Génesis [La voluntad de Caos]...

By CazKorlov

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"¿Serás capaz de ver al monstruo de tus sueños antes de que perturbe tu realidad para siempre?" ✨HISTORIA GAN... More

|Bienvenidos al Abismo|
|Advertencia de contenido y playlist|
|Introducción|
|Preludio: Un trato con la muerte|
|Primera parte|
|Capítulo 1: No mires a tu sombra |
|Capítulo 2: Escapa de su guadaña |
|Capítulo 3: Un cadáver más|
|Capítulo 4: La cara de un mentiroso|
|Capítulo 5: No respires su aroma |
|Capítulo 6: El día en el que mueras |
|Capítulo 7: La paciencia de un hermano mayor|
|Capítulo 8: El tiempo se acaba|
|Capítulo 9: El llanto de Caos|
|Capítulo 10: Nadie puede dejar la casa|
|Capítulo especial: El primer regalo|
|Capítulo 11: Los ojos de la bestia|
|Capítulo 12: Los milagros no mienten|
|Capítulo 13: Recuerdos del vacío|
|Capítulo 14: La ciudad de los monstruos|
|Capítulo 15: El camino al Sin Rostro|
|Segunda parte|
|Capítulo 16: La reliquia viviente|
|Capítulo 17: Él te está observando|
|Capítulo 18: La mujer con ojos de conejo |
|Capítulo 19: El controlador de las masas|
|Capítulo 21: Tras las puertas de Void|
|Capítulo 22: La jaula de una estrella|
|Capítulo 23: El ideal de la muerte|
|Capítulo 24: Designio divino del creador|
|Capítulo 25: Amalgama de desgracias|
|Capítulo 26: Como un rompecabezas|
|Capítulo 27: Un favor, una deuda pendiente|
|Capítulo 28 I: El castigo de la inmortalidad |
|Capítulo 28 II: El castigo de la inmortalidad |
|Capítulo 29: Criatura del infierno|
|Tercera parte|
|Capítulo 30: El ángel de las estrellas|
|Capítulo 31: El toque de la muerte|
|Capítulo 32: Donde reinan las pesadillas|
|Capítulo 33: Requiescant in pace|
|Capítulo 34: Parásito infernal|
|Capítulo 35: Capricho divino |
|Capítulo 36: El filo de la esperanza|
|Capítulo 37: Verdugo de la humanidad|
|Capítulo 38: Cambiaformas original|
|Capítulo 39: Ella puede verlo todo|
|Capítulo 40: La voluntad perdida|
|Capítulo 41: Extirpar a la sombra|
|Capítulo 42: El sueño del impostor|
|Capítulo 43: Los muertos no tienen perdón|
|Capítulo 44: El milagro del creador|
|Capítulo 45: La amenaza de los Sin Rostro|
|Capítulo 46: El reflejo de la humanidad|
|Capítulo 47: Los fragmentos de su memoria|
|Capítulo 48: En los brazos de la muerte|
|Capítulo 49: De vuelta al infierno|
|Epílogo: Estrella errante|
|Agradecimientos|
|Capítulo especial: La última cena|

|Capítulo 20: Cuentos para niños|

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By CazKorlov


—Sus voces me acompañaron durante el camino,

me mostraron la diferencia.

Las pesadillas nunca aceptaron

que yo me sienta vacío en la oscuridad.

(ADVERTENCIA: En este capítulo se narran sucesos muy fuertes como lo son el abuso y la autolesión. Leer bajo su propia responsabilidad, teniendo en mente que ninguno de estos conceptos deben ser tomados a la ligera, y si sufrís alguno es necesario que busques ayuda, independientemente de lo que hagan los personajes.)

