Entre tormentas y arcoíris (l...

By catarsissss_

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*disponible en librerías chilenas y buscalibre gracias a Editorial Planeta* A veces estás hecha para romperte... More

Entre tormentas y arcoíris
Ella
Nunca paran de doler
Chica de pocas palabras
Egoísta
Normal
Nada
Te encontré
Pasado, recuerdos y tormentas
Pajarito asustado
Rota
Lo que tú quieras que sea
La esperanza es peligrosa
Quédate
Valiente
Interpretando un alma
Sigue mi voz
El camino correcto
Nada que perder
Una tormenta y un arcoíris
Cosas de adultos
Un comienzo
A un paso del abismo
Dejarse llevar
Miedo
Cicatrices
Es fácil decirlo
Pesadillas
Catarsis
Del miedo y otros sentimientos
La vida es una mierda
Batalla ganada
¡Sorpresa!
Inocencia
Seguridad
Seguir adelante
En picada
Secretos
Círculos
Fe
Cima
Cierre
Decisiones
Pedazos
Familia
Vacío
Un final a medias
Agradecimientos
Preventa y publicación
Tu y yo, nadie más
Sorteo aniversario⛈️🌈

A casa

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By catarsissss_

🎶I'm not enough and I'm sorry - Teqkoi, Snøw🎶

6 meses atrás

La primera vez que la vi en realidad no era la primera vez.

Era viernes y Lena, mi mejor amiga, me estaba obligando a probarme atuendos para ir a la fiesta a la que la había invitado el chico que le gustaba. Era un panorama bastante normal para las adolescentes promedio que éramos, excepto que a mí no me gustaba ir a lugares donde hubiese mucha gente, y ella lo sabía, pero creía que estaba siendo quisquillosa.

La historia de cómo conocía Lena no era épica ni sentimental. Simplemente nos encontramos en el colegio en uno de los primeros días de clase cuando teníamos doce, ella se acercó a mí porque estaba sola y nos dimos cuenta de que teníamos cosas en común, como nuestro gusto por las gomitas de ositos o nuestro odio por las matemáticas, así que nos hicimos amigas.

El problema comenzó cuando crecimos y yo me fui haciendo mucho más consciente de mis problemas. A ella le interesaban las típicas cosas que le gustaban a los adolescentes, quería salir a fiestas y conocer personas, mientras que yo solo quería quedarme en mi habitación porque me aterraba hablar con chicos de mi edad y la sensación de no poder respirar —que luego reconocí como ataques de pánico— se hacía cada vez más frecuente.

Con el tiempo fui temiendo que un día se diera cuenta de que no había nada genial en ser mi amiga y decidiera alejarse completamente, así que comencé a hacer lo que ella quisiera, incluso si eso terminaba mal para mí.

Ninguna era una buena para la otra, pero perderla significaría quedarme sola y no sabía qué pasaría si me quedaba completamente sola.

—Prueba con esa falda —dijo al mismo tiempo que me tiró la prenda en la cara.

—Eh, cuidado con mis lentes —me quejé, pero ella no me hizo caso.

Extendí la falda de cuero frente a mí e hice una mueca. Era linda, tenía algunos brillos y cierres de adornos, pero no era para mí. No me gustaba usar faldas ni ropa ajustada, me hacía sentir incómoda. Prefería usar pantalones cargo y sacarle las camisetas a mi hermano. Así me sentía un poco más yo misma en todo el circo de mentiras que había montado durante años.

—¿No tienes algo más... mi estilo? —le pregunté.

Lena soltó un bufido y revoloteó por su habitación. Estaba hecha un desastre, había ropa tirada por todas partes: sobre la cama, sobre su pequeño escritorio blanco, en la manilla de la puerta, en la esquina del espejo de cuerpo completo... Así era cada vez que Lena salía. Era la persona más desordenada que conocía, incluso más que Lucas, mi hermano menor, y eso era decir mucho.

—Tu estilo es aburrido —respondió luego de haber rebuscado por todos los montones de ropa—. Mejor ve como quieras.

Negó con la cabeza y me dio la espalda para seguir maquillándose frente al espejo.

Desde que llegué a casa de Lena había permanecido sentada en un hueco libre de la cama, mientras que ella se había movido por todas partes creando su desastre. Ella era así: desordenada y atrevida, no tenía miedo de ser ella misma frente al mundo, era hermosa con ese cabello rosado, su piel lechosa perfectamente cuidada, sus labios carnosos y sus ojos cafés. Nada parecía ser suficiente para ella, siempre estaba buscando algo más. Y por otro lado estaba yo: callada, nerviosa, siempre escondida detrás de mis lentes, mi cabello castaño y mi ropa ancha, preocupada de que pudieran notar algo diferente en mí... No quería ser el centro de atención. Éramos más que diferentes, y aunque el resto dijera que nos complementábamos, a veces sentía que ella seguía a mi lado por costumbre o porque en ocasiones le era útil.

