Greenwood II SAGA COMPLETA

By GeorgiaMoon

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NOVELA FINALISTA DE LA PRIMERA EDICIÓN DEL PREMIO OZ DE NOVELA JUVENIL YA A LA VENTA EN LIBRERÍAS, publicado... More

¡GREENWOOD VUELVE A WATTPAD!
«Greenwood»
Prefacio
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
Veintisiete
Veintiocho
Veintinueve
«La maldición de la princesa»
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Veinte
Veintiuno
Veintidós
Veintitrés
Veinticuatro
Veinticinco
Veintiséis
Veintisiete
Epílogo
Nota final

Quince

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By GeorgiaMoon

La semana pasó prácticamente sin darme cuenta. El viernes por la tarde llegó en un abrir y cerrar de ojos. Era el día del baile.

—¡Esme, espérame en el baño para que te maquille! —exclamó mi madre con un neceser en las manos—. ¡Thomas! ¿Qué haces aún sin vestir? ¡Ve corriendo a tu habitación! He planchado la ropa y la he dejado sobre tu cama.

Decidí hacerle caso porque era mejor no arriesgarse en un momento como ese. Me miré en el espejo del baño. Llevaba un vestido dorado ceñido que me llegaba hasta las rodillas. Tanto Minerva como Nora me habían dicho que el color me favorecía. No tenía mangas. De repente deseé que el baile se hiciera en un lugar cubierto.

—Mamá, ¿dónde están los zapatos? —pregunté con la cabeza asomada al pasillo.

—¡En la bolsa azul que hay en la silla de tu escritorio! —me dijo desde el piso inferior.

Una vez estuve lista, volví al baño y oí como mi madre subía las escaleras algo apresurada. Estaba más nerviosa que yo.

—Algo discreto, ¿de acuerdo? Me das miedo...

—Que sí, que sí. Échate el pelo atrás con la diadema.

—Pero si me lo he secado hace diez minutos.

—Esmeralda, échate el cabello hacia atrás.

—De acuerdo, de acuerdo...

Hice lo que me dijo y me aplicó una crema de color blanco y, luego, una suave base de maquillaje.

—Es para que no se te vea la piel tan pálida —explicó cuando me vio fruncir le ceño.

—No te pases —advertí.

—Lo he entendido. Como tu hermano no se esté vistiendo ahora mismo, juro que no sé qué haré con él.

Sonreí y suspiré, negando ligeramente con la cabeza. En realidad era gracioso verla tan emocionada. Se había volcado para que todo saliera bien, y no tuve corazón de decirle que no teníamos ocho años. Al cabo de diez minutos, me dijo que ya podía mirarme en el espejo. De repente me vi muy... diferente. Mi madre me había pintado una línea difuminada de color gris y justo en el lagrimal se veía un ligero toque brillante plateado, como si me hubiese echado purpurina. Además, el rímel hacía que mis pestañas destacasen más, y según mi madre, estaba deslumbrante.

—Gracias —sonreí y me volví a mirar al espejo mientras ella me arreglaba el cabello con los dedos—. Me gustaría llevarlo suelto, como siempre.

—¿Estás segura de que no quieres que te haga ningún recogido? Creo que un moño te quedaría bien y te resaltaría la cara.

—No, me gusta así.

Ella se encogió de hombros y me cepilló el cabello, después agarró la plancha y creó unas pequeñas y tímidas ondas.

—Lo que digo siempre, ¿por qué no me haría peluquera? —dijo entre risas cuando se marchó del baño.

—¿Dónde has aprendido a hacer esto?

No podía creerme que la chica del reflejo fuese yo.

—Cariño, mientras tú estás besuqueándote con Harry en el bosque o en el patio, yo miro tutoriales en Youtube.

—¡Mamá! —exclamé. Notaba que me ardían las mejillas.

—Que no me aceptes como amiga en las redes sociales no significa que no esté al día con la tecnología.

—Harry y yo no nos besuqueamos.

Mi madre rio de forma irónica.

¿Harry... besándome? Sería una imagen extraña, aunque... perfecta.

—Él y Jane deben de estar a punto de llegar. —Entonces, el sonido del timbre retumbó por toda la casa—. ¡Deben de ser ellos! Esme, abre la puerta mientras yo acabo de vestirme. ¡Qué nervios!

