Tú, nada más © ¡A LA VENTA!

By Themma

25.4M 371K 102K

Marcel; indiferencia. Anel; fragilidad. Sin saberlo viven escondidos en sus propias sombras, en sus mundos... More

Tú, nada más.
1. Sin remordimientos.
2. Entorno negro.
3. Condiciones.
4. Juego extraño.
5. No es una cita.
6. Nada más.
7. Vivir el momento.
8. Trampa agria.
Puntos de venta en Latam y España.
│Play list│
*Galería*

9. Respuestas.

716K 30.6K 8K
By Themma



CANCIÓN: Lorde - A worl alone

Llegaron a un restaurante de mariscos, algo informal. Marcel la guio entre las mesas vacías y le indicó una, por la hora ya no había mucha clientela.

—Pide lo que quieras –lucía muy relajado. Ella observó el menú sin saber qué. El chico se acercó y le indicó lo que podría gustarle. Al final eligió un filete al limón con ensalada.

Esperando las bebidas comenzaron a conversar con soltura. Un poco de las noticias, la fuerte situación del país, otro poco de algunas películas. Cuando los platillos llegaron, Marcel atacó el suyo muerto de hambre, mientras ella picoteaba dispersa.

—Anel, no me puedo ir a otra mesa para que comas. Sería... raro –le hizo ver serio. La chica sonrió notando a qué se refería; casi no había comido y él iba por la mitad—. Juguemos... —la desafió dejando su tenedor sobre el plato y abriendo demasiado sus ojos oliva.

—¿Jugar?, ¿a qué? –Se acomodó un cabello tras la oreja intrigada. ¡Mierda!, deseaba besarla. Cerró los ojos un segundo y respiró profundo. La tendría toda la noche, ahora debía comer.

—Puedes preguntarme lo que quieras... si contesto, tú darás dos bocados –la retó cruzándose de brazos mientras se recargaba por completo en el respaldo.

—¿Dos?...

—Sí, mis respuestas deberían valer el platillo ¡eh!, pero seré generoso.

—¿Y si no contestas? –deseó saber sin poder dar crédito a sus ocurrencias mordiéndose la lengua para no reír. Marcel era una caja de sorpresas y nunca sabía lo que diría el segundo siguiente.

—No comes.

—¿Y tú qué ganas? –No comprendía.

—Ah, yo también puedo preguntar –chasqueó la boca divertido, con mirada maliciosa.

—Y si contesto, ¿qué harás?

—¿Qué te gustaría que hiciera? –Sus mejillas se encendieron y desvió la vista por todo el lugar pensativa mientras él la observaba absorto en cada una de sus delicadas facciones.

—No me vuelvas a decir que parezco de doce –ladeó la cabeza, intrigado, no pensó que eso le había dolido, pero el trato era justo.

—Hecho...

—Y no seguirás diciendo cada dos segundos que no somos nada; eso ya lo sé... —no lo veía a los ojos, sin embargo, la notó tensa. Apretó la quijada una corriente extraña recorrió sus venas, algo molesta si era sincero.

—Bien –ella lo encaró asombrada—. Pregunta –la instó regresando a su comida.

—¿Por qué vives solo? –Él sabía que por ahí irían las cosas, de cierta manera se preparó para ello.

—Ya te dije que mis padres murieron –le recordó imperturbable.

—Sí, pero...

—Ah –elevó un dedo y luego señaló su plato—. No seas tramposa, dos bocados –Anel entorno los ojos—. La curiosidad juega a mi favor, anda –obedeció sin remedio.

—Pero, ¿no tienes más familia?

—Sí, sí tengo –Anel se desinfló al ver que le indicaba de nuevo el plato. Diablos, debía formular mejor sus preguntas, comprendió sonriendo y sintiéndose de verdad relajada. Todo era atípico, pero agradable.

—¿Por qué no vives con ellos?

—Porque lo intenté y fue un desastre –otro bocado. A ese paso lo terminaría pronto, notó triunfante Marcel.