—¿Entonces te quedarás así? —me preguntó, sacándome de mis pensamientos. Miró de pies a cabeza mis cargos negros y la camiseta roja que tomé del ropero de Avery, mi hermano mayor. Me encogí en mi lugar—. ¿No quieres que te maquille, al menos?

—Podrías delinearme —murmuré, era casi lo único que me gustaba cómo se veía en mis ojos grandes y verdes—. Si quieres.

—¡Claro que sí! —chilló, era como si lograr que yo aceptara cambiar mi apariencia fuera un gran triunfo para ella. Siempre lo hacía, y eso hacía cuestionarme muchas cosas. ¿Qué más había mal en mí?—. Ven aquí.

Me paré por primera vez desde que llegué y caminé hacia el espejo para estar junto a ella. Se veía preciosa, como siempre. Se había puesto una falda negra junto con una malla color crema semitransparente que dejaba ver su sujetador del mismo color.

Me tuvo ahí unos cinco minutos hasta que su trabajo estuvo listo. No era la gran cosa, era probable que por los lentes de montura negra ni siquiera se notara, pero cuando me miré al espejo me sentí un poco mejor. Tal vez era porque la había hecho feliz y sabía que dejaría de molestarme durante un rato, o porque me hacía sentir bonita, aunque sabía que no lo era. De cualquier manera, sonreí con timidez mientras ella comenzó a buscar sus cosas.

—Vamos, Gus nos está esperando abajo.

Gus era el chico que le gustaba y algo así como su novio, aunque no era nada oficial. Era un buen chico, le gustaban las mismas cosas que a ella y parecía respetarla, además, me trataba bien.

Bajé con ella hasta el primer piso donde su madre, una mujer de unos cuarenta años con cabello negro y los mismos ojos que su hija, nos esperaba para despedirse, pues le tocaba turno de noche en el hospital donde trabajaba de enfermera.

—Cuídense y no lleguen tan tarde —nos dijo, esta noche me quedaría a dormir aquí. Dejó salir a su hija y, antes de que pudiera seguirla, me tomó el brazo con suavidad para detenerme—. June, por favor, échale un ojo, que no se emborrache y haga alguna estupidez.

Esto pasaba siempre. Cuando salíamos me pedían que cuidase del resto, que los vigilara. Casi podía escuchar la voz de mamá diciendo «procura que Avery no maneje borracho» o «cuida que Lucas no coma tanto helado porque luego le duele el estómago», y no los podía culpar, en cualquier lugar yo me veía como la responsable, pero la verdad era que no sabría qué hacer si algún día pasara algo. No era la persona adecuada para vigilar y cuidar. Sin embargo, miré a la madre de Lena y asentí con toda la seguridad que podía aparentar.

Afuera estaba helado, pero no tanto como para lamentar no haberme puesto alguna sudadera.

Nos subimos al Jeep gris de los padres de Gus, listas para una larga noche. Ni siquiera sabía de quién era la fiesta, probablemente era el cumpleaños de alguno de los amigos de Gus, o tal vez ni siquiera conocían al anfitrión. Esas cosas no importaban mucho.

Durante el camino apenas hablé, solo abrí la boca para responder las preguntas que me hacían o para negar los ofrecimientos de Gus para presentarme a alguno de sus amigos.

Cuando llegamos al lugar de la fiesta me di cuenta de que tal vez no debí haber aceptado venir. Era una casa gigante de dos pisos, tenía piscina y había demasiada gente, más de la que era capaz de soportar.

Me comenzó a doler el estómago y a sudar las manos. Ni siquiera habíamos entrado y ya me costaba respirar. Miré a Lena, pero ella estaba colgada del brazo de Gus mientras saludaban a otros chicos y chicas que estaban alrededor de la piscina.

—Hoy pienso emborracharme —anunció Lena en medio de una sonrisa despreocupada.

—Tu mamá... —comencé a decir, pero me cortó con un encogimiento de hombros.

—No seas aguafiestas. Emborráchate, quizás así dejas de estar tan tensa todo el tiempo.

No respondí, en cambio, volví a encogerme. Estaba segura de que mis mejillas estaban coloradas por la vergüenza. No me gustaba sentir que me juzgaban, me daban ganas de esconderme y los latidos de mi corazón comenzaban a alterarse.

—No la molestes —la reprendió Gus, lo que me hizo mirarlo, él me sonreía.

—Ay, si a ella no le molesta —respondió Lena y pasó un brazo sobre mis hombros para acercarme a ella—. ¿Verdad que no, June?

