Love of my life || TojiSato

By Iskari_Meyer

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Toji Fushiguro sólo tenía a una persona a la que consideraba el amor de su vida. Y la vida era tan injusta, e... More

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Epílogo

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By Iskari_Meyer

Toji despertó en mitad de la noche por los sonidos que provenían del pasillo. Aún metido entre sueños, se frotó el rostro con pereza y decidió levantarse. Salió de la habitación, tapándose los ojos por la luz que salía del baño y empujó la puerta sin demasiada fuerza.

En aquel momento, su organismo se activó de golpe y todo rastro del calor de las sábanas se esfumó. Veía a Megumi arrodillado frente a la taza del váter, llorando, temblando.

—¿¡Qué pasa!? —Se dejó caer junto a él, tomándole del mentón. Tenía los labios manchados de vómito y el rostro rojizo, cubierto de lágrimas y sal.

El niño pareció querer decir algo, pero una fuerte arcada cortó sus palabras de un seco tajo, obligándole a inclinarse de nuevo y soltar todo lo que llevaba dentro. Acarició su espalda con cariño, agarrando el papel higiénico y tomando una buena cantidad. Cuando parecía que ya había acabado, lo sostuvo de la mandíbula y lo limpió con cuidado.

Estaba pálido e hiperventilaba, tenía los ojos cansados, como si no hubiera dormido nada durante toda la noche. El reloj daba las cuatro de la madrugada, cuando se había levantado.

—-Me siento muy mal. —Alcanzó a decir el chiquillo, incorporándose junto a su padre. Sorbió por la nariz, notando que el otro le otorgaba un pequeño beso en la frente. —Quiero dormir contigo, ¿puedo dormir contigo?

Asintió, apartando las ganas que tenía de desmoronarse, de meterle un buen golpe a la pared y desahogarse con cualquier cosa. Alzó a su niño en brazos y salió del baño, con cuidado de que no se diera contra el marco de la puerta. Lo depositó en su enorme cama y lo arropó, encendiendo la tenue luz de la mesita de noche.

—¿Tienes hambre? —Preguntó, le daría algo suave y ligero para que su estómago no estuviera vacío hasta la hora del desayuno. Escuchó una afirmación. —Te traeré algo.

Y, minutos después, Megumi comía gelatina de fresa y bebía un vaso de zumo de naranja, absorto en la pared de enfrente. Todo el rato estuvo acariciando su cabeza, asegurándole que aquel era el efecto secundario más común y que no debía de preocuparse. Permanecería a su lado toda la noche, con la bola de pelo negro y el peluche de un conejo entre sus brazos.

—Te quiero. —Susurró, besando su cabeza.

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—Estás demasiado cansado como para venir conmigo. —Le había dicho, pero, al final, no había resistido la desolada mirada azul que le había dado.

Y Toji se había llevado al crío con él al centro comercial. Le desabrochó la chaqueta de lana al entrar y lo tomó de la mano, advirtiéndole de que quería que le dijera cuándo se encontraba mal. Acabaron internándose en la zona de papelería, el chiquillo revoloteaba con colecciones de lápices de colores y rotuladores en la mano, algunos demasiado caros o exclusivos.

Megumi adoraba aquella zona, le encantaban las manualidades, las tarjetas y postales, los dibujos y las acuarelas. Soltó a su padre —que ya parecía bastante harto de tantos arcoíris— durante un instante y se perdió en uno de los pasillos, para coger un bote de purpurina con forma de estrellas. Se puso de puntillas, intentando alcanzarla en la estantería, cuando una generosa mano intervino y se la ofreció.

—¡Hola, chiquitín! —Satoru se agachó a su altura y le dio el brillante bote, acariciándole el pelo. —¿Dónde está tu padre? ¿Cómo estás?

—¿Y tú qué haces aquí? —El susodicho apareció en el pasillo con cara de pocos amigos y una cesta repleta de lápices de colores. Se sorprendió al ver al albino, que abrazaba con ternura a su pequeña joya, hablando con él. Se dio cuenta de cómo habían sonado sus palabras y se frotó los ojos, cansado. —Buenos días.

El niño pareció emocionarse, tomando de la mano a Gojō y acercándose al mayor. Unió las manos de ambos hombres con una gran sonrisa, ignorando la molesta expresión de Fushiguro, que únicamente mantenía el agarre por complacerle.

—Ahora vamos a la zona de tecnología. —Contó el pequeño, tirando de ellos. De repente, se detuvo, tocándose el pecho. —Oh.

Toji lo tomó en brazos, agradecido por tener una excusa para soltar a Satoru. Aquel tipo estaba cubierto en un color rosado muy gracioso y se había quedado muy quieto, sin saber qué hacer. Le echó un vistazo, viendo cómo se atusaba el abrigo verdoso, el pelo blanquecino, azorado. Apretó los labios, no estaba bien que se involucrara tanto en su vida.

—¿Buscabas algo en concreto? Podrías venir con nosotros, si quieres. —Educación, sólo lo invitaba por pura educación, no porque su hijo pareciera más feliz, ni porque su presencia le ayudara a distraerse de la situación. Tampoco porque su voz siempre fuera suave y sin malas intenciones.

De aquella manera acabó comprándole una tableta digital a su pequeña joya, para que pudiera ver series y películas sin necesidad de levantarse de la cama. Aún no le había comprado un teléfono, y no lo haría hasta que fuera estrictamente necesario, porque era demasiado joven y quería que disfrutara de su alrededor.