—¿Por qué no estudiaste Arquitectura? –Pestañeó recargando de nuevo su espalada en el respaldo al tiempo que le daba un gran trago a su cerveza.

—No era lo conveniente –respondió seco. Ella dio otro par de bocados y dejó de hablar observando su alrededor con timidez—. ¿Qué, son todas? –Anel lo miró turbada.

—¿T-tienes... novia? — ¿Qué clase de pregunta era esa?

—¿Crees que tengo una?... –La joven escondió las manos en su regazo claramente nerviosa.

—No sé, pero... —y lo miró—, no me gustaría ser, ya sabes...

—"El cuerno" –se rio—. No, no eres el cuerno, Anel. No ando con nadie y no tengo planes de hacerlo, pero por lo que veo me crees capaz de algo así ¿Cierto? –La desafió intrigado, no le agradaba que pensara eso de él.

—Y-yo... —levantó la palma rodando los ojos.

—No contestes, tu actitud me lo dice todo.

—Es solo que... la otra mañana... —Marcel comprendió al fin a qué venía eso. La observó fijamente.

—Come cuatro bocados y seguimos –iba un poco más de la mitad. Ella negó con firmeza y sin dudar.

—Ya no quiero...

—No responderé –le advirtió asombrado por su resolución.

—No tienes que hacerlo –No supo por qué, pero deseó aclarar el punto, más aún al ver como ella se retraía, adoptando de nuevo ese aire ausente, indiferente, taciturno.

—Hace mucho tiempo salimos y bueno, a veces, ya sabes, hemos pasado buenos momentos –confesó serio, esperando su reacción.

—Entiendo –murmuró tomando nuevamente el tenedor y llevándoselo a la boca como si no hubiese dicho nada. ¡Guau!, eso fue extraño, admitió él.

—¿Estás celosa? –Se encontró preguntando. Anel dejó el cubierto sobre el plato un tanto alterada, con el corazón taladrando. ¿A qué venía esa pregunta? Odiaba pensar en sus labios sobre los de alguien más, pero... eso no lo podría evitar, no después de comprender muy bien las reglas de ese juego.

—¿De qué te serviría saberlo? –reviró dejándolo helado. Esa chica parecía ingenua, lo cierto era que aunque sí lo creía, eso no lo convertía en tonta, al contrario.

—Entonces no entiendo para qué la pregunta... —Ella se encogió de hombros metiéndose una zanahoria cruda sin más— ¡Ey!, no soy un santo... pero tampoco me meto con varias al mismo tiempo –sabía de alguna manera, por su postura, por su actitud, que creía se acostaba con ambas al mismo tiempo y bueno, no sería un pecado, no tenía compromisos, pero maldita sea, no se la sacaba de la cabeza ¿Cómo mierdas retozaría con alguien más mientras esa chiquilla, que llevaba viendo desde hacía un mes, parecía haberse instalado en su cerebro?

—No tendría nada que objetar. ¿Podríamos cambiar de tema? –Suplicó comiendo más. Marcel haría lo que fuera con tal de verla ingerir así; gratis, lo que tenía frente a ella. Aunque ciertamente no le agradó nada que lo tomara tan ligeramente. Anel lo descolocaba con una facilidad que lo dejaba helado.

— ¿Tienes hermanos? –fue el turno de él.

—Sí, una... mayor, creo que tú y ella son de la misma edad... —poco a poco se fue soltando. Gracias a ello se enteró que se llamaba Ariana, que sí, en efecto, tenían veintitrés ambos y trabajaba en algo relacionado a su carrera. Que Anel ingresó un semestre atrasada a la Universidad porque entró tarde a la preparatoria debido a que tuvo problemas con algo referente a sus papeles. Nació en Chicago, lugar donde aún residía su padre pues él era de allí, y ese detalle fue el que acarreó algunos problemas debido a las dos nacionalidades, hasta que su madre, abogada, logró arreglarlo hacía unos años y todo parecía ir normal.

En ese momento comprendió ese extraño color de ojos, algo en ella siempre le decía que no era del todo latina y sí, no se equivocó.

