Cuentos de la Comisaría 23

By cukibola

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Aquel era un pueblo tranquilo, sin nada que reportar más allá de algún gato en lo alto del viejo molino o una... More

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La Bella y la Bestia
Rapunzel
Cenicienta
La Sirenita
La Bella Durmiente
El Gato con Botas
Blancanieves

Ricitos de Oro

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By cukibola

Borislav Azárnovich Medvedev era conocido por ser un hombre elegante. Gustaba de comer los mejores y más exóticos platos servidos en vajilla de plata y porcelana, su palacete de mediados del siglo XIX era el más grande e impoluto, sus trajes eran realizados a medida por un sastre que había ordenado traer desde Roma y si por él hubiera sido, habría subido su colchón viscoelástico a su jet privado para las vacaciones. Solo pensar que tendría que apoyar su preciada espalda en el raído y sucio camastro de una vieja cabaña en medio del bosque le ponía los pelos como escarpias.

Pero qué iba a hacerle. Al fin y al cabo, el viaje no era para él. Tras él, una pequeña niña de pelo claro colocaba su mochila en forma de rana sobre la litera que ocuparía por un mes. Aún tenía cierta tristeza tras sus ojos al apearse en la cama, y aunque su abuelo quiso decirle algo, la mirada vacía de Masha lo desanimó. Borislav la imitó y se sentó en la litera baja con un suspiro. Un San Bernardo tan grande como un oso, Mishka, se acercó a su amo y ladró con fuerza, obteniendo caricias a cambio. Por un segundo pareció que Masha mostró interés en el animal, asomándose desde su posición, pero inmediatamente volvió a observar el techo como si fuese la cosa más interesante del mundo.

Los últimos meses no habían sido nada fáciles. En el accidente automovilístico, Borislav había perdido un hijo y una nuera, y eso ya era demasiado para él, pero Masha había perdido a sus padres. Ahora además, temía perderla a ella también. Su nieta se había cerrado en banda completamente, perdiéndose en su mundo interior e ignorando todo intento de conectar, de sacarla de ese tortuoso laberinto, por parte de su abuelo. Había mandado que le fabricaran bellas muñecas y casas para estas, la había regado con peluches y caramelos y ahora una gran sala del palacete estaba destinada a los juegos que los mejores cuidadores podían garantizar. Nada parecía hacerla reaccionar.

No quería acostumbrarse a esto, pero fue inevitable. Sin embargo, por eso mismo, pudo averiguar un detalle mínimo que tal vez podría ayudarla a salir. Según sus tutores, Masha, aunque callada, había mostrado gran nivel respecto a la lectura en otros idiomas. Algo de observación, y Borislav pudo comprobar que a su nieta le encantaban los cuentos, lo normal en alguien tan joven. Fueran de los hermanos Grimm, fueran los de Perrault, incluso algunos más desconocidos como los de Asbjørnsen y Moe, ella devoraba todos los libros que le traían. La táctica de los disfraces ya había fallado, pero... ¿y si la llevaba de viaje a algún lugar que le recordase a esos cuentos? A Masha le había parecido una gran idea, y no hubo más que hablar.

Su idea habría sido ir a algún lugar moderno como Baviera, por ejemplo, alojarse en un gran hotel y disfrutar de los servicios que una gran ciudad como Múnich pudiera ofrecer. Sin embargo, Masha se había encaprichado de aquel pueblecito de la Alsacia, y quería pasear en sus bosques, jugar con los peces en el río y dormir en casas tan cucas como las de la portada de un libro de cuentos con un dibujo en pasteles del lugar. Borislav había terminado aceptando, creyendo que podría así sacarla de su sopor, pero nada más subir al avión, Masha había vuelto a su estado depresivo habitual.

—Mariuskha, cariño, ¿qué te parece si salimos a dar un paseo por el bosque?—preguntó el abuelo en un intento por llamar su atención.

Masha se había dado la vuelta, al menos. Muy bajito susurró que sí, y con desgana se levantó y se preparó. Contagiado por su desgana, su abuelo se levantó lentamente, como con pies de plomo, le puso la correa al perro y los tres juntos salieron.

