio una cosa más. Era un corazón, aunque difícil de distinguir. En su interior, cinco letras habían sido grabadas a conciencia.

MH & SB.

―¿Cómo es posible que estén aquí las iniciales de mi padre?

―Creemos que esta era su habitación ―respondió Richard, sin inmutarse.

―¿Cómo es eso posible, siquiera? ―repitió Shawn, incrédulo.

―¿No te dijo nada nunca sobre Berlian, o sobre cómo o dónde conoció a tu madre? ―inquirió Peter.

El chico negó con la cabeza, todavía en estado de shock.

―Qué pena que no les puedas llamar. Podrías preguntarles ―Richard se encogió de hombros, y Miguel se mordió el labio al escuchar el terrible error que había cometido el muchacho, inintencionadamente.

―Daría igual, de todas maneras.

―¿Por qué? ¿Es que no quieres saber por qué demonios están las iniciales de tu padres grabadas en la pared de la esta condenada habitación, en el sitio más escalofriante del mundo?

―No, es solo que… No cogerían ―Shawn se encogió de hombros, forzando la sombra de una sonrisa, que no llegó a ser más que eso.

Los otros dos chicos tardaron un poco en pillar lo que Shawn quería decir, pero, cuando lo hicieron, cerraron el pico.

Entonces llegó un profesor, que se detuvo al principio del pasillo.

―Alumnos de penúltimo curso, se requiere su presencia en el Gran Salón. Los de último curso pueden quedarse en sus habitaciones o en las zonas comunes hasta nuevo aviso ―medio gritó, con aquella voz monódica e inexpresiva que todos los profesores parecían tener.

Peter y Richard se quedaron mirando a los otros dos chicos.

―Tenemos que irnos ―dijo el de la pulsera.

―Ya pensaremos en algo ―respondió Shawn, encabezando la comitiva fuera del cuarto, y separándose de Peter y Richard para dirigirse hacia su habitación, con Miguel a su lado.

En el último momento, se giró en redondo, llamando a Peter, que aún no había empezado a bajar las escaleras.

―Gracias ―dijo, cuando se hubo acercado―, por enseñármelo.

―No hay de qué ―el otro sonrió, y siguió al otro, que ya iba por el primer rellano.

Miguel y Shawn entraron en su propio cuarto, cada uno sentándose en sus respectivas camas.

―Hay demasiadas preguntas ―dijo el estadounidense, al fin.

―Sí. Probablemente deberíamos hacer una lista, o un gráfico, o quizá un esquema. Los esquemas son muy prácticos.

Shawn se le quedó mirando de forma extraña.

―¿Qué? ―inquirió Miguel, ante la inspección que sufría a manos (a ojos, vaya) de su compañero de cuarto.

―Es una buenísima idea.

El chico se levantó, haciéndose con papel y boli en menos de siete segundos. Se sentó al escritorio que había entre sendas camas y se puso a escribir.

―Díctame ―le pidió a su amigo.

―Santo Dios, está loco ―masculló el otro en español.

―Voy a tener que aprender español ―murmuró Shawn, más para sus adentros que hacia su amigo, aunque este no tuvo problemas para oírlo.

―Hum… A ver. Primero tenemos la desaparición del chico este… Patrick Rothman.

Shawn escribió el nombre en la hoja de papel.

―Después está este aire frío raro y el cartel de las escaleras.

El boli se movió de nuevo por el folio a gran velocidad.

―La sangre en este último ―siguió enumerando Miguel―. Los profesores raritos. Las estrictas normas y los ruidos raros.

Shawn levantó la cabeza al oír esta última, pero decidió escribirla igualmente.

―Y, por último, el no perturbador en absoluto hecho de que el nombre y las iniciales de tus padres están escritas, o, mejor dicho, grabadas, en una de las paredes de la habitación setenta y uno.

―Lo que solo puede significar que ambos estudiaron en Berlian ―completó Shawn, levantando la vista del papel.

 ―O, quizá, tu padre había empezado a salir con tu madre antes de ingresar en Berlian.

EL otro negó con la cabeza.