La puerta del lado del conductor se cerró una vez que Mare estuvo adentro y el motor comenzó a ronronear con calmada intensidad. El silencio que se respiraba en el ambiente mezclaba el aroma a tapizado nuevo, junto a un delicado perfume de lavanda, pero cada respiración de Reina se sentía como estar bajo el agua cargada de sedimentos podridos, estaba mareada y el miedo trenzaba las raíces en sus tobillos. De nada servía la helada que proyectaba sobre su piel el aire acondicionado, no podía inhalar sin sentir que se arrancaba un trozo de diafragma.

Tras asegurar las puertas Mare surcó la capital en silencio, evitó el tráfico general de la congestionada ciudad al ir por calles aledañas y rápidamente se desvió del centro a una zona menos transitada, casi vacía. El hombre se detuvo en un semáforo en rojo mientras tamborileaba el dedo enguantado en el volante, un ritmo inexistente parecido al de un reloj que solo buscaba fomentar el pánico de la rubia. Reina presionó la mano sudada en su muslo, se planteó lanzarse del auto en movimiento.

«¿Viste a ese hombre? Ni siquiera necesita estirarse para ahorcarte desde donde está sentado.»

No me lo recuerdes.

«Si me dejaras intervenir...»

—Hace un día precioso. ¿No te parece?

Su voz grave le pareció demasiado tranquila para la incomodidad que se gestaba en su interior, tiró de sus emociones hacia un oscuro lugar. Reina fingió una sonrisa mientras miraba a través de la ventana, y calculó qué tanto iba a tener que aguantar el dolor si usaba su brazo malo para escapar

—Prefiero los días lluviosos y fríos.

—No es un ambiente ideal para el trabajo —comentó él, ensimismado.

—Nunca dije que fuera precioso trabajar, prefiero leer —agregó Reina, clavaba las uñas en el yeso, había comenzado a temblar.

Mare alzó las cejas pálidas, y en un movimiento aumentó la intensidad del aire acondicionado al máximo. Ignoró la mueca de la rubia, junto a la pequeña nube de vapor que salió de sus labios, soltó el volante para acercar el dorso de los dedos a su mejilla helada, incluso a través del guante su piel estaba cálida, lograba nivelar su temperatura a la perfección.

—¿Así está bien? —Mare tomó el disgusto en el rostro de ella como un sí, y aumentó la velocidad para internarse en la autopista, era el fin para Reina, no tenía manera de salir viva—. No tengo libros en el auto, pero puedo contarte una historia.

Acarició la extensión de su cuello de manera controlada, sin quitar los ojos de su rostro mientras manejaba, una corta respiración de la rubia le dio toda la respuesta que necesitó en el momento.

—Hace mucho tiempo un inmortal recibió el consejo de Dios, su devoción fue tanta que se propuso entregar su eternidad para guiar a la humanidad. Se transformó en el emisario divino, quién logaba visualizar siempre el camino correcto. —Los ojos azules de Mare se fijaban en el frente esta vez, pero Reina notaba la extraña naturalidad con la que contaba aquella historia, como si la conociera de memoria—. Obtuvo el don de la palabra, todo lo que decía era considerado sagrado, pero la ley del intercambio equivalente no fue piadosa con él, y su alma se perturbó. Aquella cercanía a Dios lo obligó a ocultar su putrefacción. El emisario lo proyectó todo sobre su nuevo practicante, que aprendió todo de él, más que la historia de su creador, le enseñaron agachar la cabeza para aceptar la realidad que merecía. Su lugar en la cadena era ser la expiación de los que se sentían cercanos a Él.

Su voz grave adquiría un matiz dulce, discordante con el relato, ella se estremeció.

—Un día, como era de esperarse, los humanos descubrieron la razón por la que los emisarios se movían en manada, vieron la piel debajo de las túnicas y cayeron en cuenta de que los sacrificios no eran para honrar a Dios, su única utilidad era servir de alimento. El mundo se fragmentó y Él no estaba en condiciones de soportar la ineptitud de sus elegidos, pero fue generoso. —Sonrió como si le hubiera un contado un gran secreto—. Antes de castigarlos le permitió al aprendiz probar el sabor del falso profeta, le hizo prometer que no iba a volver a cometer su error, que era en este caso, dejarse ver por la persona equivocada.