—¿Puedo preguntar dónde vas?

—Que sepas, jovencita, que Jane y yo también hemos quedado. —El timbre volvió a sonar y mi madre gruñó—. ¿Se puede saber por qué nadie ha abierto la puerta aún? ¡Esmeralda!

—¡Ya voy! Ya voy...

Lo primero que vi al abrir la puerta fue a Jane de espaldas, arreglando la corbata de Harry. Él se sonrojó al verme.

—Mamá... —murmuró entre dientes, y Jane se dio la vuelta.

—¡Esme, cariño! Oh, Dios mío, ¡estás guapísima! —Dejó la corbata de su hijo y me abrazó—. ¡Donna, Donna! ¿Dónde estás? ¡Tenemos que hacer las fotos!

Jane entró y subió las escaleras en busca de mi madre. Al darme la vuelta, vi que Harry me observaba con atención. Sus ojos destellaban con luz propia. Agaché la cabeza. Estaba muerta de vergüenza. Entonces, me tomó de la mano, me besó suavemente e hizo una pequeña reverencia. Estábamos solos en el recibidor de mi casa.

—Estás preciosa —titubeó en un susurro casi inaudible.

—Gracias —contesté con timidez.

Harry vestía una camisa blanca, una corbata negra y llevaba una flor en la solapa de la chaqueta americana. Me miró con una intensidad que me hizo sonrojar. Estaba radiante. Sentí que el corazón me latía con más fuerza de lo normal, era como si se me fuera a salir del pecho en cualquier momento. Me quería morir de la vergüenza. Abrí la boca para decir algo antes de que mi madre me interrumpiese.

—¿No son adorables, Jane?

—Demasiado.

Harry dio un paso hacia delante y me rodeó los hombros con el brazo derecho.

—Vosotras dos, par de viejas cotillas, ¿no tenéis nada mejor que hacer?

—¡Haceros fotos! En un futuro lo agradeceréis —respondió Jane, y ambas rieron.

No supe qué decir. Estaba pasando mucha vergüenza.

—¿Por qué hay tanto alboroto? —preguntó Thomas, que asomó la cabeza por las escaleras.

—¡Thomas, solo faltabas tú! Venga, vamos a hacer fotos —dijo mi madre mientras preparaba la cámara.

Harry suspiró con fuerza. Me preguntaba qué más podían hacer nuestras madres para hacernos sentir todavía más vergüenza. Mi madre nos hizo una fotografía a Thomas y a mí.

Dijo que la colocaría en el mueble principal del comedor. Después nos tocó a Harry y a mí.

—Harry, acércate más a ella —indicó Jane, y él agachó la cabeza.

—Prometo que mañana las mataré a las dos —musitó entre dientes para que únicamente yo lo escuchara.

—Cuanto antes hagamos caso, antes nos iremos —murmuré y sonreí a la cámara.


El instituto no estaba muy lejos de nuestras casas, así que decidimos ir caminando. De todos modos no habría podido conducir con tacones. A pesar de que eran muy altos, Harry me seguía sacando unos cuantos centímetros. Una brisa helada recorrió el aparcamiento del instituto y Harry colocó una mano en mi espalda. Llevaba puesta una chaqueta, pero aquello no me ayudó mucho a resguardarme del frío nocturno en Greenwood.

—Se lo han currado bastante —dijo Harry admirando la decoración de las farolas que iluminaban el camino hasta la puerta del gimnasio, donde se celebraba el baile.

—¿Cuál es el tema del baile? —pregunté mientras avanzábamos entre la gente.

Algunos nos saludaban y otros nos miraban extrañados.

—No lo sé, era un secreto. Mi madre es del consejo escolar y no me ha querido decir nada, por lo que... Oh, no... ¡no! ¡Mi madre va a estar en el baile! —exclamó Harry.

—Mi madre ha dicho que habían hecho planes —murmuré y él se quedó congelado.

Harry suspiró dramáticamente y me tomó de la mano con fuerza. Entregamos nuestras entradas y avanzamos por el pasillo en silencio. Solté una pequeña risita irónica al ver por fin cuál era el tema del baile.

—Muy oportuno para un lugar como Greenwood. Un bosque encantado.

