The firstborn | Jujutsu Kais...

By daaisxke

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𝐓𝐅𝐁 (Pausada) | ❝ Un demonio en el útero de una mujer ❞ Por el corto tiempo que el grupillo de hechiceros... More

Prólogo
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XI
XII
XIII
XIV
𝔈𝔰𝔭𝔢𝔠𝔦𝔞𝔩 𝔡𝔢 𝔖𝔞𝔫 𝔙𝔞𝔩𝔢𝔫𝔱𝔦𝔫
XVI | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
XXXII
XXXIII
XXXIV
XXXV | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
XXXVI
XXXVII
XXXVIII
XXXIX
XL
XLI
XLII
XLIII
XLIV
XLV
XLVI
XLVII
XLVIII
XLIX
L
LI
LII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIII | 𝔪𝔢𝔪𝔬𝔯𝔶
LIV

XV

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By daaisxke

Sus ojos se abrieron lentamente, intentó adaptarse a la luz de la habitación pero le tomó unos cuantos minutos. Poco a poco fue totalmente consciente de su alrededor, el dolor en su abdomen ya no existía, sus párpados ya no pesaban demasiado, su garganta no se sentía seca, ni su boca pastosa.

La luz que entraba por la ventana de la habitación era tenue, como si el día estuviera nublado a pesar de encontrarse despejado.
Su mirada bajó a sus manos, una a cada lado de su cuerpo. Giró estas para ver la palma de sus manos, y luego volvió a girarlas para ver el dorso de estas mismas. Nuevamente algo había cambiado en él, podía sentirlo con claridad, y el hecho de volver a sentir su existencia lo dejaba un tanto tranquilo.

— ¿Me extrañabas mocoso inútil? —fue Sukuna, apareciendo como si nada por la mejilla izquierda del chico. Independiente de la situación, solo soltó una risilla leve, de aquellas que salen como un suspiro, dejando totalmente desconcertado al demonio en su interior.

— Creí que habías muerto, me sentí aliviado por un momento —mintió él con el mejor orgullo.

— Si claro, como si te fuera a dejar tan fácilmente. Ahora, levanta tu trasero de esta maldita camilla, tengo algo que hacer —ordenó, pero Itadori solo alzó una ceja incrédulo mientras se recomponía lentamente en su lugar hasta quedar sentado.

El silencio invadió por unos cuantos minutos. La boca de la maldición permanecía en su mejilla cerrada en una línea recta, y el joven chico traía una mirada cansada, unas leves ojeras se asomaban bajo sus ojos almendrados, y el silencio que Sukuna siempre deseo en el interior de aquel hablador pelirosa-palo ahora lo estaba matando. Estaba demasiado ansioso como para quedarse en su lugar.

— ¿¡Qué diablos haces!? ¡Muévete de una vez!

— Sukuna —llamó Yūji, y la maldición en su interior frunció levemente su ceño sin comprender el comportamiento del muchacho, realmente no le importaban sus problemas, solo necesitaba ese estúpido cuerpo de carne y hueso por al menos una hora—. ¿Por qué tú... puedes sentir desesperación de esa manera? —preguntó, dejando que el silencio hiciera de su parte luego de hablar.

El demonio en su interior alzó sus cejas un tanto sorprendido por unos cortos segundos, pero luego de un tiempo, su ceño volvió a fruncirse y su mirada se perdió en aquella oscuridad dentro de Itadori. Hincó su codo en el cráneo de un animal y apoyó su barbilla entre sus dedos pulgar, índice y corazón, cruzó una pierna sobre la otra, y su mano izquierda descansó en su muslo izquierdo.

— Oi, no tengo tiempo para oír tus problemas —refunfuñó, pues tenía prioridades, y estaba desesperado por ellas.

— Dime ¿Quién es ella?

Sukuna no quería admitir entender sus palabras, no quería hablar ni mucho menos si trataba de aquel chico. Pero acorralado en ese cuerpo no podía hacer nada. ¿Qué ocurría si hablaba demasiado? No podría mover ni un meñique si se veía rodeado de todos aquellos molestos hechiceros.

— No entiendo —alargó Sukuna con un tono vago, irritado de sus preguntas. Pero Yūji en realidad estaba al tanto de que él sí entendía la situación.