Reina carraspeó sin comprender el objetivo de aquel cuento, parecía sacado de algún libro de fantasía demasiado crudo para niños.

—¿Le agradan las historias de ficción, señor? —cuestionó, el silencio se prologó y Mare pisó el acelerador con la vista perdida entre los coches que empezaba a esquivar cada vez con menos distancia de por medio.

—No, prefiero las biografías —afirmó con voz monocorde.

«Dios, está loco. Van a chocar.»

—Eso no... —comenzó Reina, no tiene sentido. Su corazón se había disparado hacía tiempo, el frío le dificultaba moverse, por esa razón no pudo reaccionar al ver la mano del comisario subir por su muslo.

«No tenés porqué sufrir esto, yo sí puedo controlarlo.»

La velocidad hizo que el coche diera un bandazo violento, un mechón de cabello blanco se saltó del inmaculado peinado de Mare, Reina parpadeó para dejar caer una lágrima solitaria, pero al volver la vista una pistola cargada reposaba en lugar de su mano.

—Creés que estoy delirando—ladró—, adelante usala conmigo.

—¿Cómo...?

Sin previo aviso, el hombre se soltó el cinturón de seguridad y se lanzó sobre ella. Era enorme, no necesitó soltar el volante, pero ocupó todo el espacio que Reina usaba para respirar, con la mano libre tomó su rostro y lo acercó. Pudo oler el aroma salino de su piel, sintió la sangre en el interior de su boca, la violencia repentina le había hecho morderse la lengua.

—Pegame un tiro, Reina o te vas a morir en este coche, y ninguna zanja va a esconder tu cuerpo pudriéndose. —El dolor de cabeza punzaba con cada palabra, sus dedos la apretaban más.

Quiso responder, pero su llanto la interrumpió y sonó como un balbuceo inentendible, las lágrimas humedecían los dedos de él. El mundo exterior se había convertido en un reflejo difuso de la realidad, la otra interrumpió.

«Dejame hacerlo.»

Reina presionó su mandíbula hasta que un delgado hilo de sangre bajó por la comisura de sus labios, Mare quiso aprovechar la agitación de ese instante para retirarse la máscara que cubría su boca, y arrastrar su lengua con el objetivo de probarla. El chasquido de la pistola en sus manos no lo detuvo, la mueca desencajada en la cara de ella sí, pero fue demasiado tarde.

—Salí de encima, pesado de mierda.

Mare alcanzó a esquivarlo con injustificada rapidez, el balazo solo le destrozó media quijada cuando debería haberle atravesado el cráneo, con un corto gruñido, parecido a una risa, volvió a sentarse para estacionar el coche al costado de la ruta. En silencio abrió la puerta del conductor y se quitó el traje manchado de sangre, jamás se inmutó por la mujer que lo miraba desquiciada. La conocía, mostraba una nueva furia contenida en sus facciones, se había arrodillado en el asiento mientras le apuntaba con la pistola. La otra Reina estaba de vuelta, justo como quería.

—Tendrías que estar desmayado, mínimo —refunfuñó.

El hombre de perfil inclinó la cabeza, y observó la herida retorcida de su mandíbula, dejaba al descubierto la extensa fila de dientes puntiagudos entre la carne roja, su lengua se movió por el sangriento hueco como si quisiera comprobar el daño, también lamió la sangre que le manchaba los labios.

—¿Quién dice? —preguntó.

—La biología básica.

Reina martilló la pistola otra vez, y Mare alzó una ceja mientras la perforaba con sus ojos marinos, de no ser porque no tenía más balas le habría encajado una en el pecho. Terminó de limpiar la evidencia tras rescatar una camisa nueva del asiento trasero del auto.