Lo cierto es que estaba muy bien hecho. Una luz tenue iluminaba el gimnasio y un camino de árboles con horribles ojos amarillos que observaban a todo el que pasara por allí llevaba hasta un pequeño claro, la pista de baile, rodeada de mesas con comida y sillas para los que no querían bailar. Justo a cada lado de las mesas había una pequeña farola en la que una enredadera trepaba y creaba una especie de corona de la que colgaban hadas que parecían bailar al son de la música. En el centro de la pista había un árbol de cartón cuyas ramas abarcaban prácticamente el diámetro del gimnasio. Entre las ramas, unas peque- ñas bombillas blancas iluminaban la pista y hacían que el lugar fuese más acogedor.

—Retiro lo dicho. No se lo han currado bastante, se lo han currado mucho. Esto es una pasada —dijo Harry con admiración sincera en su voz.

Le di la razón y decidí tomar su mano para llevarlo a una mesa y sentarnos. Caras conocidas y otras desconocidas nos miraban con sorpresa.

—Voy a llevar los abrigos al ropero —murmuró Harry mientras se quitaba su americana. Yo hice lo mismo, pero él me detuvo—. Deja que lo haga yo. Esta noche, tú eres la princesa.

Sonreí y sentí como las yemas de los dedos de Harry me rozaban los brazos. Su suave tacto me quemaba la piel. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Sin duda esa iba a ser una noche mágica.

Vi a Thomas llegar al baile con su cita. La chica parecía muy emocionada, pero él se sentó enseguida en unas sillas con sus amigos gemelos y comenzó a charlar animadamente con ellos sobre algo que parecía tremendamente emocionante.

—¡Esme!

Me di la vuelta y vi a Nora y a Minerva, que se estaba despidiendo de Max.

—Hola, chicas.

—¡Qué guapa vas esta noche, Esme! Sabía que ese color te favorecía, ¡te lo dije! —exclamó Nora.

—Esme está guapa siempre —la corrigió Minerva, y sonreí, pero me di cuenta de que estaba algo afónica y de que su voz no era la misma de siempre.

—Es verdad. Mataría por tus ojos —añadió Nora con humor en su voz y una risa burlona.

—Vaya, gracias, chicas. Vosotras también vais muy guapas esta noche.

Nora llevaba puesto un vestido fucsia, como había dicho innumerables veces durante la semana. Le llegaba un poco más arriba de las rodillas y era de un color brillante, de esos que reflejan las luces de una pista de baile. Minerva llevaba un vestido rojo de gasa que dejaba a la vista su cicatriz y el cabello recogido en un moño. Unos cuantos tirabuzones le enmarcaban el rostro.

—¿Y quién es esta noche tu chico, eh? O chica. Aquí no juzgamos —preguntó Nora.

Me comenzaron a sudar las manos y sentí unos nervios terribles en la boca de mi estómago, como si pronunciar el nombre de Harry estuviera prohibido.

—Eh... —balbuceé.

—Nora... —murmuró Minerva a modo de advertencia.

—¿Pero qué os pasa a las dos? —preguntó, confundida—.

Cada vez que sale el tema, os ponéis muy raras. Llevo toda la semana intentando adivinar quién... Pero alguien la interrumpió y se me congeló la sangre.

—Esme.

Al darme la vuelta vi que Harry estaba parado detrás de mí, con las manos en los bolsillos de los pantalones. Me miraba con cierta timidez. Nora nos observaba boquiabierta, y Minerva le dio un pequeño pisotón para que se repusiera.

—No puede ser que tú y él... Que vosotros... ¿Nos disculpas un momento? —pidió a Harry con voz ahogada y antes de que él pudiese responder, ya me estaba arrastrando a unos metros de distancia. Minerva suspiraba con pesadez.

—Harry me pidió que viniera al baile con él.

—¡Eso ya lo sé! Es decir, ¿cuándo? O sea, ¿cómo? ¿Por qué no me lo habías dicho? No te voy a comer.

—Pues no sé, somos vecinos y nos hemos hecho amigos. Un día me lo pidió y aquí acaba la historia.

No le iba a decir que estábamos intentando resolver el misterio del bosque y que prácticamente quedábamos todas las tarde para resolver enigmas que parecían no tener respuesta.

—¡Ah! Te envidio mucho.

Nora suspiró y me soltó el brazo.

—¿Por qué? Solo es un baile.

«¿Estás segura de que es un simple baile, Esme?», me sorprendí preguntándome a mí misma.