Se encontró escuchándola atento, con la barbilla en la palma de su mano, mientras Anel engullía todo su platillo sin mayor aliciente que su interés en ella y en lo que decía.

Su nombre era Anel Baker Díaz. Saber más era estimulante, intrigante, pero mejor era ver que hablaba sin limitarse, con esa preciosa vocecita, con sus ademanes suaves, cargados de feminidad, con sus ojos serenos, que aunque ojerosos, parecían alegres. No obstante, hasta el momento en que su mamá se casa, todo parecía ir bien en su semblante, pero en cuanto mencionó el hecho de que comenzó con un novio, con el que ya estaba casada... La mirada de Anel se oscureció dramáticamente y dejó hasta ahí la historia. Intentó sacarle un poco más, no hubo manera, al parecer la madre se alejó y no llevaban una relación como solían.

Mientras la observaba, supuso que era normal sentir celos y un poco de rabia hacia alguien que llega y lo cambia todo... Por lo mismo decidió no escarbar más. Cuando fue su turno, se mostró más reacio.

— ¿Y tú?... Me dirás algo –preguntó recargada en su asiento. Su plato casi vacío lo hizo sonreír complacido.

—Ya fue tu turno... —Anel jugó con sus dedos seria.

—¿Cómo murieron? Digo, si no quieres hablar de ello, está bien. Es solo que no comprendo por qué vives solo... —Marcel torció el gesto meneando el líquido ámbar de su botella.

—Un accidente. Iba mi hermana, mi madre y mi padre. No sobrevivió ninguno –su voz era tan sombría que le dio escalofríos, sin embargo, quién podía juzgarlo con lo que acababa de decir.

—¿Cuándo fue?

—Tenía diecisiete –ella asintió sin mostrar emoción alguna—. Vivo solo porque no deseaba hacerlo con mis tíos, cada quien tenía su familia y... simplemente preferí que las cosas fueran así. Después de todo esa es mi realidad... —Anel tomó un poco de su bebida serena. Marcel no leyó en su mirada ni lastima, ni asombro, nada. Era como si para ella esa fuera la reacción lógica.

—Debes estar feliz de que pronto terminarás la carrera ¿No? –cambió de tema. Él la observó intrigado, agradecido también. Aunque tampoco deseaba hablar de eso. Se encogió de hombros dando otro trago a la cerveza.

—Un papel más... —la joven se acomodó un mechón tras la oreja sobándose el vientre discretamente, no recordaba haber comido tanto en años— ¿Qué, fue mucho? –sonrió intentando aligerar el momento. Anel observó su barriga asintiendo quejosa. Su gesto adorable lo hizo mirarla con ternura.

—No estoy acostumbrada –admitió enseñando los dientes.

—Mientras te vea comer, dejaré eso en paz. Pero dime algo... ¿Cómo haces para quedarte conmigo sin tener problemas? –Su rubor lo destanteó tanto que casi se encuentra a su lado rogándole se lo dijera.

—No te molestarás –le exigió en tono amigable. Con ese timbre de voz; imposible. Negó alzando la mano.

—Una tía, vive sola... le inventé que eras mi novio y... —Anel juró que soltaría la carcajada, lo contrario a ello, se recargó en su asiento llevándose la manos a la nuca con los ojos bien abiertos al tiempo que silbaba.

—O sea que ahora en tu casa piensan que tienes novio... —había algo detrás de su tono que la incomodó.

—No, solo ella. Y... como nunca he tenido uno, creo pensó que no tenía nada de malo cubrirme –al escuchar lo segundo se incorporó de golpe, logrando que ella diera un respingo.

—¿Jamás de los jamases has tenido uno? –Ella se contrajo avergonzada.

—No, sé que tú debes haber tenido demasiadas, pero...

—Una... —soltó sin más penetrándola con los ojos—. Hace mucho y no mereció la pena el esfuerzo –lo gélido de su tono la dejó con los labios secos. Unos minutos de silencio prosiguieron en los que ambos se perdieron en el lugar ya vacío. Las siete—. ¿Nos vamos?