—N-no, claro que no —respondí con torpeza, me sentía ridícula.

Casi agradecí cuando Gus abrió la puerta de la casa, no quería entrar, pero tampoco quería ser el blanco de las bromas de Lena más tiempo. Sabía que, en cuanto entráramos, se olvidaría de mí.

Adentro abundaba el caos, los cuerpos bailando y los adolescentes conversando en grupos.

—Iré por algo de beber —anunció Lena—. Vamos, Gus. ¿Quieres algo, June?

—Un agua —respondí, recibiendo un bufido de su parte.

—Aburrida.

Cuando me quedé sola inhalé profundamente antes de buscar un rincón que estuviera vacío, de esa manera podía estar alejada del gentío pero también podía hacer el intento de vigilar que Lena no se excediera. En realidad, nunca había pasado, pero tenía la sensación de que hoy sería el día.

Unos diez minutos más tarde llegó mi amiga con una botella de agua para mí.

—Iremos a jugar beer-pong con los demás. Te invitaría, pero tú no bebes —rodó los ojos—. Háblame si necesitas algo.

Abrí la boca para responderle, pero ya se había marchado.

Sentí unas insanas ganas de llorar. Siempre hacía lo mismo: insistía para que la acompañara a lugares, pero luego se iba con el resto de sus amigos y me dejaba a mi suerte. A veces creía que me invitaba solo porque, de otra forma, no le darían permiso. Era patético, pero también era mi culpa. Tal vez si fuese una persona normal sería más fácil, tal vez si pudiera relacionarme con las personas y me gustase estar rodeada de gente, tal vez si no tuviera ataques de pánico cada vez que me sentía sobrepasada, tal vez si me esforzara en superar mis problemas...

Mi cabeza comenzó anublarse de tantos tal vez.

Observé el panorama para evitar perderme más en mis pensamientos, conocía algunas personas, pero seguramente no me conocían a mí.

Seguí mirando hasta que me entretuve viendo cómo bailaba un grupo de chicas. Dos de ellas parecían ser idénticas, tenían el cabello rubio y ropa bastante llamativa, una estaba vestida con jeans metalizados color plata y un top verde fluorescente, mientras que la otra tenía puesto un vestido rosa chillón. Inconscientemente sonreí, era lindo cuando alguien hacía lo que se le daba la gana aunque pudiese ser criticada. Pero la sonrisa se borró en cuanto me di cuenta de que quería ser una persona así, lo quería con todas mis fuerzas, pero no era valiente para intentarlo.

Mi vista se posó en la tercera chica y me quedé paralizada por unos segundos. Era morena, tenía el cabello negro un poco debajo de los hombros y algunos mechones rojos.

Estaba sonriendo.

Sonreía como si fuese la persona más feliz del mundo, como si no tuviese ningún problema y su único propósito fuera divertirse con sus amigas un viernes por la noche.

Y era hermosa. No de una manera perfecta, sino de una manera que hacía que mis palmas sudaran más de lo normal, que mi corazón revoloteara por mi pecho y se me achicharrara el cerebro.

No, no quería ser como las otras chicas, quería ser como ella.

Quería verme así de feliz, quería poder sonreír y hacer que a alguien se le iluminara la vida, quería bailar rodeada de gente sin miedo a no poder respirar, sin temer ser vista, sin estar al borde del colapso. Quería... Sí, quería vivir en una fantasía.

Aparté la vista y saqué mi celular para distraerme un rato. Era bonito soñar, me encantaba observar a las personas e imaginar que era como ellas, pero también era un arma de doble filo, porque me recordaba que no podía, que mi cabeza no cooperaba y me podía traicionar en cualquier momento.

Luego de unos cuarenta minutos de navegar por internet, recordé que debía vigilar a Lena.

La busqué con la mirada por un largo rato, hasta que me di cuenta de que, si quería encontrarla, debía abandonar mi rincón seguro. Así que tomé una larga bocana de aire y me armé de valor para colarme entre la gente, pero entonces sentí la voz aguda de mi amiga.

—¡June! —exclamó, no había que ser una experto para saber que estaba borracha—. Adivina de qué me he enterado.

Sentí su brazo sobre mi hombro antes de que pudiera girarme hacia ella.

—¿Cuánto has bebido? —pregunté.

—¡Eso no importa! —se rio—. Lo importante es que he descubierto que le gustas a alguien.

Me puse incómoda, no me gustaba cuando me querían emparejar con alguien a la fuerza. Siempre me dejaban como una persona cruel por no querer darle la oportunidad a alguien, cuando en realidad los rechazaba porque simplemente no me gustaban los chicos. Aunque, claro, nadie lo sabía, así no era culpa del resto. Era mía. Otra vez.

