Cuestión de Perspectiva, Él ©...

By csolisautora

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Solo bastó que la dulce Amalia Bautista se diera la vuelta para que mi corazón quedara flechado. Todavía susp... More

Mira que eres linda
Algo contigo
Toda una vida
Somos novios
Piensa en mí
Palabritas de amor
Noche de ronda
Si tú me dices ven
Amorcito corazón
Virgen de medianoche
Nereidas
La negra noche
Amar y vivir
Nuestro juramento
Bésame mucho
Contigo en la distancia
Bendita esposa mía
Sabor a mí
El camino de la vida
Sueño de amor
Chokani
Pálida azucena
En un rincón del alma
Soy lo prohibido
Pérfida
Cuando vuelva a tu lado
Dos gardenias
Te odio y te quiero
Dios nunca muere
Fallaste corazón
Tu recuerdo y yo
Mi despedida
Sin un amor
Triste recuerdo
Flor de azalea
La petrona
Deja que salga la luna
No volveré - Epílogo
Extra - Cartas

Perfume de gardenias

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By csolisautora

Como ya no tenía más motivos para quedarme en el baile, decidí irme a casa. Nuestra casa era el número ocho de la calle Azáleas. Llegué y me tiré a la cama, aunque tardé un buen rato en poder dormir porque la cabeza no paraba de repetir una y otra vez ese breve momento que compartí con Amalia. ¡Amalia! Era raro pensar en un nombre que el día anterior no me interesaba.

Apenas desperté, salí con prisa para ver a mis padres. Ya pasaban de las seis de la mañana y tenía la esperanza de encontrarlos todavía en la cocina. Llegué al pasillo y ¡ahí estaba! Ese olor a café recién molido acompañado con canela. Sn duda un aroma que no se olvida a pesar de que el tiempo nos envejezca y acabe con los recuerdos.

Me detuve justo en la puerta, decidiendo qué decirles. ¿Cómo debía hacerlo? "Papá, mamá, quiero quedarme con la conquista de Sebastián y no me importa si no les gusta la idea...". No, de ninguna manera, así no. Luego de un rato dejé de darle vueltas y me aventuré a entrar.

—Tengo algo que comentarles —les dije con la voz apenas saliendo y no me sorprendió ver que ninguno se giró para prestarme atención.

Mi padre leía concentrado una amplia misiva y mi madre saboreaba su único momento en que podía estar tranquila, y yo se lo quería robar.

—Si es para quejarte del comportamiento de tu hermano, mejor no lo hagas, no quiero hacer corajes tan temprano —avisó irritada mi madre—. Lo único que me haría querer escucharte es que nos des la buena noticia de que por fin piensas pedir nuestro permiso para pretender a una muchacha. Pero como sé que eso está muy lejos de pasar...

Me quedé callado, pero supongo que algo vio mi padre en mi rostro porque dejó de leer el papel que sostenía, bajó un poco la larga hoja y me observó.

—¡¿Sí es por eso?! —me susurró con gran interés.

Mi padre era un hombre muy fácil de descifrar y también muy directo. Mi abuelo fue un gallego que se enamoró de mi abuela y ya no se regresó a su país. Mi padre tenía muchos de sus rasgos físicos, incluidos unos grandes ojos azules que expresaban tanto, y en ese momento se abrieron de par en par. La gente decía que por igual los tenía yo, aunque no lo sé.

—Mejor vete a ayudar a tu hermano, la necesita...

Mi padre levantó una mano para interrumpirla.

—Esperanza, ponle atención, ¡creo que por fin pasó!

En ese momento sentí que se me caía la cara por la vergüenza y quise salir corriendo de allí, pero ya había comenzado y era necesario terminar, aunque me sudara hasta el alma.

—¿Qué pasó? —le preguntó ella y soltó el pedazo de pan que remojaba en el café cuando comprendió—. ¡¿Será verdad?! ¡Oh, por Dios y la Virgen Santísima! Ven, hijito, cuéntanos. —Hizo una rápida seña para que me uniera a la mesa.

Yo caminé con toda la calma que pude. Ahí iba mi momento de confesar mi traición estilo Judas...Bueno, no tanto así, estoy exagerando; pero de que era indebido, lo era.

Respiré bien hondo y me armé de valor.

—Mamá, papá, he conocido a una mujer que me ha gustado más que las demás —lo solté, pero faltaba la parte difícil.

—¿Quién es? Dinos ya —insistió mi madre, manoteando impaciente. Ella solía indagar en cada rumor que existiera sobre las familias de las parejas formales de mis hermanos; yo no iba a hacer la excepción. Éramos siete, todos varones, y ya había aprobado a las mujeres de los cuatro mayores, le faltaban todavía tres—. Solo espero que no sea ninguna de los Martínez, su madre está desquiciada con la idea de sacarlas de blanco cuando, ¡jum!, ya se sabe que de castas no tienen ni las orejas.