—Insultás mi inteligencia, no voy a dejar que hagas estupideces —chasqueó él, volvió a invadir su espacio personal. Lo hizo sin prisa, no tenía como objetivo asustar demasiado a su víctima. Los músculos se flexionaron a su alrededor, se acercó hasta que su respiración se mezcló con la de ella, y fue evidente que los tejidos de su mandíbula se recomponían, al terminar se limpió con la lengua la sangre acumulada en la comisura—. Solo era una demostración, no te vas a librar de mi tan fácil.

—Monstruo hijo de puta.

Él puso un mechón de cabello atrás de su oreja con ternura, los labios rozaron su mueca de terror.

—Tenías razón, Reina, los monstruos existen. Estamos ocultos en la historia, pero en tu caso ya no vas a estar sola sintiéndote diferente, el Creador te concedió la suerte de haberme encontrado a mí.

✴ ✴ ✴

El cuerpo no se movía, aunque escuchaba el sonido parecido a una respiración no seguía sus órdenes, solo se mantenía estático. Como perdido en el tiempo, lejos de ella, en algún lugar imposible de alcanzar. Su vista se desenfocaba por las lágrimas, volvía los bordes borrosos y el fondo desaparecía bajo el velo que ella misma creaba con la ignorancia. No podía evitar pensar, si esa persona en el espejo se había enamorado, sí se sonrojó alguna vez, o si tuvo hijos. ¿Había alguien que se encargue de aquello? Luego de la muerte ¿cuál era la diferencia que marcaba a los que habían amado con intensidad de los que no? ¿Había diferencia? La vida de los humanos era tan frágil, y sus años felices tardaban menos en consumirse que la sangre coagularse en sus venas.

No conocía las respuestas a todas esas preguntas, en momentos como ese no podía ni reconocer su propia vida.

Solo contaba la cantidad de moretones que ese hombre dejaba sobre su cuerpo, la morbosa curiosidad la empujaba a averiguar qué había después de la muerte, quizás ese era realmente su lugar, y no la vida que no consideraba como tal. El humo del cigarrillo fue expulsado de su nariz, fumó otra calada, después dirigió el cilindro encendido al rojo vivo directo al espacio entre sus muslos.

«Como siempre, no tuve opción.»

La otra se quejaba mordaz, lograba reconocer el matiz de lastima en su voz. No quería reconocer la clase de aberración a la que se veía sometida por el intrincado juego de poder en el que se había metido, y la odiaba por eso, volvió a inhalar el humo, junto al olor a carne quemada.

Después terminar se había vestido con una réplica exacta de su traje impoluto, la dejó en la puerta de su departamento con la amenaza explícita de que no debía salir sin llamarlo. La otra había llevado su cuerpo al máximo de su capacidad, tras el terror que le provocó observar a ese monstruo a los ojos acabó desmayada del sueño apenas tocó su propia cama. Al despertar después de varias horas que se sintieron como un parpadeo, ella había vuelto a tomar el control, pero los músculos entumecidos no la dejaban moverse, hasta el aire que pasaba por su garganta dolía.

Ni siquiera tenía la fuerza necesaria para bañarse.

«Levantá el culo de ahí, tenemos que llamar a Lucio y averiguar cómo arruinar a ese monstruo ahora que sabemos lo que es.»

—Se curó a si mismo delante de mis ojos, nada puede matarlo —susurró ella, con lágrimas en sus ojos ausentes.

«¿Quién dijo que lo íbamos a matar? Yo dije arruinar, dudo que se pueda curar con tanta facilidad si hacemos un hueco para que se ahogue con su propia basura»

—Nadie nos va a escuchar.

«Tenemos que intentarlo, idiota. ¿Qué más podríamos perder?»

—La vida que tenemos —soltó, se levantó solo para comprobar lo absurdo de sus palabras, ni siquiera parecía estar viva, tenía los labios del mismo color que su carne pálida.