— Mientras estuve inconsciente tuve unos sueños, Sukuna —comentó, bajando la mirada a los cubiertos de la camilla, la punta de sus pies creaban unos pequeños montes—. Donde había una niña pequeña en un prado... —el demonio frunció su ceño aún más. Irritado, bajó la mirada tensando su mandíbula, y resistiendo no soltar una estupidez si quería actuar lo más pronto posible—. También había un... Un gran perro negro, recuerdo que ella cargaba con un arco pequeño, y vestía ropa tradicional —las imágenes de su sueño pasaban vividamente frente a sus ojos. Aquella sonrisa infantil encantadora, aquella cabellera castaña y esa aura tan alegre a su alrededor—. La brisa era fresca, recuerdo sentir mis manos pasar por el trigo claro... Recuerdo el bosque... La cabaña, y...

Por la mente de Sukuna, entre los millones de recuerdos que lo atormentaban, aquel recuerdo en específico se pasó ante sus ojos, el recuerdo era tal y como el muchacho lo describía, causándole una amarga sensación en todo el cuerpo.

— Y también recuerdo... La inimaginable paz y calidez que sentí cuando esa niña tomó mi mano —sentenció, observando por segunda vez la palma de sus manos, recordando aún aquella cálida sensación que por alguna razón le causó melancolía—. Se sentía tan bien que... Podía jurar que todo era real.

La mirada caída y deprimente de la maldición en su interior seguía sumida en aquel recuerdo. Él también logró sentir el trigo, la brisa fresca. Él también logró recordar aquella cabaña, aquel lobo, y a la pequeña con arco en mano. También logró recordar la inimaginable paz y calidez que sentía cada vez que era sujetado por ella.

— No eras tú en un sueño, ni tampoco era un sueño... Solo era yo en un viejo recuerdo y por alguna razón se impregnó vívidamente en tu mente estando inconsciente —respondió con un tono neutro, aunque su mirada y semblante no expresaban aquello.

— ¿Un viejo recuerdo? —preguntó él, un tanto más confuso, pero tal vez aquello le ayudaría a comprender todo lo que sintió cuando su vida estuvo en riesgo tal vez por cuarta vez—. ¿Quién era esa niña? ¿La conocías?

— Deja las preguntas para después, o de preferencia simplemente olvídalo —reaccionó el demonio, sacudiendo su cabello hacia atrás y soltando un suspiro a la vez que cerraba sus ojos—. Quiero ir a un lugar.

— ¿Y debería ir allí por qué...? —alargó su tono esperando su respuesta, mientras quitaba las mantas que lo cubrían para girar a su derecha y sentarse en la orilla de la camilla.

— Oye, realmente te he estado aguantando dignamente durante este último tiempo. Te hice el jodido favor de regenerar tu corazón y volví a salvarte la vida por segunda vez, en este momento ya no te sientes mal ¿Verdad? Pues se dice gracias, jodido mocoso malagradecido —espetó, ya en su límite de paciencia, e Itadori medito un tanto sus palabras para luego darle la razón en sus pensamientos—. Responderé solo una de tus jodidas preguntas si te levantas y vas a donde quiero que vayamos. No uses el uniforme, usa ropa cotidiana, de preferencia algo con capucha... Y comienza a pensar tu jodida pregunta, se creativo.

— Pero-

— ¿Quieres levantarte antes de que cambie de idea?

— Realmente... Te ves bien con todo, maldita mocosa —refunfuñó Yashiro observando a la pequeña que salió del cuarto de baño con el kimono que la castaña le había proporcionado.

— ¿Puedo elegir su ropa? —tu maldito tono formal, otra vez. Se quejó mentalmente, y soltó un suspiro cruzándose de brazos para alzar una ceja incrédula.

Se dirigió a la menor y caminó a su alrededor para poder verla bien desde cada ángulo. Su pálida piel y su cabello increíblemente oscuro hacían juego a la perfección con el hermoso kimono tradicional negro con detalles dorados. Llevaba las zapatillas negras de siempre, pues por la prenda ocupada no se veían.

— Tú me confiaste tu vestimenta, no me queda de otra que confiarte la mía —suspiró ella, y luego indicó la cómoda blanca junto a la entrada del baño—. Escoge lo que quieras.