—¿Solo un baile, dices? —miró hacia el techo y rio de forma irónica—. Amiga mía, tu pareja es Harry Sendler. Has ganado en la vida.

—Qué tontería acabas de decir, Nora —contesté entre risas.

Harry y Minerva estaban el uno delante del otro mirándose con incomodidad, ella con los brazos cruzados sobre el pecho y él con las manos aún dentro de los bolsillos. Harry dijo algo que no llegué a entender a causa de la música que comenzaba a retumbar en el gimnasio del instituto, pero ella le sonrió tímidamente y musitó algo.

Volvimos con ellos. Pareció que los estábamos salvando de una situación realmente incómoda. Vi el alivio en los ojos de Minerva, que se colocó al lado de Nora y comenzó a tirar de su brazo cuando vio que Max la llamaba, pero Nora consiguió acercarse a mí y me susurró al oído:

—Disfruta de la noche y dale un buen morreo a tu chico de mi parte.

Entonces me guiñó un ojo y desapareció entre la multitud. Mis mejillas se sonrojaron al pensar en Harry y yo besándonos. Negué con la cabeza. Lo cierto es que ya me había imaginado cómo debía ser besar a Harry.

Lo miré y vi que sus ojos estaban perdidos en algún lugar del gimnasio. Me habría gustado saber con certeza qué estaba pensando, aunque hubiese apostado lo que fuera a que tenía algo que ver con Minerva.

—¿Quieres que vayamos a por algo de beber?

Harry asintió y nos acercamos a la mesa donde un chico y una chica servían bebidas. Harry y yo nos pedimos un refresco y nos sentamos en unas sillas. La música que sonaba era bastante movida e incitaba a salir a bailar. Minerva y Max ya estaban en la pista juntos.

Tuve ganas de ser valiente y arrastrar a Harry hacia la pista de baile. En realidad ese era el propósito de la fiesta, pero algo hizo que me quedara clavada en la silla. De repente mis pies pesaban cien kilos y era incapaz de moverlos. Que Harry estuviese sentado a mi lado en completo silencio tampoco ayudaba mucho. ¿Cómo se suponía que iba a terminar la noche? Una nueva sensación se instaló en mí, pero no era capaz de descifrar qué era.

—Esto parece irreal —murmuró Harry, que me sacó de mi trance.

—¿Por qué lo dices?

—Estamos en medio de un baile de instituto cuando podríamos estar buscando pistas.

—Tienes razón —contesté entre risas y di otro sorbo a mi bebida.

El lugar parecía más un cuento de hadas que un bosque encantado, un claro idílico con criaturas fantásticas y mitológicas. La tenue luz de las bombillas enredadas a las ramas del árbol creaban unas preciosas siluetas en el suelo.

—Me alegro de estar aquí contigo —dijo Harry.

Entonces, me tomó la mano. Tenía los dedos fríos por haber estado sujetando su refresco. Se me aceleró el corazón y enrojecí.

—Yo también —respondí.

Harry sonrió y acarició el dorso de mi mano con su pulgar. Sus ojos esmeralda brillaban con luz propia. De repente, se puso de pie.

—¿Quieres bailar conmigo? —preguntó sin perder la sonrisa y ruborizado.

—Pero yo no sé bailar.

—Ni yo, pero aquí nadie es bailarín profesional. —Se encogió de hombros. Me puse de pie e hizo una pequeña reverencia—. ¿Me concedería este baile, señorita Grimm?

—Por supuesto. —Solté una pequeña risa y Harry entrelazó sus dedos con los míos. Nos dirigimos a un lado de la pista, justo debajo de una hilera de bombillas blancas—. ¿Cómo se supone que tenemos que bailar?

—No lo sé, solo hay que moverse.

Para nuestra suerte, empezó a sonar una canción lenta. Le rodeé el cuello con las manos y el apoyó las suyas en mi cintura. Notaba cómo apretaba ligeramente sus dedos contra mi vestido. Al levantar la cabeza para mirarlo, la sangre se me subió a la cabeza y me ruboricé. Me apoyé ligeramente en su hombro y comenzamos a tambalearnos de un costado a otro. Oía el latido de su corazón y me pregunté si él oiría el mío, que martilleaba contra mis costillas y danzaba sin cesar. Harry me pisó sin querer.