―No. Si algo me dijeron acerca de su vida escolar, es que ambos estudiaban en el mismo instituto, y que fue entonces cuando se enamoraron. Aunque, debo decir, nunca especificaron que era un internado. O que era tan escalofriante.

Miguel asintió, quedándose en silencio un rato.

―¿Sabes cuál es el siguiente paso? ―preguntó finalmente, esperando que su compañero diese con lo que se le pasaba por la cabeza.

Shawn miró a su compañero directamente en los ojos, percatándose de que no eran tan oscuros como había pensado, sino que tiraban más hacia el color miel.

Miguel suspiró.

―Bueno, tonto, pero al menos guapo ―dijo, con tono de broma.

Shawn alzó una ceja, divertido.

―Tenemos que conseguir una espía ―dijo el español, entusiasmado.

―¿Una?

Miguel asintió, levantando una mano hacia su barbilla, rascándosela en ademán pensativo.

―Ahora, el problema es, ¿quién? Habrá que encandilar a alguna…

―Creo que tengo a la candidata perfecta ―interrumpió Shawn, sonriendo.

Miguel sonrió a su vez, trazando el plan en su cabeza.

Maya estaba en la sala común, leyendo un libro. Sus ojos pasaban por las palabras como si volaran, saltando de una a otra, devorándolas con avidez.

No se percató de que alguien había entrado a la sala. Seguramente  hubiera cambiado la postura por una un poco menos ridícula, y quizá se hubiese retirado el pelo de la cara.

Eso, si supiese quién acababa de entrar.

―Maya ―la llamó Shawn.

Ella pegó un brinco, sobresaltada, y soltó el libro, perdiendo la página por la que iba.

Miguel soltó una risita apagada, y su compañero de habitación lo fusiló con la mirada, haciéndole callar.

―Lo siento, no pretendía asustarte ―se disculpó el chico.

Maya sacudió la cabeza, nerviosa, buscando el libro.

Shawn se agachó y recogió el objeto, buscando el lugar donde la chica se había quedado leyendo.

―Página doscientos setenta y tres ―le dijo Miguel.

Shawn buscó la hoja que le había indicado su amigo y se lo tendió a la chica, preguntándole con la mirada si era correcto.

Ella asintió, dedicándoles a ambos una sonrisa agradecida mientras cogía el libro, rozando sus dedos con los del chico.

Shawn se giró hacia el español, con la ceja enarcada.

―¿Cómo demonios lo sabías? ―le preguntó.

―Tengo buena vista y memoria fotográfica ―el otro se encogió de hombros.

―Guay ―respondió el estadounidense, volviendo a centrar su atención en la chica―. ¿Estás bien?

Maya asintió, obligando a su corazón calmarse tras el susto que los chicos le habían dado.

―¿Qué necesitáis? ―preguntó, curiosa.

Shawn echó un último vistazo a su compañero, comprobando que no había cambiado de opinión respecto a su plan, y se volvió hacia la chica.

―Tenemos que hablar contigo.

Así que, entre los dos, consiguieron resumirle todo de lo que se habían enterado con un montón de palabras y gestos entrecortados.

Shawn omitió el detalle de la muerte de sus padres, pensando esta vez en Maya, de quien no sabía nada, y a quien prefería ahorrarle el sentir pena por él.

Maya se quedó pensando durante un buen rato, y ninguno de los chicos se atrevió a decir palabra, temerosos por que la información fuera demasiada para ella, o que no aceptara ayudarles.

Finalmente, tras casi diez minutos en silencio, Maya asintió.

―Está bien. Pero no entiendo dónde encajo yo en todo este embrollo.

―Necesitamos algo así como una… infiltrada. Una espía en la zona femenina ―contestó Shawn.

Miguel asintió, con una sonrisa cómplice adornándole el rostro.

―Tienes que averiguar si hay alguna escritura en las habitaciones relacionadas con mis padres, o cualquier otra cosa rara que encuentres.

―Exacto. Queremos estar al tanto de todo lo que pasa en el internado. Hay algo que no me gusta en todo este asunto ―dijo Shawn.

―Ya somos dos ―agregó Miguel.

―Pues eso nos hace tres.

