Oculto en Saturno

By BlendPekoe

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La vida de Ezequiel se vuelve perfecta desde el momento en que conoce a Matías, los sueños y todos los imposi... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Epílogo

Capítulo 3

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By BlendPekoe

Cabizbajo volví al trabajo el lunes, me quedé encerrado en la oficina procurando avanzar con la convocatoria para dar uso al piano. Todo tema público debía pasar por el community manager del municipio, por medio de correos y llamadas interminables, si se quería anunciar como corresponde. No podía ser sencillo, todo debía involucrarme más de lo que quería. A mitad de la tarde golpearon mi puerta, era personal de limpieza. Mariana se encargaba de ese trabajo, la misma que se encargaba de mi casa una vez por semana, y también se encargaba de mantenerme al tanto de las cosas que se hacían a mis espaldas. Era una mujer mayor, a quien le faltaba un par de años para jubilarse, y llevaba más tiempo en ese lugar que yo. Después de un pequeño saludo, comenzó a vaciar el tacho de basura con la tranquilidad de alguien que no tenía nada para decir.

—¿No hay nada qué comentar? —pregunté.

—¿Por lo que sucedió el sábado? —respondió sin prestarme atención.

Significaba que la habían puesto al tanto.

—Uno que yo sé —continuó con tono irónico, refiriéndose sin dudas a Benjamín— está con una sonrisa de oreja a oreja.

Pero no era él quien me preocupaba.

—Los chicos —habló finalmente de los empleados de la cafetería— creen que Vicente hizo o dijo algo malo. Nadie confía en la gente metida en la política.

Eso me quitaba el peso de que pudieran creer que iba a empezar a gritarle a cualquiera. Mariana siguió limpiando sin tener nada que agregar. No había mucho en mi oficina; mi escritorio, un mueble con carpetas y una pared llena de fotos de distintos eventos para entretener a las visitas. Era rápido de asear.

No tenía planes de disculparme con Vicente, sentía que había pasado un límite que no tenía derecho de cruzar. Pero lo que más me molestaba era que no podía sacarme sus palabras de mi cabeza. Al preguntarme si así sería mi vida parecía estar acusándome de caprichoso, minimizando mi relación con Matías. Y me daba miedo la idea de que cada vez que yo me hacía esa pregunta pudiera estar haciendo lo mismo.

El insomnio continuó y agotado seguía yendo a trabajar. El piano y su libre disposición despertó mucho interés, y fue una tortura armar un cronograma. Como tampoco podía dejar que cualquier loco o gracioso lo ocupara, los solicitantes debían enviar videos para demostrar su capacidad y quedaba en mí la responsabilidad de revisarlos, no tenía a quien delegarlo. Con una intensa necesidad de liberarme de la tarea, terminé un cronograma para dos semanas, con varios huecos pero no importaban. El cronograma se publicó y con eso había cumplido en justificar la donación que también tuvo su anuncio en las redes. Las personas en internet eran impacientes y crueles, rápidos en poner en duda cualquier cosa que no los beneficiara directamente. Una donación, como la del piano, podía ser criticable mientras se mostrara inservible para la comunidad. Y si algo tenía en claro era que se debían evitar las quejas, una de las grandes prioridades del municipio.

Ese mismo jueves, alrededor de las seis de la tarde, comenzó a sonar el instrumento en la cafetería. Escuché desde mi oficina sin que se sintiera como un logro, solamente hizo que mi soledad se ahondara y volviera a plantearme la posibilidad de renunciar. Después de todo ese trabajo volvería a mi casa a sentarme en la cocina y nada más, eso era todo, y para eso no valía tanto esfuerzo.

***

Sintiendo que perdía lo último que me quedaba de fuerza y la poca claridad que creía tener, el viernes después del trabajo me dirigí al consultorio donde había tratado mi insomnio, totalmente vencido. Me tragué mi dignidad y avergonzado esperé en una sala frente a la misma recepcionista de siempre. Al llamar para concertar una cita me dijo que mi cupo seguía libre, como si fuera obvio que iba a regresar. No me gustaba cruzarme con gente en esa sala de espera que se disponía para varios consultorios, vivíamos en una ciudad chica. Así que después de pasear por varios días y horarios, los viernes a última hora era el momento en que menos posibilidad había de compartir la espera con otras personas, así de ridículo me sentía porque ni siquiera yo quería ser visto yendo a un psiquiatra. Cuando vi salir a la última persona desvíe la mirada y comencé a inquietarme. Habían pasado cuatro meses desde la última vez que estuve allí, o hui de allí mejor dicho. No creí que regresaría, así que volví a repasar mi determinación de pedir una receta para las pastillas que me ayudarían a conciliar el sueño. No hablaría de nada más. Después de un rato que se me hizo eterno, la puerta se volvió a abrir y me sentí amenazado por la expresión compasiva de Francisco, carente de extrañeza o reclamo por mi deserción.

—Me alegra volver a verte —saludó como si solo hubiera pasado un par de semanas.

Al entrar rehuí de su mirada y fallé en mi plan de mantenerme en pie, terminé sentándome a modo de distracción.

—¿Quieres té? ¿Café? —ofreció.

—No, gracias.