El nombre de mi interés amoroso se negaba a salir, pero era urgente librarme de ese incómodo interrogatorio.

—Se trata de... de la señorita Bautista —por fin salió y pude respirar.

—¿La hija de Cipriano? —Mi madre dibujó una expresión de confusión—. Pero ¿no fue con esa niña con la que salió tu hermano?

—Sí.

Los dos se quedaron sorprendidos, pero no tanto como pensé.

Mi padre solo movió la cabeza como si le diera vueltas al asunto.

—Anastasio, si se casan puede que el alcalde nos ayude a solucionar el problema que tenemos de los terrenos.

Mis padres llevaban años peleando unos bienes, todo gracias a que el abuelo no dejó nada por escrito antes de morir.

—Ya veo. —Él movió severo su dedo índice, acusándome—. ¡Con que me saliste robanovias!

—No era su novia... todavía —me atreví a rebatir—. Deben saber que ella lo rechazó y por eso es que quiero acercarme para conocerla.

—Está bien. De todos modos, el cabrón de Sebastián es muy poca cosa para una mujercita así. —A mi padre siempre le molestó la actitud de mi hermano, pero mamá lo protegía y excusaba más de la cuenta.

—Sé de buena fuente que es muy entregada a su familia, cuida a sus cinco hermanos con gran empeño y es muy buena cocinera, me consta porque probé su pastel de carne que ofrecieron en la iglesia. Solo se pasó un poquito de sal, pero nada que la práctica no arregle.

—Entonces, ¿no tienen problema en que la corteje?

—Solo uno —comentó mi madre. Se levantó para ponerse a un lado de mí y sujetó mi barbilla—. Córtate esa maldita barba de una buena vez, no te sale como quisiéramos, el bigote es un desastre y parece mugre. Espera un par de años más para ver si mejora. Y voy a mandar a matar unos pollos para que les lleves un mole. Te he dicho a diario que comas mejor, estás hecho un palito... —Le dio un par de golpecitos a mi estómago—. Pero bueno, voy a hacer que comas más. ¿Cuándo irás a hacer la primera visita?

—Hoy. Quiero invitarla mañana al teatro... si es que están de acuerdo. —Tragué saliva porque venía su respuesta. Si ellos no la aprobaban, ya no iba a poder ni siquiera mirarla.

—¡Tan pronto! —mi madre se emocionó—. Llevas prisa. ¡Mejor!, así te vas a la capital con el compromiso hecho. Creo que voy a hacerles unos chapulines y después mando el mole porque ya no me dará tiempo terminarlo. Te daré dinero para que vayas con el sastre, a ver si tiene algo ya hecho que pueda quedarte. Luces como un pordiosero con esas camisas que te pones.

Mis camisas eran casi siempre de manta blanca porque me gustaba estar fresco y hasta ese día no pensé que fueran feas.

¡¿Compromiso?! Ni nos conocíamos bien y ya me estaban casando. Los que tenían prisa eran otros.

—Estoy orgulloso de tu elección. —Papá parecía en serio complacido—. Tenemos muy poca relación con los Bautista, pero estoy seguro de que esto va a ayudar a que nos conozcamos mejor y hagamos alianzas que puedan servirnos a las dos familias.

Sin duda esas ventajas no las contemplé. Que su padre fuera el alcalde pasó desapercibido, pero me ayudó a no recibir objeciones.

—Pues... si no hay más comentarios, me voy a hacer mis quehaceres.

Mi madre me detuvo antes de salir y me dio un abrazo muy fuerte.

Yo sabía que ella tenía mucho miedo de que me quedara soltero, incluso la escuché un par de veces diciéndole a la gente que me veía trazas para ser sacerdote. Cuando me fui a estudiar lejos seguro tuvo que inventar otra excusa. Al menos la libré de ese pendiente.

Evité encontrarme con Sebastián porque sabía que discutiríamos, aunque eso en realidad no me quitaba la calma. A lo mucho un golpe o dos y ya estaba arreglado el problema.

Estuve listo desde las cinco gracias a la impaciencia que me controlaba.

El sastre me vendió un pantalón negro y una camisa verde que era un tanto grande... Bueno, por esos tiempos la ropa me quedaba grande de todos modos. Soy alto, pero mi delgadez no favorecía demasiado.

Rogelio, mi hermano mayor y con el que mejor me llevaba, me prestó de su colonia y papá me dio dinero para unas flores. Desconocía cuáles eran sus favoritas, pero la vendedora me recomendó los lirios para no verme tan atrevido.

Toqué la puerta justo a las seis y tardaron en abrirme tres minutos que parecieron eternos. El que atendió al llamado fue uno de sus hermanos, Lucas, que era quien seguía después de mi estrella. Su cara de pocos amigos me pareció descortés, pero evité hacer comentarios para no dar mala impresión.

—¿Qué quieres? —me dijo con una voz de hartazgo que logró ofenderme, pero fui cuidadoso para que no se notara.