— A usted le queda realmente bien el negro, y la mayoría de su ropa es negra... —fue la muchacha, caminando con pasos cortos hacia el mueble.

Yashiro rio levemente mientras se cruzaba de brazos y se sentaba en la orilla de la cama. Las pequeñas manos de la menor no se veían por las grandes mangas del kimono.

Hitsumi rebuscó en cada cajón hasta el fondo, de vez en cuando encontraba alguna prenda roja, blanca o verde musgo, pero en su mayoría eran tonos oscuros.
Tras un par de minutos rebuscando en el mueble, finalmente encontró la prenda que (a su parecer) era perfecta.

La tomó entre sus dos manos y se giró rápidamente hacia la castaña, está alzó una ceja y observó la prenda en sus manos.

— ¿Quieres que use eso? —preguntó, indicando el estilo de vestido que en realidad usaría para ir a un bar y seducir a sus presas, no para ir a un festival de danza de dragones chinos con una niña de seis años.

— ¡Combinaremos! —alzó con emoción, y Yashiro rio observando una vez más la prenda en sus manos.

Un vestido ceñido de tirantes con un pronunciado escote, también protuberantemente corto. De color negro pero con múltiples dragones dorados con pequeños detalles rojos en sus figuras. Un estampado bastante similar al kimono de la menor.

— Supongo que tendré que usarlo sin brasier —comentó, luego de observar la espalda de la prenda mayoritariamente descubierta. Soltó un suspiro y asintió—. Entonces voy a prepararme... Luego te haré un peinado con palillos de madera, tengo un broche que de seguro te encantará —comentó la castaña, colocándose de cuclillas para estar a la altura de la menor, sus dedos pasaron por su suave cabellera suelta mientras esbozaba una leve sonrisa—. Debemos tomarte fotografías, estoy completamente segura de que Takeshi amará verte vestida así.

El pelirosa-palo soltó un suspiro adentrándose entre el montonal de personas, el bullicio de familias felices, el aroma de los puestos de comida, la música de las tocatas callejeras.
Si bien, se había recuperado, pero estar tantos días en aquella camilla, casi en completo silencio, le trajo consecuencias, y ahora todo aquel bullicio se le hacía un poco mareador.

— ¿Qué estamos buscando exactamente? —preguntó en voz baja, siguiendo con la mirada a un pequeño que en su mano derecha llevaba un gigantesco algodón de azúcar rosa. Se tentó.

— Solo sigue caminando, y coloca tu capucha —espetó la maldición en su mejilla derecha con algo de seriedad.

El alto muchacho llevaba unos simples jeans negros con múltiples rasgaduras, una camisa blanca y un polerón abierto color verde musgo. Hizo caso a las palabras del demonio y tomó el gorro de la prenda para cubrir su cabeza, seguido aquello, guardó ambas manos en los bolsillos del polerón y continuó caminando, su mirada en alto mirando alrededor.

Habían muchas personas, niños pequeños por doquier corriendo de un lado a otro, riendo, jugando y bromeando entre ellos, con bocadillos azucarados en sus manos, y sus padres corriendo tras ellos para no perderlos de vista.
Tenía un mal presentimiento. Algo había que lo tenía inquieto. Tal vez era el hecho de estar rodeado de familias y consciente del demonio que lo poseía. ¿Qué ocurriría si llegasen a cambiar por accidente?
Tal vez no debí venir. Pensó, pero ya era demasiado tarde para retractarse, en medio de todo aquel festival, sediento en busca de la respuesta a la pregunta que lo estaba ahogando.

— Sukuna-

— Cierra la boca, no puedo concentrarme contigo hablando y hablando —interrumpió, y el muchacho solo suspiró rodando sus ojos.

El Rey de las maldiciones iba en busca de su pequeña castaña. Podía sentir un leve rastro de su energía maldita tan particular por el lugar, había una pizca del rastro de sus pisadas por la acera que iba caminando. Hizo un esfuerzo por seguirlas, guiaba a Yūji con un tono bajo para no llamar la atención de quienes los rodeaban, pero de vez en cuando perdía el rastro y maldecía en voz alta. Las personas giraban hacia el chico encapuchado, y la boca desaparecía al instante por cortos segundos.