Ese consultorio se me hacía un lugar extraño. Había una insistencia de que todo luciera nuevo y lujoso, el sillón en el que me sentaba era de un cuerpo pero de alguna forma más grande que un sillón de un cuerpo normal, las cortinas dobles, la música que sonaba de fondo, el café que siempre se ofrecía ni siquiera era común, era de cápsula. Para mí no era relajante, se veía artificial. Pero nunca tuve con qué comparar esa sala y podía ser que todas fueran así. Pero esa artificialidad también se trasladaba a Francisco, en su ropa evidentemente cara, en el innecesario uso de un iPad para tomar notas en lugar de papel como cualquier persona normal, en sus lentes de marca. Aunque no era por eso que me daba esa sensación de falsedad, él tenía una amabilidad y sencillez natural al hablar que no coincidía con lo que lo rodeaba. Para mí, la gente que vestía como él era creída y pretenciosa como Vicente. La ostentación de esa sala parecía pertenecerle a otra persona.

Se sentó delante de mí, en otro sillón igual al que yo ocupaba, en el medio había una pequeña mesa ratona de vidrio, impecable como todo lo demás.

—Vine porque no puedo dormir y necesito medicación para eso —me apuré en anunciar para evitar que él comenzara la conversación que no debía suceder.

—¿Ocurrió algo? —preguntó con interés.

A pesar de usar anteojos, estos no ayudaban a disimular su mirada fija y atenta. Era como si pudiera adivinar todo lo que no le decía tan solo observándome, lo que podía ser una sensación causada por todas las cosas que sí había contado en otras sesiones.

—La verdad es que no vine para hablar —respondí con sequedad—. Solamente necesito esas pastillas para ganar tiempo mientras busco otra persona para seguir cualquier tratamiento.

No reaccionó como si le hubiera dicho que buscaría otro profesional, asintió con un gesto de compresión como a cualquier otra cosa.

—Es una pena oír eso —dijo con más amabilidad que verdadera pena—. ¿Hay algún motivo particular que te llevó a tomar esa decisión que creas que debiera saber?

—Ninguno.

Nuevamente asintió. Dejó el sillón para ir a un pequeño escritorio contra la pared donde empezó a preparar la receta, sin decepción alguna.

—Realmente creí que nos estábamos entendiendo —comentó.

—Ese es el problema —solté sin darme cuenta.

Volteó a verme, finalmente reaccionando a algo.

—¿Entonces quieres alguien que no te entienda?

Intranquilo como estaba, su pregunta me había molestado.

—Lo único que quiero es poder dormir sin dar explicaciones.

Y de nuevo aparecía esa mirada que lo comprendía todo.

—No voy a volver —informé con más calma—. No me siento cómodo.

—¿Sientes que lo mismo podría pasarte con otro colega o es solo conmigo?

Una pregunta demasiado certera que me dejaba con dos opciones, mandarlo al diablo o responder. Y todavía yo no tenía esa receta. Pero tenía decidido no regresar así que no importaba el contenido de mi respuesta.

—Es solo contigo el problema.

—Cualquier colega va a intentar entenderse contigo, ese es el trabajo —advirtió compasivo.

Se estaba haciendo el tonto y sus palabras eran un acto para acorralarme. Yo sabía que él sabía lo que intentaba ocultarle, lo sabía desde las últimas sesiones. No me di cuenta cuándo ni cómo lo dejé entrever, pero no me quedaban dudas de que se había percatado.

Tomé aire para darle fin al asunto.

—El problema es que me pareces atractivo —puse todo mi empeño para sonar despectivo

Pero Francisco no reaccionó, ni siquiera pestañeó. Se dio vuelta para seguir con la receta.

—Ese sí es un problema.

Apreté mis manos contra mi cara, quería desaparecer de ese lugar, quería dormir, quería llorar. No sé qué esperaba escuchar, por más que lo deseara Francisco no pondría cara de asco ni me acusaría de nada, cosas que sentía necesitar ante lo que había revelado.

—Puedo recomendarte un colega y pasarle todo un informe para que no tengas que empezar de cero.

Se acercó y me dio la receta. Ya no podía mirarlo a los ojos, no quería su amabilidad ni su comprensión. Pero él no iba a dejarme escapar con facilidad, se sentó en la mesita de vidrio poniéndome en una situación que me obligaba a enfrentarlo.

—Resuelto el tema profesional, puedo decirte que también me pareces atractivo.

Sonreía de verdad, con ilusión, lo que me espantó. No creí que ignoraría su posición y admitiría semejante cosa.

—No lo dije porque tuviera alguna intención contigo —aclaré.

Me paré y me alejé de él, que me observaba con una terrible calma.

—Eso es un problema para mí y no voy a volver. No vine pretendiendo nada —seguí aclarando, molesto y nervioso.

—No tiene que ser un problema —dijo indiferente a mi reacción—. Las formalidades no son necesarias.

No entendía cómo podía decirme algo como eso con todo lo que sabía de mí, sabiendo las cosas que me pasaban.

—No —es todo lo que respondí.

Su sonrisa desapareció pero no actuaba sorprendido ni apenado.

—No quería angustiarte. Pero si cambias de opinión...

No dejé que terminara, me marché sin perder un segundo más.

Volví agitado a mi casa, olvidando pasar por una farmacia en mi apuro. Lo que pasó no tenía que haber pasado y la culpa era mía, yo provoqué la situación desde el momento en que regresé. No tenía la conciencia tranquila y fui creyendo que podría corregir esa sensación, pero había empeorado las cosas. Me quedé sentado en la cocina inmóvil pero con la desesperación de querer hacer algo, aunque no sabía qué. Inesperadamente me puse a llorar pero las lágrimas no aliviaron nada, la realidad que me rodeaba no cambiaba.

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