¿La satisfacción de verlo sufrir iba a valer perder su vida en el proceso? No le quedaba nada a lo que pudiera aferrarse, pues la realidad que intentaba mantener la había abandonado hacía una semana atrás, al descubrir que el mundo estaba plagado de monstruos reales, no solo con los que estaba acostumbrada a tratar.

Una mueca de determinación luchó por abrirse paso a su rostro, mientras salía de su baño para ir a comprar algo de comer, ya que tenía la heladera vacía hace días, necesitaba al menos vestirse con pantalones. Se dirigió a su armario, y entre muecas intentó subirse los vaqueros que le rozaban los muslos, usaba su única mano buena. Se detuvo con un escalofrío al percibir que alguien más clavaba los ojos en ella.

La niña de cabello negro torció la cabeza, las manos reposaban en sus rodillas. Desde su asiento en el medio de su cama desecha, sus pupilas enturbiadas siguieron el movimiento febril con atención.

—¡Virgen santísima!

—Hola Reina —saludó ella.

La rubia aferró la puerta del armario como escudo y se ocultó de su intenso escrutinio. La fuerza del grito le hizo arder la garganta. Producto de su creciente frustración, soltó palabras más bruscas de lo que esperaba.

—¿Es tan difícil para vos encontrar la paz? Dejá de seguirme a todos lados, pendeja.

El cadáver frunció el ceño por primera vez, Reina notó que no era una niña tan pequeña como había pensado, debería de tener la edad de una adolescente, diecisiete años quizás. Ella descruzó sus piernas para acercarse al borde la cama, y la señaló sin disimulo en su creciente fastidio.

—No te enojés conmigo, no es mi culpa que no te puedas poner unos pantalones porque te gusta jugar a que sos un cenicero viviente. —Se arrepintió al terminar, suspiró—. Perdón... solo quiero hablar.

«Tenés que deshacerte de ella.»

Qué grandísima novedad.

La rubia terminó se vestirse entre quejidos silenciosos y cerró la puerta de su armario de un golpe seco, le hizo una corta seña a ella para que la siguiera a su cocina, secretamente incómoda con tener la visión de ese cadáver sentado sobre el lugar donde dormía. Se acercó a la cocina a calentar agua para hacerse un té, si iba a tratar con esa criatura necesitaba tener al menos la taza humeante en sus manos. Al darse la vuelta casi choca con ella de frente.

—Ay, la puta madre, nena. —Rodeó a la muchacha y le señaló la única silla que tenía en la pequeña mesa de la cocina—. Sentate ahí, haceme el favor.

—Perdón, es que hace frío acá —susurró ella mientras se abrazaba, estaba segura que de estar viva se habría sonrojado por su culpa.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, en lo que buscaba alguna taza de más en su alacena.

Su departamento de soltera no estaba capacitado para recibir a alguien, todas sus pertenencias se resumían a una cantidad de elementos únicos que apenas utilizaba. En el pasado, cuando Lorenzo iba a cenar, él se preocupaba por traer la comida y el resto de los utensilios. Lo único que le había quedado de su relación era la taza de café con la que desayunaban en las mañanas, decía "Al mejor papá del mundo" y se la había regalado su hija. Todavía le parecía demasiado irónico lo miserable que eso la hacía sentir. La acarició con la punta del dedo, no tenía otra para ofrecerle.

—Entonces ¿me vas a ayudar?

Su melancolía se interrumpió de repente por la visión de la niña sentada sobre su mesada, balanceaba las piernas llenas de moretones con total impunidad. Nunca había recibido niños en su casa, ni había querido hacerlo por una razón.

No le agradaba lo crueles que eran sin tener una razón de peso para serlo.

—No conocés el significado de la palabra disimulo ¿no? —cuestionó molesta, contó hasta tres y suavizó su voz—. Necesito saber un par de cosas antes de poder ayudarte. ¿Cuál es tu nombre? ¿Cómo llegaste a mi departamento?