—¡Perdón! —se apresuró a disculparse. Era adorable.

—No pasa nada —contesté con una sonrisa.

Sabía que él también estaba nervioso porque le temblaban los dedos. Suspiró en un intento de relajarse, aunque sin éxito. Girábamos torpemente entre las otras parejas y, de soslayo, vi que Minerva sonreía dulcemente al vernos. Nora le susurró algo y después rieron.

Definitivamente me gustaba estar en Greenwood. No quería volver a Charleston por nada del mundo si Harry estaba conmigo. Me sentía como en casa en el misterioso pueblecito de Oregón. Me lamenté por no haber disfrutado de lo maravilloso que era cuando era pequeña. Quizá habría podido conocer a Harry y a Minerva. Estaba segura de que sí. Inconscientemente me aferré más a su camisa, no quería que se fuese a ningún lado, quería estar para siempre con él. Harry me daba seguridad y me hacía sentir querida.

«Creo que me estoy enamorando».

Me maravillaba su belleza, su mente matemática y su ceño fruncido cuando no entendía algo. Me encantaba su precioso rostro y sus increíbles ojos verdes. Me fascinaban los cuentos que me contaba, aunque él no creyese que fueran ciertos, y su hechizante voz cuando pronunciaba mi nombre y cuando entrelazaba sus dedos con los míos. Me extasiaba su dulce aunque ronca voz.

—¿Esme? —De repente, oí su melosa voz y alcé la cabeza. Lo miré fijamente a los ojos.

—¿Sí?

Su mirada echaba chispas y sentí que me apretaba con más fuerza contra su cintura.

—¿Puedo besarte?

Muda por sus palabras, asentí mientras sus manos ascendían por el contorno mi cuerpo hasta mis mejillas. Me apartó unos cuantos mechones de la cara y se acercó a mí lentamente.

Ninguno de los dos se movió al principio, simplemente estuvimos quietos durante unos cuantos segundos esperando a que alguno diera el primer paso. Hasta que Harry se atrevió y abrió parcialmente la boca. Nuestros labios se rozaron tímidamente en un dulce y suave beso. Estábamos en la pista de baile y todo los chicos del instituto nos miraban, pero no me importó. Tenía los pequeños rizos de la nuca de Harry entre mis dedos y mis labios puestos en los suyos. Estábamos en nuestra propia burbuja y, por primera vez, no me importó en absoluto lo que los demás pudieran decir. Ni siquiera que Thomas lo viera y se lo contara a mamá.

Aquel era mi primer beso.

Cuando terminó, Harry curvó los labios en una sonrisa y nos miramos a los ojos. Por mi mente pasaron mil cosas, pero pensaba a tal velocidad que no podía distinguir ni clasificar nada. Apoyé las manos en sus hombros y apreté los labios. Ha- rry rio y bajó sus manos hasta entrelazar nuestros dedos.

—Ven conmigo.

Tiró de mí y nos dirigimos a la salida del gimnasio.

—¿Adónde vamos? —pregunté entre carcajadas, coordinando bien mis pies con cuidado de no caer.

—A un lugar secreto —exclamó. Se detuvo en medio del camino y me observó—. ¡Venga, vamos!

Corrimos cogidos de la mano y la gente nos miraba como si nos hubiésemos vuelto locos. Llegamos al ropero y me tendió mi abrigo, ayudándome a ponérmelo. Después esperé a que él se pusiera su americana y nos dirigimos a la salida cogidos de la mano. Vi a mi madre y a Jane en el pasillo hablando con la profesora de Historia, la señorita Park, y me alegré de que no nos hubieran visto.

—¡No corras tanto! —exclamé de nuevo entre risas cuando salimos del gimnasio.

—¡Pues no seas tan lenta!

Vi de soslayo a Thomas jugando con un balón de fútbol justo en una de las pistas de cemento del campus del instituto. Sentí como sus ojos se posaban en mí y lo vi sonreír cunando comprobó que era Harry quien iba a mi lado y me dirigía al bosque.

Desvié los ojos de mi hermano y me concentré en nuestro camino.

—¿Vamos al bosque?

—Quiero enseñarte un lugar especial.