Y todos se echaron a reír.

Se quedaron allí media hora, hablando sobre temas banales, olvidándose por un momento de las muertes, la sangre y el escalofriante lugar en el que se encontraban.

Un profesor entró en la sala, avisándoles de que tendrían que ir al Gran Salón inmediatamente. Por fin conocerían el edificio que tantas preguntas les había formulado en menos de veinticuatro horas.

Se quedaron los tres juntos, reuniéndose con Takeshi y Felix cuando entraron en la estancia.

―Es un grupo bastante curioso, ¿verdad? ―dijo Maya, tras dirigir una mirada a los dos nuevos chicos.

―¡Os lo dije! ―exclamó Felix, complacido con la nueva integrante.

Sin mediar más palabra, se alejó para saludar a un chico, con Takeshi pisándole los talones.

―¿Ellos también saben todo esto? ―inquirió Maya, una vez se hubieran ido.

Shawn negó con la cabeza.

―Al menos de momento.

―Alumnos, por favor ―les llamó la atención la Srta. Olsen.

Todos los estudiantes dejaron de hablar, y el murmullo ahogado que se escuchaba cesó de pronto.

―Saludos de nuevo, alumnos de último año ―dijo aquella característica voz grave. Shawn se descubrió pensando en un hombre mayor, aunque, por más que mirara a su alrededor, el sonido parecía no tener un emisor.

―Recuerda poner eso en la lista ―le susurró Miguel, lo suficientemente alto como para que Maya lo oyera también.

―¿El qué?

―Lo de la voz esa rara.

―Hecho ―respondió Shawn, volviendo a centrar su atención en la profesora, que les miraba con gesto de desaprobación.

―La Sta. Olsen y el Sr. Jefferson les enseñarán a todos las zonas que deben conocer del edificio. Si en su estancia en el centro descubren un lugar que no les ha sido mostrado, no se molesten en investigarlo, pues eso significará que tienen prohibido pisar por allí.

En la Voz (como habían decidido llamarla, gracias a la originalidad de Miguel) se palpaba una amenaza explícita que ningún alumno pasó por alto. El silencio se hizo, si cabe, aún más ensordecedor.

―Procedamos ―terminó quienquiera que estuviese hablando.

Los dos profesores se encaminaron hacia la salida del Gran Salón, y los alumnos pronto se empezaron a mover detrás de ellos.

―¿Quién demonios es el Sr. Jefferson? ―preguntó Miguel, con el ceño fruncido de una manera rara y divertida.

―Da Física y Química, creo ―respondió Maya, un poco distraída.

Shawn no prestaba atención a sus amigos. Los pensamientos del chico habían volado al día en que sus padres murieron, cuando todo lo que había dentro de su ser había colapsado.

De pronto recordó un detalle, un resquicio que se había perdido en algún rincón de su memoria.

Era agua, mucha. Él se ahogaba; sus pulmones luchando para meter aire en el cuerpo, luchando por seguir vivo.

Se sobresaltó al notar una mano sobre su hombro, y se giró para descubrir a Miguel mirándole con extrañeza.

―Oye, ¿estás bien? ―le preguntó, con la mirada cargada de preocupación.

Shawn asintió, forzando una sonrisa que no convenció del todo al español.

El chico se quitó la mano de su compañero del brazo y fue a hablar con Maya, dejando detrás a un Miguel realmente confundido.

Los tres se encontraron junto al umbral de la puerta a Takeshi y Felix, quien hablaba animadamente con otro chico, que, a vista de todos, era exactamente igual que el alemán, exceptuando que tenía un par de centímetros menos de altura.

―¿Es tu gemelo? ―preguntó Maya, incrédula.

El clon de Felix negó con la cabeza.

―Creedlo o no, somos mellizos.

―Lo que sea ―replicó la chica, dando a entender que le daba igual.

Felix negó con el dedo.

―Hay una diferencia.

El hermano del alemán se giró hacia los demás, levantando una mano.

― Me llamo Frederick, por cierto, aunque todos me llaman Fred, o Rick, según les viene ―se encogió de hombros con una sonrisa.