Era un día particularmente nublado, y las nubes trajeron malos pensamientos a la cabeza de Borislav. Había escuchado rumores sobre un asesino en serie, pero no había podido cancelar los billetes ni la reserva al final. Por esa misma razón, y sin que su nieta lo supiera, había preparado una pistola. Era una flintlock más de coleccionista que de verdadero peligro, y él no había tocado un arma desde su juventud y por pura obligación más que otra cosa, pero confiaba en que achantaría a cualquier atacante que encontrasen. También, además, tenía claro que no tendría que dejar a Masha ir muy lejos, no fuera a ser que en un descuido la niña no solo se topase con quién no debiera, sino que podría caerse al río, o podría perderse en el bosque. Él había oído que dos de cada diez personas que entraban en los bosques no salían...

Por eso mismo no se salían del camino, y en vez de dirigirse al molino o a la torre se desviaron hacia la población. Si Masha no estaba de acuerdo con su plan, no lo expresó. Borislav trató de convencerla como si su silencio fuera una negativa, prometiéndole algún delicioso croissant de chocolate, puede que dos si era rápida y él se distraía con Mishka, guiñando el ojo tras ese comentario. No esperaba en absoluto lo que ocurrió, cuando Masha se rio en mucho tiempo. No fue una carcajada muy sonora, ni muy larga, ni siquiera abrió la boca. Si se le quedó una débil sonrisa residual y el corazón de Borislav se derritió por algo tan simple. Masha aligeró el paso pensando en ese delicioso croissant, puede que dos si su abuelo no la pillaba con aire de travesura infantil.

No era mala idea, pensó Borislav mientras llamaba a Masha y la tomaba de la mano. Después de todo, no habían podido llevarse más que tuppers de comida más bien sencilla, estaría bien comprar alguna especialidad local. Contrario a lo que pudiera parecer, a Borislav sí le gustaba cocinar su propia comida; tal vez así podría conectar con la pequeña. Por supuesto, no esperaba que algún supermercado de pueblo tuviera las delicias que a él le encantaban, y aunque tuviera que adaptarse lo mejor posible, en el fondo la mitad del buen sabor venía de comer aquello que uno mismo preparaba. Quizás en la panadería podrían darle una receta fácil para hacer con Masha, y disfrutar juntos el resultado.

Por desgracia, la panadería estaba cerrada. No hallaron tampoco el ambiente amable y pintoresco de cuento y fantasía que Masha esperaba, y poco a poco empezó a calar en ella. La gente los miraba extrañada, incluso con pena. También cayeron algunas miradas de sospecha, tal vez acusando a Borislav solo por su estatura, creyendo que Masha y Mishka serían su gancho para atraer a víctimas. Esas miradas duraban poco motivadas por cobardía, pero sin duda le hacían mella a la pequeña. Rápidamente Borislav decidió volver a la cabaña. Ese día comerían alguno de los sandwiches de pan de centeno y salmón ahumado con aguacate que habían traído, y ya al día siguiente él se levantaría temprano a buscar la comida.

No se llevaría a Masha con él al día siguiente, decidió. Ese breve vigor que había vuelto a mostrar tras tanto tiempo había desaparecido por completo, agarrándose lánguidamente a la mano de su abuelo. Incluso Mishka gimió al notar el repentino y brusco cambio de humor en sus dueños. No, sería mejor dejarla dormir todo lo posible, sobre todo teniendo en cuenta que muchas veces caía dormida de madrugada y en un descanso insuficiente en el que la ansiedad reinaba. Tal vez la cabañita le inspiraría buenos sueños por una vez. Al menos, así lo esperaba.