Sonreí ante su repentina emoción y me dejé guiar. Simplemente esperaba que no tuviésemos que adentrarnos mucho, pero Harry seguía tirando y tirando de mi brazo, como si tuviese prisa por llegar allí. La noche de aquel dos de diciembre estaba siendo extrañamente estrellada, sin una sola nube en el cielo, y el bosque parecía tener otro color. El suelo parecía iluminarse cada vez que poníamos un pie en el suelo y las gotas del rocío caían de las húmedas hojas, impactaban contra el suelo y retumbaban en la oscuridad. Los árboles parecían pintados con acuarelas sobre un lienzo. El bosque estaba lleno de vida.

—¡Vamos, Esme, ya falta poco! —dijo Harry, visiblemente emocionado.

Tenía que ir con cuidado con los zapatos. El tacón se hundía en el suelo y me costaba caminar con normalidad.

—¿Adónde me quieres llevar?

—A un lugar que nunca has visto antes.

—Hemos estado innumerables veces en este bosque.

—Pero no en una noche como hoy.

Como había dicho antes, el bosque brillaba con una luz extraña y pequeños destellos de luz salían de las copas de los árboles, como si criaturas mágicas de cuentos de hadas fuesen a aparecer de la nada batiendo sus gráciles alas en el aire o moviendo sus graciosas orejas puntiagudas.

—Harry, el bosque...

—Mi padre nos contó un cuento a mi hermana y a mí sobre una princesa que reinaba en el bosque de Greenwood hace muchos, muchos años. La princesa se llamaba Eco. Decían que su voz era tan bonita que se escuchaba a través de los árboles aunque estuvieses lejos de su castillo.

La luna iluminaba el camino aunque las copas de los árboles fuesen demasiado frondosas como para permitir que la luz las traspasara por completo. Aquella noche todo era mágico.

—¿Y qué le pasó a la princesa?

Harry me hechizaba cuando contaba cuentos sobre el bosque. Me hacían creer, soñar, fantasear y anhelar que fuesen ciertos. Deseaba que mi vida fuese un cuento de hadas.

—Hay muchos cuentos sobre la princesa Eco. El favorito de Helena era el que contaba la historia de amor entre ella y un príncipe. Era un amor imposible.

—¿Por qué?

—Porque la princesa Eco era una elfa y él, un humano.

Después de decir aquello, Harry se detuvo en el camino y me apretó con fuerza la mano para indicarme que mirara al frente. Un campo de lirios blancos se extendía ante nosotros. Me sorprendía que un lugar como ese existiera dentro del bosque de Greenwood, tan tétrico y escalofriante. Pero aquel sitio era perfecto. Los árboles lo rodeaban como si fuese un territorio sagrado que debía mantenerse intacto.

—Es precioso —murmuré, presa del asombro.

Volvió a tirar de mí y comenzamos a caminar entre los lirios. Cuando llegamos al centro, Harry se dio la vuelta y me miró.

—Cuentan que el príncipe traía a la princesa Eco a este claro y se situaban en el centro.

—Echó un vistazo a sus pies. Parecía que aquel era el lugar exacto que mencionaba el cuento—. Bajo la luz de la luna, él se agachaba y recogía tres lirios para ella.

De repente, Harry arrancó tres lirios blancos y me los tendió. Sus ojos brillaban bajo la luz de la luna. Unas pequeñas lucecitas blancas comenzaron a bailar entre nosotros.

—Harry... —dije, pero me interrumpió.

—Los lirios blancos simbolizan la pureza, el amor puro por una mujer, y eso era lo que sentía el príncipe por la princesa elfa.

Me sentía como si estuviese en un mundo paralelo, como si estuviéramos muy lejos de Greenwood. No quería marcharme nunca de allí. Sin pensarlo los veces, me acerqué a Harry y uní de nuevo mis labios con los suyos, rodeando su cuello con los lirios todavía en mis manos.

Tenía los labios dulces y suaves. Nos besamos, disfrutando del momento. Poco a poco, sus manos ascendieron desde mi cintura hasta mis mejillas. Al cabo de un rato, nos separamos ligeramente.

—Tengo algo muy importante que decirte —susurró con los ojos abiertos.

—¿Sí...? —Él miró al suelo y tragó saliva con dificultad—. ¿Qué ocurre, Harry?

—Yo... yo...

—¿Tú, qué?

—Yo te... —balbuceó y sus mejillas se sonrojaron, pero después suspiró con decisión y me miró a los ojos con cierta timidez—. Esme, tú has sido mi primer beso.