—Tengo que pasar por algo de ropa –él asintió sereno.

Se estacionó donde ella le indicó. Si por algo lo veían, todo se vendría abajo. Sólo rogaba que su madre no estuviera al igual que ese asqueroso.

Entró por la puerta trasera, como solía. En cuanto vio a Cleo le informó que iría de nuevo a casa de Laura a pasar el fin de semana.

La mujer asintió comprendiéndola. Si de hecho le parecía increíble que continuara soportando a la energúmena de su madre.

Su tía ya estaba al tanto, pues al ir ingresando, habló con ella.

En su dormitorio agarró una mochila y metió lo que creyó necesitaría. Ropa cómoda, cosas de aseo personal, el cargador de la cámara y un pijama. Se sonrojó al recordar que era probable no usarla. Lo conocía tan poco, pero parecía que de aquella primera vez que la besó, había transcurrido un siglo. Qué más daba, necesitaba hacerlo, deseaba hacerlo, era su oportunidad de sentir que existía algo más, que la vida no se reducía a eso.

 Al salir, apagó la luz y al girar; su madre.

—Dice Cleo que te vas con Laura –la observó de arriba abajo, seria. Había cierta competencia, envidia que Anel, con su poca experiencia, con el amor que le tenía, con el sitio que ella ocupaba en su vida; no detectó.

—Sí, ¿hay problema? –preguntó en un murmullo. La mujer tocó su cabello suelto chasqueando la lengua con cínica burla.

—Pareces un espantapájaros, Anel. Sujétalo, y ya sabes, no andes repitiendo estupideces a mi hermana –apretó su mentón pegándola a su rostro. En otro momento hubiera hecho justo eso; ir a trenzar su melena, pero no cuando a él así le gustaba, no cuando de alguna manera, sí, se sentía liberada.

—No, mamá, sólo iré a dormir –la soltó sonriendo maliciosamente.

—Y ponte un jean, ese vestido hace que te veas esquelética. En serio niña que eres patética. Tendré que pagar para que alguien nos haga el favor de salir contigo siquiera a un maldito puesto de tacos –sintió el nudo en la garganta crecer. Lo intentó pasar mirándola con dolor—. En fin, no des molestias a tu tía –se dio media vuelta y desapareció.

Un segundo después bajó corriendo las escaleras, sintiéndose de nuevo hundida. Una vez afuera, se recargó en un árbol del gran jardín intentando aclarar su mente, sacar de su cabeza esas palabras cargadas de veneno, de desaprobación. Temblaba y por mucho que intentaba proteger su interior, no lo lograba. Siempre le dolía lo que le decía. Cómo la miraba y cada vez veía más difícil que algún día la volviera a querer a pesar de que hacía todo para que eso ocurriera y su relación fuera como solía. Añoraba tanto sus paseos por el parque, sus tardes andando en bicicleta por las calles de aquel fraccionamientos donde creció, o las millones de veces que terminaban haciendo guerra de cosquillas cuando una no quería levantar los platos sucios, pues se los turnaban. O las tantas ocasiones que frente al espejo, al peinarla con esas manos firmes y suaves, le dijo que era muy hermosa, que la amaba y que era su niña especial.

Una lágrima traicionera quiso salir al evocar su feliz infancia, la sorbió con decisión. Afuera la esperaba él, y no deseaba que la viera así. Aspiró el aire fresco de febrero una y otra vez, conteniendo el llanto, apretando los dientes y encajándose las uñas en las palmas, logró salir más serena, aunque de nuevo lastimada, sangrando en su interior sin poder evitarlo.

Al verla aproximarse, bajó y tomó su mochila estudiándola con curiosidad. Estaba algo pálida, y su semblante de nuevo se encontraba contenido.

— ¿Tuviste algún problema? –deseó saber. Anel negó metiéndose a la camioneta sin más. Marcel alzó las cejas sin comprender.