―Miguel ―se presentó el español―. Y el pánfilo este de aquí es…

―¿Shawn Haleford, verdad? ―le cortó Fred.

El chico asintió, reprimiendo su impulso de preguntar cómo demonios lo sabía.

―Me he enterado de lo de las marcas que hay en la habitación setenta y uno.

―¿Qué marcas? ―inquirió su hermano.

―Larga historia ―respondió Miguel, prometiendo con la mirada que se lo explicaría todo más tarde.

―Yo soy Maya ―dijo la chica, haciéndose notar.

Todos se volvieron hacia ella, y Fred tuvo que hacer un esfuerzo por mantener la vista fija en sus ojos.

Una mezcla de sentimientos encontrados embargaron a Shawn.

―No eres de aquí, tampoco ―observó Fred.

Ella negó con la cabeza, feliz de que alguien se hubiera dado cuenta.

―Nací en Sídney, Australia, pero me mudé hace un par de años ―les contó.

―No me jodas. ¿En serio? ¿Es que vamos a ser un grupo multicultural? ―exclamó Shawn―. ¿Cómo te has dado cuenta, de todas maneras? Ni siquiera tiene acento.

―Solo un australiano puede tener los ojos azules, pelo rubio y una piel tan morena ―Fred se encogió de hombros.

Shawn examinó a Maya, como también lo hicieron los otros, incluido Takeshi.

La chica empezó a sentirse incómoda ante tanta mirada, así que echó a andar, empujando a los chicos a su paso.

―Ya está bien, ¿no? ―les regañó―. Suficiente por hoy.

Se mantuvieron en silencio durante el primer tramo, que incluía lo que ya habían visto: el Gran Salón y el Comedor. Solo hablaban Felix y su hermano, y, como lo hacían en alemán, ninguno de los otros quiso meterse en una conversación que no entenderían.

Miguel masculló algunas cosas en español, normalmente palabrotas o improperios, y Shawn se apuntó mentalmente que se tendría que acordar de pedirle que le enseñara palabras en español ―especialmente los tacos―, a pesar de que estudiarían el idioma en el internado.

Además de alemán, francés y la propia lengua inglesa.

Shawn suspiró. Le esperaba un duro año. A él y a todos.

―… del Gran Salón a la derecha del todo, junto a la puerta principal, se encuentra la cocina. Por supuesto, tienen todos vetadas la entrada ―explicaba la profesora―. En frente, las zonas comunes, una para cada curso. A la derecha de estas, secretaría, como ya saben todos ―agregó, dirigiéndose hacia esta última sala.

―Oye ―dijo Maya, acercándose hacia Shawn―. Me acabo de dar cuenta… Según tengo entendido, todos los colegios suelen estar dirigidos por alguien, ¿verdad?

El chico asintió, medio perdido en sus propias cavilaciones.

―Y en los internados, es la figura más importante. Normalmente suele ser quien recibe a los alumnos el día de su llegada, y suele estar supervisando todo el rato.

El chico frunció el ceño, demasiado distraído como para averiguar adónde quería llegar su amiga.

Maya resopló con exasperación.

―Dios, estoy rodeada de idiotas.

“Guapos, al menos”, no pudo evitar pensar.

―¿No te parece extraño que no hayamos oído nada acerca del director de Berlian? ¿Que no sepamos quién es y que nadie haya dicho nada? ―continuó la chica.

―A lo mejor es uno de los profesores ―opinó Shawn, pensativo.

―No creo. Son todos tan…

―¿Iguales? ―terminó el chico, sonriendo.

Maya sonrió a su vez, aunque luego volvió a la expresión seria.

―El caso es que creo que debería estar en la lista esa de “cosas para nada perturbadoras” que tienes.

―Un momento ―el corazón de Shawn empezó a bombear sangre con fuerza conforme las conjeturas se transformaban en una idea fundamentada―. ¿Y si hubiera una figura que sobresale del resto, autoritaria, y se nos está pasando por alto?

―No te sigo.

―¿Y si la voz y el director desconocido resultan ser el mismo?

―¿Y qué razones tendría para no querer mostrarse?

Shawn sacudió la cabeza al tiempo que fruncía el ceño.