—Lena, sabes que no me interesa eso por el momento —respondí para tratar de cambiar el tema—. Tu madre me dijo que no bebieras tanto, necesitas sentarte.

Comencé a llevarla a algún espacio donde pudiese sentarse, pero ella me soltó. Me giré para verla, tenía el cabello un poco alborotado y los ojos brillantes.

—¿Alguna vez dejarás de ser tan aburrida? —me cuestionó—. ¡Nunca quieres hacer nada divertido! No quieres salir con chicos, debo obligarte para que me acompañes a fiestas, ¡y te vistes horrible! —señaló, a pesar de estar diciéndome cosas que me hacían sentir horrible, ella mantenía esa sonrisa característica, como si en realidad no se enterara de nada. Eso la hacía dolorosamente cruel.

Apreté la mandíbula para evitar que mis ojos se llenaran de lágrimas, pero era demasiado tarde. Tenía razón, pero había miles de personas como yo, ¿por qué en mí estaba mal? ¿Por qué todo el mundo quería que fuera como a ellos se les antojara?

Tal vez porque ni siquiera yo sabía quién carajos era.

—Creo que has bebido mucho —respondí con la voz entrecortada, la respiración estaba comenzando a fallarme, pero ella no podía verme así. Me aguanté—. Quizás podríamos volver a casa.

—¿Sabes qué, June? ¡Vete a la mierda! —exclamó riéndose. Probablemente muchos nos miraban, pero no quería confirmarlo o eso me haría estallar—. Me cansé de ti.

Me quedé en silencio. El mundo comenzó a dar vueltas a mí alrededor mientras sus palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza. Eso era lo que más temía, y ahora estaba pasando.

Estaba sola. Sola contra el mundo y mi mente inestable. ¿Cuánto tardaría en caer completamente?

—Lena, estás diciendo tonterías —me reí con nerviosismo.

—Estoy siendo sincera —se encogió de hombros, bajando un poco la voz—. Debí decírtelo hace mucho tiempo. Lo siento, pero estoy cansada de ti.

Entonces se fue, dejándome en el rincón de una casa donde todo el mundo estaba disfrutando mientras yo solo quería desaparecer.

Como pude, me abrí paso entre los ojos curiosos y las miradas de diversión. No quería verlos, no quería saber qué estaban diciendo. Tenía las manos hechas puños mientras trataba de salir de ahí, mis ojos estaban completamente nublados por las lágrimas y me ardía el pecho. En algún momento comencé a correr hacia la calle, los ruidos se hacían cada vez más lejanos en mi cabeza, aunque sabía que estaba a tan solo unos metros de la música.

Me senté en la vereda de la calle, justo al lado del coche de Gus, y me hice un ovillo.

No podía respirar. Mi garganta estaba ardiendo, no escuchaba nada más que mis respiraciones entrecortadas y mi corazón acelerado.

Tonta, tonta, tonta.

Rara.

Loca.

Patética.

Aburrida.

Estoy cansada de ti.

—Oye, te vi adentro y quería saber si estabas bien —escuché una voz femenina detrás de mí. Por alguna extraña razón, lo único que pude pensar era en que conocía esa voz—. Ey, ¿estás bien?

Sentí su mano en mi hombro y me aparté de un salto. Fuera quien fuera, no quería que me viera. Quería estar en mi casa, en mi habitación para esperar a que mi cabeza estuviera cansada de hacerme enloquecer, hasta que mi pecho dejara de incendiarse y todo volviera a la normalidad hasta que todo comenzara de nuevo.

Pero la persona no se apartó. La sentí agacharse a mi lado.

—Respira —me dijo, no quería mirarla—. Estás bien. Mírame, podemos hacerlo juntas. Inhala, exhala —me instó, hice todo lo posible para poder mirarla porque su voz me producía algo extraño, algo de calma. Entonces me di cuenta de que era la misma chica de antes, la de los mechones de pelo rojos—. Eso. Mírame —me tomó de los brazos—. Respira conmigo. Inhala, exhala, inhala, exhala. Eso, muy bien.

Entre todo ese caos, recordé que tres años atrás, mientras estaba sufriendo un ataque luego de haber sido asaltada, una chica se me acercó. Jamás le vi el rostro, pero fue la única de todas las personas que estaban en la estación de metros que se acercó a ayudar a la pobre chica que había colapsado en el piso. Ella me ayudó, repitió las mismas palabras que acababa de decir la persona que tengo en frente, hasta que conseguí calmarme.

Me fui antes de que alcanzaran a llegar los guardias de seguridad, pero jamás olvidé esa voz.

Era esta misma chica.

—Tranquila —repitió con una sonrisa amable—. Estarás bien. Te llevaré a casa.

Alerta de spoiler: hizo mucho más que solo llevarme a casa.

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