Al llegar él fue derechito a su habitación, ella en cambio, permaneció con la cadera recargada en la barra de la cocina perdida en la vista de la ciudad ya iluminada dándole vueltas a lo mismo sin poder evitarlo y es que dolía, por mucho que intentara que no abriera una nueva herida, Analí lo lograba cada que la veía. Deseaba, de alguna manera, que su situación fuese diferente, que su entorno no la dañara... tener las agallas para salir de eso de una vez.

—Ven, tengo algo que mostrarte –habló Marcel sacándola de su penumbra. Se acercó a la consola y le tendió un control. La joven negó haciéndose hacia atrás. No, no lo podía creer. Ese chico era terco y no se sentía de humor para otra humillación gracias a un juego de vídeo.

— ¿Es en serio? –Lo cuestionó cuando la aferró por la muñeca con demasiada familiaridad y la pegó a su pecho. Su sonrisa seductora apareció y esa arruga que se le hacía en la comisura de los ojos. Dios, era guapísimo, y lo sabía, en ese instante dejó de pensar.

—Oh sí –rozó sus angostos, pero carnosos labios, ansioso de más. Se contuvo, lo que en ese momento necesitaba era quitar esa expresión que no le gustó en lo absoluto y que habitaba en su rostro desde hacía más de quince minutos—. Toma –y se lo puso sobre su palma. Prendió el juego, ahí de pie, frente al televisor. Unos dibujitos animados, de lo más cursis aparecieron ahí. Anel pestañeó atenta.

— ¿Qué es eso?

—Por algo debemos comenzar y me dijeron que este puede funcionar, digo –la miró de reojo—, inventé que tenías como seis años... Así que supérate –la joven no pudo postergar más la risa. Marcel sin verla, disfrutó en secreto ser el responsable de ese gesto que tan escaso era en ella y que remplazaba el otro que tenía—. ¿Cuál quieres? ¿La tortuga o la princesa?, hay varios más –y se los mostró.

—El mono –decidió señalándolo. Luego eligió la moto como vehículo. Él un auto deportivo.

—Mira, esa es la pista... —le fue explicando lo poco o nada que sabía, pero que la chica que se lo vendió, le mencionó.

Y así fue como comenzaron la noche. Ambos frente a la pantalla riendo, gritándose, haciéndose a un lado. Marcel no podía creer que su dragón no avanzara como ese maldito mono. Anel reía sin contenerse genuinamente divertida, mientras él maldecía una y otra vez. Se hacían trampa con descaro. Al ver que la joven tomaba la delantera comenzó a hacerle cosquillas para que errara. Se retorció pegada a su ancho cuerpo, intentando zafarse ahogada en risas burbujeantes que sonaban como miles de campanillas tenues, dulces, embriagadoras, ahí, sobre su pecho.

— ¡Déjame, Marcel! –Le rogó mientras él la rebasaba en el juego con una mano y la otra la mantenía aferrada.

—No, resultaste un peligro, tú y tu chimpancé ese, no me ganarán, Chiquilla –dejó de moverse, cuando se distrajo creyendo que ganaría, le quitó su comando y comenzó a correr por todo el lugar—. ¡Ey! ¡Dame eso! –Le exigió a un lado de la mesa del comedor que nunca usaba. Anel se protegía tras ella negando—. Iré por él, te lo quitaré y ya verás...

—No me importa, ahora los dos perdimos –rio cínicamente con esa dicción tan suya. El chico giró y asombrado vio como otro de los muñecos animados que ahí concursaba, les ganaba. Se llevó las manos a la cabeza con la boca abierta. Se volvió. Anel lo miraba de forma picara. Mierda, con ese inocente gesto lo derritió. Entornó los ojos fingiendo enojo—. Esto te saldrá caro –soltó cruzándose de brazos. Lo observó sin saber qué esperar. Se recargó en la pared con los comandos en las manos aguardando. Marcel se acercó en dos segundos notándola turbada, le quitó los controles con gesto serio, los depositó sobre la mesa y luego la estudió con expresión dura. Anel pasó saliva, se iba a acomodar un mechón cuando él detuvo su mano y lo hizo dejando su palma a un lado de su cabeza sobre el muro—. Llegaste lejos, ¡eh! –soltó muy cerca.