―Lo que no entiendo ―dijo, con un toque preocupado en sus ojos de color aguamarina― es que no hay altavoces en ninguna parte del internado.

Resultó que, a través de secretaría, era posible acceder a los jardines exteriores. Shawn estaba mirando los despachos con detenimiento, ensimismado, y no frenó a tiempo, por lo que, sin darse cuenta, se chocó contra un chico que había delante, hablando excesivamente alto.

El muchacho se volvió hacia Shawn, con una mirada furibunda en el rostro. Llevaba el pelo echado hacia atrás, pegado con gomina en el cocorote, y Shawn pudo observar que incluso se había echado un poco de maquillaje.

Se rio por lo bajini sin que ningún otro lo notara.

―¿Es que tienes los ojos en el culo? ―le espetó, medio gritando.

Miguel apareció en seguida, colocándose al lado de su compañero de cuarto. Cuadró la espalda, haciéndose incluso más alto que antes.

El otro chico no se amilanó.

―¿Y tú quién coño eres? ―le preguntó a Miguel, con un deje en la voz que molestó gradualmente a Shawn.

―Mi amigo ―replicó, con un asco repentino que le acababa de coger al otro muchacho.

―¿Seguro que es solo tu amigo? ―inquirió, haciendo sonidos asquerosos con la boca.

―Gilipollas ―le soltó Miguel en español.

―¿Perdón?

Shawn rio, a pesar de no saber lo que significaba la palabra “gilipollas”. Supuso que era un insulto. Bastante gordo, además, a juzgar por la cara de su amigo.

―¿Qué ha dicho? ―le espetó a Shawn, agarrándole el cuello del jersey.

El estadounidense no dudaba que, de querer, el otro chico podría levantarle en el aire cogiéndole solo de la ropa, aunque le dejó con los pies bien puestos en el suelo.

Se acercó al chico, como para susurrarle algo al oído. Su expresión amenazadora se vio desbaratada por el comentario que soltó Miguel, justo en el momento en que llegaban Felix y Rick.

―¿Qué decías de alguien siendo gay?

Los dos hermanos rieron fuertemente, con los ojos bien abiertos por la sorpresa.

―¡Anda! ―exclamó Fred, al verle la cara al chico del pelo engominado. Los ojos oscuros de este último se clavaron en los del alemán―. ¡Si es mi gran amigo Jimmy Parsey!

―¿Sois amigos? ―inquirió su hermano, claramente extrañado.

Fred le dio una colleja.

―¿Es que te tengo que hacer un cartel de neón en el que ponga “sarcasmo”?

Shawn rio.

Jimmy fue a añadir algo, pero una profesora les llamó la atención, lanzándoles una mirada que bien podría haberles hecho temblar.

―Armselig ―masculló Felix en alemán, volviéndose después para atender a la profesora.

El chico con el pelo engominado se giró de mala gana, pensando en alguna manera de devolverles la jugada.

Atravesaron el umbral de la puerta que los separaba del exterior, y Shawn se dio cuenta entonces de que sus retinas ―y las de todos los alumnos en el centro― se habían acostumbrado a la pobre luz que proporcionaban las distintas bombillas colocadas a lo largo de los pasillos, y que probablemente le costaría adaptarse de nuevo a la luminosidad del Sol.

En efecto, no se equivocaba. Todos, sin excepción alguna, se taparon los ojos en cuanto atravesaron la puerta. Todos, excepto los dos profesores, claro está.

―Esos tíos son como vampiros ―dijo Maya, haciendo un gesto hacia los adultos, que esperaban a que todos los adolescentes se acostumbraran al súbito resplandor dorado.

―La verdad, no me extrañaría para nada ―respondió Shawn, echando a andar con el grupo para no quedarse atrás.

―A la izquierda ―dijo, esta vez, el Sr. Jefferson, señalando hacia la izquierda― podéis ver la sala de esgrima. La practicaréis los miércoles.

―Y a la derecha ―añadió la Sta. Olsen―, los establos.

Se oyeron unos murmullos ahogados que recorrieron el grupo como si de un soplo de aire frío se tratara. Shawn miró a Miguel, extrañado. ¿Establos?