Era tan tierno —fundiéndole la tarjeta de crédito—, con aquella sudadera con el dibujo de un limón, los vaqueros azules algo anchos y su abrigo de lana; tomado de la mano con el albino, que parecía entretenerse hablando con él. Suspiró, recogiendo la bolsa del mostrador y guardando la cartera en el bolsillo trasero de sus pantalones negros.

—Papá no quiere comprarme un cocodrilo. —Se quejaba, haciendo un puchero. Sonrió al ver que el susodicho se les acercaba. —¿Podemos traernos a Satoru? ¡Por favor! ¡Por favor!

Se frotó los ojos, recibiendo las atentas miradas de ambos. El albino parecía especialmente emocionado, o complacido por el gesto de amabilidad del menor. En ocasiones creía que los dos se comportaban de igual manera y que tendría que acabar cuidando de ellos.

Gruñó una afirmación, algo molesto porque tenía sueño y su mente estaba reventada. Necesitaba dormir, pero no dormir sin más, sino sin preocupaciones.

Notó que su hijo se agarraba de él y el otro, que mantenía una sonrisa en su agradable rostro. Lo observó con atención, la probable suavidad de aquella piel tan blanca, la mirada escondida tras aquellas gafas negras. Podía adivinar unos ojos de un intenso color de cielo al otro lado del cristal, que chispeaban con emoción, como si nunca se hubiera sentido tan querido o algo similar.

Era un tipo extraño. Pero, si a su pequeño zafiro le gustaba, entonces no le importaba.

╰───── ✯ ─────╮

—¿Quieres empezar la clase antes? —Cuestionó el hombre, una vez cruzaron el umbral de la puerta del apartamento. Seguía a Megumi, que lo arrastraba hasta su habitación, como si fuera un juguete más.

—¡Sí!

Gojō le dedicó una sonrisa de aquellas a Toji, antes de desaparecer con el niño.

No quería cansarlo demasiado, por ello le pondría algo fácil o relativamente sencillo. Veía las ojeras de su tierna cara, rodeando la profunda mirada azul. Sus cejas se fruncían de vez en cuando y, en ocasiones, se llevaba una mano al pecho, molesto por la sensación que lo atacaba.

Le agradaba que fuera tan entusiasta, que le escuchara y que estuviera tan ávido de conocimiento.

—¿Qué te parece si me enseñas lo que sabes de inglés? —Propuso, sacando un par de folios y un diccionario. Le tendió todo al crío, que hurgaba en un estuche y ponía diez bolígrafos sobre la mesa. Él también había sido así. —Podrías hacer una redacción sobre lo que quieras, ¿te apetece?

—¿Sobre lo que yo quiera? —Fushiguro ladeó la cabeza, pensativo. Miraba por la ventana de delante y se giró para pasear la vista por su habitación. De repente, una bombilla pareció iluminarse sobre él y comenzó a escribir.

Dejó que se concentrara en su tarea y rió en voz baja cuando alejó la hoja para que no viera lo que estaba poniendo. Le ablandaba el corazón.

Se dio cuenta de que tenía sed y salió de la habitación en silencio, yendo a la cocina para preguntar por un vaso de agua y, aprovechando aquello, le llevaría uno también al niño. Sin embargo, no había nadie en la cocina.

Frunció el ceño, confuso. No tenía ni la más remota idea de dónde se había metido el padre de la criatura y regresó por el pasillo para volver a su lugar. Fue inevitable que le llamara la atención aquella puerta que estaba arrimada. Sabía que la del fondo era la habitación del hombre, pero no sabía qué había en aquella.

Curioso, y atraído por los sonidos que se escapaban del otro lado, se aproximó a la ranura para cotillear, sintiéndose algo mal. Y lo que vio ni siquiera supo si lo hizo sentir mejor o peor. Lo único de lo que era consciente, era de que ya no necesitaba un vaso de agua.

La camiseta de tirantes negra se adhería a su cuerpo, lo delineaba de forma felina y atractiva. Sus abdominales subían y bajaban sobre la esterilla, tumbado sobre ella para trabajarlos con esfuerzo, con las manos en la nuca y el torso yendo de arriba a abajo, de manera casi delirante.

Podía ver el perfil de su rostro, la nariz igual a la de su hijo, aquella gota de sudor que se deslizaba por su cuello y se perdía en sus clavículas, en la línea que dividía sus pectorales. Los brazos se tensaban y el aire que entraba por la ventana abierta jugaba con su pelo algo largo, los mechones de color azabache, su piel curtida, las venas marcándose. Toji estaba envuelto en música rock y tenía la mandíbula apretada.

Joder.

El resto de la habitación estaba adornada con una cinta de correr, una especie de silla para hacer pesas y un pesado saco de boxeo, que colgaba del techo.

Aquello estaba mal. Muy mal. Y continuó observando hasta que sintió que su corazón iba a estallar de curiosidad, con aquellos pantalones que cubrían hasta la mitad de sus trabajados muslos, la camiseta levantándose ligeramente y dejando a la vista un par de cicatrices en su abdomen.

De repente, una presencia lo alertó. Pegó un respingo, asustado, cazado.

Megumi lo miraba con la cabeza ladeada, confuso, sujetando una hoja de papel en la mano. Pareció que estaba a punto de decir algo, pero Satoru le tapó la boca, completamente aterrorizado.

Lo guió hasta la habitación, caminando de puntillas, con cuidado de no hacer el más mínimo ruido. Durante un instante, había entrado en pánico.

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