— Deberíamos apresurarnos, si los chicos llegan al instituto y no estoy, seguramente se alterarán —aunque en realidad se había preocupado de mandar un mensaje por el pequeño grupo de chat para que realmente no se alteraran como Itadori se imaginaba.

— Sigue derecho, el rastro es más fuerte —susurró el demonio, sin perder de vista aquellas pisadas plasmadas en la acera del lugar.

— ¿Rastro? Supongo que no es uno de tus dedos ¿Verdad? —preguntó con algo de pánico, pues de ser así debía contactarse de inmediato con sus compañeros.

— ¿Qué dedo? —espetó Sukuna totalmente confuso, y aquello sorprendió a Itadori. ¿Qué era exactamente lo que estaban buscando para que Sukuna se olvidara de la búsqueda de sus propios dedos?

Una corriente eléctrica recorrió la espina dorsal de Itadori, en su interior, también en la espina dorsal de Sukuna. Por alguna razón, el cuerpo de Yūji actuó antes de pensar, y sus pies se movieron con rapidez entre las personas. La boca demoníaca había desaparecido de su rostro, pero aquel dolor punzante que sintió en su pecho lo reconoció a la perfección.
Ese sentimiento de ansiedad, de desesperación en busca de algo, nuevamente lo había atacado. Su ceño fruncido, su mirada seria, sus ojos viajaban de un lado a otro mirando fijamente a cada persona que se le cruzaba, como si aquello le ayudará a buscar algo que no tenía ni la menor idea de lo que era.
Se disculpó con unos cuantos al chocar, sus pasos rápidos y su análisis espontáneo de su alrededor lo hacían ver como si estuviera escapando de algo, pero era todo lo contrario.

Bruscamente, sus pasos se detuvieron, paró en seco mientras sentía como sus manos temblaban. Su ceño fruncido en molestia sin comprender por qué debía sentirse de aquella forma, o aún peor; porque Sukuna se sentía de aquella forma tan desesperada.

Y justo en aquel momento en que una menor de baja estatura se cruzó frente a él a unos cuantos metros, su respiración pareció detenerse, es más, todo a su alrededor pareció detenerse por unos cuantos segundos.

Los ojos de Sukuna se abrieron más de lo usual denotando sorpresa, su ceño entre fruncido y sus extremidades temblando.

Ese kimono negro con dragones dorados y rojos. Ese kimono infantil femenino. Ese peinado de un tomate ajustado con palillos de madera. Ese broche de oro de flores de cerezo.
Los recuerdos llegaban súbitamente, la presión en su pecho se volvía insoportable. Su rostro se demacraba de melancolía mientras se levantaba de su trono sin poder creer lo que había ante sus ojos.

— Hitsumi, no te alejes demasiado.

Fue la voz femenina, y la presencia de la alta y esculpida castaña se presentó ante sus ojos. Los ojos de Sukuna denotaron aún más sorpresa.

Aquella encantadora sonrisa resplandeciente, aquella maravillosa cabellera castaña, esos ojos claros, esa tez lisa, esa pequeña cicatriz de corte en su mejilla derecha. Al verla, al tenerla en frente, ya no sentía aquella maravillosa calidez ni paz de pies a cabeza. Si no que melancolía y ansiedad sin poder alcanzarla.

Los ojos de Yūji comenzaron a cristalizarse. Su mirada viajó de la pequeña en tradicional kimono a la atractiva muchacha, pero no la podía ver de aquella manera sensual como la hubiera visto en otra ocasión. Ese sentimiento de cariño fraternal que presionaba su pecho molestamente le hacía querer correr hacia ella.

En el momento en que el demonio en su interior alzó su mano derecha temblorosa como si intentara alcanzarla, las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Yūji y poco a poco sentía como perdía fuerzas. Poco a poco, observando a esa chica desconocida que tanto sentía necesitar, las líneas negras comenzaban a asomarse en su rostro a la vez que su mano derecha se extendía trémulamente en su dirección, y Yūji ya no era consciente de que su cuerpo fue tomado por alguien más.

"¿Te gusta este kimono pequeña escoria humana?"











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