Un agudo relincho les respondió desde el interior del granero, como si les hubiera oído.

―Alucinante ―susurró Felix, impresionado.

Maya tenía una gran sonrisa en la cara, señal de que le entusiasmaba la idea de montar a caballo todas las semanas.

―Practicarán hípica los jueves.

―¿No podemos entrar? ―preguntó una chica que estaba al frente del grupo―. Ya sabe, para ver los caballos y eso.

La Sta. Olsen le lanzó una mirada que le hizo cerrar la boca con fuerza.

―Tendrán tiempo de ver los establos por dentro más adelante ―contestó, tajante―. Y ahora, prosigamos.

Siguieron hacia delante, internándose en un denso bosque de árboles milenarios, cuyas ramas, retorcidas, se giraban hacia ellos.

Shawn miraba hacia todos lados, sorprendido por la inmensidad del lugar.

Caminaron durante un largo rato, y, pronto, a los chicos se les hizo notable que estaban dando vueltas.

―¿Qué se supone que significa esto? ―inquirió Miguel, molesto.

Su sentido de la orientación seguía funcionando perfectamente, cosa que no podría decirse de otros muchos jóvenes, que miraban, perdidos, hacia arriba, donde algunos rayos de sol conseguían atravesar la profunda maleza de las copas de los árboles.

Shawn negó con la cabeza, alerta. Su instinto le indicaba que había algo que no estaba bien, un fallo, pero no sabía qué era.

En ese momento, un grito cortó el aire. Los dos chicos compartieron una mirada y salieron corriendo hacia el lugar de donde provenía el ruido, con Maya pisándoles los talones.

Atravesaron el grueso círculo de adolescentes que se había formado y llegaron al interior, quedándose inmóviles cuando vieron lo que todos estaban mirando.

Era un cuerpo.

Quieto.

Y completamente lleno de sangre.

Miguel se echó a un lado para vomitar el desayuno. Shawn abrió los ojos como platos, sin poder apartar la vista del cuello del chico, donde un limpio tajo le había abierto la garganta.

Los profesores, impasibles, les apartaron a todos de allí, sin apenas echar una mirada hacia el cuerpo pálido de Patrick Rothman, que yacía sin vida a los pies de aquel árbol salpicado de sangre.

Fue en ese momento cuando Shawn sintió el miedo como una punzada real, pues, entre los mortecinos dedos del chico, había un apretujado trozo de pan.

El grupo prosiguió en silencio, siguiendo los rítmicos pasos de los dos profesores.

―Querían que le encontráramos ―decidió Shawn―. Estoy seguro.

―Pero… ¿Quién ha hecho eso? ―inquirió Miguel, que todavía tenía un color blanquecino.

―¿Creéis que ha sido un profesor? ―Maya se unió a la conversación, ligeramente distraída. Su mente volaba hacia los ojos de Patrick, que, sin brillo, no habían podido devolverle la mirada.

―¿Sinceramente? No tengo ni idea. Y aunque parezca que no hay nadie más en el centro, estoy seguro de que nos equivocamos.

―Estoy de acuerdo. Hay demasiados lugares vetados como para conocer el edificio al completo, y quién sabe lo que podría haber allí arriba ―agregó Miguel, quien, poco a poco, se iba encontrando mejor, aunque la palidez seguía adornando su rostro.

 ―Tenemos que reunirnos después ―dijo Maya―. En la sala común. Y trae la lista ―miró a Shawn, y el chico asintió, de acuerdo.

―Mientras tanto, mantened los ojos abiertos, y no os saltéis ninguna regla ―advirtió el español, con un tono trémulo en la voz.

Justo encima de sus cabezas, un aire frío removió las ramas de los árboles más altas, a pesar de que no hacía nada de viento.

Cuando por fin emergieron del bosque, se encontraron con cuatro diferentes pistas: dos de pádel, y dos de tenis.

―Impresionante. Tienen de todo ―exclamó Miguel.

Shawn asintió, aunque apenas prestaba atención a su amigo.

―Ustedes practicarán el pádel los jueves, y el tenis los miércoles.