—Es... un juego –balbuceó sin quitarle los ojos de encima, parecía un depredador.

—Nunca había perdido –admitió desafiante.

—Pero... —silenció sus labios con el dedo índice.

—Ahora pagarás el precio –acercó su boca al hueco de su cuello y comenzó a lamerlo con deliberada lentitud. Anel no se movía, sus pulmones los sentía trabajar más rápido. Sus lagunas bien selladas por esas largas y risadas pestañas le indicaron que se abandonaba de nuevo. La observó triunfante. Era tan sencillo que lo igualara en el deseo que se encontró gozando más que nunca el momento—. Bésame, An –le exigió con voz ronca casi pegado a su boca usando ese diminutivo sin darse cuenta. La joven abrió lánguida los ojos y terminó con los pocos centímetros que los separaban de inmediato. Marcel no se movió, simplemente apresó su cintura y la dejó llevar esta vez la situación. 

Poco a poco su roce se fue intensificando. Su lengua, más osada, se aventuró hasta llegar a la suya. La sentía segura, vehemente. Se puso de puntillas para alcanzarlo mejor mientras sus dos manos aferraban su cabeza. Le respondió de inmediato pegando ese cuerpo delgado al suyo ya demasiado excitado.

¡A la mierda el auto control, a la mierda el precio!, lo único que deseaba era hacerla suya una y otra vez rogando, que de algún modo, eso pronto fuera suficiente.

Minutos después ya nada se interponía entre su piel y la suya, y ahí, en el tapete de la habitación, a los pies de la cama, yacían ambos saciados. El pequeño cuerpo sobre el suyo no le impedía llenar los pulmones, tampoco recobrar el aliento, pero maldita sea, si no la quitaba, se adentraría en ella nuevamente y es que respondió en esa ocasión con mayor ardor, con mayor confianza, entrando, casi a la par de él, en ese juego de seducción que ya no lograba saber cómo frenar.

Sentía su cintura bajo su palma, su aliento a un lado de su garganta, su cabello rosando su barbilla, sus dulces pechos sobre su tórax y su femineidad, demasiado cerca de su virilidad, que no tardaba en reaccionar nuevamente.

La hizo con cuidado a un lado. Cuando el rostro de Anel se convirtió en recelo, pasó sus brazos bajo sus piernas, enroscó el otro en su cintura, la elevó y deposito sobre la cama absorbiendo de nuevo su inigualable aroma.

—Ahora vengo, no te enfríes –ella sonrió al verlo entrar al sanitario comprendiendo que todo continuaba bien entre ambos. Un segundo después, soñadora, casi flotando por las miles de sensaciones en las que se sentía atrapada, decidió ponerse algo encima y se levantó—. ¡Eh! ¿A dónde vas? –Su voz la detuvo—. A la cama –ordenó maliciosamente con un dedo—. Recuerda que pagarás por mi primera derrota –Anel no supo qué hacer, ahí, de pie, nerviosa. ¿Era en serio? Se sentía tímida así. Marcel se acercó, la giró con suavidad tomándola por la cadera e hizo que se recostara—. Ahora sí, saldarás tu deuda, Chiquilla tramposa...

FIN DE LOS CAPÍTULOS MUESTRA.

Continue Reading

You'll Also Like

144K 4.1K 14
Sara ha conseguido alcanzar eso por lo que lleva toda la vida luchando: desaparecer, ser invisible y pasar desapercibida. Cuando todo en la vida de...
321K 20.7K 35
[SEGUNDO LIBRO] Segundo libro de la Duología [Dominantes] Damon. Él hombre que era frío y calculador. Ese hombre, desapareció. O al menos lo hace cu...
1.2M 55.1K 53
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...
29.9K 3.1K 18
Bueno, no mucha. Mujer/Mujer. Alguna escena perdida de violencia y poco lenguaje inapropiado...bastante suave. Esta historia es Bellamione