—Vengo a ver a tus papás, ¿están?

—Sí —resopló. Luego abrió toda la puerta y señaló para que pasara.

Fui detrás de él y me pidió que me sentara en una salita de estar. Su casa era bastante grande, tal vez de las más espaciosas porque también contaban con un terreno donde criaban animales. No estaba seguro de poder ofrecer las mismas comodidades de las que ella gozaba, pero el intento se haría.

—¡Ya estás aquí!

Ahí estaba la dulce voz que esperaba escuchar. Como un campaneo melodioso detrás de mí, hizo que me levantara y diera vuelta con cara de bobo. No imagino lo que debió pensar cuando me vio hacer tal cosa.

Ella llevaba puesto un vestido color café que le llegaba a las rodillas y un mandil rojo cubría gran parte de la falda. No importaba lo que tuviera puesto, para mí era la más hermosa.

—Como quedamos. —Me acerqué y le acerqué las flores. De verdad que las piernas parecían de papel en ese momento—. Para ti.

—¡Oh!, gracias.

Su sonrisa hizo que todo lo que me preocupaba se fuera, aunque fue necesario forzarme en centrar la atención para conseguir lo que fui a buscar.

—¿Puedo hablar con tus padres?

—Ya vienen. Siéntate.

Amalia se fue, andando con esa delicadeza única, y en menos de dos minutos regresó con ellos.

Don Cipriano era un hombre intimidante. Su aspecto duro y su voz gruesa eran dos cualidades que lo ayudaban a imponerse. Y su madre, doña Felicia, puedo decir tantas cosas de ella, pero solo mencionaré que era una mujer con un temperamento... complicado.

Nos sentamos todos en la salita. Mi estrella se acomodó justo frente a mí, pero no me dedicó ni un vistazo, supuse que quería parecer desinteresada. Me puse de pie y comencé a hablar apenas los vi que se impacientaban.

—Señor y señora Bautista, he venido a pedirles permiso para invitar a su hija al teatro el día de mañana. —En ese punto yo me sentía como todo un triunfador, seguro y directo; pero solo bastó un movimiento de ceja de don Cipriano para que todo fallara—. Mis intenciones no son las mejores... Quiero decir, son, ¡son! las mejores.

Fui incapaz de decir más y todos se mantuvieron callados por un momento en el que quise salir corriendo.

—¿Otro Quiroga, Amalia? —dijo su padre y su voz retumbó en todo el lugar—. ¿El otro no te gustó?

—Debo confesarte, papacito, que esa cita no pudo lograrse. No nos entendimos bien.

—¿Y con este sí te entiendes? —Me apuntó y la vio directo a ella.

—Eso todavía no lo sé, pero lo sabré si das tu consentimiento. —La seguridad con la que ella se expresaba me dio cátedra y un golpe en la cara. Ni siquiera bajó la mirada al dirigirse al alcalde.

—¿Qué han dicho tus padres, muchacho? —quiso saber doña Felicia con ese tono grave de voz que me dio escalofríos.

—Están contentos, señora. Mi madre les ha enviado esto.

Di un par de pasos para entregarle el presente y en ese momento me sentí feliz de que lo enviaran porque suavizó un poco las caras de ambos.

—Dale las gracias. Después mando a entregar el traste.

—Es más simpático el otro —interrumpió don Cipriano y se levantó—, pero muy tus gustos. Este es el último que vamos a recibir, aquí no será un desfile de noviecitos —la reprendió, pero ella ni se inmutó. Luego se giró para verme y con su mirada me decía más de lo que externó—. Los quiero de vuelta antes de las ocho. Y nada de andarte queriendo pasar de listo. —Un largo dedo moreno señalándome directo me confirmó que se dirigía a mí, y sí, me volvieron a temblar las piernas para mi mala suerte—. Recuerda que tengo ojos en todas partes.

Después de eso su padre se retiró y doña Felicia le siguió los pasos como una sombra.

Amalia se quedó sentada, como esperando a que le dijera algo. Sin embargo, no salía nada de mi boca porque todas las emociones sentidas me arrebataron la voz. Solo podía concentrarme en una figurilla de arcilla que decoraba la estancia. Era una niña que extendía su colorida falda, orgullosa de sí y sonriendo como si nada malo pudiera pasarle.

—Hasta mañana —comentó al fin y logré salir de mi estupor y ponerme de pie. Le di la mano, esperando no tenerla sudada, y luego fui hasta la puerta.

Ella me siguió para cerrarla.

—Hasta mañana, señorita.

El veloz corazón me hacía sentir como un caballo sin riendas ni jinete. Su presencia misma era la causante de que las palabras que había practicado se me olvidaran, así que opté por intentarlo en el teatro. Tal vez allí tendría menos presiones.

Antes de meterse dijo una última cosa que ayudó a que el rubor corriera por todo mi rostro:

—¡Ah!, y son las gardenias, no lo olvides: gardenias.

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