La sonrisa no desapareció de mis labios. Contemplé de nuevo la belleza de Harry, un chico dulce y amable que siempre quería el bien para todos.

—Es un honor que me hayas elegido a mí. Tú también has sido el mío. Gracias, Harry.

Harry sonrió, pero no dijo nada más. Me abrazó y recostó la mejilla en mi cabeza, suspirando. Me costaba creer que yo hubiese sido la primera chica a la que había besado porque... bueno, porque él era muy guapo. No entendía por qué nadie se había fijado antes en él de verdad, aunque Minerva y Nora me habían dicho el primer día que Melissa había sido la envidia de todo el instituto. ¿Qué tenía yo de especial?

Harry soltó una risita y no pude evitar sentirme feliz de estar en aquel lugar. Todo aquella noche parecía sacado de un cuento de hadas.


El aire nocturno era frío y húmedo. Harry me llevaba a caballito y me sujetaba los muslos con las manos para que no me cayera.

—Veo, veo... —canturreé en su oído con una sonrisa.

—¿Qué ves? —respondió Harry con la misma musicalidad en su voz.

—Una cosita.
—¿Y qué cosita es?

—Una cosita que empieza por la letra «L» —declaré, fijándome en lo primero que vi al subir la cabeza.

Caminábamos de vuelta a casa. Bueno, Harry caminaba. Yo iba encima de él. Se nos había hecho tarde y eran las cuatro de la madrugada.

—¿La luna?

Harry probó suerte, con la cabeza ligeramente inclinada.

—¡Muy bien! Ahora tú.

Me sentía como una niña pequeña. Como la princesa de un cuento de hadas.

Continuamos jugando a aquel juego estúpido mientras caminábamos por las desiertas calles del pueblo de Greenwood, sin pensar que quizá estábamos despertando a los vecinos que dormían. El día siguiente teníamos que continuar buscando pruebas para resolver el misterio del bosque. Dentro de poco caerían las primeras nevadas, y estaba segura de que eso entorpecería nuestra misión.

—Oye, Harry, ¿tú crees que la princesa Eco sigue viviendo en el bosque? —pregunté.

Me la imaginaba como una mujer de belleza sobrenatural y orejas puntiagudas.

—Es un cuento, Esme.

—Pero ¿y si todavía vive en el bosque, escondida entre los árboles, esperando a su enamorado? Sería muy romántico, ¿no crees?

—Supongo que sí.

A medida que nos acercamos más a nuestras casas, escuchamos los ladridos de Hunter. Al girar la calle vimos al perro de Harry correr hacia nosotros. Cuando llegó a nuestro lado se puso a saltar y brincar. No obstante, no parecía contento. Hunter nos estaba avisando de algo. Harry frunció el ceño y me dejó en el suelo.

—¿Qué pasa Hunter? —pregunté.

A lo lejos vi unas luces rojas. De repente, se me encogió el corazón cuando vi que los coches de la policía estaban aparca- dos delante de mi casa.

Harry comenzó a correr detrás de Hunter y yo los seguí después de quitarme los zapatos. Era imposible andar con ellos. Vi a mi madre sentada en el pórtico de la casa con las manos en la cabeza y Jane a su lado, con una taza humeante en las manos. Jeff Skins también estaba ahí. ¿Qué había pasado?

—¡Esme, Harry! ¡Gracias a Dios que estáis bien! Pensábamos que os había pasado algo a vosotros también.

Jane se levantó y abrazó con fuerza a su hijo y después a mí. Mi madre seguía sentada en las escaleras con la mirada perdida.

Me acerqué a ella y me senté a su lado. Coloqué la mano derecha sobre su hombro. Su cuerpo no reaccionaba ante los estímulos y tampoco temblaba. Estaba en estado de shock.

—Mamá, ¿qué ha pasado?

Al escuchar mi voz, reaccionó. Levantó la cabeza y vi que tenía los ojos completamente rojos y que el maquillaje se le había estropeado. Hacía años que no la veía en ese estado. La última vez que la había visto llorar de esa manera había sido cuando mi padre desapareció.

—Thomas... —susurró Harry, que se arrodilló rápidamente—. Donna, ¿dónde está Thomas?

—Thomas... ha desaparecido en el bosque.

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