Luego prosiguieron un poco hacia delante, bordeando las pistas, hasta ver un campo de fútbol entrecruzado con cuatro canastas.

―Aquí se practicará el fútbol, el baloncesto, el balonmano, el hockey y el lacrosse, siendo el primero los lunes, los tres siguientes el martes, y el último los jueves.

A la izquierda de las pistas se encontraba el rocódromo, donde practicarían escalada los miércoles, y el tiro con arco, que se haría los viernes.

Y al lado de esto, una enorme instalación cerrada que cautivó a todos los alumnos.

―Esta es la piscina ―dijo la Sta. Olsen―. Podrán entrar cuando tengan clase (los lunes) o haya concurso, pero se prohibirá la entrada en cualquier otra circunstancia.

Y rodeando el bosque, volviendo ya hacia la entrada por secretaría, encontraron otra gran construcción cerrada: el picadero.

―Estoy deseando montar a caballo ―dijo Maya, lanzando una mirada hacia donde se encontraba el establo, a pesar de que este no se veía.

―Por ahora, alumnos, no hay nada más que ver. Cualquier zona de la que no les hayamos hablado quedará inmediatamente vetada, de modo que el acceso a cualquier lugar que no conozcan se considerará una inmediata infracción hacia las normas del internado Berlian ―concluyó el Sr. Jefferson―. Y ahora tienen el día libre para moverse por el edificio a sus anchas o bien quedarse en sus habitaciones. Se les llamará a la hora de comer.

―¿Qué hay de la cuarta planta? ―preguntó un chico, con total inocencia.

Los dos profesores se giraron hacia él como si hubiera nombrado una palabra tabú ―y, quizá, así fuera―, haciendo que el pobre chaval se echara a temblar.

―La cuarta planta, como bien han podido leer en las normas y el cartel que adorna las escaleras superiores, está absolutamente prohibida ―contestó la Sta. Olsen, con frialdad.

Shawn pudo ver que el chico abría la boca como para preguntar por qué, pero, para su alivio, cambió de idea.

Los dos profesores salieron andando hacia secretaría, como si tuvieran prisa por entrar de nuevo al edificio. El chico les observó con la mirada hasta que desaparecieron, tragados por las sombras del internado. Después se volvió hacia sus amigos.

―Bien, ¿qué hacemos? ―preguntó.

Todos se volvieron hacia la chica, que, con una sonrisa esperanzada, les pedía a gritos ir al establo.

―¿Por favor? ―inquirió, usando uno de sus “trucos de féminas”.

Los otros no se atrevieron a decir que no.

―Creo que deberíamos ir primero donde el cuerpo ―saltó Miguel, y, señalándose con el dedo su cabeza, añadió―: Sé por dónde se va.

Como Maya estuvo de acuerdo, se encaminaron juntos hacia el bosque, con el español a la cabeza.

―¿Cómo es que has propuesto tú, de entre todos, ir a ver el cuerpo? Te recuerdo que estaba cubierto de sangre, piel y… ―empezó Shawn.

―Sí, sí, lo recuerdo perfectamente, ¿vale? ―le cortó su amigo―. El caso es que creo que es importante que vayamos a examinar. Podría haber algo de interés por allí.

―Tú mandas ―le contestó Shawn, quien no las tenía todas consigo.

―¿Falta mucho? ―preguntó Felix desde atrás, donde caminaba entre Fred y Takeshi.

―Solo un poco ―respondió el español, medio a gritos.

Caminaron diez minutos más, hasta que llegaron a un pequeño claro, donde se encontraba el árbol manchado de sangre.

En el suelo, sin embargo, no había ni rastro del cuerpo.

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Bueno, siento mucho la tardanza. Los capítulos son largo, me lleva tiempo corregirlos, y ahora que nos acercamos al final del trimestre apenas tengo tiempo libre. Pero en fin, intentaré tener los capítulos corregidos a tiempo.

¿Qué os ha parecido? ¿Creéis que alguien ha movido el cadáver? Y si es así, ¿quién? ¿Qué creéis que sucederá a partir de ahora? Dejadme una opinión, o algo, porfa please.

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