No, la maldita cabaña no haría tal cosa. Todo comenzó cuando Mishka frenó en seco, casi tirando a sus dueños al suelo, y empezó a ladrar. Nunca había ladrado así, con tanto volumen y fuerza. Borislav alzó la mirada y pudo comprobar por qué el perro se había vuelto tan agresivo de repente: la puerta estaba abierta. Él recordaba perfectamente haberla cerrado con llave. Su corazón se paró, y tan rápido como se había parado volvió a latir a una velocidad anormal. Masha, que había permanecido en la ignorancia respecto a lo que ocurría en la región, apretó su mano y le preguntó con voz temblorosa si había alguien en la casa. ¿Qué podía hacer en esa situación? Lo lógico sería alejarse lo suficiente como para que el criminal no le oyera, y llamar a la policía. Ellos sabrían qué hacer.

El problema fue que, por el estupor y el temor, Mishka se escapó y fue directo a la cabaña. Masha chilló, y aunque Borislav trató de retenerla, ella también pudo liberarse y corrió tras el perro. El abuelo fue tras ella, intentando sin éxito que frenase. Mientras corría la corta distancia sacó como pudo la pistola y la empuñó al entrar. Masha se abrazó a su pierna preguntado por Mishka. Maldito chucho... Borislav empujó a la pequeña fuera de la entrada y con un gesto le pidió silencio. Ella lo miró con ojillos suplicantes, y por desgracia su abuelo no podía negarle al menos encontrar al animal. No se oía nada tampoco de ese chucho, quién sabe si el asesino también...

No, no. No tenía por qué ser un brutal asesino en serie, pensó. Podría ser un ladronzuelo de poca monta. Podría ser otro turista que se había equivocado de cabaña. Nada le convencía realmente, no bajando el arma en ningún momento. Al llegar a la cocina encontró todo manga por hombro: los armaritos estaban abiertos, los tuppers y su contenido estaban desparramados por todas partes. Borislav tragó saliva e intentó que el pulso le dejase de temblar antes de entrar al dormitorio. Un pensamiento muy oscuro le hizo pensar qué habría pasado si ellos hubieran estado allí, y aquel tarado se hubiera avalanzado sobre ellos con tanta violencia...

Aquel no era el momento, aquel no era el momento. En el dormitorio encontró una escena similar: todo tirado por todas partes. Desde el contenido de sus maletas hasta las sábanas, incluso el pequeño botiquín de primeros auxilios. De hecho, este botiquín era al que más le faltaban objetos, desde vendas hasta ungüentos. La puerta  del baño estaba cerrada, pero podía ver luz saliendo de debajo de esta. Alguien gruñó dentro, confirmando sus sospechas. El perro seguía sin aparecer, lo que significaba que debía estar allí. ¡Maldita sea! Tendría que salir de allí, decirle a Masha que no había encontrado al perro, y seguir con su plan original.

Retrocedió en silencio, pero escuchó el crujido de la puerta. Rápidamente alzó la pistola, y se encontró con una mano sujetando un cuchillo de cocina. Mishka ladró con fuerza enfadado por el ambiente violento. Enfrente de él, Borislav encontró a una mujer algo mayor que él, pero que a diferencia suya, tenía el pelo todavía rubio. Por lo demás, había algo feral en ella, puede que fueran las ramas enganchadas en el pelo, las sábanas que llevaba a modo de vestido maltrecho sobre harapos, los golpes y heridas en su cara y manos, o su mirada salvaje propia de alguien que ya estaba harto de huir e iba a luchar. La mirada de alguien que había caído con demasiada fuerza de un lugar muy alto y ya no temía a absolutamente nada. De hecho, al verlo más detenidamente ella le dedicó una media sonrisa y bajó el arma.

—Tú no eres el Loup-Garou—afirmó con una carcajada sin alegría—, y mucho menos un tirador. He visto armas más útiles en clases de ganchillo.

—¿Y... Y usted? ¿Quién es usted y qué hace aquí?—preguntó Borislav tratando de no parecer nervioso sin éxito.

La mujer puso los ojos en blanco y negó en respuesta.

—Mi nombre es Katrina Rousseau, y más te vale llevarme ante la policía.

—¿Perdón?

—Cielo, a diferencia tuya, yo si sé quién es el Loup-Garou.

Y tras tan alto alarde, Katrina Rousseau se desmayó, dejando a Borislav más confuso que enfadado.

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