Los ojos de la niña se iluminaron, señaló diligente la llama brillante que se movía en la estufa, como si estuviera en la escuela y quisiera responder a la pregunta de su profesora.

—La respuesta a la primer pregunta no la sé. ¿Está prendida? —preguntó en su lugar, Reina no comprendió por lo que la muchacha siguió—. Las personas se me aparecen como fuentes de calor, ya no puedo ver el fuego igual.

—¿Qué? —Por la forma en que respondió al principio no pudo creerle por completo.

—Sus vidas, lo que a mí me falta son como flamas que sobresalen de sus cuerpos, varían en tamaño, pero están tibias, comprobé que nunca logran calentar demasiado, pero vos... sos rara —se interrumpió.

«Gracias, no nos habíamos enterado. ¿De verdad le vas a prestar atención a esta pendeja?»

Reina la chistó mentalmente, apagó el fuego con el ceño fruncido una vez que el agua empezó a hervir, y la alentó a llegar a la parte que le interesaba.

—Es como si tu silueta estuviera siempre ardiendo, quema —siguió, la niña comenzó a tamborilear los dedos en sus rodillas mientras veía a la rubia preparar el té—. Por eso te seguí. Los muertos también tenemos frío ¿sabés?

«Esta niña está muy perturbada, pero no dijo nada que no sepamos, el odio es más poderoso que el amor falso de todos estos humanos asquerosos.»

—¿Te acordás como moriste? —alzó la voz, sin tacto, para ignorar los delirios de la otra, necesitaba lidiar con un problema a la vez o iba a colapsar. Buscó tomar de su taza con urgencia para no seguir sus movimientos, no se quedaba quieta.

—¡Sí! —respondió, un poco más alegre de lo que debería—. Te lo dije, un monstruo me arrancó el corazón, y se lo comió.

—¿Le ponés azúcar a tu té? Pará ¿qué?

La muchacha se bajó de un salto de la mesada, y le quitó la taza entre sus dedos en vez de agarrar la otra, tomó asiento en la mesa tal como le habían dicho momentos atrás, solo para alzar los ojos oscuros hacia ella, sus cejas siguieron el movimiento inocente de su rostro blanco como el papel viejo, fue casi como si fingiera ser obediente. Sin embargo, a Reina le perturbaron más sus palabras.

—Lo sabrías si me hubieras prestado atención, estamos lidiando con el mismo monstruo después de todo.

El tono monótono que la pequeña utilizó le interesó a su compañera, que se puso a murmurar sin sentidos, solo para molestar por haberla ignorado.

«¡Entonces es como dicen los sabios! Si lo que buscás es ayuda real solo los muertos pueden decirnos la verdad.»

¿Quién diría algo así?

«Obvio que yo. ¿Quién más?»

✴ ✴ ✴

¡Hola! ¿Qué tal? Me dolió muchísimo escribir parte de este capítulo, Mare es un monstruo, no tengo nada más que decir sobre él, sus actos jamás fueron justificables. Por otro lado, también quería dedicar este capítulo, pero su tono no me pareció el correcto.

¿Les molesta si empiezo con las preguntas? (Lo voy a hacer igual, pero saben que siempre me interesa saber su opinión)

¿Qué opinan de la historia de Mare sobre el aprendiz?

¿Cómo hubieran reaccionado si se encontraban con una niña así de la nada?

¿Qué opinan de la niña cadáver? (Todavía no sabemos su nombre) ¿Creen que Reina hace bien en hablar con ella y ayudarla?

¿Alguna vez vivieron experiencias paranormales?

¿Les gusta el té? Yo prefiero el café.

Me disculpo si cometí algún error de ortografía o hay alguna palabra rara, les agradezco un millón por leer igual.

¿Dudas? ¿Amenazas? Respondo todo.

Cuídense, nos leemos el domingo que viene

—Caz.

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